Manuel Martín-Loeches, profesor de psicobiología de la Universidad Complutense de Madrid y Director de la Sección de Neurociencia Cognitiva del Centro de Evolución y Comportamiento Humano (UCMISCIII), responde en la siguiente entrevista a una serie de cuestiones relacionadas con el libro «El cerebro de Buda: La neurociencia de la felicidad, el amor y la sabiduría», recientemente publicado por la editorial Milrazones: la posibilidad de utilizar el cerebro para ser personas felices, el uso del conocimiento del cerebro para la manipulación mental o la evolución del individuo en relación a la gestión del sufrimiento, son algunos de los temas de la siguiente conversación. Por María José de Acuña.
Imagine que no ha leído este libro, ¿qué le sugiere el subtítulo del mismo? (“La neurociencia de la felicidad, el amor y la sabiduría”)
La primera impresión es que es un subtítulo muy atrevido. No deja de ser verdad que la neurociencia ha avanzado mucho en los últimos años, especialmente gracias a las técnicas de neuroimagen, pero también es cierto que aún hay algunos temas que se han tratado poco y para los que los datos son todavía escasos y parciales. Los científicos tenemos la costumbre (y, en parte, la obligación) de ser muy cautos con las conclusiones que se derivan de nuestras investigaciones. Sin embargo, en una segunda lectura, y haciendo una mayor reflexión, también es verdad que los escasos avances producidos hasta la fecha tienen ya muchas cosas que decirnos a los humanos de a pie acerca de estos aspectos de nuestra vida más íntima y emocional. Las neurociencias en general, y particularmente la neurociencia cognitiva, están ahora introduciéndose en temas que hasta hace bien poco eran “tabú” para la ciencia, pues no existían herramientas adecuadas para abordarlos. Ahora existen, y el resultado de esta situación es que en verdad podemos hablar ya de la neurociencia de la felicidad, el amor y la sabiduría.
Parece extenderse la idea de que el uso correcto y eficiente del cerebro es la garantía de una vida feliz. ¿Cree que el individuo tiene oportunidades de ejercitarlo en aras de conseguirlo?
Todo, absolutamente todo, está en el cerebro. Tanto lo bueno como lo malo, los esplendores y las miserias del ser humano. Por tanto, en este órgano que tenemos cada uno están las claves para poder elegir entre ser feliz, amar y ser sabio, o infeliz, solitario e ignorante. El problema muchas veces estriba en que venimos al mundo con ciertos automatismos, productos sin duda de la evolución, de la selección natural, que nos hacen resaltar la importancia de los aspectos negativos de nuestra existencia y nuestra coexistencia con los demás, pues ciertamente esta forma de ser puede haber sido preferible en medios y sociedades más hostiles del pasado. La educación –y aquí por educación incluyo todas las numerosas experiencias y de aprendizaje que se hayan podido tener a lo largo de la vida-, no obstante, también tiene un importante papel en el resultado final, de ahí la importancia y el cuidado que debemos otorgar al desarrollo individual de los seres humanos. Finalmente, y también en relación a esto último, “la información es poder”. Cuanto más conozcamos sobre nuestro cerebro, sobre los automatismos con los que viene de fábrica, y cómo el resultado final es variable dependiendo de muchos factores, entre ellos la gran flexibilidad de nuestro cerebro para cambiar y aprender (enriquecerse) con las experiencias, con más probabilidad seremos capaces de usar nuestro cerebro de una manera eficiente para conseguir una vida feliz.
Bienestar, crecimiento psicológico y práctica espiritual son tres focos sobre los que los autores llaman nuestra atención a lo largo de este ensayo. ¿Qué opinión le merece el enfoque adoptado por éstos al basarse en la tradición budista?
La verdad es que los autores salen muy airosos en su enfoque y en la justificación del mismo. Explican muy bien que su elección del budismo como referencia se debe al hecho de que este enfoque no implica necesariamente creencias religiosas, que pueden ser múltiples y variadas, sino tan sólo objetivos para una vida más plena y satisfactoria. Se puede ser ateo y compartir estos mismos objetivos. Evidentemente, son objetivos que a la vista de todos parecen ser perfectamente aceptables, objetivos realmente a conseguir en la vida de cada uno. Pero por supuesto, se pueden plantear otros muchos objetivos generales y particulares en la vida de cada uno para conseguir, como fin último, la felicidad individual.
Hemos avanzado en cómo estimular y reforzar los cimientos neuronales de los estados mentales de alegría, bondad y perspicacia profunda, pero, ¿sabemos tanto del cerebro como para poder manipular la mente de un individuo?
Es muy posible que en el origen del lenguaje humano esté la posibilidad de manipular la mente de otros individuos. Incluso la nuestra propia. Al menos esto es así para algunos autores, y yo en parte estoy de acuerdo. Desde hace cientos de miles de años, si no millones, la evolución humana ha contado con un ingrediente importante de manipulación de los otros. Aquel que era capaz de manipular mejor las mentes de los demás, era el que mejores recursos obtenía y, por tanto, dejaba más descendencia. De hecho, una de las constataciones más destacadas de la neurociencia cognitiva de los últimos años es la existencia de mecanismos en nuestro cerebro que nos permiten “meternos dentro” de las mentes de los demás, para entenderlas, para que entiendan también nuestra mente y, por qué no, para manipularlas. Esos mecanismos, y esto es importante, se encuentran poco o nada desarrollados en otras especies, siendo la nuestra la más destacada en este sentido. Somos la única especie de primates, por ejemplo, que tiene la esclerótica ocular blanca (el “blanco de los ojos”), y su único fin es el de permitirnos entender las intenciones y propósitos de los demás al saber dónde y cuánto miran, y que entiendan también los nuestros.
La manipulación es real y constante, para bien o para mal, y forma parte de nuestro comportamiento instintivo más básico. La cuestión está en que mucha de esta manipulación se basa y se ha basado en experiencias personales, conocimientos intuitivos y muchas veces poco sistemáticos, de forma que no siempre son eficaces. Los conocimientos que estamos consiguiendo en los últimos años desde la neurociencia cognitiva, sin embargo, están permitiendo distinguir “el grano de la paja”, de manera que se está sistematizando qué factores o procedimientos son realmente eficaces y cuáles no. El conocimiento profundo y detallado de nuestro cerebro y su funcionamiento nos permite, y nos permitirá más aún, ser más objetivos en las formas de llevar las mentes de los demás hacia determinados objetivos.
Aquí precisamente tengo que hacer la observación de que quizá el término “manipulación” no sea el más adecuado, ya que lleva implícito un carácter negativo, al menos en nuestro lenguaje más cotidiano. No siempre se manipula con malas intenciones, ni mucho menos, y ejemplos los tenemos a miles en el trato con nuestros seres más queridos, donde una “mentira piadosa” o una verdad a medias o endulzada de determinada manera son ejemplos de manipulación mental con nobles objetivos. Incluso en el mundo de la educación y la docencia en general, donde los conocimientos se aportan haciendo una selección y siguiendo un orden, a sabiendas de lo que hay en la mente de aquellos a quienes estamos educando, de sus posibilidades y limitaciones, y de cómo llevar esas mentes hacia la consecución de determinados objetivos. Esto es manipulación, en definitiva, pero con buenas intenciones.
¿Cómo ha evolucionado el individuo en relación a la gestión del sufrimiento?
La pregunta se refiere al individuo, y la respuesta debería ser, por tanto, individual, es decir, que depende de a qué individuo nos estemos refiriendo. Pero si sacamos algunas conclusiones de todo lo que llevamos dicho hasta aquí, podríamos decir que la gestión del sufrimiento por parte del individuo depende de muchos factores.
Algunos de estos son innatos, vienen condicionados o influidos de forma importante por los genes que nos han transmitido nuestros padres. Otros factores son ambientales, educativos, de experiencias personales, de las relaciones en el hogar, en la escuela, en la calle, en la vida misma. Esto ha sido así desde el principio de los tiempos, y numerosos movimientos y religiones, entre ellos el budismo, han servido de herramientas, las más de las veces eficaces, para poder gestionar eficazmente ese sufrimiento con el que venimos “de fábrica” por haber sido más adaptativo estar más pendiente de lo negativo más que de lo positivo. La ciencia está ahora aportando conocimientos en este sentido, y el libro “El cerebro de Buda” es un buen ejemplo, conocimientos que mejorarán sin duda la forma de gestionar el sufrimiento por parte de cada individuo. La esperanza de vida y la salud física, en general, ha mejorado muchísimo en el último siglo gracias a los avances científicos. Ha llegado la hora de que la ciencia aporte también de manera notable los conocimientos que está alcanzando en los últimos años para mejorar nuestra salud y bienestar mentales.