Normalmente un cuerpo sepultado tarda varios años en desintegrarse completamente, dependiendo de la climatología y del tipo de tierra del lugar. Sin embargo, ya en la Antigüedad se conocía que las tumbas de la ciudad de Aso podían realizar ese proceso en el tiempo record de 40 días.
Aso era una ciudad griega situada en Misia (la actual Turquía) cercana a la isla de Lesbos. Durante el siglo IV a.C. liderada por Hermias, discípulo de Platón, se convirtió en uno de los lugares favoritos de reunión de los filósofos. De hecho el propio Aristóteles se casó allí con su esposa Pitia, sobrina de Hermias, en el 348 a.C. La época dorada de la ciudad finalizó con llegada de los persas y la muerte de Hermias. Luego sería recuperada por Alejandro Magno y caería bajo el dominio de Roma. Actualmente el lugar en el que se encuentra la vieja ciudad se denomina Behramkale y forma parte de Turquía.
Pero como decíamos, Aso era famosa en la Antigüedad por ser el origen de los sarcófagos, un tipo de tumba realizada en piedra que era capaz de descomponer rápidamente los cuerpos. El término derivaba del griego sarko fagos, esto es devorador de carne, y lo encontramos en fuentes antiguas como Plinio, que menciona los sarcófagos de Aso en su Historia Natural.
De hecho estos sarcófagos se convirtieron en todo un lujo en el mundo romano, que importaba buena cantidad de ellos para enterrar a sus ciudadanos destacados.
Posteriormente el término sarcófago se comenzó a aplicar a cualquier tipo de tumba realizada en piedra, como por ejemplo las egipcias que todos conocemos y que albergan momias. Lo cual es en cierto modo un contrasentido pues los sarcófagos egipcios no cumplen la función de su etimología, devorar cuerpos.
La razón de que los sarcófagos de Aso tuvieran esa peculiar característica de descomponer los cuerpos en tiempo record es todavía un misterio. Algunos investigadores piensan que se es debido al tipo de roca porosa con que estában fabricados. Pero otros más audaces proponen que los habitantes de Aso habían descubierto que el aluminio desintegra la carne y por ello recubrían sus sarcófagos con este metal.
La respuesta queda pendiente de posteriores investigaciones, así que el misterio, por ahora, continúa.
Las cenizas esparcidas en el aire, sobre la tierra o en el mar, son el mejor sarcófago.