En nuestra cultura, llegamos a una conclusión, comprensible pero trágica, basada únicamente en la percepción: como tú y yo parecemos estar separados, debemos estar separados. Esto eleva la percepción a una posición de autoridad.
El pecado original, el error original, consiste en creer que es posible la separación de la fuente, de la conciencia, de Dios. Como vivimos en la experiencia de separación, creemos que ésa es la realidad. Esta percepción errónea es la raíz de todo sufrimiento.
Si has tenido conciencia de la percepción durante algún tiempo, sabes que está sometida a cambio. Si haces tuya esta comprensión fundamental, que es muy profunda en su simplicidad, tienes la oportunidad de reconocer que todo lo que puedes percibir ha de estar limitado por el condicionamiento de tu especie, por tu cultura o subcultura, por tu familia, por tus simples gustos o aversiones.
El mundo no es como tú crees que es. Tú no eres quien crees ser. Yo no soy quien tú crees que soy. Tus pensamientos respecto al mundo, respecto a ti mismo, o respecto a mí, se basan en percepciones. Sean percepciones internas o externas, son limitadas. Reconoce eso, y oirás la invitación a entrar en la verdad de ti mismo, que no puede ser percibida o imaginada, y sin embargo lo impregna todo.
Cuando detienes toda actividad mental en torno a quien crees ser o a lo que crees necesitar para tu felicidad, se abre una grieta en la autoridad de la percepción, en la estructura de la mente. Te invito a entrar por esa grieta. Entra por esa abertura. Cuando lo haces, la mente se vacía de sus autodefiniciones. En ese momento sólo hay silencio. Y, en ese silencio, es posible reconocer la plenitud absoluta: la verdad de quien eres.
Cualquier pensamiento que hayas tenido respecto a ti mismo, por inflado o desinflado que fuera, no es quien eres. Sólo es un pensamiento. La verdad de quien eres no puede ser pensada, porque es la fuente de todo pensamiento. La verdad de quien eres no puede ser nombrada o definida. Aunque palabras como alma, luz, Dios, verdad, yo, conciencia, inteligencia universal o divinidad son capaces de evocar la dicha de la verdad, son muy inadecuadas para describir la inmensidad de quien verdaderamente eres.
Comoquiera que te identifiques a ti mismo: como hijo, como adolescente, como madre, padre, anciano, persona sana, persona enferma, persona sufriente o persona iluminada, siempre, detrás de todo eso, está la verdad de ti. No es algo ajeno a ti. Está tan cerca que no puedes creer que eso eres tú. Cargas con los condicionamientos de tus padres, de las culturas y religiones como si fueran tu realidad, en lugar de ver eso que siempre ha estado contigo…, más cerca que el latido de tu corazón, más cerca que cualquier pensamiento, más cerca que cualquier experiencia.
La verdad de tu ser permanece inmune a los conceptos sobre quién eres: ignorante o iluminado, alguien irrelevante o alguien muy valioso… La verdad de tu ser está libre de todo. Ya eres libre, y lo único que bloquea la conciencia de esa libertad es tu apego a algunos pensamientos respecto a tu identidad. Esos pensamientos no te impiden ser quien verdaderamente eres. Ya eres eso. El pensamiento te impide tomar conciencia de quién eres.
Te invito a sumergir tu atención en lo que siempre ha estado aquí, esperando abiertamente su propia auto-realización. ¿Quién eres realmente? ¿Eres alguna imagen que aparece en la mente? ¿Eres alguna sensación surgida en el cuerpo? ¿Eres alguna emoción que pasa por tu cuerpo y por tu mente? ¿Eres algo que alguien dijo que eras, o eres la rebelión contra algo que alguien dijo que eras? Éstos son algunos de los muchos cursos posibles de la identificación errónea. Todas estas identificaciones vienen y van, nacen y mueren. La verdad de quien eres no viene ni va. Está presente antes del nacimiento, a lo largo de la vida y después de la muerte.
Descubrir tu verdadera identidad no sólo es posible: es tu derecho de nacimiento. Los pensamientos de que este descubrimiento no es para ti: «ahora no es el momento», «no te lo mereces», «no estás preparado», «ya sabes quién eres»… sólo son trucos mentales.
Es hora de investigar este pensamiento-yo y ver la validez que tiene. En este examen se produce una abertura donde la inteligencia consciente que eres puede finalmente reconocerse a sí misma.
¿Quién eres tú?
La pregunta más importante que puedes llegar a plantearte es: ¿Quién soy yo? En cierto sentido, esto ha sido algo que te has planteado de forma implícita en todas las etapas de tu vida. Cada actividad, individual o colectiva, está motivada originalmente por la búsqueda de una autodefinición. En el caso más habitual, buscas una respuesta positiva a esta pregunta y te alejas de la respuesta negativa. Cuando esta pregunta se hace explícita, su impulso y su poder dirigen la búsqueda de una respuesta abierta, viva, llena de una comprensión cada vez más profunda.
Por supuesto, el mundo externo te dice quién eres. Empezando por tus padres, se te dice que tienes un nombre, que eres niño o niña, y que tienes asignado un papel particular en esa familia. El condicionamiento continúa a lo largo de la escolarización. Eres un buen estudiante, un mal estudiante, una buena persona, una mala persona, alguien que puede hacer las cosas o alguien que no puede hacerlas, y así sucesivamente. Has experimentado el éxito y el fracaso. En algún momento, después de cierta etapa, te das cuenta de que tu identidad, comoquiera que esté definida, no te satisface.
A menos que respondas verdaderamente a esta pregunta, sin limitarte a la respuesta convencional, seguirás teniendo hambre de conocimiento. Porque, independientemente de cómo te hayan definido los demás, de si lo han hecho con buena voluntad o no, e independientemente de cómo te hayas definido a ti mismo, ninguna definición puede producir una certeza duradera.
El momento en que reconoces que ninguna respuesta ha satisfecho nunca esta pregunta resulta clave. Suele conocerse como el momento de maduración espiritual: aquel en el que has alcanzado la verdadera madurez. En este punto puedes investigar conscientemente tu identidad.
Con su poder y simplicidad, la pregunta ¿quién soy yo? dirige la mente a la raíz de la identificación personal, la suposición básica de que «yo soy alguien». En lugar de considerar automáticamente que esa suposición es cierta, puedes investigar más a fondo.
No resulta difícil ver que este pensamiento inicial, «yo soy alguien», lleva aparejadas todo tipo de estrategias orientadas a creer que «soy alguien mejor», alguien más protegido, más sensible al placer, alguien que vive de forma más confortable, alguien más iluminado por el éxito. Pero cuando este pensamiento básico es cuestionado, la mente se encuentra con el yo que se suponía separado de lo que estaba buscando. A esto se le llama auto-indagación. Esta pregunta básica, ¿quién soy yo?, es la que más pasamos por alto. Pasamos la mayoría de nuestros días diciéndonos o diciendo a otros que somos alguien importante, alguien sin importancia, alguien grande, alguien pequeño, alguien joven, alguien viejo, sin cuestionarnos verdaderamente esta suposición tan básica.
¿Quién eres realmente? ¿Cómo sabes que eso es lo que eres? ¿Es eso cierto? ¿De verdad? Cuando dices que eres una persona, lo sabes porque te lo han enseñado. Cuando dices que eres bueno o malo, ignorante o iluminado, se trata sólo de conceptos mentales. Te olvidas de todos ellos cada noche cuando te vas a dormir. Cualquier cosa que pueda ser olvidada nunca te aportará certeza. En un instante de verdadera y sincera auto-indagación, lo que no puede ser olvidado ni recordado se revela a sí mismo como tu ser. Lo único que se necesita es que dejes de intentar encontrarte en una definición.
Al dirigir la atención a la pregunta ¿quién soy yo?, tal vez veas una entidad que tiene tu rostro y tu cuerpo. Pero ¿quién es consciente de esa entidad? ¿Eres el objeto, o eres la conciencia del objeto? El objeto viene y va. El padre, el niño, el amante, el abandonado, el iluminado, el victorioso, el vencido…; todas estas identificaciones vienen y van. La conciencia de estas identificaciones esta siempre presente. La identificación errónea de ti mismo como un objeto en la conciencia conduce a un placer y a un dolor extremos, y a interminables ciclos de sufrimiento. Cuando estás dispuesto a detener la identificación y a descubrir directa y completamente que tú eres la conciencia misma, y no esas definiciones perecederas, la búsqueda de ti mismo acaba.
Cuando la pregunta ¿quién? es seguida con inocencia, con pureza, remontando todo el camino de vuelta hasta su fuente, se produce una enorme, sobresaliente realización: ¡Allí no hay, en absoluto, ninguna entidad! Sólo hay un reconocimiento indefinible e ilimitado de que eres inseparable de todo lo demás.
Eres libre. Estás completo. Eres ilimitado. No hay fondo en ti, no hay frontera en ti. Cualquier idea respecto a ti mismo aparece en ti y vuelve a desaparecer en ti. Tú eres atención y la atención es conciencia.
Deja que toda autodefinición muera en ese momento. Deja que todas las definiciones se vayan, y mira lo que queda. Mira lo que no nace y lo que no muere. Siente el alivio de dejar caer al suelo la carga de definirte a ti mismo. Experimenta la no-realidad de la carga. Experimenta la alegría que está aquí. Descansa en la paz interminable de tu verdadera naturaleza antes de que surja ningún pensamiento arraigado en el yo.