El arte de la personalidad es la primera y última lección del camino del despertar interior, y el secreto de este arte se puede identificar en todas las enseñanzas religiosas. Los métodos adoptados pueden ser diferentes en los detalles, pero el objetivo en cada caso es el mismo. La tragedia entera en la vida es perder de vista el ser natural de uno mismo, que es cubierto por el falso yo. Es por lo tanto, que todos los métodos para entrenar el ego son útiles para ayudar a distinguir entre el ser natural y el no natural. Afinar el corazón es la fuente secreta de toda felicidad porque ofrece éxito en nuestros compromisos hacia nuestros congéneres, de la misma manera que corre el velo que separa la ilusión del yo de la Divina Presencia en toda la creación.
En el desarrollo del arte de la personalidad, el sentido de la belleza y la sinceridad incondicional son dos consideraciones principales. La rosa y la espina son el resultado de la misma planta. Es solo que la belleza, fragancia y color latentes en la raíz se expresan ellos mismas en el florecimiento de la rosa, y no en la espina. Al respecto, la única diferencia entre una planta de rosa y el ser humano es que el ser humano puede usar su fuerza de voluntad, con la ayuda, ya sea del color, fragancia, belleza, o espina que estén a su disposición. Así como ambas, la rosa y la espina vienen de la misma raíz, el santo y el pecador vienen de la misma fuente, Dios el Creador.
Respecto a la sinceridad, hay muchos que pulen sus modales y hablan con un enfoque calculado y psicológico. Pero el pulimiento no es necesariamente belleza y la psicología no es necesariamente sinceridad. Sin embargo, sinceridad sin belleza puede ser tan fea como la no sinceridad. En otras palabras, se requiere equilibrio en el contexto de sinceridad y belleza, así como en la música el balance en tono y ritmo es la condición para una comunicación inspiradora.
El tacto, que viene de un profundo sentimiento del corazón, es el signo de los grandes en espíritu, que han servido a la humanidad de muchas maneras. El tacto es la naturaleza misma de una persona espiritual, que encuentra más fallas en ella misma que aún en una persona que carece de tacto. El tacto no puede ser aprendido y las cualificaciones mundanas no hacen realmente a alguien una persona de tacto. Uno puede imitar a una persona de tacto, pero un enfoque pulido no es lo mismo que la amabilidad. Tarde que temprano el falso tacto reprobará el examen. Una persona de tacto muestra sabiduría, inteligencia, sutileza e inclinación poética. Muchos llaman a la persona de tacto, «hipócrita», pero ¿qué sentido tiene la verdad directa, tirada como una piedra, que rompe el corazón? No hay virtud en la verdad que no tiene belleza. ¿Qué puede una persona piadosa conseguir, si cuando se imagina siendo buena, causa infelicidad a otros debido a la falta de tacto? ¿De qué sirve la piedad, o aún la espiritualidad, si ellas no crean felicidad?
El arte de la personalidad no es ni reclamar honores, ni un vano despliegue de rangos y condecoraciones o distinciones del falso orgullo. Es un estandarte de sabiduría alrededor del cual hermanos y hermanas de todas las convicciones se unen en uno y el mismo ideal.
La espiritualidad
es el desenvolvimiento de
la nobleza innata.
Es la Divina Herencia de cada alma.
El propósito del esfuerzo serio en el camino espiritual
es llegar a ser consciente de esa Divina Herencia
que se revela así misma en el despertar al llamado interno.
La nobleza de espíritu,
que para los Sufis es llamada,
«La Manera de Dios»
no puede ser ni enseñada ni aprendida;
brota como un Divino capullo
cuando uno se vuelve consciente de su Mensaje.
Esta Manera, o «nobleza innata»,
es el más alto principio religioso,
la verdadera aristocracia del espíritu
y el más bello ejemplo de democracia
en el lenguaje del corazón,
que se expresa a sí misma en términos de
tolerancia y perdón hacia todos.
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