La tragedia humana tras el elevado número de inmigrantes y refugiados, entre ellos muchos menores, que en los últimos años han desaparecido ya en territorio europeo o en su viaje hacia el Viejo Continente.
“Son como nosotros en la época de la dictadura. Sus hijos y maridos han salido de casa y nunca han vuelto.
Son los nuevos desaparecidos”.
Dora Salas, secuestrada en 1977 durante el régimen militar en Argentina, quien se salvó de milagro y hoy es una de los líderes de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, casi no puede contener las lágrimas delante de una pareja de tunecinos que buscan a su hijo desaparecido en Italia.
Son Samir y Maharsiya Raoaufi, de 58 y 55 años, quienes afirman desconocer el paradero de su hijo Mohammed desde 2011, cuando este, tras cruzar el mar Mediterráneo, llegó a Italia, y luego desapareció sin dejar rastro.
Los tres, junto a un centenar de otras personas, se encuentran en Torre Argentina, plaza de la capital italiana, donde todos los jueves, desde hace ya un mes, representantes de más de 30 asociaciones humanitarias -entre ellos, la ONG Familiares- y parientes de migrantes desaparecidos se manifiestan para sensibilizar sobre el fenómeno.
Otras marchas se hacen en Turín, Milán y en las ciudades sicilianas de Palermo y Messina. “Como Familiares, es la primera vez que apoyamos una iniciativa que no está directamente relacionada con nosotros. Y es porque ellos son como nosotros, repito.
En muchos casos, no tienen ni un cuerpo para llorar, ni un cadáver para besar por última vez”, explica Salas, cuya organización representa justamente a los otros parientes de las víctimas de la dictadura argentina, no a las madres o abuelas, como las más conocidas Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
No hay estudios definitivos sobre el número de migrantes y refugiados que, en los últimos años, han desaparecido ya llegados a Europa o en su viaje hacia el Viejo Continente.
Algo que se debe a que las circunstancias de las desapariciones son muy difíciles de reconstruir. En algún caso, no se ha encontrado el cadáver, en otros, el cuerpo todavía no ha podido ser identificado.
En otros, los familiares aseguran que la persona llegó sana y salva a Italia, pero desde entonces nunca más ha dado señales de vida.
Y, por supuesto, muy recurrentes son los casos de aquellos no identificados que fallecen ahogados en el Mediterráneo y cuyos restos son víctimas de grandes depredadores marítimos.
Y eso que Italia, en este campo, es una de las naciones más solidarias y mejor organizadas.
Tanto que, desde ya hace dos años -después de dos terribles naufragios ocurridos en octubre de 2013 en los que murieron al menos 700 migrantes-, el Gobierno italiano que hoy dirige Matteo Renzi persevera en su intento de dar un nombre, cuanto menos, a los cadáveres no identificados que se hallan.
Una tarea que, junto con la de localizar a los desaparecidos con nombre y que presuntamente están vivos, ha sido asignada a la Oficina del Comisario Extraordinario para Personas Desaparecidas, Vittorio Piscitelli. A Italia, “la motivaron razones humanitarias y éticas, así como un sentimiento de piedad por los muertos, y el dar algo de paz a los familiares”, explicaba en una reciente entrevista este funcionario del ministerio de Interior italiano.
No obstante, en la práctica, los costes para identificar a los cadáveres, la dificultad en la localización y comunicación con familiares -que en muchos casos se niegan a reconocer a las víctimas para evitar afrontar la verdad o por miedo a represalias en su país- y, más aún, la indiferencia de la opinión pública europea hacia estos temas, dificultan el trabajo de este equipo.
El cual, además, está a cargo de un trabajo desbordante con muy pocos recursos. De hecho, según los datos de esta oficina, hasta el 30 de junio de 2015, había 1.421 cadáveres en manos de las autoridades y aún no identificados, de los cuales cerca de la mitad son extranjeros fallecidos en naufragios.
Algo que se suma a un listado que incluye a casi 7.000 extranjeros registrados como desaparecidos que no han vuelto a aparecer entre 2014 y 2015, según el anexo 2BIS del XIII informe sobre Personas Desaparecidas, hecho público en junio pasado y que incluye las desapariciones ocurridas hasta marzo de este año.
El misterio de 501 tunecinos
Un caso que es un verdadero misterio es precisamente el que involucra a la familia Raoaufi.
Porque Mohammed, quien cuando desapareció en 2011 tenía 18 años, no es el único de esa nacionalidad que desapareció con vida.
Según las denuncias hechas por familiares, entregadas por la Embajada tunecina en Italia a la oficina de Piscitelli -quien incluyó el dato en el mencionado informe-, hay otros 500 como él.
Otros 500 tunecinos que han desaparecido en circunstancias que continúan desconocidas después de años de investigaciones infructuosas.
“Hay un vídeo en el que se le ve (a Mohammed) en el centro para inmigrantes de (la isla siciliana de) Lampedusa en 2011”, cuenta Samir, el padre de Mohammed.
“Hace año y medio, hemos venido a Italia para buscarlo. Antes de regresarnos a Túnez, cuanto menos, queremos que nos den su cadáver”, afirma Samir con la desesperación en los ojos, quien, además, se mantiene en Italia sólo gracias al dinero que le envían sus hijos expatriados en Francia y Reino Unido.
Y es que, hasta la fecha, siquiera hay hipótesis significativas que sugieran dónde están, cómo y por qué han desaparecido estos tunecinos. Nada.
“La investigación aún está en curso, pero lo cierto es que es un caso muy misterioso y frustrante”, explican desde el ministerio de Interior italiano.
“A cuatro años de distancia de la primavera árabe, que justamente empezó en Túnez, todavía no tenemos noticia de 501 tunecinos desaparecidos”, recalca asimismo en el informe de ese ministerio, añadiendo que Túnez ha propuesto que se cree un organismo específico que investigue sobre estos casos.
Así y todo, más inquietante aún, de ser posible, son las desapariciones de menores.
De acuerdo con una reciente denuncia presentada en Roma, en los primeros meses de 2015, desaparecieron de esta ciudad 2.047 niños extranjeros, la mayoría egipcios.
“Estos niños están en riesgo de caer bajo graves formas de explotación (trabajo ilegal, prostitución y abuso sexual)”, escribió el ayuntamiento de Roma en una nota oficial que, de momento, es uno de los pocos testimonios por parte de las autoridades italianas que se han hecho públicos sobre este caso.
Mientras que Penelope, otra de las principales asociaciones de desaparecidos en Italia, denunció este año que la isla de Sicilia ha batido récord de niños cuyo rastro se ha perdido: en total, serían 2.635, de los cuales 2.130 extranjeros.
Según las cifras del ministerio de Interior italiano, en cambio, desde 2008 han desaparecido 25.070menores extranjeros, de los cuales 13.502 han sido luego encontrados y 11.568 todavía permanecen desaparecidos.
La Batalla de Don Quijote
En este baile de cifras escalofriantes, la angustia que prueban los Raoaufi, Salas e incluso los funcionarios del ministerio de Interior italiano, es la misma que comparte Enrico Calamai, ex cónsul italiano en Argentina durante la dictadura en ese país y también uno de los que están detrás del proyecto para sensibilizar a la opinión pública sobre la tragedia de los migrantes desaparecidos.
De hecho, al principio, fue suya la idea de usar el modelo de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo como forma de protesta en las plazas italianas. Luego vino el apoyo de Familiares y las otras ONG.
“Nos reunimos, leemos nuestras peticiones, siempre con las fotos de los desaparecidos colgadas al cuello y siempre los jueves, que es el día en que también hacían sus caminatas las Madres de Plaza de Mayo durante la dictadura”, cuenta Calamai, hoy presidente de la asociación Nuevos Desaparecidos. “El problema es que no tenemos un céntimo y que somos pocos, muy pocos.
Pero, bueno, cuando las Madres salieron a la calle por primera vez también eran apenas un puñado…”, continúa.
“Ha sido muy conmovedor para mí oírlos cantar las mismas consignas que nosotros. Vivos se fueron, vivos los queremos”, dice Salas, cuyo marido tampoco nunca ha sido encontrado.
Y eso que el fenómeno de las desapariciones de inmigrantes no es, por supuesto, exclusivo de Italia.
Según pudo contrastar esta periodista, durante un desplazamiento en la frontera entre Croacia y Serbia, los migrantes también denuncian estar perdiendo el rastro de los suyos durante los procesos de identificación de las autoridades de los países a los que llegan, procesos durante los cuales a menudo las familias son separadas -hombre y mujeres-, en los campos para refugiados.
Tanto es así que, en la estación de trenes de Viena, a mitades de octubre apareció una pancarta donde se veían desesperados anuncios de migrantes que han perdido a los suyos durante su viaje.
Pero, no obstante, no hay coordinación entre las autoridades europeas en la búsqueda e identificación de los migrantes desaparecidos . “No, no tenemos ningún contacto con la policía la griega, a pesar de que frente a las costas griegas han muerto muchos, muchísimos”, cuentan los funcionarios del ministerio de Interior de Italia. Esto, a pesar de que estos datos también son de espanto.
De acuerdo con Fortress Europe, la única organización que desde hace 14 años lleva esta terrible contabilidad, más de 22.000 han zarpado un día por el Mediterráneo y nunca más dado señales de vida
. De ahí que la ONU considere este mar “la frontera más peligrosa del mundo”, lo que incluye, por supuesto, también los que fallecen frente las costas de Grecia, Malta y, en menor medida, España.
El futuro no hace presagiar nada bueno. “Hemos observado un aumento en el número de víctimas de naufragios y una disminución en el número de familiares que piden ayuda para localizarlos.
Quizá por la resignación”, dice Tarek Ebrane, coordinador del la ONG 13 de Octubre, una de las pocas que se encargan también de los muertos y desaparecidos -la mayoría de las ONG se dedican a lo más apremiante, los vivos-.
Y añade Ebrane: “Lo que hace falta es una base de datos europea sobre todas las víctimas que cruzan el Mediterráneo”. Un proyecto, este, sobre el que empezó a trabajar el laboratorio Labanof de Milán, especializado en identificación de cadáveres, que trabaja junto con Piscitelli, pero que avanza muy lentamente.
“Todavía hay unas 200 víctimas sin identificar de los naufragios de octubre de 2013. Y esos son los casos sobre los que ha habido mayor atención por parte de la opinión pública”, continúa Ebrane.
De hecho, en tanto se recolectaban los datos mencionados en este artículo, las tragedias no se detenían. Tan sólo este pasado abril, 700 perdieron su vida en un naufragio frente las costas de Libia y muchos todavía están bajo el agua, encerrados en la barcaza que se hundió.
De hecho, si bien la Marina italiana empezó a retirar los cuerpos del naufragio en julio y el equipo de Labanof realizó algunas autopsias en una tienda de campaña improvisada pero de alta tecnología en una base de la OTAN en Melilli, Sicilia, los resultados hasta ahora son pocos: sólo 20 cadáveres pudieron ser identificados.
Por ello, otras organizaciones, como International Commission on Missing Persons (ICMP), que identificó al 90% de los muertos de Srebrenica (1995), también han ofrecido su ayuda.
Por su parte, hasta ahora, el Gobierno italiano sigue mostrándose dispuesto a no olvidar estos casos, remitiéndose al concepto de pietas romana, el cual implica sentirse conmovido por el dolor ajeno y movido a actuar ante el sufrimiento.
De ahí que, en medio del cacofonía mediática por los atentados en París y Malí, Renzi, el mandatario italiano, instó a los italianos a no dejarse llevar por el miedo y recordar que los refugiados y migrantes que llegan a Europa “no son terroristas, sino personas que huyen del terrorismo”. “Europa no debe olvidarse de los valores humanos en la que fue fundada”, continuó Renzi, citando también el trabajo de la oficina de Piscitelli y al afirmar que seguirá con estas políticas “a costa de perder votos”.
Cuando ya es noche en Torre Argentina y la plaza se ha inundado de un bullicio de gente apresurada por regresar a sus hogares, un pequeño grupo de mujeres con velo se detiene y mira hacia la esquina donde están los manifestantes.
A Samir y Maharsiya se les ilumina la cara. Son las primeras que, atraídas por las lecturas de Salas y Calamai, se acercan para mirar la descolorida foto de Mohammed colgada del cuello de la mujer.