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Hay dos tipos de maestros espirituales.
Unos son los que han experimentado lo que cuentan.
Otros son los que cuentan lo que le contaron otros.
Los segundos no son malos, son simplemente eruditos (si lo son). Un buen erudito, si es buen comunicador, te puede transmitir ideas que te pueden resultar útiles, prácticas, que te pueden hacer pensar, que te pueden ayudar a replantearte las cosas y a tener un nuevo mapa sobre cómo eres y cómo es la relación que tienes con el mundo. Aunque si sólo acudes a este tipo de maestros, acabarás teniendo ideas contradictorias y confusas. También es verdad que un maestro que te hable de lo que le hablaron no te puede transmitir el sabor de su experiencia, porque no la tiene. Incluso puede que las ideas que te transmita, al no estar pasadas por el filtro de su verdad, sean equivocadas.
En el mundo de la sobre información en la que vivimos, ahora lo que importa es el criterio, la capacidad de discernir entre todo lo que se dice, la verdad de la falsedad. Y no es fácil. Para captar información sólo hay que abrir el Google o el YouTube y buscar. Pero no todo lo que se dice es acertado. De hecho, podríamos decir que casi la mayor parte no lo es. No hay más que ver un telediario. Casi todo tiene una segunda intención. Lo cual no quiere decir que la gente no esté en su derecho de poder transmitir lo que quisieran creer y hacer creer. Pero por más que vociferen, el silencio permanece debajo para el que sabe escucharse.
Cuando uno empieza a leer libros de autoconocimiento y ensayos sobre espiritualidad, me parecía que todos tenían razón. Con el tiempo, la experiencia y el criterio, llega un momento en que la mirada tiene suficiente discernimiento para darse cuenta de qué libros son útiles y han pasado por la experiencia personal de quien lo cuenta y qué libros no son más que un corta-pega, un refrito de ideas que ya se han dicho muchas veces. De hecho, con el tiempo y la práctica, pocos libros te sorprenden o te impresionan. El criterio es mayor. Nuestro mundillo –el del desarrollo personal- es muy interesante, pero vaya mundillo. La tradición dice que “cada alumno encuentra a su maestro equivalente” o “cuando el discípulo está preparado aparece el maestro”. Por eso al principio, con la fascinación de la llegada a un mundo nuevo, todos los enseñantes nos parecen interesantes y probamos y probamos. Y a veces nos perdemos y a veces nos encontramos.
Sin embargo, cuando la experiencia y el saber han madurado, uno es capaz de discernir entre los que son lo que cuentan y los que cuentan lo que creen comprender.
Por ejemplo, con el mundo de las terapias. No hay más que ver cómo en la publicidad del sector parece que casi todas las terapias son capaces de curarlo todo. Y no puede ser más engañoso ese concepto. La curación es un proceso complicado, retorcido, lleno de resistencias, de características específicas para cada persona, que requiere de una relación muy especial entre cliente y terapeuta, que exige un tiempo, un conocimiento profundo de las causas ocultas, un seguimiento, una comprensión y una capacidad de motivación, renuncia, valentía, reciclado de emociones, reformas internas, empatía real, reestructuración de ideas y relaciones, voluntad, sabiduría, pureza interna, técnicas bien aplicadas y necesidades muy grandes.
Si cada uno de nosotros no es capaz de cambiarse a sí mismo a voluntad, cómo vamos a ser capaces de cambiar a otros tan fácilmente. Sobre todo cuando esa transformación ni siquiera tenemos claro hacia dónde nos va a llevar. En nagual llevamos años investigando y experimentando sobre el arte de curar y sabemos lo que se puede y lo que no se puede hacer. Una cosa es lo que nos gustaría y otra la que es. Hay que tener los pies en el sueño para poder crecer y transformarse. Los árboles crecen hacia la sombra y hacia la luz simultáneamente. Desconfiad del fast food terapéutico.
Lo mismo que con la terapia, acontece con la enseñanza espiritual. En nagual recibimos cientos de ofertas al año de especialistas que quieren impartir enseñanzas en nuestro centro. Es posible que muchos de ellos sean buenos y que alguno de ellos sea muy bueno, pero casi ninguno de ellos es convocado. Bajo nuestro criterio, o proviene de un linaje marcado por la tradición y es evidente que en sí mismo ha experimentado lo que enseña, o no tiene sentido su promoción. A veces nos equivocamos. Es probable que muchos de los no convocados sean muy buenos y nos equivoquemos, pero al menos sabemos que nuestros alumnos tienen la certeza de que los que sí son convocados son garantía, aunque alguna vez nos hemos equivocado. Pero no vienen dos veces.
En lo espiritual, la presencia del maestro verdadero es suficiente para producir transformación en el escuchante. El gran Ramana Maharshi sólo decía “siéntese aquí cerca de mí, será suficiente”. Hay que estar muy seguro de lo que uno es para poder decirlo así. El humor, el amor, la estabilidad, la mirada y la voz de los maestros que hablan de lo que ellos mismos son, cambia a quienes les escuchan. Porque cuando uno acude a recibir enseñanzas de un maestro espiritual real, uno no va a encontrarse con ese señor o señora, uno acude a encontrarse consigo mismo, con la parte más sagrada de uno mismo que ese maestro representa y convoca en ti. Cuando recibimos la enseñanza, la mirada, la voz y la presencia de un maestro espiritual, lo que nos acontece es nuestra identidad, lo que brota es nuestra verdad. Aunque a veces ese resurgir del recuerdo de lo que somos entrañe antes un proceso de reciclado, a veces doloroso, de lo que no somos. Podemos decir que en esos encuentros consigo mismo, todo lo que no es el amor, la sabiduría y la energía va a emerger para ser sanado. Por eso esa presencia es una alquimia interna.
Claro, todo esto parece algo de gente rara.
En el cotidiano social, estas cosas parecen superchería para ingenuos. No nos extraña. ¿Hemos de considerar lo que el mundo muestra en los medios de comunicación algo más real? La maldad ensalzada en el culto a lo engañoso, el insulto crónico, el deseo del mal ajeno, la manipulación sin escrúpulos de los pueblos, la mentira directa y las emociones pervertidas como modelo de éxito, el aplauso a la estupidez, a la ignominia, el fomento de los bandos, la transmisión crónica del miedo como fundamento, la polarización atroz, la hipocresía y el falso escandalizaje como principios de comunicación. La oscuridad se cierne sobre nuestros pueblos mientras deglutimos el veneno informativo provocado por la ignorancia como ocas alimentadas por la fuerza para destruir nuestra voluntad y criterio y poder devorarnos a todos en el supremo altar del dinero.
Miramos a los niños y dan ganas de reservarlos, de proteger su mirada inocente, su emisión de amor incondicional, su ilusión, su energía, su capacidad de entrega, su bondad natural. A ver si así pudiéramos evitar que se transformaran en otro adulto más que pasea con los ojos vidriosos y la piel cenicienta, la espalda doblada y la mente embotada por los pensamientos de miedo que le bombardean, buscando una manera de escapar de sí mismo mientras se finge feliz frente a los demás. Destruimos lo puro en otros y extendemos el dolor para no recibir el dolor propio de darnos cuenta de lo alejados que estamos de lo que podríamos ser. Y conseguimos lo contrario. Destruir la belleza del mundo es destruir mi belleza. Despreciar la bondad de los demás es hacerme diabólico. Burlarme del conocimiento es hacerme estúpido. Fingirme prepotente no esconderá de mi mismo el miedo que me da lo que creo ser.
Un maestro que habla de lo que él mismo experimenta es como un niño sabio. Ha recuperado su centro. No es manipulable, no es predecible, no entra en las farsas de control. Sólo emite lo que es. Y lo que es, es evidente que nos trae recuerdos de un nosotros más auténtico.
El trato con los maestros es el trato con la verdad interna, es el trato con la identidad verdadera que reside en todos, esperando una mirada lúcida para manifestarse. Lo que Es no requiere de ser creado ni conseguido. Lo que Es está continuamente esperando ser revelado. Y para eso sólo hay que prescindir del error. Pero para poder hacer eso hay que ser capaz de salir un momento del enjambre.
Aunque al que sale del enjambre le llamen raro.
A veces es más honesto vivir como pirata que alistarse en la marina.
Sobre todo, por la inmensidad del mar que experimentas.
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