Psicología/Jennifer Delgado
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«Un miércoles por la mañana, mientras me preparaba para ir al trabajo, escuché un grito en medio del silencio, corrí angustiado hacia el cuarto de baño y vi a mi esposa doblada por el dolor, sin aliento para hablar.
Verla así me dio mucho miedo. Rachel no es de esas personas que se quejan por nada. Así que cuando la ví en aquel estado, llorando como si fuera una niña pequeña, llamé inmediatamente a la ambulancia.
No sé cuánto tiempo tardó la ambulancia porque el dolor y el pánico distorsionan nuestra percepción del tiempo, pero cuando escuché su característico sonido me sentí aliviado. No sabía que nuestra aventura apenas acababa de empezar.
Uno de los técnicos le hizo a mi esposa la clásica pregunta: ‘Del 1 al 10, ¿cuánto le duele?’
‘Once’, balbuceó Rachel.
Mientras iba en la ambulancia, sufría a la par de mi esposa, pero confiaba en que todo terminaría rápidamente al llegar al centro médico. El viaje duró 10 minutos, al llegar al hospital colocaron su camilla en una larga fila y Rachel se convirtió oficialmente en un paciente, en las dos acepciones del término.
Al cabo de un rato, me acerqué a una enfermera y le pedí que viera a mi esposa porque nunca la había visto quejarse así.
‘Tendrás que esperar tu turno, solo es un poco de dolor, aguanta cariño’, le dijo mientras le daba un golpecito condescendiente en la cabeza.
En ese momento no sabíamos que su ovario estaba muriendo, literalmente. Mi esposa tenía un quiste de ovario, un problema bastante común, pero en su caso había crecido demasiado sin ser detectado y torció la trompa de Falopio. Este problema se denomina torsión ovárica y es muy doloroso, además de requerir una intervención quirúrgica inmediata.
Sin embargo, la atención que mi esposa necesitaba tardó en llegar. Al cabo de dos horas, un médico se acercó, hizo algunas preguntas rápidas, un examen fugaz y desapareció. Media hora más tarde una enfermera le puso un suero para el dolor, y la llevó a la sala para realizarle una TAC. Era el tratamiento de rutina para un cálculo en el riñón.
Cuando el medicamento para el dolor comenzó a hacer efecto, Rachel fue perdiendo la conciencia pero en su rostro aún estaba dibujada una mueca de dolor. Tres horas después de haber realizado la TAC, el médico vio los resultados y sus ojos se desorbitaron. Confirmó que tenía una gran masa en el abdomen pero no sabía de qué se trataba. Fue entonces cuando todos se pusieron las pilas y detectaron la torsión ovárica.
A Rachel la operaron y todo salió bien, pero me preguntó qué habría pasado si hubiese llegado sola a ese hospital donde las enfermeras y los médicos parecían decirme: ‘No te preocupes, las mujeres lloran por nada. Son así’.”
Esta historia, que resumí a grandes rasgos, fue vivida en carne propia por el periodista Joe Fassler, quien la publicó indignado en The Atlantic. Y la traigo a colación porque yo también he podido ver en los ojos de algunos doctores esa mirada condescendiente que minimiza tus síntomas y te hace sentir a medio camino entre la histeria y la hipocondría. Y no soy la única. Muchas mujeres han sido tratadas igual.
Las mujeres son más propensas a padecer enfermedades que causan dolor, pero reciben tratamientos más conservadores
Un estudio desarrollado por investigadores de la Universidad de Maryland desveló un dato alarmante: en Estados Unidos los hombres esperan una media de 49 minutos para recibir un analgésico para el dolor abdominal agudo. Las mujeres esperan una media de 65 minutos para recibir el mismo tratamiento por la misma causa porque a menudo su dolor se cataloga como “emocional”, “psicogénico” o incluso “irreal”.
Otro estudio realizado en la Universidad de Pensilvania halló que las mujeres tienen entre un 13% y un 25% menos probabilidades de recibir un tratamiento con opioides para aliviar el dolor, mientras que a los hombres se les prescribe este tratamiento más rápido y con más frecuencia.
Sin embargo, lo curioso es que investigadores de la Universidad de Florida encontraron que las mujeres enfrentan un riesgo mayor de desarrollar enfermedades que causan un dolor intenso. Las mujeres tenemos el doble de probabilidades de sufrir esclerosis múltiple, de dos a tres veces más posibilidades de desarrollar artritis reumatoide y cuatro veces más probabilidades de sufrir síndrome de fatiga crónica que los hombres. Además, las enfermedades autoinmunes, que a menudo incluyen dolor debilitante, golpean a las mujeres tres veces más que los hombres.
Aún así, muchos médicos y enfermeras minimizan su dolor, al parecer seguimos cargando con el peso histórico de la histeria. De hecho, la “histeria femenina” fue un diagnóstico común hasta mediados del siglo XIX, en aquel momento se estimaba que una de cada cuatro mujeres estaba aquejada de histeria.
Este diagnóstico se aplicaba a un amplio abanico de síntomas, desde el insomnio hasta el desmayo, la retención de fluidos, la irritabilidad, el dolor de cabeza y los espasmos musculares. Y lo más curioso es que se trataba estimulando los genitales femeninos. Obviamente, en su base se hallaba la idea de que las mujeres exageraban el dolor o incluso se lo inventaban.
La comunidad médica está al corriente de esta “maldición de género” pero sigue pensando que las mujeres son demasiado sensibles
Lo peor de todo es que esta “maldición de género” es un fenómeno bien conocido en la comunidad médica. De hecho, existe lo que se conoce como “Síndrome de Yentl”, que hace referencia a que los ataques de corazón suelen presentarse de manera diferente en las mujeres y los hombres, razón por la cual muchos médicos se centran en los signos clásicos que presentan los hombres y muchas mujeres no son diagnosticadas a tiempo, con las correspondientes consecuencias mortales que esto acarrea.
Las estadísticas indican que las mujeres que sufren una enfermedad cardíaca suelen recibir un tratamiento menos agresivo que los hombres, a pesar de que en ellas la enfermedad normalmente se encuentra en un estadio más avanzado. Las mujeres tenían la mitad de probabilidades de ser sometidas a un cateterismo cardíaco y son menos propensas a que se les recomiende una cirugía de bypass o un procedimiento para desobstruir las arterias bloqueadas.
Por si fuera poco, también se ha apreciado que las mujeres son más propensas a recibir diagnósticos de condiciones como la fibromialgia y el síndrome de fatiga crónica, de las cuales aún no se han identificado bien las causas y no existen pruebas diagnósticas definitivas. Esto significa que las mujeres tienen más probabilidades de recibir el diagnóstico de “trastornos nebulosos” que tienen un gran componente psicológico.
Obviamente, en una sociedad que marcha hacia la igualdad de género, estos esterotipos son inconcebibles. Y lo peor de todo es que esas ideas preconcebidas de la mujer como “sensible” y “llorona” en el plano médico pueden representar la diferencia entre la vida y la muerte, o terminan afectando considerablemente la calidad de vida de una persona.
Lamentablemente, según Leslie Jamison, quien ha creado la “Teoría Unificada del Dolor Femenino”, “las mujeres reciben un tratamiento inicial menos agresivo que los hombres, hasta que demuestren que su dolor es importante”.