Todos llevamos en nuestro interior un astuto oyente:
un intruso arrogante, fastidioso y gruñón,
y su presencia obstruye el escuchar, que es pureza,
comprensión completa, clara serenidad.Cuando se produce el escuchar verdadero, el ser entero está pasivo,
atento, totalmente perceptivo, silencioso y, por tanto, inactivo.
No hay expectativas, nada que lograr.
En su integridad, sólo un escuchar alerta.¿De verdad es posible experimentar tal estado?
Encontrarás la respuesta en tu interior, tras persistentes intentos.
No desesperes jamás, pues están escritas en cada uno de nosotros
infinitas posibilidades, claras, certeras y precisas.No abrigues ninguna duda, pon toda tu energía
en este crucial cometido. No rechaces
nada de lo que oigas. Recíbelo todo
con el ser abierto… ¡Sé uno con lo que escuchas!Si lo que oyes es falso, la falsedad no te afecta;
pasa de largo sin hacerte ningún daño.
Si lo que oyes es la Verdad, en ese momento sublime
se abre una grieta en el muro del «yo» y, en ti,
se vislumbra un momento de luz.Cuando perseveras en el escuchar, el viejo ser
humano empieza a desmoronarse,
y un día por ―sorpresa― todos los misterios se revelan.
Cuando el individuo se libera, alcanza la Inmensidad,
la Realización Suprema: es uno con la Totalidad.
Surgen dos preguntas naturales: ¿cómo cobra existencia el oyente?
y ¿cómo crea luego esa manera errónea de escuchar?
El oyente, en realidad, es una ficción que se deriva automáticamente
de los procesos de pensamiento del «yo personal».Fíjate en la importancia exclusiva que se concede a sí mismo,
y el desdén y la arrogancia con los que contempla el mundo.
«Cuidado, alguien habla». Y él inmediatamente se entromete
y distorsiona el sentido de las palabras. El escuchar termina.Cuando hay un oyente que critica y acusa,
el individuo escucha a su «yo» y actúa a través de su «yo».
Se rompe la conexión; todo encuentro está vacío,
y así es imposible descubrir la Verdad o el Amor.Sabiendo esto, surge ahora otra pregunta:
¿cómo escapar de su influencia?
Cada vez que aparece, míralo de frente
con atención total, sin ningún propósito imaginario.Ese silencioso encuentro frontal lo disuelve, por completo.
Lo que ahora queda es puro escuchar, integrado en el presente.
Escuchar y observar no son distintos;
operan de la misma manera en toda circunstancia de la vida.
Para poder explicar con más claridad lo que es el «oyente», voy a hablar primero de lo que significa escuchar, ya que se puede asociar con observar y tratarse del mismo modo.
El auténtico escuchar nace de la pasividad incondicional de la mente, con el corazón y el ser completamente abiertos y receptivos. No anticipamos ningún ideal y, por consiguiente, no hay expectativas de lograr ningún resultado.
La Atención lúcida, omnímoda y espontánea es el único instrumento que nos ofrece la posibilidad de disfrutar debidamente de esta experiencia. Intelectualmente, tanto explicar como entender lo que es escuchar resulta fácil. Poner en práctica esta sencilla acción puede suponer, sin embargo, hacer frente a diversas dificultades, pero, con un poco de persistencia, es posible superarlas fácilmente. Todo individuo tiene la capacidad de hacer realidad esta postura psicológica, absolutamente necesaria en la aventura de conocer nuestro propio ser.
Así pues, escuchamos y observamos, con plena atención, tanto el movimiento del mundo exterior como el mundo de los pensamientos, imágenes, emociones… La simplicidad del contacto con todo lo que oímos y vemos crea la pasividad de la mente.
En este estado de quietud, el ser entero, en perfecta unidad, en un estado atemporal, observa, escucha y comprende a la perfección, al vivir plenamente la experiencia y no crear ningún bagaje de recuerdos. De esa comprensión, nace espontáneamente una acción transformadora que deja sin autoridad al ego personal.
Pondré un ejemplo del escuchar que te ayudará a entender muy claramente su esencia. Imagina que estamos escuchando a alguien que habla y habla sin parar, contando sucesos de toda índole: buenos o malos, hechos reales o imaginarios, verdades y mentiras, atendiendo a la programación que rija la mente de esa persona. Todo ello fluye a través de nosotros, como el agua de un río, sin encontrar ningún obstáculo. Es una manera sencilla de escuchar: la mente, atenta y lúcida, se halla en un estado de pasividad. Pues bien, lo que sea verdad nos obligará a vivirlo y percibir su realidad; lo que sea falso pasará de largo a través de nosotros sin afectarnos en modo alguno.
Y ahora volvamos al tema de este poema: el oyente.
En el momento, como el desafío de la vida nos exige un estado de atención, ¡aparece el intruso!, un intruso que analiza, juzga, interpreta lo que oye y ve según sus propios conocimientos acumulados, provenientes de la cultura, experiencias, sucesos pasados… A causa de esta aparición del oyente y su actividad continua, resulta imposible escuchar debido a que, estimulado por viejas experiencias y conocimientos, con su interpretación distorsiona la dinámica frescura de la vida, constantemente cambiante, nueva a cada momento.
Por esta indeseable intrusión, somos incapaces de encontrarnos ni con la belleza de la Vida en su eterno movimiento ni con el Amor creativo y sus inestimables riquezas.
También debido a esta indeseada ficción, se nos niega la capacidad de encontrar la felicidad sin causa, a la que, consciente o inconscientemente, aspira todo habitante del planeta Tierra.
Surge por tanto una pregunta natural: ¿qué tenemos que hacer para estar fuera de este callejón sin salida? ¡Nada, o casi nada! Identificados por entero con la llama de la atención, simplemente escuchamos y observamos el movimiento de esta ficción, sin proponernos alcanzar ninguna meta.
El simple encuentro cara a cara con este fastidioso intruso lo desintegra espontáneamente sin dejar rastro, y, en el vacío psicológico que sigue de inmediato, nos atrae hacia sí la esfera de lo Absoluto, donde nos fundimos y somos uno con ella, descubriendo así la divina realidad de nuestro ser.
Explicaré el tema desde un ángulo diferente: son las reacciones de la mente condicionada, bajo el nombre de «oyente» o «conocedor», las que ponen en marcha el «conocerse a sí mismo». Sin embargo, en cuanto se le confronta con la llama de la atención, el intruso se disuelve al instante y, en el vacío que así se crea, lo único que queda es puro escuchar, u observar, omnímodos. En esta circunstancia, nos manifestamos como estado de Conciencia Pura, atemporal y sin causa.