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Pero sin duda, el arte en el que el perverso destaca por excelencia es el de enfrentar a unas personas con otras, el de provocar rivalidades y celos. Esto lo puede conseguir mediante esas alusiones que siembran la duda, mediante
mentiras que colocan a las personas en posiciones enfrentadas, o simplemente hace correr rumores que, de una manera imperceptible, herirán a la víctima sin
que ésta pueda identificar su origen.
La fase de odio o violencia, empieza con toda claridad cuando la víctima reacciona e intenta obrar en tanto que sujeto y recuperar un poco de libertad. A partir de este momento abundarán los golpes bajos y las ofensas, así como las palabras que rebajan, que humillan y que convierten en burla todo lo que pueda ser propio de la víctima. Esta armadura de sarcasmo protege al perverso de lo que más teme: la comunicación.
Por otro lado. el perverso puede intentar que su víctima actúe contra él para poder acusarla de «malvada». Lo importante siempre es que la víctima parezca
responsable de lo que ocurre. Ésta al principio se justifica, y luego se da cuenta de que cuanto más se justifica, más culpable parece. (La víctima ideal es una persona escrupulosa que tiene una tendencia natural a culpabilizarse).
La manipulación funciona tanto mejor cuanto que el agresor es una persona que cuenta de antemano con la confianza de la otra persona. Mediante un sentimiento similar al de la protección maternal, ésta considera que tiene que ayudarlo porque es la única que comprende.
Durante la fase de dominio, los dos protagonistas adoptan sin darse cuenta una actitud de renuncia que evita el conflicto: el agresor ataca con pequeños toques
indirectos que desestabilizan al agredido sin provocar abiertamente un conflicto; la víctima renuncia igualmente y se somete, pues teme que un conflicto pueda implicar una ruptura. Percibe que no hay negociación posible
con su agresor, y que éste no cederá, y prefiere comprometerse a afrontar la amenaza de la separación.
La víctima se convierte en un chivo expiatorio responsable de todos sus males. A primera vista, lo que sorprende es el modo en que éstas aceptan su suerte.
Muchas veces la gente se imagina que la víctima consiente tácitamente o que es cómplice, conscientemente o no, de la agresión que recibe. Pero decir que es cómplice no tiene sentido, en la medida que ésta, por efecto del dominio, no dispone de los medios psíquicos para actuar de otro modo, está paralizada.
El error esencial de la víctima estriba en no ser sconfiada, en no considerar los mensajes violentos no verbales. No sabe traducir los mensajes y acepta lo que se le dice al pie de la letra. Para el perverso, la excusa es fácil «La trato así
porque así es como le gusta que la trate».
El agredido piensa que si actúa con paciencia, el otro
cambiará. No renuncia porque es incapaz de imaginar que no hay nada que hacer y que es inútil esperar algún cambio. Por lo demás, si abandona a su compañero, se sentirá culpable.
Las víctimas parecen ingenuas y crédulas; como no se pueden imaginar que el otro es un destructor, intentan encontrar explicaciones lógicas y procuran
deshacer los entuertos.
Frente a un ataque perverso, algunas personas se muestran primero comprensivas, intentan adaptarse: comprenden o perdonan porque aman o
admiran.
Si aceptan la sumisión, la relación se instala en esta modalidad de una forma definitiva: la víctima se encuentra cada vez más apagada o deprimida y el agresor es cada vez más dominante y se siente cada vez más seguro de su
poder..
El establecimiento del dominio sume a las víctimas en la confusión: o no se atreven a quejarse o no saben hacerlo. Éstas describen un verdadero empobrecimiento, una anulación parcial de sus facultades y una amputación de
su vitalidad y de su espontaneidad. Aunque sientan que son objeto de una injusticia, su confusión es tan grande que no tienen ninguna posibilidad de reaccionar.
A la hora de afrontar lo que les pasa, las víctimas se sienten solas. ¿Cómo hablar de ello a personas ajenas a la situación? ¿Cómo describir una mirada cargada de odio o una violencia que tan sólo aparece en lo que se
sobreentiende y en lo que se silencia?
El choque tiene lugar cuando uno toma conciencia de la agresión: se sienten desamparadas y heridas, todo se desmorona. Se instala un estado de ansiedad
permanente. Tras un determinado tipo de evolución del conflicto, se producen fenómenos de fobia recíproca: la visión de la persona odiada provoca una rabia
fría en el agresor; la visión del perseguidor desencadena el miedo de la víctima.
Se trata de reflejos condicionados, uno agresivo y el otro defensivo. El miedo conduce a la víctima a comportarse patológicamente, algo que el agresor utilizará más adelante como una coartada para justificar retroactivamente su agresión.
Para el perverso, el mayor fracaso es el de no conseguir atraer a los demás al registro de la violencia. Su vida consiste en buscar su propio reflejo en la
mirada de los demás. El otro no existe en tanto que individuo, sino solamente como espejo.
Este tipo de perversos son considerados como psicóticos sin síntomas, que encuentran su equilibrio al descargar sobre otro el dolor que no sienten y las contradicciones internas que se niegan a percibir. Presentan una ausencia total de interés y de empatía por los demás, pero desean que los demás se interesen por ellos. Para aceptarse a sí mismos tienen que vencer y destruir a alguien al tiempo que se sienten superiores. Disfrutan con el sufrimiento de los demás y para afirmarse tienen que destruir.
Lo que el perverso envidia por encima de todo es la vida de los demás. Envidia los éxitos ajenos, que le hacen afrontar su propia sensación de fracaso.
Para vencer a este tipo de personajes, es prácticamente imposible. En todo caso, la víctima debe analizar el problema «fríamente», dejando de lado la cuestión de culpabilidad. Para ello debe abandonar su ideal de tolerancia absoluta y reconocer que alguien a quien ama presenta un trastorno de personalidad que resulta peligroso para ella y que debe protegerse.
Una de las reglas esenciales que debemos cumplir cuando nos acosa un perverso moral, es dejar de justificarnos. Todas las cosas que hagamos o
digamos se pueden volver en contra nuestra.
Al principio, cualquier cambio de actitud tenderá a provocar un aumento de las agresiones y de las provocaciones. El perverso, tratará siempre de culpabilizarnos todavía más…
Parece que el maltrato es un gran estigma en la sociedad actual, por lo que nos llega a través de los medios…Creo que siempre ha debido existir, incluso en mayor medida, lo positivo es que ahora sale a la luz y se denuncia, quizá sea una manera de concienciar a quienes tienen la posibilidad de cambiar esto a través de la educación. ¿O es un síntoma de tocar fondo y de la decadencia manifiesta de nuestro mundo…?