¿Se han dado cuenta de que estamos continuamente recibiendo dos recomendaciones simultáneas y opuestas respecto a nuestra actitud ante el consumo? Por un lado, nos recuerdan que nuestro consumo reactiva la economía, da empleo, genera riqueza… Y es verdad. Por otro, nos dicen que debemos pensar dos veces qué compramos, que ahorrar es inteligente, que nuestras basuras destrozan el planeta… Lo malo es que ambas cosas son verdad. Lo peor es que no hay manera de conciliarlas.
En términos de consumo entendido como motor del sistema, la única realidad aceptable es que cuanto más, mejor. Más compras y más gasto son iguales a más actividad económica, más fábricas, más distribución y más empleo. El círculo de la utopía capitalista se basa en el crecimiento continuo, y cuanto más acelerado, más hay que celebrar. ¿Acaso no se nos ha de caer la baba recordando aquel crecimiento del 4% anual que nos metió en la ‘champions league’ de la economía mundial (Zapatero dixit)? Es un axioma. Indiscutible.
Hemos de mirar con envidia el desmesurado crecimiento de los países en desarrollo (ojo a este término también) y aceptar como misión principal de toda acción laboral lograr vender más y con la mayor rentabilidad posible. Y ahora que llega el festival del consumo, la Navidad, escuchamos sin pestañear que las compras innecesarias que todos vamos a hacer van a ser un bálsamo para nuestra maltrecha economía. Consumid, consumid, malditos.
Tras el fuego que calienta nuestra ¿genética? tendencia a la adquisición y acumulación de bienes y nos da argumentos de peso para que dejemos caer todas nuestras barreras de prudencia ética, llega el hielo de las otras realidades que produce nuestro consumo. Las emisiones de CO2 se disparan, el cambio climático nos matará a todos, el aire de nuestras ciudades es irrespirable, los océanos se llenan de plásticos flotantes que veremos durante miles de años, las condiciones de trabajo de quienes fabrican los productos que comprarmos son de semiesclavitud… Y hay mil jinetes del apocalipsis más que todos escuchamos día a día. Todos son reales.
Y ante este escenario que medios y creadores de opinión nos presentan implacablemente, ¿qué hacer? Personas, ‘consumidores’ nos llaman cuando conviene, indefensas ante el sistema del que dependen y que obliga a consumir para mantener en movimiento el tiburón que montamos al tiempo que fomenta la culpabilidad y el arrepentimiento por su actitud estimulada. Esquizofrenia pura.
¿En el término medio está la virtud? Quien pueda definir ese espacio gris, que lo haga. Quien tenga confianza en la madurez en el consumo de esta sociedad que maleduca y convierte en adolescentes eternos a sus miembros, que tire la primera piedra. Quien crea que el sentido común puede competir con la maquinaria publicitaria y mediática que fomenta el consumo, que dé un paso al frente.
Esta espiral del desastre nos bloquea y aliena, dejándonos indefensos y dóciles, necesitados de reafirmación y respuestas que encontramos en líderes simplistas que dan respuestas contundentes a las preguntas más complejas. Nos relaja creer que otros tienen soluciones a los laberintos que se plantean ante nosotros. Sabemos que no tienen ni idea, pero nos reconforta que haya quien esté dispuesto a coger las riendas del dragón y librarnos de la tarea personal de elegir qué hacer y enfrentarnos a la corriente imperante.
http://www.laaldeaglobal.com/2011/11/27/el-callejon-sin-salida-del-consumismo/