Es común que no seamos conscientes de nuestro cuerpo y mucho de lo que implica. Sin embargo intentar estarlo nos permitirá hacernos más responsables de nosotros mismos.
Entendida principalmente como los movimientos y gestualidades (además de las cadencias y tonalidades que se imprimen sobre el discurso), la comunicación paraverbal está conformada no solo por los movimientos del cuerpo más notorios a la vista, sino por una serie de micromovimientos que son casi imperceptibles para la conciencia corporal.
Un ejercicio simple que muestra tales sutilezas, se observa cuando dos personas caminan en un mismo carril en direcciones contrarias y se cruzan. Existe una percepción aguda y superior que lleva a captar esos micromovimientos que indican que una debe desviarse hacia un costado y la otra persona hacia el otro, para no colisionarse. Si alguna de ellas titubea en el movimiento de la elección del flanco, puede que choquen.
Conciencia corporal: micro y macromovimientos
No parece difícil la captación de los macromovimientos, aquellos que se manifiestan de manera más evidente a la percepción, como movimientos de manos muy expresivos, miradas incisivas o seductoras, posturas corporales y tonalidades de discurso que denotan agresión como levantar la voz, acompañadas del ceño fruncido (y obviamente verbalizaciones insultantes), giros de cuerpo o de cabeza, movimientos de hombros, etc.
Pero esta movilidad no es homologable con movimientos como acciones, en términos de saltar, correr, desarrollar una actividad específica (cocinar, leer, trabajar, etc.), aunque forma parte de ellos. Las acciones están compuestas por una serie de movimientos gruesos y finos, además del lenguaje verbal, que termina de delinearla, complementarla y otorgarle sentido.
Gestos y expresiones
Más compleja es la captación de la movilidad extrafina, compuesta por micromovimientos, muchos de ellos casi imperceptibles a la mirada. Algunos de esta clase, conforman el repertorio de una sinergia que articula numerosos músculos.
Existen cientos de músculos que se hallan en torno a los ojos que dan el tipo particular de mirada en cada persona. Si estos se anularan, la mirada se transformaría en lívida e inerte, como la de las viejas muñecas de porcelana. Alrededor de la boca, se encuentra otro grupo muscular que le otorga expresividad al rostro (más allá de la risa o el desagrado, que competería a los movimientos gruesos). Los mismos labios, encierran una multiplicidad gestual y dependen de este grupo muscular.
De cara a la alocución de nuestro partenaire, un simple arqueo de cejas o una mordedura sarcástica en los labios pueden detonar múltiples respuestas de acuerdo a la semántica que se proyecte en tales gestos, y más aún si no se metacomunica. Por tal razón, resulta extremadamente dificultoso construir una hipótesis mínimamente acertada sobre la reacción de alguien sobre otro.
No puede ponerse énfasis en lo verbal, ni en factores históricos intrapsíquicos o cognitivos, o atribuciones de significados, sin tener en cuenta la comunicación paraverbal. Factores que ponen la atención en el interlocutor, sin involucrar al emisor en el circuito de interacción. Esta es una versión intelectual o científica de la frase “Mirar la paja en el ojo ajeno”, y es la clásica interpretación que se realiza desde la linealidad a la que aludimos anteriormente.
Si analizamos el hecho interactivamente, es muy difícil concienciar ciertos gestos que pueden crear una arrolladora reacción en cadena: una movilidad fina, por ejemplo, un gesto mínimo, puede detonar una movilidad gruesa (movimiento de manos, gestualidad apasionada) y de esta pueden suceder las acciones consecuentes.
El caballo que sabía contar
Un ejemplo representativo de lo anterior está descrito en uno de los pie de página del libro La teoría de la comunicación humana (1967). Se trata del caballo del señor von Osten, que realizaba sumas de un resultado tan preciso que el público quedaba anonadado.
Su dueño le decía en voz alta las cifras que debía sumar y el caballo, como respuesta, comenzaba a golpear el piso con una de sus patas delanteras hasta llegar a la cifra exacta. Estudiosos, delatores y otros intentaban denodadamente descubrir cuál era el truco. Mientras tanto, la fama de von Osten y su caballo crecía.
La relación entre dueño y animal era muy estrecha y afectiva. Un día, una serie de observadores lograron desentrañar la trampa que no era trampa en realidad, ya que su dueño no era consciente: cuando los golpes del caballo se aproximaban al resultado correcto, von Osten realizaba un gesto, un micro movimiento o una postura corporal casi imperceptible al ojo humano para detener el golpeteo. El caballo, captando el lenguaje paraverbal de su dueño, tomaba la información y detenía su movimiento en el resultado correcto.
Cuenta el mito, a posteriori, que dada la estrecha unión de von Osten con el animal, al escuchar y comprobar el descubrimiento, se enfermó de depresión y meses después falleció súbitamente. Más allá de la anécdota, es interesante discriminar la captación del caballo hacia cierta motricidad fina de su dueño, que además resulta dificultosa determinar por la vista humana.
El lugar de nuestro cuerpo en el espacio
Como afirman los gestálticos, somos un cuerpo y ocupamos un lugar en el espacio. Sin embargo, no son muchas las oportunidades que nos facilitan la conciencia corporal.
Las personas nos observamos en el espejo, pero no nos vemos. Lo común es que nos evaluemos a nivel estético ─que nos fijemos en el peinado y la vestimenta que llevamos─, que protestemos o nos alegremos por nuestra silueta, pero con esto no nos damos cuenta del lugar que ocupamos en el espacio.
En pos de concienciarnos, puede resultar de ayuda tener en cuenta la resistencia que ofrece el contexto a la hora de oponer fuerzas a nuestros movimientos. Por ejemplo, al intentar atravesar un fuerte viento, al entrar y desear movernos en una piscina. O al intentar entrar en el metro en los horarios pico de entrada y salida laboral, o cuando nos improvisamos un sitio para sentarnos en un lugar lleno de gente, o cuando despejamos un área para nosotros y nuestras cosas.
Otras maneras de tener conciencia corporal y conectar con el cuerpo es mediante los dolores, las fiebres altas, la transpiración o el tacto cuando nos hacen un masaje.
Ahora, el cómo nos vemos y cómo nos ven no son siempre descripciones coincidentes. Por ello, muchas personas que han alterado su cuerpo ─por diversos motivos─, conservan en su esquema mental secuelas que los han marcado a fuego y han delimitado trayectos de vida. Así, personas que han tenido trastornos de obesidad, a pesar de que han rebajado, continúan “viéndose” gordas y prominentes.
Nuestro cuerpo tiene presencia y no por su volumen
Nuestro cuerpo no solo tiene volumen sino también presencia, y no presencia inerte sino articulada. Este volumen y presencia articulada, influyen tanto en la relación con los objetos como, fundamentalmente, con las personas. Cuando necesitamos ocupar un espacio, si no se encuentra preparado para nuestro cuerpo, es necesario hacernos el lugar.
Cada vez que nuestro cuerpo se relaciona con otros cuerpos, los influencia y es influenciado. Esta influencia responde al volumen de los cuerpos y a dicha presencia articulada.
- Si yo poseo un cuerpo diminuto, es factible que me sienta intimidado por el tamaño de un cuerpo voluminoso, musculoso y de dos metros de altura.
- Si una persona es extremadamente delgada y muy pequeña, podrá verse más pequeña al lado de una alta y de medidas muy prominentes.
Estas discriminaciones están basadas solamente en el volumen, es decir, en el lugar que ocupa un cuerpo en el espacio.
Tenemos presencia articulada y esta es compleja
La complejidad se incrementa cuando hablamos de presencia articulada. Si a estos cuerpos (como en los dos ejemplos anteriores) le sumamos gestualidad y postura. Entonces, las sensaciones de intimidación pueden relativizarse.
Los grandes volúmenes, lejos de provocar sensaciones de minusvalía en el otro, por la gestualidad y la actitud corporal pueden equilibrarse e inclusive hasta parecer más pequeños que el interlocutor diminuto. De lo contrario, Al Capone, Adolf Hitler, Benito Mussolini, Francisco Franco, no hubiesen logrado a tener el dominio que alcanzaron. Ni Mahatma Gandhi, Amadeus Mozart, Toulouse Lautrec, Napoleón, entre otros, no hubiesen descollado cada uno en sus campos de acción.
El volumen corporal, la gestualidad y las posturas (lo que llamamos presencia articulada) delimitan los movimientos. Estos se definen por el contexto, aunque la complejidad es aún mayor: el contexto posee reglas que codifican hasta dónde las personas pueden accionar. Además, los objetos marcan las fronteras del movimiento.
Entonces, según el contexto y los objetos sabemos si debemos movernos hasta una determinada distancia con una cierta velocidad en pos de alcanzar algún objeto o si debemos movernos esquivando con gracia y equilibrio los objetos que nos rodean.
De hecho, cuando un niño salta a la adolescencia y pega el estirón, se vuelve torpe en la conducción de su cuerpo, se choca con los objetos, se le caen, emplea su fuerza desproporcionadamente, etc. Se ha alterado su esquema corporal y, en consecuencia, su registro de distancia y equilibrio. Estaba acostumbrado a un volumen corporal y ahora es otra la dimensión con que debe manejarse.
Tener conciencia corporal, es decir, saber que somos un cuerpo y una mente y que ocupamos un lugar en el espacio social, implica tomar conciencia del lugar que ocupamos en la sociedad. No solo por el espacio que tenemos sino porque nos responsabilizamos quiénes somos, con quién estamos y qué hacemos con nuestras acciones y gestualidades.
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