Dentro nuestro hay una Luz tan grande que no se puede contener.
Brilla sobre el mundo abriendo el camino a través de este momento y cada momento.
En ese resplandor, somos completos.
La luz brilla más cuando caminamos con coraje, confianza y compasión.
El mundo está lleno de tantos círculos disímiles, que podemos sentirnos abrumados. Nuestra mente se empaña de miedo hasta que no estamos seguros de qué hacer. Podemos escondernos en la sombra con miedo de enfrentar lo que nos asusta. O bien, reunir coraje, optar por lo que nos parece más seguro, o arriesgarnos ya sea abiertamente o eligiendo algo intermedio. Esa toma de decisiones requiere coraje, sin importar lo que elijamos.
Si eres como yo, tu mente se mueve en un círculo entre lo que podría ser y lo que podría no ser. El coraje es el agente calmante que dice: «Nunca podemos estar 100% seguros, pero tenemos que intentarlo». El coraje nos da poder para deslizarnos a través de lo que podría ser hacia la acción de lo que es. El valor no despeja el camino, pero nos impulsa a desobstruirlo, a limpiarlo. Es la voz que nos asegura «puedes».
Con valentía ganamos la fuerza para afrontar cualquier situación dada. La confianza va de la mano con esa fuerza. Porque la confianza es saber quiénes somos como personajes conscientes: nuestros talentos y limitaciones. Es la convicción de la capacidad para elegir el rumbo correcto. Es la base de nuestra resiliencia; nuestra capacidad para afrontar el riesgo. La confianza nos recuerda que, si bien no podemos planificar todo, podemos abordar cualquier riesgo de una manera flexible y mesurada.
Siempre existe la posibilidad de que las cosas no salgan como deseamos. Con confianza, podemos usar habilidades y talentos en una situación dada, sin importar cuán difícil sea. Sopesamos los pros y los contras con actitud positiva y tomamos decisiones.
La confianza nos lleva al borde de un nuevo horizonte. El valor nos hace saltar a lo nuevo. A veces, las cosas no salen según lo planeado. Entonces surge la compasión, que alivia el sufrimiento cuando las cosas no salen según lo planeado.
Por supuesto, todos hemos tenido esos momentos en los que las cosas no salen según lo planeado. Es difícil no quedar atascado en los “qué pasaría si…” que causan sufrimiento. El valor y la confianza exigen compasión. No importa cuán valientes seamos, ni cuánto confiemos, todos sufrimos. Ser capaces de identificar y paliar ese sufrimiento es lo que nos hace íntegros.
Entonces, ¿qué hacemos cuando sufrimos? Practicamos la autocompasión. La autocompasión, para mí, comienza con perdonarme y la liberarme de cualquier vergüenza o culpa. Me digo a mí misma que tal vez no lo hice bien, pero está bien no haberlo hecho bien. Lo que pasó dolió, pero puedo aprender del sufrimiento. Ese aprendizaje a menudo llega cuando la niebla del sufrimiento se despeja.
La autocompasión, entonces es una acción dirigida hacia nosotros mismos. No existe un enfoque único para todos. Adopta muchas formas. ¿Lo grandioso? Tenemos la oportunidad de elegir cómo aliviar nuestro propio sufrimiento. Para mí, podría ser una siesta, una práctica contemplativa, escribir, hundir mis manos en la tierra del jardín o regar, un cuidado personal; la lista es tan interminable como nuestro potencial.
El único objetivo de la autocompasión es que suframos menos. Y eso es suficiente.
Cuanto más nos entreguemos a la autocompasión, mayor será nuestro coraje y confianza para abrir más y más hendiduras a esa esa Luz que emana sin contención desde Lo que Es.
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