Si paseas por los pasillos de un museo, encontrarás diferentes estilos de arte, desde el barroco hasta el posmoderno. Algunos se pararán emocionados al ver ciertas obras de arte, aquellas que le susciten algo en su «yo» interior. Aquellas que les causen ciertos estímulos sensoriales. Otros se detendrán para ver otras que les gusten más. Otros, ni siquiera se sentirán atraídos por ninguna y cambiarán de sala. Aunque las experiencias estéticas son universales, algunos de nosotros somos más sensibles que otros.
Algunos psicólogos defienden la idea de que la belleza no es una propiedad de una obra, es lo que sientes tú. Una explicación de cómo las personas pueden ser estéticamente sensibles y no saber nada de arte.
No es la obra, eres tú. La gente discute sobre si la belleza es objetiva o subjetiva. En una conversación informal, hacemos afirmaciones como: «Este coche es bonito» y somos propensos a pensar que hay algo inherente al vehículo que lo hace estéticamente agradable. A partir de ahí, una deducción lógica es que la sensibilidad estética describe la capacidad de detectar y apreciar la belleza allí donde exista. Sin embargo, la belleza podría no estar en el coche en sí, sino en los procesos perceptivos que terminan con una experiencia estética visual placentera o desagradable. Este fenómeno ha sido estudiado por varios psicólogos de la Universidad Camilo José Cela en Madrid.
Cuando valoramos una obra de arte junto a alguien y se está en desacuerdo, es tentador pensar que es porque la otra persona simplemente está equivocada y carece de la capacidad de ver la verdadera belleza en la obra. Algo que captura algunas ideas implícitas sobre la belleza que han existido durante mucho tiempo en la literatura académica: la idea de que es objetiva, sujeta a estándares y detectada a través de algún tipo de rasgo unitario o habilidad relacionada con sensibilidad y valoración estética.
Lo que creíamos en el pasado. Estas ideas sobre la calidad estética objetiva e identificable han estado presentes durante mucho tiempo en el mundo del arte y defendidas por psicólogos influyentes de principios del siglo XX como el estadounidense Norman Meier y el inglés Cyril Burt. Según esta visión, la belleza se coloca en el objeto y los humanos la descubrimos. Si no puede descubrir la belleza, entonces no es estéticamente sensible: carece de la capacidad de alcanzarla. Una persona sensible sabe juzgar correctamente una obra de arte.
El psicólogo británico Hans Eysenck realizó una prueba para medir esta capacidad, en la que los participantes tenían que decidir cuál de dos obras de arte estaba mejor diseñada. Colaboró con el artista Karl Otto Götz, quien hizo varias pinturas geométricas simples y luego modificó cada una para hacer una versión deliberadamente «peor». Les mostraron ambas a los voluntarios, y aquellos que identificaron correctamente las piezas «buenas» se consideraron más sensibles estéticamente. Basándose en este enfoque, Eysenck definió la sensibilidad estética como una capacidad biológicamente determinada para apreciar la belleza objetiva.
Al final, todo se basa en estímulos. Un grupo de investigación de la Universidad Camilo José Cela, liderado por Guido Corradi, ha querido acabar con esto, desafiando esta concepción de la sensibilidad estética visual. Y proponen así que no se trata de la precisión de los juicios de belleza per se, sino más bien del grado en que algunas características estéticas provocan o no un cambio en su gusto por un estímulo visual. Es decir, si eres muy sensible desde el punto de vista estético, solo se requieren cambios sutiles para afectar tu experiencia.
Para llegar a tales conclusiones, probaron presentando a varios sujetos estímulos que variaban en alguna característica visual (simetría, equilibrio, curvatura y complejidad) y preguntándoles cuánto les gustó lo que vieron en una escala del 1 al 7. Mientras que algunas personas necesitaban un gran cambio en la imagen para hacer un cambio en sus evaluaciones, otras solo necesitaban un cambio sutil para cambiar su gusto. Sugiriendo que la sensibilidad estética es, al final, el grado en que los estímulos afectan los gustos de las personas, no por si juzgan esos estímulos correctamente o no.
Personas más estéticamente sensibles. Basándose en estos hallazgos, los autores del estudio, que puedes consultar aquí, proponen un marco en el que la experiencia estética de las personas es lo relevante, no una concepción de la belleza objetiva. Esto significa que existen diferencias en las sensibilidades del gusto estético de las personas, bastante separadas de cualquier supuesto estándar externo.
Si algunas personas son más sensibles a la estética que otras, se abre la puerta a la pregunta de si esta sensibilidad se puede entrenar, aprender o desarrollar. Y también por qué algunas personas se sienten atraídas por algunas características y otras no. Nuestras experiencias estéticas se basan en nuestros estados internos, nuestras motivaciones y el contexto más amplio en ese momento y en nuestra historia personal.
Pero lo estético existe. Aún así, sabemos que la construcción de la experiencia estética se basa en varios elementos básicos que se encuentran en todas las culturas, como el contorno, el equilibrio, la simetría y la complejidad visual, pero el significado personal de estas características visuales simples está influenciado por la experiencia personal. ¿Existe entonces una belleza universal que todos podríamos entender? Ni los científicos han dado con la respuesta. Si bien quedan muchas preguntas aún sin resolver hay una cosa clara: para conocer cómo funciona la estética visual humana, debemos dejar atrás las viejas ideas acerca de que la belleza es inherente a los objetos y abrazar la idea de que muchas veces, esa belleza está dentro de nosotros mismos.
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