La polémica o debate suscitado en España sobre las denominadas «macroganjas» tiene como fondo lo que a continuación vamos a comentar. Nuestra dieta, por lo general, saturada en proteínas animales, está alimentada por una industria intensiva y «low cost» de carne. Esto ofrece profundos impactos sobre el planeta, nuestra salud, otros países y el bienestar animal.
Así lo documenta el informe de Equo, publicado en 2018, Comer bien para vivir mejor: Reduzcamos nuestro consumo de carne que aboga por comer menos carne, en concreto reducir nuestra ingesta a la mitad de lo que tomamos ahora.
Los datos son claros: si queremos que nuestra dieta sea saludable y sostenible desde el punto de vista ecológico, no debemos superar los 20 kg de carne al año. Es decir, teniendo en cuenta que una persona en España consume de media 50 kg anuales, significa que debemos reducir a más de la mitad nuestro consumo.
Esto implica, entre otras muchas cosas, advertir sobre los variados impactos de las macrogranjas, una de las piezas clave del puzzle agroalimentario dominante y que amenaza de muerte al mundo rural.
También revisar de arriba a abajo la Política Agrícola Común (PAC) de la Unión Europea para convertirla en una herramienta a favor de la agricultura ecológica y las pequeñas y medianas explotaciones ganaderas.
El ganadero ecológico Fernando Robres argumenta la sinrazón:
Se calcula que para producir un kilo de carne de vacuno se necesitan cuatro kilos de pienso y grano. Esta es una de las desventajas de la producción de carne industrial, que además de salir cara, no garantiza su calidad y además esquilma poco a poco los recursos naturales.
La ganadería ecológica extensiva elimina este problema: favorece la conservación medioambiental del monte, protege los bosques y da trabajo en zonas donde la despoblación es el peor enemigo».
Las declaraciones del ministro de Consumo, Alberto Garzón, tienen un contexto claro que es lo que ha soliviantado a muchos. Las administraciones públicas están apoyando las producciones intensivas.
Inquietante flujo de dinero público hacia manos de grandes productores y en apoyo a instalaciones de gran impacto ambiental.
Hay consejerías que gestionan Agricultura y Ganadería que han dado en años venideros, al menos, subvenciones para la puesta en marcha de granjas intensivas de hasta 127.000 euros por puesto de trabajo generado (que habitualmente es uno por instalación) y hasta el 65% de la inversión (Resolución de 22/06/2016, de la Dirección General de Desarrollo Rural de Castilla-La Mancha).
Tal financiación pública está permitiendo, por lo general, alentar una burbuja que genera grandes beneficios para un puñado de empresas, a costa del medio ambiente, la salud de las personas y la vida en el medio rural.
Condiciona el estado de la naturaleza, los paisajes rurales y, sin duda, los alimentos que encontramos en nuestro plato. Con la excusa de que la ganadería extensiva sostenible no puede alimentar a la mayor parte de la población, se impulsa un modelo insostenible que intoxica:
Desde hace unos años el consenso internacional dice que comer en exceso carnes procesadas o rojas es causa de cáncer.
A pesar de estar en un proceso de reforma casi permanente, la desaparición constante de pequeñas explotaciones, la falta de relevo generacional en el campo o la despoblación rural nos indican que los objetivos socio-económicos no se están alcanzando.
Desde el punto de vista ambiental la política de subvenciones tampoco está legitimada, dado que gran parte de sus fondos se destinan a las explotaciones de mayor tamaño y/o más intensivas, con impactos insostenibles sobre el estado del suelo, el agua, la biodiversidad y el clima.
El caso de las producciones de origen animal y su relación con la PAC es un ejemplo claro de cómo fondos públicos, empleados de una manera poco apropiada, conducen a una situación contraria a la que se persigue.
Y lo que comemos es el resultado de esas políticas erradas.
Notamos los efectos de la crisis climática como nunca. Unas de las industrias o actividades más contaminantes y por lo tanto productoras de impactos climáticos son la agricultura y la ganadería industrializadas, es decir la base de nuestro modo de alimentarnos.
Es necesario hacer cambios profundos y la idea es sencilla: reducir la ingesta de carne a la mitad y duplicar el consumo de alimentos vegetales (lo más ecológicos posible).
Lamicrobiologia,bacteriologia,reproduccion celular es la clave ,y rediccion demografica
Sí, pero duplicar el consumo de alimentos vegetales aumentaría enormemente la presión sobre las reservas de agua, que no son precisamente abundantes ni en España ni en el mundo en general. Pasar de un consumo proteico de origen animal, carne huevos y pescado, a uno de origen vegetal resulta viable a pequeña escala en paises desarrollados; pero no está tan claro que sea viable a gran escala y en paises poco desarrollados.
Sin entrar en idoneidades alimenticias ni gustos particulares.