En la actualidad, es imposible concebir el cerebro y nuestro funcionamiento sin la presencia de la mente inconsciente. Sin embargo, es común seguir albergando ideas algo sesgadas sobre lo que es esta área, esta dimensión tan decisiva en del ser humano. Hay quien sigue dando por sentado que es como un baúl en el que escondemos nuestros deseos ocultos, traumas o pulsiones.
De algún modo, es cierto que la perspectiva freudiana del inconsciente sigue calando en el ideario colectivo. Pero eso sí, lo hace de manera incompleta. Porque lo que no es consciente va mucho más allá de todo aquello que uno reprime. Sigmund Freud aportó al la ciencia y la psicología una visión más amplia y completa de este constructo psicológico.
A lo largo del siglo XIX, se veía este concepto como lo opuesto a la conciencia o la razón. Se asociaba al universo de la locura, de lo que está oculto y conforma poco más que el lado tenebroso de la psique. Ahora bien, en 1915 Freud publicó El inconsciente y en este trabajo aportó una definición innovadora y necesaria.
Lo describió como esa instancia de nuestra psique que engloba una parte amplia de nuestros procesos mentales y que además, está detrás de lo que hacemos, decimos o deseamos. Esa es la clave, ese su misterio y relevancia… Lo analizamos.
La amplia investigación científica demuestra que buena parte de la actividad mental se lleva a cabo de manera inconsciente. Gran parte de lo que hacemos es automático y regido por esa área desconocida aún, pero decisiva en todos los sentidos.
La mente inconsciente tiene el control de casi todo lo que haces
Para entender el poder y la trascendencia de la mente inconsciente, debemos tener presente un aspecto. El cerebro es un órgano hiperactivo que nunca descansa y que lleva a cabo multitud de tareas. Su gasto energético es enorme. Por tanto, necesita de un “aliado” que lleve a cabo tareas básicas por él de manera automática, sin que nuestra atención esté pendiente.
Debemos dejar a un lado la clásica idea de que esta dimensión se limita a albergar pulsiones y deseos ocultos. Lo que hace el inconsciente es ocuparse de buena parte del trabajo pesado del pensamiento. Por decirlo de un modo más sencillo, el cerebro necesita un procesamiento paralelo e inconsciente, porque no podemos ser conscientes de todo lo que hacemos en nuestro día a día.
Leer, conducir, ir en bici, escribir, saber que Moscú es la capital de Rusia, que After Dark es un libro de Murakami o que me gusta más el té verde que el té rojo son dimensiones que controla esta dimensión. En cuanto adquirimos un aprendizaje, se asienta un recuerdo o descubrimos algo que nos gusta, esa información queda automatizada y regida por la mente inconsciente.
La falsa sensación de control que tienes en todo lo que haces
Las personas tenemos la inocente sensación de que tenemos pleno control sobre todo lo que hacemos. Nos levantamos por la mañana, nos duchamos, cogemos el metro, vamos a trabajar, comemos, nos relacionamos, tomamos decisiones… Como es de esperar, suponemos que la vida consciente es eso: desenvolvernos de manera eficaz en nuestra cotidianidad.
Sin embargo, buena parte de lo que hacemos responde a actos automáticos. Esto mismo ya lo demostró el padre de la psicología científica, William James. En el momento en que determinadas acciones o procesos se aprenden y realizan con frecuencia se vuelven automáticos. Tanto es así, que buena parte de lo que hacemos escapa a nuestro control consciente.
Un ejemplo, sabemos que las primeras 10 veces que un pianista ensaya una pieza musical, debe pensar en ella, focalizarse de manera atenta en la partitura. Ahora bien, al final, la acabará desempeñando de manera automática e inconsciente.
Tal y como demostró el psicólogo y Premio Nobel Daniel Kanheman, el cerebro tiene una cantidad limitada recursos cognitivos y necesita que una amplia parte de tareas sean automáticas e inconscientes…
Muchas de nuestras decisiones son inconscientes, no nos detenemos a analizar cada variable y cada dato porque hacerlo nos llevaría tiempo que no siempre tenemos. Necesitamos de este mecanismo para reaccionar de manera rápida a las necesidades de nuestro entorno.
La inteligencia también necesita de la mente inconsciente
Llegados a este punto, es probable que más de uno se haga una pregunta. Si actuamos casi siempre regidos por la mente inconsciente, ¿nos hace esto menos inteligentes? ¿Dónde queda nuestra capacidad de control para actuar de manera inteligente?
En este tema hay singulares matices que vale la pena entender. Trabajos de investigación como los realizados por la doctora Elizabeth Loftus, matemática y psicóloga de la Universidad de Stanford, nos indican algo importante. Todo proceso cognitivo necesita de la mente consciente y la mente inconsciente.
La inteligencia también debe echar mano de aprendizajes ya integrados, recuerdos y hasta de intuiciones. Es cierto que la cognición compleja necesita de planificación, razonamiento lógico, análisis profundo y un pensamiento consciente. Sin embargo, en esa artesanía psicológica de alto nivel, también debemos echar mano de lo que no es consciente y edifica también todo lo que somos.
Para concluir, concibamos el inconsciente como algo más que esa parte de la psique donde se esconde todo lo que reprimimos. Esta área también es una aliada de nuestra inteligencia.
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