Hay un malestar que nos está robando salud. Somos esa sociedad que vive con la sensación crónica de que siempre nos falta tiempo, lo cual nos obliga a realizar cada tarea, por pequeña que sea, con prisas. El síndrome de la vida ocupada no es un trastorno, pero es uno de los disparadores más comunes para los estados de estrés y ansiedad.
A menudo, los gurús del crecimiento personal y la espiritualidad nos dicen aquello de que para ser felices debemos hacer menos para lograr más. O más aún, que la alegría llega cuando aprendemos a relajarnos. Bien es cierto que no dejan de tener cierta razón. Sin embargo, cuesta mucho bajar el ritmo cuando la sociedad y los trabajos están articulados para que hagamos muchas cosas en poco tiempo.
Vivimos en una desarmonía social y mental absoluta. El cuerpo y la mente quieren calma, pero el entorno nos insta a responder deprisa. A ello se le añaden las nuevas tecnologías. Surgieron con la promesa de que iban a hacernos la vida fácil, favoreciendo la conexión y la inmediatez. Sin embargo, lo cierto es que los móviles son ahora quizá una parte más del problema y no tanto de la solución…
¿Qué podemos hacer en este contexto tan ambiguo para hallar el bienestar?
“La persona corriente, cuando emprende una cosa, la echa a perder por tener prisa en terminarla”.
-Lao Tse-
El síndrome de la vida ocupada
Hay una escena muy ilustrativa en el libro A través del espejo y lo que Alicia encontró allí de Lewis Carroll que ejemplifica muy bien el síndrome de la vida ocupada. En un momento dado, Alicia se ve arrastrada junto a la Reina Roja en una carrera agotadora que no tiene fin. La joven, sin comprender por qué en ese país sus habitantes estaban obligados a correr, le preguntó a la regente la razón.
“Aquí es preciso correr mucho para permanecer en el mismo lugar, y para llegar a otro hay que correr el doble más rápido”. De algún modo, esto mismo es lo que nos sucede a nosotros. Para lograr algo estamos obligados a apresurarnos, porque de lo contrario no llegamos (o como diría la Reina Roja, nos quedamos en el mismo punto).
Esta realidad nos acompaña desde hace tiempo, y la ciencia lleva décadas avisándonos de las consecuencias. Un ejemplo, la Universidad de Glasgow realizó una investigación para evidenciar cómo la enfermedad de la prisa reducía los niveles de atención y memoria. Vivir apresurados nos convierte en seres olvidadizos que dejan de estar conectados con la vida de manera significativa y saludable.
¿Cuáles son las características?
En la actualidad, el síndrome de la vida ocupada no aparece en ningún manual de diagnóstico. No se considera un trastorno, pero sí un factor de riesgo para la salud psicológica. Comprendamos ahora cuál es la columna vertebral que sustenta esta condición tan desgastante:
- Más allá de las obligaciones laborales, están las presiones internas. Cuando tenemos tiempo para descansar, lo ocupamos con nuevos compromisos que, lejos de relajarnos, nos estresan más.
- Tenemos mentalmente la obligación de estar pendiente de todo y de asumir responsabilidades que no siempre nos corresponden.
- Casi sin darnos cuenta, nuestras jornadas se llenan de objetivos y tareas que no siempre podemos cumplir por completo. Y esto eleva el estrés.
- Poco a poco, caemos en un sentimiento de insuficiencia; de no estar haciendo las cosas bien.
- La autoexigencia, sumada a la percepción de que la prisa no nos permite realizar nuestras responsabilidades de manera óptima, aumenta la angustia emocional.
¿Cuáles son las causas del síndrome de la vida ocupada?
Cuando nos falta tiempo para todo, nos falta la vida para casi cualquier cosa. Y esa sensación es asfixiante. Si nos preguntamos ahora cuáles son los desencadenantes del síndrome de la vida ocupada, podemos adivinar sin duda que son muchos y muy complejos. Los analizamos:
- La enfermedad de la prisa aparece sobre todo en entornos urbanos.
- El principal origen es el trabajo: la presión hacia el rendimiento y el miedo al despido eleva esta realidad psicológica.
- La imposibilidad de conciliar vida familiar con trabajo, eleva la sensación de no llegar a nada y descuidar lo más importante.
- La multitarea es un rasgo básico del síndrome de la vida ocupada.
- Los móviles, las notificaciones, los mensajes, los grupos de WhatsApp aumentan la sensación de no poder desconectar de lo que nos estresa.
Debemos entender que esta condición surge como consecuencia de vivir en un entorno muy exigente al que, lejos de ponerle límite, lo reforzamos con nuestra propia exigencia. También con la idea de que el tiempo es oro y de que descansar es poco más que un pecado capital.
¿Cómo protegernos frente a la “enfermedad de la prisa”?
La enfermedad de la prisa no se resuelve solo bajando el ritmo. Se ataja mediante una reestructuración mental, convenciéndonos de que, si no nos ofrecemos tiempo de calidad, perderemos la salud. La clave no está en recurrir a los fármacos para aliviar esa ansiedad galopante o ese insomnio que no nos deja dormir. Necesitamos cambios profundos, y podemos empezar del siguiente modo:
- Clarifica cuáles son tus prioridades y propósitos vitales. ¿Están en sintonía con lo que tienes/haces ahora? Si no es así es momento de tomar decisiones.
- Establece o propón tiempos de descanso en el trabajo. Ejemplo de ello es no recibir mensajes o correos fuera del horario laboral.
- Evita llenar toda jornada de actividades. Date tiempos de descanso real, de desconexión física y mental.
- Conecta con la naturaleza tantas veces como te sea posible. Pasear por el campo o la playa te aportará la calma que necesitas.
- Cuida tu alimentación y tu cuerpo. Hacer un poco deporte al día te vendrá bien.
Por último y no menos importante, recuerda el “autocuidado”. Más allá de la productividad, hay un objetivo que no puedes olvidar, y no es otro que darte lo que mereces cuando lo necesitas.
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