Uno de los principios que nos prepara para la iluminación es nuestro reconocimiento de que en las enseñanzas de todas las religiones verdaderas se encuentra una gran sabiduría, y cada una de ellas merece nuestro respeto. En cada escritura encontrarás declaraciones, pueden ser abundantes o escasas, que nos recuerdan la comprensión iluminada revelada en las enseñanzas del Yoga superior. Todos los senderos superiores de la verdadera práctica y aspiración espirituales conducen al mismo objetivo.
Esta concurrencia del Yoga espiritual con otras enseñanzas puede apreciarse cuando consideramos la gran contribución del budismo a la elevación de la humanidad. Sabemos poco con certeza acerca de la vida del Buda, pero generalmente se acepta que cinco o seis siglos antes de Cristo, un maestro espiritual surgió en el norte de la India, que había alcanzado el objetivo de la vida: la iluminación, y que luego dedicó su larga vida a enseñar tanto a renunciantes como a laicos, a ricos y pobres, a hombres y mujeres, el camino hacia esta meta, un camino basado en la meditación, la auto-purificación y la inofensividad en el pensamiento, la palabra y la obra. Consideró su camino como independiente de la religión sacerdotal védica de la época, con sus rituales, dioses, sacrificios y estricta adhesión a la casta. Su noble óctuple sendero estaba abierto a todos.
Exteriormente hubo una ruptura con el establecimiento védico. Pero interiormente no había divergencia fundamental de las enseñanzas más elevadas que estaban siendo transmitidas por los sabios iluminados de la época. De hecho, muchos de estos sabios se habían apartado de los rituales védicos y el culto a los dioses. En los Upanishads Isha y Mundaka, por ejemplo, encontramos varios versos que condenan las viejas prácticas por estar basadas en el error y la oscuridad. «El que adora a una deidad pensando «él es uno, yo soy otro» no sabe» (Brihadaranyaka Upanishad).
De hecho, hay mucho en común entre el camino del Buda y el del Yoga superior. Ambos caminos implican mirar hacia adentro en busca de iluminación y realización y, por lo tanto, recurren a la meditación y otras prácticas para aquietar la mente. Ambos caminos hablan de la necesidad de someter los propios deseos terrenales; ambos enseñan la trascendencia del ego individualizado y lo ven como irreal. Para ambos caminos, es la actividad mental la que oculta la realidad más profunda de nuestro ser, y esta «naturaleza de Buda» o «verdadero Ser» necesita ser descubierta, no creada o adquirida de alguna fuente externa. Para ambos caminos, la meta —la comprensión liberada— no se puede expresar con palabras, solo se puede experimentar por uno mismo. Aferrarse a las palabras es una barrera sutil para la gran realización, porque las palabras reducen, en la mente de uno, el infinito a la finitud e imbuyen con cualidades irreales aquello que está libre de cualidades.
En los asuntos espirituales más profundos, como la naturaleza del yo, la naturaleza de la iluminación, el Buda guardó silencio y desanimó el filosofar y la especulación. La tradición Vedanta, como dijimos, no es ambigua sobre la realidad última que trasciende el rango del habla y el pensamiento. Sin embargo, conserva el uso de palabras, cuidadosamente elegidas, como ayuda para la realización. En particular, retiene la palabra «yo» (self) de tal manera que significa, no el ego, sino aquello que subyace al ego y no está limitado por nada.
Aun así, la palabra «yo», usada en este sentido superior, puede malinterpretarse e implicar una dualidad continua. Porque «yo» implica algo más de lo que es el yo, y esto nos devuelve a la multiplicidad y al pensamiento, una posición rechazada por el Buda. Pero el filósofo del Vedanta, Shankara, era muy consciente de esta dificultad. Para él, también, la palabra «yo» no tiene lugar en la experiencia más elevada, solo en las reflexiones y afirmaciones que conducen a ella. Como señala en su comentario sobre el Chandogya Upanishad, [7: 2: 3] la palabra «yo» es una ayuda clave para nuestra indagación interna, ya que nos ayuda a identificarnos con el principio más íntimo de la existencia, pero esa iluminación es inexpresable incluso por la palabra «atman» porque en ella «no hay dualidad alguna».
Paradójicamente, con el desarrollo del budismo zen aproximadamente mil años después del Buda histórico, la palabra «yo» vuelve de forma bastante natural cuando indica el conocimiento supremo. Por ejemplo, el comentario de Mumon al koan 23 termina con las líneas: «Tu propio yo no tiene dónde esconderse. Cuando los mundos se destruyen, él no se destruye». Esto solo demuestra cuánto tienen en común estas grandes tradiciones.