¿Qué estoy buscando en el momento siguiente? ¿Hay algo que me falta aquí?
Cuando tengo la honestidad de detenerme y me permito vivir esto tal y como es, haciéndome una con lo que experimento, lo primero que observo es que algo se completa. El vacío que sentía, y que me impulsaba a buscar algo para llenarlo, se disuelve.
El instante presente es siempre el instante de máxima nutrición. ¿Por qué? Porque aquí, solo aquí, está la vida, expresándose en innumerables formas y matices. Ahora, solo ahora, se me ofrece la posibilidad de unirme a esa vida, ser ella, dando mi atención amorosa a cada aspecto en el que se va expresando, ofreciéndole espacio, dejándolo ser.
Abrirme a la experiencia viva del momento presente es abrirme al campo unificado de energía que sostiene y vivifica todos los fenómenos, en los que normalmente me quedo atrapada, hipnotizada por sus formas.
Esa atención espaciosa es nuestra esencia. No desdeña nada. Una con todo, abraza y permite todo en su radiación, como la luz del sol.
Detengámonos en la imagen del sol. Para mí, no hay una mejor expresión para acercarnos a la realidad del presente. Normalmente, confundimos el ahora con el contenido de la experiencia inmediata. Puedo concebir mi presente como un conjunto de experiencias, como el acto de escribir en el ordenador, oír el sonido del tráfico que me llega mientras tanto, registrar las ideas que me van surgiendo, percibir los objetos de la habitación en la que me encuentro o sentir las sensaciones emocionales que experimento mientras escribo… Y sí, todo ello está apareciendo y moviéndose en mi presente. Todo ello es el contenido, la danza de las formas que lo habitan. Sin embargo, no hay nada estable ahí. Más allá de todo lo perceptible, hay un campo vivo en el que todo ello se está dando, un espacio luminoso en el que todo va y viene sin el cual nada de ello sería posible. La luz, poderosa y radiante, no tiene forma, pero sostiene y abraza todas las formas. Inunda con su presencia todo el devenir de lo que cambia. Envuelve, penetra y constituye la esencia de todo objeto y, sin embargo, no varía con las alternancias de estos. Subyace como sustancia de todas las experiencias mientras estas cambian de forma constantemente. Ese espacio, que me gusta llamar la luz del ahora, es la naturaleza esencial de todo lo que existe. Siempre es, no cambia. Es el espacio del eterno presente en el cual las formas aparecen y desaparecen. Su naturaleza es iluminar, envolver, sostener, inundar todo de su calidez, nutrir…
Si, cuando queremos vivenciar el instante presente, nos detenemos solo en los objetos que en él se mueven, experimentamos una reducción, ya que la naturaleza de lo perceptible es limitada. Por muy interesante que sea la experiencia o por mucho que tratemos de adornarla, si no estamos en contacto con la espaciosa luminosidad en la que aparece y de la que es expresión, nos sentiremos pronto agotados. ¿Qué es lo que hace que una experiencia sea siempre nueva y la vivamos con entusiasmo? Lo que se encuentra más allá de la forma, el espacio luminoso del presente, la vida sin forma de la que todo surge. Unirnos a ella, ser ella, es sabernos infinitamente abundantes y afortunados, ya que esa fuente es inagotable y está siempre presente.
Al ofrecer espacio a todo lo que aparece, nos reconocemos como consciencia. Más allá de las formas que esta vida tome, podemos descansar y sentirnos en casa con todo. A través de miles de formas (pasos, movimientos, bocados, respiración, palabras, sensaciones, sentimientos…) la existencia nos está llamando siempre a unirnos, a sentir su intimidad. Lo que sucede es que, al rechazar mentalmente las apariencias que va tomando, nos separamos de ella y dejamos de sentirla. Nos vamos del hogar que nos acoge al buscar en un futuro donde no hay nada, pues no existe.
Ir más allá de las voces de la mente que me indican que lo que hay aquí es incorrecto, inadecuado o insignificante, nos permite acoger y vivir cada experiencia desde la profundidad, abrazándola, sintiéndonos una con ella. Solo así es posible conectar con su esencia escondida tras la apariencia. Y en esto consiste la verdadera nutrición: en asumir la vida momento a momento, en inundarla de consciencia uniéndonos a su esencia. Así descubrimos nuestra profunda unidad, que había quedado velada bajo la forma.
Este es nuestro verdadero poder. Nos damos a la vida y dejamos que la vida nos ofrezca su regalo: el reconocimiento de lo que somos de verdad. Para eso es necesario no desdeñar ningún detalle de la existencia. Todo está aquí ahora llamándonos a la unidad.
Cualquier momento es perfecto para unirme a la experiencia presente:
¿Qué hay aquí ahora?
Sin necesidad de hacer nada, me aquieto. Me dejo estar como estoy y dejo que todo sea como está siendo. Contemplo, observo con atención: la respiración, en su constante fluir, se deja sentir; hay un ir y venir de objetos, personas y sucesos que percibo; aparecen sensaciones en el cuerpo; movimientos emocionales me atraviesan; puedo darme cuenta de los pensamientos que recorren mi mente… Todo es permitido, sentido, en la amplitud del ser.
Sea dulce o amarga la experiencia que se presenta, delicada o abrupta, amable o abominable para el ego, la vida no se detiene. Su despliegue es incontenible. Es nuestra pequeña mente la que se entretiene en catalogar las experiencias, en decidir, según sus juicios, de cuáles se retira y cuáles acepta. No existen estas categorías para la presencia viva que todo lo impregna y lo sostiene. No existen condiciones para el amor.
Imitemos a la vida, seamos un sol para cada instante de nuestra existencia. Descubrámonos como pura vida que todo lo abraza. En ella todo está contenido. Por tanto, amigos… la abundancia está servida.