LA VERDAD NOS HARÁ LIBRES… HASTA QUE SE MANIPULE

Es habitual escuchar conversaciones acerca del chantaje emocional que sufren algunas personas a cargo de alguien de su entorno cercano. Estas, chantajeadas en su más íntimo sentir, se sienten culpables de alguna situación pasada, presente e incluso futura. Se creen en deuda con la persona que las manipula, o responsables de lo que a dicha persona le ocurra si no obra de acuerdo a sus deseos. Sin apenas darse cuenta, la persona manipulada acaba olvidando sus propios deseos y necesidades para satisfacer los ajenos. Tan sencillo, tan complejo.

Pero ¿qué ocurre si la persona manipuladora amplía el foco de su atención y no centra sus objetivos en variar la conducta de una única víctima? ¿O si quien manipula no es ya una sola persona sino un conjunto de ellas? En ese caso, entramos de lleno en la manipulación de masas, orquestada por personas u organizaciones de todo tipo con el único deseo de influir en la sociedad para obtener un beneficio. 

Toda manipulación de masas responde a una estrategia orientada a doblegar la iniciativa propia de los individuos que componen la sociedad y convertir a esta en una masa sometida, de manera conjunta, a los deseos ajenos. Esta manipulación masiva ha utilizado, históricamente, a los medios de comunicación para poder desarrollarse. Hoy, cuando la información es tan volátil y el bombardeo mediático llega a saturar, es más difícil escapar a las posibles estrategias de manipulación que nos amenazan.

Toda manipulación de masas responde a una estrategia orientada a doblegar la iniciativa propia de los individuos

La principal estrategia a seguir en este sentido es la de la distracción, ya que es fácil bombardear a la población con una artillería de información insignificante para alejarla de lo verdaderamente importante. Una vez la sociedad receptora es distraída, le resulta más complicado interesarse por conocimientos importantes y por los problemas que realmente le afectan. Sólo hace falta fijarse en los trending topics de las redes sociales y valorar el peso real que deberían tener en nuestras vidas para comprobar que, en la actualidad, dicha estrategia funciona de manera óptima.

Otra técnica de manipulación sumamente efectiva es la de de crear problemas para ofrecer soluciones que, en otra situación, no hubiesen sido popularmente aceptadas. Somos conscientes del recorte de derechos sociales que suele conllevar cada crisis económica, algo que terminamos aceptando como mal menor y necesario. Estrechamente relacionada con esta estrategia está también la de la gradualidad: imponer una norma no deseada lentamente, con pequeños cambios espaciados en el tiempo que la sociedad apenas alcance a apreciar. Ahondando más en dicha estrategia, los manipuladores comienzan a diferir o presentar normas impopulares como necesarias –a pesar de dolorosas– para el bien común.

Pensemos por un momento en la publicidad, uno de los puntales de la sociedad de consumo en la que vivimos. A nadie se le escapa la facilidad con que, sin pudor alguno, se trata al público receptor como si estuviese conformado por personas de mentalidad poco desarrollada. ¿Qué se logra con esta técnica de manipulación? Si a una persona adulta se la trata como si tuviese 11 años, esta, sugestionada, tenderá a responder con la falta de sentido crítico de una persona de dicha edad, siendo entonces más fácil convertirla en consumidora de bienes o servicios que, de otra manera, habría despreciado. Cabe recordar, por ejemplo, cuántos «problemas de seguridad» de inicio inocuos para la totalidad de la población se convierten repentinamente en asuntos de relevancia pública y se disparan la venta de bienes o servicios orientados a paliarlos.

Mantener a la sociedad o al público objetivo en la ignorancia y la mediocridad es lo mejor para quien desarrolla la manipulación. Al fin y al cabo, si algo tiene una persona de 11 años más desarrollado que la capacidad de reflexión es la capacidad emocional. Por tanto, para mejor manipular a una sociedad o un público previamente infantilizados, es imprescindible apelar siempre a sus emociones y anular su capacidad de reflexión. Así, se logra inducir comportamientos irracionales en el sentir general, como vemos día a día en tantas escenas de odio irracional hacia personas de distinto sexo, etnia o condición. Además, una vez instalados en la incultura y la mediocridad es muy sencillo lograr que dejemos de lado siglos de eficiencia científica y pongamos en duda cuestiones tan analizadas como el cambio climático en favor de teorías carentes de base científica. La conspiración ha llegado, sí, pero ¿quién conspira realmente?

Si se logran desarrollar con éxito las anteriores estrategias de manipulación, será más fácil dar una nueva vuelta de tuerca. Instalados en la mediocridad, será más fácil hacernos creer que ser mediocre es lo óptimo y nos equipara al resto de ciudadanos. No hace mucho, cualquier persona consciente de su falta de cultura pretendía ocultarlo a los demás. Hoy, en cambio, es fácil escuchar a algunas personas alardeando de no haber leído un libro en su vida.

Por último, para lograr que la manipulación de masas sea perfecta, es necesario lograr que la sociedad se sienta culpable de sus propias desgracias. El refuerzo de la culpabilidad hace imposible que la persona manipulada pueda rebelarse contra lo que verdaderamente provoca su insatisfacción, lo cual es prueba fehaciente de que el chantaje emocional de que hablábamos al inicio, y que tan fácilmente parecemos todos detectar, puede llegar a operar a unos niveles de receptividad definitivamente nocivos para el progreso social.

La verdad nos hará libres… hasta que se manipule

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