Francisco Valverde (UyL).— En pleno declive como primera potencia económica, EEUU y la OTAN (brazo militar de Occidente Colectivo) despliegan todo tipo de guerras y violencia a lo largo del planeta, en lo que hemos venido a llamar la OTAN 360º. Llevando a cabo todo tipo de violencia contra los países que construyen el socialismo o que defienden su soberanía frente a las imposiciones imperialistas y ello incluye la guerra biológica, incluso si supone una grave amenaza para la vida de millones de personas en el mundo.
La presencia de laboratorios biológicos estadounidenses en más de 25 países en el mundo -entre ellos, países de la antigua URSS- ya ha sido denunciado, así como la participación en laboratorios ucranianos de epidemiólogos estadounidenses y contratistas del Pentágono (Batelle, Black Veath y CH2M Jacobs), para experimentos de desarrollo de proyectos biológicos. La denuncia realizada por periodistas europeos y la ONG norteamericana Judicial Watch, se hizo por información filtrada desde el Departamento de Defensa de los Estados Unidos.
El pasado mes de agosto, el gobierno de la Federación Rusa, en el informe de su Jefe de Protección Biológica, Química y Nuclear de las Fuerzas Armadas, Igor Kirillov, denunciaba haber encontrado documentos incautados durante la guerra de Ucrania, que relacionan la preparación, estudio previo y uso del COVID-19 por parte de EE.UU, virus causante de la pandemia.
Dicho informe señala las distintas violaciones que ejerce EE.UU. al Convenio de Armas Biológicas y Químicas de la ONU, así como la relación entre el estudio previo y experimentos con determinados patógenos, posteriores pandemias de los mismos patógenos y las ganancias generadas a la industria farmacéutica norteamericana.
El empleo de patógenos para la guerra por parte de EE.UU. no es ninguna novedad. En la década de 1860, el gobierno utilizó el germen del cólera para infectar al pueblo indígena norteamericano, como parte del genocidio perpetrado a este pueblo. El uso del agente naranja en Vietnam, el Ántrax en la Guerra de Corea e incluso experimentos con su propia población en 1951-1952 en Virginia y Washington, a través de inseminación de bacterias que causaron diversas enfermedades y muertes, son otros ejemplos de ello.
El pueblo cubano es sobrado conocedor de este historial y así lo muestra el Museo de la Denuncia en La Habana. La guerra biológica no solo repercutió a la economía socialista cubana, a través de la fiebre porcina africana o la seudodermatosis nodular bovina, en 1981-1982, cuyo patógeno fue aislado en el laboratorio de Camp Ferry, Nueva York. En 1984, el mercenario cubano y agente de la CIA Eduardo Arocena, reconocía en un juicio que: “La misión del grupo encabezado por mí no era asesinar a nadie sino obtener ciertos gérmenes patógenos e introducirlos en Cuba”. Años antes, la población cubana sufría graves epidemias de enfermedades no endémicas como conjuntivitis hemorrágica, disentería o Dengue hemorrágico.
En 2014, durante el brote de ébola en África, científicos desplegados por EE.UU. acudieron a recoger ejemplares de este virus letal, como parte del proceso de recolección y reproducción de este tipo de experimentos en las distintas instituciones desarrolladas para ello y desplegadas por el mundo.
Más allá de achacar a teorías conspiratorias, existe todo un arsenal de datos e información que señalan el historial criminal del imperialismo en el empleo de la guerra biológica. Enfrentamos una guerra total por la defensa de la vida, por la lucha antiimperialista y contra la OTAN es una tarea de primer orden.