Nuestra mente no se detiene, ni siquiera cuando estamos durmiendo. Sin embargo, es imposible entenderla si no comprendemos el papel del inconsciente. Freud lo comprendió hace un siglo, de manera que el inconsciente jugó un papel fundamental en su teoría. De hecho, gran parte del concepto que nos hemos formado sobre esta estructura psíquica proviene precisamente del padre del psicoanálisis.
Freud pensaba que el inconsciente era atemporal, estaba exento de contradicciones, se regulaba por leyes psicológicas diferentes a las de la razón y se movía fundamentalmente por una energía instintiva. También creía que ese inconsciente, que permanece en gran medida inaccesible para la conciencia, se manifestaba a través de los lapsus verbales y los sueños. Y estaba convencido de que bloquear su energía era lo que conducía a los trastornos psicológicos.
Su perspectiva ha permeado nuestra concepción del inconsciente, convirtiéndolo, sobre todo en la cultura popular, en un oscuro reservorio de impulsos reprimidos y deseos repudiados e inconfesables. Sin embargo, Erich Fromm tenía una idea diferente sobre los contenidos del inconsciente y creía que era un “espacio” mucho más luminoso.
¿Realmente nos guía nuestra conciencia racional?
Fromm estableció una distinción entre la conciencia racional y el inconsciente. De hecho, estaba convencido de que los contenidos aparentemente racionales también deben ser sometidos a un análisis profundo porque no son tan lógicos, sensatos o positivos como suponemos.
“Nuestros motivos, ideas y creencias conscientes son en realidad un mejunje conformado por informaciones falsas, ideas preconcebidas, pasiones ilógicas, racionalizaciones y prejuicios sobre los cuales flotan jirones de verdad que nos brindan una seguridad, aunque ilusoria, de que se trata de una mezcla real y verdadera”.
“El pensamiento intenta organizar esa cloaca de ilusiones según las leyes de la lógica y lo plausible, y suponemos que ese nivel de conocimiento refleja la realidad, por lo que es el mapa que usamos para dirigir nuestra vida”, cuando en realidad es tan solo una pequeña parte del mundo.
Sus afirmaciones pueden parecer exageradas, pero las Neurociencias le dan la razón. El cerebro humano es capaz de procesar 11 millones de bits de información cada segundo, pero nuestra mente consciente solo puede procesar aproximadamente 50 bits por segundo. ¿Qué sucede con el resto de la información? ¿Cómo la filtramos? Y, lo que es aún más importante, ¿cómo la usamos?
Un estudio particularmente revelador realizado en la Universidad de Leipzig y publicado en la prestigiosa revista Nature concluyó que nuestro inconsciente decide por nosotros 10 segundos antes de que seamos conscientes de esa decisión.
Al registrar la actividad eléctrica del cerebro, estos neurocientíficos constataron que el cerebro se preparaba para la acción antes de que la persona tomase conscientemente la decisión, lo cual significa que esta podría gestarse y tomarse en el inconsciente o, al menos, este toma nota y envía la señal antes que la conciencia.
El poder infrautilizado del conocimiento inconsciente
Fromm consideraba que el inconsciente no solo contiene las pasiones irracionales – las cuales ocuparían tan solo una pequeña parte – sino todo el conocimiento de la realidad. Creía que nuestra mente inconsciente tiene un poder infinitamente mayor que la conciencia – que es fundamentalmente una construcción social – por lo que puede advertirnos de que una persona es peligrosa y otra de fiar, indicarnos cuál es el mejor camino a seguir, ayudarnos a detectar las mentiras o señalarnos cuándo nos manipulan o nos estamos equivocando.
Fromm estaba convencido de que a través del inconsciente podemos conocer todo lo que necesitamos saber para orientarnos en la vida. Sin embargo, a menudo reprimimos esos contenidos y no prestamos atención a nuestra intuición – que es uno de los principales medios de expresión del inconsciente – porque socialmente se considera que esa información es demasiado “peligrosa”.
De hecho, pensaba que la misma sociedad que produce la conciencia y los diferentes tipos de narrativas en los que nos movemos, también nos obliga a reprimir muchos de nuestros conocimientos inconscientes, de manera que “la verdad se convierte en prisionera de la presunta racionalidad”.
A pesar de que tenemos un profundo conocimiento inconsciente – fruto de la percepción de la realidad tal como es – no podemos procesarlo ni utilizarlo en toda su magnitud, sino que lo filtramos a través de la razón y otras estructuras sociales.
Cuando nos imbuimos demasiado en la sociedad, perdemos el contacto con las señales que envía el inconsciente y olvidamos que la razón es tan solo una de las múltiples manifestaciones de la realidad. Fromm creía que ese tipo de aprendizaje es insidioso porque genera la ilusión de libertad, alejándonos del conocimiento y de nosotros mismos.
Creemos que actuamos siguiendo nuestra propia voluntad porque pensamos y tomamos decisiones aparentemente racionales, por lo que no somos capaces de ver su elevado componente social y, por ende, externo. Al sentir esas decisiones como propias, no nos damos cuenta de que seguimos un guion, sino que nos convencemos de que ese es el camino correcto o el único posible.
Recuperar el contacto con nosotros mismos, que para Fromm pasa por reconectar con nuestra mente inconsciente, es la vía para encontrar la auténtica libertad, ampliar nuestro conocimiento y, sobre todo, saber exactamente lo que deseamos.
Se trata, en definitiva, de dejar de “destinar gran parte de nuestra energía a intentar esconder de nosotros mismos lo que sabemos”, como apuntara Fromm, un conocimiento que, lejos de ser un amasijo de contenidos oscuros e inconfesables, podría ser la puerta para conocernos mejor y vivir de una manera mucho más plena.
Referencias Bibliográficas:
Haynes, J. D. et. Al. (2008) Unconscious determinants of free decisions in the human brain. Nature Neuroscience; 11(5): 543-545.
Wiliam, D. (2006) The half-second delay: what follows? Pedagogy, Culture & Society; 14(1): 71–81.
Fromm, E. (2001) Avere o essere? Mondadori: Milano.