Después de ganar varios concursos de tiro con arco, el joven y vanidoso campeón desafió a un maestro zen que era famoso por su habilidad como arquero. El joven había demostrado un gran dominio técnico al dar en el blanco en su primer intento y luego dividir esa misma flecha a la mitad con su segundo disparo.
“Dime si puedes igualar eso”, retó al anciano.
Sin embargo, el maestro no sacó su arco, sino que le hizo un gesto al joven arquero para que lo siguiera a través de la montaña. Curioso por las intenciones del viejo monje zen, el campeón siguió sus pasos hasta la cima de una montaña. Entonces llegaron a un profundo abismo atravesado por un tronco bastante enclenque e inseguro.
El viejo maestro caminó sobre el peligroso tronco, se detuvo a la mitad y eligió un árbol lejano como su objetivo. Entonces sacó su arco y realizó un disparó certero.
“Ahora es tu turno”, le dijo al joven arquero dijo mientras caminaba con gracia hacia el terreno seguro.
El joven miró con terror al abismo que se abría ante sus pies y fue incapaz siquiera de dar un paso en el tronco, de manera que no pudo disparar al objetivo.
“Tienes mucha habilidad con tu arco”, le dijo el viejo maestro, “pero tienes poca habilidad con la mente que permite soltar el disparo”.
Si no controlas tus emociones, no controlas nada
Esta antigua parábola zen nos recuerda la importancia de saber gestionar nuestras emociones. Demostrar nuestras habilidades cuando todo va bien no es difícil, lo verdaderamente complicado es seguir manteniendo ese nivel de rendimiento cuando estamos contra las cuerdas.
Cuando el mundo se gira en nuestra contra y el miedo, la ansiedad, la tristeza o la ira nos consumen, nuestras habilidades se desdibujan, perdemos la confianza y nuestros objetivos se vuelven inalcanzables.
De hecho, en la filosofía zen, la verdadera maestría no proviene únicamente de la habilidad física sino de la armonía mente-cuerpo. Solo el equilibrio mental nos garantiza que podremos hacer uso en tiempos revueltos de las habilidades y competencias que hemos aprendido. Sin esa paz interior, sin el autocontrol y la autoconfianza necesarias, nuestros conocimientos se diluirán y nos servirán de poco.
Los sentimientos y emociones intensas pueden paralizarnos o generar un estado de activación nerviosa que nos impida concentrarnos. De esa forma corremos el riesgo de perder el foco, no somos capaces de detectar lo verdaderamente importante y nos comportamos de manera errática. Cuando no somos capaces de controlar nuestras emociones, nuestras fortalezas se desmoronan y nos volvemos vulnerables, como una hoja movida por el viento de las circunstancias.
El verdadero éxito se mide por el crecimiento interior
El cuento “El arquero y el monje zen” es un recordatorio de que debemos cultivar la paz interior, la armonía y el autocontrol. El éxito no solo se mide por los logros externos, sino también por el nivel de crecimiento interno que hemos logrado a lo largo del camino.
Mantener la calma y la concentración es fundamental cuando las cosas se tuercen. Como se suele decir, ningún mar en calma hizo experto a un marinero. Por tanto, debemos asegurarnos de no rehuir los momentos de tensión o los problemas porque esas situaciones nos brindan la oportunidad de ponernos a prueba y crecer.
La resiliencia, la paciencia y el autocontrol emocional se desarrollan precisamente en medio de la adversidad. Pero no se desarrollan luchando contra los acontecimientos, como si fueran un enemigo a batir, sino aprendiendo a controlar el tsunami emocional que suelen generar en nuestro interior.
Un estudio realizado en las universidades de Michigan y Oregón, por ejemplo, demostró que aceptar las emociones contradictoras que solemos experimentar mientras perseguimos una meta nos ayuda a desarrollar una nueva conciencia de nuestras prioridades y vislumbrar mejor las opciones disponibles que conduzcan a resultados óptimos. «Con el tiempo, abrazar esas emociones nos conduce a una mayor autorrealización«, concluyeron estos psicólogos.
Por tanto, vale la pena tomarse el tiempo que sea necesario para reflexionar sobre el impacto de las emociones en tus decisiones y rendimiento cotidiano. Recuerda que cada disparo fallido es una oportunidad para entender mejor tus reacciones y ajustar tu enfoque. Aprende a lidiar con las frustraciones, los contratiempos y las dificultades porque antes o después los encontrarás a lo largo del camino y si no estás preparado, te noquearán. En cambio, si aprendes a afrontarlos con serenidad y confianza, serán una oportunidad para seguir creciendo y desarrollar ese escudo de ecuanimidad que protegerá tu bienestar cuando todo parece volverse en tu contra.
Referencia Bibliográfica:
Mejía, S. T. & Hooker, K. (2017) Mixed Emotions Within the Context of Goal Pursuit. Curr Opin Behav Sci.; 15: 46–50.
El arquero y el monje zen: un cuento revela el secreto para avanzar bajo presión