En diciembre del año 2018, la revista Ecologista núm. 98 publicaba un interesante artículo que titulaba “Inundaciones y construcción de viviendas”, del cual, a raíz de lo ocurrido en Valencia hace unos días, vale la pena reproducir algunos extractos.
“Olas que llegan a la quinta planta de un hotel en Tenerife, viviendas, residencias, centros deportivos y de atención a personas con diversidad funcional inundados, calles y carreteras convertidas en ríos en los que la fuerza del agua se lleva todo. Son algunas de las imágenes que hemos visto en los medios de comunicación recientemente donde se presentan las lluvias torrenciales y tormentas como fenómenos con gran capacidad de destrucción. Lo que no suele aparecer en el foco mediático es que esas construcciones afectadas están casi al borde del mar o en medio del cauce de un río o hay una infraestructura que ha desviado el agua hacia las zonas afectadas…
A partir de los años 50 se empezaron a construir miles de viviendas zonas de alto riesgo de inundación. En 1996 tuvo lugar la tragedia del camping de Biescas, Huesca, murieron 87 personas por una avenida de agua. Un año después, se dio a conocer que más de 25.000 construcciones estaban situadas en los cauces y zonas de alto riesgo de inundación. Tres meses después, tuvo lugar la tragedia del barrio de Cerro de Reyes, en Badajoz, donde una avenida de agua mató a 25 personas… La inundación de un geriátrico situado en la ribera del río Sió (Agramunt, Lleida), donde murieron cuatro personas… En octubre pasado tuvo lugar la tragedia de Sant Llorenç, en Mallorca, en la que murieron trece personas. La zona donde se produjo estaba considerada como de alto riesgo. Estas tragedias volverán a repetirse con seguridad en otros lugares de España. De hecho, en noviembre se han producido varias trombas de agua de intensidad parecida en Girona, Valencia, Lugo y Murcia con más víctimas mortales. Son tormentas propias de nuestro clima.
El propio Ministerio para la Transición Ecológica estima que 710.000 personas tienen sus viviendas en zonas inundables… Y es muy probable que las avenidas de agua, serán más frecuentes, porque las viviendas y otros edificios no han parado de crecer en estas zonas de riesgo… Ante las lluvias torrenciales, lo único útil es mantener cauces y zonas de alto riesgo de inundación libres” (*).
Y, hoy, tras la tragedia debemos recordar los antecedentes, debido a los desastres urbanísticos que, fruto de la especulación histórica, ha permitido realizar construcciones en los cauces naturales de ríos y torrentes, tanto en ciudades como en los litorales marinos.
Algunos datos para recordar y contradecir a los defensores del ecocapitalismo sobre las inundaciones históricas, entre ellas las del año 1962 en Terrassa, cuya cantidad de muertos todavía hoy es desconocida. La cifra oficial de muertos fue de 617 en apenas unas horas, aunque estudios posteriores aseguran que hubo cerca de mil. Barrios enteros desaparecieron por completo. Coches, camiones y autobuses fueron arrastrados por las riadas.
En el triángulo formado por las ciudades de Sabadell, Terrasa y Rubí, la fiebre especulativa construyó en los cauces de ríos y torrentes que se consideraron secos y urbanizables, pero con el paso de la tormenta volvieron a sus cauces originales cuya agua que se tragó todo lo que encontró a su paso: centenares de viviendas, fábricas y personas.
Pero unos años antes, el 14 de octubre de 1957, se produjo una inundación en Valencia, en la cuenca del Turia, arrastrando vehículos, mobiliario y edificios enteros que causaron oficialmente 81 muertos, pero indagaciones posteriores el número real de muertes pudo ser mayor, llegando hasta los 300. Se estima que más de 1.700 personas vieron sus viviendas afectadas, muchas de ellas completamente destruidas. Comercios anegados, mercancías perdidas y fábricas inutilizadas, los puentes colapsados, las carreteras destrozadas y el suministro de agua y electricidad interrumpido. Fue el inicio del llamado Plan Sur de desvío del río Turia, salvó Valencia capital de inundaciones, pero dejó en la estacada las localidades colindantes con la Horta Sur.
Aunque con anterioridad hay registros de inundaciones desde el siglo XIV con intervalos de 30 ó 40 años unas de otras, lo que tradicionalmente han denominado los habitantes de estas cuencas como “gota fría”. A pesar de ello se siguió construyendo en cauces y zonas inundables.
En el siglo XIX se produjeron dos de las más graves inundaciones de la historia reciente en el sureste español. En 1802 la rotura del embalse de Puentes, en el cauce del Guadalentín, causó 608 muertes. Y el 15 de octubre de 1897 se produjo la riada de Santa Teresa, cuando el río Segura arrasó Murcia, dejando a su paso 761 muertos y destrozando 24.000 hectáreas de cultivo.
Por aquel entonces, los ecocapitalistas no habían inventado todavía su negocio de capitalismo verde y el discurso a su alrededor de su concepto de “cambio climático” a consecuencia de la elevación de CO2 en la atmósfera y de la superpoblación. Dos cuestiones formales detrás de las cuales está la política eugenésica de disminución de la población y el negocio de las llamadas energías alternativas controladas por las mismas multinacionales que durante años han exprimido el subsuelo del mundo.
Si con anterioridad al siglo XIX, los clérigos decían que los fenómenos atmosféricos eran de voluntad divina, como la sequía o las tormentas, y sacaban la imagen de la Virgen de turno para implorar clemencia, hoy los nuevos clérigos llamados “expertos” o “científicos” a sueldo de estas multinacionales, intentan, todo lo que pueden, ocultar el gran negocio especulativo y urbanístico que ha sido el origen de inmensas fortunas, construyendo en lugares que cualquier científico que no estuviera al servicio del capital, hubiera denunciado y luchado para evitar las consecuencias de la depredación del territorio con fines de lucro.
No por casualidad, la llamada “parte alta” de las ciudades es la residencia de las gentes adineradas, dónde no existe peligro de inundaciones u otros fenómenos atmosféricos. Como ocurrió con el huracán Katrina en Nueva Orleans en agosto del 2005, que el llamado “barrio francés”, ubicado sobre el nivel del mar, al igual que otras zonas de la ciudad urbanizadas antes de finales del siglo XIX en terrenos más altos que los diques de Nueva Orleans, el “barrio francés” apenas se inundó tras el huracán. Las personas pobres y pequeños comerciantes que habitaban la hondonada bajo el nivel del mar sucumbieron ante la rotura de los diques.
No es motivo esencial de estas consideraciones, pero no debemos confundir lo que pueden ser exponentes del hecho de que el clima tradicional está manifestando variaciones, como siempre ha sucedido en la historia, con el llamado “cambio climático” el cual va asociado a una imposiciones de cambios estructurales en procesos industriales, energéticos y de conducta social, que en el fondo solo persiguen reestructuraciones de métodos productivos.
Para no cansar. El problema no es el cambio climático, el problema real es la usura, y pretender desviar la atención con excusas… que si no se avisó a tiempo… que si no funcionaron las advertencias… que, no es más que mantener el stato quo y el poder de la industria constructora aliada a los políticos de turno, los cuales, mientras obtengan beneficios, lo mismo le da construir en el lecho de un río o en un arenal de la costa. El problema es de fondo y debe resolverse mediante la lucha de clases que englobe el tema territorial y urbanístico, al lado de todos los demás que afectan al proletariado.
Mientras no se libre una batalla que enfrente la mayoría social proletaria al capital, solamente queda llorar por las víctimas de estas especulaciones.
(*) https://www.ecologistasenaccion.org/112110/inundaciones-y-construccion-de-viviendas/