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Es sabido que Donald Trump ha ganado las elecciones de noviembre de 2024 en Estados Unidos y volverá a la presidencia tras haber alcanzado la victoria en siete estados clave para inclinar la balanza a favor de uno de los dos candidatos. Ello favorecerá los negocios de una serie de multimillonarios tecnológicos que lo han apoyado, liderados por Peter Thiel y cuya principal figura pública es Elon Musk. En las elecciones presidenciales celebradas el candidato republicano ha reunido más de 74 millones de votos a su favor (un 50,4%), frente a los 71,2 millones de la demócrata Kamala Harris, (un 48%). Trump ha logrado 312 delegados del colegio electoral, superando los 270 necesarios para volver a la Casa Blanca.
La victoria de Trump supone un nuevo hito para la historia de Estados Unidos porque se trata de la primera vez que un presidente del Gobierno repite legislatura después de haber sido juzgado como culpable por delitos graves. En la actualidad Trump sigue teniendo tres causas penales pendientes con la Justicia, según el recuento de The New York Times. Donald Trump es un político estadounidense ultraconservador que fue presidente desde 2017 hasta 2021. Heredó un gran imperio inmobiliario y se convirtió en empresario, hasta que sus negocios se declararon en quiebra. Se convirtió en una figura muy mediática cuando apareció en televisión. Trump nació el 14 de junio de 1946 en Queens, en Nueva York. Su familia por parte paterna es alemana y escocesa por parte de madre. Sus negocios inmobiliarios los levantó su padre, Fred Trump, que fue uno de los grandes empresarios del país. Ahora, a sus 78 años, Donald Trump está casado con Melania Trump y tiene cinco hijos de diferentes matrimonios. El político cursó sus estudios en la Kew-Forest School, en Queen, pero lo echaron a los 13 años por problemas de conducta. Tras esto, se incorporó a la Academia Militar de Nueva York. Más tarde, se graduó en Economía en la Wharton School de la Universidad de Pensilvania en 1968. Desde muy joven mostró sus intenciones de ponerse al frente de los negocios familiares. Por eso, en 1976 se asoció, junto a su padre, con la corporación Hyat, para dar vida al Grans Hyatt Hotel, donde se inició en el sector.
Cuando finalmente logró su objetivo y se puso al frente de la empresa de su familia, le cambió el nombre de Elizabeth Trump & Son a The Trump Organization. Durante estos años alquiló viviendas en Queens, Staten Island y Brooklym. También construyó complejos residenciales y varias oficinas en Manhattan y otros barrios prestigiosos. Llegó a ser uno de los grandes magnates hoteleros del país, destacando por encima de todos el Trump Plaza Hotel and Casino, en Atlantic City. Una vez que se consolidó en esta área, exploró otras nuevas vías de negocio y se aventuró en el entretenimiento. Sin embargo, sus empresas empezaron a ir mal y se vio obligado a renegociar la deuda con los bancos y los propietarios hasta en seis ocasiones. Declaró en quiebra dos de sus compañías: Trump Entertainment en 2009, y Trump Hotel & Casino Resorts en 2004. Trump fue el dueño de certámenes de belleza tan importantes como Miss USA, Miss Teen USA y Miss Universo, hasta que comenzó su carrera política. Su momento de mayor fama televisiva llegó en 2004 con el reality show The Apprentice (El Aprendiz), en que se fraguó el gran personaje que se dio a conocer en sociedad. En el programa varios competidores tenían que mostrar sus habilidades en los negocios y se enfrentaban por equipos para obtener la aprobación de Donald Trump, que tenía el poder sobre quién abandonaba el espacio y quién continuaba. El formato de televisión tuvo un gran éxito en la NBC durante 14 temporadas, en las que Donald Trump fue presentador. El éxito fue tal que llegó a tener una audiencia de 20 millones de espectadores. En el programa presentó a sus hijos Donald, Ivanka y Eric, que además eran sus asesores.
Cuando en 2015 formalizó su candidatura a las elecciones presidenciales de Estados Unidos, Donald Trump ya había repetido en varias ocasiones que quería postularse a la Casa Blanca. Comunicó que iba a presentarte a los comicios a la presidencia de Estados Unidos de 2016 por el Partido Republicano. Bajo el lema “Make America Great Again”, enfocó su campaña en la inmigración, prometiendo la construcción de un muro que separase México y Estados Unidos, medidas estrictas para fortalecer la economía y reformar el sistema de inmigración. Para su elección de 2016 contó con el multimillonario Robert Mercer y su socio Steve Bannon, así como con el multimillonario Peter Thiel, que rápidamente se ganaron una reputación por involucrarse agresivamente en las campañas de los políticos a los que apoyaban. Y Mercer dejó claro que, como condición para su apoyo financiero, esperaba que las campañas contrataran a su empresa Cambridge Analytica para realizar el trabajo con los datos, todo ello mediante la segmentación de la población en los Estados en que las diferencias fuesen pequeñas a fin de hacerles llegar los mensajes adecuados. Está estrategia llevó al triunfo de Trump y posteriormente se ha implementado en otros lugares del mundo para favorecer a la extrema derecha. Bannon cree que el surgimiento de movimientos nacionalistas de extrema derecha en todo el mundo, desde Europa hasta Japón y Estados Unidos, presagia un regreso a la tradición. Según Bannon: “Hay que controlar tres cosas, las fronteras, la moneda y la identidad militar y nacional. La gente finalmente se está dando cuenta de eso y los políticos tendrán que seguir el ejemplo”. Bannon opina que el ejemplo más claro de influencia política tradicionalista hoy se encuentra en Rusia. El principal ideólogo de Vladimir Putin, Alexander Dugin, a quien Bannon citó, tradujo el trabajo del filósofo italiano de extrema derecha Julius Evola al ruso y más tarde desarrolló una variante nacionalista rusa del tradicionalismo conocida como eurasianismo, que considera que Rusia está más cercana cultural e históricamente a Asia que a Europa. Trump ganó las elecciones frente a Hilary R. Clinton del Partido Demócrata como rival, convirtiéndose en el presidente número 45 de los Estados Unidos.
Tuvo un mandato muy polémico a nivel mundial, y en noviembre de 2020 Joe Biden consiguió quitarle la presidencia. Donald Trump es el primer presidente de Estados Unidos en ser condenado por abusos sexuales y por difamación a la escritora E. Jean Carroll. Esta sentencia le obligó a pagarle cinco millones de dólares. Solo un mes después también lo imputaron por presuntos delitos federales, por llevarse documentos y secretos del despacho oval de la Casa Blanca. Fichó en la prisión de Fulton, en Georgia, pero lo sacaron un poco después tras pagar una fianza de 200.000 euros. Y estas no fueron todas las acusaciones, porque también lo señalaron por manipular los resultados de las elecciones de 2020. En mayo de 2024 lo declararon culpable de 34 delitos graves por falsificación de registros comerciales, que usaba para encubrir escándalos sexuales. Entre sus polémicas más recientes están los dos atentados que ha sufrido contra su vida durante su campaña electoral. Fue herido por un francotirador, murió una persona y otras resultaron gravemente heridas. En el año 2022 anunció que quería presentarse de nuevo a las elecciones 2024 de Estados Unidos, para lo que inició una recaudación de fondos. Meses más tarde, la Corte Suprema lo inhabilitó por participar en el ataque al Capitolio, aunque la revocaron en marzo de 2024. Fue entonces cuando pudo formalizar su candidatura, que iba a ser la primera revancha electoral en la historia. Sin embargo, Joe Biden se retiró como candidato y fue reemplazado por Kamala Harris, que podría haberse convertido en la primera mujer presidenta de Estados Unidos.
Con la nueva victoria de Donald Trump, algunos multimillonarios tecnológicos, como Elon Musk y Peter Thiel parece tendrán un papel muy importante. En efecto, el posible papel de multimillonarios tecnológicos como Elon Musk y Peter Thiel en una administración encabezada por Donald Trump refleja una convergencia entre política, tecnología y negocios. Ambos son figuras influyentes con visiones particulares del futuro, lo que podría tener un impacto significativo en temas clave como la inteligencia artificial, el cambio climático, la exploración espacial y la regulación tecnológica. Musk es conocido por sus innovaciones en varias industrias, como autos eléctricos (Tesla), energía renovable (SolarCity), exploración espacial (SpaceX) y recientemente inteligencia artificial y neurotecnología (Neuralink). Si obtiene mayor influencia, podría priorizar políticas que fomenten la innovación tecnológica y la transición a energías renovables, aunque su pragmatismo y carácter polarizador también podrían generar controversias. Musk tiene una visión global, pero ha sido crítico con ciertas regulaciones, lo que podría alinearlo con un gobierno que promueva la desregulación. Thiel, cofundador de PayPal y uno de los primeros inversores en Facebook, tiene un enfoque diferente. Es un defensor del libertarismo y suele abogar por una menor intervención del gobierno en los negocios. También ha sido un crítico de la globalización y la cultura dominante en Silicon Valley, lo que lo alinea ideológicamente con las políticas más nacionalistas de Trump. Si tiene más protagonismo es probable que impulse políticas favorables para el sector tecnológico en términos fiscales y regulatorios, aunque con un enfoque más centrado en la soberanía tecnológica y en la competencia geopolítica, especialmente con China. Las posibles implicaciones positivas son: 1) Mayor inversión en infraestructura tecnológica y exploración espacial; 2) Posible estímulo al emprendimiento y la innovación; 3) Una visión a largo plazo sobre el papel de la tecnología en la economía. Pero los posibles riesgos son: A) Concentración de poder en un pequeño grupo de élites tecnológicas; B) Conflictos de intereses entre los proyectos privados de estos multimillonarios y las políticas públicas; C) Priorización de intereses tecnológicos y corporativos sobre preocupaciones sociales, como la desigualdad o el cambio climático.
¿Cuál será la relación entre Donald Trump y la Rusia de Putin en esta nueva presidencia? Al respecto quiero hacer referencia a un interesante y revelador libro, House of Trump, House of Putin, en que el periodista y escritor estadounidense, que fue editor adjunto del The New York Observer y editor en jefe del Boston Magazine, Craig Unger, ofrece una investigación exhaustiva sobre la relación de décadas entre Donald Trump, Vladimir Putin y la mafia rusa que, en última instancia, ayudó a que Trump llegara a la Casa Blanca. Es una historia escalofriante que comienza en la década de 1970, cuando Trump hizo su primera aparición en el floreciente y acaudalado mundo inmobiliario de Nueva York, y termina con su investidura como presidente de los Estados Unidos. Ese momento fue la culminación de la larga misión de Rusia para socavar la democracia occidental, una misión que comenzó hace más de treinta años, cuando la mafia rusa apuntó por primera vez a las propiedades de Trump para lavar dinero, y llevó a los oligarcas de Putin y a los capos de la mafia a rescatar a Trump de una serie de bancarrotas sensacionales. Craig Unger rastrea metódicamente la alianza profundamente arraigada entre los más altos escalones de los operadores políticos estadounidenses y los actores más importantes del aterrador submundo de la mafia rusa. El autor analiza el sórdido ascenso de Donald Trump, desde que era un magnate inmobiliario en decadencia hasta llegar al cargo más alto del país. Analiza el ascenso de Rusia, como el ave fénix, de las cenizas de la Unión Soviética posterior a la Guerra Fría, así como sus incesantes esfuerzos encubiertos para tomar represalias contra Occidente y recuperar su condición de superpotencia mundial. Sin Trump, Rusia habría carecido de un componente clave en sus intentos de volver a la grandeza imperial. Sin Rusia, Trump no sería presidente. Este libro ayuda a comprender los poderes reales que actúan en las sombras del mundo actual y cuenta la historia de una de las mayores operaciones de inteligencia de la historia, una empresa que se llevó a cabo durante décadas y mediante la cual la mafia rusa y sus agentes de inteligencia lograron localizar, comprometer e implantar en la Casa Blanca a un agente ruso, ya fuera deliberadamente ignorante o inexplicablemente inconsciente, como el hombre más poderoso del planeta. Al hacerlo, sin disparar un tiro, los rusos ayudaron a poner en el poder a un hombre que inmediatamente comenzaría a socavar la Alianza Occidental, que ha sido la base de la seguridad nacional estadounidense durante más de setenta años; que iniciaría guerras comerciales masivas con los aliados de larga data de Estados Unidos; alimentaría el populismo antiinmigrante de derecha; y atacaría el estado de derecho en Estados Unidos.
En resumen, según Craig Unger, en un momento en que Estados Unidos se enfrentaba a una nueva forma de guerra, una guerra híbrida que consistía en guerra cibernética, piratería informática, desinformación y similares, Estados Unidos tendría al mando a un hombre que dejaría al país prácticamente indefenso y, tal vez sin darse cuenta, cumpliría las órdenes del Kremlin. En muchos sentidos, los vínculos de Donald Trump con Rusia durante las últimas cuatro décadas han sido un secreto a voces, aunque ocultos a plena vista. Una razón por la que pasaron desapercibidos durante tanto tiempo puede ser que algunos de ellos son tan inquietantes, tan transgresores, que los estadounidenses se resisten a reconocer las oscuras realidades. Cualquiera que sea la acción de Rusia con respecto a la campaña presidencial de 2016 y probablemente la de 2024, ¿fue un ataque a la soberanía de Estados Unidos o simplemente una intromisión? ¿La interferencia rusa cambió los resultados de las elecciones presidenciales de 2016? ¿Donald Trump es un agente ruso? ¿O simplemente, por ceguera voluntaria o ignorancia colosal, ni siquiera sabe cómo Rusia lo ha comprometido? El presidente Donald Trump, por supuesto, ha negado tener algo que ver con Rusia, y diez días antes de su investidura tuiteó: “Rusia nunca ha intentado ejercer influencia sobre mí. No tengo nada que ver con Rusia: ¡ni acuerdos, ni préstamos, ni nada!”. Pero durante las últimas cuatro décadas, el presidente Donald Trump y sus asociados han tenido vínculos significativos con al menos cincuenta y nueve personas que facilitaron negocios entre Trump y los rusos, incluidas relaciones con docenas de personas que tienen presuntos vínculos con la mafia rusa. Todo indica que el presidente Trump ha permitido que bienes raíces de marca Trump se utilicen como un vehículo que probablemente sirvió para lavar enormes cantidades de dinero, tal vez miles de millones de dólares, para la mafia rusa durante más de tres décadas. Asimismo, hay ciertas evidencias de que el presidente Trump proporcionó un hogar operativo a oligarcas cercanos al Kremlin y a algunas de las figuras más poderosas de la mafia rusa en la Torre Trump y otros edificios de Trump, intermitentemente, durante gran parte de ese período. Asimismo, durante este período la mafia rusa probablemente ha sido un actor estatal de facto al servicio de la Federación Rusa de la misma manera que los servicios de inteligencia estadounidenses sirven a los Estados Unidos, y que muchas de las personas conectadas con Trump tenían fuertes vínculos con el FSB ruso, el servicio de seguridad del Estado que es el sucesor del temido KGB.
El libro de Craig Unger explica que es evidente que Donald Trump ha sido una persona de interés para la inteligencia soviética y rusa durante más de cuarenta años y probablemente fue objeto de una o más operaciones que produjeron material comprometedor sobre él. Durante décadas, los agentes rusos, incluidas figuras clave de la mafia rusa, examinaron cuidadosamente los puntos débiles de la cultura política estadounidense de pago por juego y, después de hacerlo, contrataron a poderosos abogados de primera línea, lobistas, contadores y promotores inmobiliarios por montones, en un esfuerzo por comprometer el sistema electoral, el proceso legal y las instituciones financieras de Estados Unidos. Donald Trump, lejos de ser el único “activo” potencial para los rusos, fue uno de las docenas de políticos, la mayoría republicanos, pero también algunos demócratas y empresarios, que se endeudaron con Rusia, y que millones de dólares han estado fluyendo desde individuos y compañías de Rusia o con vínculos con Rusia a políticos del Partido Republicano, incluido el líder de la mayoría del Senado, Mitch McConnell, durante más de veinte años. Las figuras más poderosas de la seguridad nacional de Estados Unidos, incluidos dos directores del FBI, William Sessions y Louis Freeh, y el asesor especial de la CIA, Mitchell Rogovin, terminaron trabajando con rusos que habían sido considerados amenazas serias para Estados Unidos. Según Craig Unger, Donald Trump tenía una deuda de 4.000 millones de dólares cuando el dinero ruso llegó a su rescate y, como resultado estaba y sigue estando profundamente en deuda con ellos por revivir su carrera empresarial y lanzar su nueva vida en la política. Asimismo parece que Trump se asoció con un delincuente convicto llamado Felix Sater, quien supuestamente tenía vínculos con la mafia rusa, y que Trump no reveló este hecho y se benefició de esa relación. Ahora que Trump volverá a ser comandante en jefe de los Estados Unidos, tal como lo expresó el ex director de inteligencia nacional James Clapper, será, en efecto, un “activo” de inteligencia al servicio del presidente ruso Vladimir Putin, o, peor aún, como dijo Glenn Carle, ex oficial de inteligencia nacional de la CIA, a Newsweek: “Mi evaluación es que Trump en realidad está trabajando directamente para los rusos”.
Pero quizás James Comey lo expresó mejor. En enero de 2017, apenas una semana después de la primera investidura de Donald Trump, el presidente invitó al entonces director del FBI, James Comey, a la Casa Blanca para una cena privada. Al caracterizar a Trump como “poco ético y sin apego a la verdad”, y comparar su comportamiento con el de un jefe de la mafia, Comey escribe en A Higher Loyalty que Trump le dijo: “Necesito lealtad. Espero lealtad”. La exigencia le recordó a Comey una ceremonia de incorporación a la mafiosa Cosa Nostra, en la que Trump desempeñó el papel de jefe de la familia mafiosa. “El encuentro me dejó conmocionado”, escribe. “Nunca había visto nada parecido en la Oficina Oval. Cuando me vi empujado a la órbita de Trump, volví a tener recuerdos de mi anterior carrera como fiscal contra la mafia. El círculo silencioso de asentimiento. El jefe con el control absoluto. Los juramentos de lealtad. La visión del mundo de nosotros contra ellos. Las mentiras sobre todas las cosas, grandes y pequeñas, al servicio de algún código de lealtad que ponía a la organización por encima de la moralidad y de la verdad”. Comey escribe como si la idea de la mafia fuera una metáfora. Pero en cierto modo lo es. Más que eso. Craig Unger explica la historia de la relación de cuatro décadas de Trump con la mafia rusa y la operación de inteligencia rusa que lo ayudó a llegar a la Casa Blanca. El 23 de junio de 2017, seis meses después de su toma de posesión, el presidente Donald Trump tuiteó que su predecesor, Barack Obama, “sabía con mucha antelación” sobre la intromisión de Rusia en las elecciones estadounidenses. El tuit fue inusual porque representó un reconocimiento poco común por parte de Trump de que Rusia podría haber interferido en las elecciones de 2016, pero estuvo acompañado por la denuncia de Trump de cualquier investigación sobre el asunto como una “cacería de brujas”. En ese momento, el presidente ruso, Vladimir Putin, que se dirigía a la península de Crimea, que Rusia había anexado en 2014 desde Ucrania, tenía motivos para estar agradecido por cualquier protección que le brindara su amigo estadounidense. Su escala no fue muy popular, ya que reavivó la animosidad en Ucrania, cuyo Ministerio de Asuntos Exteriores emitió un comunicado en el que decía que Kiev “considera que esta visita es una grave violación de la soberanía del Estado y de la integridad territorial de Ucrania”. Era un tema que ocupaba un lugar preponderante en el juego de sombras entre los dos hombres: el aparente apoyo de Putin a Trump seguramente iba de la mano de7 la aquiescencia de este último a la agresión rusa en Ucrania.
Sin embargo, sigue explicando Craig Unger, mientras Putin y Trump acaparaban los titulares, en Devens, Massachusetts, ocurrió algo que parecía estar a años luz del escándalo Trump-Rusia, pero que en realidad estaba estrechamente vinculado a sus orígenes. John “Sonny” Franzese, el preso federal de mayor edad de los Estados Unidos, fue dado de alta del Centro Médico Federal después de cumplir una condena de ocho años por extorsión. Gracias a su edad, ya que Franzese acababa de celebrar su centenario, su liberación fue debidamente notada en todo el mundo, incluido el New York Post, que diligentemente recordó los días de gloria de Franzese pasando el rato con Frank Sinatra y el campeón de boxeo Jake LaMotta en el local Copacabana. Franzese, subjefe de la temida familia criminal Colombo, había esquivado repetidamente los cargos de asesinato porque probablemente era muy bueno haciendo desaparecer cadáveres. Pero después de una absolución, fue atrapado. En una grabación explica cómo se deshizo de los cuerpos de las docenas de personas que había asesinado. Franzese era un mafioso de la vieja escuela, una reliquia de la era de las Cinco Familias de la Cosa Nostra de mediados del siglo XX, las mismas tribus en guerra retratadas en la película El Padrino, y su regreso a Brooklyn evocó esa poderosa y mítica saga que ha quedado profundamente impresa en la conciencia estadounidense. Sin embargo, de alguna manera, la parte más duradera de su legado, una que siempre tendrá su lugar en la historia estadounidense, es prácticamente desconocida hoy en día. A través de su hijo Michael, Sonny Franzese supervisó una estafa de evasión de impuestos a la gasolina que se convirtió en una empresa de mil millones de dólares que duró seis años, hasta que el FBI la desmanteló a mediados de la década de 1980. El escándalo también tuvo consecuencias geopolíticas de largo alcance, ya que permitió a la recién llegada Mafia rusa su primer gran golpe en Estados Unidos y la posicionó para desempeñar un papel vital en el ascenso de Donald Trump al poder, un papel tan vital que es justo decir que sin la llegada de la Mafia rusa a Nueva York, Donald Trump no se habría convertido en presidente de los Estados Unidos.
¿Cómo percibimos la capacidad de los multimillonarios tecnológicos para equilibrar el progreso tecnológico con las necesidades sociales y éticas? ¿Cómo vemos el papel que deberían jugar estas figuras en la política? Creo que deberían tener un papel importante en el desarrollo tecnológico, especialmente para competir con China, pero sin intervenir en exceso en la política del país y del mundo. Es esencial que figuras como Elon Musk y Peter Thiel desempeñen un papel clave en el desarrollo tecnológico, especialmente en áreas estratégicas como inteligencia artificial, energías renovables, exploración espacial y telecomunicaciones, ya que la competencia tecnológica con China, que ya es un líder global en muchas de estas áreas, requiere un enfoque innovador y colaborativo entre el sector privado y el público. Multimillonarios como Musk y Thiel lideran iniciativas tecnológicas que son cruciales no solo para la competitividad económica, sino también para la seguridad nacional estadounidense. Por ejemplo, SpaceX ha revolucionado la industria aeroespacial, lo que refuerza la posición de Estados Unidos en la exploración espacial y la defensa. Palantir, cofundada por Thiel, trabaja en inteligencia de datos y es utilizada por el gobierno estadounidense en temas de seguridad, aunque todo indica que se utiliza para más cosas que temas de seguridad. Si bien es positivo que contribuyan con su experiencia y visión, la política pública debería basarse en el bien común, no en los intereses individuales o corporativos. La excesiva influencia de estos empresarios podría derivar en conflictos de interés, como políticas diseñadas para beneficiar proyectos privados o en desigualdades sociales si las prioridades tecnológicas no consideran el impacto en los ciudadanos comunes. Aunque es importante no obstaculizar la innovación, también es necesario garantizar una regulación adecuada para proteger la privacidad y la seguridad en áreas como la inteligencia artificial y los datos; para evitar monopolios y garantizar una competencia justa en el mercado y la colaboración internacional. De hecho, para competir eficazmente con China, Estados Unidos no solo necesita innovación interna, sino también alianzas estratégicas con otros países. Esto requiere un enfoque político más equilibrado que un liderazgo puramente tecnocrático podría pasar por alto. En resumen, figuras como Musk y Thiel pueden aportar mucho como catalizadores del progreso tecnológico, pero su influencia debe mantenerse equilibrada para garantizar que la política pública siga siendo inclusiva, ética y orientada hacia el beneficio de toda la sociedad, no solo de intereses particulares.
China ha avanzado significativamente en tecnologías clave y en la producción global, posicionándose como un líder en áreas estratégicas como inteligencia artificial, telecomunicaciones, energías renovables y manufactura avanzada. Sin embargo, Estados Unidos tiene fortalezas que le permiten competir y potencialmente revertir algunas de estas ventajas si adopta las políticas correctas. Las fortalezas de China son: A) Producción y cadena de suministro: China domina la manufactura de semiconductores (especialmente en fases de montaje y pruebas), paneles solares, baterías de litio, y componentes electrónicos esenciales. B) Ha creado una infraestructura logística eficiente que sustenta su papel como «la fábrica del mundo«. C) Tecnologías emergentes: Lidera en 5G gracias a Huawei y ZTE; es pionera en inteligencia artificial aplicada, como reconocimiento facial y comercio electrónico con plataformas como Alibaba y Tencent; ha acelerado su programa espacial con la estación Tiangong y misiones a Marte; tiene una estrategia estatal coordinada con inversiones masivas en investigación y desarrollo (R&D); y planes a largo plazo como el «Made in China 2025» para dominar industrias de alta tecnología. ¿Cómo podría Estados Unidos revertir esta situación? Por un lado debería reforzar la inversión en I+D. Estados Unidos sigue siendo un líder en innovación tecnológica, gracias a instituciones como MIT, Stanford y laboratorios nacionales, pero necesita aumentar la inversión pública y privada en tecnologías clave como semiconductores avanzados, IA, biotecnología y energías renovables; debe incentivar a empresas para que mantengan su producción en Estados Unidos o en países aliados; tiene que recuperar la manufactura crítica, mediante: A) Reubicación de cadenas de suministro: Atraer la producción de tecnologías esenciales, como microchips, mediante subsidios y beneficios fiscales. Un ejemplo es el CHIPS Act, que busca fortalecer la fabricación doméstica de semiconductores. B) Aliados estratégicos: Crear alianzas con países como Japón, Corea del Sur y la UE para diversificar la producción y reducir la dependencia de China. C) Promover la colaboración público-privada: Empresas como SpaceX, Tesla y Apple ya están liderando sectores estratégicos. Potenciar estas asociaciones puede acelerar la recuperación tecnológica en áreas clave. D) Competencia en inteligencia artificial y educación: Estados Unidos necesita formar una nueva generación de ingenieros y científicos para competir en IA, ciberseguridad y tecnologías cuánticas; necesita abrir más visas para talento extranjero en áreas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) podría acelerar esta transición; también necesita una política comercial y geopolítica. Para ello necesita implementar aranceles y restricciones estratégicas para proteger industrias sensibles. También debe reforzar alianzas globales, como el Quad (con Japón, India y Australia), para contrarrestar la influencia económica de China. La carrera tecnológica entre China y Estados Unidos probablemente definirá el siglo XXI.
Pero, ¿quiénes son estos multimillonarios tecnológicos que pueden beneficiarse de la presidencia de Trump y cuáles son sus actividades? Corría el año 1986 y un joven llamado Peter Thiel cursaba el primer año en la Universidad de Stanford. Había accedido a la élite, al paraíso de la intelectualidad, pero lo que encontró le causó una gran decepción. En su residencia de estudiantes se sucedían las fiestas y sus compañeros pensaban más en emborracharse, fumar marihuana y ligar que en convertirse en gente rica y poderosa. Pero a Thiel no le interesaba divertirse y hacer amigos ya que solo tenía una obsesión: la excelencia. Al final del primer año recibió sus notas en un sobre, en que su valoración era un 4.0 sobre 4, que podríamos considerar como la excelencia. Lo celebró buscando por todo el campus al otro único estudiante que había obtenido un 4.0 para atosigarle durante 10 minutos explicándole por qué su nota era mejor. Nadie sospechaba entonces que aquel joven introvertido, henchido de desdén y autosuficiencia, que caminaba con un aire de estar por encima del resto del mundo, según cuentan sus propios compañeros de clase, se convertiría años después en la figura más poderosa y temida de todo Silicon Valley. Esta anécdota de la juventud de Peter Thiel es solo una de las muchas que se puede leer en el libro The Contrarian, la biografía más exhaustiva del polémico inversor y emprendedor tecnológico publicada por Penguin Random House. Su autor es el periodista Max Chafkin, jefe de reportajes en Bloomberg, compañía estadounidense de asesoría financiera, software, data y media bursátil, que ha dedicado tres años y medio a desentrañar la vida de una figura tan desconocida como inmensamente influyente. Porque Peter Thiel es el responsable último de que Facebook sea el pozo de desinformación que es, de que Glovo copiara a Uber y Uber a Lyft el perverso sistema de explotación de conductores y riders. También es el responsable de que Trump durante un tiempo fuera a la guerra con Silicon Valley; o de que las grandes tecnológicas se hayan convertido en los gigantes ingobernables que son. “Circulan muchos mitos sobre Peter. La izquierda empuja la leyenda de Thiel como supervillano y la derecha le ha encumbrado como un superhéroe. Ambos mitos tienen parte de razón, pero ninguno de los dos cuenta la historia completa«, explica Max Chafkin en una entrevista en El Confidencial.
Peter Thiel, cofundador de PayPal, inversor inicial en Facebook, mentor de Mark Zuckerberg, inversor clave en decenas de grandes tecnológicas, como LinkedIn, Spotify, Airbnb, etc.., y amigo personal de Donald Trump, es una figura enigmática. Chafkin habló con 150 fuentes que le conocen muy de cerca. Viejos amigos, amistades actuales, socios, inversores, políticos, etc… «Pensaba que solo lo iban a adular. Algunos lo hicieron, pero la reacción más común no fue la de admiración, sino la de miedo. Muchos me dijeron que le tenían pavor, que preferían hablar en anónimo. Tenían miedo a su poder y, sobre todo, a su sed de venganza«. Chafkin argumenta en su libro que es imposible entender Silicon Valley y su impacto en el mundo, o los escándalos de Facebook y la mentalidad de Mark Zuckerberg, sin entender la figura de Peter Thiel. ¿Por qué razón? Una forma de contar qué ha pasado en Silicon Valley durante los últimos 20 años es a través de figuras como Jeff Bezos, Elon Musk, los fundadores de Google etc. Hay un selecto grupo de personas que entran en esa categoría, pero Peter Thiel es el más importante. De hecho no es muy conocido ni es el más rico de este grupo, pero lo que le diferencia es su ideología, esta idea de la disrupción tecnológica, de que las empresas tecnológicas deben crecer tanto y tan rápido como puedan y para ello deben saltarse la regulación existente y forzar la creación de nuevas leyes que les beneficien. Esta idea está en el centro de prácticamente todas las grandes tecnológicas, ya que ha sido abrazada por Facebook, Google, Amazon, Uber, etc… El modelo de Facebook es muévete rápido y rompe cosas. ¿De verdad queremos compañías que hagan eso? Se ha aceptado que las tecnológicas son esta suerte de actor privilegiado y que deben tener más flexibilidad para incumplir las reglas. Esta filosofía es una de las mayores contribuciones de Peter Thiel. En efecto, Thiel no es el más rico pero desde luego es el más influyente. Él es la figura central de la conocida como PayPal Mafia, que ha acabado extendiendo su filosofía a todo el mundo tecnológico. La PayPal Mafia tiene dos dimensiones. Una, es una red de inversores. Esto es como la teoría de los seis grados de separación del actor de cine, teatro y televisión estadounidense Kevin Bacon, cualquier película de Hollywood está asociada con Bacon a solo seis pasos de distancia. Con la PayPal Mafia y Silicon Valley ocurre algo parecido. Cualquier tecnológica allí está conectada de una forma u otra con este pequeño grupo de inversores.
Los primeros empleados de PayPal eran todos amigos, que tras vender la empresa empezaron a invertir en las compañías de cada uno, a compartir empleados, si trabajabas en una podías saltar a otra, se podía mover dinero de una empresa a otra, etc… La otra dimensión de la PayPal Mafia es que es una idea, una filosofía. PayPal se creó de forma muy agresiva, se gastaron millones en obtener usuarios lo más rápido posible y practicaron lo que podríamos llamar arbitraje regulatorio, es decir, una de las razones por las que tuvieron tanto éxito es porque no siguieron las mismas reglas que los bancos. Esta forma de actuar se convirtió en el estándar de Silicon Valley y es lo que han exportado a otros países. Elon Musk cofundó PayPal con Peter Thiel y formó parte de esa PayPal Mafia. Sin embargo, la relación no acabó muy bien. La relación entre Musk y Thiel muestra que la PayPal Mafia no es una organización convencional. Thiel es la figura central y tiene sus amigos cercanos, pero luego hay otras figuras que tienen una visión ambigua respecto a Thiel. Elon Musk es uno de ellos. Ambos tuvieron una relación muy rentable pero también muy compleja. Thiel organizó un golpe de Estado dentro de PayPal para echar a Musk de su puesto de CEO, justo cuando este estaba de luna de miel. Eso da una idea de cómo funciona Peter Thiel. Pero Musk perdonó en cierta manera a Thiel. Y así lo expresó, ya que entendió que era mucho mejor tener a Thiel de amigo que de enemigo. Esto demuestra el poder y el estatus de Thiel. Es la única persona en el mundo que es capaz de apuñalar a Musk por la espalda y vivir para contarlo. Musk es un hombre de pasión, se toma los asuntos de forma muy personal, es impredecible, está por todas partes. Thiel es todo lo contrario, es muy introvertido, se lo guarda todo, juega por debajo de la mesa. Musk es alguien que hace grandes apuestas y se mantiene con ellas hasta el final. Thiel es un inversor de capital riesgo, siempre buscando cómo conseguir beneficios. Eso no era la esencia de Silicon Valley, así que es interesante ver cómo ha logrado triunfar en el mundo de la tecnología.
Hemos pasado de la ‘uberización‘ (de Uber) de la economía a la ‘precarización‘. Uber, Lyft, Airbnb o Glovo en España han empujado una precarización laboral brutal. ¿Se debe en parte esta estrategia a la influencia de Peter Thiel? Desde luego, Thiel ha tenido un impacto brutal en todo el frente laboral. El modelo laboral y la estrategia de Uber y Lyft están fuertemente influenciados por Thiel, en base a esa idea de hipercrecimiento en un periodo de tiempo cortísimo y en incumplir las leyes como forma de diferenciarse. Thiel es inversor de Lyft y esta fue la empresa pionera en este modelo, que luego Uber lo adoptó y acabó normalizándolo. Ellos extendieron la idea de que ignorar las reglas ya no es que sea algo aceptable, sino que es deseable, ya que es mejor para el bien social porque así es como se innova, se avanza y se cambian las cosas. El atractivo de esa ideología es que a veces las reglas están mal y hay que cambiarlas, pero es muy peligroso cuando estas compañías se convierten en gigantes de miles de millones y siguen gestionadas con esta mentalidad perversa. ¿Acaso han corregido parte de esos problemas? Uber o Airbnb, por ejemplo, ya cumplen las normas locales en muchos países, puesto que ha habido un rechazo cultural y social hacia esa filosofía agresiva de incumplir reglas, y ha habido cambios. Pero no son suficientes. El CEO de Uber se ha ido, pero ¿cuánto ha cambiado Uber de verdad? Al menos en Estados Unidos los conductores de Uber todavía no son empleados y el modelo laboral en el que se basa la compañía y otras tecnológicas, si cabe, está aún más enraizado en la economía que antes. Más y más gente está participando en la llamada ‘gig-economy’, una forma de trabajo que se basa en que las personas tengan trabajos temporales o realicen trabajos separados, cada uno pagado por separado, en lugar de trabajar para un empleador. Facebook es un gran ejemplo de esto. Lleva hablando de “responsabilidad” durante los últimos cinco años pero no han hecho mucho. De hecho, ha sido Peter Thiel quien ha empujado por detrás esa filosofía de Facebook de cambiar lo mínimo para cumplir las exigencias de los gobiernos, ya que él lleva desde el 2005 en la junta directiva de la red social. Las últimas filtraciones de la exempleada Francis Haugen demuestran que Facebook ha cambiado muy poco. La exempleada de la red social recopiló documentos que luego filtró y en los que se demuestra que la empresa, en la que trabajó, puso repetidamente “el crecimiento por sobre la seguridad” de sus usuarios.
Pero ahora veamos los turbios orígenes de Facebook. Los gemelos Winklevoss, Cameron y Tyler, son dos empresarios e inversores de origen estadounidense que son conocidos principalmente por su disputa legal con Mark Zuckerberg, el creador de Facebook. La historia comienza en 2004, cuando los gemelos estaban trabajando en su propio proyecto de red social llamada HarvardConnection (más tarde conocida como ConnectU), mientras estudiaban en la Universidad de Harvard. Cameron y Tyler Winklevoss tenían la idea de crear una plataforma social para conectar a estudiantes de universidades, y para ello contaron con la ayuda de Eduardo Saverin (quien luego se convertiría en cofundador de Facebook). Sin embargo, como necesitaban alguien con habilidades técnicas para desarrollar el software, se acercaron a Mark Zuckerberg, quien era estudiante de Harvard en ese momento y ya tenía una reputación como un hábil programador. Zuckerberg, que inicialmente estuvo dispuesto a ayudarles, empezó a trabajar en el proyecto con los gemelos y Saverin, pero a los pocos meses, parece que Zuckerberg cambió de rumbo. Según los Winklevoss, Zuckerberg se aprovechó de su idea y de los detalles que le habían revelado para crear una plataforma similar, Facebook, que fue lanzada en febrero de 2004. En lugar de trabajar en HarvardConnection, Zuckerberg lanzó The Facebook (más tarde solo Facebook) para conectar a los estudiantes de Harvard, y rápidamente se expandió a otras universidades y luego al público en general. Los gemelos Winklevoss y Eduardo Saverin acusaron a Zuckerberg de haberles robado la idea. En 2004, iniciaron una demanda por robo de propiedad intelectual, argumentando que Zuckerberg les había prometido colaborar con ellos y luego se había quedado con su concepto sin su consentimiento. El caso legal fue largo y complicado, y en 2008, los Winklevoss llegaron a un acuerdo con Facebook por un pago de 20 millones de dólares en efectivo y 1,2 millones de dólares de acciones de la compañía. Sin embargo, los gemelos consideraron que el acuerdo no reflejaba el verdadero valor de la idea que habían perdido, por lo que intentaron impugnarlo, alegando que el valor de las acciones no había sido debidamente evaluado y que Zuckerberg no había sido completamente transparente durante el proceso.
La historia de los gemelos Winklevoss y su disputa con Zuckerberg fue adaptada en la exitosa película de 2010, «The Social Network«, dirigida por David Fincher y escrita por Aaron Sorkin. En el filme, los gemelos son interpretados por los actores Armie Hammer (quien usó la tecnología de captura de movimiento para representar a ambos gemelos) y Josh Pence (quien interpretó a Tyler Winklevoss en las escenas sin la tecnología). La película retrata la disputa de forma dramática, aunque, como con muchas adaptaciones cinematográficas, hay algunas licencias artísticas. A pesar de la fama que les dio la película, los gemelos Winklevoss continúan afirmando que la versión de los hechos que se presenta en el filme no es totalmente fiel a la realidad. A pesar de su batalla legal con Zuckerberg, los gemelos Winklevoss no se quedaron atrás. Con el dinero que recibieron del acuerdo con Facebook, comenzaron a invertir en otras áreas, especialmente en el campo de las criptomonedas. Se convirtieron en uno de los primeros inversores y defensores de Bitcoin y otras criptomonedas, y fundaron Gemini, una plataforma de intercambio de criptomonedas que ha tenido un impacto considerable en el espacio financiero digital. Además, los Winklevoss también han invertido en diversas startups tecnológicas y continuaron su carrera como empresarios. La historia de los gemelos Winklevoss y Facebook es un caso emblemático sobre el valor de las ideas en el mundo tecnológico, y cómo las disputas por propiedad intelectual y la competencia pueden moldear el destino de las empresas. Aunque su demanda contra Zuckerberg no les dio el resultado que esperaban, su capacidad para adaptarse, aprender y prosperar en otras áreas, como las criptomonedas, muestra que, al final, pudieron transformar su frustración en nuevas oportunidades. El caso también resalta el cuestionamiento sobre quién realmente tiene derecho a las ideas en el mundo de las startups y cuán finas pueden ser las líneas entre la inspiración y el robo de propiedad intelectual.
Tal como ya hemos dicho, Thiel fue inversor desde el inicio en Facebook y mentor de Mark Zuckerberg. La red social ahora se encuentra en el peor momento reputacional de toda su historia, ya que Facebook parece que ha aplicado al pie de la letra la filosofía de Thiel. En efecto, Facebook es la compañía en la que mejor se refleja esta influencia. No es ninguna sorpresa, ya que además de inversor inicial es el miembro del consejo de administración que más tiempo lleva ahí, solo detrás de Zuckerberg, y él es el que ha asesorado a Zuckerberg para montar Facebook de la forma que lo ha montado, como una especie de dictadura en la que Mark Zuckerberg tiene control completo sobre el consejo de administración. Esa es una estructura que Thiel ayudó a crear. Además Zuckerberg está muy alineado con las ideas políticas de Thiel, aunque posiblemente no comparta su parte más radical de extrema derecha. Pero Zuckerberg es también un libertario y su mayor influencia en este sentido ha sido Thiel. Viendo esto, ¿deberíamos eliminar Facebook e Instagram de nuestros móviles? Tal vez la mayoría de gente sería más feliz si los usaran menos, pero no es fácil ver cómo se puede lograr. Estos servicios, como ya se ha documentado muy bien, están deliberadamente creando una adicción entre sus usuarios. Habría que analizar por qué hemos permitido que Facebook se haga con las otras dos aplicaciones más populares del mundo: Instagram y WhatsApp. Eso da miedo. Zuckerberg y Thiel tienen muchos puntos en común, ya que ambos fueron siempre unos inadaptados sociales, herméticos e introvertidos, pero increíblemente brillantes en sus carreras. Nos podemos preguntar si son genios, sociópatas, o ambas cosas a la vez. De hecho ambos son muy brillantes. Y es fácil entender por qué su filosofía ha tenido tanto éxito y ha sido copiada tantas veces. El libro de Peter Thiel, Zero to One, es realmente bueno. Te dice por qué eres dueño de tu propio destino, que puedes ser rico y exitoso, que no tienes que ser como todos los demás. Es un mensaje poderoso y útil para las startups. Piensa en un ingeniero joven que quiere montar una startup. Como sociedad, no nos importa tanto que rompa las reglas, el problema es que una vez alcanzas un tamaño y poder determinado, esa filosofía se convierte en algo muy delicado. Como una filosofía de empresa puede tener sentido, pero en cuanto la conviertes en filosofía de vida es cuando se convierte en algo inquietante. Y eso es lo que ha pasado en Silicon Valley. Él es un supremacista tecnológico y quiere que los multimillonarios tecnológicos gobiernen el mundo.
El de Google es un caso paradójico. El buscador ha aplicado en buena medida la misma filosofía que Facebook, pero, curiosamente, Peter Thiel lleva años intentando destruirlo. ¿Por qué razón? Thiel ha ido a la guerra con Google durante al menos los últimos ocho años. Y ha lanzado a toda su red contra el buscador, en parte por motivos ideológicos, pero en parte también porque es el rival de Facebook. Google ha sido parte también de la misma filosofía perversa que ha inculcado Thiel en Silicon Valley. A pesar de que los fundadores de Google parecen menos libertarios que Thiel y a pesar de que el anterior consejero delegado de Google, Eric Schmidt, fue uno de los principales donantes de la campaña de Hillary Clinton en el 2016, todos compraron la misma ideología de que el mundo sería un lugar mejor si estuviera gestionado por empresas y directivos tecnológicos. Y con Trump seguramente esto es lo que ocurrirá. Estas compañías se han convertido en gigantes y tienen tanto poder que es inmanejable. La idea de que ese poder es algo normal la ha extendido Thiel desde el principio y es algo que hay que replantearse y decidir si estamos de acuerdo o no. Thiel tiene conexiones con supremacistas blancos, aunque él supuestamente no lo es, ya que él es un supremacista tecnológico. Él quiere que los multimillonarios tecnológicos gobiernen el mundo, algo que casi todo el mundo ya comparte en Silicon Valley, incluso los supuestamente progresistas. Thiel sufrió bullying en el colegio y la universidad. Tenía miedo de que la gente descubriera su homosexualidad, por lo que se encerró en sí mismo. Quizás esto ha influido en su personalidad vengativa y agresiva, tal y como lo describen sus amigos más cercanos. Ser un ‘outsider‘, objeto de bullying y, en el fondo, ser alguien no aceptado, ha tenido un impacto en su personalidad, haciéndole creer la idea de que el mundo está en su contra por lo que tiene que luchar contra todos. Pero no creo que esto explique toda la situación. Cuando Thiel llegó a la universidad de Stanford adoptó la pose de intelectual hiper agresivo. Se sentía rodeado de progresistas, de intelectuales de izquierdas y él tenía que combatir eso. Convertirse en un provocador de derechas fue su gran movimiento y posiblemente no fuera algo meditado. Él es muy ambicioso y muchas veces este tipo de movimientos son el resultado de la pura ambición. Esto es lo que posiblemente está detrás de su ascenso al poder.
En Estados Unidos una forma de conseguir seguidores en la extrema derecha política es ser un provocador, lo cual hemos visto claramente con Donald Trump. Y lo vimos con el caso de la empresa Gawker Media, una red de blogs y empresa de medios de Internet estadounidense que fue fundada por Nick Denton, a la que Thiel llevó a la bancarrota como venganza. Cuando Thiel habla del caso Gawker Media, se refiere a ello como su gran contribución filantrópica. Presentó su guerra contra Gawker Media no como algo personal, sino como la gran cruzada contra la prensa de izquierdas, en el sentido estadounidense de izquierdas, ya que era una gran forma de ganar peso en la extrema derecha. Por supuesto, fue resultado de su sed de venganza, pero también una estrategia política e ideológica para ganar atención. Unos meses después fue uno de los invitados estrella en la Convención Republicana y justo uso esa línea de argumentación. En la emisora de TV Fox luego le presentaban como «el tipo que había matado a Gawker«. Todo esto es producto de su ambición. Thiel llegó a ser mano derecha de Donald Trump y el intermediario entre Silicon Valley y la Casa Blanca. Probablemente siempre quiso entrar en política para amasar poder o bien era solo una forma de ganar más dinero y contratos para sus empresas. Tal vez hay algo de ambas cosas. Desde luego su entrada en política tuvo una motivación económica más allá del poder. Le sirvió para ganar contratos para sus empresas, como Palantir Technologies, una compañía estadounidense de software y servicios privada, especializada en análisis de big data y por la que pasan todos los datos del mundo, exceptuando China. Fundada en 2004, los clientes originales de Palantir eran agencias federales de la Comunidad de Inteligencia de los Estados Unidos. Pero Thiel también se mueve por ideología, aunque de forma maquiavélica. Con Trump probablemente había cierta afinidad ideológica y quizá lo que más les unía era la incorrección política. La candidatura de Trump giró en torno a esta idea y también está en el centro de Peter Thiel. Él escribió un libro entero sobre esto en la década de 1990, El mito de la diversidad. Peter Thiel siempre va contracorriente, de ahí viene el título del libro The Contrarian. Thiel se ve a sí mismo como alguien que no sigue a la masa. Es algo que está en el centro de su estrategia de inversión y en su filosofía de vida.
Thiel es un fan del filósofo francés René Girard, que habla de la imitación y sus peligros. Este tema es casi más central para su identidad que su propia sexualidad. Y ha habido ocasiones en las que esta ansia por llevar la contraria le ha metido en problemas. Fue Jeff Bezos, el dueño de Amazon, el que, después de que Thiel apoyara la candidatura de Trump, dijo que el problema de llevar la contraria es que muchas veces te equivocas. Por ejemplo, tuvo la oportunidad de invertir en Tesla, que habría sido la mejor inversión de su vida. Y la razón por la que no lo hizo fue porque no reconoce el cambio climático, algo aceptado globalmente. Pero incluso aunque no reconociera el cambio climático, habría sido una gran decisión de inversión entrar en Tesla. Es un caso muy claro en el que su filosofía de ir contracorriente le ha traído problemas. «Trump puede que ya no esté, pero el movimiento de extrema derecha va a seguir y Thiel es su millonario«. Tras la caída de Trump en 2020, se pensaba que Thiel estaba acabado políticamente. Pero ahora Trump ha vuelto, aunque Trump de hecho no fue su primera elección. Antes que a Trump apoyó a Carly Fiorina, que era una figura tecnológica. También flirteó con el candidato republicano Ted Cruz, realizando grandes donaciones a su campaña. Y al final se decidió por Trump. Pero Thiel acabó mucho mejor posicionado tras acabar la primera presidencia de Trump en comparación con el resto de la gente que estuvo dentro del círculo personal del presidente Trump. Al final de 2017 dejó de tener contacto con Trump y perdió mucha influencia, aunque seguía siendo la conexión entre Facebook y la Casa Blanca, pero ya no era lo mismo. Al final eso jugó en su beneficio ya que la primera presidencia de Trump no acabó demasiado bien, con el asalto al Capitolio, la pandemia, etc… Thiel ya se había ido cuando ocurrió todo eso, pero nunca lo anunció públicamente. Otros socios de Trump anunciaron que dejarían de apoyar al presidente, pero Thiel no, y eso mantuvo su credibilidad dentro del porcentaje de americanos que aún creen que Trump es el tipo de candidato que necesita Estados Unidos.
Peter Thiel está gastando más dinero que nunca en donaciones políticas. Ha donado 10 millones a Blake Masters, que se presenta a senador por Arizona, y otros 10 millones a J. D. Vance, senador en Ohio y actualmente vicepresidente electo de los Estados Unidos tras las elecciones presidenciales de 2024. Ambos son antiguos o actuales empleados suyos. Blake Masters es como su mano derecha desde hace 10 años. Si esas candidaturas ganan, como ha sucedido especialmente con Trump, Thiel tendría un gran poder dentro del Gobierno. Si a eso unes sus conexiones con Ted Cruz y otros, habría creado un gran bloque de seguidores de Peter Thiel en el seno de las instituciones. De alguna forma, Thiel está destinado a ser una de las grandes figuras del movimiento de extrema derecha estadounidense y mundial. Posiblemente Palantir sea su empresa más preocupante, más incluso que Facebook. Pero tal vez no sea más peligrosa que Facebook, aunque sea muy problemática, pero no al nivel de Facebook. Thiel es muy bueno en marketing y está muy bien relacionado con las altas esferas de inteligencia y militares, por lo que ha vendido Palantir como una especie de Gran Hermano para la CIA. Aseguran que son capaces de verlo todo pero aseguran que no lo hacen por su sentido de la ética, lo que es más que dudoso. Decidieron presentarse de esta forma porque muchas empresas quieren tener la misma tecnología que la CIA. A las empresas les da igual la privacidad o la ética, solo quieren la mejor tecnología. La realidad es que Palantir ha triunfado debido a que Thiel siempre ha sido muy efectivo, tanto con Trump como con Obama, y ahora de nuevo con Trump. Hay razones para considerar Palantir como un proyecto inquietante, ya que es el mayor invento de espionaje del mundo del multimillonario Peter Thiel. El problema es que desde que Thiel llevó a Gawker Media a la bancarrota se ha creado un miedo a escribir sobre él en el mundo periodístico. Después de eso, cualquiera que lo va a criticar en público o escribir sobre él se lo piensa dos veces. Desgraciadamente, ese es precisamente uno de los motivos por los que arruinó a Gawker Media, para que sus adversarios se lo pensaran dos veces. Pero incluso la gente que no escribe sobre Thiel debe estar preocupada. Ha creado un libro de instrucciones que cualquier millonario o persona con poder puede seguir. Y no solo eso, al hacer que la gente hable de ello y lo apoye, ha logrado que alguien más se atreva a intentar lo mismo que hizo él. Quizás Thiel tenga un sentido muy particular de la ética, así como otros millonarios tecnológicos. Y ese es otro motivo por el que estar preocupado.
Peter Thiel opina que China utiliza a Bitcoin como un arma financiera contra Estados Unidos. Por ello instó al gobierno estadounidense a reevaluar la relación de China con respecto al Bitcoin desde una perspectiva geopolítica. El cofundador de PayPal y capitalista de riesgo, Peter Thiel, advirtió que el gobierno central chino puede estar respaldando a Bitcoin como medio para perjudicar la política exterior y monetaria de Estados Unidos. En su intervención en un evento virtual organizado por la Fundación Richard Nixon, una organización conservadora sin ánimo de lucro, Thiel comentó que la moneda digital emitida por el banco central de China, o CBDC, podría amenazar la posición del dólar estadounidense como moneda de reserva mundial. Aunque Thiel, que es conocido por estar a favor de Bitcoin, sugirió que China puede ver a Bitcoin como una herramienta para erosionar la hegemonía del dólar, por lo que en su opinión; «Desde el punto de vista de China, no les gusta que Estados Unidos tenga esta moneda de reserva, porque da mucha ventaja sobre las cadenas de suministro de petróleo y todo tipo de cosas de ese estilo. Aunque soy una persona a favor de las criptomonedas, a favor y maximalista de Bitcoin, me pregunto si en este punto Bitcoin también debe ser considerado en parte como un arma financiera china contra los Estados Unidos, donde amenaza el dinero fiduciario, pero especialmente amenaza al dólar estadounidense«. Thiel aludió a los esfuerzos chinos por denominar las operaciones petroleras en euros durante los últimos años en un intento de socavar la posición global del dólar, declarando: «Creo que se puede pensar en el euro como parte de un arma china contra el dólar; en la última década no funcionó realmente así, pero a China le habría gustado ver dos monedas de reserva, como el euro«. Thiel concluye que el apoyo a Bitcoin ofrece a China un medio elegante para debilitar la posición del dólar a nivel internacional: «China quiere hacer cosas para debilitar [el dólar], China está a favor de Bitcoin, y tal vez, desde una perspectiva geopolítica, los EE.UU. deberían hacer algunas preguntas más duras sobre cómo funciona exactamente«.
No obstante, una de las propuestas electorales del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, consiste en crear una reserva nacional estratégica de bitcoins. Pero, ¿en qué consiste esta propuesta de Trump? La promesa de crear una reserva de bitcoin la hizo Donald Trump en un evento global de criptomonedas celebrado en Estados Unidos. Si se cumple, sería una apuesta contundente de Estados Unidos por este activo digital. Sin embargo, no se conocen detalles sobre los planes concretos de Trump y no se ha especificado nada al respecto. Por eso, llama la atención que pese a ser una medida muy importante no conste en el programa oficial republicano. Pero aunque el líder republicano no haya contado los pormenores, sí se puede entender qué significaría crear una reserva nacional de bitcoins. En general, esta propuesta no distaría mucho de incluir un activo más a las reservas que ya tiene en su balance la Reserva Federal (Fed) como efectivo, oro o divisas. El banco central podría comprar bitcoins y diversificar su cartera actual. En la práctica, el organismo adquiriría bitcoins y los guardaría digitalmente en un “cajón”. Los bancos centrales acumulan reservas para garantizar su liquidez y por seguridad. No solo tienen dinero en su propia divisa, ya que esta puede registrar altibajos, sino que se blindan con otras monedas para poder usarlas más favorablemente, tener cierto margen con los tipos de cambio y no depositar su riesgo en un único activo. En concreto, el papel del oro en las reservas está más focalizado en proteger la cartera de la inflación. Añadir bitcoins sería una apuesta a largo plazo con la perspectiva de que siguiera subiendo y proporcionara retornos. En su estrategia a largo plazo, la Fed ha mantenido en gran medida el oro que ha acumulado durante las últimas décadas. Aunque también ha venido una parte, esta ha sido pequeña. En lo que respecta al bitcoin, puede pasar algo parecido.
Aunque Trump no lo ha especificado, sí hay propuestas del partido republicano al respecto. La senadora republicana Cynthia Lummis presentó al Senado la ley Bitcoin. La propuesta plantea comprar 200.000 bitcoins al año hasta llegar al millón y mantenerlos durante 20 años. Precisamente, se comprarían vendiendo parte de las reservas actuales de oro, que llevan décadas en la Fed y cuyo valor se ha incrementado notablemente. De hecho, el organismo tiene algunos lingotes de oro valorados en 42 dólares, por lo que si decide venderlos a los precios actuales de en torno a 2.650 dólares la onza, la ganancia es evidente. En todo caso, Estados Unidos ya tiene bitcoins. De hecho, es el país del mundo que más tiene. En concreto, 213.246 bitcoins, según la firma de datos cripto CoinGecko. Le sigue China con 190.000 bitcoins, Reino Unido con 61.000 unidades y El Salvador con unos 5.800. Cabe recordar que la oferta total máxima de bitcoins está establecida en 21 millones de bitcoins, en que cada bitcoin se puede subdividir indefinidamente en unidades más pequeñas. Es decir, el país de Donald Trump ya tiene bitcoins, aunque no formen parte de la reserva nacional. Todas estas criptomonedas están valoradas en cerca de 19.870 millones de dólares a precios actuales y proceden de actividades delictivas, por lo que han sido incautadas por las autoridades. De incorporarse el bitcoin a las reservas de la Fed, esta cantidad se podría incluir en la cantidad que se pretende acumular en la propuesta de la senadora Lummis. Estados Unidos tiene un precedente en El Salvador, el primer país del mundo en adoptar el bitcoin como moneda de curso legal. Además de esta medida, el presidente salvadoreño Nayib Bukele se encuentra en ese proceso de crear su propia reserva estratégica. Como decíamos, ya tiene unos 5.800 bitcoins. Bukele siempre ha defendido la estrategia de comprar bitcoins progresivamente y mantenerlos a largo plazo. De hecho, ya ha obtenido una rentabilidad superior al 100%. Pero cualquier país que haga esta arriesgada apuesta lo haría porque confía en el bitcoin a ciegas y da por hecho que los precios van a subir.
De hecho el bitcoin ya supera los 100.000 dólares tras nombrar Trump a Paul Atkins, un defensor de las criptomonedas, como jefe de la Comisión de Bolsa y Valores (SEC – Security Exchange Commission), por lo que se espera que Atkins alivie la regulación financiera vigente y se posicione a favor del bitcoin. Los inversores estarán pendientes durante esta jornada del bitcoin, la criptomoneda de mayor valor y de referencia en el mercado, que llegaba a superar por primera vez la cota de los 100.000 dólares por el anuncio por parte del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, de la designación de Paul Atkins como nuevo jefe de la Comisión de Bolsa y Valores (SEC) de Estados Unidos. Se espera que Atkins, que ya fue comisionado de la SEC durante la presidencia de George Bush hijo, alivie la regulación financiera vigente y se posicione a favor de los activos digitales. En este sentido, Donald Trump destacaba al anunciar su nombramiento que el futuro director de la SEC reconoce que los activos digitales y otras innovaciones «son cruciales para hacer que Estados Unidos sea más grande que nunca». Tras el anuncio, la cotización del bitcoin llegaba a escalar hasta un máximo de 103.713 dólares y superaba los 2 billones de dólares (1,9 billones de euros) de capitalización. De este modo, desde la victoria electoral de Donald Trump el pasado 5 de noviembre, el precio del bitcoin ha aumentado casi un 50% respecto de los 69.400 dólares en los que cotizaba la criptomoneda antes de los resultados de las elecciones a la Casa Blanca. Donald Trump ha nombrado al sustituto del polémico Gary Gensler al frente del regulador de Estados Unidos, la SEC –Security Exchange Commission-. Tal como hemos dicho, será Paul Atkins, el CEO de Patomak Global Partners. Atkins apoya la implantación de activos digitales y tokens, similares al bitcoin, a través de la Token Alliance, estando en el grupo industrial Digital Chamber of Commerce desde 2017. Atkins era el favorito en las quinielas, pero sus propias declaraciones aludiendo al excesivo trabajo que había que hacer en el regulador de Estados Unidos de cara a cambiar su rumbo hicieron pensar que rechazaría el encargo. El mundo de las criptomonedas sí que ha celebrado el nombramiento, que consideran que va en línea con lo prometido por Donald Trump en campaña.
Ashlee Vance, en su libro Elon Musk: El empresario que anticipa el futuro, dice lo siguiente: “¿Crees que estoy loco? Esta pregunta me la hizo Elon Musk casi al final de una larga cena que compartimos en un restaurante de mariscos de lujo en Silicon Valley. Yo había llegado primero al restaurante y me había acomodado con un gin tonic, sabiendo que Musk, como siempre, llegaría tarde. Después de unos quince minutos, Musk apareció con zapatos de cuero, jeans de diseñador y una camisa de cuadros. Musk mide un metro ochenta, pero pregúntale a cualquiera que lo conozca y te confirmará que parece mucho más grande que eso. Tiene hombros absurdamente anchos, es robusto y corpulento. Uno pensaría que usaría esta estructura a su favor y se pavonearía como un macho alfa al entrar en una habitación. En cambio, tiende a ser casi tímido. La cabeza inclinada ligeramente hacia abajo mientras camina, un rápido apretón de manos para saludar después de llegar a la mesa y luego el trasero en el asiento. A partir de ahí, Musk necesita unos minutos antes de calentarse y parecer cómodo”. Ashlee dice que cualquier estudio sobre Elon Musk debe comenzar en la sede de SpaceX, en Hawthorne, California, un suburbio de Los Ángeles ubicado a pocos kilómetros del Aeropuerto Internacional de Los Ángeles. Allí, los visitantes encontrarán dos posters gigantes de Marte colgados uno al lado del otro en la pared que conduce al cubículo de Musk. El póster de la izquierda muestra a Marte tal como es hoy: un orbe rojo frío y estéril. El póster de la derecha muestra un Marte con una enorme masa de tierra verde rodeada de océanos. El planeta se ha calentado y transformados para adaptarse a los humanos. Musk tiene la intención de intentar que esto suceda, ya que convertir a los humanos en colonizadores del espacio es su propósito de vida declarado. Ashley nos cuenta una conversación con Elon Musk: «Me gustaría morir pensando que la humanidad tiene un futuro brillante. Si podemos resolver la energía sostenible y estar bien encaminados para convertirnos en una especie multiplanetaria con una civilización autosuficiente en otro planeta, para hacer frente a un escenario de lo peor que se produzca y extinga la conciencia humana, entonces creo que eso sería realmente bueno«. Si algunas de las cosas que Musk dice y hace suenan a ciencia ficción, es porque en cierto sentido lo son. La disposición de Musk a enfrentarse a cosas imposibles lo ha convertido en una deidad en Silicon Valley, donde otros directores ejecutivos como Larry Page, creador junto con Serguéi Brin de Google, hablan de él con admiración reverencial y los emprendedores en ciernes se esfuerzan por «ser como Elon«, tal como se habían esforzado en años anteriores por imitar a Steve Jobs.
Sin embargo Silicon Valley opera dentro de una versión distorsionada de la realidad y, fuera de los confines de su fantasía compartida, Musk a menudo se presenta como una figura mucho más polarizadora. Es el tipo de los autos eléctricos, los paneles solares y los cohetes, que vende esperanzas, tal vez difíciles de alcanzar. Musk es un visionario de ciencia ficción que se ha vuelto extraordinariamente rico. El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca podría ser también una victoria para uno de sus partidarios más famosos: Elon Musk. El hombre más rico del mundo pasó la noche de las elecciones con Trump en su resort de Mar-a-Lago, en Florida, mientras se contaban los resultados y el presidente electo lo designó para dirigir el nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental. Trump, en su discurso de victoria desde el Centro de Convenciones de Palm Beach, pasó varios minutos elogiando a Musk y recordando el exitoso aterrizaje de un cohete fabricado por SpaceX, una de sus empresas. “Esta noche, el pueblo de Estados Unidos le ha dado a @realDonaldTrump un mandato clarísimo por el cambio”, escribió Musk en su plataforma de redes sociales X, cuando la victoria de Trump empezó a verse más clara. Según reportes de la prensa estadounidense, Musk también ha estado presente en conversaciones estratégicas, como la que tuvieron el presidente electo y el líder ucraniano Volodymyr Zelensky. Y ahora Trump anunció que el empresario detrás de Tesla y SpaceX estará encargado nada menos que del llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental. Musk, quien antes cultivaba una imagen de genio tecnológico excéntrico que estaba al margen de la política, entregó su apoyo absoluto a la campaña de Trump después de que éste sobreviviera a un atentado contra su vida durante un evento de campaña en Butler, Pennsylvania, el 13 de julio de 2024. A plena vista del público estadounidense, el magnate de origen sudafricano de 53 años ha invertido su tiempo, sus conocimientos operativos y su amplia fortuna en intentar que el republicano sea elegido, una rareza entre la élite empresarial de Estados Unidos, que tradicionalmente prefiere influir en la política detrás de bastidores.
Es un enfoque radicalmente diferente al de los directores ejecutivos tradicionales, muchos de los cuales han sido más conocidos por celebrar cenas costosas y exclusivas para recaudar fondos o recibir a donantes potenciales en casas lujosas. Por ello, la estrategia de Musk ha llevado a los analistas a hacerse preguntas sobre sus motivaciones. En una movida polémica, Musk regaló cheques de un millón de dólares a votantes registrados que firmaran una petición. El enfoque político tradicional de los ejecutivos es «no estar en el centro de atención del público«, explica Erik Gordon, presidente del departamento de emprendimiento de la Escuela de Negocios Ross de la Universidad de Michigan. «Musk lo hace en voz alta y con orgullo, y, por lo tanto, tal vez se convierte en un pararrayos«, añade. ¿Tal vez de Peter Thiel? Siendo uno de los patrocinadores más importantes del presidente electo, el multimillonario tecnológico donó más de 119 millones de dólares para financiar la reelección de Trump. También en las últimas semanas antes del día de las elecciones creó una campaña para movilizar a los votantes en los estados en disputa que incluyó entregar un millón de dólares diarios a los votantes en esos territorios. La entrega, que se realizaba a través de una rifa, se convirtió en objeto de una impugnación legal, que luego fue descartada por un juez. Más allá del beneficio obvio que recibirá Musk con las propuestas de Trump de reducir los impuestos a las corporaciones y a los ricos, el presidente electo ya había anunciado que en su segundo mandato, Musk lideraría una iniciativa en su administración para que le ayude a eliminar el despilfarro gubernamental. Ese parece ser el principal objetivo del nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental. Su estrecha relación con Trump, dicen los demócratas, podría presentar un complejo conflicto de intereses, dados los miles de millones de dólares en contratos gubernamentales que Musk ha recibido para SpaceX y Tesla. «Eso es profundamente poco ético e ilegal«, afirma Lenny Mendonza, exasesor económico y empresarial del gobernador de California, Gavin Newsom. Mendonza cree que aquellos con relaciones gubernamentales y regulatorias entrelazadas pueden tener voz, pero no deberían estar en una posición de autoridad sobre esos mismos intereses.
Las empresas de Musk también podrían beneficiarse de la presidencia de Trump. Una de ellas, SpaceX, ya domina el negocio del envío de satélites gubernamentales al espacio. Con un aliado en la Casa Blanca, Musk podría buscar sacar más provecho de esos vínculos gubernamentales, según opina Matt Teske, director ejecutivo de la plataforma de carga de vehículos eléctricos Chargeway. Según asegura, el cambio político de Musk, fundador de Tesla, ha sido difícil para muchos en la industria de los vehículos eléctricos, pero no sorprende después de varios años en los que ha sido cada vez más activo en el ámbito político. «Creo que los intereses de Musk se centran, predominantemente, en un puñado de cosas que son importantes para él, que se relacionan con sus negocios, y las regulaciones gubernamentales son algo sobre lo que ha mostrado su preocupación«, dice. Teske también señala que Musk rechazó fuertemente las restricciones implementadas durante la pandemia en California y a partir de ahí se alejó de los demócratas y se acercó a Trump. El profesor Gordon, de la Universidad de Michigan, está de acuerdo. Dice que Musk se ve a sí mismo como alguien que ha sido frenado por los reguladores y siente que la intervención del gobierno ha sofocado el desarrollo de las tecnologías en las que se centra, como la conducción autónoma. «Quiere estar en la frontera, un empresario salvaje que pueda abrir nuevos caminos y no quedarse estancado por las regulaciones, las cuales tienden a retrasar los avances tecnológicos unos 5, 10 o 20 años«, advierte. Y añade: «Musk quiere ir más allá. Quiere ir a Marte«. La compañía espacial de Musk, SpaceX, ya tiene numerosos contratos con la NASA. Musk, además, ha criticado a sus rivales, incluyendo a Boeing, por cómo están estructurados sus contratos con el gobierno, diciendo que desincentivan la finalización de proyectos dentro del presupuesto y a tiempo. SpaceX también ha comenzado a construir satélites espías justo cuando el Pentágono y las agencias de espionaje estadounidenses parecen estar dispuestos a invertir miles de millones de dólares en ellos. Mientras tanto Tesla podría cosechar los beneficios de una administración Trump, luego de que la agencia estadounidense encargada de regular la seguridad vial hubiera revelado que estaba investigando los sistemas de software de conducción autónoma de Tesla. A Musk también se le ha criticado por supuestamente intentar impedir que los trabajadores de Tesla se sindicalicen. El sindicato United Auto Workers presentó una denuncia contra Trump y Musk por prácticas laborales injustas después de que ambos hablaran durante una conversación en X sobre la supuesta decisión de Musk de despedir a trabajadores en huelga.
Pero Elon Musk aún va más lejos, ya que pretende conectar el cerebro humano a ordenadores. En efecto, Elon Musk, CEO de Space X y Tesla, entre otras compañías, fundó Neuralink en 2017. El propósito de esta startup es desarrollar un interfaz cerebro-ordenador que interconecte a los humanos con los ordenadores, inicialmente en el caso de pacientes con parálisis. En última instancia Neuralink aspira a lograr «la simbiosis con la inteligencia artificial«, en palabras de Musk, lo que estaría en línea con la idea de la Singularidad, el momento en que la IA sea capaz de pensar más y mejor que los humanos y aprender por sí misma. Neuralink dice haber conseguido una serie de avances que le permiten colocar implantes intracraneales con una alta potencia de computación. De momento Neuralink ha probado su interfaz con ratas de laboratorio, pero la compañía tiene previsto pedir autorización a la FDA (la agencia estadounidense que regula los medicamentos) para iniciar los primeros ensayos con humanos, lo que será más fácil bajo la nueva presidencia de Trump. Hasta ahora Neuralink ha volado bajo el radar y la conferencia de Musk ha sido la primera demostración pública de su trabajo, en la que mostró cómo su desarrollo registra la actividad cerebral de una rata mediante pequeños electrodos implantados quirúrgicamente en su cerebro. Este tipo de implantes intracraneales actualmente permiten controlar ordenadores y prótesis robotizadas, incluso sin necesidad de cirugía, directamente con la mente y mediante pensamientos. Además del interfaz, Neuralink mostró también el robot que se encargará de perforar agujeros de 8 mm en el cráneo de los pacientes con una broca de 24 micras. En esos agujeros se colocan después los electrodos que registran la actividad cerebral y envían la información a la interfaz, que se coloca en la oreja del mismo modo que un audífono. De esta manera el interfaz de Neuralink permitirá que pacientes incapacitados puedan controlar ordenadores y smartphones directamente con la mente. Según el presidente de Neuralink, Max Hodak, aunque inicialmente la cirugía requiere anestesia general, en el futuro será suficiente con anestesia local gracias al uso de «taladros» láser, menos dolorosos: “Taladraremos sin dolor con láser los orificios en el cráneo, colocaremos las roscas, taparemos el orificio con el sensor y el paciente se podrá ir a casa. Básicamente será una experiencia como la de la cirugía ocular con láser«. Esperemos que Neuralink se utilice correctamente.
Ashlee Vance continua diciendo sobre la empresa Space X “Sólo después de atravesar la puerta principal de SpaceX se hizo evidente la grandeza de lo que había hecho este hombre. Musk había construido una auténtica fábrica de cohetes en el centro de Los Ángeles. Y esta fábrica no fabricaba un cohete a la vez. No. Fabricaba muchos cohetes, desde cero. La fábrica era una gigantesca zona de trabajo compartida. Cerca de la parte trasera había enormes bahías de entrega que permitían la llegada de trozos de metal, que se transportaban a máquinas de soldar de dos pisos de altura. A un lado había técnicos con batas blancas fabricando placas base, radios y otros aparatos electrónicos. Otras personas estaban en una cámara de cristal cerrada herméticamente, construyendo las cápsulas que los cohetes llevarían a la Estación Espacial. Hombres tatuados con pañuelos de papel ponían a todo volumen Van Halen y enhebraban cables alrededor de los motores de los cohetes. Había cuerpos de cohetes completos alineados uno tras otro, listos para ser colocados en camiones. Aún más cohetes, en otra parte del edificio, esperaban capas de pintura blanca. Era difícil abarcar toda la fábrica a la vez. Había Cientos de cuerpos en constante movimiento girando alrededor de una variedad de máquinas extrañas”. Para ver el poder que puede tener un multimillonario como Elon Musk, tenemos que en agosto de 2023, tras vender posiciones en SpaceX, Elon Musk asestó un duro golpe al Bitcoin y causó una gran caída de distintas criptomonedas. Se produjo después de que The Wall Street Journal señalara que SpaceX vendió toda su participación en el Bitcoin, que se situaba en los 373 millones de dólares. Las criptomonedas corrigieron la situación y el precio del Bitcoin cayó un 7,5%, bajando hasta los 26.430 dólares, lo que llevó a grandes caídas del resto de divisas digitales, que estaban otra vez a punto de perder nuevamente la cota psicológica del billón de dólares. Hubo varios motivos para esta caída. Pero uno de los más importantes fue la decisión de Elon Musk de desprenderse del paquete de Bitcoins que había comprado a través de SpaceX. El desplome de las criptomonedas fue casi generalizado. Ethereum, la segunda divisa digital por tamaño, cayó en torno a un 5,5%, mientras que otras grandes como BNB o XRP se dejaron un 5% y un 13%, respectivamente. No era para menos, ya que la capitalización de todas ellas retrocedió un 6% y por un valor de 1,06 billones de dólares, que fueron los valores mínimos desde mediados del mes de junio de 2023.
Trump ha nombrado al nuevo director de la NASA, que será Jared Isaacman. Este nombre es famoso debido a que es un multimillonario que realizó la primera caminata espacial privada de la historia. Pero, ¿Qué implica este nombramiento para la NASA y el futuro de la exploración espacial? El nuevo director de la NASA está listo para tomar las riendas de la agencia espacial, pero su experiencia es más empresarial que científica. Jared Isaacman, conocido por ser el dueño y fundador de Shift4 Payments, una empresa que lo hizo millonario, es la nueva figura al frente de la NASA. Si bien ha destacado por su incursión en el espacio, al asociarse con Elon Musk para formar parte de SpaceX, su conocimiento en la gestión de una agencia espacial es nulo. Evidentemente este nombramiento da más relevancia al papel de Elon Musk y SpaceX en la aventura espacial estadounidense. Trump asegura que Isaacman es la clave para el futuro de la NASA, apuntando a su visión empresarial para impulsar nuevas iniciativas y asociaciones estratégicas. El nombramiento de Jared Isaacman como el nuevo director de la NASA genera tanto expectativas como dudas. Aunque su formación está lejos de ser científica, su enfoque empresarial podría ser crucial para el avance tecnológico y la innovación dentro de la NASA. Isaacman, al haber liderado exitosamente misiones privadas en el espacio, podría cambiar el rumbo de las misiones espaciales que anteriormente estaban limitadas por presupuestos federales y políticas gubernamentales. Es importante destacar que Jared Isaacman no es ajeno al mundo espacial. Su asociación con SpaceX, la empresa de Elon Musk, lo ha colocado en la cúspide de la innovación espacial privada. Al ser parte de la primera misión espacial privada, Isaacman ha demostrado su capacidad para tomar decisiones audaces en el campo espacial. Esto hace que su nombramiento como nuevo director de la NASA, a pesar de su falta de experiencia en la administración pública, sea un paso hacia un futuro más privatizado de la exploración espacial.
Asimismo tenemos que Elon Musk compró Twitter por 41.800 millones de euros, despidió al 80% de la plantilla y 2 años después sigue presumiendo de ello, lo que da una idea de lo que piensa hacer con la Administración Pública estadounidense. El multimillonario asegura que tomar dicha determinación no ha tenido impacto en el rendimiento de la plataforma. Recientemente Elon Musk ha sido noticia por dos situaciones de lo más relevantes. Por un lado, su intención de denunciar al creador de ChatGPT, Sam Altman, de la empresa OpenAI, ya que considera que dejaron atrás su premisa inicial. Por otro lado el éxito de Starlink, una empresa que nació como proyecto de SpaceX para la creación de una constelación de satélites de internet, con el objetivo de brindar un servicio de internet de banda ancha, baja latencia y cobertura mundial a bajo costo, una iniciativa que ya congrega a millones de usuarios. Sin embargo, Elon Musk nunca está exento de polémica y, por ello, la última ha estado relacionada con una curiosa declaración que dejó en una publicación de su red social. A través de una publicación de X, un usuario señaló que Musk había decidido despedir al 90% de la plantilla y a pesar de ello la red social seguía funcionando a la perfección. Sin embargo, el multimillonario indicó que no despidió al 90%, sino que decidió cesar al 80% de la plantilla al pasar de 7.500 empleados a poco más de 1.300 en apenas unos meses. Y aquí es donde aparece la polémica, ya que Musk lo ha reconocido. Desde que Elon Musk cerró la adquisición de Twitter, actualmente X, lo cierto es que la misma ha sufrido un aumento considerable en lo relativo al tráfico de usuarios. Así, acumula récord tras récord e incluso ha llegado a superar los 540 millones de usuarios. Pero lo cierto es que esta es una de las pocas noticias positivas que podemos extraer de esta operación. El motivo es que, además de los despidos masivos, las numerosas demandas y la caída de ingresos publicitarios se han convertido en algo cotidiano. En términos financieros, la pérdida de anunciantes ha provocado una caída del 59% en ingresos. Por ello, Musk justificó que los despidos eran estrictamente necesarios, ya que los mismos le permitirían a la compañía ahorrar hasta 4 millones de euros anuales. Sin embargo, dicha situación ha provocado que áreas delicadas, como las de seguridad, solo tengan una plantilla de 20 personas y, por ello, cada vez proliferan más bots y cuentas que incumplen las normas. Y a pesar de dicha situación Elon Musk no parece estar preocupado con el rumbo de X, puesto que presume de lo bien que funciona tras haber despedido a 8 de cada 10 empleados.
Elon Musk y Vivek Ramaswamy dirigirán el departamento de eficiencia pública de Trump. Estos acaudalados empresarios dirigirán lo que el presidente electo nombró Departamento de Eficiencia Gubernamental, que buscaría recortes en el gobierno y un “cambio drástico”, que probablemente sea una masiva privatización de servicios públicos. Paradójicamente, en su nuevo cargo podría vigilar a las agencias que vigilan a sus empresas. ¿Cómo recortar, reducir, reestructurar e incluso desmantelar partes del gobierno federal? Donald Trump acude a dos ricos empresarios, el inventor de naves espaciales y constructor de coches eléctricos, además de propietario de una plataforma de redes sociales, y un exejecutivo farmacéutico millonario que en su día fue uno de sus rivales presidenciales. Trump dijo que Elon Musk y Vivek Ramaswamy dirigirán lo que denominó Departamento de Eficiencia Gubernamental. Será, dijo, “el Proyecto Manhattan” de esta era, que impulsará un “cambio drástico” en todo el gobierno con grandes recortes y nuevas eficiencias en las abarrotadas agencias de la burocracia federal para el 4 de julio de 2026. “Un gobierno más pequeño, con más eficacia y menos burocracia, será el regalo perfecto para Estados Unidos en el 250 aniversario de la Declaración de Independencia”, escribió Trump en un comunicado. “¡Estoy seguro de que lo conseguirán!”. De hecho, probablemente será una acelerada privatización de la Administración Pública estadounidense que dará grandes beneficios a empresas privadas, favoreciendo a los grandes multimillonarios. La declaración dejó sin respuesta todo tipo de preguntas importantes sobre una iniciativa de seriedad incierta pero de alcance potencialmente vasto. Para empezar, el presidente electo no abordó el hecho de que no existe tal departamento, que se crea de nuevo. Tampoco dio detalles sobre si sus dos ricos partidarios contratarían personal para el nuevo departamento, cuyo objetivo, según dijo, es en parte reducir la plantilla federal. Musk, quien se convirtió en uno de los mayores contribuyentes a la campaña de Trump, dijo antes de las elecciones que ayudaría al presidente electo a recortar 2 billones de dólares del presupuesto federal. Pero no explicó con detalle cómo se lograría ni qué partes del gobierno se recortarían. “Esto enviará ondas de choque a través del sistema, y a cualquiera implicado en el despilfarro del gobierno, ¡que es mucha gente!”, dijo Musk en su declaración.
La declaración de Trump tampoco abordaba cómo Musk en particular se encargaría de esta tarea sin crear conflictos de intereses, dado que SpaceX se ha asegurado contratos federales por valor de más de 10.000 millones de dólares en la última década. SpaceX, Tesla y otras empresas creadas por Musk, como Neuralink, que fabrica chips informáticos que se implantan en el cerebro, también han sido objeto recientemente de al menos 20 investigaciones o demandas diferentes por parte de agencias federales. Lo significativo es que Musk vigilará de algún modo a las agencias que vigilan a sus empresas. La declaración de Trump decía solamente que este nuevo departamento “proporcionaría asesoramiento y orientación desde fuera del gobierno”, lo que sugiere que Musk no asumirá un papel formal como funcionario federal. Reducir las normativas y los gastos gubernamentales se ha convertido en una de las principales prioridades de Musk, ya que su frustración ha aumentado, sobre todo este año, con lo que considera una supervisión excesiva o redundante por parte de la Administración Federal de Aviación y el Departamento del Interior, mientras SpaceX buscaba licencias de lanzamiento para seguir probando su cohete más reciente, llamado Starship. El centro de lanzamiento de SpaceX en Texas está situado junto a un refugio nacional de vida silvestre y un parque estatal, lo que exige detalladas revisiones medioambientales antes de los lanzamientos, un proceso que ha enfurecido a Musk, ralentizando sus planes de llevar seres humanos a Marte. El nombre del nuevo departamento, DOGE, parece un juego de palabras como otra de las muchas inversiones de Musk, la criptomoneda Dogecoin, que el multimillonario promociona regularmente entre otras personas. Vivek Ramaswamy se enfrentó a Trump por la candidatura presidencial republicana antes de convertirse en su acólito. Ramaswamy, un novato político de 39 años, desafió a Trump por la candidatura republicana antes de abandonar la contienda y convertirse en un ferviente acólito de Trump. Mientras Trump hacía campaña el año pasado, Ramaswamy se convirtió en un frecuente representante, cantando sus alabanzas y difundiendo las teorías conspirativas que Trump había abrazado durante mucho tiempo. Como parte de su mensaje, Ramaswamy prometió ayudar a llevar aún más lejos la promesa de Trump de recortar el gobierno. Propuso eliminar inmediatamente el Departamento de Educación, el FBI y el Servicio de Impuestos Internos mediante una orden ejecutiva. Dijo que la fuerza laboral federal debería reducirse en un 75 por ciento por medio de un despido masivo. Y dijo que recortaría drásticamente la ayuda exterior a países como Ucrania, Israel y Taiwán, aunque parece difícil creer lo de Israel.
Las promesas de reforma del gobierno no son nada nuevo en Washington. Presidentes anteriores han prometido más o menos lo mismo, aunque a menudo sin tanto aspaviento. En 1993, después de que el presidente demócrata Bill Clinton prometiera “reinventar el gobierno”, el vicepresidente Al Gore dirigió la recién creada Asociación Nacional para la Reinvención del Gobierno. En teoría el objetivo era similar al que plantea Trump: reducir el gasto federal eliminando programas despilfarradores, suprimiendo empleos innecesarios y haciendo que la burocracia funcionara mejor. Cuando terminó, cinco años después, la iniciativa de Gore había conseguido reducir algunos solapamientos en programas gubernamentales y suprimir algunos puestos de trabajo federales. Pero quedó lejos de ser una reinvención total del gobierno. Con unos tres millones de empleados, el número de funcionarios del gobierno federal ha crecido ligeramente en los últimos años, pero sigue estando muy por debajo del máximo que alcanzó a finales de la década de 1980. Trump, cuyo atractivo político se basó en parte en la promesa de “drenar el pantano” de Washington, lleva mucho tiempo atacando el tamaño de la burocracia. Pero en su primer mandato hizo poco por cumplir esas promesas. Ahora promete que Musk y Ramaswamy tendrán éxito donde él no lo tuvo. “Espero con ansias que Elon y Vivek hagan cambios en la burocracia federal con la vista puesta en la eficacia y, al mismo tiempo, en mejorar la vida de todos los estadounidenses”, escribió Trump. “Y lo que es más importante, eliminaremos el despilfarro y el fraude masivos que existen en nuestro gasto público anual de 6,5 billones de dólares”. Pero lo que tal vez consiga es una privatización cada vez mayor de los servicios públicos, con las consiguientes ganancias de los multimillonarios que lo han apoyado.
Volviendo a Peter Thiel, tenemos que su plan había sido utilizar su notoriedad política para establecerse como un macro-inversionista serio, una categoría de administrador de fondos que apuesta por grandes oscilaciones económicas globales, que a menudo están conectadas con la política. Él había publicado un artículo de opinión en The Wall Street Journal que vinculaba el despilfarro presupuestario de los demócratas con la fracasos recientes de las economías asiáticas y otro en el San Francisco Chronicle en que utilizó el escándalo de Monica Lewinsky para hablar del poder disruptivo de Internet. Pero las columnas generaron poca atención y, sin ningún historial como inversionista, se esforzó por recaudar el capital inicial para su fondo, reuniendo al principio sólo aproximadamente un millón de dólares de amigos y familiares. Como incentivo, ofreció a los inversores una parte de las bonificaciones por rendimiento que los gestores de fondos normalmente se reservaban para sí. Su desempeño como inversor, al menos al principio, no fue alentador. Durante un año en el que el NASDAQ subió un 40 por ciento y los restaurantes y bares de la Península de San Francisco flotaban casi exclusivamente gracias a las tarjetas de crédito corporativas de los banqueros, Thiel perdía dinero de los inversores apostando por divisas. Y así, en 1998, con el auge de las puntocom en pleno apogeo, Thiel decidió alejarse de la inversión en fondos de cobertura y adentrarse en el campo candente del momento. Peter Thiel es el cerebro detrás de Trump: ‘el Estado soy yo’. Es el inversor con más éxito de Silicon Valley y uno de los principales donantes de la campaña para que Donald Trump, de quien ya fue asesor, vuelva a ser presidente. Su ideario es el liberalismo a ultranza y la desaparición del Estado, excepto cuando el Estado le financia o el Estado es, y este podría ser su plan, él mismo. Si Trump parece no tener rumbo ideológico, Thiel lo tiene clarísimo. Y la democracia, afirma, le estorba. “América es como el Titanic. O hacemos algo o nos hundimos. Y lo único que hacen los políticos es cambiar las sillas de lugar en cubierta”. Así hablaba Peter Thiel ya en 2016, cuando se convirtió en el sorprendente gurú de cabecera del entonces presidente de Estados Unidos Donald Trump. Peter Thiel, considerado el inversor con más éxito de Silicon Valley, fue entonces el gran fichaje del equipo de Trump, pero también fue algo más, ya que es uno de los timoneles que marcan su rumbo ideológico. Y es que, a diferencia de lo que parece ocurrir con Trump, Peter Thiel sí tiene un plan. Thiel siempre ha presumido de sus dotes proféticas. Donde pone el ojo pone la bala. Primero, en los negocios, con PayPal, Facebook, Palantir, Airbnb, Spotify…, y, ahora en la política. Nadie apostaba por Trump como caballo ganador cuando Thiel donó 1,25 millones de dólares a la campaña del magnate neoyorquino por primera vez. «¡Mejor nada contra corriente!», es su lema. Y a Thiel no le importa proyectar una imagen de supervillano. De hecho, se define por su estrategia de llevar la contraria. The Contrarian lo apoda la prensa norteamericana y es el título de su biografía no autorizada.
¿Por qué apoya Thiel a Trump? Para responder a esta pregunta primero hay que entender cuál es el credo de Thiel, que se confiesa un libertario, un término que hace referencia a un movimiento ideológico que defiende el individualismo frente al Estado y que no hay que confundir con el libertarismo europeo ni con el anarquismo. Y Thiel lo ha puesto de moda. «No creo que democracia y libertad sean compatibles», afirma Thiel, cuyo mantra es «la libertad individual por encima de todo». Pero al mismo tiempo posee la mayor empresa de vigilancia masiva militar y policial: Palantir. Un libertario norteamericano es un individualista a ultranza, un ultraliberal, enemigo de cualquier control del gobierno que corte las alas a los empresarios. «Sigo comprometido con la fe de mis años de juventud: con la absoluta libertad humana como condición previa para el mayor bien. Estoy en contra de los impuestos, de los totalitarismos y de que la muerte sea inevitable para todo el mundo. Me sigo calificando como libertario. Pero debo confesar que he cambiado sobre cómo alcanzar mis objetivos. Lo más importante es que ya no creo que libertad y democracia sean compatibles», escribió en un ensayo para el Instituto Cato, un think tank del movimiento libertario en 2009. Lo que, leído ahora, resulta cuando menos perturbador. Una foto de los creadores de PayPal (con Thiel en el centro) se hizo famosa porque a todos les fue luego muy bien en Silicon Valley. Pero a ninguno tan bien como a Thiel y a Elon Musk, que ese día no estaba. Detrás de Thiel (con puro) está David Sacks, otro gran donante de Trump. Curiosamente, esos tres grandes apoyos de Trump son o están relacionados con la Sudáfrica del apartheid. Musk y Sacks nacieron allí y Thiel, nacido en Alemania, también pasó en Sudáfrica su infancia. Todos emigraron a Estados Unidos tras la caída del brutal régimen de segregación racial, cuando los blancos dejaron de ser todopoderosos. Conviene aclarar que no todos los libertarios apoyan a Trump. De hecho, la mayor parte cree que el republicano no está a su altura. Porque ellos se consideran unos elegidos, una élite por su inteligencia o el escalafón social que ocupan, pero también incomprendidos por la masa.
Hablando en abril de 2021 con el exsecretario de Estado Mike Pompeo durante la administración de Donald Trump, el multimillonario tecnológico germano-estadounidense Peter Thiel observó que la consolidación del mercado había hecho que el sector de defensa fuera mucho menos competitivo y había agravado los efectos de los recortes presupuestarios posteriores a la Guerra Fría. Afirmó: “lo que ocurrió en 1989, después del fin de la Guerra Fría, fue que hubo una reducción de los presupuestos militares, pero también hubo una consolidación increíble de la industria de defensa, y la consolidación en realidad significó que el dinero se gastara de manera menos eficiente, especialmente con respecto a la I+D. Y entonces gastamos menos dinero y [con] menos eficiencia, por lo que hubo una disminución masiva en la efectividad del sistema en los años 90”. Aunque se consideró ampliamente que el aumento de la financiación militar por parte de la administración Trump había frenado la tendencia hacia el declive, estaba lejos de ser suficiente para revertirlo o incluso detenerlo. Como parte de una tendencia que lleva décadas, se necesitarían cambios muy radicales para revertirla y parecía cada vez más irreversible a menos que se abordaran cuestiones mucho más amplias de la economía estadounidense. Un sector de defensa más pequeño y más concentrado en manos de unas pocas empresas importantes condujo a lo que algunos han clasificado como oligopolio, una situación de mercado que sofoca la eficiencia y la competencia. Esto a menudo alcanzó el estado de monopolio total en el caso de muchos productos de defensa, cuando una sola empresa se convirtió en la única fuente. Diversas fuentes publicaron decenas de informes en este sentido, y con una frecuencia cada vez mayor, en particular durante la década de 2010, cuando las consecuencias del declive se hicieron cada vez más evidentes en las nuevas generaciones de programas de armas. Y esto parece que se incrementará con el nuevo gobierno Trump.
Aunque dentro de los libertarios norteamericanos hay diferentes escuelas, su filosofía parte del ‘objetivismo‘ de Ayn Rand, una pensadora y escritora de origen ruso que sentó las bases del movimiento con sus libros El manantial y La rebelión de Atlas. Básicamente defiende que el individualismo y el egoísmo personal, en realidad, llevan al bien común, y que el Estado es un pésimo invento en cuanto a que fomenta el proteccionismo, que solo sirve para amparar a los vagos, y que los más capaces deben ser quienes gobiernen. Es decir, los grandes ‘malos‘ de este mundo son el socialismo y el altruismo. Y, aunque esto pueda parecer un resumen simplista, no dista del lenguaje de Ayn Rand en sus novelas-ensayo, propio de los libros de autoayuda de mediados del siglo XX. Al igual que Elon Musk, Peter Thiel sufrió el aislamiento, cuando no directamente el acoso escolar, cuando era niño. Thiel, nacido en Alemania, vivió en varios países siguiendo la carrera de su padre, ingeniero, y nunca se integró en ninguno. Era siempre el niño raro, muy inteligente pero muy poco sociable. Eso sí, no era, ni es, de los que se calla. El lenguaje de Peter Thiel, que considera a Ayn Rand su mayor inspiración, es mucho más sofisticado y más eficaz, aunque lleno de contradicciones. Pero Thiel no es alguien que se sienta incómodo con las contradicciones. De hecho, son su principal sello. The New York Times, enormemente crítico con su incoherencia, dice de Thiel que, como intelectual, «sus argumentos solo están validados por sus éxitos financieros», que no son pocos. Thiel aborrece la universidad y ofrece dinero a los jóvenes más brillantes para que dejen los estudios, aunque él estudió Derecho y Filosofía en la Universidad de Stanford. Thiel nació en 1967 en Fráncfort (Alemania). Su padre era ingeniero y la familia vivió, siguiendo los empleos del progenitor, en Europa, África y América. Peter Thiel cambió siete veces de escuela, pero en todas destacó. Fue campeón infantil de ajedrez, estudió Derecho y Filosofía en la Universidad de Stanford y trabajó en un bufete económico de Nueva York. «Fue el periodo más infeliz de toda mi vida. Duró siete meses y tres días», recuerda. Pasó una crisis existencial. Fichó por Credit Suisse, donde aprendió las bases de la inversión de capital riesgo. Fundó la plataforma de pago PayPal y dio el pelotazo en 2002, cuando la vendió a eBay, así como otro gran pelotazo en 2004, cuando le prestó medio millón a un insolvente desertor de la universidad llamado Mark Zuckerberg a cambio del diez por ciento de su empresa. Desde ahí, él personalmente, o a través de su fondo Founders Fund, ha participado en casi todas las empresas que han triunfado en los últimos diez años: LinkedIn; Spotify, Airbnb y, más recientemente, SpaceX, la compañía espacial de su antiguo socio en PayPal, Elon Musk.
¿Quién es más peligroso? Cuando Trump ganó las elecciones en 2016, Thiel se convirtió en asesor del presidente. Thiel, a diferencia de los otros magnates de Silicon Valley, nunca tuvo problemas en hacer explícito su apoyo a Trump, como ha vuelto a hacer ahora, a pesar de que en una entrevista en 2023 reconoció que su administración fue «más loca y más peligrosa» de lo que nunca imaginó. En una época en que el éxito empresarial y la inteligencia son la quintaesencia del glamour, al cóctel solo hacía falta añadirle unas gotitas de filosofía. El resultado es que tanto las conferencias de Thiel como su libro Zero to one: how to build the future [De cero a uno: cómo construir el futuro] son la Biblia para muchos emprendedores, incluso para quienes no están de acuerdo con su filosofía. El libro de Thiel básicamente defiende el crecimiento vertical frente al horizontal. Un ejemplo sencillo: «Si coges una máquina de escribir y fabricas cien, estás haciendo progreso horizontal. Si coges una máquina de escribir y fabricas un procesador de textos, haces progreso vertical». Esto es el que promueve Thiel. Pero, ¿cómo lograr que ese progreso sea el que se imponga en el planeta? Ahí, de nuevo, entran los principios libertarios. Thiel y los libertarios como él quieren escapar a cualquier imposición. Por eso buscan territorios utópicos en los que refugiarse. Es decir, territorios donde el Estado no exista o no pueda alcanzarlos. «Como no queda ningún lugar libre en nuestro mundo, he centrado mis esfuerzos en tecnologías que puedan crear un nuevo ámbito de libertad: Internet, la colonización del espacio exterior y la ocupación de los océanos», explica Thiel. Aunque Thiel es gay, hoy está felizmente casado. Lo sacó del armario una web de cotilleos y él no paró hasta hacerla quebrar, aunque le costase diez millones de dólares. Quizá su propuesta más clarificadora fue la de crear plataformas marinas donde vivir sin interferencias de los gobiernos y sin pagar impuestos. Son como islas flotantes en las que se instalarían oficinas que, amparadas por la legislación de aguas internacionales, funcionarían al margen de la regulación de los Estados. Es decir, pequeñísimas naciones independientes. El proyecto debería haber estado operativo en 2019, pero no llegó a estar operativo quizá porque en 2016 Thiel encontró a Trump y pensó que igual la solución era convertirse él mismo en el Estado. Thiel es también un ferviente partidario del Bitcoin, la moneda digital. Quiso popularizar su uso mediante su integración en PayPal. De hecho, confiesa que PayPal fue un intento fracasado, aunque a él le hiciera rico, «de crear una nueva divisa mundial, libre de todo control público».
¿De dónde salió el vicepresidente electo James David Vance? Una de las sorpresas de esta campaña presidencial fue la elección de J.D. Vance como candidato a vicepresidente por parte de Trump. Hasta ese momento era un senador casi desconocido y que había sido expresamente crítico con el multimillonario Trump. Pero pronto se supo quién era el mecenas de Vance, nada menos que Peter Thiel, con quien estableció una relación durante los cinco años que Vance, abogado, trabajó en Silicon Valley como inversor de capital riesgo. De hecho, entre 2016 y 2017, Vance dirigió Mithril Capital, una empresa de Thiel. Peter Thiel es un absoluto defensor de los monopolios. Hace dos años, un artículo suyo publicado en The Wall Street Journal sublevó incluso al premio Nobel en Economía Joseph Stiglitz. Se titulaba La competencia es de perdedores. En él, Thiel defendía el monopolio, «una empresa que es tan buena en lo que hace que ninguna otra puede ofrecer un sustituto para ello». Y ponía como ejemplo a Google, que «como no tiene que competir con nadie le permite centrarse en cosas como innovación y desarrollo, cuidar de sus empleados y tener más claros sus objetivos y estrategias, así como su impacto sobre el mundo». Le llovieron las críticas con datos históricos en favor de la competencia frente a los monopolios, pero Thiel insiste en su teoría. Thiel también aborrece la universidad. «Los rectores son como vendedores de hipotecas subprime: te venden la moto para que te endeudes hasta las cejas. Te convencen de que no es un gasto, sino una inversión. Muchas universidades son solo una fiesta de cuatro años». Desde 2010 promueve un programa 20 Under 20 para que los jóvenes dejen los estudios y creen su propia startup. Un pequeño requerimiento más de Thiel es que hay que ser brillante y ambicioso. Los proyectos deben aspirar a cambiar el mundo, lo mismo que los nuevos proyectos de Thiel. Sus dos fondos canalizan dinero hacia startups de energía, transporte, biotecnología, medicina, viajes espaciales, etc…
Peter Thiel está casado con Matt Danzeisen, otro empresario e inversor de Silicon Valley y su relación se define por su discreción, aunque bien pudiera ser por el temor de los medios a hablar de ella, después de que Thiel lograse cerrar, a base de financiar pleitos judiciales, Gawker Media, la plataforma que hizo pública su homosexualidad en 2007. Pero la clave de su poder está ahora en otra de sus empresas, Palantir, una misteriosa compañía de minería de datos que proporciona inteligencia antiterrorista a las agencias del Gobierno. Es curioso que un supuesto libertario está colaborando con el FBI y la CIA. Aunque parezca que eso es colaborar con el Estado, Thiel tiene otra perspectiva. «Estamos en una carrera mortal entre la política [que oprime] y la tecnología [que libera]. El destino de nuestro mundo puede depender de los esfuerzos de una sola persona que construya la maquinaria que haga el mundo más seguro para el capitalismo». Palantir, que Thiel fundó con Stephen Cohen y Alex Krap, define a sus ingenieros como «marines que trabajan en un ambiente intelectual». Tienen que seguir dietas estrictas, leer filosofía, ser hipercompetitivos y, según contó un ex empleado “funcionan como una secta mesiánica”. Su valor en Bolsa ya alcanza los 82 mil millones de dólares. Alguien podría preguntarse cómo lleva Thiel los comentarios racistas y sexistas de Trump. Ante ello Thiel se encoge de hombros. A su modo de ver, el problema es de los periodistas, que toman sus palabras al pie de la letra. A Thiel no le parece que eso sea un tema relevante. Como no se lo parece el tema de los derechos de los homosexuales y los transexuales. «Cuando yo era un niño, el gran debate era sobre cómo derrotar a la Unión Soviética. Y ganamos. Ahora, nos dicen que el gran debate es quién usa según qué retretes», en referencia a la batalla legal sobre el uso de los baños públicos por parte de los transexuales. Comentarios que no dejan de ser relevantes porque él es gay. En su juventud llegó a hacer comentarios homófobos, algunos recogidos en un libro universitario. Ahora dice que lamenta haberlo hecho y que entonces no sabía que era homosexual. De hecho, asegura estar orgulloso de ser gay y hace dos años admitió a la revista Fortune que tenía novio estable desde hacía tiempo, pero que no haría ningún comentario más sobre ello. Y mejor no intentar indagar. A Thiel lo sacó del armario una exitosa web de cotilleos norteamericana, Gawker Media, en 2007. Thiel no paró hasta conseguir llevar a la quiebra a la plataforma, financiando pleitos de otros damnificados por Gawker Media. Le costó diez millones, pero lo logró. «Es la mejor obra de filantropía que he hecho nunca», dijo.
Podemos entender mejor los pensamientos de Peter Thiel, tal vez el personaje más poderoso de la era Trump, leyendo una extensa entrevista concedida en el podcast Honestly a la periodista Bari Weiss, en que Peter Thiel analizó la victoria electoral de Trump, los desafíos que enfrentará en su próximo gobierno, la amenaza de China e Irán y el impacto de internet. El fundador de PayPal consideró que el progresismo está al borde del colapso y cuestionó la falta de autocrítica de los demócratas. Peter Thiel, cofundador de PayPal y Palantir, es un influyente empresario y pensador contracultural en Silicon Valley, conocido por sus apuestas en tecnología y política. Aliado temprano de Donald Trump, Thiel promueve una visión crítica del establishment progresista y las instituciones tradicionales, mientras defiende la innovación y el escepticismo como motores del cambio. El empresario y gurú tecnológico compartió sus puntos de vista sobre la victoria de Trump y el cambio de paradigma en la cultura y política de Estados Unidos en una larga entrevista con la periodista Bari Weiss, directora del influyente sitio The Free Press. En el diálogo, Thiel analizó la elección de Trump, la transformación del Partido Republicano y las razones que, según él, han llevado al progresismo estadounidense al borde del colapso. Weiss introdujo la conversación refiriéndose a la sorpresiva elección de Trump, que no solo ganó en los colegios electorales sino también en el voto popular, y a los cambios que esto presagia en la política estadounidense. Thiel, por su parte, expresó una mezcla de alivio y moderación, y aseguró: «No diría que estoy eufórico, pero sí aliviado«, y destacó que, de haber ganado los demócratas, habría sentido una profunda depresión. Según Thiel, el triunfo de Trump no solo fue una victoria republicana, sino el símbolo del colapso de la izquierda estadounidense. Para él, la derrota de la vicepresidenta Kamala Harris, quien fue elegida para suceder a Joe Biden tras su renuncia a la candidatura, reflejó algo más profundo que una simple pérdida partidaria. Thiel describió la situación como una «decadencia de las ideas y la sustancia» en el lado demócrata, afirmando que “si tienes cero sustancia, entonces tampoco tienes diferencia sustancial con Biden”.
Thiel también hizo énfasis en que esta elección fue completamente distinta a la de 2016, cuando Trump sorprendió al derrotar a una desprevenida Hillary Clinton. En 2024, los demócratas estaban completamente preparados y sabían que la contienda se decidiría en estados clave como Pensilvania, Wisconsin y Michigan. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos y los recursos invertidos, no lograron frenar el avance republicano. «Los demócratas dieron todo de sí y simplemente colapsaron«, declaró Thiel. Una de las observaciones más relevantes de Thiel fue la refutación del argumento de que “la demografía es el destino”. En 2016, los analistas predecían que los republicanos se enfrentarían a un declive debido al envejecimiento de su base de votantes. Sin embargo, Trump se impuso en esas elecciones y en 2024 ganó el voto popular, lo que lo convirtió en el primer candidato republicano en lograrlo en 20 años. Durante la entrevista, Weiss destacó cómo la campaña demócrata contó con el apoyo de una impresionante fila de celebridades, desde la periodista Oprah Winfrey hasta Beyoncé, mientras que la campaña republicana estuvo impulsada por figuras disidentes como Elon Musk y, en palabras de Thiel, “outsiders” de menor renombre. Thiel considera que el prestigio de las celebridades “ya no es lo que solía ser”. Afirmó que ahora muchos de estos íconos de la cultura pop son vistos como simples “repetidores de consignas izquierdistas” que han perdido el sentido de individualidad y pensamiento crítico. Para Thiel, este cambio cultural es evidente no solo en Hollywood, sino también en el ámbito académico y en otras instituciones que antes consideraba baluartes del pensamiento independiente. «No creo que haya lugar para el pensamiento individual en la izquierda«, expresó, y señaló cómo esto ha llevado a figuras como Musk y otros a alejarse de su tradicional alineación con el liberalismo californiano.
La conversación también abordó el papel de figuras como Tulsi Gabbard, elegida por Trump para dirigir los Servicios de Inteligencia, y Robert F. Kennedy Jr., que, al igual que Musk, han ido distanciándose de la narrativa progresista y ahora formarán parte del nuevo gobierno de Trump. Peter Thiel considera que estos cambios reflejan una transformación ideológica en personas que, si bien anteriormente se identificaban con la izquierda, en el sentido estadounidense de este término, han comenzado a rechazar la “camisa de fuerza” del pensamiento progresista. Thiel sugirió que esta nueva generación de tecnócratas y empresarios disidentes representa un contrapeso al establishment progresista, una “contra-élite” que está encontrando resonancia en amplios sectores del electorado. Para él, el surgimiento de esta corriente no es más que una respuesta al “vacío de ideas” que, según cree, caracteriza actualmente al liberalismo estadounidense. Thiel comparó luego a los demócratas con el Imperio de la serie Star Wars, mientras que describió al Partido Republicano como una «Alianza Rebelde heterogénea» en la que conviven personajes muy distintos entre sí. Durante la conversación, Thiel abordó cómo la «política de identidad«, que define al electorado en base a características personales como raza, género u orientación sexual, ha comenzado a mostrar sus limitaciones. Explicó que la diversidad concreta de un candidato, en lugar de atraer a grupos específicos, puede alienar a otros. En referencia a la vicepresidenta Kamala Harris, dijo: “Puede que Harris ayude a atraer al 7% de la población que son mujeres afroamericanas, pero esta estrategia aliena al otro 93%”. Para Thiel, este enfoque de identidad funcionó en 2008 con Obama, pero en ese entonces se podía enviar un mensaje distinto a cada grupo. Con la llegada de internet y las redes sociales, este tipo de «microtargeting político» se volvió inefectivo, ya que todos los mensajes llegan a todos los grupos, revelando incoherencias y contradicciones. “Para 2016, Hillary ya no podía decirles a las mujeres que votaran por ella por ser mujer y a los hombres que votaran por ella por ser ‘post-género’”, explicó Thiel, destacando que este tipo de mensajes perdió eficacia.
Bari Weiss mencionó la posibilidad de que los demócratas se reagrupen, como hicieron después de la derrota de Jimmy Carter en 1980. Sin embargo, Thiel expresó sus dudas, subrayando que la capacidad de reflexión y autocrítica en el partido demócrata ha decaído. Afirmó que «perder debería ser una buena lección, pero los demócratas actuales han perdido la habilidad de replantearse sus estrategias”. Thiel también identificó un cambio crucial que, a su juicio, comenzó con la administración de Barack Obama. Para él, durante el mandato de Obama, los debates internos en el Partido Demócrata fueron sustituidos por una estructura rígida, en la que todos los miembros alinean su discurso sin cuestionamientos. Esta falta de espacio para el disenso culminó, en su opinión, en la nominación de Kamala Harris en 2024, empujada sin una primaria competitiva tras el retiro de Biden. «La lógica fue que necesitarían un candidato diverso después de Biden, pero Harris simplemente no conectaba«, concluyó. El empresario consideró también que la victoria de Trump en 2024 servirá para reescribir el relato histórico de los últimos ocho años. Para él, si Harris hubiese ganado, la narrativa dominante habría sido que 2016 fue un accidente y que el regreso al progresismo era el camino natural. Sin embargo, el triunfo de Trump, ahora consolidado también en el voto popular, establece una historia diferente, donde 2020 fue una anomalía y la era de Biden representó el último intento del “viejo régimen” de conservar el poder. Weiss y Thiel analizaron cómo esta elección marca el final de una era en la que el progresismo y sus figuras, antes dominantes, ya no representan a la mayoría. En opinión de Thiel, la incapacidad de los demócratas para ganar el apoyo tanto de judíos como de musulmanes en lugares clave como Michigan evidencia la crisis de identidad del partido, incapaz de mantener el apoyo de las minorías al tiempo que pierde votantes de clase trabajadora. Cuando Weiss le preguntó si el éxito de Trump se debió a la debilidad de Kamala Harris o a factores más amplios, Thiel respondió que el problema es sistémico. En su opinión, el Partido Demócrata dejó de nutrirse de líderes intelectuales, pasando de figuras como Bill Clinton y Barack Obama a candidatos menos relevantes, como Joe Biden y Kamala Harris. Para Thiel, esta transición representa un cambio de «élite a no élite«, lo cual evidencia la decadencia del prestigio académico y profesional en el partido.
Aunque Thiel criticó el elitismo de las universidades, reconoció que las instituciones de educación superior como Yale y Harvard siguen formando a personas con habilidades analíticas superiores. Sin embargo, en su opinión, estos centros ya no son capaces de producir defensores efectivos del progresismo. «Si eres uno de los pocos conservadores en una clase en Yale, saldrás fortalecido porque has tenido que reflexionar sobre lo que está mal en el otro bando«, explicó. En su visión, el colapso del progresismo actual es un proceso similar al final de una era. Thiel comparó la situación con el fin del siglo XX, al señalar que las ideas del New Deal y el progresismo de izquierda han quedado «atrapadas en el tiempo» y finalmente se han desmoronado. Según él, el “culto progresista” que define al Partido Demócrata ha perdido toda flexibilidad y habilidad para renovarse, lo que ha alienado a varios sectores, incluidos algunos históricos simpatizantes de la izquierda. Thiel afirmó que ha sido un crítico de este sistema durante años, citando la creación de la Thiel Fellowship en 2010 para incentivar a jóvenes a abandonar la universidad. Recordó cómo, en 2019, observó que las universidades seguían sin cambiar, perpetuando el mismo sistema de valores y dogmas progresistas. Sin embargo, considera que en los últimos cinco años este sistema ha colapsado. «No veo cómo el progresismo podría recuperarse«, concluyó. La conversación también abordó el cambio de postura en Silicon Valley respecto a Trump. Thiel explicó que figuras como Elon Musk jugaron un papel crucial en lo que Weiss describió como una “cascada de preferencias”, donde el apoyo a Trump se volvió más visible y aceptado entre líderes tecnológicos. Según Thiel, aunque muchos ejecutivos compartían en privado su descontento con el progresismo, temían ser los primeros en hablar. Elon Musk, con su apoyo abierto, facilitó que otros hicieran lo mismo. Para Thiel, esta transformación refleja el agotamiento del «corporativismo woke» en las grandes empresas tecnológicas, que cada vez ven menos efectividad en adoptar políticas progresistas extremas. “Hay un punto en el que simplemente deja de funcionar y se vuelve insostenible”, comentó. Elon Musk actuó como una figura catalizadora, proporcionando “cobertura” a otros empresarios que hasta entonces se sentían reprimidos en sus opiniones conservadoras.
En uno de los momentos más controvertidos de la entrevista, Thiel discutió la posibilidad de que si Trump hubiera perdido el sistema de poder progresista habría consolidado un Estado de partido único similar al de California. Thiel se refirió al progresismo como una “máquina”, que no da espacio al debate ni al disenso, y describió el proceso como un consenso rígido que se implementa sin espacio para opiniones alternativas. En su opinión, el sistema progresista ya no es democrático, y de haber derrotado a Trump habría resultado “imparable”. Para Thiel, el desafío de una segunda administración Trump es lograr un equipo más cohesionado que evite los errores del 2016. Recordó cómo varios funcionarios, incluidos algunos de alto perfil, fueron despedidos o enfrentaron problemas debido a sus agendas contradictorias. Sin embargo, expresó confianza en que esta vez Trump será más selectivo al elegir su equipo. Weiss destacó la falta de participación de Thiel en la campaña presidencial de 2024, lo cual él justificó diciendo que ya no era necesario. «La victoria de Trump era inevitable«, afirmó, señalando que los problemas de estancamiento y declive en Estados Unidos ya no pueden ser ignorados, una postura que él promovió desde el año 2016. Otro de los puntos que se discutieron fue la propuesta de Trump de aplicar un arancel del 20% a las importaciones y del 60% a los bienes provenientes de China. Thiel afirmó que, aunque los aranceles pueden ser negativos en algunos aspectos, son una respuesta necesaria al actual sistema de comercio internacional que, en su opinión, favorece a ciertos sectores de la economía estadounidense, como Wall Street y Silicon Valley, y perjudica a otros, especialmente a los estados industriales estadounidenses. «Si Trump quiere ganar en 2028, debe resolver el problema del Rust Belt en el Medio Oeste«, comentó Thiel, subrayando que estas medidas proteccionistas podrían revitalizar la economía manufacturera de esos estados. Además, Thiel indicó que, si bien los aranceles pueden no reducir el déficit comercial, redirigir la producción de China a otros países, como Vietnam o India, tendría beneficios geopolíticos importantes al no fortalecer a un rival directo como China. «Vietnam es un país comunista, pero no está interesado en dominar el mundo«, puntualizó, defendiendo los aranceles como una herramienta en el juego geopolítico.
Otro tema crucial abordado en la entrevista fue la inmigración. Thiel explicó que, aunque la inmigración ha sido históricamente positiva, el modelo actual ha generado problemas económicos significativos en Estados Unidos, afectando especialmente a los sectores de menores ingresos. «La inmigración crea una dinámica de ganadores y perdedores«, explicó, y mencionó el aumento desmedido de los precios de bienes raíces como uno de los problemas derivados de una población en constante crecimiento. Thiel citó al economista Henry George para argumentar que la inflación inmobiliaria es una «catástrofe georgista» que impacta de manera desproporcionada a los jóvenes y a la clase media baja. Para Thiel, uno de los retos de la administración de Trump será gestionar los problemas generados por el sistema actual sin recurrir a deportaciones masivas, que podrían ser complicadas de implementar. Además, planteó que una política de inmigración más restrictiva ayudaría a reducir las tensiones económicas y culturales en ciudades como Los Ángeles, donde el sistema educativo enfrenta grandes desafíos debido a la diversidad lingüística y los altos costos de vida. Weiss y Thiel discutieron sobre la política exterior, especialmente en Medio Oriente. Thiel se mostró escéptico sobre las intervenciones militares prolongadas y afirmó que la política exterior de Trump probablemente se alinee más con la postura de Israel respecto a Irán, país que considera una amenaza nuclear. Explicó que, incluso si Irán no usara armas nucleares, su posesión cambiaría el equilibrio de poder en la región, aumentando la influencia de grupos como Hezbollah y Hamás. Para Thiel, la proliferación nuclear es una de las mayores amenazas globales. Sostuvo que si muchos países adquieren armas nucleares, es solo cuestión de tiempo hasta que ocurra una crisis a escala mundial. «Una de las responsabilidades de un presidente de EEUU es detener la proliferación nuclear. Si demasiados países tienen armas nucleares, eventualmente algo saldrá mal«, comentó. En los días posteriores a su victoria, Trump ha anunciado nuevas designaciones que incluyen a Marco Rubio como secretario de Estado, Michael Waltz como asesor de Seguridad Nacional y Elise Stefanik como embajadora ante la ONU. Thiel destacó que este grupo tiene una postura «halcón» en relación con China, lo que señala una priorización de la competencia geopolítica con Beijing. Según él, esta administración buscará un equilibrio que ninguna administración anterior ha logrado plenamente, dada la creciente relevancia de China como un desafío estratégico.
Thiel expresó preocupación por la posibilidad de que Estados Unidos repita errores históricos y caiga en una nueva guerra, comparando los contextos de las dos guerras mundiales. Para él, la Primera Guerra Mundial fue el resultado de alianzas peligrosas y una rápida escalada, mientras que la Segunda Guerra Mundial demostró el peligro de apaciguar a dictadores. En su opinión, cualquier política exterior estadounidense debería evitar tanto la escalada incontrolada como la complacencia. “Si vamos a evitar una Tercera Guerra Mundial, tenemos que aprender las lecciones de ambas guerras”, explicó Thiel, quien teme que la globalización actual pueda ser tan inestable como la de inicios del siglo XX. La conversación giró también hacia el populismo en Estados Unidos, un fenómeno que Thiel considera fundamental en el cambio político actual. Aunque Weiss expresó preocupaciones sobre los riesgos del populismo, especialmente en relación con el riesgo de persecución de minorías y la retórica antisistema, Thiel ofreció una perspectiva más matizada. Señaló que el populismo y la democracia a menudo son dos caras de la misma moneda, donde “es democracia cuando la gente vota correctamente y populismo cuando votan de manera errónea”. Sin embargo, Thiel reconoció que el populismo sin frenos puede llevar a una erosión de los derechos de las minorías y la propiedad. Al mismo tiempo, Thiel subrayó que Estados Unidos no se enfrenta a un problema de populismo desenfrenado, sino a una falta de republicanismo constitucional. En su opinión, el problema radica en el creciente poder de una burocracia tecnocrática no elegida que limita la capacidad de acción del electorado y de los líderes elegidos. Para Thiel, el impacto de Internet en la política y la sociedad ha sido mucho más radical de lo que anticiparon incluso los escritores de ciencia ficción. A pesar de que Internet no ha cumplido con las expectativas de crecimiento económico, su impacto ha sido inmenso a nivel social y cultural. Thiel afirmó que la “revolución de los 140 caracteres” ha expuesto la falsedad de muchas figuras públicas y ha transformado la naturaleza de la política. En su opinión, figuras como Donald Trump son “los primeros presidentes de Internet”, capaces de aprovechar la transparencia y la autenticidad en un entorno donde los políticos tradicionales ya no logran conectar con el público. Thiel también expresó escepticismo respecto a los expertos y a las instituciones científicas que han adoptado un enfoque excesivamente dogmático. Explicó que en el contexto actual, la ciencia se ha convertido en una estructura casi inamovible que rechaza la duda y la innovación, describiéndola como “más dogmática que la Iglesia católica en el siglo XVII”. Cerca del final de la entrevista, Thiel reflexionó sobre el libro de Francis Fukuyama, El fin de la historia, argumentando que los eventos de los últimos años, incluyendo la creciente influencia de China y los ataques a la democracia liberal, sugieren que la historia no ha llegado a su fin. En su opinión, el futuro de Estados Unidos y del mundo no dependerá únicamente de tendencias globales, sino de la capacidad de liderazgo que demuestren los líderes en los años venideros.
Peter Thiel era miembro de la PayPal Mafia, el «clan» de exalumnos de la Universidad de Standford y de la Universidad de Illinois que fundaron o trabajaron en Paypal y acabaron fundando algunas de las compañías más poderosas de Silicon Valley, como Tesla, LinkedIn, Palantir Technologies, SpaceX, YouTube o Yelp. Y había sido el primer inversor de Facebook, convirtiéndose en el mentor de Mark Zuckerberg y miembro destacado de su consejo de dirección. En 2004, Thiel puso treinta millones de dólares para fundar una empresa llamada Palantir Technologies Inc. El otro gran inversor fue la CIA, que puso dos millones a través de In-QTel, su fondo de capital riesgo para tecnologías que le fuesen útiles. Su objetivo era hacer minería de datos para el control de la población. Un palantir es una piedra legendaria que permite observar a personas y momentos distantes en el tiempo y el espacio. Sauron la usa en El señor de los anillos para vigilar a sus enemigos, ver cosas que ya han ocurrido y enloquecer a sus víctimas con voces fantasmagóricas. La piedra está conectada al anillo, que la «llama» cuando alguien lo usa. Siguiendo con la analogía, todo dispositivo conectado a internet está conectado a Palantir. Su primer trabajo para la NSA fue XKEYSCORE, un buscador capaz de atravesar correos, chats, historiales de navegación, fotos, documentos, webcams, análisis de tráfico, registros de teclado, claves de acceso al sistema con nombres de usuarios y contraseñas interceptados, túneles a sistemas, redes P2P, sesiones de Skype, mensajes de texto, contenido multimedia y geolocalización. Sirve para monitorizar a distancia a cualquier sujeto, organización o sistema, tirando de cualquier hilo, tales como un nombre, un lugar, un número de teléfono, una matrícula de coche, una tarjeta. Siguiendo el patrón conocido, la tecnología que fue creada para vigilar «insurgentes» y «enemigos del mundo libre» en Irak y Afganistán fue rápidamente implementada en los estados federales para vigilar a los propios ciudadanos, especialmente en aquellos lugares donde hay mayoría afroamericana y en los más castigados por la pobreza o los huracanes, como Detroit o Nueva Orleans. En la siguiente década, Palantir consiguió más de mil doscientos millones en contratos con la Marina, la Agencia de Inteligencia de Defensa, West Point, el FBI, la CIA, la NSA y los departamentos de Justicia, Hacienda, Inmigración y Seguridad Nacional. Incluso Medicaid, un programa de seguros de salud del Gobierno de Estados Unidos para la gente necesitada, tenía un proyecto piloto con ellos para investigar las llamadas de emergencia y otro para identificar servicios médicos ilegales en el sur. Esto ya durante la administración Obama.
Donald Trump ganó las elecciones de 2016 básicamente con el apoyo público, técnico y financiero de dos personas: Peter Thiel y Robert Mercer, los respectivos dueños de Palantir y Cambridge Analytica. Posteriormente Palantir fue conocido como el Departamento de Precrimen de Trump, porque su tecnología predictiva era utilizada por la policía para detectar «zonas de calor» donde podría estallar la violencia. También detecta grupos o personas «de interés», que hayan asistido a manifestaciones, participado en huelgas, tengan amigos en Greenpeace, usen tecnologías de encriptación o hayan apoyado a otros activistas en redes sociales. Palantir tiene acceso a huellas y otros datos biométricos, archivos médicos, historial de compras con tarjetas, registros de viajes, conversaciones telefónicas, impuestos, historiales de menores. Y se queda con todos los datos que procesa, para usarlos con otros clientes como las agencias de inteligencia de Inglaterra, Australia, Nueva Zelanda y Canadá. En Europa, es utilizado por al menos dos gobiernos, el británico y el danés. Pero sobre todo se convirtió en el juguete de Trump para la detención y deportación masiva de inmigrantes sin antecedentes criminales. Todo está alojado en Amazon Web Services, que también usa Amazon Rekognition, su algoritmo de reconocimiento facial. Cuando Zuckerberg lanzó thefacebook.com desde su cuarto de la residencia de Harvard, el 4 de febrero de 2004, ya sabía cómo iba a monetizar el proyecto. Lo sabía cuándo contrató a Sean Parker, cofundador de Napster, y cuando recibió su primera inyección de dinero de Peter Thiel. Eso fue antes de que Thiel fundara Palantir, la gran máquina de espionaje del Gobierno estadounidense. Y desde ese momento ha sido mentor de Zuckerberg y miembro destacado de su consejo de dirección. Mucho antes de anunciar que «la era de la privacidad se ha acabado», Zuckerberg ya había demostrado una fuerte voluntad de extraer los datos de sus propios usuarios para servir a sus propósitos personales. Como es público, los gemelos Cameron y Tyler Winklevoss, así como Divya Narendra le acusaron de robar su idea de una red social para alumnos de Harvard. Los tres estudiantes habían contratado a Zuckerberg para escribir el código y lo acusaron de mangonear el proyecto para poder sacar el suyo antes y dejarles fuera de juego. Aquel drama se resolvió legalmente en 2007 con un acuerdo de veinte millones de dólares y en acciones ordinarias de Facebook para repartir entre los tres demandantes.
Después se volvió a saldar, esta vez a favor del demandado, con el momento más memorable de The Social Network, la película que dirigió David Fincher con guion de Aaron Sorkin. Ocurre cuando los cuatro universitarios se sientan en la mesa de negociaciones, flanqueados por sus respectivos abogados, y Zuckerberg les dice: «No hace falta un equipo forense para llegar al fondo de esto. Si vosotros fuerais los inventores de Facebook, habríais inventado Facebook». Que es la manera en que Sorkin reformula la regla de oro de la ciencia y del progreso, incluso en esta era dominada por la propiedad intelectual: las buenas ideas están en todas partes; lo único que importa es su implementación. Lo que no todo el mundo sabe es que el Crimson, el periódico de los alumnos de Harvard, había estado investigando el caso. Querían escribir un artículo sobre el presunto robo intelectual, un asunto de primer orden en las universidades de élite estadounidenses. En ese momento todos los estudiantes tenían cuentas en The Facebook, y Zuckerberg usó los datos privados de acceso de varios editores para entrar en sus cuentas de correo y enterarse de lo que iban a publicar. Al parecer, no solo usaba su acceso a esos datos de manera puntual sino que también se lo ofrecía a sus conocidos, para distintos propósitos. «Si algún día necesitas información sobre alguien que esté en Harvard solo tienes que decirlo —le dice a un amigo por Messenger poco después de abrir la web—. Tengo más de cuatro mil correos, fotos, direcciones, números de la Seguridad Social». Cuando el amigo le pregunta cómo ha conseguido todo eso, Zuckerberg contesta: «La gente lo pone. No sé por qué. Confían en mí. Pringados». Meses antes, el Crimson había publicado otra pieza contando que la universidad había sancionado a Zuckerberg por violar la seguridad de los servidores, vulnerar la propiedad intelectual de la institución y la privacidad de sus alumnos. Zuckerberg había creado una web llamada Facemash, donde se podía votar el atractivo de los alumnos, eligiendo en secuencias de dos en dos. El sistema estaba diseñado para generar un ranking automático a partir de las votaciones. Para hacerlo, había usado sin permiso las fotos de la web de Harvard y compilado una lista pública con los nombres de todos los estudiantes de la universidad. Irónicamente, fue el éxito de aquella web lo que puso a los gemelos Winklevoss en su camino. «Alguien está tratando de hacer una web de contactos —le escribió entonces Zuckerberg a su primer socio, Eduardo Saverin—. Han cometido un error. Me han pedido que se la haga yo.»
«Las mejores mentes de mi generación están pensando en cómo hacer que la gente pinche en los banners». Se lo contaba Jeff Hammerbacher a Ashlee Vance en un artículo de Bloomberg titulado «Esta burbuja tecnológica es diferente». Era abril de 2011 y el entrevistado era un programador de veintiocho años que había trabajado en Facebook desde los inicios. Es lo que llaman en la mitología del Valle «uno de los primeros cien» de la red social. Mark Zuckerberg lo contrató en 2006 para descubrir por qué Facebook arrasaba en unas universidades pero flojeaba en otras. Y, ya puestos en el tema, que analizara los rasgos de comportamiento que diferencian a los pardillos de los veteranos en las facultades estadounidenses. «Eran preguntas de alto nivel, y no había ningún tipo de herramientas para contestarlas», cuenta Hammerbacher. Durante los dos años siguientes, su equipo diseñará algoritmos para atesorar todos los aspectos cuantificables de la interacción del usuario con la plataforma. Les interesaba especialmente sus círculos sociales; qué provocaba, por ejemplo, que unos chicos fueran populares y otros no. Registraban sus actividades, relaciones, aspiraciones y miedos. El artículo de Bloomberg describe a Hammerbacher como «un objetor de conciencia del modelo de negocio basado en la publicidad y la cultura basada en el marketing que se deriva de él». En realidad, el programador no era ningún disidente, ya que sabía perfectamente a lo que había venido a Facebook y no tenía problemas morales con su modelo de negocio. Lo que le molestaba era el desperdicio de talento. Le parecía trágico que los mejores cerebros de su generación malgastaran su tiempo buscando patrones, confirmando sospechas y adelantando tendencias para poner el producto apropiado en el momento justo delante de la persona exacta. Le daba pena que los genios que habían ido al Valle a cambiar el mundo contribuyeran a la última revolución industrial con algo tan banal. Técnicamente, todo empezó con las cookies. Era 1994 y Lou Montulli trataba de implementar la interacción del navegador Netscape con un carrito de compras virtual. La idea era que la aplicación reconociera al usuario y recordara los distintos artículos que había en su cesta sin tener que guardar sus datos en el servidor de la tienda. Montulli usó Javascript, un lenguaje para la web creado por Netscape, para insertar un pequeño archivo de texto en el navegador que registrara esos datos sin «molestar» al usuario. Así nacieron las cookies, el trocito de código que se pega a tu navegador cuando pasas por un sitio web y que le dice al servidor de esa web quién eres.
En cuanto pudieron reconocer al usuario de manera única, los portales empezaron a guardar información sobre él, con la inocente intención de cambiar su aspecto de acuerdo a sus preferencias. Teóricamente, la cookie solo podía ser leída por la página que la había puesto y solo cuando el usuario volvía a la página en cuestión. En 1996, una empresa llamada DoubleClick empezó a colocar banners en miles de páginas diferentes e inventó las «cookies de terceros», que registraban información cada vez que el usuario visitaba cualquiera de esas páginas. Además de identificar al usuario de manera única, la nueva cookie (también llamada tracker) registraba las páginas visitadas y su contexto, tales como qué artículos leía, qué anuncios miraba, qué productos compraba. DoubleClick aseguró que lo hacía para no repetir el mismo anuncio demasiadas veces al mismo usuario y que «nunca trataría de conocer la identidad real del dueño o usuario del navegador». Después se fusionó con una empresa de marketing directo llamada Abacus Direct, y su catálogo de dos mil millones de transacciones con el nombre, dirección, número de teléfono, e-mail y dirección física del comprador. Después Google compró DoubleClick. Google había empezado licenciando su motor de búsqueda a otras empresas, pero cuando estalló la burbuja empezó a ofrecer un «patrocinio premium» a las marcas, que consistía en meter cajas de publicidad basadas en las búsquedas del usuario. «Nuestros clientes son más de un millón de publicistas —decía su página de inversores—, desde pequeños negocios buscando clientes locales hasta muchas de las mayores multinacionales del mundo». Esos clientes pagan por acceder a grupos seleccionados de personas. En lugar de anunciar a voces sus productos a todo el mundo, quieren que aparezcan delante de los usuarios más susceptibles de querer comprarlos. En lugar de hacer un anuncio para todo el mundo con la esperanza de convencer a unos cuantos, la idea es crear varios anuncios diseñados para grupos específicos. El precio dependería de la cantidad de veces que salía el anuncio.
Después llegaron AdWords y AdSense de Google. El modelo era diferente, ya que en lugar de comprar espacio, el anunciante «apuesta» por ciertas palabras. Si el usuario las busca, sus anuncios aparecen destacados en lo alto de la página, como «enlaces patrocinados». Una idea genial, aunque se la habían robado a otro. La empresa que inventó la búsqueda patrocinada se llamaba Overture y les puso una demanda por infracción de patente que ganó, aunque solo después de haber sido adquirida por Yahoo en 2002. En 2003 Google lanza la plataforma de publicidad AdSense, que amplía su espacio publicitario a todas las páginas web que quieran usarlo, en plena explosión de los blogs. De pronto cualquiera puede encajar unos banners en su página y llevarse parte del dinero que generen. También puede poner una caja con el motor de Google para hacer búsquedas en su propio blog. Blogger, Movable Type y el recién llegado WordPress, que utilizo para mi blog, se apresuran a integrar los anuncios y el buscador de la plataforma en sus webs. Cada anuncio y cada buscador de Google es registrado por las cookies de Google, que ahora pueden seguir al usuario por millones de sitios y saber quién es, qué lee, dónde pincha, cuánto se queda y adónde va después. Dejaron de cobrar por anuncio y empezaron a cobrar por clic. En 2006, los mejores cerebros de Silicon Valley estaban ya pensando en cómo conseguir ese clic. La concentración de talento en Silicon Valley rivaliza con la de Los Álamos, pero en lugar de armas nucleares están ideando sistemas de extracción de datos. «Ross tenía un PhD en robótica aeroespacial y una idea sobre cómo debía funcionar el sistema de anuncios», contaba Douglas Edwards, empleado número 59 de Google, en su libro de memorias I am feeling lucky. Otro empleado «lideró el equipo para construir uno de los mayores sistemas de machine learning del mundo; solo para mejorar la publicidad segmentada». Los que no trabajaban en Facebook, Google, Twitter, LinkedIn, Amazon o Groupon buscando maneras de mejorar los anuncios estaban en Wall Street escribiendo algoritmos capaces de digerir cantidades industriales de datos de mercado para tomar decisiones de compraventa en microsegundos.
«Toda la gente inteligente de cada generación se siente atraída hacia el dinero —dice Steve Perlman, fundador de WebTV y de OnLive, un servicio de videojuegos online— y ahora mismo es la Generación Banner». En aquel momento todo parecía una buena idea. Un trato justo basado en excelentes servicios gratuitos a cambio de saber cómo satisfacer las necesidades del usuario, poniéndole en contacto con los productos que necesitaba o que quería comprar. Una verdad universal acerca de las personas orientadas a la resolución de problemas técnicos es que pueden estar tan concentradas en la tarea encomendada que no son capaces de valorar el impacto social de sus soluciones hasta que ya es demasiado tarde. Además, todo el mundo lo estaba haciendo. Las redes sociales lo hacían, las plataformas de venta online lo hacían. Las compañías de videojuegos, las plataformas de música, los bancos, los supermercados, las productoras de televisión y las campañas políticas también lo hacían. La cuestión era hacerlo sin que pareciera que lo estabas haciendo. Como le dice Sean Parker a Zuckerberg en la película La Red Social, “ese es su capital. No quieres arruinarlo con anuncios, porque los anuncios no son cool. ¿Sabes lo que es cool? Mil millones de dólares. Ese es tu objetivo: la valoración de mil millones de dólares”. Los anuncios son la tapadera, una excusa. El negocio no es venderles productos a los usuarios, sino vender los usuarios como productos a una industria hambrienta de atención. Para que el negocio funcione, hay que mantener a los usuarios entretenidos mirando las páginas el mayor tiempo posible. En 2006 Facebook lanza News Feed, una cascada sin fondo de noticias generadas por algoritmo que mezcla las actualizaciones, fotos y comentarios de los amigos con contenido de anunciantes y medios de comunicación. «El algoritmo analiza toda la información disponible para cada usuario —explica Zuckerberg en la presentación—. De hecho, decide cuál será la información más interesante y publica una pequeña historia para ellos». Un pequeño paso para Zuckerberg, un gran paso para la manipulación de masas. De pronto la plataforma decide qué noticias son importantes (como el New York Times, «las que es apropiado imprimir») y no las muestra en orden cronológico, como si fuera un blog, sino que las edita para contarte una historia. Es un periódico personalizado y constantemente actualizado que además incluye contenido que tú no has escogido mezclado con lo demás.
Es tu propia ventana al mundo, preparada por un algoritmo misterioso en una plataforma digital. Todo esto pasa completamente desapercibido porque hay un cambio fundamental en toda la plataforma: las actualizaciones de los amigos incluyen cada foto que suben, cada grupo al que se unen, cada persona de la que se hacen «amigas», cada cambio en el estatus sentimental. Y puedes ver todo eso en «tu» muro y no en el suyo. La reacción es tan negativa que hasta surge un grupo en Facebook para boicotear Facebook si no deshace los cambios inmediatamente. A este grupo todo le parece mal. Antes Facebook era como la blogosfera, donde había que ir a la página de un amigo para ver lo que estaba haciendo o escribir algo en «su» muro. Todavía existían los muros de los demás. El nuevo modelo de difusión permanente de todas las actividades les parece un atentado contra su privacidad. Entonces Facebook cuenta con nueve millones y medio de usuarios, la mayor parte estudiantes universitarios, y todavía no ha empezado la cultura de la exhibición permanente porque no habían inventado un sistema de premios adecuado, ya que el botón de like no llega hasta 2009. La pataleta es tan sonora que el propio Zuckerberg escribe un post titulado: «Calm down. Breathe. We hear you» («Calmaos. Respirad. Os hemos oído»), donde asegura que la privacidad del usuario está garantizada, una frase que repetirá como un mantra durante la década siguiente. «Significa menos páginas vistas para Facebook a corto plazo porque los usuarios ya no tendrán que abandonar su portada-página de administrador para ver qué pasa con sus amigos —explica con entusiasmo Michael Arrington, fundador de TechCrunch—. Pero si hace que los usuarios adoren aún más a Facebook (si eso es posible), al final merecerá la pena». La prensa tecnológica se ha convertido en el coro de animadoras de la Web 2.0. Pocos meses más tarde, ocurren dos cosas que aceleran lo que ya ha empezado: Apple saca el primer iPhone y Zuckerberg conoce a Sheryl Sandberg en la fiesta de Navidad de Dan Rosensweig. Sheryl Sandberg había llegado a Google en 2001 para crear el Departamento de Venta y Operaciones Online del que salieron AdWords y AdSense. Tenía treinta y ocho años y ya era la mujer más poderosa de Silicon Valley, llegando a ser la directora operativa de Facebook. Zuckerberg tiene veintitrés años, un millón de usuarios y está a punto de morir de éxito. La plataforma crece exponencialmente, quemando cientos de miles de dólares en servidores pero aún no ha encontrado un modelo efectivo de monetización. También se siente un poco solo. Sus usuarios están cabreados, su mejor amigo Adam D’Angelo se ha ido de la empresa y tiene dos tiburones por mentores: Peter Thiel y Bill Gates.
Sandberg cuenta que empezaron a verse dos veces por semana para hablar del futuro y para preguntarse el uno al otro: ¿En qué crees? ¿Qué es lo que realmente te importa? «Era todo muy filosófico», diría la ejecutiva. En marzo de 2008 Facebook anuncia que será su nueva Directora de Operaciones. El nuevo lema oficial es: «Hacer del mundo un lugar más abierto y conectado», pero sin dejar de aplicar el viejo: crece rápido, rompe cosas. Cuando llegó Sandberg, la empresa acababa de lanzar su plataforma para integrar aplicaciones externas. Por ejemplo, para escuchar canciones de Spotify y compartirlas con tus amigos de Facebook. O una aplicación de reseñas de libros de Amazon que los usuarios ponen en su muro con un enlace para comprar en Amazon. Había una interfaz de programación de aplicaciones (API) que hacía de puente entre la aplicación y la plataforma, para que cualquier desarrollador pudiese integrar sus apps sin tener que coordinarse con los programadores de la casa. Las API sirven al mismo tiempo de puerta y de muralla; ofrece acceso a ciertas bases de datos, procesos y funciones y bloquea el acceso a otros. Es un conjunto de funciones matemáticas habilitadas de manera deliberada por programadores expertos para optimizar su negocio y a la vez protegerlo. Y esta API en concreto estaba diseñada para que los desarrolladores externos tuvieran acceso no solo a los datos de los usuarios que instalaban sus aplicaciones, sino también a los de sus desprevenidos amigos. Las primeras aplicaciones diseñadas para extraer millones de datos de usuarios en poco tiempo son los juegos y los quiz, pruebas sencillas para evaluar un contenido, conocimiento de un tema o avance de lectura por parte de los integrantes de un grupo de estudio o un aula de clase. El objetivo de Facebook es convertir a cada persona viva en una celda de su base de datos, para poder llenarla de información. Su política es acumular la mayor cantidad posible de esa información para vendérsela al mejor postor. Nosotros somos el producto. Pero la política de sus dos mil doscientos millones de usuarios ha sido aceptarlo. No la banalidad del mal sino la banalidad de la comodidad del mal. La Agencia Española de Protección de Datos ha multado a Facebook no una sino dos veces en 2018 por compartir bases de datos entre las distintas plataformas. La empresa argumenta, típicamente, que lo hace solo para facilitar la vida de los usuarios, que se pueden saltar varios pasos a la hora de hacerse una cuenta y encontrar a sus amigos de inmediato gracias a funciones como «personas que quizá conozcas». Lo cierto es que todos y cada uno de esos servicios tiene una función y un objetivo muy concretos y ninguno es mejorar nuestra vida.
El objetivo es obtener la mayor cantidad posible de información sobre el usuario, sus amigos y todo aquello que le interesa, asusta, preocupa, deleita o importa. Lo único que facilitan las herramientas es el uso de las herramientas. Y cada pequeño aspecto de su funcionamiento ha sido diseñado por expertos en comportamiento para generar adicción. Facebook no es un caso aislado, sino que es solo una de las cinco empresas que dominan la industria de la atención en el mundo occidental, ya que China tiene sus propias herramientas. Google controla las tres interfaces más utilizadas del mundo: el servidor de correo Gmail, el sistema operativo para móviles Android y el navegador Chrome. Por no hablar de su sistema de geolocalización con mapas, de su plataforma de vídeos YouTube y sobre todo de su buscador. Google Search es el intermediario entre la Red y el resto del mundo, y cada vez más el intermediario entre la población conectada (ahora mismo más de cuatro mil millones) y todo lo demás. No es un servicio sino que es infraestructura. La vida sin Facebook o Apple sería un poco más aburrida, pero la vida sin Google es difícil de imaginar. Es una dependencia peligrosa y no del todo voluntaria. La tecnología que mantiene internet funcionando no es neutral y la que encontramos o instalamos en nuestros teléfonos móviles tampoco. En la última década todas han evolucionado de una manera premeditada, con un objetivo muy específico: mantenerte pegado a la pantalla durante el mayor tiempo posible, sin que alcances nunca el punto de saturación. Son capaces de hacer cualquier cosa para que sigas leyendo titulares, pinchando enlaces, añadiendo favoritos, comentando post, retuiteando artículos, buscando el GIF perfecto para contestar a un “hater”, buscando el restaurante ideal para una celebración o escribiendo el hashtag que define exactamente la puesta de sol en la playa que estás a punto de compartir. Su objetivo no es tenerte actualizado, ni conectado con tus seres queridos, ni gestionar tu equipo de trabajo ni descubrir a tu alma gemela ni enseñarte a hacer yoga ni «organizar la información del mundo y hacerla accesible y útil». No es hacer que tu vida sea más eficiente ni que el mundo sea un lugar mejor. Lo que quiere la tecnología que hay dentro de tu móvil es engagement, que es el nivel de compromiso, entusiasmo y lealtad que tiene una audiencia con una marca. Implica que una persona siga a la marca en redes sociales o teclee «me gusta» a sus publicaciones, pero que también comparta, comente y realice las acciones que se sugieren. El engagement es la cumbre de la felicidad de la industria de la atención.
Según el diario El País, Meta (Facebook), Amazon y OpenAI han anunciado sendos donativos de un millón de dólares para celebrar el primer día de presidencia de Donald Trump. El gesto busca influir y congraciarse con el nuevo presidente, que ha criticado a Meta y Amazon y sus líderes en el pasado. Mark Zuckerberg ya se reunió con Trump en su residencia de Florida hace unas semanas. Jeff Bezos planea hacerlo pronto, además de prometer la emisión del discurso inaugural de Trump por Prime Video. Sam Altman, de OpenAI, ha dicho en un comunicado que “Trump llevará a nuestro país a la edad de la IA y me apetece apoyar sus esfuerzos para asegurar que Estados Unidos mantenga su liderazgo”. En una conferencia reciente, Bezos dijo que era “muy optimista” y que había visto a Trump “más calmado que la primera vez y con más confianza, más asentado”. En su reunión con Trump en Mar-a-Lago, Zuckerberg le regaló las nuevas gafas Orion de realidad mixta de Meta, aún sin comercializar, y llevó a un puñado de ejecutivos de la empresa para que conocieran al probable nuevo secretario de Estado, Marco Rubio, y otros dirigentes de la nueva administración. Durante la campaña, Zuckerberg ya elogió públicamente a Trump tras el intento de asesinato en Pensilvania en julio. Aunque estos donativos para las celebraciones del día inaugural, revelados por el Wall Street Journal, son la manera con la que las grandes corporaciones tratan de simpatizar con el nuevo presidente, no todas tienen el mismo nivel. Facebook no dio nada en 2017 a Trump ni en 2021 a Biden. Zuckerberg ha apoyado a candidatos al Congreso de ambos partidos, pero no había realizado donativos en las presidenciales. Amazon dio solo 58.000 dólares a Trump en 2017. Los donativos incluyen varias entradas a las distintas fiestas y banquetes de esos días entre el 17 y el 20 de enero en Washington. Justo en esas mismas fechas, Estados Unidos puede acabar obligando a Bytedance, empresa china dueña de TikTok, a vender la red social o a abandonar el país. Las conversaciones privadas entre empleados de Meta y Amazon con los nuevos dirigentes del país tendrán muchos frentes. Las grandes tecnológicas esperan que el nuevo equipo de Trump relaje la presión o la regulación sobre sus negocios que había impuesto Biden. También con la profunda capacidad de influencia de Elon Musk, el resto de líderes tecnológicos corre a tener algún tipo de línea directa con la Casa Blanca. Altman, que está en un proceso legal con Musk, ha dicho que “no está preocupado” por el hecho de que el magnate use su influencia en la nueva administración. La jefa financiera de OpenAI, Sarah Friar, dijo esta semana que creía que Trump iba a ser el “presidente de la IA”. Jeff Bezos, propietario de The Washington Post, provocó una polémica justo antes de las elecciones al obligar al periódico a no apoyar a ningún candidato presidencial, rompiendo con una larga tradición en Estados Unidos. La decisión provocó cientos de miles de bajas de suscriptores al periódico. Trump criticó agriamente a Bezos por su gestión del The Washington Post durante su primera presidencia. Facebook suspendió la cuenta de Trump después del asalto al Capitolio en 2021, pero la reinstauró en 2023. Este mes Meta ha anunciado que en el pasado había moderado demasiado sus redes y que ahora iba a promover una mayor libertad de expresión, una referencia evidente a hacer la vista gorda con titulares dudosos o engañosos.
La primera filtración del ex analista tecnológico de la CIA y la NSA, Edward Snowden, que se publicó en la prensa era sobre llamadas telefónicas. En abril de 2013, The Guardian publicó que «la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) está registrando las llamadas telefónicas de millones de ciudadanos estadounidenses usuarios de Verizon». Verizon fue el monstruo que surgió de la liberalización de las telecomunicaciones de 1996. Era heredero de Bell Atlantic Corp. y GTE Corp., la fusión más grande de la historia de Estados Unidos. También era descendiente de AT&T. En 1984, el Gobierno había obligado a trocear la compañía para acabar con el monopolio y Bell Atlantic era una de las siete hijas regionales, llamadas «Baby Bells». Cuando, en abril de 2008, el FBI logró que el Tribunal de Vigilancia de Inteligencia Extranjera obligara a Verizon a entregar sus registros a la NSA, consiguió de golpe acceso a prácticamente todas las llamadas telefónicas realizadas en Estados Unidos. La centralización es un imán para la vigilancia. También tenía los datos de localización de todos sus clientes, con nombre, apellido y cuenta bancaria. La segunda entrega del archivo de Edward Snowden, dos días más tarde, documentaba un proyecto llamado PRISMA con el que el Gobierno de Estados Unidos mantenía un acceso directo a los servidores de las principales empresas tecnológicas, incluidas Google, Facebook, Apple, Amazon y Microsoft desde al menos 2008, y que compartía su acceso con otros países de la llamada Alianza de los Cinco Ojos: Inglaterra, Australia, Nueva Zelanda y Canadá. El programa había sido legalizado por el Gobierno de Barak Obama gracias a un entramado complejo de tribunales secretos y leyes sobre antiterrorismo. La sección 702 de la Ley de Vigilancia de la Inteligencia Extranjera (FISA) concedía a la NSA el acceso a todas las comunicaciones privadas que trascendieran las fronteras estadounidenses. La sección 215 de la USA-Patriot Act autorizaba la intromisión del Gobierno en los registros que están en manos de terceras partes, incluidas cuentas bancarias, bibliotecas, agencias de viaje, alquileres de vídeos, teléfonos, datos médicos, de iglesias, sinagogas, mezquitas y, naturalmente, plataformas digitales. Todo esto ocurría con la autorización de un tribunal secreto, diseñado para los asuntos secretos, y sin el conocimiento o el consentimiento de las personas espiadas. La Patriot Act también prohibía expresamente que las empresas registradas informaran a sus propios usuarios de que sus datos habían sido comprometidos.
En su primera intervención después de las revelaciones de Snowden, el presidente Barack Obama quiso tranquilizar a sus constituyentes asegurando que la ley no permitía a las agencias leer el contenido de las comunicaciones sino solo registrar los metadatos, una información pública que no requería una orden judicial para ser interceptada. Como jefe de las Fuerzas Armadas, tenía que saber que eso no es verdad. El consejero general de la NSA, Stewart Baker, confesó que «los metadatos te cuentan absolutamente todo acerca de la vida de alguien. Si tienes suficientes metadatos no necesitas contenido». «Nosotros matamos gente usando metadatos», declaró el general Michael Hayden en un debate titulado Re-evaluando la NSA. Si tienes suficientes, los metadatos te cuentan cosas que el vigilado no sabe. En la era del Big Data, el contenido es lo menos valioso, mientras que el metadato es el rey. IBM recuperó su dominio del mercado y los usuarios ganaron acceso al mundo de la experimentación informática. Cualquiera podía construirse su propio equipo, entenderlo, repararlo y modificarlo cambiando piezas de distintos fabricantes para mejorar su rendimiento. Pero nadie se benefició más de este proceso que Microsoft. IBM le había encargado a Bill Gates la producción del sistema operativo para despreocuparse por completo del software de escritorio. Habían tenido problemas de propiedad intelectual con otros fabricantes de software y querían eximirse completamente de esa responsabilidad. Cuando el PC se convirtió en el estándar del mercado, la separación de poderes le permitió a Microsoft venderles el mismo software a muchos fabricantes distintos, con el resultado que ya conocemos. Hasta entonces, el monopolio de IBM había sido el enemigo de Apple, pero su archienemigo acababa de mutar hacia algo mucho más peligroso. Steve Jobs atacó a la nueva hidra de dos cabezas con su famoso anuncio dirigido por Ridley Scott. Estaba claro que IBM era el Gran Hermano y el software genérico de Microsoft su doctrina. Y Apple tenía el disruptivo martillo de la revolución. Petr Hrebejk y Tim Boudreau de Sun Microsystems hablaban abiertamente en los medios de abrazar el software libre como la única ventana de oportunidad para derrocar a Bill Gates. Las demandas por infracción de patente que Apple había mantenido con Microsoft se saldaron en un acuerdo de licencias cruzadas. Bill Gates invirtió ciento cincuenta millones de acciones sin voto en Apple y se comprometió a desarrollar Office para MacOS durante cinco años; Apple se comprometió a usar Internet Explorer como navegador de cabecera durante el mismo tiempo. Cuando Jobs anunció el acuerdo en la Macworld de Boston en 1997, lo hizo acompañado de un gigantesco Bill Gates que sonreía a su espalda desde la pantalla. Si alguien quiere saborear la confusión y el desamparo que se propagó en la sala, los vídeos están en YouTube. Parecía una bajada de pantalones, una derrota moral. Pero, con ese acuerdo, Jobs compró tiempo para hacer lo que verdaderamente quería hacer: tirar el sistema operativo MacOS 9 a la basura y reciclar el que había creado para NeXT.
¿Qué podemos prever que hará Donald Trump teniendo en cuanta su anterior presidencia, especialmente en relación a China? Duros con China, halcones con Irán o Venezuela e incondicionales de Israel. Esas son las características, o más bien los requisitos, para formar parte del nuevo equipo de seguridad y política internacional de Donald Trump. Según ya anticipaban los principales medios estadounidenses, el senador de Florida Marco Rubio será el próximo Secretario de Estado de Estados Unidos. Trump, conocido por cambiar de idea en el momento más inesperado, optaría así por poner al frente de la diplomacia a un conservador clásico, partidario de mano dura con el gran rival sistémico del siglo XXI, China, con el régimen de los ayatolás y su programa nuclear y, desde luego, Venezuela y Cuba, así como de una solución negociada urgente sobre Ucrania. Rubio, de 53 años, desafió en 2016 a Trump en las primarias del Partido Republicano, lo que llevó a ataques personales duros y que escocieron. Pero en los últimos ocho años la relación se ha reconducido, hasta el punto de que el hispano estuvo en la terna final de candidatos para vicepresidente el pasado julio. Rubio, que sería el primer hispano o latino en llegar al cargo, llegó al Senado hace 10 años y forma parte del Comité de Relaciones Exteriores, en el que está considerado más bien halcón, algo que ha tenido que ir puliendo para armonizar el tono con Trump, JD Vance y el movimiento Make America great again en general, que se caracteriza por abogar por el aislacionismo, reducir o prescindir de la presencia estadounidense fuera y de las guerras en general. Aunque América Latina no sea en absoluto prioridad, por razones obvias, representará el ala más dura hacia Cuba, pero también hacia Venezuela, que se convirtió en una obsesión de Trump durante la campaña. No tanto por el Gobierno de Maduro sino por las bandas armadas que, según Trump, habrían llegado a Estados Unidos a sembrar el pánico. Pese a que siempre ha estado alineado con el planteamiento clásico republicano, que ve a Rusia como uno de los principales riesgos a la seguridad nacional, todos los analistas creen que no tendría problemas para dirigir los esfuerzos de Trump para acabar rápido con la guerra de Ucrania, incluso si eso supone forzar a Kiev a aceptar la pérdida de territorios ante la alternativa de un corte total de suministros y fondos.
Algo parecido ocurre con China. El senador Marco Rubio es del ala dura que ha impulsado políticas comerciales más estrictas, pero empresarios como Elon Musk, con muchos intereses en el gigante asiático, tendrán voz sobre las próximas decisiones. Marco Rubio fue copresidente de la Comisión bipartidista del Congreso y el Ejecutivo sobre China, que presiona para una posición más agresiva en las relaciones económicas, especialmente por la cuestión de los derechos humanos. En 2020, por ejemplo, Rubio impulsó un proyecto de ley que intentaba impedir la importación de productos chinos fabricados con el uso de mano de obra forzada por parte de la minoría étnica uigur de China. Biden lo convirtió en ley al año siguiente. Mike Pompeo, que fue secretario de Estado en el primer mandato de Trump, ha sido descartado por el presidente electo para cualquier puesto en la administración y muchos consideran que una de las razones es que es visto con enorme hostilidad por Xi Jinping, el presidente chino. Tras Rusia y China está Oriente Próximo, y ahí no debería haber ninguna fricción. Rubio es uno de los aliados más entusiastas de Benjamin Netanyahu y completamente acrítico con las guerras en Gaza o Líbano. Y tendrá como mano derecha en Jerusalén a Micke Huckabee, que será el nuevo embajador. Ex gobernador de Arkansas, líder religioso evangélico y candidato en las primarias republicanas de 2016 que ganó Trump, ha tenido un programa de televisión desde 2015. Es padre de Sarah Huckabee Sanders, hoy gobernadora del mismo estado y ex responsable de prensa de la Casa Blanca con Trump. «Ama Israel y a su gente y los israelíes lo aman a él. Trabajará incansablemente para lograr la paz en Oriente Próximo«, ha dicho el presidente electo en un comunicado. Huckabee es un incondicional partidario de Israel desde hace mucho tiempo y se identifica con las posiciones más a la derecha del espectro político local, defendiendo por ejemplo que la reivindicación sobre Cisjordania es más fuerte que los lazos estadounidenses con Manhattan, ya que Cisjordania no existe, «como tampoco existe una ocupación«. En 2018, por ejemplo, participó colocando ladrillos él mismo cuando se inició la construcción de un nuevo complejo de viviendas en el asentamiento judío de Efrat. «No amo la Tierra de Israel porque soy judío, la amo porque sé que fue la elección de Dios seleccionarla para Su Pueblo. Esas fronteras tienen casi 4.000 años y ninguno de nosotros tiene derecho a cambiarlas. Sólo tenemos derecho a expandirlas«, dijo en una visita en 2022.
La tercera pieza en ese equipo será Steven Witkoff, anunciado como el enviado especial de la Casa Blanca para Oriente Próximo, un puesto clave en el proceso de búsqueda de paz. Trump ha optado por un empresario de la construcción, millonario y filántropo, sin ningún tipo de experiencia política o diplomática. Amigo personal del presidente electo, es judío y recientemente criticó a los Demócratas que boicotearon el último discurso de Netanyahu en el Congreso, experiencia que él calificó de «espiritual». Trump también ha escogido al diputado Michael Waltz para el puesto de Consejero de Seguridad Nacional, consolidando el núcleo duro del Estado. Waltz, que es el segundo congresista al que aúpa tras la próxima embajadora ante la ONU, es de Florida, igual que Rubio o Susie Wiles, su jefa de gabinete. El congresista, que sirvió en el ejército como boina verde y fue asesor de Dick Chenney y Donald Rumsfeld hace 20 años, ha formado parte de los comités de Servicios Armados, Inteligencia y Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, y para los ciudadanos se ha convertido en analista habitual por su presencia en las cadenas de televisión conservadoras. Su esposa, Julia Nesheiwat, fue asesora de seguridad nacional en la primera administración Trump. Pese a haber escrito recientemente que los estadounidenses no pueden seguir financiando eternamente la ayuda a Ucrania y que una salida negociada, como presume Trump, es más que razonable, Waltz también ha dicho que deberían reforzarse las sanciones a Rusia, «una gasolinera con armas nucleares«, y que si Putin no coopera, Estados Unidos debería dar luz verde a Zelenski para que use las armas de largo alcance proporcionadas por Washington para atacar territorio ruso y no sólo defenderse. Al igual que Rubio, está considerado un halcón en lo que respecta a China e Irán, y criticó duramente tanto las retiradas de soldados de Afganistán en los cuatro años de Trump como la retirada total del país que ordenó Biden. Y será responsable de un puesto que históricamente han ocupado pesos pesados de la talla, el poder y la influencia de Richard Kissinger, Brent Scowcroft, Zbigniew Brzezinski, Colin Powell o Condoleezza Rice. Una voz autorizada dentro de la Casa Blanca y no integrada en la maquinaria del Pentágono, coordinando los mensajes de las numerosas agencias que proporcionan inteligencia al presidente.
Pero con Trump este puesto tuvo mucha volatilidad. En su primer mandato, Trump tuvo cuatro asesores de seguridad nacional, el primero de los cuales sólo duró 22 días. Los demás, entre ellos el teniente general H.R. McMaster y el célebre John Bolton, fueron expulsados sin contemplaciones y se han convertido en furibundos críticos. El último, Robert O’Brien, permaneció en el cargo durante la pandemia de Covid-19 y el asalto al Capitolio, y figura en las quinielas para otro puesto en el gabinete. El goteo de anuncios se ha completado en materia de Seguridad con el de John Ratcliffe para el delicado puesto de director de la CIA, la principal agencia de inteligencia. Ratcliffe, un ex congresista de Texas, leal al presidente electo, fue el Director de Inteligencia Nacional en su primer mandato y será la primera persona en haber ocupado las dos mayores responsabilidades en materia de inteligencia y espionaje. Como congresista, Ratcliffe fue ariete de Trump en la investigación sobre Hunter Biden, el hijo del actual presidente que ha sido condenado por tenencia ilícita de armas y contra las diferentes pesquisas sobre los vínculos entre Rusia y la campaña de Trump de 2016. El presidente electo ha escogido también a la gobernadora de Dakota del Sur, Kristi Noem, para dirigir el Departamento de Seguridad Nacional, según The Wall Street Journal, una aliada leal y figura en alza en el Partido Republicano, que sonó incluso en las quinielas para la vicepresidencia. El Departamento de Seguridad Nacional tiene muchas competencias en materia de desastres naturales, ciberseguridad o transporte, pero el papel central será la aplicación de las leyes de inmigración. Noem se unirá a Tom Homan, el nuevo ‘zar migratorio’. Y sobre todo a Stephen Miller, que será su adjunto, un cargo aparentemente secundario, pero con un enorme poder de cara a la implementación de la principal promesa de campaña de Trump: cierre de fronteras y la mayor deportación en la historia de Estados Unidos.
El creciente número de incidentes contra personas de etnia asiática oriental en todo el mundo occidental, especialmente en Estados Unidos, no hizo más que empeorar a medida que los medios de comunicación occidentales retrataban cada vez más a China como una amenaza para Occidente desde mediados de la década de 2010, especialmente bajo la anterior presidencia de Donald Trump. Una encuesta encontró que cerca de la mitad de los estudiantes chinos fueron sometidos a discriminación racial, siendo particularmente altas las tasas de delitos graves contra la comunidad asiática. Los informes de agresiones físicas graves a académicos de origen chino aumentaron drásticamente en Estados Unidos a raíz de la crisis de COVID-19, en que se culpaba a China. La forma en que las representaciones de China como una amenaza para Occidente alimentaron el maltrato hacia los asiáticos orientales no tuvo precedentes. Dado que se esperaba que ese entorno empeorara a medida que creciera el poder de China y su desafío a la primacía occidental, se fortalecieron los argumentos para que las personas originarías de Asia Oriental evitaran el mundo occidental y los Estados Unidos en particular. Los incidentes en el manejo de la pandemia de COVID-19 aumentaron el atractivo de un «regreso a Asia» y sacudieron la fe de muchas personas de origen chino en su seguridad en los Estados Unidos. Además, las crecientes percepciones de mejores oportunidades laborales en Asia fue otro factor importante. La tendencia hacia la reducción del atractivo de Occidente para trabajar o estudiar, especialmente en Estados Unidos, se vio exacerbada por la crisis de la COVID-19. Es probable que estos factores, y el hecho de que los estudiantes de Asia Oriental estuvieran cada vez más preocupados por su propia seguridad, tuvieran implicaciones mucho después de la pandemia y potencialmente devastaran las finanzas de los sectores de educación superior en múltiples países occidentales, especialmente en Estados Unidos. Los analistas ya están hablando de la perspectiva de rescates gubernamentales de la educación superior si los estudiantes chinos se quedan en casa, privando a las universidades de las tasas de matrícula extranjeras, a menudo exorbitantes, que mantienen a flote sus departamentos menos rentables.
Otro factor que precedió al COVID-19 y que acompañó el aumento del discurso de odio por parte del público en general, fue la creciente sospecha de que tanto los ciudadanos chinos como los estadounidenses de origen chino actuaban para favorecer a China. En junio de 2019, por ejemplo, se informó que el FBI estaba instando abiertamente a las universidades a que lo ayudaran a espiar a estudiantes y académicos chinos. Los agentes del FBI estaban interesados en saber en qué laboratorios trabajaban los estudiantes chinos y a qué información podían acceder. Un clima político cada vez más hostil hacia los estudiantes chinos socavó gravemente el atractivo de estudiar, investigar o trabajar en Occidente. Los llamamientos en Estados Unidos para prohibir a los estudiantes chinos estudiar materias relacionadas con la ciencia o la tecnología, sobre la base de que regresarían a sus países con la experiencia necesaria para desafiar al propio sector tecnológico estadounidense, amenazaban con empeorar considerablemente la situación. Los legisladores estadounidenses, en particular, presentaron un proyecto de ley en este sentido en mayo de 2020 que tenía el potencial de ser la primera de muchas restricciones similares a medida que prevalecía una atmósfera cada vez más agresiva contra estudiantes e investigadores de origen chino. Medidas anunciadas en septiembre de 2020 por el Departamento de Seguridad Nacional estadounidense para revocar las visas de un gran número de estudiantes chinos, aunque fue criticado por muchos en Washington por socavar la reputación de Estados Unidos entre los estudiantes internacionales, generó una creciente sensación de que los chinos en las instituciones estadounidenses estaban siendo espiados. En octubre de 2020 el Ministerio de Asuntos Exteriores chino alegó que las autoridades estadounidenses “acosan e interrogan sin motivo a estudiantes chinos, e incluso los arrestan y procesan bajo acusaciones falsas”. Los estadounidenses de origen chino también fueron cada vez más objeto de investigación y vigilancia por parte del FBI, lo que indica que las crecientes sospechas en realidad se construyeron sobre la base de la raza más que de la nacionalidad. Esto provocó no sólo alejar a ciudadanos chinos vitales para el sector tecnológico estadounidense, sino también alejar a los estadounidenses originarios de Asia oriental que desempeñaban un papel muy importante en el sector tecnológico estadounidense y occidental.
La compañía estadounidense de asesoría financiera Bloomberg llamó la atención sobre los peligros potenciales de alejar de Estados Unidos el talento del Asia oriental en un destacado artículo de 2019 titulado: «El ataque estadounidense a científicos chinos alimenta una fuga de cerebros«. Puso de relieve, como ejemplo, el caso de un científico chino, el Dr. Xin Zhao, que había creado una importante empresa estadounidense de nanotecnología y que se vio obligado a abandonar rápidamente los Estados Unidos después de soportar la persecución de las autoridades estadounidenses. Había ganado el principal premio energético del destacado grupo de innovación World Technology Network por desarrollar un supercondensador de grafeno, una lámina de nanomaterial potencialmente revolucionaria, delgadísima como un papel, que podría almacenar cientos de veces más energía que las baterías convencionales de iones de litio y podría cargarse en tan solo segundos. Bloomberg describió una experiencia agotadora para el Dr. Xin Zhao, que fue perseguido por agentes federales durante dos años y acusado por fiscales de efectuar espionaje para China. La I+D de su empresa y los nuevos registros de patentes, que eran extremadamente valiosos para cualquier nueva empresa de alta tecnología, se fueron a China con él. “El miedo nos está empujando de regreso a China”, concluyó el Dr. Xin Zhao como resultado de sus experiencias en Estados Unidos, enfatizando que había perdido la fe en el sistema legal estadounidense y no quería ponerse a sí mismo ni a su personal en riesgo operando allí. Bloomberg observó: “La creciente guerra fría de Estados Unidos con China presenta riesgos para los científicos étnicos chinos que trabajan en Estados Unidos”. Destacando que esto representaba parte de una tendencia mucho más amplia y muy peligrosa, Bloomberg concluyó: “una importante fuga de cerebros de expertos chinos podría diezmar muchas de las empresas más famosas de Estados Unidos. Los inventores con apellidos chinos representan hoy una de cada 10 nuevas patentes en Estados Unidos. Mientras que China perdió más de 50.000 inventores a causa de la emigración entre 2002 y 2011, Estados Unidos recibió una ganancia neta de más de 190.000, medida por los registros de patentes, según datos compilados por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual”. Pero la situación estaba dando un vuelco a favor de China.
Varias fuentes estadounidenses se refirieron a este fenómeno como «fuga de cerebros a la inversa» y añadían que tenía el potencial de dañar gravemente la capacidad del sector tecnológico estadounidense para competir. La opción de elegir a China en lugar de Occidente se debía a una variedad de razones que iban desde una mejor atmósfera de trabajo y una menor discriminación hasta el creciente dinamismo de las nuevas empresas chinas. Esta tendencia afectó tanto a las empresas como a las instituciones académicas estadounidenses, con un número cada vez mayor de estudiantes internacionales que rechazaban las ofertas de admisión en universidades estadounidenses porque preferían estudiar en su propio país o en otros países asiáticos. La cifra se triplicó solo entre 2016 y 2018. William Kerr, profesor de la Escuela de Negocios de Harvard, advirtió en 2019: “Más allá de sus propios inventos, los chinos étnicos están integrados en todo nuestro establecimiento científico, incluidas las nuevas empresas. Si se daña ese ecosistema, se dañarán muchas relaciones muy productivas que serán difíciles de reconstruir”. Tao Ning, presidente y socio de Sinovation Ventures, una importante empresa china de capital de riesgo centrada en la IA, se refirió a la oportunidad que esto presentaba para China: “mientras Estados Unidos está ahuyentando el talento, es el momento perfecto para que nosotros corramos para traerlos de vuelta”. El gobierno chino, a partir de 2021, mostró cada vez más un fuerte interés en atraer talento tecnológico del extranjero, por lo que las minorías chinas en el extranjero han estado durante mucho tiempo entre los grupos con más probabilidades de considerar trabajar en China. Una investigación realizada en septiembre de 2020 encontró que el éxodo hacia China estaba ocurriendo a una escala significativa e incluía tanto a científicos de nacionalidad china como a estadounidenses de origen chino. Una causa de la menor atracción para estudiar e investigar en los Estados Unidos y Occidente fue la gran inversión de China en mejorar su propia educación superior, llevando a varias de sus instituciones universitarias al nivel de los principales contendientes internacionales. Uno de los indicadores más ampliamente observados sobre ello fue cuando la Universidad Tsinghua de China destronó al MIT como la principal universidad de ingeniería en el mundo.
Todo el mundo científico conoce el ascenso de China, pero pocos se han dado cuenta de su magnitud y sus consecuencias. Entre las 10 mejores escuelas de ingeniería, China y Estados Unidos tienen ahora cuatro cada uno. En materias STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), que proporcionan las competencias básicas que impulsan los avances en los sectores de más rápido crecimiento de las economías modernas, China gradúa anualmente cuatro veces más estudiantes que Estados Unidos: 1,3 millones frente a 300.000. Y en cada año de la administración Obama, las universidades chinas otorgaron más doctorados en STEM que las universidades americanas. Era realmente sorprendente que un país, China, que en 1980 no figuraba en ninguna de las clasificaciones internacionales de universidades hubiese saltado a la primera posición. Otra causa del renovado interés de China en I+D fue la creciente presión de Estados Unidos. Esto se produjo por primera vez durante la administración de Barack Obama, que buscó centrar la política exterior y la atención militar en China desde principios de la década de 2010, y posteriormente se incrementó bajo la administración de Donald Trump, que intensificó y amplió significativamente el alcance del conflicto a las esferas tecnológica y económica. La guerra tecnológica de Washington proporcionó un incentivo muy claro para que la industria china se situara en la cima de las cadenas de valor industriales y de ese modo se protegiera contra ataques occidentales, tal como demuestra la campaña que aprovechó la dependencia de los fabricantes mundiales de chips del software estadounidense para atacar al gigante de las telecomunicaciones chino, Huawei. Para aumentar la seguridad contra posibles ataques económicos occidentales, el gobierno chino apoyó el impulso de las empresas tecnológicas locales para ascender en las cadenas de valor y reducir o eliminar la dependencia de componentes de alta tecnología de Estados Unidos y de empresas susceptibles a su presión, como las empresas de Japón, Corea del Sur y Taiwán.
Durante los últimos veinticinco años, la financiación estadounidense para la investigación universitaria y la educación superior han disminuido. Entre 2011 y 2015, durante la administración Obama, la inversión federal en investigación universitaria disminuyó un 13 por ciento. Pero posteriormente aún ha empeorado más. En los presupuestos de la administración Trump, los fondos federales para la investigación científica y tecnológica se recortarían en un 15 por ciento adicional. Por su lado, China había adoptado un enfoque opuesto, siendo el liderazgo chino en IA uno de los muchos resultados que tenían ramificaciones económicas y de seguridad considerables. Hasta mediados de la década de 2010, la confianza de Occidente en su superioridad, a pesar del rápido crecimiento chino, se basaba en gran medida en la afirmación de que la población de China, debido a una combinación de su cultura y su sistema de gobierno, nunca sería capaz de innovar como podrían hacerlo las poblaciones occidentales. El entonces vicepresidente de los Estados Unidos bajo Obama y actual presidente, Joe Biden, subrayó en un discurso en la Academia de la Fuerza Aérea de Estados Unidos en Colorado Springs que, a diferencia de Estados Unidos, la incapacidad de innovar no sólo asfixiaría a China sino que también había asfixiado a Japón antes que ella, indicando que el argumento se basaba en factores culturales o incluso raciales más que en el sistema de gobierno. Es claro que no se distingue por ser un profeta. Un creciente impulso en Estados Unidos para desacoplar las economías de Estados Unidos y Occidente de gran parte del resto del mundo, y de China en particular, especialmente bajo la presidencia de Donald Trump, fue propiciado con la esperanza de que esto podría preservar el poder estadounidense y occidental frente a la economía más competitiva de China. A medida que esta política de desacoplamiento cobró impulso, los defensores de esta posición política intentaron cada vez más presentar la integración económica con China como algo equivocado desde el principio. El representante comercial de Estados Unidos durante la administración Trump, Robert Lighthizer, argumentó en mayo de 2020 que permitir que el sector privado deslocalizara la fabricación estadounidense para llevarla a China fue un experimento equivocado desde el principio. Asimismo se consideró un error permitir que China se uniera a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001, lo que le permitió competir en igualdad de condiciones con las economías occidentales e impulsó unos años de crecimiento económico muy rápido de China.
Era evidente que la mayor integración económica chino-estadounidense benefició desproporcionadamente a las élites políticas y a las corporaciones estadounidenses a expensas de la población del país y de los intereses nacionales a largo plazo, y permitió que China emergiera como un fuerte competidor económico y tecnológico. No obstante, la justificación de Estados Unidos para permitir el acceso de China a la OMC, una decisión que sería casi imposible revertir, había sido defendida tanto por motivos económicos como ideológicos. Permitirle la entrada fue visto como una forma de occidentalizar la economía y el sistema de China, su sociedad y, eventualmente, su política, que fueron objetivos occidentales clave en los años posteriores a la Guerra Fría. Semejante proceso se consideró inevitable como parte de la visión estadounidense y europea que equivalía a la occidentalización global tras el colapso soviético. Como afirmó el presidente Bill Clinton en marzo de 2000, cuando defendía la adhesión de China: “Al unirse a la OMC, China no está simplemente aceptando importar más de nuestros productos, sino que está aceptando importar uno de los valores más preciados de la democracia: la libertad económica. Cuando los individuos tengan el poder no sólo de soñar, sino de hacer realidad sus sueños, exigirán una mayor participación”. A pesar de las advertencias del presidente Trump, entre otros dirigentes estadounidenses, de “comenzar a construir sus malditas computadoras y demás cosas en este país (Estados Unidos)”, a los principales fabricantes de tecnología les resultaría casi imposible reubicar sus líneas de producción en el mundo occidental. Como ejemplo tenemos la situación que se produjo a mediados de la década de 2010 y que tuvo que ver con los esfuerzos de Apple por trasladar parte de la fabricación que tenía en China a los Estados Unidos. En 2012 el director ejecutivo de Apple, Timothy D. Cook, anunció en televisión que Apple comenzaría a fabricar sus computadoras de escritorio Mac Pro en los Estados Unidos lo que representaría el primer producto de Apple en años construido por trabajadores estadounidenses. La transferencia de la fabricación de China a Estados Unidos fue ampliamente aclamada por muchos medios de comunicación y comentaristas políticos estadounidenses como un paso en la dirección correcta. Pero Apple enfrentó dificultades significativas cuando intentó ensamblar el Mac Pro en los Estados Unidos, y el New York Times destacó como ejemplo un problema aparentemente pequeño que resultó ser crítico. Se trataba de la falta de tornillos adecuados para la computadora en Estados Unidos. En China, Apple tenía acceso a múltiples fábricas que podían producir grandes cantidades de tornillos personalizados en poco tiempo, pero esto estaba lejos de ser el caso en Estados Unidos. Las pruebas de nuevas versiones de la computadora se vieron paralizadas porque un taller mecánico de 20 empleados, en el que confiaba Apple, podía producir como máximo 1000 tornillos por día. La escasez de tornillos fue uno de varios problemas que pospusieron las ventas de la computadora durante meses. Cuando la computadora estuvo lista para la producción en masa, Apple ya había encargado los tornillos a China. Ello ponía de relieve los problemas que Apple enfrentaría si intentaba sacar una cantidad significativa de su producción fuera de China. Apple había descubierto que ningún país, incluyendo Estados Unidos, podía igualar la combinación de escala, habilidades, infraestructura y costos de China.
Una investigación ordenada por el presidente Donald Trump y dirigida por el Pentágono encontró en 2018 que el ejército estadounidense había llegado a depender en gran medida de productos extranjeros, y especialmente de China, para sus operaciones. Entre ellos destacan la microelectrónica, los circuitos integrados y los transistores, todos ellos muy utilizados en equipos militares, desde satélites y misiles guiados hasta aviones de combate y sistemas de comunicaciones. Más allá de la electrónica, la dependencia de la fabricación china también incluía productos como el producto químico butanetriol utilizado para producir misiles Hellfire. La agencia de noticias Reuters señaló con respecto a este desarrollo: «El Pentágono ha estado preocupado durante mucho tiempo de que ‘interruptores de apagado’ pudieran estar integrados en transistores que podrían apagar sistemas sensibles de Estados Unidos en un conflicto«. Un funcionario estadounidense anónimo dijo a Reuters con respecto a los resultados de la investigación: “La gente solía pensar que se podía subcontratar la base de fabricación sin ninguna repercusión sobre la seguridad nacional. Pero ahora sabemos que ese no es el caso”. La investigación ordenada por el presidente Trump destacó la necesidad de apoyar a los fabricantes especializados en Estados Unidos que producen hardware clave para sus sistemas de armamento. Pero hacerlo generaría costos significativos para el ejército estadounidense, que en 2021 ya había gastado más que las fuerzas armadas de China en sus adquisiciones. El uso de subsidios gubernamentales para apuntalar a los productores nacionales fue una solución temporal y lejos de ser eficiente. Sin embargo, la realidad subyacente era que parecía inviable eliminar a China de sus cadenas de suministro militares debido al costo. Un informe de la Casa Blanca sobre la base industrial y la cadena de suministro para la fabricación y para defensa, que había sido solicitado por el presidente Trump y publicado en septiembre de 2018, coincidía firmemente con los puntos de vista del Pentágono y la Asociación Industrial de Defensa Nacional (NDIA) al señalar una base industrial de defensa gravemente erosionada que dejó en riesgo la seguridad nacional. Aunque se consideró que el aumento de la financiación militar por parte de la administración Trump había frenado la tendencia hacia el declive, estaba lejos de ser suficiente para revertirlo o incluso detenerlo.
Las tendencias hacia un declive industrial estadounidense continuaron durante la década de 2010 y durante la administración de Donald Trump, bajo la cual la creciente hostilidad y las tensiones con China llevaron a Washington a prestar mucha más atención al estado de su base industrial que en décadas. La conveniencia de adherirse a un sistema neoliberal y permitir que las fuerzas del mercado moldearan la economía con una mínima intervención gubernamental fue cada vez más cuestionada a medida que surgió un creciente consenso de que un enfoque de laissez faire había puesto fin efectivamente a la era de la primacía estadounidense. La grave diferencia en la competitividad y eficiencia entre la industria china y estadounidense, que propiciaban la primacía tecnológica emergente de China, alimentaron un creciente apoyo en Washington a una mayor intervención gubernamental para subsidiar sectores de la economía civil o militar considerados estratégicamente importantes y en riesgo de fracasar. Aunque la guerra comercial de la administración Trump contra China iniciada en 2018 fue ampliamente vista como contraproducente, marcó un punto de inflexión en el apoyo a la idea de que, aunque los mercados habían considerado a China como el lugar más eficiente para las principales cadenas de suministro, era necesario intervenir contra esta tendencia para trasladar la fabricación de regreso a Estados Unidos, o al menos fuera de China. Un nuevo proyecto de ley estadounidense propuesto en junio de 2020 puso un fuerte énfasis en la fabricación nacional, incluida la contribución de más de 22.800 millones de dólares a la industria de semiconductores en el marco de un nuevo fondo de subvenciones federales para alentar a los fabricantes locales. Sin embargo, se predijo que alejarse de la industria del Asia oriental estaba lejos de ser factible. La intervención del gobierno estadounidense en la industria de los chips se produjo como parte de un esfuerzo más amplio para impulsar la alta tecnología y siguió a un proyecto de ley para aumentar la financiación en 100.000 millones de dólares en cinco años para la Fundación Nacional de Ciencias, centrándose en áreas estratégicamente críticas, incluida la inteligencia artificial, la robótica y la fabricación avanzada. En ese momento se esperaba que se presentara un segundo proyecto de ley para apoyar a la industria de los chips.
Frente a tendencias que presagiaban fuertemente el ascenso de China y el declive de las posiciones de Estados Unidos y Occidente tanto en la economía mundial como en la alta tecnología global, la administración Trump inició medidas para revertir la marea de la globalización y aislar a Estados Unidos y a la mayor parte del mundo de China. El término bifurcación se utilizó cada vez más para describir el objetivo de Washington de forjar una mitad occidental de alta tecnología global, liderada por las grandes compañías tecnológicas estadounidenses, y de comercio internacional en la que una China más competitiva tendría que enfrentar restricciones arbitrarias. El Washington Post lo describió de esta manera: “construir un muro alrededor de las tecnologías occidentales así como alrededor de los mercados occidentales, sumergiendo al mundo entre países que se unieran a Estados Unidos para aislarse y aquellos que no se uniesen”. El caso del bloqueo a Huawei, el líder mundial indiscutible en 5G, fue solo uno de los primeros pasos en esta dirección. Los mercados globales de 5G estaban hasta cierto punto divididos en dos: entre aquellos que permitían que las empresas más competitivas presentaran ofertas y aquellos que permitían que lo hicieran sólo aquellas consideradas políticamente aptas para los intereses occidentales. Estas políticas amenazaban con remodelar el sector tecnológico y la economía mundial anteriormente globalizados. Como se señala en el título de un artículo de Wall Street Journal de diciembre de 2018: “Trump no acabó con el sistema de comercio global. Lo partió en dos”. Destacó que la administración Trump estaba “presidiendo su realineamiento en dos sistemas distintos, con el grado en que estaba dispuesto a desvincularse de China y el grado en que podría hacer que sus aliados hicieran lo mismo”. Un destacado artículo del Financial Times titulado “La guerra comercial entre Estados Unidos y China corre el riesgo de dividir la tecnología global”, fue uno de los muchos que advirtieron sobre las mismas tendencias. El Primer Ministro de Singapur, Lee Hsien Loong, advirtió que, si bien la guerra comercial y tecnológica de Washington contra China no llevaría a una crisis financiera global, dividiría la economía mundial con consecuencias mucho más graves. En cuanto a las consecuencias de una división de la economía global impulsada por Estados Unidos, el Primer Ministro de Singapur, Lee Hsien Loong, señaló que había “dañado la confianza de las empresas y los consumidores globales, provocando una disminución en el comercio y la inversión globales, y eventualmente afectará a los empleos. A más largo plazo, el mayor riesgo es una división en las cadenas de suministro y en el conjunto de tecnologías, después de muchos años de trabajar en un mundo interconectado. La globalización ha resultado en progreso y prosperidad en términos de tecnología, avances e intercambio de conocimientos entre la humanidad. La alternativa será un mundo menos próspero y más problemático”. La revista Foreign Policy en mayo de 2020 y con respecto a la creciente tendencia hacia la bifurcación, afirmó: “En gran medida, la actual carrera por el desacoplamiento es el fruto de dos décadas de poder económico chino en constante crecimiento. Para los miembros más halcones de la administración Trump, deshacer 40 años de relaciones económicas cada vez más estrechas con China y hacer retroceder la dependencia de las fábricas, las empresas y la inversión de Estados Unidos de China siempre fueron el objetivo final de la interminable guerra comercial. Ahora, los legisladores y funcionarios de la administración están considerando una serie de medidas para dividir las dos economías más grandes del mundo mediante prohibiciones a una amplia variedad de exportaciones sensibles, aranceles adicionales sobre productos chinos, relocalización forzada de empresas estadounidenses e incluso salidas de la Organización Mundial del Comercio en su conjunto, que algunos consideran que facilita el imperialismo económico de China”.
La revista Foreign Affairs criticó duramente las medidas de Washington hacia la bifurcación, afirmando: «no sólo es peligroso, sino que es imposible. La economía china no es un organismo discreto que pueda separarse fácilmente de la economía global, sino más bien un gemelo siamés, conectado por el tejido nervioso, órganos comunes y un sistema circulatorio compartido”. Fue una de varias fuentes que predijeron que era mucho más probable que Estados Unidos, en lugar de China, viese sus productos eliminados de las cadenas de suministro y su economía aislada si mantenía esa posición. Como parte de esfuerzos más amplios hacia la bifurcación, la administración Trump comenzó a presionar a las empresas de los países alineados con Occidente para que reubicasen sus negocios fuera de China. Esto opuso los objetivos de Washington a los fuertes incentivos del mercado que atrajeron a las empresas a operar en China. Aunque una división de la economía global por motivos políticos tenía el potencial de beneficiar a algunas empresas occidentales, como Ericsson y Nokia, que capturaron los mercados 5G allí donde estaba prohibida la competencia china, la bifurcación enfrentó una resistencia considerable por parte de la mayor parte de los intereses del sector privado. Como señaló The Economist en septiembre de 2020, las empresas financieras fueron extremadamente cautelosas a la hora de comentar cómo las tensiones geopolíticas afectaban sus estrategias en China: “La administración del presidente Donald Trump quiere que los financieros globales se retiren de China. Pero China los está atrayendo, creando oportunidades que pocos esperaban que llegaran tan rápido. Creó una desconexión entre los ámbitos político y financiero”. De hecho, el Wall Street Journal describió al sector financiero estadounidense como el “único amigo poderoso de China que queda en Estados Unidos”, y a Wall Street se le dieron oportunidades para expandirse en China, lo que frenó el impulso de Washington hacia la bifurcación. China estaba proporcionando tales incentivos y al mismo tiempo imponía nuevas regulaciones para hacer que sus mercados financieros fueran más seguros en áreas de posible vulnerabilidad. Entre una serie de medidas consideradas en Washington para aumentar tanto la presión como los incentivos para que las empresas estadounidenses abandonasen China, bajo la administración Trump cobro impulso el concepto de una «Red de Prosperidad Económica» de países alineados con Occidente. Su objetivo era incentivar a las empresas a asociarse e invertir en países que tenían afiliaciones políticas afines a Occidente en lugar de China, siendo dichas afiliaciones requisitos previos para ser miembro de la red. Se esperaba que, como muchos de los posibles países no occidentales, como la India, todavía estaban en desarrollo y tenían salarios bajos, presentarían un camino más viable para la deslocalización desde China que una relocalización hacia Occidente. Como señala Foreign Policy: “Si una empresa manufacturera estadounidense no puede trasladar empleos de China a Estados Unidos, por ejemplo, al menos podría trasladar esos empleos a otro país más amigo de Estados Unidos, como Vietnam o India”. Varios funcionarios apoyaron llevar esto al extremo en los últimos meses de la administración Trump. Las acciones propuestas abarcaron desde medidas legislativas encaminadas a retirarse de la Organización Mundial del Comercio, presumiblemente para reemplazarla con una organización que diera un trato favorable a los países alineados con Occidente, hasta el impago de los 1.063 billones de dólares de deuda pública en poder de China.
Washington tenía opciones para una mayor escalada, incluida la exclusión de las empresas chinas de las bolsas de valores estadounidenses, que fue una posibilidad tanto en el último año de Trump como en el primero de Biden. Sin embargo, al igual que con los bonos del Tesoro, todas estas medidas fueron descartadas debido a los altos niveles de integración económica con China, cuyas consecuencias podrían dañar a las economías de Estados Unidos y Occidente más que a la propia China. La idea de ampliar el G7 a lo que se consideraba ampliamente una coalición anti-China surgió en particular de una propuesta del presidente Donald Trump, en la que el presidente sugirió invitar también a Rusia como miembro. Si bien la inclusión de Rusia fue ampliamente rechazada en el mundo occidental y era poco probable que fuera aceptada por el propio Moscú, se defendió una asociación centrada específicamente en reducir la dependencia de la tecnología y las cadenas de suministro chinas como medio para hacer frente a la creciente primacía china en tecnologías clave. Una iniciativa para formar una alternativa al libre mercado de aplicaciones móviles, infraestructura de telecomunicaciones y otras áreas de alta tecnología, lanzada en el último año de la administración Trump, buscaba unir a los países occidentales y otros aliados con Occidente para excluir a China y otros actores percibidos como indeseables en estos sectores. Asimismo, se hizo hincapié en la creación de nuevas cadenas de suministro para productos de alta tecnología en estos países. Aquellas empresas que cumplieran con los requisitos para excluir a los chinos u otros países indeseables obtendrían un trato favorable, incluido un acceso más fácil a algunos contratos del gobierno de Estados Unidos. Sin embargo, a diferencia de Occidente, en China esos argumentos casi nunca se formularon en términos ideológicos y en cambio se defendieron sobre la base de que, de lo contrario, Estados Unidos buscaría aprovechar la interdependencia para socavar la modernización económica de China, como se había hecho en los años de Trump. El ataque a la empresa de telecomunicaciones china Huawei fue el ejemplo más citado. Según Jiang Jinquan, esto era necesario para responder a los esfuerzos de Washington por «interrumpir significativamente nuestros intercambios y cooperación de tecnología externa. La búsqueda de una gama más amplia de proyectos estratégicos y fundamentales de ciencia y tecnología era crucial para que China evitara ser estrangulada por otros”. Las declaraciones de Jiang Jinquan reflejaron un consenso cada vez mayor en China y el destacado profesor de la Universidad de Beijing, Wang Yong, afirmó de manera similar que China había aprendido bajo la presidencia de Trump que “Estados Unidos es un proveedor muy poco confiable de alta tecnología y componentes técnicos clave. Es difícil contar con Estados Unidos. Como tal, China debe tener una fuerza independiente e innovadora”. Lo que se defendía no era solo un debilitamiento de las relaciones comerciales con Estados Unidos, sino más bien asegurar las cadenas de suministro a las que Occidente podría intentar atacar en el futuro.
El cambio hacia una mayor intervención gubernamental en la economía estadounidense se aceleró bajo la administración del actual presidente Joe Biden a partir de enero de 2021, con un enfoque renovado en reforzar el sector tecnológico. Esto se llevó a cabo mientras se mantenían las medidas de la era Trump contra la alta tecnología china y se ampliaban las medidas dirigidas a áreas estratégicas como las supercomputadoras. Aunque se evitó la retórica extrema observada por parte de los funcionarios de la administración Trump en 2020, muchos analistas estadounidenses consideraron que la administración de Biden estaba tomando una línea aún más dura contra China. Aunque la administración Biden enfrentó una presión considerable del sector privado para aliviar las tensiones con China, mediante una posible relajación de los aranceles y las restricciones comerciales de la era Trump, ello era una concesión mucho más probable que una flexibilización de los ataques al sector tecnológico de China. Las respuestas de China a los aranceles con restricciones comerciales habían socavado gravemente las exportaciones estadounidenses a China y algunos analistas expresaron esperanzas de que relajar las restricciones comerciales mejoraría la situación. El que fue director para Asia del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos y asesor del presidente Donald Trump, Matthew Pottinger, fue uno de los muchos que en 2021 hicieron referencia al tema de la competencia con China: “Una de las herramientas más poderosas que tenemos es nuestro dominio en las finanzas. Los mercados de capitales y el estatus de moneda de reserva del dólar del que hablamos”. Esta posición no sólo ha proporcionado influencia para amenazar a terceros, incluso para disuadirlos de trabajar con China o sus empresas, sino que también financia el gasto del gobierno estadounidense y sus enormes déficits presupuestarios. Si Trump cumple sus promesas de campaña, Pekín podría enfrentarse a un importante desafío: un arancel del 60% sobre todas las exportaciones chinas a Estados Unidos. Esta medida podría desestabilizar aún más la ya frágil economía china, que actualmente se enfrenta al aumento del desempleo juvenil, la debilidad del mercado inmobiliario y los problemas de deuda pública. Un informe de análisis publicado a principios de este año por el banco suizo UBS indica que un arancel del 60% sobre las importaciones chinas podría reducir la expansión económica prevista de China hasta en 2,5 puntos porcentuales, es decir, la mitad del objetivo de crecimiento del país. En el terreno diplomático, se considera que la constante defensa de Trump de la política de «Estados Unidos primero” tiende al aislacionismo en las relaciones internacionales y a una menor disposición a intervenir en conflictos como la guerra entre Rusia y Ucrania. Esto deja a los aliados de Estados Unidos en una situación en la que se encuentran «atrapados entre China y Estados Unidos”, dicen los observadores. Ali Wyne, analista principal para Asuntos EE. UU.-China del grupo de expertos International Crisis Group, cree que esto podría ser visto como una oportunidad por parte de China «para debilitar el conjunto de alianzas y asociaciones euroasiáticas que la administración Biden se ha comprometido a revitalizar”.
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Fuentes:
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Joshua Green – Devils Bargain – Steve Bannon, Donald Trump and the Storming of the Presidency
Craig Unger – House of Trump, House of Putin – The Untold Story of Donald Trump and the Russian Mafia
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Bob Woodward – Miedo: Trump en la Casa Blanca
Adam J. Oderoll – Que le espera al mundo con Donald Trump
Michael Isikoff, David Corn – Russian Roulette: The Inside Story of Putin’s War on America and the Election of Donald Trump
Varios autores – Trump de amenaza latente a peligrosa realidad
Michael Wolff – Trump en el punto de mira
Ryan Holiday – Conspiracy: Peter Thiel, Hulk Hogan, Gawker, and the Anatomy of Intrigue
Peter Thiel – De cero a uno – Como inventar el futuro
Max Chafkin – Peter Thiel and Silicon Valley’s Pursuit of Power
Varios autores – Peter Thiel y el anarquismo filosófico
Max Chafkin – The Contrarian (Peter Thiel)
Elon Musk – Elon Musk: Biography of a Self-Made Visionary, Entrepreneur, and Billionaire
J.T. Owens – Elon Musk: The Unauthorized Autobiography
Ashlee Vance – Elon Musk: Tesla, SpaceX and the quest for a fantastic future
Antonio Zambrano – Dinamitando Facebook
Scott Galloway – Four: El ADN secreto de Amazon, Apple, Facebook y Google
Douglas Rushkoff – Throwing Rocks at the Google Bus – How Growth Become Enemy of Prosperity
Marta Peirano – El enemigo conoce el sistema
Ben Mezrich – Los multimillonarios del bitcoin
Manel Sancho (3 artículos del Blog) -¿Está China ganando la guerra tecnológica a Estados Unidos?
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