¡El primero de enero empiezo!
¿Cuántas veces te has prometido eso?
El nuevo año suele llegar cargado de vibras positivas y buenas intenciones: dietas con las que finalmente bajaremos esos kilos de más, inscripciones al gimnasio para ponernos en forma, un compromiso firme para dar el paso que llevamos tiempo postergando y una larga lista de propósitos con los que pretendemos reinventarnos y, de cierta forma, convertirnos en una persona nueva o, al menos, acercarnos a la persona que nos gustaría ser.
Sin embargo, en la inmensa mayoría de los casos, todos esos cambios se quedan en el camino. ¿Por qué tiramos la toalla incluso antes de que termine el mes? Spoiler: no es por falta de fuerza de voluntad – o al menos no solo por eso.
Una fecha sobrevalorada por el efecto del nuevo comienzo
¿Por qué el primero de enero nos obsesiona y lo tomamos como punto de partida para cambiar nuestras vidas? La explicación radica en nuestra necesidad psicológica de realizar “cortes limpios”, o sea, marcar un antes y un después bien diferenciado.
En Psicología, esa tendencia se conoce como “efecto del nuevo comienzo” y revela nuestra propensión a plantearnos objetivos e implementar cambios positivos tras hitos temporales específicos, como el comienzo de una nueva semana, mes o año. También podemos hacerlo tras cada cumpleaños u otra fecha que nos resulte significativa.
Sin embargo, el primero de enero se lleva las palmas. Un estudio realizado en la Universidad de Pensilvania reveló que las probabilidades de plantearse un nuevo objetivo son del 62,9% al comenzar una semana, del 23,6% al empezar un nuevo mes y de apenas un 2,6% tras los cumpleaños. Sin embargo, las probabilidades se duplican al comenzar un nuevo año, alcanzando un impresionante 145,3%.
¿Por qué?
Los nuevos comienzos sirven como puntos de inflexión psicológicos que nos permiten distanciarnos mentalmente de los fracasos y reveses del pasado mientras nos llenamos de positividad para emprender un nuevo camino, con una determinación renovada. O sea, nos animan a hacer una especie de rendición de cuentas mental.
De hecho, los estudios psicológicos han demostrado que solemos pensar en nuestro “yo” pasado, presente y futuro como entidades interconectadas, pero al mismo tiempo separadas de nuestra identidad. Esa discontinuidad en la percepción del tiempo nos ayuda a desligarnos de nuestros errores e imperfecciones pasadas, mientras proyectamos una mejor versión hacia el futuro.
Cuando sentimos que una etapa se cierra, tenemos la tendencia a reevaluar nuestras prioridades, pensar a largo plazo y plantearnos nuevas metas. De hecho, el comienzo de un nuevo año también altera nuestra percepción, poniendo en pausa los problemas cotidianos, esos que a menudo nos llevan a postergar indefinidamente nuestros objetivos, para proporcionarnos una visión más amplia de la vida.
Esos puntos de referencia temporales actúan como “interruptores” de la cotidianidad para que podamos centrar nuestra atención en aspectos más relevantes y significativos a largo plazo. Eso nos anima a plantearnos metas más ambiciosas y planificar con mayor detalle el camino que seguiremos para alcanzarlas.
Como resultado, no es inusual que suframos un “síndrome de año nuevo”, caracterizado por:
- Euforia inicial. Nos emocionamos al imaginar una versión mejorada de nosotros mismos, alimentada por el simbolismo del nuevo año, como si pudiéramos hacer «borrón y cuenta nueva» con extrema facilidad.
- Motivación elevada, pero efímera. Durante esos primeros días experimentamos un auténtico “subidón”. Nos sentimos llenos de energía y entusiasmo, lo cual a menudo nos empuja a dar los primeros pasos en la dirección correcta. Pero generalmente esa energía dura poco si no la alimentamos.
- Optimismo ingenuo. Subestimamos la dificultad intrínseca a los cambios y a menudo sobreestimamos nuestra capacidad para mantener el esfuerzo necesario cuando volvamos a la rutina.
- Pensamiento mágico. Desarrollamos la creencia irracional de que un simple cambio de fecha tiene el poder de transformar hábitos, pensamientos o vínculos profundamente arraigados.
- Desconexión del pasado. Guiados por ese entusiasmo inicial, a menudo ignoramos los patrones de conducta previos o fallos, por lo que no aprendemos del pasado, lo cual aumenta el riesgo de fracasar.
Cambiar es un proceso, no un evento puntual
Muchas veces el mecanismo psicológico de los nuevos comienzos se reduce a un comportamiento aspiracional. O sea, somos demasiado optimistas y poco realistas. Ponemos grandes esperanzas en una fecha, ignorando que el cambio real no depende del calendario, sino de nuestra perseverancia.
Lo cierto es que, si hemos estado postergando desde hace tiempo dejar de fumar, ir al gimnasio o romper una relación tóxica, es probable que existan muchos factores de base que mantienen el estado de las cosas, ya sea una agenda muy apretada, unos hábitos difíciles de romper o un vínculo emocional muy estrecho.
Las encuestas revelan que aproximadamente el 80% de las personas abandonan sus metas de año nuevo el 19 de enero. También se ha constatado que el máximo de motivación se alcanza al día siguiente y que a partir de ese punto comienza a descender gradualmente.
Cuando nos planteamos metas de año nuevo constantemente – y constantemente dejamos que caigan en el olvido – podemos acabar frustrados y desmotivados. Es probable que nos sintamos culpables y estresados, lo cual disminuye nuestra percepción de la autoeficacia y la confianza en nosotros mismos.
El cambio real no ocurre porque hayamos elegido una fecha en el calendario. Ocurre cuando identificamos los patrones de pensamiento y comportamiento que nos han estado obstaculizando y decidimos conscientemente plantearnos un plan viable para cambiarlos.
Las investigaciones revelan que tenemos más probabilidades de alcanzar nuestras metas cuando:
- Trazamos un plan viable, dividido en pequeñas acciones.
- Los objetivos que nos planteamos nos hacen felices y tienen sentido para nosotros.
Si tu meta es “ser más saludable”, no necesitas esperar al lunes ni al primero de enero: puedes empezar hoy mismo. Si lo prorrogas, es probable que tengas que vencer primero alguna resistencia psicológica, que seguirá estando presente el primero de enero y será lo que te haga fracasar en tu empeño.
Por supuesto, eso no significa que no puedas aprovechar el impulso que ofrece el efecto del nuevo comienzo, pero asegúrate de no desarrollar el síndrome de año nuevo. Por consiguiente, plantéate metas realistas que sean significativas para ti y piensa en cómo las conseguirás. Haz un plan detallado y realista. Así tendrás más probabilidades de éxito.
Recuerda que el primero de enero es solo un día más. El cambio real comienza cuando decides actuar.
Referencias Bibliográficas:
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