Historias del Canon Budista: La Historia de Kisa Gotami

En el Canon Budista – las Escrituras Sagradas del Budismo – encontramos una gran cantidad de hisotrias que ocupan un lugar especial en la Tradición como narrativas atemporales que encarnan las enseñanzas del Buda. Estas historias presentan lecciones espirituales profundas a través de relatos cautivadores. Más que simples cuentos, son vehículos del Dharma que ilustran principios clave de la fe budista. Al reflexionar sobre estas historias, obtenemos ideas sobre cómo aplicar el Dharma en nuestra vida diaria, pues las mismas actúan como espejos que nos muestran los desafíos y virtudes de la existencia humana, guiándonos para cultivar cualidades budistas que buscamos encarnar. Ya sea relatando las vidas pasadas del Buda, los viajes transformadores de sus discípulos, o situaciones de la vida diaria en los tiempos del Buda, estas historias nos inspiran a reconocer la interconexión de todos los seres y a dar pasos hacia la incorporación del Camino hacia la Iluminación.

En esencia, estas narrativas no solo son una fuente de inspiración, sino también una guía práctica. Cierran la brecha entre las enseñanzas abstractas del Dharma y la realidad vivida de nuestro propio viaje espiritual, empoderándonos para encarnar las enseñanzas del Buda en nuestros pensamientos, palabras y acciones. Por eso, en esta serie, veremos una recuento de estas historias, reimaginadas para un mundo moderno. Espero que sean del agrado de los budistas hispanos.

La Historia de Kisa Gotami

En el humilde pueblo de Sarasvati vivía una mujer llamada Kisa Gotami. Era conocida por su delicada figura y su naturaleza amable, cualidades que la hacían querida entre sus vecinos. Su vida, aunque modesta, estaba iluminada por la alegría de su hijo pequeño, un niño cuyo risa resonaba como los cantos de los pájaros al amanecer. Para Kisa Gotami, su hijo era el corazón de su mundo, la luz de sus ojos y el ritmo de sus días.

Pero una fatídica tarde, mientras el sol se ocultaba tras el horizonte, esa luz se apagó. Su hijo, víctima de una repentina enfermedad, murió en sus brazos. El silencio que siguió fue más pesado que cualquier sonido que ella hubiese conocido. Abrumada por el dolor, Kisa Gotami se negó a aceptar la realidad de la muerte. Sostuvo el cuerpo sin vida de su hijo, con sus lágrimas empapando el pequeño bulto, y vagó por el pueblo, suplicando ayuda.

«¡Alguien, por favor! ¿Hay alguien que pueda salvar a mi hijo?», clamaba a sus vecinos. Pero los aldeanos, aunque conmovidos por su sufrimiento, se apartaban, pues sabían que no había remedio para la muerte.

Un anciano, viendo la profundidad de su pena, le habló con bondad: «Kisa, hay alguien que tal vez pueda ayudarte. El Buda reside cerca de Jetavana. Búscalo, pues su sabiduría no tiene límites.»

Aferrando a su hijo, Kisa Gotami partió en busca del Bienaventurado. Cuando llegó al sereno bosque de Jetavana, encontró al Buda sentado bajo un gran árbol, con una presencia tan calma y firme como la base de una montaña. Se acercó a él, con la voz temblorosa de desesperación.

«Bienaventurado, mi hijo ha muerto. No puedo soportar esta pérdida. Por favor, dame un remedio para devolverle la vida.»

El Buda, con sus ojos llenos de compasión, asintió suavemente. «Kisa Gotami, puedo ayudarte», dijo, «pero primero debes traerme una semilla de mostaza de un hogar donde nadie haya muerto.»

La esperanza se encendió de nuevo en su corazón, Kisa Gotami se inclinó profundamente y se apresuró a volver al pueblo. Tocó la primera puerta que encontró y preguntó: «¿Tienen una semilla de mostaza? Pero debe ser de un hogar donde nadie haya muerto.» La mujer que respondió asintió, pero luego su rostro se oscureció. «¿Una semilla de mostaza? Sí, pero, ¿un hogar donde nadie haya muerto? Ay, mi padre falleció hace solo un año.»

Kisa Gotami siguió hacia la siguiente casa, y luego a la siguiente, y a la siguiente. En cada puerta escuchaba historias de pérdida: una madre que murió de vieja, un niño que partió demasiado pronto, un esposo que cayó enfermo. Todos los hogares habían sentido la sombra de la muerte.

A medida que el día se convertía en noche, la esperanza de Kisa Gotami comenzó a transformarse en comprensión. Se sentó junto al pozo del pueblo, con el sol poniente proyectando largas sombras sobre la tierra. Sosteniendo el cuerpo inerte de su hijo, susurró para sí misma: «La muerte no perdona a nadie. Visita cada hogar, toca cada vida. Mi dolor no es solo mío.»

Cuando regresó al Buda, colocó el cuerpo de su hijo a sus pies, con una voz firme aunque sus ojos aún brillaban con lágrimas. «Bienaventurado, no pude encontrar ni un solo hogar donde no hubieran conocido la muerte. Ahora veo que el sufrimiento es universal, y que la muerte es una verdad que todos debemos enfrentar.»

El Buda asintió, con su mirada cálida y tranquilizadora. «Kisa, has dado el primer paso en el camino de la sabiduría. Cuando nos aferramos a lo que es impermanente, sufrimos. Pero cuando comprendemos la impermanencia, nos liberamos del dolor. Deja ir lo que te ata y camina el sendero de la liberación.»

Kisa Gotami se inclinó profundamente y pidió unirse a la Sangha. El Buda la aceptó, y con el tiempo, se convirtió en una devota discípula. A través de su práctica, transformó su dolor en comprensión, y su tristeza en compasión por los demás.

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