El cambio no es sólo un hecho de la vida que tenemos que aceptar, y con el cual tenemos que trabajar, dice Norman Fischer. Sentir el dolor de la impermanencia y la pérdida puede ser un recordatorio profundamente hermoso de lo que significa existir.
Los practicantes siempre han entendido la impermanencia como la piedra angular de las enseñanzas y la práctica budista. Todo lo que existe es impermanente; nada dura. Luego, no podemos agarrar ni sujetarnos de nada. Cuando no apreciamos por completo esta verdad simple, pero profunda, sufrimos, como sufrieron los monjes que descendieron a la miseria y al desconsuelo ante la muerte del Buda. Cuando lo hacemos, tenemos una paz y un entendimiento reales, como lo tuvieron los monjes quienes permanecieron en plena presencia mental y en calma.
Tanto como al budismo clásico le concierne, la impermanencia es el hecho número uno de la vida en sus cualidades de ineludible y esencialmente doloroso. Es el problema existencial singular ante el cual todo el edificio de la práctica budista está encaminado a enfrentar. Para entender la impermanencia al nivel más profundo posible (todos la entendemos en niveles superficiales), y para fundirse con ella por completo, está todo el camino budista. Las palabras finales del Buda expresan esto: La impermanencia es ineludible. Todo se desvanece. Luego, no hay nada más importante que continuar el sendero con diligencia. Todas las demás opciones o niegan o menosprecian el problema.
Hace un tiempo tuve un sueño que se ha quedado conmigo. En una cueva brumosa, mi suegra y yo, viniendo de direcciones opuestas, estamos tratando de meternos a través de una angosta puerta de entrada. Ambos somos personas bastante corpulentas y el espacio es pequeño, así que por un momento estamos atorados juntos en la puerta. Finalmente pasamos, ella a su lado (que antes era el mío), y yo al mío (que antes era el suyo).
Casi todo mi hablar y escribir, y mucho de mi pensar, están de un modo u otro en referencia a la muerte, la ausencia y el desaparecer.
No me es tan sorprendente que haya soñado acerca de mi suegra. Su situación está en mi mente a menudo. Mi suegra tiene casi noventa años. Tiene muchos problemas de salud. Frecuentemente padece dolor, no puede caminar o dormir en la noche, y está perdiendo la capacidad de usar sus manos debido a una neuropatía. Ella vive con su esposo de hace más de sesenta años, quien tiene Alzheimer avanzado, no puede hablar una frase coherente, y no sabe quién es o dónde está. A pesar de todo esto, mi suegra afirma la vida en un cien por ciento, como siempre lo ha hecho. Ella nunca alberga la idea de la muerte, al menos no que yo sepa. Todo lo que ella quiere y aspira tener es una vida buena y agradable. Dado que ella no la tiene ahora (aunque no ha perdido la esperanza de tenerla), ella se siente bastante miserable, como cualquiera lo estaría en su situación.
Yo, por otra parte, estoy bastante sano y no tengo la expectativa de morir pronto. Sin embargo, desde la infancia he estado pensando acerca de la muerte, y el hecho de la muerte ha sido probablemente el motor principal de mi vida (¿Por qué más me habría dedicado devotamente y de tiempo completo a la práctica budista desde una edad temprana?). Consecuentemente, casi todo mi hablar y escribir, y mucho de mi pensar, están de un modo u otro en referencia a la muerte, la ausencia y el desaparecer.
Así que este sueño me intriga y me confunde. ¿Acaso mi suegra está apunto de pasar de la vida a la muerte, aunque se atore temporalmente en la puerta saturada? Si esa es la lógica del sueño, entonces yo debo estar muerto, atorado en esa misma puerta a medida que intento pasar hacia la vida. ¡Por supuesto que esto no tiene sentido! Pero entonces, entre más contemplo la vida y la muerte, menos sentido tienen. A veces me pregunto si la vida y la muerte no es sólamente un marco conceptual con el cual nos confundimos. Por supuesto, la gente sí aparenta desaparecer, y, este siendo el caso generalmente con otros, parece razonable asumir que también será nuestro caso en algún punto. ¿Pero cómo entendemos esto? Y cómo responder por las muchas anomalías que aparecen cuando miramos de cerca, así como los reportes de apariciones de fantasmas y otras visitas de los muertos, la reencarnación y demás.
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Es bastante revelador que algunas religiones se refieran a la muerte como la “vida eterna”, y que en el Mahaparinibbana Sutra el Buda no muere. Él entra en parinirvana, la extinción total, la cual es algo diferente que la muerte. En el budismo en general, la muerte no es la muerte -es un área de ensayo para la siguiente vida. Así que hay muchas razones respetables y menos respetables para ponderar acerca de la pregunta de la muerte.
Hay muchas personas mayores en las comunidades budistas en las que practico. Algunos están en sus setentas y ochentas, otros en sus sesentas, como yo. Debido a esto, el tema de la muerte y la impermanencia está siempre en nuestras mentes y parece resurgir una y otra vez en las enseñanzas que estudiamos. Todas las cosas condicionadas pasan. Nada permanece siendo lo que era. El cuerpo cambia y se debilita a medida que envejecemos. En respuesta a esto, y a la experiencia de una vida, la mente cambia también. El modo en el que uno piensa, las perspectivas y sentimientos acerca de la vida y del mundo son diferentes. Incluso los mismos pensamientos que uno tuvo en la juventud o la madurez toman un sabor distinto cuando son pensados en la tercera edad. El otro día un amigo de mi edad, quien en su juventud estudió zen con el gran maestro Song Sa Nim, me dijo, “Él siempre me dijo, ‘¡pronto muerto!’ Entonces entendí las palabras como verdad -muy zen, y casi simpáticas. Ahora parecen ser personales y punzantes.”
“Todas las cosas condicionadas tienen la naturaleza de desvanecerse”, dijo el Buda. Después de todo ¿qué es la impermanencia? Cuando somos jóvenes sabemos que la muerte vendrá, pero probablemente no vendrá hasta más tarde, así que no tenemos que estar tan preocupados con ella ahora. E incluso si estamos preocupados con ella en la juventud, como yo lo estaba, la preocupación es filosófica. Cuando somos mayores sabemos que la muerte vendrá más pronto que tarde, así que la tomamos de un modo más personal. ¿Pero realmente sabemos de lo que estamos hablando?
La muerte quizás sea la última pérdida, la impermanencia última, pero incluso en una escala menor, en una escala de lo cotidiano, la impermanencia y la pérdida que implica suceden más o menos “después”. Algo está aquí en un modo particular; después no va a estar. Yo soy o tengo algo ahora; después no. Pero “después” es el marco de tiempo más seguro. Puede ser ignorado con seguridad porque no es ahora -es después, y el después nunca llega. E incluso si llega, no tenemos que preocuparnos acerca de él ahora. Podemos preocuparnos acerca de él después. Para la mayoría de nosotros la mayoría del tiempo, la impermanencia parece irrelevante.
Pero en realidad, la impermanencia no está después; es ahora. El Buda dijo, “Todas las cosas condicionadas tienen la naturaleza de desvanecerse”. Justo ahora, a medida que aparecen ante nosotros, tienen esa naturaleza. No es que algo se desvanezca después. Justo ahora, todo está de cierto modo -aunque no entendemos en qué modo- desvaneciéndose ante nuestros ojos. Deslizándose incómodamente a través de la estrecha puerta del ahora, no sabemos si estamos yendo o viniendo. La impermanencia quizás sea un pensamiento más profundo de lo que apreciamos al principio.
El cambio es siempre bueno y malo, debido a que el cambio, incluso cuando es refrescante, siempre implica una pérdida.
La impermanencia no es sólo una pérdida; también es cambio, y el cambio puede ser refrescante y renovador. De hecho, el cambio siempre es ambos, bueno y malo, debido a que el cambio, incluso cuando es refrescante, siempre implica una pérdida. Nada nuevo aparece a menos que algo viejo cese. Como dicen en la noche de Año Nuevo, “Fuera con lo viejo, adentro con lo nuevo”, marcando ambas ocasiones, una feliz y otra triste. Como en la escena en el Mahaparinibbana Sutra, hay desconsuelo y ecuanimidad al mismo tiempo. La impermanencia es ambos.
En uno de sus ensayos más importantes, el gran maestro de zen japonés del siglo doce, Dogen escribe, “La impermanencia es, en sí misma, Naturaleza Búdica”. Esto parece ser bastante diferente de la noción budista clásica acerca de la impermanencia, la cual enfatiza el aspecto de pérdida en la ecuación pérdida-cambio-renovación. Para Dogen, la impermanencia no es un problema a ser superado con esfuerzo diligente en el camino. La impermanencia es el camino. La práctica no es el modo de soportar o superar la impermanencia. Es el modo de apreciarla y vivirla completamente.
“Si tú quieres entender la Naturaleza Búdica”, escribe Dogen, “Debes observar íntimamente causa y efecto a lo largo del tiempo. Cuando el momento es preciso, la Naturaleza Búdica se manifiesta”. Al explicar esta enseñanza, Dogen, en su modo usual de adentro hacia afuera, y al revés (Dogen es único entre los maestros zen en su estilo literario intrincadamente detallado, el cual a menudo involucra modos muy contra conceptuales para entender conceptos típicos), escribe que la práctica no es tanto un asunto de cambiar o mejorar las condiciones de tu vida interna o externa, sino un modo de abrazar y apreciar esas condiciones, especialmente la condición de impermanencia y pérdida. Cuando practicas, “el tiempo madura”. Mientras que esta frase naturalmente implica un “después” (algo que no está maduro, y madura con el tiempo), Dogen lo entiende del modo opuesto: El tiempo siempre está maduro. La Naturaleza Búdica siempre se manifiesta en el tiempo, porque el tiempo siempre es impermanencia.
¡Por supuesto, el tiempo es impermanencia y la impermanencia es tiempo! El tiempo es cambio, desarrollo y pérdida. El tiempo presente es inaprehensible. Tan pronto como ocurre, inmediatamente cae en el pasado. Tan pronto como estoy aquí, ya me he ido. Si esto no fuera así, ¿cómo el yo de este momento podría dar lugar al yo del siguiente momento? A menos que el primer yo desaparezca, limpiando el camino, el segundo yo no puede aparecer. Así que mi estar aquí es gracias a mi no estar aquí. Si yo no fuera no aquí, ¡yo no podría estar aquí!
En palabras esto se vuelve rápidamente paradójico y absurdo, pero al vivirlo, esto se vuelve el caso exactamente. Lógicamente debe ser así, y de vez en cuando (especialmente en un retiro largo de meditación) tú puedes sentirlo actual y visceralmente. Nada aparece a menos que aparezca en el tiempo. Y cualquier cosa que aparezca en el tiempo aparece y se desvanece de repente, así como el Buda dijo en su lecho de muerte. El tiempo es existencia, impermanencia, cambio, pérdida, crecimiento y desarrollo- las mejores y las peores noticias al mismo tiempo. Dogen le llama a este extraño e inmenso proceso Naturaleza Búdica. “La Naturaleza Búdica no es otra cosa que lo que somos todos, porque lo que todos somos es Naturaleza Búdica”, él escribió. La frase “todos somos” nos lo dice. Somos: existencia, ser, tiempo, impermanencia y cambio. Todos somos: existencia, ser, tiempo, impermanencia y el cambio nunca es solitario; siempre es todo-inclusivo. Siempre estamos en esto juntos.
El otro día estaba hablando con una amiga de hace tiempo, una practicante zen experimentada, acerca de su práctica. Ella me dijo que estaba empezando a notar que el sentimiento persistente de insatisfacción que ella siempre sintió en relación a otros, al mundo, y hacia las circunstancias de su vida interna y externa, probablemente no se trata de otros, el mundo y las circunstancias de su vida interna y externa, sino más bien se trata acerca de su más profundo e íntimo yo. La insatisfacción, dijo, parece ser yo misma en cierto sentido, parece estar fundamentalmente arraigada en mí. Antes de darse cuenta de esto, ella hubiera asumido que su insatisfacción se debía a algún fracaso personal -algún fracaso que ella hubiera esperado corregir con su práctica zen. ¡Pero ahora podía ver que era mucho peor que eso! La insatisfacción no era acerca de ella, y por ende, corregible; estaba construída en ella, ¡era esencial a su yo!
Esto parece ser exactamente a lo que el Buda se refería cuando habló sobre la inestabilidad básica de nuestro sentido de subjetividad en la famosa doctrina de anatta, o no-yo. Aunque todos necesitamos egos sanos para operar normalmente en el mundo, la base esencial del ego es la noción falsa de la permanencia, una noción a la que nos suscribimos sin pensarlo, incluso cuando, en lo profundo de nuestros corazones, sabemos que no es cierta. Yo soy yo, yo he sido yo, y yo seré yo. Puedo cambiar, y quiero cambiar, pero siempre estoy aquí, siempre siendo yo, y nunca he conocido ninguna otra experiencia. Pero esto ignora la realidad de que “todas las cosas condicionadas tienen la naturaleza de desvanecerse”, y se están desvaneciendo constantemente, como una condición de su existir en el tiempo, cuya naturaleza se está desvaneciendo.
No es una sorpresa que nos sintamos, como mi amiga se sentía, con una sensación de molestia, insatisfacción y disyunción constantes que podríamos interpretar quizás como algo que viene de un fracaso personal crónico (es decir, una vez que ya hemos superado la incluso más incorrecta creencia de que otros son responsables de nuestro sentir). Por otra parte, como Dogen escribe, “todo lo que es, es Naturaleza Búdica” Esto significa que el yo no es, como imaginamos, una entidad improbablemente permanente y aislada por la que nosotros, y nosotros únicamente somos responsables; en vez de eso, es impermanencia en sí misma, la cual nunca está sola, nunca está aislada, está constantemente fluyendo y es inmensa. Es Naturaleza Búdica en sí misma.
Dogen escribe, “La impermanencia en sí misma es Naturaleza Búdica”. Y añade “Permanencia es la mente que discrimina la integridad o falta de integridad de todas las cosas”. ¡¿Permanencia?! La impermanencia parece ser (como Dogen mismo escribe en otra parte) una “enseñanza inamovible” en el buddhadharma. ¿Cómo es que la “permanencia” se las ingenia para meterse en el discurso de Dogen?
Regreso a mi sueño de estar atorado en la puerta entre la vida y la muerte con mi suegra. ¿Qué lado es cuál, y quién va hacia dónde? La impermanencia y la permanencia quizás sean simplemente conceptos que están en balance -palabras, sentimientos y pensamientos que se apoyan uno a otro para ayudarnos a ir a tientas hacia el entendimiento (y al desentendimiento) de nuestras vidas. Para Dogen, “permanencia” es la práctica. Es tener la sabiduría y el compromiso para ver la diferencia entre aquello a lo que nos comprometemos a perseguir en esta vida humana, y aquello a lo que nos comprometemos a dejar ir. La buena noticia en “impermanencia es Naturaleza Búdica” es que finalmente podemos sacarnos del gancho en el que estábamos atorados. Podemos dejar ir la enorme e ilimitada labor de mejorarnos, de ser gente estelarmente acometida, tanto en nuestras vidas internas como externas. Esto no es algo pequeño, porque todos estamos sujetos a este tipo de presión interna brutal de ser y hacer más hoy que lo que fuimos e hicimos ayer- y más que lo que alguien más ha sido y ha hecho hoy y mañana.
La mala noticia en “impermanencia es Naturaleza Búdica” es que es tan grande que no hay mucho que podamos hacer al respecto. No puede ser suficiente simplemente repetir la frase para nosotros mismos. Y si no estamos luchando por realizar el Gran Despertar, la Mejora Última, ¿qué haríamos, y por qué lo haríamos? Dogen afirma un camino y motivación. Si la impermanencia es el gusano en el corazón de la manzana del yo, haciendo el sufrimiento un factor incorporado en la vida humana, entonces la permanencia es el pétalo que emerge del sépalo de la flor de la impermanencia. Hace la felicidad posible. La impermanencia es permanente, el proceso continuo de vivir, morir y del tiempo. La permanencia es el nirvana, la dicha, la cesación, el alivio- el nunca perecedero, siempre cambiante, y creciente campo de la práctica.
La impermanencia no es sólo para ser superada y conquistada. También es para ser vivida y apreciada.
En la escena final del Buda, como es relatada en el sutra, el contraste entre los monásticos que se arrancaron el cabello, levantaron sus brazos, y se arrojaron al piso en su lamento, y aquellos quienes recibieron el paso del Buda con ecuanimidad, no podría ser más grande. El sutra parece implicar desaprobación de los primeros, y aprobación a los segundos. O quizás la aprobación y desaprobación están en nuestra lectura. Dado que si la impermanencia es permanencia, es Naturaleza Búdica entonces la pérdida es pérdida, y es también felicidad, y ambos conjuntos de monásticos deben ser aprobados. La impermanencia no es sólo para ser superada y conquistada. También es para ser vivida y apreciada, porque refleja el lado del “todos somos” de nuestra naturaleza humana. Los monásticos llorando y lamentándose no sólo estaban expresando su apego; también estaban expresando su inmersión en esta vida humana, y su amor por alguien a quien veneraban.
He experimentado esto más de una vez en tiempos de grandes pérdidas. Mientras que quizás yo no me arranque el cabello y me arroje al lamento, he experimentado tristeza extrema y pérdida, sintiendo el mundo entero llorando y oscuro con la ausencia fresca de alguien a quien amo. Al mismo tiempo, he sentido algo de apreciación y ecuanimidad, debido a que la pérdida, abrasadora como puede ser, también es hermosa – triste y hermosa. Mis lágrimas, mi tristeza, son hermosas porque son la consecuencia del amor, y mi duelo me hace amar el mundo y la vida aún más. Cada pérdida que he experimentado, cada lección de impermanencia personal y emocional que la vida ha sido tan amable de ofrecerme, me ha hecho profundizar en mi capacidad para amar.
La felicidad que promete la práctica espiritual no es una dicha sin fin, alegría sin fin, y una trascendencia elevada. ¿Quién querría eso en un mundo en el que hay tanta injusticia, tanta tragedia, tanta infelicidad, enfermedad y muerte? Sentir el latigazo de la impermanencia y la pérdida, y apreciarlos profundamente al mismo tiempo en el que apreciamos la esencia hermosa de lo que significa ser -esta es la profunda verdad que escucho reverberando en las últimas palabras del Buda. Todo se desvanece. La práctica sigue.
ACERCA DE NORMAN FISCHER
Norman Fischer es el fundador de Everyday Zen Foundation. Su libro más reciente es The World Could Be Otherwise: Imagination and the Bodhisattva Path.
ACERCA DE RATNA DAKINI (Traductora)
ratna dakini es una yoguini budista tibetana, poeta y traductora originaria de México. Ha publicado dos libros de poesía de dharma, el último titulado Sunbird (2020). Ha traducido para la Comunidad de Meditación de Tergar por Aprox. 6 años, y continúa traduciendo para Tergar, así como para la página en español de Lion’s Roar. Actualmente vive en San Miguel de Allende, donde enseña Yoga, practica danza y prepara un tercer libro de poesía.
https://www.lionsroar.com/la-impermanencia-es-naturaleza-budica/