Una colaboración de Jose Frechina
Democracia y Mercados en el Nuevo Orden Mundial
NOAM CHOMSKY
Tomado de la librería virtual UTOPIA.
Existe una imagen convencional acerca de la nueva era en que estamos entrando y las promesas que implica. Esa imagen fue formulada con claridad por el asesor de Seguridad Nacional, Anthony Lake, cuando presentó la Doctrina Clinton en septiembre de 1993: «Durante la Guerra Fría, contuvimos la amenaza global hacia las democracias de mercado: ahora deberíamos tratar de ampliar su alcance». El «nuevo mundo» que se abre ante nosotros «presenta inmensas oportunidades» para adelantarse a fin de «consolidar la victoria de la democracia y de los mercados abiertos», agregó un año después.
l. La «verdad duradera»
Las temáticas son más profundas que la Guerra Fría, dijo Lake. La «verdad duradera» es que nuestra defensa de la libertad y justicia contra el fascismo y el comunismo fue solamente una fase en una historia de dedicación hacia «una sociedad tolerante, en la cual líderes y gobiernos existen, no para usar o abusar de la gente, sino para proveerles con libertad y oportunidades. Ésta es la «cara constante» de lo que Estados Unidos ha hecho en el mundo, y «la idea» que estamos «defendiendo» nuevamente en la actualidad. Es en la verdad duradera sobre este nuevo mundo» en que podemos perseguir nuestra misión histórica de una manera más efectiva, enfrentando a los «enemigos de la sociedad tolerante» -a la cual siempre estuvimos dedicados- que siguen en pie, moviéndonos desde la «contención» hacia el «agrandamiento». Por fortuna para el mundo, la única superpotencia es, «por supuesto», única en la historia en el sentido de que «no estamos buscando expandir el alcance de nuestras instituciones mediante la fuerza, subversión o represión», utilizando la persuasión, compasión y medios pacíficos’
Los comentaristas estuvieron debidamente impresionados con esta lúcida «visión de política exterior». Este punto de vista domina el discurso público y académico a tal grado que es superfluo contrastarlo con la realidad Su temática básica fue posiblemente expresada de manera más sucinta por el Eaton profesor para la Ciencia de Gobierno y Director del Instituto Olin para Estudios Estratégicos de Harvard en la revista académica International Security: los Estados Unidos tienen que mantener su «primacía internacional» en beneficio para el mundo, explicaba Samuel Huntington, porque de manera única entre las naciones, su «identidad nacional está definida por una serie de valores políticos y económicos universales», particularmente «libertad, democracia, igualdad, propiedad privada, y mercados»; «la promoción de la democracia, los derechos humanos y mercados son (sic) mucho más importantes para la política americana que para la política de cualquier otro país».
Dado que esto es un asunto de definición, como enseña la Ciencia de Gobierno, podemos ahorrarnos la aburrida tarea de la confrontación empírica. Una medida sabia. Una indagación revelaría rápidamente que la imagen convencional presentada por Lake tiene un rango de verdad desde dudoso hasta falso en todos los aspectos cruciales, excepto en uno: tiene razón en urgirnos a que miremos la historia para descubrir las «verdades duraderas» en lo referente a ciertas estructuras institucionales y tomarlas en serio cuando consideramos el futuro probable, cuando esa estructura queda esencialmente sin cambios y libre para operar con pocas restricciones. Una revisión honesta sugiere que «este nuevo mundo» podría caracterizarse por un marcado cambio de la «contención» hacia el «agrandamiento», aunque no precisamente en el sentido que Lake y el coro de seguidores procuran hacernos entender. Adoptanlo una retórica ligeramente diferente de la Guerra Fría, lo que estamos viendo en proceso de evolución es un cambio de la «contención» de la amenaza de una democracia y de mercados que funcionan, hacia una campaña para «hacer retroceder » lo que se ha avanzado en un siglo de luchas frecuentemente amargas.
Aquí no hay espacio para revisar la «faz constante del poder estadounidense, pero podría ser de ayuda ver algunos casos típicos que ilustran estructuras que son bastante generales y que son instructivos en cuanto a eventuales desarrollos futuros.
Primero, una verdad trivial metodológica. Si queremos aprender algo sobre los valores y objetivos de los líderes soviéticos, observamos lo que hicieron dentro de sus ámbitos de poder. El mismo curso será seguido por un analista racional que quiere acerca de los valores y objetivos del liderazgo americano y el mundo que trataron de crear. Los contornos de este mundo fueron delineados por la embajadora ante las Naciones Unidas, Madeleine Albright, justo cuando Lake elogiaba nuestro histórico compromiso con los principios pacifistas. Ella informó al Consejo de Seguridad, que estaba dudando de una resolución dictada por Estados Unidos acerca de Irak, que Estados Unidos seguirá actuando de manera «multilateral, cuando podamos, y unilateral, cuando tengamos que hacerlo». Haga su juego como quiera, pero en el mundo real «se hace lo que nosotros decimos», como expresaba el presidente Bush sobre esta doctrina fundamental de una manera más brusca, mientras que bombas y misiles llovían sobre lrak. Estados Unidos tiene derecho a actuar unilateralmente, la embajadora Aibright instruía al errado Consejo, porque «nosotros reconocemos al Medio Oriente como vital para los intereses nacionales estadounidenses». No s requiere mayor concesión de autoridad.
De hecho, Irak sería un buen ejemplo para ilustrar las «verdades duraderas» del mundo real, pero es más informativo volver la mirada hacia la región donde Estados Unidos ha tenido la mayor libertad para actuar corno te plazca, de tal manera que los valores y objetivos de] liderazgo político y su versión del «interés nacional» que representa son exhibidos con la mayor claridad. Volvamos hacia «nuestra pequeña cercana región que nunca ha preocupado a nadie», como el secretario de Guerra Henry Stimson describió el hemisferio a final de la Segunda Guerra Mundial, mientras explicaba que todos los sistemas regionales tienen que ser desmantelados excepto el nuestro, que tiene que ser extendido., una posición perfectamente razonable, dado que «lo que era bueno para nosotros era bueno para el mundo» y cualquier cosa que hacemos es «parte de nuestra obligación para con la seguridad del mundo», agregaba el colega liberal de Stimson, Abe Fortas, descartando las sospechas irracionales de Churchill de que Estados Unidos albergaba ideas de dominación.
El derecho de Estados Unidos de actuar unilateralmente y de controlar esas regiones que selecciona es único, tal como compete a la única potencia que está «definida» por su dedicación hacia todo lo bueno. El intento de Japón de mimetizar la Doctrina Monroe en su «pequeña región» produjo la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, y la Guerra del Golfo fue una reacción a la propuesta de Saddam Hussein de que los asuntos de otra región «vital para los intereses estadounidenses» fueran manejados por una organización regional. Dentro de «nuestra pequeña región», la organización regional que nosotros seguramente dominamos está autorizada para funcionar, pero dentro de límites. Si los latinoamericanos «intentaran usar irresponsablemente su fuerza numérica dentro de la OEA», explicaba John Dreier en su estudio de la organización, «si llevan a extremos la doctrina de la no-intervención, si no le dejan a Estados Unidos otra alternativa que la de actuar unilateralmente para protegerse a sí mismo, entonces habrán destruido no sólo la base de la cooperación hemisférica para el progreso sino toda la esperanza de un futuro seguro para ellos mismos». Estados Unidos tendrá que actuar «unilateralmente cuando esté obligado a hacerlo». Esas condiciones están aún vigentes en los límites extremos de la tolerancia, bajo la política del Buen Vecino, de Franklin Delano Rooseveit, que llevaban una «obligación implícita de reciprocidad», enfatizo el oficial para América Latina del Departamento de Estado, Robert Woodward: «La admisión de una ideología extraña en un gobierno americano obligaria a Estados Unidos a tomar medidas defensivas» unilateralmente. Huelga decir, que nadie más tiene tal derecho, en particular, ningún derecho de defenderse de Estados Unidos y su, «ideología» que no son «extranjeros», sino, de hecho, nada más que la vindicación de objetivos que cualquier persona razonable ha de buscar.
La dedicación hacia las «verdades duraderas» cubre el espectro. En el extremo disidente, el historiador y asesor del presidente Carter para América Latina, Robert Pastor, escribe que Estados Unidos quiere que otras naciones «actúen de manera independiente, excepto cuando esto afectaría los intereses estadounidenses adversamente»; Estados Unidos nunca ha querido «controlarlas», mientras que no «salgan del control». Nadie, pues, puede acusar al liderazgo de Estados Unidos de no estar preocupado salvo con «el bien del mundo», incluyendo la plena libertad para actuar como nosotros dictamos. Si nuestros subalternos usan la libertad que concedimos, en una forma necia, entonces tenemos todo el derecho de responder unilateralmente en autodefensa, aunque las opiniones varían en cuanto a las decisiones tácticas correctas, lo que genera las divisiones entre «palomas» y «halcones».
Por supuesto, es la región centroamericana~caribeña la que refleja de manera más clara «la idea» con la cual el poder estadounidense está más comprometido, de la misma forma que los satélites de Europa oriental revelaron los objetivos y valores del Kremlin. Esta región, que es rica en recursos y potenciales, es una de las principales regiones de horror en el mundo. Durante los años ochenta fue nuevamente el escenario de terribles atrocidades, cuando Estados Unidos y sus clientes dejaron esos países devastados -seguramente más allá de una posible recuperación-, cubiertos con cientos de miles de cuerpos torturados y mutilados. Las guerras terroristas promovidas y organizadas por Washington se dirigieron en gran medida contra la Iglesia, que se había atrevido a adoptar «la opción preferencial para los pobres» y, por lo tanto, tenía que enseñársela las lecciones habituales por desobediencia criminal. Casi no sorprende que esa horripilante década se iniciara con el asesinato de un arzobispo y terminara con la matanza de seis líderes intelectuales jesuitas, en ambos casos por fuerzas armadas y entrenadas por Washington.
Durante los años que delimitan ambos eventos, estas fuerzas devastaron toda la región, acumulando un horroroso récord, incluidos agresión y terror condenados por la Corte Mundial de Justicia en una decisión que fue descartada con un gesto de irritación y desprecio por Washington y la opinión intelectual, en general. La misma suerte le tocó al Consejo de Seguridad y la Asamblea General de las Naciones Unidas, cuyas llamadas en favor de la adherencia a la ley internacional apenas fueron reportadas. Después de todo, un juicio razonable, ¿Por qué debería ponerse atención a aquellos que sostienen la ridícula idea de que la ley internacional o los derechos humanos podrían entrar en los cálculos de un poder que siempre ha rechazado «la fuerza, la subversión o represión», y que, por definición se adhiere al principio de que «los gobiernos no existen para usar o abusar de su gente, sino para proveerlas con libertad y oportunidades»? La «verdad duradera» fue bien formulada por un distinguido hombre de Estado hace dos siglos: «Grandes almas se preocupan poco por pequeñas moralidades».
Una mirada a esta región nos enseña mucho sobre nosotros mismos. Pero éstas son lecciones falsas y, por ende, excluidas del discurso respetable. Otra lección equivocada, y por lo mismo necesariamente consignada al mismo destino, es que la Guerra Fría ha tenido poco que ver con todo esto, aparte de proveer pretextos. Las políticas fueron las mismas antes de la Revolución Bolchevique y han continuado sin cambio desde 1989. Sin una «amenaza soviética», Woodrow Wilson invadió Haití (y a la República Dominicana), desmantelando el sistema parlamentario porque se negó a adoptar una constitución «progresista» que permitiera a los norteamericanos apropiarse de las tierras de Haití, matando a miles de campesinos, restaurando virtualmente la esclavitud y dejando al país en manos de un ejército terrorista como plantación estadounidense y posteriormente como una plataforma de exportación para empresas de ensamblaje bajo condiciones miserables. Después de su desafortunado y rápidamente terminado experimento con la democracia, el sistema tradicional fue restaurado con asistencia estadounidense, justo cuando Lake anunciaba la Doctrina Clinton, mostrando a Haití como el primordial ejemplo de nuestra pureza moral. En otras partes también las políticas continuaron sin cambio esencial después de la caída del muro de Berlín, seguido a las pocas semanas por la invasión de Bush a Panamá para restaurar el poder a una camarilla de banqueros europeos y narcotraficantes, con las consecuencias previsibles en un país que quedó bajo ocupación militar, tal como lo aceptó el mismo gobierno títere puesto en el poder por la fuerza estadounidense.
Habría mucho que decir sobre estos asuntos. Pero vamos a ver un caso que posiblemente es aún más revelador y que también ilustra la relevancia marginal de la Guerra Fría en cuanto a las actitudes tradicionales estadounidenses hacia la democracia y los derechos humanos. Regresaré a los «mercados libres» más adelante.
El ejemplo que sugiero analizar es Brasil, descrito en décadas anteriores de¡ siglo como «el coloso del Sur», un país con enormes riquezas y ventajas que debería ser uno de los más ricos de¡ mundo. «No hay mejor territorio en el mundo para la explotación que el de Brasil», observó el Wall Street Journal hace 70 años. En ese entonces, Estados Unidos procedía a desplazar a sus principales enemigos, Francia e Inglaterra, aunque éstos lograron durar hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos fue capaz de excluirlos de la región y apoderarse de Brasil como un «área de experimentación para métodos modernos de desarrollo industrial», en palabras de una muy reputada monografía escolástica sobre las relaciones Estados Unidos-Brasil, escrita por el historiador y diplomático Gerald Haines, que también es un historiador de jerarquía de la CIA. Esto fue un componente de un proyecto global, que Estados Unidos «asumió por interés propio, la responsabilidad para el bienestar del sistema mundial capitalista» (Haines), Desde 1945, el «área de experimentación» ha sido favorecida por una intensa guía y tutela de Estados Unidos. El resultado es «una verdadera historia americana de éxito ; las políticas americanas para Brasil fueron enormemente exitosas», produciendo «un crecimiento económico impresionante basado sólidamente en el capitalismo», un testimonio de nuestros objetivos y valores-
El éxito es real. Las inversiones y ganancias estadounidenses florecieron y a la pequeña elite le fue de maravilla; un ,milagro económico», en el sentido técnico de este término. Hasta 1989, el crecimiento brasileño superó con creces el de Chile -muy elogiado-, que ahora es el alumno estrella, dado que Brasil sufrió un colapso y entonces cambió automáticamente del triunfo de una democracia de mercado a una ilustración de los fracasos del estatismo, si no marxismo, una transición que se realiza sin esfuerzos y de manera rutinaria dentro del sistema doctrinal, según las circunstancias lo requieran.
Mientras tanto, en el apogeo del milagro económico, la abrumadora mayoría de la población ocupaba un lugar entre las más miserables en el mundo, y hubiera considerado a Europa oriental como un paraíso, un hecho que también enseña las lecciones equivocadas y que por lo tanto es suprimido con una disciplina impresionante, junto con otros semejantes.
La historia del éxito para inversionistas extranjeros y una fracción de la población, refleja los valores que guían a los tutores y diseñadores de esta política. Su objetivo, como lo describe Haines, consistía en «eliminar toda competencia extranjera» de América Latina a fin de «mantener el área como un mercado importante para la surplus-producción industrial estadounidense e inversiones privadas y explotar las amplias reservas de materias primas y para mantener fuera al comunismo internacional». La última frase es simplemente un ritual; como anota Haines, la inteligencia estadounidense no podía encontrar ninguna indicación de que el «comunismo internacional» trató de «meterse», aun si esto hubiera sido una posibilidad.
Pero aunque el «comunismo internacional» no fue un problema, el «comunismo» definitivamente lo fue, si entendemos el término en el sentido técnico de la cultura de elite. Este sentido fue incisivamente explicado por John Foster Dulles en una conversación privada con el presidente Eisenhower, quien había observado tristemente que en todo el mundo, los comunistas locales tenían ventajas injustas. Ellos estaban en condiciones de «apelar directamente a las masas», se quejaba Eisenhower. Es una apelación «que nosotros no podemos duplicar», agregó Dulles, explicando por qué: «Ellos apelan a la gente pobre y éstos siempre han querido robar a los ricos». Nosotros encontramos difícil «apelar directamente a las masas» en vista de nuestro principio de que los ricos tienen que robar a los pobres, un problema de relaciones públicas que queda sin resolverse.
En este sentido -el operativo-, los comunistas abundan, y nosotros tenemos que asegurar «la sociedad tolerante» de sus abusos y crímenes, asesinando a sacerdotes, torturando a organizadores sindicales, matando campesinos y persiguiendo en otras formas nuestra vocación gandhiana.
El problema existía aun antes de que el término «comunista» se volviera disponible para etiquetar a los heréticos. En los debates de 1787 sobre la Constitución Federal, james Madison observó que: «En Inglaterra, en este día, si las elecciones fueran abiertas para toda clase de gente, la propiedad de los dueños de tierras estaría insegura. Pronto se haría una ley agraria». Para parar semejante injusticia, «nuestro gobierno debe asegurar los intereses permanentes de¡ país contra la innovación», estableciendo pesos y contrapesos para «proteger a la minoría de los opulentos contra la mayoría»‘. Se requiere bastante talento para no ver que esta «verdad duradera» ha sido el «interés nacional» desde entonces hasta hoy día, y que la «sociedad tolerante» reconoce el derecho de sostener este principio «unilateralmente si nos obligan», y con extrema violencia si es necesario.
El lamento de Dulles es persistente en los documentos internos. De ahí que, en julio de 1945, cuando Washington , asumió por interés propio la responsabilidad por el sistema capitalista mundial», una extensa investigación de los Departamentos de Estado y de Guerra advirtió sobre una «creciente marea a nivel mundial en la cual la gente común aspira a horizontes más altos y amplios». La Guerra Fría no fue irrelevante para este prospecto ominoso. El estudio advierte -si bien Rusia no había dado señales del crimen- que ella «no hubiera coqueteado con la idea» de apoyar esas aspiraciones de la gente común. Tenemos que actuar, en consecuencia, en forma directa para contener la amenaza para las democracias de mercado, como entendemos la noción. De hecho, el Kremlin alegremente se unió con el capo en jefe de la Mafia en la destrucción de las aspiraciones de la gente común, en «nuestra pequeña región» y otras partes. Pero uno nunca puede estar seguro, y la mera existencia de una fuerza «fuera de control» ofreció un espacio peligroso para la no-alineación e independencia, lo que es parte del significado real de la Guerra Fría.
Por cierto, la URSS fue culpable de otros crímenes. Washington y sus aliados estaban profundamente preocupados porque sus dependencias tradicionales estuvieran impresionadas con el desarrollo soviético (y chino), particularmente en comparación con «historias de éxito» como la de Brasil; los disciplinados intelectuales occidentales posiblemente no son capaces de entender esto, pero los campesinos tercermundistas pueden. La asistencia económica del bloque soviético fue considerado también una seria amenaza, a la luz de las prácticas occidentales. Tomemos india como ejemplo. Bajo el dominio británico cayó en decadencia y miseria, pero algún desarrollo comenzó después de la salida de los británicos. Esto, sin embargo, no fue válido para la industria farmacéutica, donde empresas transnacionales (en su mayoría británicas) hicieron ganancias tremendas en la India mediante precios muy altos, aprovechando su monopolio de mercado. Con ayuda de la Organización Mundial de la Salud y de UNICEF, India comenzó a escaparse de estos controles, pero la producción de medicinas por parte del sector público fue finalmente establecida mediante tecnología soviética. Esto produjo una reducción radical en los precios de medicinas; para algunos antibióticos los precios cayeron hasta el 70%, obligando a las transnacionales a recortar sus precios. Una vez más, la malicia soviética había socavado la democracia de mercado, permitiendo a millones de personas en India sobrevivir a enfermedades. Por suerte, con el criminal ido y el capitalismo triunfante, las transnacionales están volviendo a tener el control, gracias, recientemente, a las características fuertemente proteccionistas del último tratado de GATT; de ahí que quizás podemos esperar un marcado incremento en defunciones junto con crecientes ganancias para la «minoría opulenta» en cuyos «intereses permanentes» los gobiernos democráticos tienen que trabajar’.
La historia oficial es que occidente estuvo horrorizado por el estalinismo debido a sus atrocidades. Esta pretensión no puede tomarse en serio ni por un momento, como tampoco las pretensiones semejantes sobre los horrores fascistas. Moralistas occidentales han tenido poca dificultad en unirse con asesinos a gran escala y torturadores, desde Mussolini y Hitler hasta Suharto y Saddam Hussein, Los horribles crímenes de Stalin preocupaban poco. El presidente Truman admiraba al brutal tirano, considerándolo «honesto» y «astuto como el diablo». Truman sentía que su muerte sería una «verdadera catástrofe». Él podía «entenderse» con Stalin, mientras Estados Unidos imponía sus intereses el 85% de las veces, observaba Truman: lo que pasaba dentro de la URSS no era su asunto. Otras figuras dirigentes estaban de acuerdo. En reuniones de los tres grandes, Winston Churchill elogiaba a Stalin como «un gran hombre, cuya fama se ha extendido no sólo en toda Rusia sino en el mundo entero», y hablaba cálidamente de su relación de «amistad e intimidad» con esta estimable criatura: «Mi esperanza -decía Churchill- radica en el ilustre presidente de Estados Unidos y en el Mariscal Stalin, en quienes encontraremos los campeones de la paz, quienes, después de golpear al enemigo nos conducirán para llevar adelante la tarea contra la pobreza, la confusión, el caos y la opresión». «El Premíer Stalin es una persona de mucho poder, en quien tengo toda la confianza», dijo Churchill a su gabinete te en privado en febrero de 1945, después de Yalta; por eso era importante que quedara en el poder. Churchill estuvo particularmente impresionado con el apoyo de Stalin a la sanguinaria represión de la resistencia antifascista griega, encabezada por los comunistas, que fue uno de los brutales episodios dentro de la campaña mundial de los libertadores para restaurar las estructuras básicas y las relaciones de poder de los enemigos fascistas, mientras dispersaban o destruían la resistencia, con sus radicales democráticas tendencias y su incapacidad para comprender los derechos y necesidades de la «minoría opulenta».
Regresando a Brasil, durante los primeros años de la década de los sesenta, el experimento estadounidense se enfrentó a un problema familiar:’ la democracia parlamentaria. Para remover el impedimento, el gobierno de Kennedy preparó las bases para un golpe militar, que instituyó un régimen de torturadores y asesinos que entendieron las «verdades duraderas». Brasil es uno de los países principales, y el golpe tuvo un significativo efecto de dominó, La plaga de la represión se extendió desde el Coloso del Sur a través de todo el continente, con un apoyo e involucramiento consistente de Estados Unidos. El objetivo fue descrito de manera precisa por Lars Schoultz, el reconocido especialista académico americano en derechos humanos y política exterior estadounidense en América Latina: «Destruir de manera permanente una amenaza percibido para la estructura existente de privilegio socioeconómico mediante la eliminación de la participación de la mayoría numérica….. »Nuevamente, la Guerra Fría no tenía virtualmente nada que ver con esto. Y como siempre, la URSS estuvo muy contenta de colaborar con los asesinos más depravados, aunque por razones completamente cínicas ofreció a veces asistencia a gente que trataba de defenderse de] ejecutor hemisférico, y sirvió como un disuasivo contra la implementación total de la violencia estadounidense -uno de los pocos casos auténticos de disuasión, pero que por algún motivo sufre de prominencia en tantos estudios sobrios de la teoría de la disuasión.
Conforme a la doctrina convencional, mediante el derrocamiento del régimen parlamentario en nuestra «área privada» e instalando un Estado de Seguridad Nacional gobernado por generales neonazis, los gobiernos de Kennedy y Johnson -en el apogeo del liberalismo americano- estaban «conteniendo la amenaza mundial hacia las democracias de mercado». Ésta es la tesis que debíamos entonar con propia solemnidad. Y en aquel entonces el asunto fue presentado en esta forma, levantando pocos escrúpulos detestables. El golpe militar fue «una gran victoria para el mundo libre», explicó el embajador deyennedy, Lincon Gordon, antes de volverse presidente de una gran universidad no lejos de aquí. El golpe fue realizado «para preservar y no para destruir la democracia brasileña». En efecto, se trató del «caso más decisivo de victoria de la libertad durante mediados de¡ siglo XX», que debería «crear un clima muy mejorado para las inversiones privadas», de ahí que contenía una amenaza para la democracia de mercado, en un cierto sentido del término.
Esta concepción de democracia es ampliamente aceptada. En Estados Unidos, sus pobladores son «entrometidos e ignorantes extraños» que pueden ser «espectadores» pero no «participantes en acción», sostenía Walter Lippmann en sus ensayos progresistas sobre la democracia. En el otro lado del espectro, estadistas reaccionarios de la variedad de los reaganistas les niegan aun el papel de espectadores: de ahí su dedicación sin precedente a la censura, y operaciones clandestinas que son secretas únicamente para el enemigo doméstico. La «gran bestia», como Alexander Hamilton llamaba al temido y odiado enemigo público, tiene que ser domesticado o enjaulado, si el gobierno quiere asegurar «los intereses permanentes del país».
Las mismas «verdades duraderas» son aplicables a nuestros clientes extranjeros, de hecho con mucho más vigor, dado que sus limitaciones son mucho menores. Su práctica consistente lo demuestra con brutal claridad.
La tradicional oposición estadounidense a la democracia es entendible, y a veces reconocida con justa explicitud. Tómese la década de los ochenta, cuando Estados Unidos estuvo dedicado a una «cruzada por la democracia», particularmente en América Latina, según la doctrina estándar. Algunos de los mejores estudios de este proyecto -un libro y varios artículos- son de Thomas Carothers, quien combina el enfoque del historiador con el del informador. Él estuvo en el Departamento de Estado bajo Reagan, involucrado en los programas para «asistir la democracia» en América Latina. Ésos fueron «honestos», escribe, pero en gran medida un fracaso -un fracaso extrañamente sistemático-. Donde la influencia estadounidense era menor, el progreso fue mayor: en el cono sur de América Latina, donde hubo un progreso real al cual se opusieron los reaganistas, éstos se adjudicaron el crédito por él, cuando no pudieron impedirlo. Donde la influencia estadounidense fue más grande -en Centroamérica-, el progreso fue menor. Ahí Washington «buscó inevitablemente sólo formas de cambio democrático limitadas y de arriba hacia abajo, que no pusieran en riesgo las estructuras tradicionales de poder con las cuales Estados Unidos ha estado aliado por mucho tiempo», escribe Carothers. Estados Unidos buscó mantener «el orden básico de… sociedades bastante no-democráticas» y de evitar «cambio basado en el populismo» que podría trastornar «órdenes económicos y políticos establecidos» y abrir «una dirección de izquierda».
Esto es precisamente lo que estamos viendo justo ahora en el modelo primordial de Lake, si decidimos abrir nuestros ojos. En Haití, al presidente electo le fue permitido regresar después de que las organizaciones populares fuesen sometidas a una dosis suficiente de terror, pero únicamente después de que aceptó un programa económico dictado por Estados Unidos que estipulaba que «el Estado renovado tiene que centrarse en una estrategia económica enfocada hacia la energía e iniciativa de la sociedad civil, especialmente del sector privado, tanto nacional como internacional». lnversionistas estadounidenses son el núcleo de la sociedad civil haitiana junto con los super-ricos que apoyaron el golpe de Estado, pero no los campesinos y habitantes de los guetos que escandalizaron a Washington creando una sociedad civil tan viva y vibrante que fueron capaces de elegir un presidente y entrar en la arena pública. Esta desviación de las normas aceptables fue superada de manera usual, con amplia complicidad estadounidense; por ejemplo, mediante la decisión de los gobiernos de Bush y Clinton de permitir a Texaco el envío de petróleo a los líderes golpistas en violación de las sanciones, un hecho crucial revelado por la Associated Press el día antes del desembarco de tropas estadounidenses, pero que todavía tiene que pasar por los portales de los medios nacionales. El «Estado renovado» ha vuelto a la normalidad, siguiendo las políticas apoyadas por el candidato de Washington en las elecciones de 1990, que «salieron fuera de control», en las que recibió el 14% del voto.
Las mismas «verdades duraderas» son válidas para el peor violador de los derechos humanos en el hemisferio que -sin sorpresa alguna para cualquiera que sabe de historia- recibe la mitad de toda la ayuda militar estadounidense en el hemisferio: Colombia. Aquí se elogia como una democracia excepcional y es descrita por un grupo de derechos humanos de los jesuitas -que trata de funcionar a pesar del terror- como una «democra-dura», un término de Eduardo Galeano para la mezcla de formas democráticas y terror totalitario favorecida por la «sociedad tolerante realmente existente», cuando la democracia amenaza con «salirse del control».
2. Democracia, mercados y derechos humanos
En el mundo real, democracia, mercados, y derechos humanos están bajo un serio ataque en muchas partes del mundo, incluyendo a las más importantes democracias industriales. Además, la más poderosa de ellas -Estados Unidos- en cabeza el ataque. Y en el mundo real, Estados Unidos nunca ha apoyado mercados libres, desde su historia más temprana hasta los años de Reagan, en que establecieron nuevos estándares de proteccionismo e intervención estatal en la economía, contrario a muchas ilusiones.
El historiador de economía Paul Bairoch recalca que «la escuela moderna de pensamiento proteccionista… nació en efecto en Estados Unidos», que fue el «país padrino y el bastión del proteccionismo moderno». Tampoco estuvo solo Estados Unidos. Gran Bretaña seguía un curso semejante antes que nosotros, volcándose hacia el libre comercio sólo después de que 150 años de proteccionismo le hubiese dado tan enormes ventajas que «condiciones competitivas iguales» parecían estar aseguradas, abandonando esta posición cuando. la expectativa dejó de ser satisfecha. No es fácil encontrar una excepción. Los Primer y Tercer Mundos de hoy fueron mucho más similares durante el siglo XVIII. Una de las razones de las enormes diferencias desde entonces es que los que dominaban no aceptarían la disciplina del mercado que impusieron a la fuerza en sus dependencias. El «mito» más extraordinario de la ciencia económica, concluye Bairoch desde una revisión del desarrollo histórico, consiste en que el mercado libre provee el sendero del desarrollo: «Es difícil encontrar otro caso donde los hechos contradicen tanto una teoría dominante», escribe, subvalorando la importancia de la intervención del Estado para los ricos porque se limita de manera convencional a una restringida categoría de interferencias de mercado.
Para mencionar sólo un aspecto de la intervención estatal que, comúnmente se omite de la historia económica estrechamente construida, hay que recordar que la revolución industrial temprana fue fundada sobre el algodón barato, al igual que la «edad de oro» de post-1945 dependía del petróleo barato. El algodón no se mantuvo barato por los mecanismos de mercado: más bien, por la eliminación de la población nativa y la esclavitud, -una interferencia más bien seria con el mercado, no considerado como un tópico de economía, sino de otra disciplina-. Si las ciencias naturales tuvieran un departamento dedicado a los protones, otro a los electrones, un tercero a la luz, etc., cada uno limitándose a su dominio designado, habría poco temor de que se entendiera a la naturaleza.
El historial es impresionantemente consistente. Gran Bretaña utilizaba la fuerza para impedir el desarrollo industrial en la India y Egipto, actuando muy conscientemente para socavar una potencial competencia. Después de la revolución estadounidense, sus antiguas colonias se desarrollaron sobre un sendero propio, basándose en una extensiva protección y subsidios para su propia revolución industrial, primero en textiles y maquinaria, después acero y manufactura y así hasta el día de hoy: computadoras y electrónica en general, metalurgia, la industria aeronáutica, la agricultura, los farmacéuticos, de hecho, virtualmente todo sector operativo de la economía. Desde la Segunda Guerra Mundial, el sistema del Pentágono -incluyendo a la NASA y al Departamento de Energía ha sido usado como un mecanismo óptimo para canalizar subsidios públicos hacia los sectores avanzados de la industria, una de las razones por las que sigue existiendo con escasos cambios después de la desaparición del presupuesto alegado. El actual presupuesto del Pentágono es más alto en dólares reales que bajo Nixon y no muy por debajo de su promedio durante la Guerra Fría y probablemente se incrementará bajo las políticas de los reaccionarios estadistas mal llamados «conservadores». Como siempre, mucho de eso funciona como una forma de política industrial, un subsidio del contribuyente fiscal a la ganancia y el poder privados.
Partidarios más extremos del poder estatal y de la intervención han expandido estos mecanismos de asistencia social para los ricos. Básicamente por medio de los gastos militares, el gobierno de Reagan aumentó la proporción estatal en el PIB a más del 35% hasta el año de 1983, un incremento mayor al 30%, comparado con la década anterior. La guerra de las galaxias fue vendida al público como «defensa» y a la comunidad empresarial como un subsidio público para tecnología avanzada. Si se hubiera permitido que las fuerzas del mercado funcionaran, entonces no habría una industria de acero automovilístico estadounidense ahora. Los reaganistas simplemente cerraron el mercado a la competencia japonesa. El entonces secretario de Hacienda, ]ames Baker, proclamó orgullosamente ante un público empresarial que Reagan «había concedido más alivio de las importaciones a la industria estadounidense que cualquiera de sus predecesores en más de medio siglo». Era demasiado modesto: fue, de hecho, más que todos sus predecesores juntos, aumentándose las restricciones a las importaciones en un 23%. El economista internacional y director del instituto para la Economía Internacional, en Washington, Fred Bergsten (quien realmente aboga en favor del comercio libre), agrega que el gobierno de Reagan se especializó en el tipo de «comercio gerenciado» que más «restringe el comercio y cierra mercados», como por ejemplo los acuerdos de restricción voluntaria de exportaciones. Ésta es la «forma más insidiosa de proteccionismo», recalcaba, que «aumenta los precios, reduce la competencia y refuerza el comportamiento tipo cartel». El Informe Económico 1994 para el Congreso estima que las medidas proteccionistas de Reagan redujeron las importaciones industriales en un 20%.
Mientras que la mayoría de las sociedades industriales se han vuelto más proteccionistas en las décadas recientes, los reaganistas muchas veces lideraron el proceso. Los efectos sobre el Sur han sido devastadores. Las medidas proteccionistas de los ricos han sido un factor principal en la duplicación del abismo -ya de por sí grande- entre los países más pobres y los más ricos, desde 1960. El Informe de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo, de 1992, estima que tales medidas han privado al Sur de 500.000 millones de dólares al año, esto es alrededor de 12 veces la «ayuda» total -que en su mayor parte, de hecho, es promoción de exportaciones bajo diferentes disfraces. Este comportamiento es «virtualmente criminal», observó recientemente el distinguido diplomático y autor irlandés, Erskine Childers.. Uno podría detenerse un momento para ver, por ejemplo el «genocidio silencioso» condenado por la OMS: 1 1 millones de niños que mueren cada año porque los países ricos les niegan centavos de ayuda, siendo Estados Unidos el más miserable de todos, aun si incluimos el componente más grande de «ayuda», que va hacia uno de los países ricos, el cliente americano Israel. Es un tributo al sistema de propaganda estadounidense el que sus ciudadanos groseramente sobrestimen los gastos de ayuda externa, al igual que hacen con la asistencia social, que también es miserable a la luz de los estándares internacionales, si excluimos la asistencia social para los ricos, y no la que tienen en la mente.
Los reaganistas reconstruyeron también la industria estadounidense de tarjetas electrónicas (chips) mediante medidas proteccionistas y un consorcio de gobierno e industria, para impedir que los japoneses se posesionaran de ella. El Pentágono, bajo Reagan, apoyó también el desarrollo de computadoras avanzadas, convirtiéndose -en palabras de la revista Science– en «una fuerza clave del mercado» y «catapultando la computación paralela masiva del laboratorio hacia el estado de una industria naciente», para ayudar de esta manera a la creación de muchas «jóvenes compañías de supercomputación».
La historia sigue y sigue en prácticamente todos los sectores de la economía que funcionan.
La crisis social y económica global es comúnmente atribuida a fuerzas de mercado que son inexorables. Los analistas se dividen entonces en torno a la contribución de varios factores, primordialmente la automatización y el comercio internacional. Hay un elemento considerable de decepción en todo esto. Grandes subsidios estatales y la intervención del Estado siempre han sido necesarios, y todavía lo son, para hacer aparentar como eficiente al comercio, pasando por alto los costos ecológicos impuestos a las generaciones futuras que no «votan» en el mercado, y otras «externalidades», consignadas en las notas al pie de página. Para mencionar sólo una pequeña distorsión del mercado, una buena parte del presupuesto del Pentágono ha sido dedicada para «asegurar el flujo del petróleo a precios razonables» desde el medio Oriente, «predominantemente un territorio reservado para Estados Unidos», como observa Phebe Marr, de la Universidad de Defensa Nacional, en una revista académica; ésta es una contribución a la «eficiencia del comercio» que pocas veces recibe atención.
Véase el segundo factor, la automatización. Seguramente contribuye a las ganancias en algún momento, pero este momento fue alcanzado por décadas de protección dentro del sector estatal -la industria militar- como David Noble ha demostrado en una obra importante. Además ha demostrado que la forma específica de automatización fue escogida frecuentemente por razones de poder más que de ganancia o eficiencia; fue diseñada para des profesionalizar a los trabajadores y subordinarlos al management, no por principios de mercado o la naturaleza de la tecnología, sino por razones de dominación y control.
Lo mismo es cierto en un sentido más general. Ejecutivos han informado a la prensa empresarial que una razón principal para trasladar trabajos industriales a países que tienen mano de obra más cara es obtener ventajas en la guerra de clases. «Nos preocupa tener sólo un lugar donde se hace un producto», explica un ejecutivo de la corporación Gillette, principalmente por «problemas laborales». Si los trabajadores en Boston van a la huelga, explica, Gillette podría suministrar tanto a los mercados europeos como a los estadounidenses desde su planta en Berlín, rompiendo, de esta manera la huelga. Por lo mismo es simplemente razonable que Gillette emplee tres veces más trabajadores fuera de Estados Unidos, independientemente de los costos y no por razones de eficiencia económica. De manera similar, la corporación Caterpillar, que ahora está tratando de destruir los últimos restos del sindicalismo industrial, está prosiguiendo «una estrategia empresarial que ha empujado a los trabajadores americanos desde una posición de desafío hacia una de sumisión», informa el corresponsal para asuntos empresariales, James Tyson. La estrategia incluye «manufacturar en instalaciones más baratas en el exterior y contar con importaciones desde fábricas en Brasil, Japón y Europa». Esto se facilita por las ganancias que se han vuelto extraordinarias al tiempo que se diseña la política social para enriquecer a los acaudalados; la contratación de «temporales» y «trabajadores de remplazo permanente» en violación de los estándares internacionales del trabajo; y la complicidad del Estado criminal que se niega a cumplir con las leyes laborales, una posición convertida en cuestión de principio por los reaganistas, como Business Week documentó en una importante reseña.
El significado real del «conservadurismo de mercado libre» es ilustrado si observamos de cerca a los entusiastas más apasionados por querer «quitarnos el gobierno de encima» y dejar que el mercado reine sin ser perturbado. El vocero de la Cámara baja, Newt Gingrich, es quizás el ejemplo más impresionante. Él representa al Condado de Cobb en Georgia, que el New York Times seleccionó para ilustrar en una nota de primera plana a la creciente ola de «conservadurismo» y de desprecio para el «Estado-nana». El título dice: «El conservadurismo florece entre los supermercados», en este acaudalado suburbio de Atlanta, escrupulosamente aislado de cualquier infección urbana, de tal manera que los habitantes pueden disfrutar de sus «valores empresariales» y entusiasmos de mercado, defendidos en el Congreso por el guía conservador, Newt Gingrich, en un «mundo de Norman Rockwell con computadores de fibra óptica y aviones jet», como Gingricht describió su distrito con mucho orgullo’.
Hay, sin embargo, una pequeña nota al pie de página. El Condado de Cobb recibe más subsidios federales que cualquier otro suburbio en el país, con dos excepciones interesantes: Arlington, Virginia, que es, efectivamente, parte del gobierno federal, y la zona de Florida que alberga el Centro Espacial Kennedy, otro componente del sistema de subsidio público-ganancia privada. Si salimos del sistema federal mismo, el Condado de Cobb toma el liderazgo en extorsionar fondos del contribuyente fiscal, quien es también responsable del financiamiento de «aviones jet y computadores con fi fibras ópticas» del mundo de Norman Rockwell. La mayoría de los trabajos en el Condado de Cobb, debidamente con altos salarios, se ganan nutriéndose del pesebre público. La riqueza de la región de Atlanta, en general, puede trazarse sustancialmente hacia la misma fuente, Mientras tanto, los elogios de los milagros de mercado llegan a los cielos donde el «conservadurismo está floreciendo».
El «contrato con América» de Gingricht ejemplifica claramente la ideología del «libre mercado» de doble filo: protección estatal y subsidio público para los ricos, disciplina de mercado para los pobres. Llama a «recortar los gastos sociales» y los pagos en salud para los pobres y personas mayores, negando ayuda para niños y recortando programas de asistencia social -para los pobres-. También convoca a incrementar la asistencia a los ricos, siguiendo el camino clásico: medidas fiscales regresivas y subsidios directos. En la primera categoría están incluidas mayores franquicias fiscales para empresas yricos, reducción de impuestos sobre ganancias de capital, etc. En la segunda categoría se trata de subsidios de los contribuyentes fiscales para inversiones en plantas y equipo, reglas más favorables para la depreciación, el desmantelamiento del aparato regulatorio que sólo protege a la población y las generaciones futuras y fortaleciendo nuestra defensa nacional» para que podamos «mantener (mejor) nuestra credibilidad en el mundo» de tal manera que, cualquieraque tenga ideas extrañas, corno sacerdotes y organizadores campesinos en América Latina, va a entender que «lo que nosotros decimos, se hace».
La frase «defensa nacional» no es siquiera un chiste enfermizo, que debería provocar burlas entre gente que se respeta a sí misma. Estados Unidos no enfrenta ninguna amenaza, pero gasta casi tanto en «defensa» como el resto del mundo combinado. Sin embargo, los gastos militares no son bromas. Además de asegurar una particular forma de «estabilidad» en el «interés permanente» de los que cuentan, , necesita el Pentágono para proveer a Gingrich y a su rica clientela , para que puedan fulminar contra el Estado-nana que está llenando sus bolsillos.
El contrato es notablemente descarado. De ahí que las propuestas para incentivos empresariales, reducción de impuestos sobre ganancias y otras asistencias sociales de este tipo para los ricos aparecen bajo el concepto de «Ley para la creación de empleos y el acrecentamiento de los salarios». La sección incluye, en efecto, una provisión de medidas «para crear empleos y aumentar los salarios de los trabajadores» -con la palabra agregada: «sin financiamiento»-. Pero no importa. En el -Newspeakcontemporáneo, la palabra «empleos» debe entenderse como «ganancias», de ahí que se trata, en efecto, de una propuesta para «crear empleos», que continuará «acrecentando» los salarios hacia abajo.
Este patrón retórico es también general. Mientras estamos reunidos en noviembre de 1994, Clinton se prepara para ir a la cumbre económica de Asia-Pacífico en Jakarta, donde tendrá poco que decir sobre la conquista de Timor Oriental que llegó a su clímax casi genocida con la amplia ayuda militar estadounidense, o sobre el hecho de que los salarios, en lndonesia son el 50% de los de China, mientras que los trabajadores que tratan de formar sindicatos son asesinados o encarcelados. Pero, sin lugar a dudas, hablará sobre los temas que enfatizó en la última cumbre de la APEC en Seattle, donde presentó su «gran visión de un futuro de libre mercado», ante mucha reverencia, asombro y aclamación. Había decidido hacer esto en un hangar de la corporación aérea Boeing, ofreciendo este triunfo de valores empresariales como el ejemplo primordial de la gran visión de¡ mercado libre. La selección (del lugar) tiene sentido: Boeing es el principal exportador del país, aviones civiles encabezan las exportaciones industriales estadounidenses, y la industria del turismo -basada en el transporte aéreo- cuenta con el 30% del surpluscomercial estadounidense en servicios.
Sólo algunos hechos fueron omitidos ante el entusiasta coro. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Boeing prácticamente no tenía beneficios. Se enriqueció durante la guerra, con un gran incremento en inversiones, de las que más del 90% provenían del gobierno federal, Las ganancias también florecieron cuando Boeing incremento su valor neto en más de cinco veces, realizando su deber patriótico. Su «fenomenal historia financiera» en los años que siguieron, se basaba también en la largueza del contribuyente fiscal, señaló Frarik Kofsky en un estudio de las primeras fases de posguerra del sistema del Pentágono, «permitiendo a los dueños de las compañías aéreas cosechar ganancias fantásticas con inversiones mínimas de su parte».
Después de la guerra, el mundo empresarial reconoció que «la industria aérea contemporánea no puede existir satisfactoriamente en una economía libre empresarial pura, competitiva, sin subsidios y que «el gobierno es su único salvador posible» (Fortune, Business Week). El sistema del Pentágono fue revitalizado como el «salvador», para sostener y expandir la industria junto con la mayor parte del resto de la economía industrial. La Guerra Fría proveyó el pretexto. El primer secretario de la Fuerza Aérea, Stuart Symington, presentó el asunto con claridad en enero de 1948: «La palabra a usar no era ‘subsidio’; la palabra a usar era ‘seguridad». Como representante industrial en Washington, Symington regularmente demandó suficientes fondos de adquisición en el presupuesto militar para «satisfacer las necesidades de la industria aérea», como decía, ganando la Boeing la mayor parte.
Y así la historia continúa. A inicios de los ochenta, Boeing contaba con los negocios militares para «la mayor parte de sus ganancias» y después de una baja de 1989 a 1991 , su sección de defensa y espacial tuvo una «tremenda vuelta» como informó el WallStreet Journal. Una razón es el auge de ventas militares externas, cuando Estados Unidos se volvía el mayor vendedor de armamentos, cubriendo alrededor del 75% del mercado del Tercer Mundo, basándose en una amplia intervención del gobierno y subsidios públicos para suavizar el camino. En cuanto a las ganancias del mercado civil, una estimación adecuada de su volumen excluiría la contribución que se deriva de la tecnología de doble uso y otras contribuciones del sector público que son difíciles de cuantificar con precisión pero, sin lugar a dudas, muy sustanciales.
La comprensión de que la industria no puede sobrevivir en una «economía de libre empresa» se extendió mucho más allá de los aviones. La pregunta operativo después de la guerra consistía en qué forma debería tomar el subsidio público. Líderes empresariales entendieron que gastos sociales podrían estimular la economía, pero prefirieron la alternativas militar, por razones que tienen que ver con privilegio y poder, no con «racionalidad económica». En 1948, la prensa empresarial consideraba los «gastos de Guerra Fría» de Truman como una «fórmula mágica para tiempos buenos casi interminables» (Steel). Tales subsidios públicos podrían «mantener un tono ascendente», comentó Business Week, siempre y cuando los rusos cooperaran con una postura lo suficientemente amenazante. En 1949, notaron con alivio que «hasta ahora las iniciativas de paz han sido barridas a un lado» por Washington, pero siguieron preocupados porque su «ofensiva de paz», pese a todo, pudiera interferir con «el prospecto de un continuo crecimiento en los gastos militares». El Magazine of Wall Street vio los gastos militares como una forma de «inyectar nueva fuerza en toda la economía» y un par de años más tarde, consideró «obvio que tanto las economías extranjeras como la nuestra dependen ahora principalmente del volumen de los continuos gastos para armamentos en este país», referiéndose al keynesianismo militar internacional que finalmente tuvo éxito en la reconstrucción de las sociedades capitalistas industriales foráneas.
El sistema del Pentágono tiene numerosas ventajas sobre formas alternativas de intervención en la economía. importe al público una gran carga de los costos mientras asegura un mercado garantizado para la producción en exceso. No menos significante es que no tiene los efectos colaterales indeseables que tiene el gasto social dirigido hacia las necesidades humanas. Aparte de sus efectos redistributivos no bienvenidos, tales gastos tienden a interferir con las prerrogativas de los managers; una producción útil puede socavar la ganancia privada, mientras que la producción de derroche (armas, extravagancias tales como el hombre en la luna, etc.) subsidiada por el Estado es un regalo para el dueño y el managerquien se entregará en seguida cualquier producto derivado que sea interesante para el mercado. Los gastos sociales pueden levantar también el interés y la participación públicos, aumentando de esta forma la amenaza de la democracia. Por estas razones, Business Week explicaba en 1949 que, «existe una diferencia social y económica tremenda entre gastos de inversiones gubernamentales para la asistencia social v para lo militar», siendo lo último mucho más preferible. Y así continúa, notablemente en el Condado de Cobb y otros baluartes semejantes de la doctrina libertaria y de los valores empresariales.
Mercados libres son buenos para el Tercer Mundo y su creciente contraparte aquí. Madres con niños dependientes pueden ser aleccionadas severamente sobre la necesidad de tener confianza en sí mismas, pero no los ejecutivos e inversionistas dependientes, por favor. Para ellos, el Estado benefactor tiene que florecer. «Amor duro» es justo la consigna adecuada para la política estatal, siempre y cuando le demos el significado correcto: amor para los ricos, dureza para todos los demás.
Sobra decir que concentrándose en los países ricos como el nuestro, esto es altamente engañoso. El «neoliberalismo» de doble filo tiene, por mucho, sus efectos más letales en los tradicionales dominios coloniales, que -aparte del área basada en Japón-, son en gran medida un desastre, mejorando solamente por medidas económicas asentadas ideológicamente, que ignoran los efectos sobre las personas. Con apologías desesperanzadamente inadecuadas para las víctimas, dejaré a un lado esta terrible historia de grandes crímenes contra la humanidad, por los cuales seguimos teniendo responsabilidad.
3. Crisis global económica
Los principales factores que han conducido a la actual crisis económica global se entienden razonablemente bien. Uno es la globalización de la producción, que ha ofrecido a los empresarios el provocador prospecto de hacer retroceder las victorias en derechos humanos conquistadas por la gente trabajadora. La prensa empresarial francamente advierte a los mimados trabajadores occidentales» que tienen que abandonar sus «estilos de vida lujosos» y tales «rigideces del mercado» como seguridad del trabajo, pensiones, salud y seguridad laboral, y otras tonterías anacrónicas. Economistas enfatizan que el flujo laboral es difícil de estimar, pero ésta es una parte pequeña del problema. La amenaza es suficiente, para forzar a la gente a aceptar salarios más bajos, jornada,, más largas, beneficios y seguridad reducidos y otras «inflexibilidades» de esta naturaleza. El fin de la Guerra Fría que retorna a la mayor parte de Europa del Este a su tradicional papel de servicio, pone nuevas armas en las manos de los dueños, como informa la prensa empresarial con irrestricto regocijo, General Motors y Volkswagen pueden desplazar la producción hacia un Tercer Mundo restaurado en el Este, donde pueden encontrar trabajadores a una fracción de los costos de los «mimados trabajadores occidentales», mientras se benefician con altas tarifas proteccionistas y demás amenidades que los «mercados libres realmente existentes» proveen para los ricos. Estados Unidos y Gran Bretaña conducen el proceso de pulverizar a los pobres y a la gente trabajadora, pero otros serán arrastrados, gracias a la integración global.
Y mientras el ingreso familiar medio continúa su baja, aun bajo las condiciones de una recuperación lenta, la revista Fortune goza con malicia de las ganancias «deslumbrantes» de los Fortune 500, pese al «estancado» crecimiento de las ventas. La realidad de la «magra y mala era» es que el país está inundado en capital -pero en las manos correctas-. La desigualdad ha regresado a los niveles anteriores a la Segunda Guerra Mundial, si bien América Latina tiene la peor historia en el mundo, gracias a nuestra benevolente tutela. Como el Banco Mundial -entre otros- reconoce, una igualdad relativa y gastos para la salud y educación son factores significantes para el crecimiento económico (para no mencionar la calidad de vida da). Pero aquél sigue actuando también, para incrementar la desigualdad y socavar el gasto social, en beneficio de los «intereses permanentes».
Un segundo factor en la actual catástrofe del capitalismo de Estado que ha dejado una tercera parte de la población mundial virtualmente sin medios de subsistencia, es la gran explosión del capital financiero no regulado desde que el sistema de Bretton Woods fue desmantelado hace veinte años, con quizás un billón de dólares fluyendo diariamente. Su constitución ha cambiado también de manera radical. Antes de que el sistema fuera desmantelado por Richard Nixon, alrededor del 90% del capital en intercambios internacionales era para inversión y comercio, el 10% para especulación Alrededor de 1990, esos números se habían invertido. Un informe de la UNCTAD estima que el 95% se usa actualmente para la especulación. En 1978, cuando los efectos ya estaban a la vista, el premio Nobel en Economía, James Tobin, sugirió en su discurso presidencial a la Asociación Economistas Estadounidenses que deberían constituirse impuestos para desacelerar los flujos especulativos, que llevarían el mundo hacia una economía de escaso crecimiento, bajos salarios y altas ganancias. En la actualidad, este punto es ampliamente reconocido; un estudio dirigido por Paul Volcker, anterior jefe de la Reserva Federal, atribuye alrededor de la mitad de la desaceleración sustancial en el crecimiento económico desde los comienzos de los años setenta al incremento de la especulación.
En general, el mundo está siendo movido hacia un tipo de modelo del Tercer Mundo, por una política deliberada de Estado y las corporaciones, con sectores de gran riqueza, una gran masa de miseria y una gran población superflua, desprovista de todo derecho porque no contribuye en nada a la generación de ganancias, el único valor humano.
La surplus población tiene que ser mantenida ignorante, pero también debe ser controlada. Este problema es enfrentado de manera directa en los dominios del Tercer Mundo que han sido sometidos por mucho tiempo al control occidental, y, por lo tanto, reflejan los valores conductores con mayor claridad: mecanismos favorecidos incluyen el terror a gran escala, escuadrones de la muerte, la «limpieza social» y otros métodos de probada eficiencia. Aquí, el método favorito ha sido el de confinar a la gente superflua en guetos urbanos que crecientemente se parecen a campos de concentración. Si esto falla, van a las cárceles, que son la contraparte en una sociedad más rica, a los escuadrones de la muerte que nosotros entrenamos y apoyarnos en nuestros dominios. Bajo los entusiastas reaganistas del poder estatal, el número de presos en Estados Unidos casi se triplicó, dejando nuestros principales competidores, África del Sur y Rusia, muy atrás, – si bien Rusia acaba de alcanzamos, va que empieza a dominar los valores de sus tutores estadounidenses.
La «guerra de drogas», que es en gran medida fraudulenta, ha servido como un mecanismo principal para encarcelar a la población no deseada. Una nueva legislación penal debería facilitar el proceso, con sus procedimientos judiciales mucho más severos. Los nuevos y enormes gastos para prisiones también son bienvenidos como otro estímulo keynesiano a la economía. «Las empresas cobran», escribe el Wall Street Journal, reconociendo una nueva manera de ordeñar al publico en esta era «conservadora». Entre los afortunados se encuentran la industria de la construcción, consultorios legales, el floreciente y beneficioso complejo de cárceles privadas, «los nombres más elevados de las finanzas», tales como Goldman Sachs, Prudential y otros, «competiendo para asegurar la construcción de cárceles con bonds (obligaciones) privados, exentos de impuestos»; y, para no olvidarse «el establecimiento de defensa» (Westinghouse, etc.), «olfateando un nuevo campo de negocios» en la supervisión de alta tecnología y sistemas de control del tipo que Big Brother habría admirado’.
No sorprende que el Contrato de Gingrich llama a la expansión de esta guerra contra los pobres. La guerra tiene como blanco primordial a los afro estadounidenses; la estrecha correlación entre raza y clase hace el procedimiento simplemente más natural. Hombres negros son considerados como una población criminal, concluye el criminólogo William Chambliss, autor de muchos estudios, incluyendo la observación directa por parte de estudiantes y profesores en un proyecto con la policía de Washington. Esto no es exactamente correcto; se supone que los criminales tienen derechos constitucionales, pero como muestran los estudios de Chambliss y otros, esto no es verdad para las comunidades escogidas como puntos de mira, que son tratadas como una población bajo ocupación militar-.
Los negros constituyen un blanco particularmente bien escogido porque están indefensos. Y la generación de miedo y odio es, por supuesto, un método estándar de control de la población, trátese de negros, judíos, homosexuales, reinas de la asistencia social o algún otro diablo designado. Éstas son las razones básicas, parece, para el crecimiento de lo que Chambliss llama «la industria de control del crimen». No es que el crimen no sea una amenaza real para la seguridad y la sobrevivencia; lo es y lo ha sido durante mucho tiempo. Pero no se enfrentan las causas; más bien, el crimen es explotado de diferentes maneras como un método de control de la población.
En general, son los sectores más vulnerables, lo- que están siendo atacados. Los niños son otro blanco natural. El asunto ha sido tocado en varios estudios importantes, uno de ellos es un análisis de 1993 de la UNICEF, realizado por la reconocida economista estadounidense Silvia Ann Hewlett, llamado la negligencia para con niños en las sociedades ricas. Estudiando los últimos quince años, Hewlett encuentra una marcada división entre las sociedades angloamericanas y las de Europa continental y Japón. El modelo angloamericano, escribe Hewlett, es un «desastre» para niños y familias; el modelo europeo-japonés, en contraste, ha mejorado su situación considerablemente. Como otros, Hewlett, atribuye el «desastre» angloamericano a la preferencia ideológica para los «mercados libres». Pero ésta es sólo una verdad a medias, como he mencionado. Cualquier nombre que uno quisiera dar a la ideología reinante, es injusto manchar el buen nombre de «conservadurismo», aplicándolo a esta forma de estatismo reaccionario, violento y sin ley, con su desprecio hacia la democracia y los derechos humanos, y también a los mercados.
Dejando a un lado las causas, no hay mucha duda sobre los efectos de lo que Hewlett llama «el espíritu anti-niños desatado en estas tierras», primordialmente Estados Unidos y Gran Bretaña. El «modelo angloamericano lleno de negligencia» ha privatizado en gran medida los servicios de atención a los niños, dejándolos fuera del alcance de la mayoría de la población. El resultado es un desastre para niños y familias, mientras que en el ‘modelo europeo que es mucho más asistencial», la política social ha reforzado los sistemas de apoyo para ellos.
Una comisión de alto nivel de los Consejos Educativos de los estados y de la AMA ha recalcado que «nunca antes una generación de niños ha sido menos salubre, menos atendida o menos preparada para la vida que sus padres en la misma edad»; si bien es sólo en las sociedades angloamericanas, donde «un espíritu anti-niño y anti-familia» ha dominado durante quince años bajo la apariencia del «conservadurismo» y de los «valores familiares», un triunfo doctrinal que cualquier dictador admiraría.
En parte, el desastre es simplemente un resultado de los salarios decrecientes. Para una gran parte de la población, ambos padres tienen que trabajar tiempo extra simplemente para proveer lo necesario. Y la eliminación de las «rigideces del mercado» significa que tienes que trabajar horas extras por salarios más bajos -si no, las consecuencias son imprevisibles-. El tiempo en que padres y niños están en contacto se ha reducido radicalmente. Hay un fuerte incremento en el uso de la televisión para la supervisión de los niños, niños encerrados, alcoholismo infantil y uso de drogas, criminalidad, violencia de y contra niños, y otros efectos evidentes sobre la salud, la educación y la capacidad de participar en una sociedad democrática -o, siquiera, la sobrevivencia-.
Éstas no son, nuevamente, leyes de la naturaleza, pero sí políticas sociales conscientemente diseñadas con un objetivo particular: enriquecer a los Fortune 500 (los 500 más ricos que menciona la revista Fortune-H.D.), exactamente lo que sucede, mientras Gingrich y sus semejantes predican impunemente «valores familiares», con la ayuda de aquellos que la prensa obrera de] siglo XIX llamaba «el sacerdocio comprado».
Algunas consecuencias de la guerra contra niños y familias, sí reciben gran atención, en una manera que es ilustradora. En las últimas semanas, importantes revistas han puesto amplia atención en nuevos libros preocupados con decrecientes coeficientes de inteligencia (IQ) y aprendizajes escolares. El New York Times Book Review dedicó un artículo desusadamente largo a este tópico, escrito por su redactor de ciencias, Macolm Browne, quien lo inicia con la advertencia de que gobiernos y sociedades que ignoren los tópicos tematizados por estos libros «lo harán a su propio riesgo». No hay ninguna mención del estudio de la UNICEF, y tampoco he visto ninguna reseña en otra parte -o de hecho, de cualquier estudio que se ocupara de la guerra contra los niños y familias en las sociedades angloamericanas.
Entonces, ¿cuál es la pregunta que ignoramos a nuestro propio riesgo? Sucede que es bastante limitada: posiblemente el IQ es parcialmente heredado, y de manera más ominosa, vinculado a la raza, con negros que engendran como conejos y echan a perder la reserva genética. Quizás las madres negras no crían a sus niños porque se desarrollaron en el cálido pero altamente impredicible ambiente de África, sugiere uno de los autores de los libros reseñados. Ésta es ciencia verdadera, que ignoramos a nuestro propio peligro. Pero podemos, de hecho tenemos que ignorar las políticas sociales para los pobres y la protección estatal para los ricos -basadas en el mercado libre-, y el hecho, por ejemplo, de que en la ciudad donde aparecen estos materiales -que es la más rica en el mundo- el 40% de los niños vive debajo de la línea de pobreza, privado de la esperanza de escapar de la miseria e indigencia. ¿Podría esto tener algo que ver con el estado de los niños y sus logros? Podemos ignorar en seguida tales interrogantes -una decisión natural de los ricos y poderosos, dirigiéndose unos a los otros y buscando justificaciones para la guerra de clases que conducen y sus efectos humanos.
No insultaré su inteligencia discutiendo los méritos científicos de estas contribuciones, habiéndole hecho en otros trabajos, como ya lo hicieron muchos otros.
Éstas son algunas de las formas más feas de control de la población. En la variante más benigna, el populacho tiene que ser desviado hacia actividades no problemáticas por las grandes instituciones de propaganda, organizadas y dirigidas par la comunidad empresarial, medio-estadounidense, que dedica un enorme capital y energía para convertir a la gente en átomos de consumición y herramientas obedientes de producción (si tienen la suficiente suerte para encontrar trabajo) -aislados uno del otro, carentes aun de una concepción de lo que una vida humana decente podría ser. Esto es importante. Sentimientos humanos normales tienen que ser aplastados. Son inconsistentes con una ideología acomodada a las necesidades del privilegio y poder, que celebra la ganancia privada como el valor humano supremo y niega los derechos de la gente más allá de lo que ésta puede salvar en el mercado laboral- aparte de los ricos, que deben recibir una amplia protección por el Estado.
Junto con la democracia, los mercados también son atacados. Aun dejando a un lado la masiva intervención estatal en Estados Unidos y en la economía internacional, la creciente concentración económica y el control de mercado ofrecen mecanismos infinitos para evadir y socavar la disciplina de mercado, una larga historia que no podemos abordar en este ensayo por razones de espacio. Para mencionar sólo un aspecto, alrededor del 40% del «comercio mundial» no es, realmente, comercio; consiste en operaciones internas de las corporaciones, gerenciadas de manera central por una mano altamente visible, con toda clase de mecanismos para socavar los mercados en beneficio de ganancia y poder. El sistema casi-mercantilista del capitalismo transnacional corporativo está lleno de las formas de conspiraciones de los dominantes, sobre las cuales advertía Adam Smith, para no hablar de la tradicional utilización y dependencia del poder estatal y del subsidio público. Un estudio de 1992 de la OECD concluye que la «competencia oligopolítica y la interacción estratégica entre empresas y gobiernos, antes que la mano invisible de las fuerzas del mercado, condicionan en la actualidad las ventajas competitivas y la división internacional del trabajo en las industrias de alta tecnología», tales como agricultura, farmacéuticos, servicios y otras áreas importantes de la economía, en general. La gran mayoría de la población mundial, que está sujeta a la disciplina del mercado e inundada con odas a sus milagros, no debe escuchar esas palabras; y pocas veces las oye.
Me temo que esto apenas toca la superficie. Es fácil de entender el estado de desesperación, ansiedad, falta de esperanza, enojo y temor que prevalece en el mundo, fuera de los sectores opulentos y privilegiados y del «sacerdocio comprado» que cantan alabanzas a nuestra magnificencia, una característica notable de nuestra «cultura contemporánea», si se puede pronunciar esta frase sin vergüenza.
Hace 170 años, muy preocupado con el destino del experimento democrático, Thomas Jefferson hizo una distinción útil entre «aristócratas» y «demócratas». Los «aristócratas’ eran «quienes tienen temor y desconfianza en la gente y desean quitarles todos los poderes para ponerlos en manos de las clases altas». Los demócratas, en cambio, «se identifican con la gente, tienen confianza en ella, la elogian y la consideran el honesto y seguro depositario del interés público», si no siempre «los más sabios». Los aristócratas de sus días eran los protagonistas del naciente Estado capitalista, que Jefferson consideraba con mucha consternación, reconociendo la contradicción entre democracia y capitalismo, que es mucho más evidente en la actualidad, cuando tiranías privadas sin control adquieren un poder extraordinario sobre todos los aspectos de la vida.
Como siempre en el pasado, uno puede escoger ser un demócrata en el sentido de Jefferson, o un aristócrata. El segundo camino ofrece ricas recompensas, dado el lugar de riqueza, privilegio y poder, y los fines que naturalmente busca. El otro sendero es uno de lucha, muchas veces de derrota, pero también de recompensas que no pueden ser imaginadas por aquellos que sucumben a lo que la prensa obrera denunciaba hace 150 años como «el Nuevo Espíritu de la Era»: «Gana riqueza, olvidando todo menos lo tuyo».
El mundo de hoy está lejos del mundo de Thomas Jefferson o de los trabajadores de mediados del siglo XIX. Pero, las alternativas que ofrece, no han cambiado en esencia.
http://www.kaosenlared.net/component/k2/item/16513-democracia-y-mercados-en-el-nuevo-orden-mundial.html
Un análisis objetivo de la cruda realidad que conlleva denuncia con alcance mundial. Privilegios, torpezas y fatalidades sociales extremas, monitoreadas por el grupo de las 500 familias más ricas del planeta, nefasto sistema que se desbarata con un simple y complicado a la vez ajuste de tuercas al que se le denomina DEMOCRACIA DIRECTA… Solo entonces el contraste de resultados esperados, exigentes, sin precedentes.
Un votante del PP registra la marca Podemos
Un empresario de Torrelavega (Cantabria) patenta el nombre del la agrupación “para darles una lección”
http://politica.elpais.com/politica/2014/07/04/actualidad/1404499545_166182.html
El máximo responsable de Gowex (empresa española internacional dedicada al wifi en las calles y quioscos) dimite tras reconocer que las cuentas de la empresa son falsas
[Enlace bloqueado por la Tasa española AEDE]
Hasta que la humanidad no sepa lo que es estar en comunidad, nunca podremos saber quienes somos.
Mientras pensemos en «cobrar precios» exorbitantes, mientras más escaseara un producto.
Somos una sociedad muy primitiva, vemos escasez de lo que necesitamos comúnmente, como una oportunidad para obtener mayores ganancias.
La «oferta y la demanda» dirige nuestro sistema, estamos convencidos que eso aumenta nuestra calidad de vida,
eso viola nuestro bien común porque no permitimos que se experimente en común.
¿Por donde empezamos?
¿Difícil, imposible, posible?
No se si soy yo, que leo poco Vania, pero no se ha comentado la notica de Nicolas Sarkozy detenido y en una de esas ya empezó. Saludos y gracias.
OK. María buscaré la noticia.
Gracias y abrazos.