«Tratad de escuchar las voces de todo cuanto existe. De esa manera comprenderéis sus aspectos específicos. Habiendo comprendido, enamoraos con un amor que abarque todo lo que existe. Adquirid un más y profundo conocimiento. Desarrollad en vosotros la apreciación de la armonía y la belleza cuanto os sea posible. Con amor, conocimiento y belleza id a la gente. Unidlos . Construid con ellos la vida, llena de luz, vigor, trabajo incansable y alegría. En este gran intento creativo, adquiriréis nuevas fuentes inacabables de poder y conocimiento y al aspirar aprender los secretos escondidos de la naturaleza en nombre del Bien Común, estaréis así, pagando vuestra deuda».
(Re) construir un pensamiento ecológico
En los últimos tiempos se ha afirmado, de forma cada vez más intensa, que la humanidad vive un cambio de paradigma. A falta de un concepto más adecuado se hablar de la transición del paradigma de la modernidad al de la posmodernidad.
Conviene aclarar que el concepto paradigma designa toda una constelación de opiniones, valores, métodos, etc. compartidos por los miembros de una sociedad y que fundan una disciplina, mediante la cual esta sociedad se orienta a sí misma y organiza el conjunto de sus relaciones Se trata, pues, de una manera organizada, sistemática y corriente de cómo el ser humano se relaciona consigo mismo y con todo el ambiente que lo rodea; se trata de modelos y patrones de apreciación, de explicación y de acción sobre la realidad circundante.
Dentro del llamado paradigma de la modernidad podemos identificar una serie de movimientos y modos de pensar (iluminismo, positivismo, evolucionismo, etc.) que hicieron surgir cada vez más la conciencia de que el ser humano estaría en el centro de los acontecimientos mundiales, afirmando, con ello, un antropocentrismo. Lo que destaca de este movimiento es que también Dios, lo Sagrado o lo Trascendente va siendo relegado a un espacio secundario. A lo largo de estos dos siglos se ha operado un cambio que va de un cosmocentrismo o teocentrismo a un antropocentrismo exacerbado.
Los tiempos pasan y este paradigma a dado lugar a uno nuevo que, en la espera de un concepto más adecuado, está siendo llamado de la pos-modernidad, de la modernidad reflexiva, de la súper modernidad. Lo que divide a los autores es fundamentalmente la cuestión de definir si este nuevo movimiento es una continuación de la modernidad o se constituye en una ruptura. Es importante percibir que con esto se quiere expresar nuevas prácticas y nuevas maneras de pensar. El momento está marcado por la transición, aunque el modo dominante de una relación de explotación y opresión continúa presente, sobre todo en los movimientos de guerra de tiempos atrás. Sin embargo, de una manera más amplia, la fragmentación de la modernidad está dando lugar a una visión de conjunto, que algunos llaman una “visión holística”, esto es, relativamente un todo (Holos proviene del griego y significa “todo/todos”) . La visión antropocéntrica está dando lugar a una comprensión de que los seres humanos hacemos parte de un conjunto mayor, que aunque nos ataña una posición privilegiada de responsabilidad, sólo somos una parte y no necesariamente el centro,
Este conjunto de prácticas y pensamientos del (nuevo) paradigma de las pos-modernidad también empieza a ser llamado pensamiento ecológico. Con eso se quiere expresar un análisis por la vida y forma de vivir como un todo, como un conjunto de relaciones, como un gran eco-sistema, como una constante e incesante inter/retro relación entre todas las partes; se incluye allí la vivencia de lo Sagrado como un sistema mayor de energías y cambios simbólicos. Fritjof Capra, uno de los exponentes de este tipo de reflexión, se expresa de esta manera sobre esta nueva realidad: “Una nueva visión de la realidad (…) se basa en la conciencia del estado de interrelación e interdependencia esencial de todos los fenómenos –físicos, biológicos, psicológicos, sociales y culturales. Esta nueva visión trasciende las fronteras culturales y disciplinares”
En esa línea de pensamiento, el término “ecológico” deriva de la palabra ecología. En términos históricos y etimológicos, esa palabra fue acuñada por el científico alemán Ernst Haeckel, quien, a finales del siglo XIX, afirmaba que la ecología era una sub-área de la biología. Con el término ecología, él quería indicar la interrelación entre los seres vivos. El concepto no tuvo una aceptación inmediata, y sólo se recuperó y adquirió fuerza en la década de los 70s; En Brasil, sobretodo, por los escritos de Leonardo Boff . Hoy esta palabra tiene muchas acepciones particulares: se habla de “ecología ambiental”, “ecología social”, “ecología mental”, etc. Más que conocer cada una de esas variantes, es importante conocer que, en su etimología, la palabra Eco-logia está constituida de dos raíces griegas. La segunda parte (= logia) significa “discurso”, “palabra”, “estudio”, etc. La primera parte (= Eco) proviene de la palabra griega oikos, que significa literalmente “casa”, por lo tanto, la ecología tiene que ver con la casa como espacio común de vida. Ecología, pues, es una ciencia que estudia la “casa” en sus diversas formas de organización y manifestación.
En tiempos de globalización nos vamos acostumbrando a hablar de la “aldea global”, de la “casa global”. Con este concepto se quiere entender nuestro planeta tierra o mejor, todo el cosmos como una gran casa. En este amplio espacio, el cual, muchas veces, no alcanzamos a visualizar en toda su extensión, viven y deben convivir, cada vez más juntos, los más variados elementos y seres de toda la naturaleza y de todo el cosmos. Cada vez más, el destino de esta casa global está relacionado con las acciones y las prácticas de cada habitante.
El mundo actual, concebido como una casa global, está marcado por muchas crisis ecológicas y ambientales. Hay todo un conjunto de problemas.
Se constata problemas relacionados con la contaminación del ambiente: polución del aire (efecto de calentamiento, lluvia ácida, etc.), contaminación química de las aguas a través de los residuos industriales y aguas servidas no tratadas. Actualmente, la lucha por el agua es un tema capaz de generar conflictos y hasta guerras, porque ya sabemos que un tercio de la población mundial no tiene acceso al agua potable.
Otro problema serio lo constituyen los cambios climáticos provocados por la explotación abusiva del ecosistema que hacen los seres humanos, por ejemplo, a través de la deforestación de bosques y selvas, en beneficio de grandes proyectos industriales que terminan alterando el equilibrio climático.
Junto a ello, se puede verificar un problema atómico-militar: una carrera armamentista desjuiciada, que ha producido un arsenal capaz de destruir la faz de la tierra. Lo mismo que puede decir de las ojivas atómicas que, por más seguras que sean en su tecnología, constituyen una amenaza constante a la vida, justamente a causa de las variadas fallas humanas o técnicas que se producen.
Otro problema, que muchas veces es tratado con mucha resistencia y reticencia, dada su complejidad, es la cuestión de la dificultad habitacional. Actualmente somos más de seis billones de seres humanos habitando conflictivamente en la misma casa global. El índice de crecimiento es elevado y preocupante frente al hecho de que los recursos naturales son limitados y el acceso a ellos es proporcionalmente menor cada vez. Por ejemplo, a través de la desertificación, las áreas para el cultivo de alimentos son cada vez menores y necesitan de un sustancial incremento de productos químicos para que se pueda producir los alimentos necesarios para las grandes masas humanas. Es verdad que los océanos pueden ser la gran fuente de alimentos en el futuro, pero dentro de los parámetros actuales, se generan círculos viciosos que agravan cada vez más el problema.
En el ámbito poblacional, sin embargo, el problema más grave es la injusticia global que atañe el acceso de las personas a sus derechos básicos: derecho a alimentarse, a tener agua potable, en fin a vivir con dignidad. Los grandes problemas ecológicos deben estar siempre relacionados con la pobreza de la mayoría de la población mundial. Una espiritualidad ecológica debe tener como referencia lo cotidiano de las personas pobres, excluidas y marginadas, promoviendo una efectiva integración e inserción dentro de la casa común, y en todas sus relaciones posibles. El poder, la economía, la política social y la ecología son ciencias ligadas, cuyo análisis exige una perspectiva compleja en sus conexiones.
Dentro del paradigma de la modernidad -que todavía marca nuestro modo de ser dominantes-, podemos básicamente, afirmar el siguiente enunciado como representativo de las opiniones compartidas en la modernidad: “La tierra es una abundancia a ser dominada y explotada a favor de los seres humanos”. Ese enunciado necesita de una completa revisión y más bien debería ser expresado en los siguientes términos: “La tierra es la casa común de todos los seres vivos y del propio Dios y cada uno tiene unas responsabilidades en el cuidado de ella”. Repensar y revivir estos conceptos es un gran desafío, que debe ser llevado a cabo por el conjunto de ramificaciones disciplinares, ligadas a la educación ambiental. Las religiones, la fe y la espiritualidad también deben dar su contribución; se puede decir que ellas también tienen mucho que dar. A mi entender, una de las principales contribuciones radica en redescubrir los elementos de sabiduría y espiritualidad que el ser humano, en su necesidad, percibe y relaciona en las multiformes religaciones tanto con la creación, como con el propio Creador. El nuevo proceso de construcción “incluye y presupone un nuevo paradigma para vivir como criaturas de Dios, cuidándonos mutuamente” .
Espiritualidad Ecologica
La espiritualidad es un asunto sublime. Grandes almas y grandes mentes reflexionaron sobre ello y nos legaron muchas percepciones iluminadas. Aunque todavía necesitamos reflexionar mucho, en lo mínimo porque queremos probar que estamos espiritualmente vivos. Nuestras circunstancias y problemas no tienen precedentes y requieren una nueva respuesta espiritual, una nueva forma de espiritualidad.
Las antiguas concepciones de la espiritualidad fueron creadas en respuesta a problemas diferentes, y con el objetivo de articular otras dimensiones de la condición humana. La espiritualidad es una articulación de la condición esencial del hombre, en una época determinada.
Esa concepción de la espiritualidad permite que se comprendan sus variadas formas en diferentes culturas y religiones; pero también nos advierte que para cualquier época, pueblo y condición del universo humano no hay una forma única de espiritualidad. A medida que el mundo cambia y se amplía, que el conocimiento avanza y se multiplica, que la mente y la psique se modifican, que la condición humana se rearticula, también la espiritualidad asume formas diferentes.
En este momento testimoniamos el surgimiento de la Perspectiva Ecológica o la visión ecológica del mundo. Bajo ella, el mundo es visto como un santuario. Accionar en el mundo como si fuese un santuario es volverlo sagrado y digno de reverencia. Trátalo como a una máquina y se transformará en una máquina. Trátalo como a un lugar sagrado y se volverá un lugar sagrado.
La primera condición de la espiritualidad ecológica es la reverencia por la vida y por todo lo que hay en el universo. Celebrar el milagro de la creación es contemplar el mundo con reverencia.
La comprensión profunda de la ecología significa la reverencia en acción, la profunda identificación con la belleza de la vida pulsando en el universo hasta volvernos parte de él. De ese modo el entendimiento se vuelve empatía, y ella, reverencia. En nuestra época, lo ecológico y lo espiritual se vuelven uno. En estos tiempos, adorar a Dios es salvar al planeta. Si perdemos el medio ambiente, perdemos a Dios. Hoy, curar al planeta y a nosotros mismos es una labor espiritual de primera magnitud. La ecología nos une a todos, cualquiera sea nuestra raza o religión.
La ecología es el proyecto de religión universal de nuestra época. La idea de redención requiere un nuevo significado –significa redimir el mundo curando a la Tierra. Es preciso enfatizarlo: sanar a la Tierra es la tarea espiritual de nuestra época. Entender la devoción religiosa es reconocer que todas las religiones son formas de adoración de la belleza y la integridad del planeta.
La preocupación de las religiones con el verde es una clara indicación de que el grito de dolor de la Tierra es oído por las iglesias. La espiritualidad también es, más que nunca, la comprensión de nuestra potencialidad interna, la realización del dios interior dentro de nosotros. Precisamos tratarnos mutuamente de acuerdo con lo que potencialmente podemos ser: luces divinas que nos elevan y ayudan a otros a curarse, integrarse y ser más reverentes.
Trabajamos para liberar y articular nuestra divinidad interna, y trabajar en el mundo para curar a la Tierra, son aspectos complementarios de la espiritualidad ecológica.
La decadencia de las formas religiosas de espiritualidad no nos exime de la responsabilidad de sanar a la Tierra, y de realizar nuestro potencial espiritual. A pesar de la crisis religiosa de nuestra época, y tal vez por causa de ella, debemos tener el coraje de encontrar –en cada uno de nosotros individualmente– no apenas a Jesús de Nazaret sino al Maestro del Cosmos.
El autor es profesor de Filosofía
en la Universidad de Michigan.
Cambio climático: ¿la nueva religión?
El lenguaje mesiánico cala y ha convertido la lucha contra el calentamiento en un credo
El cambio climático ha movilizado a científicos que lo estudian, a ingenieros que buscan soluciones tecnológicas y a economistas que las miden. Y empieza a atrapar también una dimensión espiritual que lo está convirtiendo, en opinión de algunos, en la nueva religión del siglo XXI. Una nueva espiritualidad ecológica. El lenguaje mesiánico y los instrumentos casi religiosos que se utilizan rompen los esquemas discursivos y calan en una opinión pública más escéptica ante causas del pasado.
está «hasta los polos» de que no le hagan caso.
A finales de octubre del año pasado, Al Gore desembarcó en Sevilla para hablar de su movimiento contra el cambio climático, el Proyecto Clima. Gore, de 59 años, se subió al estrado y por enésima vez interpretó con entusiasmo el discurso que viene repitiendo desde hace ya varios años. Ese día, alguien le preguntó: «¿Cómo es usted capaz de repetir lo mismo una y otra vez?» «Porque soy un hombre con un sentido de misión, por eso puedo decir las mismas cosas sin perder la fuerza, la ilusión. Porque llevo un mensaje en el que creo apasionadamente», contestó.
En su afán por llegar al interlocutor, Gore, que es profundamente religioso, usa frases como «A Noé se le dijo que salvase las especies vivas y ello hoy sigue siendo nuestra obligación». Y antes de aleccionar a los embajadores o discípulos que forman parte de su movimiento, 1.700 por todo el planeta, les pide una «conexión espiritual».
«La estructura que Al Gore ha organizado resulta casi religiosa, con discípulos que transmiten la buena nueva, como Jesucristo», reflexiona el biólogo Miguel Delibes de Castro. «Los científicos solemos insistir en que hay que racionalizar los problemas, pero lo cierto es que es más vendible el mensaje emocional, sobre todo si implica a fuerzas superiores a nosotros. Ayuda a que la gente se mueva por algo que debe resultar parecido al sentir de la tribu antes ese dios mágico. A mí no me gusta esta forma de funcionar. Al Gore se considera un hombre con una misión, y yo de Mesías tengo más bien poco. Yo aviso de que algo está pasando y es la sociedad quién debe decidir qué hay que hacer. Sin embargo, soy mucho menos eficaz. Al Gore ha vuelto a demostrar que moviliza mucho más algo parecido a la fe que la racionalidad».
El de Al Gore es el ejemplo más visible, pero no el único. Frases como «Hay que salvar el planeta», «Tenemos una misión», «la culpa es del hombre (¿el pecador?)», «llega el cambio climático» (¿el castigo?), ya no suenan tan raras. «El mensaje ecologista con componentes religiosos ha calado mucho», dice Miguel Ferrer, biólogo y presidente de la Fundación Migres. «Las corrientes ecologistas integristas tienen muchas características comunes con escuelas basadas en creencias religiosas. Cada vez se oye más el discurso según el cual el hombre es el ser malvado que provoca destrucción y debe ser expulsado de los últimos paraísos».
Sin embargo, la conexión entre ecología y religión no resulta tan extraña si tenemos en cuenta el concepto del prójimo, como apunta Víctor Viñuales, director de la Fundación Ecología y Desarrollo: «Casi todas las religiones tienen en el centro la idea del prójimo. Y si ampliamos el concepto, ¿quién es tu próximo? Hoy sabemos que en un mundo global las consecuencias de lo que hacemos aquí y ahora, afectan a los que están lejos, tanto en el espacio como en el tiempo. Si construimos una presa en un paraje espectacular, nuestros bisnietos y las generaciones venideras no podrán disfrutarlo. No sólo eso, también afectará a otros seres vivos que se están extinguiendo de manera masiva. Visto de este modo, hay una conexión muy clara entre religión y sostenibilidad».
Uno de los 200 embajadores de Al Gore es Juan Negrillo. Se conocieron hace años, durante una de las visitas del candidato frustrado a la presidencia de Estados Unidos a la Campus Party, el evento de entretenimiento electrónico que reúne a más de 8.000 jóvenes en Valencia a finales de julio y del que Negrillo es organizador. Éste recuerda que ya entonces Gore aprovechaba cualquier ocasión, como una cena entre amigos, para ensayar su discurso, el mismo que hace de hilo conductor de su documental Una verdad incómoda. Fue entonces cuando el malagueño se enganchó a la misión del Nobel de la Paz. Preguntado sobre la conexión entre su discurso y el sentir religioso, Negrillo reflexiona: «Todas las religiones hunden sus raíces en la fe, y en ese sentido se puede confundir el mensaje ecologista y de defensa del clima con uno religioso, porque como no podemos tocar, oler, pesar o ver el CO2 y es casi una cuestión de fe en la comunidad científica».
La explicación suena sensata. Aunque también puede que se trate simplemente de una cuestión lingüística, como apunta el filósofo Jesús Mosterín: «Este lenguaje aplicado a la ecología es simplemente metafórico. Frases como el castigo del cambio climático… Son palabras sin sentido literal, como cuando decimos de una chica rubia que tiene los cabellos de oro. Lo que sí es cierto es que la vida es un fenómeno tan raro y fascinante que entiendo que mucha gente piense que es una misión preservarla. Pero no lo es porque nos lo ordene una autoridad externa. Einstein decía que él no creía en un dios, pero que se sentía profundamente religioso porque se sentía identificado con el universo».
El coqueteo entre ecologismo y espiritualidad, no es nuevo. 1966 fue una fecha clave. Ese año se publicó Ciencia y supervivencia, de Barry Commoner, uno de los libros fundacionales de las corrientes ecológicas o ambientales con inspiración más o menos religiosa. «La segunda mitad del siglo XX contempló el auge de múltiples movimientos religiosos, espirituales y espiritistas, caracterizados por ser una mezcla de elementos diversos», explica el filósofo José Antonio Marina. «Uno de ellos prolongó el fervor ecológico de los últimos decenios. Para mí, lo importante son los factores que se unieron en esa espiritualización ecológica. Nació posiblemente del movimiento hippy, de su vuelta a la naturaleza, se unió con un cierto panteísmo, por entonces de moda, que se volvía hacia la Tierra como un ser vivo, con el que se establecía una relación mística. Se admiró la relación con la naturaleza de las antiguas culturas, la Pacha Mama, el respeto de las tribus americanas».
«La hipótesis Gaia, de Lovelock, colaboró, considerando a la Tierra como un ser vivo al que hay que respetar», añade Marina. «Teorías como la Deep Ecology exaltaron el valor del mundo vegetal, hasta el punto de comparar la tala de un bosque con el asesinato de judíos en un campo de concentración. A todo esto, se unió el interés por la ética ecológica, que llamaba la atención sobre la necesidad de cuidar la naturaleza. Y también la influencia de religiones orientales, como un budismo light, que defiende la compasión universal por todos los seres. La espiritualidad ecológica es un cesto hecho con muchos mimbres».
El autor más famoso de estas corrientes es James Lovelock y su libro Gaia, una nueva visión de la vida sobre la Tierra, en la que desarrolla la idea de que la Tierra es un gran organismo vivo, una idea que tiene algo de religioso porque se basa en una intuición que desborda la razón científica. «Cuando se publicó, a mediados de los setenta, hubo un fuerte rechazo, pero ahora es muy aceptado», dice Jorge Riechmann, profesor de filosofía moral y vicepresidente de Científicos por el Medio Ambiente. «No es tan raro que haya cierto intercambio entre pensamiento religioso y ecológico», continúa. «Todas las grandes religiones comparten un sentimiento de conexión universal con el cosmos, de inmersión con el todo».
Pero, ¿qué piensan los ecologistas de todo esto? La mayoría no ve puntos en común ni le gusta la idea. «Mi sensación es que no existe ninguna conexión entre ecología y religión. El planteamiento es radicalmente diferente y el mensaje mayoritario no es el de que tenemos una misión», dice Yayo Herrero, coordinadora estatal de Ecologistas En Acción.
«No se trata de una cuestión de religiosidad, sino de valores», dice Juan López de Uralde, director ejecutivo de Greenpeace España. «Yo me siento parte de un movimiento social, ciudadano, que trata de introducir en nuestra escala de valores cosas que no se tenían en consideración, como el respeto al planeta, y que debe formar parte del conjunto de valores en los que nos movemos. Y esos valores se encuentran tanto en una persona laica como en una religiosa. No son incompatibles. Hay una cierta utilización torticera del lenguaje en todo esto y mucho en el sentido peyorativo, cuando la auténtica realidad es que si a algo le rinde pleitesía la sociedad es al consumismo y al petróleo».
Este mismo argumento también viene a la cabeza de Herrero: «El crecimiento económico sí que se ha convertido en una religión. La sociedad occidental y en el proceso de la globalización, la finalidad que ha adquirido casi tintes religiosos es la obtención de beneficios económicos a costa de casi todo»
Lo curioso del debate es que, con contadas excepciones, las grandes religiones no han prestado apenas atención a la ecología. «Es llamativo, pero no hay una postura oficial contundente», apunta Miguel Ferrer. «Para la religión católica la familia parece estar mucho más en riesgo que el propio planeta». Puede que a partir de ahora esto cambie. En un hecho sin precedentes, durante el tradicional mensaje de Navidad, pronunciado desde el balcón central de la basílica de San Pedro del Vaticano, el papa Ratzinger hizo una discreta alusión al problema del cambio climático. Dijo: «En el mundo crece cada vez más el número de emigrantes, refugiados y deportados, también por causa de frecuentes calamidades naturales, como consecuencia a veces de preocupantes desequilibrios ambientales».
Preocupantes desequilibrios ambientales. Toda una novedad dentro de los habituales discursos papales. Como también lo es el hecho de que el Vaticano haya decidido plantar un bosque en Hungría para compensar o neutralizar sus emisiones de CO2, al igual que muchas grandes empresas. Tanto unos como otros, ¿lo hacen movidos por un sentimiento auténtico de respeto al planeta o como una forma de publicidad?
Juan Negrillo insiste en que, aunque no se puede confundir ecología con religión, tampoco se debe dejar de lado el trasfondo filosófico que subyace detrás de los cambios que deberíamos afrontar para frenar el calentamiento del planeta. Para apoyar su argumento, Negrillo pone de ejemplo un relato que tiene toques de fábula: «Un día, un científico del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (formado por más de 2.000 expertos) me contó una historia que me parece que viene muy al caso. Me dijo que cuando el panel empezó a reunirse, hace ya unos 20 años, había en el grupo un anciano científico japonés que en una de las reuniones intervino y dijo ‘los científicos hemos constatado que existe un problema de emisiones, pero no lo podemos resolver. Puesto que el CO2 lo producen las máquinas, tendremos que llamar a los ingenieros. Estos, a su vez, dirán que existe la tecnología necesaria para solucionar el problema, pero que cuesta dinero, así que se llamará a los economistas. Los economistas harán sus cálculos y dirán que, para conseguirlo, habrá que cambiar nuestro actual modelo social basado en el transporte, el derroche energético… así que se llamará a los sociólogos. Éstos, a su vez, dirán que es un problema de escala de valores que ellos no pueden resolver, así que se acudirá a los filósofos para que nos digan qué valores deberíamos poner nuestro empeño e interés».
Muchos de los puntos que anunciaba este anciano sabio se han ido cumpliendo. Los ingenieros llevan años estudiando alternativas. En 2006, el economista Nicholas Stern calculó el impacto del calentamiento global sobre la economía mundial. Que nuestro modelo social falla, ya lo hemos asumido. Puede que le esté llegando al turno a los cuestionamientos filosóficos, y de ahí que ecología y espiritualidad parezcan ahora más cerca que nunca.
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