¿Qué misterios se esconden tras el concepto de Diluvio Universal?

Diluvio Universal es el nombre que se ha dado a un supuesto cataclismo mundial, que ha sido relatado a nivel mundial en tradiciones de múltiples antiguas culturas. Ha sido ampliamente aceptado en un contexto mítico que también se narra en el Génesis, primer libro de la Biblia. Se trata de la historia de Noé, en el caso de la Biblia, que se salva de un castigo enviado por Dios. También aparece, antes que en la Biblia, en la Epopeya (o Poema) de Gilgamesh. Igualmente se utiliza la expresión diluvio universal para referirse a la Imagen 18creencia de un gran diluvio que afectó al planeta en la antigüedad. La aceptación de esta historia bíblica como real varía entre aquellos que aceptan literalmente toda la historia, aquellos que la ven como una alegoría, o quienes piensan que puede existir alguna base histórica que diese origen al mito. Como comentario debo decir que la lectura de la novela “El informe Phaeton – el diario secreto de Noe“, de Albert Salvadó, que recomiendo leer, me ha inspirado para escribir este artículo. En la tradición judeo-cristiana el diluvio se narra en Génesis 7, donde se cuenta cómo Noé construyó un arca en la que salvó a su familia y también tomó siete parejas de animales puros y una pareja de animales no puros, macho y hembra de cada especie, siendo los únicos supervivientes en todo el mundo. En Mateo 24, Jesús habla con sus discípulos y cita el Diluvio como un suceso real, para que extraigan una lección para el futuro. En sus cartas, el Apóstol Pedro también lo menciona. El Apóstol Pablo lo incluye como ejemplo de fe en Hebreos 11. Dios mismo lo cita en Isaías 54 como garantía de que no se indignará con su pueblo. Igualmente, en otros textos judeo-cristianos considerados apócrifos, tales como el Libro de Enoc, se muestra que la historia del diluvio no sólo fue un castigo hacia los hombres que obraron mal, sino principalmente en contra de un grupo de ángeles llamados custodios y sus descendientes gigantes, llamados nefilim. Estos seres, según estos textos, habrían sido los causantes de que Dios hubiese decidido castigarlos mediante un diluvio y limpiar la tierra del mal producido por ellos. De esta forma se unirían las historias de estos seres, nombrados en el Génesis 6, con el diluvio que comienza en el Génesis 7. Esta versión del diluvio bíblico se vería apoyada por un pasaje de la Biblia, en el Libro de la Sabiduría, que cuenta que al comienzo, cuando murieron los orgullosos gigantes, la esperanza del mundo se refugió en una Arca. Y en ella estuvo la semilla de una nueva humanidad. Pero ante el Diluvio Universal tenemos varias evidencias: 1) Figura en numerosas antiguas tradiciones de todo el mundo; 2) Todo parece indicar que la sociedad antediluviana fue mucho más avanzada de lo que creemos; 3) Todo indica que hubo intervención extraterrestre y que la catástrofe fue provocada o era conocida previamente; 4) Aunque tal vez sea el asunto con menos evidencias, hay algunos indicios de que el supercontinente de Pangea hubiese podido ser el Jardín del Edén antediluviano.

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En el Génesis, Capítulo 7, podemos leer: “El nivel de las aguas creció tanto que quedaron cubiertas todas las montañas más altas de la Tierra; por encima de las cumbres más altas aún había siete metros de agua. Se ahogaron todos los seres vivos sobre la Tierra: pájaros, animales domésticos y feroces, bestias que se arrastran y todos los hombres”. En el Génesis podemos encontrar distintos párrafos que hacen referencia directa a un posible Diluvio. En distintos escritos antiguos encontramos frases que hablan de grandes lluvias, de agua, de que la tierra quedó sumergida. Otros escritos relatan que la tierra entera fue zarandeada y que el norte se convirtió en el sur. También encontramos relatos que dibujaban un panorama apocalíptico en el que cielo y tierra chocaban o donde ésta se plegaba sobre ella misma. Asimismo, leemos otros escritos en que se dice que el cielo estallaba o la tierra se abría para engullir a toda la especie humana. También había diluvios de fuego o se explicaba que la temperatura aumentó tanto que los que se acercaban al agua para refrescarse morían hervidos. En el llamado Papiro Harris, encontrado en Egipto, podemos leer: “Fue un Cataclismo de fuego y agua. El sur se convirtió en el norte y la Tierra volcó”. Con el nombre de Harris hay varios papiros, todos ellos encontrados por Anthony Charles Harris y conservados en el Museo Británico. Patón, en su obra Timeo, dice: “La Tierra basculó adelante y atrás, a derecha e izquierda, moviéndose en todos sentidos”.Pero Grecia había bebido de las fuentes de Egipto y bien podía ser que Platón hubiese copiado el texto. Sin embargo, nos podemos preguntar qué puede haber tan poderoso que zarandee la Tierra con semejante violencia y asimismo nos podemos preguntar quién habría sobrevivido después de un cataclismo de tales proporciones para poder explicar lo sucedido. Pensando en el Diluvio universal y en Noé, podemos preguntarnos si existía alguna relación entre ambos sucesos. Galileo había escrito, antes de su condena, que no hay que tomar los textos bíblicos por científicos, sino que hay que interpretarlos en función de los nuevos conocimientos. El Diluvio universal abría un gran interrogante: ¿de dónde salió tanta agua? y ¿a dónde fue a parar luego? Porque, el nivel de las aguas bajó. Y el agua no aparece ni desaparece por arte de magia.

Se considera que los cinco libros del Pentateuco —Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio— fueron editados conjuntamente en el siglo V antes de Cristo, provenientes de cuatro fuentes independientes. La narración del Arca se cree que fue hecha a partir de una fuente sacerdotal y otra yahvista. La tradición yahvista es una de las cuatro fuentes principales a partir de las cuales se escribieron los libros del Tanaj, para los judíos, o Antiguo Testamento, para los cristianos, datada entre los siglos X a. C. y IX a. C. Es la fuente más antigua conocida y sus relatos representan la mitad del Génesis y la primera mitad del Éxodo, además de algunos fragmentos de Números. Se denomina yahvista porque sus autores suelen designar a Dios con el nombre Yahvé (o más bien YHWH). Además suelen describir a Dios con sorprendentes reacciones y actitudes humanas y tienen un interés muy especial en el antiguo territorio del Reino de Judá y en personas relacionadas con su historia. Más tarde fue incorporada a la Torá (400 a. C.). La narración yahvista es mucho más simple que la historia sacerdotal. El Dios único envía su diluvio durante 40 días y Noé, su familia y los animales se salvan (siete de cada animal puro), Noé erige un altar y hace sacrificios, y Eloah, una de las múltiples palabras hebreas que designan a Dios, decide que nunca más matará a los seres vivientes por agua. Pero la fuente yahvista no menciona un pacto entre Yahveh y Noé. Se cree que el texto sacerdotal fue redactado en algún momento entre la caída del reino norteño de Israel, en el 722 a. C., y la caída del reino sureño de Judá, alrededor del 586 a. C. El material de fuente sacerdotal contiene muchos más detalles que la yahvista, tales como las instrucciones para la construcción del Arca y una cronología detallada. También explica el pacto entre Yahweh Sabaoth y Noé en Génesis 9, que introduce el método judío del ritual del sacrificio, y que explicita la promesa de Dios de no destruir al mundo otra vez. Es la fuente sacerdotal la que menciona un cuervo, mientras que la yahvista menciona la paloma, así como el arco iris. También es la que introduce las cataratas del cielo, mientras que la yahvista simplemente dice que llovió. Como la fuente yahvista, el autor del texto sacerdotal, que se cree habría sido un miembro del sacerdocio aaraonita de Jerusalén, habría tenido acceso a los textos y tradiciones antiguos y que ahora están perdidos. El tema de la historia del Arca, de la ira de Yahveh Elohim por la maldad del hombre, su decisión de embarcarse en una terrible venganza y su posterior arrepentimiento, son típicos de autores yahvistas, quienes tratan al dios como una figura humana que aparece en persona en la narración bíblica. En contraste, la fuente sacerdotal normalmente presenta a Dios como distante e inaccesible, excepto a través del sacerdocio aaronita.

Muchos autores coinciden en que la versión del diluvio recogida en el Génesis se basaría directamente en los textos del siglo XIV a. C. de la literatura de Mesopotamia, conocidos como la historia de Utnapishtim, incluida en el Poema de Gilgamesh, ya que se observa una evidente relación al comparar los pasajes del mito de Utnapishtim con los del diluvio judeocristiano, teniendo en cuenta que los pueblos hebreos en su mayoría tuvieron contacto con Mesopotamia y su cultura. Básicamente el texto mesopotámico relata lo siguiente: “Enlil (dios sumerio y supuesto ser extraterrestre anunnaki) decide destruir a la humanidad porque le resultan molestos y ruidosos. Ea (también llamado Enki y hermano de Enlil) advierte a Utnapishtim para que construya un barco. El barco se deberá llenar de animales y semillas. Llega el día del diluvio y toda la humanidad perece, excepto Utnapishtim y sus acompañantes. Utnapishtim se da cuenta de que las aguas bajan y suelta un cuervo el cual revoloteaba sobre las aguas yendo y viniendo hasta que se evaporaron las aguas de la tierra. Utnapishtim hace una ofrenda a los dioses y éstos quedan satisfechos por el sacrificio”. Un relato muy similar es narrado en tablillas sumerias muy antiguas de la ciudad de Ur, en las cuales el protagonista, a quien Enki/Ea previene del diluvio, se llama Ziusudra. Lo mismo podemos ver en un relato de origen acadio, titulado Atrahasis, poema épico que relata desde la creación hasta el diluvio universal. Aunque la mayor parte de las opiniones referentes al diluvio, desde el punto de vista bíblico-mesopotámico, se inclinen a pensar que tiene un origen mítico, el estudio científico no está totalmente de acuerdo de que absolutamente todos los aspectos no sean reales. En este sentido, los registros caldeos y bíblicos son los únicos registros que especifican lugares y períodos bien definidos, que se pueden utilizar para un análisis científico. Un ejemplo de ello es que, según la historia descrita en la Biblia, la zona donde se habría posado el arca de Noé habría sido la región montañosa de Urartu, entre las actuales Armenia y Anatolia, mientras que según el relato caldeo sería el monte Nisir, en la cordillera de los montes Zargos, aunque la tradición cristiana posterior convirtió la región de Ararat en el monte Ararat. Sin embargo, la mayoría de científicos no creen que haya ocurrido un diluvio o inundación mundial que haya abarcado todo el planeta. Algunos de ellos teorizan sobre un posible diluvio o gran inundación en el pasado, pero ocurrido sólo en una zona geográfica específica del planeta. Debido a ello hay varias hipótesis que indican que, en un período temprano de la existencia del ser humano, cuando ya existía el lenguaje, sucedió posiblemente alguna clase de catástrofe que se puede asociar a una inundación o diluvio que, aunque tal vez no abarcó todo el planeta, sí pudo haber sido el origen del mito.

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El Rey Anu (el dios principal del panteón Sumerio) envió a su hijo el Príncipe Ea (Enki) y a su hija, la Princesa Nin-Hur-Sag, ambos ingenieros genéticos y dioses sumerios, para aprovechar los valiosos recursos hallados en dicho mundo. Se crearon criaturas nuevas para habitar el planeta. Una de ellas era un híbrido de un simio cuya única finalidad era servir y trabajar como esclavo en los campos y las minas. Pero esta bestia era diferente de las otras. Podía entender órdenes y se podía comunicar. La Princesa Nin-Hur-Sag había creado, mediante ingeniería genética, a un hibrido simiesco, usando su propio ADN. La bestia creció en inteligencia y empezó a enseñar a su propia descendencia, que se multiplicaba rápidamente. Los seres estelares gobernantes abandonaron el planeta cuando otra especie de trabajadores, creada genéticamente y que vivían bajo tierra, se revelaron y se alzaron con el poder. El conocimiento de la humanidad sobre los seres de las estrellas fue reemplazado por los mitos y las leyendas. La lucha por el poder continúa y el imperio de Orión ha intentado varias veces derrocar al poder presente en la Tierra. Los frentes de batalla están dispuestos para la próxima guerra galáctica por el dominio del planeta Tierra. Aunque nacida a partir de bestias y criada para servir, la humanidad fue creada por los científicos genetistas, el Príncipe EA (Enki) y la Princesa Nin-Hur-Sag utilizando su propio ADN y en consecuencia su propia sangre real. Este linaje real otorga a la humanidad el derecho a reclamar la Tierra para ella misma. Esta es la historia que ha sido ocultada, la verdad que ha permanecido escondida. Algunas investigaciones apuntan a que el líder Anunnaki Enlil, en realidad fue Yahveh o Jeová. Su hijo, Ninurta, fue nombrado su sucesor. Pero Marduk, hijo de Enki se hizo con el poder y por esto fue llamado “el Usurpador”. Esto condujo a las Guerras de las Pirámides, que terminaron con la utilización de algún tipo de arma nuclear. Pero Ninurta creó un plan para crear religiones en que “El Padre” debería ser adorado. Ahora la pregunta es: ¿Quiénes fueron este equipo de padre e hijo?  No parece que fuesen Enki y su hijo Marduk, ya que existen muchas referencias a que la línea de Enki estaba relacionada con el diablo y la serpiente. La Biblia indica que la fe hebrea, evolucionó desde la ciudad sumeria de Ur. Y todos los intentos de seguir la historia de los hebreos nos conduce a la mitología sumeria. Después de numerosos estudios de las tablillas sumerias, el escritor e investigador Zacheria Sitchin ha empezado a desvelar una nueva orientación de la historia. Anu fue el principal dios anunnaki y el dios supremo del planeta Nibiru. Y Anu vino a la Tierra, lo cual no deja de ser sorprendente. Anu, Rey de Nibiru, viajó a la Tierra hacia el 3700 a.C., que es, curiosamente, el inicio del calendario hebreo.

Níbiru, Hercólubus, Némesis, Marduk, Planeta X, Planeta rojo, Ajenjo o Barnard1, como se le quiera llamar, se afirma que ya es visible desde diferentes observatorios del mundo., Barnard1 es el último nombre dado en honor a su descubridor, un astrónomo llamado Barnard, del que poco se sabe. Según parece, el planeta Hercólobus es un gigante con un tamaño unas seis veces mayor que el de Júpiter, perteneciente al sistema Tylo, o Tyler, y cuya órbita alrededor de su sol dura unos 35.000 años. La órbita de Hercólobus llega en un punto a situarse a aproximadamente 600 millones de kilómetros de la Tierra, o puede que incluso algo menos. El peligro de colisión es en teoría nulo, ya que las orbitas planetarias no llegan a cruzarse. ¿Pero, qué consecuencias puede acarrear la aproximación a la Tierra de un planeta de tan colosales dimensiones?  Según parece, las consecuencias serían sin duda bastante desastrosas. Se presuponen cuatro aproximaciones anteriores a intervalos de 35.000 años, algunas de ellas ligadas a grandes extinciones o cambios climáticos. Se dice que fue el causante de la extinción de los dinosaurios e, incluso, que en su última aproximación desvió el eje de la Tierra a su estado actual e invirtió su sentido de rotación.  Se afirma que la revolución de los ejes de la tierra se acelerará y lo que son polos se convertirán en ecuador y viceversa.  El magnetismo de este planeta invasor despertaría los volcanes inactivos y atraería el fuego del centro de la tierra, haciendo que los volcanes entrasen en erupción y provocando terremotos en cadena. En teoría, cuando Hercólobus llegue a la mayor cercanía a nuestro planeta, se volverá a enderezar el eje planetario, o lo desviará aún más, y volverá a invertir el sentido de rotación terrestre. De todos modos, para poner este tema en sus justos términos, el único documento astronómico que se posee, con respecto a la existencia de Hercólobus, se trata de un informe enviado por el astrónomo chileno Carlos Muñoz Ferrada a Brian Marsden, del Smithsonian Center. Nibiru, para los babilonios, era un cuerpo celeste asociado con el dios Marduk. Nibiru significa “lugar que cruza” o “lugar de transición“. En muchos textos babilonios se identifica con el planeta Júpiter, aunque en la tablilla 5 de la Enûma Elish se asocia con la Estrella Polar, que también se conocía como Thuban o posiblemente Kochab. Nibiru sería un planeta propuesto por Zecharia Sitchin, basándose en la idea de que las civilizaciones antiguas habrían obtenido sus conocimientos y su desarrollo gracias a hipotéticos contactos con extraterrestres. En opinión de Sitchin, el planeta habría adquirido el nombre del dios babilonio Marduk a consecuencia de una usurpación del poder por parte de este dios en el 2024 a. C., atribuyéndose la creación de la Tierra mediante la falsificación en las copias del poema épico Enuma-elish.

 

Enûma Elish es un poema babilónico que narra el origen del mundo. Enûma Elish significa “cuando en lo alto” en acadio y representa las dos primeras palabras del poema. Está recogido en unas tablillas halladas en las ruinas de la biblioteca de Asurbanipal (669 a. C. – 627 a. C.), en Nínive. Cada una de las tablillas contiene entre 115 y 170 líneas de caracteres cuneiformes datados del año 1200 a. C. El poema está constituido en versos de dos líneas, y la función del segundo es enfatizar el primero mediante oposición, por ejemplo: “Cuando en lo alto el cielo no había sido nombrado, no había sido llamada con un nombre abajo la tierra firme“. Según esta cosmogonía, antes de que el cielo y la tierra tuviesen nombre (ya que no tener nombre equivalía a no existir), la diosa del agua salada Tiamat y el dios del agua dulce Apsu, engendraron una familia de dioses con la mezcla de sus aguas, y estos a su vez a otros dioses. Estos nuevos dioses perturbaban a Apsu, que decidió destruirlos. Aunque uno de ellos, Ea, se anticipó a los deseos de Apsu, haciendo un conjuro y derramando el sueño sobre él, para luego matarlo. Ea, o Nudimmud, el dios parricida, junto a Damkina, engendró a Marduk, el dios de Babilonia. Al tiempo, Tiamat es convencida de tomar venganza y rebelarse, decide dar mucho poder a Kingu, su nuevo esposo, y le entrega las tablillas del destino. Marduk es nombrado por los dioses para enfrentar a Tiamat, y accede con la condición de ser nombrado “príncipe de los dioses o dios supremo“, finalmente vence a Tiamat y la mata. Luego le son arrebatadas las tablas del destino a Kingu. Marduk, exultante, planea realizar obras estupendas y las comunica a Ea: “Amasaré la sangre y haré que haya huesos. Crearé una criatura salvaje, ‘hombre’ se llamará. Tendrá que estar al servicio de los dioses, para que ellos vivan sin cuidado“. Kingu es condenado a morir por ser el jefe de la rebelión, y, con su sangre, Ea crea a la humanidad. En honor a Marduk se construyó el Esagila en el Etemenanki. El poema es la historia de la eterna lucha entre el Orden y el Caos, puesto que muestra el prototipo del guerrero que lucha contra el Caos, pese a no conseguir derrotarle nunca, por lo que la lucha es constante. Por ello, Marduk, dios de la luz y el orden, debe vencer a Tiamat, quien representa a la oscuridad y el Caos.

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Muchos de los textos sumerios que tratan de la llegada del planeta Nibiru eran augurios que profetizaban el efecto que el acontecimiento tendría sobre la Tierra y la Humanidad. R. Campbell Thompson (“Reports of the Magicians and Astronomers of Nineveh and Babylon”) reprodujo varios de estos textos, que describen el avance del planeta mientras «bordeaba la posición de Júpiter» y llegaba al punto de cruce, Nibiru: “Si, desde la posición de Júpiter, el Planeta pasa hacia el oeste, habrá un tiempo para morar en la seguridad. La amable paz descenderá sobre la tierra. Si, desde la posición de Júpiter, el Planeta aumenta en brillo y en el Zodiaco de Cáncer se convierte en Nibiru, Acad se desbordará de plenitud, el rey de Acad crecerá poderoso. Si Nibiru culmina, las tierras habitarán con seguridad, los reyes hostiles estarán en paz, los dioses recibirán las oraciones y atenderán las súplicas”. No obstante, se esperaba que la aproximación del planeta provocara lluvias e inundaciones, debido a los fuertes efectos gravitatorios: “Cuando el Planeta del Trono del Cielo crezca en brillo, habrá inundaciones y lluvias. Cuando Nibiru alcance su perigeo, los dioses darán paz; se resolverán los problemas, las complicaciones se aclararán. Lluvias e inundaciones vendrán”. Según la descripción de Sitchin sobre la cosmología sumeria, Nibiru sería el buscado «duodécimo planeta», o el Planeta X, que incluye la descripción de 10 planetas, más el Sol, y la Luna. Igualmente indica que en la antigüedad se habría producido una catastrófica colisión de uno de sus satélites con Tiamat, un hipotético planeta también postulado por Sitchin, y que habría estado entre el planeta Marte y Júpiter; hecho que habría formado el planeta Tierra y el cinturón de asteroides. Además, según Sitchin, Nibiru habría sido el hogar de una poderosa raza alienígena, los Anunnaki. Como consecuencia de la colisión, según afirma Sitchin, el planeta Nibiru habría quedado atrapado en el Sistema Solar, volviendo al lugar de la colisión periódicamente en una órbita excéntrica. Más tarde los Annunaki vinieron a la Tierra. Sitchin cita algunas fuentes que según él, hablarían sobre el planeta, que posiblemente sería una estrella (concretamente una enana marrón) que estaría en una órbita sumamente elíptica alrededor del Sol, la cual tuvo su perihelio hace aproximadamente 3600 años y un período orbital de unos 3600 a 3760 años. Sitchin atribuye estos datos a los astrónomos de la civilización maya. En un libro recientemente publicado, titulado “2012: cita con Marduk”, el escritor e investigador turco Burak Eldem presenta una nueva hipótesis, sugiriendo que son 3661 años los que duraría el período orbital del supuesto planeta y reclamando que habrá “una fecha de vuelta” para el año 2012, que evidentemente no se cumplió en esta fecha. Según la teoría de Eldem, 3661 es un séptimo de 25 627, que es el ciclo total “de 5 años galácticos” según el calendario maya extendido. El último paso orbital de Marduk, añade, sucedió en el 1649 a. C. y causó grandes catástrofes sobre la Tierra, incluyendo la erupción de la isla Thera, en el mar Mediterráneo. Sin embargo, hay una cierta discrepancia en relación a la erupción de Thera, que se estima fue en 1627 a. C., ni tampoco con la mitología mesopotámica que lo habría visto cinco siglos antes. Y ni siquiera ha sido visible fácilmente el mismo siglo de su regreso. Según los seguidores de Sitchin, sus ideas estarían avaladas por su dominio en lenguas muertas como el sumerio, y asistidas por la traducción de piezas consideradas tesoros; aunque esto realmente no es científicamente un fundamento astronómico. Marshall Masters, en uno de sus libros, apoya la hipótesis de la existencia del planeta Nibiru en nuestro sistema solar.

No obstante, la comunidad científica (al menos de manera oficial) niega la existencia de un planeta así, y ha realizado múltiples declaraciones en este sentido. Para los astrónomos, «las persistentes declaraciones acerca de un planeta cercano pero invisible son simplemente absurdas». Desde los foros científicos se alerta sobre una estrategia para confundir y alimentar el mito de la existencia de este planeta, consistente en relacionar el planeta ficticio Nibiru con cualquier comentario acerca del Planeta X o con el planeta enano Eris. En 1930, Clyde Tombaugh encontró el planeta Plutón, luego de una sistemática búsqueda iniciada por el Observatorio Lowell como resultado de las predicciones de Lowell acerca de la existencia de un planeta adicional en nuestro sistema solar. Sin embargo, se comprobó que la masa de Plutón era diminuta, y una vez analizada la órbita de Caronte, la luna de Plutón, se encontró que la masa del sistema era demasiado pequeña para afectar a la órbita de Neptuno. Por esta razón la búsqueda del Planeta X continuó. En 1983 se produjo el lanzamiento del satélite con el telescopio de infrarrojo IRAS. Basadas en las observaciones de este satélite, se publicaron unas declaraciones, y posteriormente en 1984 también un artículo científico en la revista Astrophysical Journal Letters, titulado “Unidentified point sources in the IRAS minisurvey” (‘fuentes puntuales no identificadas en el miniestudio de IRAS’), en las que se discutían varias fuentes infrarrojas detectadas de origen desconocido. Este artículo provocó gran revuelo, y el resurgimiento de todo tipo de bulos y teorías conspirativas. No obstante, más tarde se descubriría que estos «objetos misteriosos» resultaron ser galaxias lejanas. En 2008, un equipo japonés anunció que según sus cálculos, debía existir un planeta no descubierto a una distancia de unas 100 UA con un tamaño de hasta dos tercios del de la Tierra. La unidad astronómica (UA) es la distancia media entre la Tierra y el Sol: unos 150 millones de kilómetros. Estos cálculos refuerzan la hipótesis de la existencia de un planeta X, pero nada hace pensar que su órbita pueda ser distinta a la del resto de objetos del cinturón de Kuiper. En 1951 el astrónomo americano de origen holandés, Gerard Kuiper, que es considerado el padre de la moderna astronomía planetaria, postuló que debía existir una especie de disco de proto-cometas en el plano del sistema solar, que debería empezar pasada la órbita de Neptuno, aproximadamente entre las 30 y 100 unidades astronómicas. De este cinturón provendrían los cometas de corto período. A partir de 1992, con el descubrimiento de 1992 QB1 y los otros muchos que le han seguido, se tuvo constancia real de la existencia de una enorme población de pequeños cuerpos helados situados más allá de la órbita de Neptuno. Aunque los valores de las estimaciones son bastante variables, se calcula que existen al menos 70.000 cuerpos “transneptunianos” entre las 30 y 50 unidades astronómicas, con diámetros superiores a los 100 km. Más allá de las 50 UA es posible que existan más cuerpos de este tipo, pero en todo caso están fuera del alcance de las actuales técnicas de detección. Las observaciones muestran también que se hallan confinados dentro de unos pocos grados por encima o por debajo del plano de la eclíptica. A estos objetos se les conoce como KBOs (Kuiper Belt Objects).

El estudio del cinturón de Kuiper es muy interesante ya que los objetos que contiene son remanentes muy primitivos de las primeras fases de creación del sistema solar. La región central, más densa se condensó para formar los planetas gigantes, ya que las composiciones de Urano y Neptuno son casi idénticas a la de los cometas. En la región más y menos densa, la creación progresó lentamente, pese a lo cual se formaron un gran número de pequeños cuerpos. Es aceptado ampliamente que el cinturón de Kuiper es la fuente de los cometas de corto período, del mismo modo que la nube de Oort lo es para los de largo periodo. Tras el descubrimiento de 1992 QB1, el estudio de los objetos transneptunianos se ha convertido en un campo de la astronomía de muy rápida evolución, con grandes avances en el campo teórico en los últimos años. El número de objetos descubiertos cada vez es mayor y poco a poco se van obteniendo nuevos conocimientos sobre su significado y características físicas. Los mayores inconvenientes son que estos objetos quedan bastante al límite de la tecnología actual para estudiarlos. Además, tan sólo han podido explorarse regiones muy reducidas de cielo, por lo que es previsible que nos depare aún muchas sorpresas. A fines de 1999 ya había alrededor de dos centenares de objetos transplutonianos conocidos con denominación provisional. Parecen ser pequeños cuerpos helados similares a Plutón y Tritón, pero de dimensiones más reducidas. Mediciones de su color muestran que normalmente son rojizos. Se estima que son muy numerosos y no se descarta el poder hallar cuerpos del tamaño de Plutón o incluso mayores. Se ha hablado mucho de que los objetos del cinturón de Kuiper están constituidos por material primigenio a partir del cual se formaron los planetas, por lo que resultaría de alto interés poder analizar fragmentos de cometas. Sin embargo, de acuerdo con S. Alan Stern, a una escala de 4.600 millones de años, edad estimada del sistema solar, el número de colisiones debe haber destruido todos los cuerpos del cinturón con tamaños inferiores a 35 km. Como consecuencia, los cometas provenientes del cinturón de Kuiper no pueden tener más de 500 millones de años. Serían fragmentos de colisiones posteriores y estarían muy modificados por el mismo calor de estas colisiones, que serían las que eyectarían material hacia el sistema solar interno, constituyendo la base de los cometas de corto período. Las órbitas de los cometas muestran una amplia gama de tamaños, inclinaciones y excentricidades. En el pasado se dividió a los cometas en dos grupos basados en su período orbital: los cometas de largo período, con períodos superiores a 200 años, y los cometas de corto período, con tiempos inferiores. Los cometas de largo período poseen dos particularidades destacables. La primera es que sus órbitas se concentran mayormente en tamaños muy grandes. La segunda es que su irrupción en la región de los planetas es isotrópica, es decir, que no existe una dirección preferencial. Además, el 50% de los cometas de largo período son retrógrados, lo cual es consistente con que su distribución sea aleatoria. Era una creencia bastante general que los cometas provenían del espacio interestelar o que orbitaban las estrellas a muy gran distancia de ellas, y que las perturbaciones gravitatorias podían provocar incluso que algunos pudieran ser capturados por estrellas vecinas.

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Sin embargo, en 1950 el astrónomo holandés Jan Oort hizo notar que no había sido observado ningún cometa que indicara que provenía del espacio interestelar. Asimismo, los cometas que se adentraban en el sistema solar, deberían sufrir perturbaciones por parte de los planetas, principalmente Júpiter, hallando que éstas eran mayores que el pico de cometas de largo período. Esto significaba que muchos entraban en el sistema solar por primera vez, pues de lo contrario sus órbitas ya habrían sido modificadas por las perturbaciones gravitatorias de los grandes planetas. Por otro lado, las órbitas de los cometas de largo período tenían una acusada tendencia a que sus afelios, o puntos más alejados en la órbita de un cometa o planeta alrededor del Sol, se situaran hacia las 50.000 UA. Los cometas no provenían de alguna dirección preferencial. A partir de estos hechos Jan Oort propuso que los cometas provienen de una amplia nube externa en los confines del sistema solar. A esta nube, con el tiempo, fue denominada nube de Oort. Estadísticamente se calcula que puede haber un billón de cometas, aunque es una pura especulación, ya nadie ha podido observar dicha nube y, mucho menos, los objetos que pueda contener. La nube de Oort puede tener una fracción importante de la masa del sistema solar, tal vez superior a la de Júpiter, aunque es una simple especulación. Se piensa que puede ser una especie de globo que envuelve al sistema solar y la hipótesis más aceptada es que está constituida por escombros del sistema solar. En efecto, en sus orígenes el Sol estaba rodeado por una nube de gas y polvo, a partir de la cual se formaron infinidad de planetésimos, masas pequeñas de roca o hielo que se combinan para formar cuerpos más grandes, y, por agregación de los mismos, los planetas. Parte de estos planetésimos sufrieron grandes alteraciones orbitales como consecuencia de sus encuentros con cuerpos de gran masa (los proto-planetas) y de esta forma adquirieron largas órbitas casi parabólicas y quedaron “almacenados” en la nube de Oort, a una distancia media de un año luz donde, aunque débil, la influencia gravitatoria del Sol sigue siendo aún dominante respecto a la de las estrellas más cercanas. Oort también propuso un mecanismo capaz de enviar continuamente una pequeña fracción de cometas de la nube hacia el sistema solar interno. Los tránsitos casuales de otras estrellas cerca de la nube de Oort  pueden alterar las órbitas de los cometas, haciendo posible que, al azar, puedan ser mandados hacia el sistema solar. Se calcula que, en promedio, estas perturbaciones estelares se producen una vez cada 100 a 200 mil años. Relacionado con esto, se ha propuesto la existencia de “lluvias de cometas” para explicar las grandes extinciones de seres vivos en la Tierra en los tiempos geológicos. Si con alguna regularidad el sistema solar sufre tales “bombardeos“, sería una dificultad añadida a la hora de determinar la edad de la superficie de los planetas y satélites mediante el recuento de impactos de meteoritos.

EL llamado Planeta X es un planeta más allá de Neptuno. La «X» se refiere a desconocido, no al número romano 10, ya que sólo había ocho planetas conocidos al momento de empezar a llamar Planeta X a un hipotético planeta del Sistema Solar. En la cultura popular, Planeta X se convirtió en algo genérico para señalar un planeta imposible de encontrar en el Sistema Solar. Si bien Plutón, fue descubierto por la búsqueda del Planeta X, no es el Planeta X, y desde 2006 ha dejado de ser considerado dentro de la categoría de planeta para ser incluido en la de los planetas enanos. Tampoco lo son Ceres, del Cinturón de Asteroides o Eris, del Cinturón de Kuiper. Por las irregularidades que presentaba la órbita de Neptuno tras ser descubierto (en 1846), los astrónomos se volcaron a la búsqueda de un noveno planeta en el Sistema Solar. Ese planeta fue llamado Planeta X por Percival Lowell, cuando comenzó a buscarlo en 1905. El planeta que llevaba a Neptuno a semejantes irregularidades fue descubierto en 1930, 14 años luego de la muerte de Lowell, por el astrónomo Clyde Tombaugh del Observatorio Lowell, en Arizona (Estados Unidos). Tombaugh había seguido los pasos de Lowell metódicamente. La técnica utilizada era tomar dos fotografías de la misma región del cielo en dos días diferentes. Cada una mostraría de 50 mil a 400 mil estrellas. A pesar de todas esas estrellas, ambas imágenes serían idénticas, si los puntos de luz sólo eran estrellas. Si se proyectaban sobre una pantalla en rápida alternancia, ninguna estrella se movería. Pero si una de esas luces era un planeta, en la imagen se movería contra el fondo estrellado durante el intervalo entre fotografías. Y finalmente se movieron. Esto fue observado por Tombaugh el 18 de febrero de 1930. Lo vio en la constelación de Géminis. De la pequeñez del objeto dedujo que tenía que moverse muy lento, y más allá de la órbita de Neptuno. El descubrimiento del objeto transneptuniano fue anunciado el 13 de marzo de 1930, septuagésimo quinto aniversario del nacimiento de Percival Lowell. El nombre elegido para el nuevo planeta fue Plutón, Dios homónimo de la oscuridad infernal y de los muertos en la mitología romana. No obstante, cálculos posteriores demostraron que la masa de Plutón no era suficiente para explicar las variaciones en la órbita de Neptuno, por lo que la búsqueda no se consideró finalizada. Más recientemente, en 2008 un equipo japonés de la universidad de Kōbe publicó unos cálculos que sugerían la existencia de un planeta de un tamaño de hasta dos tercios el de la Tierra, orbitando a unas 100 UA. Hasta la fecha no se han encontrado pruebas de su existencia. Recientemente ha circulado en múltiples foros digitales el rumor de que Nibiru, también conocido como el “planeta X” o la “estrella negra” se está aproximando a la Tierra y que incluso cruzará por completo la órbita elíptica de nuestro planeta. Existe la teoría de que Nibiru es una especie de planeta oculto dentro de nuestro sistema solar o que, de hecho, se trata de una estrella enana que acompaña a nuestro Sol y que atraviesa el sistema solar cada 3,600 años, provocando masivos disturbios geológicos y magnéticos en los campos de la Tierra.

Hay fuentes que afirman que Nibiru se aproxima hacia nuestro planeta. Éstas especifican que actualmente la NASA esta rastreando a una “estrella negra” bajo el nombre del cometa Leonid Elenin y cuya conjunción con la Tierra y el Sol se espera para los próximos años. Y el supuesto cambio de los polos en la Tierra en realidad se debería a la influencia de esta estrella enana marrón, Nibiru. Y de confirmarse las versiones catastrofistas en torno a este fenómeno astrológico, podríamos enfrentar una serie de disturbios que alterarían significativamente las leyes físicas en torno nuestro planeta. Las preguntas del millón son: ¿podría haber en el sistema solar otros planetas, aún no descubiertos? ¿Es factible que exista el planeta X? Cuando la Unión Astronómica Internacional votó para degradar a Plutón a la categoría de planeta enano en 2006, establecieron tres criterios para definir qué es un planeta: debe orbitar alrededor del Sol; su gravedad debe ser suficiente como para modelarlo con una forma casi esférica; y debe ser suficientemente masivo como para tener una órbita “limpia”, sin interferencias remarcables. Plutón no cumplía el tercer criterio. Se considera que es uno de los muchos objetos del Cinturón de Kuiper, helados cuerpos más allá de la órbita de Neptuno. Algunos objetos del cinturón viajan en órbitas extremadamente alargadas alrededor del Sol. Otros tienen órbitas irregulares. “Estos pueden ser signos de perturbación de un objeto masivo distante“, indica Robert Jedicke, científico de la Universidad de Hawai. Claro que su opinión no tiene consenso general. Una temprana migración de los planetas gigantes también podría explicar estas extrañas órbitas. Durante los últimos años, grandes regiones del cielo han sido rastreadas en la búsqueda de objetos y se encontraron más de 1000 objetos del Cinturón de Kuiper. Pero estos estudios de grandes áreas sólo pueden detectar grandes y brillantes objetos. Los estudios que pueden encontrar objetos menores cubren sólo pequeñas áreas del cielo. Un objeto del tamaño de Marte, a una distancia de, por decir, 100 UA, sería tan débil como difícil de observar. Esto podría cambiar pronto. En diciembre de 2008, se vio el primer prototipo de Pan-STARRS. Pronto, cuatro telescopios equipados con las cámaras digitales más grandes del mundo buscarán en el cielo todo lo que se mueva. Su propósito principal es buscar asteroides peligrosos para la Tierra. Pero los cuerpos del sistema solar exterior no escaparán a sus observaciones.

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Se dice que el planeta X está en una órbita que lo trae cerca del Sol cada 3600 años (al igual que las tradiciones sumerias en relación a Nibiru). Con el conocimiento de las leyes de la gravedad es posible calcular su distancia en cualquier tiempo dado. El conocido astrónomo Phil Plait se tomó el trabajo de realizar los cálculos: En mayo de 2002, el supuesto planeta X tendría que haber estado a una distancia similar a la Tierra de la que se encuentra Saturno y tan brillante como el gigante gaseoso. El pronóstico de que pasaría cerca de la Tierra en 2003, evidentemente no se cumplió. ¿Es posible que exista algún planeta en el sistema solar que aún no haya sido descubierto? Sí, es posible. Un cuerpo pequeño, más allá de Neptuno, resulta difícil de observar. Un objeto más allá de Plutón, por ejemplo, si es de pequeño tamaño, podría haber escapado a la detección. ¿Por qué se descarta entonces que exista el planeta X? Los reclamos sobre el planeta X surgen a partir del libro “El 12º Planeta“, de Zecharia Sitchin. El autor dice haber estudiado las tablillas sumerias. Tomando sus historias de dioses y otros mitos como hechos, determinó que estaban en contacto con una civilización alienígena que vive en un 12º planeta (los ocho planetas actuales, más Plutón, el Sol y la Luna) en nuestro sistema solar, que pasa por el sistema solar interior cada 3600 años. El mito del planeta X incluye el “cambio de polos” y la “Detención de la rotación de la Tierra“. Una objeción es que si es un planeta 23 veces más grande que la Tierra y pasara por el sistema solar interno cada 3600 años, se supone que ya lo habríamos detectado. La hipótesis Némesis surgió en un artículo de investigación publicado en 1984 por R. A. Muller (físico de la Universidad de California, en Berkeley), Piet Hut (físico del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton) y Mark Davis (Princeton) en la revista Nature, en 1984. Némesis sería, según este artículo, una estrella oscura y pequeña, tal vez una enana marrón, con una órbita decenas, centenas o hasta millares de veces más distante que la de Plutón. La hipótesis Némesis es una hipótesis astronómica que sustenta la posibilidad de que nuestro Sol forme parte de un sistema binario. En este sistema, la estrella compañera del Sol, aún no descubierta, se llamaría Némesis por los efectos catastróficos que produciría al perturbar periódicamente la Nube de Oort. En la mitología griega, Némesis (llamada Ramnusia, la ‘diosa de Ramnonte’ en su santuario de esta ciudad) es la diosa de la justicia retributiva, la venganza y la fortuna. Castigaba a los que no obedecían a aquellas personas que tenían derecho a mandarlas y, sobre todo, a los hijos desobedientes a sus padres. Recibía los votos y juramentos secretos de su amor y vengaba a los amantes infelices o desgraciados por el perjurio o infidelidad de su amante. Según esta hipótesis, nuestro Sol, al igual que el 50% de los sistemas de estrellas de la galaxia, formaría parte de un sistema binario. Su otro foco sería una estrella apagada (o muerta), una enana marrón o un pequeño agujero negro. El supuesto objeto, denominado Némesis por los investigadores, orbitaría a entre 1 y 3 años luz de su pareja. Cada 26 a 34 millones de años, Némesis pasaría cerca o entraría en la nube de Oort, desestabilizándola y lanzando lluvias de grandes cometas en dirección al Sol, lo que explicaría la aparente periodicidad de los grandes impactos y las extinciones asociadas, confirmada por el registro fósil y los estratos geológicos de iridio, un metal extraterrestre. También existen algunas mediciones magnetométricas y otros indicios que favorecerían esta suposición. Sin embargo, el hecho de no haberse registrado un campo gravitatorio asociado a la estrella pone en entredicho dicha hipótesis. Muller ha llegado a afirmar en alguna entrevista que «si le dan un millón de dólares, descubre a Némesis». En 1985, Whitmire y Matese, de la Universidad de Louisiana del Sur, sugirieron que Némesis podría ser un pequeño agujero negro.

En octubre de 1999, el astrónomo británico John Murray anunció haber descubierto un noveno planeta mientras estudiaba unos cometas en los márgenes del Sistema Solar. Por sus características sería asimilable a Némesis, Según Murray, el nuevo planeta o estrella giraría alrededor del Sol a una distancia 1.000 veces más lejana que Plutón, si bien tal teórico descubrimiento no pudo finalmente ser verificado. A comienzos de 2000, un equipo de astrónomos de EE.UU. calculó que la estrella oscura, en caso de existir, podría ser un enana marrón, coincidiendo con las afirmaciones de John Matese, de la Universidad de Luisiana, quien ese mismo año estudió las órbitas de ochenta y dos cometas de la nube de Oort, afirmando que sus órbitas tenían algunos elementos extraños en común que sólo se podían explicar por la influencia gravitacional de un objeto de varias veces el tamaño de Júpiter. Según su hipótesis, el nuevo planeta estaría 30.000 veces más lejos del Sol que la Tierra, y haría su órbita alrededor del Sol en el sentido opuesto al de los otros miembros del Sistema Solar. Murray calculó una órbita que se completaría en unos seis millones de años y estimó su distancia al Sol en casi cinco billones de kilómetros. Sin embargo, tampoco sus tesis han podido ser demostradas. R.A. Muller y M. Davis propusieron una espectacular hipótesis digna de las mejores novelas de ciencia ficción: el Sol podría ser una estrella doble, con una alejada compañera que podría perturbar el cinturón de asteroides cada 26 millones de años y dirigir una lluvia de ellos hacia los planetas interiores del sistema solar. Pero matemáticamente la hipótesis era inconsistente ya que la órbita de la supuesta estrella sería inestable. Davis puso en contacto a Muller con P. Hut, un especialista en dinámica orbital. Este modificó la órbita de la supuesta compañera del Sol y la puso mucho más lejos, de modo que los “proyectiles mortales” que nos lanzaría no sería asteroides, sino cometas de la nube de Oort. Pero para que pudiera ser factible y basándose en una sugerencia de J.G. Hills, tuvieron que situar la parte más densa de la citada nube a una distancia entre 1.000 y 10.000 UA, cuando normalmente se admite que es mucho mayor. Sin embargo, con los números en la mano, cada 500 millones de años y durante un período de 700 mil años, la lluvia de cometas sería tan intensa, que de alcanzar de lleno a la Tierra la convertirían en un auténtico colador, por lo que lo más probable era que la vida haría mucho tiempo que habría desaparecido en nuestro planeta, si es que alguna vez pudo llegar a crearse. Aún así, en 1984 dieron a conocer su hipótesis sugiriendo que su estrella de la muerte, en el caso de que fuera descubierta, llevase el nombre de Némesis, diosa griega cuyo cometido era el perseguir sin descanso a los ricos, orgullosos y poderosos, añadiendo que si la estrella no era descubierta, sería su propio Némesis.

Andy Lloyd escribió un libro titulado “Dark Star – The Planet X Evidence”. Según él, hay ciertas dudas en relación a las diversas incongruencias y, a menudo, problemas irresolubles que presenta el planeta Nibiru, del que proceden los “dioses” extraterrestres llamados Anunnaki, tal como es explicado en las obras de Zecharia Sitchin. Un planeta que se comporta como un cometa no parece fácil que pueda sustentar formas de vida similares, si no idénticas, a nosotros. Salvo que la vida se mantuviese en el interior del planeta. En principio, creemos que la única forma de generar suficiente calor para la vida, tal como la conocemos, sería que existiera un planeta que orbitara una estrella enana marrón que, a su vez, estuviera en órbita solar. También podría ser que la enana marrón fuese Nibiru mismo, que atravesaba el sistema planetario solar durante su perihelio junto a su propio séquito de planetas. Pero es una afirmación arriesgada, dado el tamaño que requiere una enana marrón. No obstante, parece bastante probable que la enana marrón exista. Y posiblemente es la estrella binaria en órbita solar que se acerca a la zona planetaria solar cada varios miles de años. Pero ahora, además, es posible que esta enana marrón no sea Nibiru, sino simplemente la estrella central del sistema planetario de Nibiru. Según esto, a la teoría de Zecharia Sitchin, le añadiríamos un sistema con una enana marrón. Ello proporcionaría las condiciones de vida  necesarias si nos referimos a un planeta o satélite en una órbita cercana a la enana marrón. No obstante, ni la enana marrón ni Nibiru son visibles a simple vista desde la Tierra. Según parece, su máximo acercamiento se produce cerca de Plutón, en el llamado Cinturón de Kuiper, más allá de Neptuno. El planeta que se ve es Nibiru, el más exterior del sistema de la enana marrón. Y aparte de que aparentemente no dispone de las condiciones para sustentar vida, Nibiru es esencialmente como Sitchin lo describe, un planeta rojizo que brilla con un aura similar a la de los cometas mientras se mueve por entre los planetas del sistema solar. Sin embargo, Nibiru se halla además ligado a la enana marrón y no parece que orbite el Sol cuando se observa desde la Tierra. Esto es parte del problema expuesto por el Nibiru de Sitchin. Ciertamente fue la primera objeción que puso  el Dr. John Murray, astrónomo inglés autor de un documento que provee evidencia indirecta de una enana marrón en órbita solar. Él observó las constelaciones por las que pasa Nibiru durante su perihelio y estableció que el cuerpo sideral no orbitaba el Sol, y por lo tanto la teoría de Sitchin no sería correcta. Esto implicaba que tal vez la teoría de Sichtin fuese una mal interpretación de textos antiguos. Sin embargo, esta anomalía formaba realmente parte de la teoría, por lo que, después de todo, la extraña órbita de Sitchin era correcta. La solución que propone Andy Lloyd cubre una serie de otros problemas. De hecho, todo parece encajar de manera maravillosa. Nibiru entra en el sistema planetario solar moviéndose hacia atrás en el cielo, con un movimiento retrógrado. Si observamos el sistema planetario hasta Neptuno y Plutón, al centro del diagrama estaría la binaria Estrella Oscura, que se mueve alrededor del Sol en una gran elipse que le toma miles de años. Ha alcanzado el perihelio, el punto más cercano al Sol. Sin embargo, se halla aun a una distancia el doble que Neptuno. Esa distancia corresponde al cinturón de Kuiper, un área de cometas más allá de Neptuno. Así, la Estrella Oscura estaría a unas 70-80 UA del Sol en su perihelio. Todavía demasiado lejos para ser vista desde la Tierra.

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El años 2004, investigadores auspiciados por la NASA han descubierto el objeto más distante en la órbita del Sol. Es un misterioso cuerpo tipo planeta, que está tres veces más lejano de la Tierra que Plutón. “El Sol aparece tan pequeño desde esa distancia que podría ocultársele por completo con la cabeza de un alfiler“, dice el Dr. Mike Brown, del Instituto de Tecnología de California (Caltech), en Pasadena, California, profesor de astronomía planetaria y jefe del equipo de investigación. El objeto, llamado Sedna (o Xena) en honor a la diosa Inuit de los océanos, de la mitología esquimal, se encuentra a 13 mil millones de kilómetros de distancia, en los confines del sistema solar. Esta es, probablemente, la primera observación de la nube de Oort, un sitio muy distante donde se encuentran pequeños cuerpos helados, y que origina los cometas que cruzan por la Tierra. Otras características notables de Sedna son su tamaño y su color rojizo. Después de Marte, es el segundo objeto más rojo en el sistema solar. Se calcula que Sedna es aproximadamente tres cuartas partes del tamaño de Plutón. Sedna es, sin duda, el objeto más grande encontrado en el sistema solar desde el descubrimiento de Plutón en 1930. La Estrella Oscura orbita el Sol de manera similar a como lo hace el resto de los planetas; hacia adelante. Aparentemente siempre ha orbitado al Sol. La órbita en sentido normal está en armonía con el descubrimiento de Sedna, que también tiene un desplazamiento orbital hacia adelante. Ello implicaría que existe una relación entre las órbitas de Sedna y la Estrella Oscura, probablemente de resonancia orbital. De hecho, el movimiento de una enana marrón a través del cinturón de Kuiper hacia el perihelio, explicaría muchas de las aparentes anomalías. De acuerdo al mito, existen 7 planetas en el sistema de la binaria Estrella Oscura. Andy Lloyd sugiere que uno de los planetas interiores es similar a la Tierra y habitable. Su temperatura es cálida debido a su proximidad a la enana marrón, iluminada por su muy apagada luz rojiza. Los planetas orbitan a la Estrella Oscura en movimiento hacia adelante, de acuerdo con la formación inicial del sistema binario hace 4.600 millones de años atrás. Orbitan a la Estrella Oscura en un tiempo considerablemente menor del empleado para volver al perihelio solar. Aun el planeta más exterior, que cruza el espacio de los planetas solares exteriores, se mueve más rápido que la Estrella Oscura. El resultado es que, aunque la Estrella Oscura y su planeta más exterior se desplazan en realidad en movimiento hacia adelante, desde el punto de vista de un observador en la Tierra al planeta exterior se le ve moverse en retrogradación a través del cielo. Esto aclara una anomalía. Ese planeta exterior sería Nibiru. Otro detalle importante es el hecho que Nibiru no está girando alrededor del Sol. Parece venir hacia el Sol y de pronto rápidamente retrocede sin haber atravesado una gran porción del cielo. Esto aclara el extraño grupo de constelaciones que atraviesa, además de corto lapso durante el cual se puede observar a Nibiru. Aunque la Estrella Oscura se tomara cientos de años en cruzar el perihelio, el tiempo durante el cual Nibiru sería visible desde la Tierra sería corto; quizá semanas o meses. La idea que un planeta de la Estrella Oscura sea nuestro ‘Planeta X’ implicaría que Nibiru debería orbitar a unas 60 UA de la Estrella. Pero fue descubierto un reciente precedente en la forma de un planeta grande, visualizado a similar distancia de una Enana Café conocida por los astrónomos como ‘1207’.

Volviendo a Sumeria, tenemos que Enlil fue el sucesor de Anu y era considerado fuerte, poderoso y un dios sin compasión. Y fue Enlil el que provocó el Diluvio y el que destruyó Ur y Babilonia. También fue él el que destruyo Accad y confundió las lenguas de los seres humanos, tal como se explica en relación a la Torre de Babel. Asimismo creó el monstruo Labbu para aniquilar a la Humanidad. En los textos originales mesopotámicos, Enlil no estaba satisfecho con el camino que había seguido la evolución humana, y buscó su destrucción mediante una catástrofe que se preveía iba a caer sobre la Tierra. Por esta razón obligó a a los otros líderes anunnaki a mantener el secreto sobre el previsto cataclismo. En la versión bíblica (Génesis, capítulo 6), es Yahveh el que proclama su insatisfacción con respecto a la Humanidad y el que toma la decisión de aniquilar la Humanidad de la faz de la Tierra. En la conclusión de la historia sumeria del Diluvio, Ziusudra/Utnapishtim (el Noé bíblico) ofrece sacrificios en el Monte Ararat. Enlil se ve atraído por el agradable (para él) olor a carne quemada y, tras la necesaria persuasión, acepta dejar vivir a los supervivientes de la Humanidad. Perdona a Enki, por ser el que salvase a Ziusudra, y bendice a Ziusudra y su mujer. En el Génesis, es a Yahveh a quién Noé construye un altar, en el que sacrifica animales. Y, en este caso, es Yahveh el que huele el aroma agradable. Una evidente conclusión sería que Yahveh era Enlil. De los dos hijos de Anu, Enlil y Enki, el primero era Enlil, o En.Lil (Señor del Comando), que fue el que se convirtió en el jefe de los anunnaki en la Tierra. Esto lo podemos leer en el Salmo 97.9: “Por Ti, oh Yahveh, dios supremo sobre toda la Tierra y todos los demás Elohim”. La elevación de Enlil a este estatus se describe en los versos introductorios del poema épico Atra-Hasis, antes del amotinamiento de los mineros de oro anunnakis: “Después de Anu, el gobernante de Nibiru, que volvió a Nibiru después de visitar la Tierra, fue Enlil quién convoco y presidió el concilio de los Grandes Anunnaki, en donde se tomaban las principales decisiones”. La monoteísta Biblia se refiere varias veces a Yahveh de manera similar, presidiendo una asamblea de deidades de menor nivel, llamadas usualmente B’nai-elohim, “hijos de dioses”. En el Salmo 82.1, leemos: “El Señor estaba en la asamblea de dioses, entre los Elohim que está juzgando”. En el Salmo 29.1, leemos:”Dad a Yahveh, o hijos de dioses, dad a Yahveh gloria y poder”.

Los geólogos William Ryan y Walter Pitman, de la Universidad de Columbia, han planteado una posible inundación del mar Negro, que durante la última era glacial pudo haber sido un lago de agua dulce cuyo nivel descendió considerablemente. Al terminar la era glacial, con el aumento del nivel de los océanos, la estrecha franja de tierra que lo separaba del mar Mediterráneo se habría erosionado causando una inundación catastrófica en toda la cuenca del mar Negro, que habría aumentado su nivel e inundado grandes extensiones de superficie en tal vez unas pocas semanas. Existen pruebas convincentes de que esta inundación del mar Negro efectivamente ocurrió, pero no parece que sea el recuerdo de este hecho el que dio origen a las historias del Diluvio. No obstante, el Poema de Gilgamesh sería compatible con esta interpretación, pues en él se indica “La vasta tierra se hizo añicos como una perola. Durante un día la tormenta del sur sopló, acumulando velocidad a medida que soplaba, sumergiendo los montes, atrapando a la gente como en una batalla“. Los habitantes de la región del Mar Negro habrían visto, por tanto, llegar la inundación o tsunami procedente del sur, sumergiendo montes y atrapando a la gente. Los supervivientes de dicha inundación podrían haberse desperdigado a su alrededor dando lugar a la zona de influencia del idioma indoeuropeo junto con sus mitos. De hecho, en el Poema de Gilgamesh se relata que el único superviviente, Utnapishtim, “residirá lejos, en la boca de los ríos“. Es decir, probablemente en la baja Mesopotamia y en la desembocadura de los ríos Tigris y Eúfrates. Descartando el uso de pruebas de carbono-14 y otros modelos de determinación de la edad de los distintos períodos de la Tierra, se presenta la hipótesis de que todas aquellas culturas que refieren un evento en la antigüedad relacionado con el impacto de un asteroide, como en Yucatán, México, o con un tsunami atlántico, se encuentran de hecho refiriéndose al mismo evento cataclísmico provocado por el impacto de un asteroide en la zona del golfo de México, provocando una vaporización y atomización del agua salina, y la precipitación de aguas del Océano Atlántico con rumbo al valle de Persia (actual Irán) en la forma de un tsunami gigante, así como la consecuente formación de nubes cubriendo todo el planeta y causando daños a corto y medio plazo.

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Se asocian las crecidas de los ríos en los que se desarrollaron las primeras civilizaciones con las catástrofes que afectaron a las primeras comunidades urbanas del Tigris y el Éufrates. En este sentido existe una amplia tradición local que asocia estas catástrofes con el diluvio del Génesis bíblico-mesopotámico. Se ha teorizado que el Diluvio pudo ser en realidad un tsunami mediterráneo producido por el estallido del volcán Etna en la ribera oriental de Sicilia. Una investigación publicada en 2006 sugiere que esto ocurrió alrededor del año 6000 a. C. y causó un enorme tsunami que dejó su marca en varios lugares del mar Mediterráneo oriental, como en el asentamiento de Atlit Yam (Israel), hoy día bajo el nivel del mar, que fue abandonado repentinamente alrededor de esa época. Por otro lado, se sugiere que el mito del diluvio universal estaría relacionado con la Teoría de la catástrofe de Toba. La teoría de la catástrofe de Toba explica un hecho que se produjo en el norte de la isla de Sumatra, en Indonesia, hace entre 70 y 75 mil años, cuando un supervolcán situado en el lago Toba entró en erupción. Algunos estudios afirman que esto produjo un cuello de botella en la raza humana, influyendo en su evolución, así como un invierno volcánico con descensos de temperatura a nivel global durante 6 ó 7 años. La teoría afirma que cuando se restableció el clima y los demás factores, los humanos se empezaron a extender a partir de África. La teoría establece que la evolución humana fue afectada por un reciente acontecimiento de tipo volcánico. Fue propuesta en 1998 por Stanley H. Ambrose, de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign. Este acontecimiento habría reducido la población mundial a 10.000 o incluso unas 1.000 parejas reproductoras. El conocimiento sobre la prehistoria humana es en gran medida teórico, pero está basado en las evidencias obtenidas de fósiles, la arqueología y las evidencias genéticas. En los últimos tres a seis millones de años, tras la separación de los linajes de humanos y simios del tronco común de homínidos, la línea humana se ramificó en varias especies. La teoría catastrófica de Toba establece que una inmensa erupción volcánica cambió el curso de la historia al producir la casi extinción de la población humana. Hace entre 70.000 y 75.000 años, el supervolcán del lago Toba, en el norte de la isla indonesia de Sumatra, explotó como una caldera con una fuerza 3000 veces superior a la erupción del monte Santa Helena, y dejó como rastro el actual lago Toba, el lago volcánico más grande del mundo, de 100 km × 30 km y 505 m de profundidad. Se han encontrado restos directos de esta explosión hasta en lugares alejados varios miles de kilómetros, como el Sur de la India.

Según Ambrose, esto provocó una caída de la media de las temperaturas en la Tierra entre unos 3 y 3,5 °C, con un invierno volcánico global que pudo durar entre 6 y 7 años. En las regiones templadas produjo una disminución de las temperaturas globales de 15 °C de promedio, lo que representa un cambio drástico en el ambiente, que debió producir múltiples cuellos de botella de población en varias especies homínidas que debían existir en la época, incluyendo la nuestra e incluso llevando a la extinción a muchas de ellas. Una combinación de evidencias geológicas y modelos computacionales apoya la factibilidad de la teoría de la catástrofe de Toba, y la evidencia genética sugiere que todos los humanos actuales, a pesar de la aparente variedad, provienen de un mismo tronco formado por una población muy pequeña. Utilizando las tasas promedio de mutación genética, algunos genetistas han estimado que esta población humana original vivió en una época que concuerda con el acontecimiento de Toba. Esta teoría establece que cuando el clima y otros factores fueron propicios, los humanos nuevamente se expandieron a partir de África, migrando primero al Oriente Medio, y luego a Indochina y Australia. Las rutas migratorias crearon centros de población en Uzbekistán, Afganistán e India. Las subsiguientes adaptaciones al medio produjeron los diferentes rasgos y tonalidades en el color de la piel que hoy en día se observan en la población humana, a partir de un reducido colectivo de humanos similar genética y físicamente a los actuales bosquimanos. La transmisión oral de esta catástrofe a través del tiempo explicaría por qué el mito del diluvio universal es común a diversas culturas a lo largo del mundo como, por ejemplo, en los indios Innu de Canadá. Con respecto al Arca, existe la versión de que «en el siglo XX fueron encontradas en la cumbre del monte Ararat pruebas fehacientes de restos de una embarcación aceptadas por la arqueología». Las presuntas pruebas consisten en unas polémicas fotografías en las que, según algunos investigadores, se apreciaban en las estribaciones de esta montaña formaciones naturales que ellos creen que podría ser restos de madera que habrían pertenecido a dicha Arca. En 1950, el alpinista francés Fernand Navarra encontró restos de madera cuyo análisis mediante carbono 14 en distintos laboratorios ubicó la edad de los trozos de madera entre 650 y 760 d.C, con un margen de error de 100 años, lo que desmentiría que fuesen restos del Arca. Del mismo modo, en la parte más elevada del Monte Ararat, en la zona este de Turquía, se postula que existen imágenes que se atribuyen al Arca de Noé, de acuerdo a las investigaciones que se han venido realizando con imágenes desde satélites. El tamaño de la formación equivaldría a los 300 por 50 codos que medía el Arca de Noé, como explica el libro del Génesis. Sin embargo, tampoco ha sido corroborado arqueológicamente, y geológicamente se ha señalado que es solo una formación natural.

Pero las historias sobre un diluvio bíblico, o su versión de Mesopotamia, no son las únicas historias sobre este asunto. Existen también otras historias de diluvios en otras culturas repartidas por todo el mundo, lo cual apuntaría a un gran cataclismo a nivel global más que a una catástrofe local. En las historias griega e hindú aparece también la ayuda divina y un barco o arca. En las Escrituras védicas de la India encontramos a un rey llamado Svayambhuva Manu, que fue avisado del diluvio por una encarnación de Visnú en forma de un gigantesco pez, Matsya Avatar. Matsya arrastró el barco de Manu y lo salvó de la destrucción. El diluvio hindú fue mucho más devastador, ya que el agua no provenía de las nubes de este planeta, sino que se trataba de una creciente del océano que se encuentra en el fondo del universo. Curiosa versión que daría verosimilitud a que el agua del planeta Tierra proviene de otro planeta que fue destruido por un enorme cataclismo. No obstante, esta versión hindú es congruente con el desbordamiento del Mar Mediterráneo que inundó el área ahora ocupada por el Mar Negro, forzando a los supervivientes indoeuropeos de la zona este del Mar Negro a emigrar, en este caso hacia la India. El mito persistió al igual que en Mesopotamia. La mitología griega relata la historia de un gran diluvio producido por Zeus, quien había decidido poner fin a la existencia humana, por haber aceptado el fuego que Prometeo había robado del Monte Olimpo. Deucalión y su esposa Pirra fueron los únicos supervivientes. Prometeo le dijo a su hijo Deucalión que construyese una embarcación, en la cual dispusieron todo lo necesario, y así sobrevivieron. Es importante destacar que, según la versión griega, el diluvio fue ocasionado por el viento Austral (del sur): “sólo se dio salida al Austro, el cual se precipitó a la Tierra cargado de lluvia” , hecho similar al de la mitología mesopotámica, que puede ser explicado por el desbordamiento del Mar Mediterráneo formando, al norte, el Mar Negro. Al terminar el diluvio, y una vez que se secó la tierra y las aguas retrocedieron hacia el mar, el arca de Deucalión se posó sobre el monte Parnaso, en donde estaba el oráculo de Temis, teniendo en cuenta que Apolo aún no había nacido. Deucalión y Pirra entraron en el templo para que el oráculo les dijera qué debían hacer para volver a poblar la Tierra, y la diosa sólo les dijo: «Vuélvanse hacia atrás y arrojen los huesos de su madre». Deucalión y su mujer adivinaron que el oráculo se refería a las rocas de la Tierra. De esa forma, las piedras arrojadas por Deucalión se convirtieron en hombres, y las arrojadas por Pirra en mujeres.

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En las tradiciones del pueblo amerindio mapuche, pueblo aborigen sudamericano que habita el sur de Chile y el suroeste de Argentina, igualmente existe una leyenda sobre una inundación. El pueblo mapuche cuenta entre sus mitos con una fantástica leyenda del diluvio universal que reviste cierta analogía con el diluvio bíblico. Encarnan la leyenda dos serpientes, la llamada Treng treng vilu, protectora de los hombres, equivalente al Enki sumerio, y Caicai vilu, enemiga del género humano y equivalente al Enlil sumerio. Un día fueron advertidos por la serpiente amigaTreng treng vilu que la serpiente enemiga preparaba su exterminio mediante una terrible crecida del mar y les instó a refugiarse en el cerro sagrado que ella habitaba, donde sólo unos pocos concurrieron. Producida la inundación, a medida que las aguas subían, Treng treng vilu elevaba el cerro hasta acercarse al sol (como si fuese una nave espacial). Los refugiados se salvaron y los que fueron alcanzados por las aguas quedaron convertidos en peces, cetáceos y rocas. Así fue cómo se salvó la humanidad al bajar estos pocos hombres desde el cerro en el que se habían refugiado. Para los indios quiché, de Guatemala, la inundación fue producida por Uk’u’x Kaj (“Corazón del Cielo”) o Jurakan, Madre y Padre de los dioses, a fin de destruir a la raza de los hombres de madera. Fray Bartolomé de las Casas refiere también que entre los quiché “había noticia de un diluvio y del fin del mundo, y llámanle Butic, que significa diluvio de muchas aguas y quiere decir juicio, y así creen que está por venir otro Butic, que es otro diluvio y juicio, no de agua, sino de fuego, el cual dicen que ha de ser el fin del mundo, en el cual han de reñir todas las criaturas”. Semejante al anterior relato es un pasaje contenido en la Relación de la ciudad de Mérida, que confirma la creencia en diluvios sucesivos de agua y fuego, como también en un caimán que simbolizaba la inundación y la tierra. En la obra “Historia de la América Central“, de Enrique Gómez Carrillo, el autor recopila documentos de la conquista, principalmente de fray Francisco Ximénez, en se describe cómo, a la llegada de los primeros misioneros cristianos, encontraron muchos paralelismos con los temas de la torre de Babel, las tribus perdidas, la caída de Lucifer, los viajes de evangelización de los apóstoles y, por supuesto, el diluvio universal. En un fragmento se describe cómo el cacique de Nicaragua, sosteniendo un diálogo con Gil Gonzáles de Ávila, preguntó si ellos también tenían noticia del diluvio que había destruido el mundo antiguo. En el manuscrito mexica, denominado Códice Borgia (Códice Vaticano), se recoge la historia del mundo dividido en edades, de las cuales la última terminó con un gran diluvio a manos de la diosa Chalchitlicue. En la mitología incaica, Viracocha destruyó a los gigantes con una gran inundación, y dos personas repoblaron la Tierra, Manco Cápac y Mama Ocllo, que sobrevivieron en cuevas selladas.

En el lago Titicaca, donde habita un grupo de indígenas conocidos por el nombre de urus, existe una leyenda local que dice que, después del diluvio universal, fue en el lago Titicaca donde se vieron los primeros rayos del Sol. Para los Kawesqar, o Alacalufes, de Tierra del Fuego, una gran inundación tuvo lugar en el mundo cuando un joven cazó una nutria, que era tabú cazarla, para regalarle a su novia una buena comida. La nutria era una criatura protegida por el espíritu de las aguas, quien, dolido por esta afrenta, hizo subir el mar para vengarse de toda la humanidad. Al final del relato, el joven y su novia se salvan al subir a elevados cerros. Luego son ellos los encargados de repoblar la tierra. Según una tradición de los taínos del Caribe, Yukiyuo Yukahua, su dios, creó una gran inundación. Se dice que se salvaron gracias a que se albergaron en el bosque fluvial del Yunque. La Mitología guaraní de los nativos de América del Sur sostiene que durante el tiempo conocido como “Yvy tenonde” (primera tierra), los hombres y los dioses convivían libremente en abundancia y no existían enfermedades ni penurias. Hasta que un hombre llamado Jeupié transgredió su máximo tabú, el incesto, al copular con la hermana de su padre. Este hecho fue castigado severamente con un diluvio (Mba’e-megua guasu), que destruyó aquella tierra primera y produjo la partida de los dioses hacia su morada celestial. Ñamandú, dios principal de los guaraníes, decide crear entonces una segunda tierra, aunque imperfecta. Solicita entonces la ayuda de Jakairá, quien esparce una bruma vivificante sobre la nueva tierra. Los sobrevivientes del diluvio pasan a habitar esta tierra donde ahora hay enfermedad, sufrimientos y muerte. Desde entonces, los hombres habitantes de la “nueva tierra“, conocida como Yvy Pyahu, están condenados a la eterna búsqueda de aquella primera tierra perdida que llaman: “Yvymara’eỹ” (Tierra sin Mal). La tradición del pueblo de la Isla de Pascua dice que sus ancestros llegaron a la isla escapando de la inundación de un mítico continente o isla llamada Hiva. Al otro lado del Atlántico, en el Chad africano, la tribu moussaye cuenta en su mitología la historia de una familia que vivía en un lugar remoto. Cierto día, la madre quiso preparar una comida opípara para su familia; así que tomó el mortero con su majador para moler el grano y hacerlo harina. Parece que en aquel tiempo el cielo estaba mucho más cerca que ahora, por lo que si se alargaba la mano, podía tocarse. Majó el grano con todas sus fuerzas y machacó el mijo hasta que lo hizo harina. Pero al moler, la mujer se descuidó y alzó el majador tan alto que hizo un agujero en el cielo. En el acto empezó a caer a la tierra mucha agua. No era una lluvia normal. Llovió durante siete días y siete noches hasta que toda la tierra quedó anegada. Conforme caía la lluvia, el cielo se iba levantando, hasta que llegó a la altura inalcanzable que ahora tiene. Desde entonces perdimos el privilegio de tocar el cielo con la mano.

Hay una frase, perteneciente a la tradición peruana, que explica lo siguiente: “Durante cinco días y cinco noches, el sol no apareció en el cielo. Mientras, el océano, abandonando el litoral, regresó y se echó sobre el continente con un estruendo espantoso. Toda la faz de la Tierra fue cubierta”. Este relato recuerda, aunque en una versión ampliada, lo que las televisiones habían mostrado sobre el gran tsunami acaecido el año 2005 en Indonesia, que mató a más de 250.000 personas en pocas horas. Y en el relato peruano hablaban de cinco días y cinco noches y que toda la faz de la Tierra quedó sumergida. Aquello tenía sentido. Tal vez un Diluvio universal sea poco creíble, pero un tsunami ya es otra cosa y el efecto puede ser tanto o más devastador. En un relato de indios de América del Sur se dice: “Un gruñido quebrantó cielo y tierra, y los ríos se desbordaron a su paso por las ciudades. Un mes más tarde, resonó de nuevo, enorme esta vez, y la Tierra se quedó a oscuras bajo una lluvia incesante y espesa”. Los indios Choctaw, de América del Norte, también hablaban de una ola tan alta como una montaña: “La Tierra se quedó a oscuras, cuando una luz viva alumbró todo el norte. Pero era una ola, alta como una montaña, que avanzaba a toda velocidad”. Un legendario poema lapón, en el norte de Finlandia, en Europa, también habla de un tsunami gigantesco: “Avanzaba la pared de agua, espumante, ensordecedora. Se elevó hasta el cielo, rompiéndolo todo. De un solo golpe, el suelo se levantó, se plegó, se dio la vuelta y cayó. La bella Tierra, el hogar de los hombres, se llenó del lamento de los moribundos”. Una tradición de indígenas del Brasil, explica que: “Los relámpagos rasgaban el cielo y el trueno producía tal estruendo que los hombres se quedaron petrificados. Entonces el cielo estalló. En su caída, los fragmentos lo aplastaron todo, matando a todo el mundo. Tierra y cielo volcaron. Nada vivo quedó sobre la Tierra”. «Entonces el cielo estalló» es una descripción adecuada para indicar que algo terrorífico se nos vino encima. En América del Norte, entre las tribus Tlingit se cuenta un relato que dice: “La mayor parte de la humanidad pereció en un diluvio. Los supervivientes fueron entonces víctimas de una ola de calor a la que siguió un frío intenso y una helada”. En esta descripción aparece una novedad, ya que habla de un diluvio seguido de una ola de calor y luego un frío intenso y una helada.

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El poeta romano Ovidio, en su obra Metamorfosis, habla de una catástrofe que asoló toda Europa, desde las aguas del Tajo, hasta el Nilo, pasando por el Rin, el Ródano y el Tíber. Y dice: “La Tierra se abrasó, se partió en fallas profundas y se secó. Las grandes ciudades desaparecieron y la inmensa deflagración redujo a cenizas naciones enteras. Bosques y montañas fueron presa de las llamas. Mientras Libia, quemada por el calor, se convertía en un desierto. ¡Y los ríos!… El Don, el Ganges, el Éufrates y el Danubio estaban en llamas; las arenas de oro del Tajo se fundieron bajo el calor. El Nilo dejó de fluir, su delta vomitó polvo. Igual que las aguas del Rin, del Ródano, del Tíber y de los ríos de la Tracia… Por todas partes había enormes fallas abiertas. Aquí, un mar desaparecía: lo que por la tarde aún era una vasta extensión de agua, ahora no es más que una playa de arena seca. En otro lugar, del fondo de los mares surgían nuevas islas que se añadían a las Cícladas rotas y dispersas”. Los indios Warao, pueblo indígena amerindio que habita en el delta del río Orinoco, cuentan lo siguiente: “Surgidos de una convulsión telúrica, los volcanes escupían fuego con tanta violencia que las estrellas palidecieron. Sobrevino entonces otro Cataclismo donde se vio de repente levantarse una pared de las montañas y al mar arrojarse sobre las planicies y sumergirlas”. Ahí aparecía los volcanes que escupían fuego y el mar que se arrojaba sobre las planicies y las sumergía. Unas tribus indias de Canadá, en la Columbia Británica, relatan que: “Se formaron nubes enormes y el calor se hizo tan fuerte que las aguas hirvieron. Y todos cuantos se zambulleron para refrescarse, murieron allí”. Un manuscrito maya afirmaba: El suelo se levantó y se hundió muchas veces en lugares diversos. Cuando cedió, diez regiones dislocadas se hundieron en las aguas, arrastrando con ellas a millones de habitantes. Es sorprendente que se refiera millones de habitantes, indicando una catástrofe de tipo planetario. Una leyenda india de América Central contaba que «Todo estuvo perdido en un solo día». De los antiguos pueblos de Samoa, en la Polinesia, procede este relato: “Entonces un miasma se levantó. El miasma se volvió humo y el humo nube. El mar se hinchó desmesuradamente y, en una espantosa catástrofe, el Continente se hundió en las aguas. En mitad de la noche que envolvía a todo el mundo, la nueva tierra surgió de las entrañas de la Tierra que había sido engullida”. Parece que relate una gran explosión nuclear. Desde  la tradición budista del Tíbet nos llega este relato: “Después de un largo tiempo, apareció de nuevo el sol. La faz de la Tierra había cambiado. Todo lo que había existido antes había sido destruido y la vida partió de cero”. Una leyenda popular de la China relata lo siguiente: “Cuando surgieron las grandes montañas, la Tierra se abrió y engulló casi mil millones de seres humanos”. Es sorprendente esta cifra de personas en una remota antigüedad. Según el Mahabharata, en la India: “La Tierra estalló y sesenta millones de ciudadanos de las metrópolis perecieron ahogados en una sola y espantosa noche”. También se trata de una cifra muy importante de victimas.

Si trasladamos a un mapa terrestre todas estas tradiciones sobre una catástrofe planetaria, vemos que, de norte a sur y de este a oeste, desde Laponia hasta Egipto, desde el Canadá hasta el cono sur del continente americano, desde Brasil hasta la India, sin olvidar China, América Central o el propio Tíbet, todos los relatos cuentan que tuvo lugar un cataclismo de proporciones inimaginables. La conclusión que podemos deducir es que en tiempos remotos se produjo un suceso espantoso, que asoló la Tierra. En el libro de los Hopi, de Frank Waters, se explica que desde hace muchos siglos los Hopi afirman que: “La explosión demográfica, la multiplicación de las mega polis y de los transportes aéreos hicieron que el Hombre no se conformase únicamente con la creación. Un número cada vez mayor de individuos sólo se preocupaba de su bienestar personal y material. El Hombre disponía de todo hasta la saciedad, pero siempre deseaba más y más. No dejaba de producir incluso lo que no necesitaba y cuanto más tenía, más reclamaba”. Es curioso que este antiguo texto hopi se parezca tanto a lo que podría decirse actualmente sobre nuestra sociedad. Esto obligaba a plantearse si en tiempos remotos era posible que hubiese existido una civilización tan avanzada, capaz de llenar los cielos con transportes aéreos, producir una explosión demográfica y fabricar cuanto deseara. Otro gran misterio de la antigüedad lo constituye Tiahuanaco, que todo indica que es un antiguo puerto marítimo situado en la cordillera de los Andes, a casi cuatro mil metros sobre el nivel del mar. Pero no tiene ningún sentido construir un puerto marítimo a esta altura. Hay distintas teorías sobre Tiahuanaco, desde que fue construido hace unos cuatro o cinco mil años hasta que tiene más de cien mil, incluyendo las teorías que dicen que era un puerto de mar que fue elevado hasta esa altura por algún tipo de cataclismo. Los geólogos clasifican las montañas en viejas y jóvenes. Lo que parece bastante generalizado es que todos los geólogos, o casi todos, llegan a la conclusión de que nuestros antepasados vieron nacer las cumbres más altas de la Tierra, como el Himalaya, los Alpes, los Pirineos, las Rocosas y los Andes. Ello indicaría que no eran tan antiguas como se suponía. Sin embargo, la mayoría de los geólogos opinan que ese fenómeno no se produjo de golpe. Afirman que las montañas más altas del mundo surgieron del suelo a una velocidad de 2 a 4 centímetros por año. Entonces tendrían razón los que afirman que Tiahuanaco fue construida hace por lo menos cien mil años, porque éste es el tiempo que se tarda en crecer cuatro mil metros (cuatrocientos mil centímetros) a la velocidad de cuatro centímetros por año.

Pero se supone que no existían ciudades hace mil siglos. Charles Berlitz, en su libro “El misterio de Atlantis” decía: “Arqueólogos sudamericanos sitúan la construcción de Tiahuanaco en una época cuando el terreno estaba unos 4.000 metros más bajo que el actual […] Su teoría se apoya en las transformaciones de la cordillera de los Andes inscritas en los depósitos calcáreos o en las líneas del nivel dejadas por las aguas del mar en los acantilados y en las montañas, y que muestran que esta parte de los Andes fue levantada, con el lago Titicaca, provocando la destrucción y la muerte de la ciudad. […] Estos arqueólogos sitúan la despoblación de Tiahuanaco en una época comprendida entre los 10 ó 12 mil años de nuestros días”. El mismo autor, en su libro Doomsday 1999, dice: “Aunque Tiahuanaco esté hoy a una altitud de 4.000 metros, demasiado elevada para vivir, sus diques y sus muelles muestran que en otro tiempo fue puerto de mar y que fue elevada a esa altura con la creación de los Andes, hace 11.000 años”. Richard Mooney, en su libro Colony Earth, dice: “La abundancia de fósiles marinos sobre el altiplano da pie a pensar que la región estuvo un día a nivel del mar. Las relaciones geológicas muestran que el levantamiento de la planicie es bastante reciente. Debió de producirse hace unos 6.000 u 8.000 años […] Tiahuanaco estaba posiblemente en fase de construcción cuando sobrevino la catástrofe que asoló la Tierra […] Estimaciones recientes muestran sin embargo que la ciudad fue fundada mucho antes, lo que la situaría antes del Diluvio”. La geología tradicional dice que «las rocas que se amontonan entre los cuatro mil y los ocho mil metros están en orden inverso a su edad. Es decir: las más antiguas sobre las más recientes». Eso es justo al revés de lo que la lógica apuntaría, porque significaría que el macizo himalayo, el más alto del mundo, era también el más joven, surgido ya en tiempos históricos. Era similar al caso de un arado que removía la tierra y dejaba lo que está debajo encima. Pero en este caso, en lugar de un arado, ¿no sería tal vez el efecto de un gigantesco tsunami o un volteo de la Tierra? Según algunos textos científicos, apenas formados, los Alpes pivotaron sobre sí mismos y ascendieron hacia el noroeste centenares de kilómetros; el Himalaya, en bloque, y toda la falda de las Rocosas recorrieron cien kilómetros; un macizo de tres mil metros, Chief Mountain, atravesó la planicie de Montana y se desplazó sesenta kilómetros; enormes placas de roca, dos veces más extensas que el Gran ducado de Luxemburgo, fueron catapultadas más de cien kilómetros como vulgares guijarros. ¿Qué fuerza gigantesca fue capaz de realizar semejantes acciones?

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Es lógico pensar que la gran violencia de tal cataclismo universal tendría que haber producido una gran mortandad entre los seres vivos. En efecto, los libros de paleontología explican que en cualquier parte del mundo pueden encontrarse centenares de osarios gigantescos. Desde el estrecho de Boering a la Patagonia, desde Maine a Michigan y desde New Jersey, pasando por el Brasil, Perú, Europa Central, Inglaterra, Alemania, Dinamarca, Siberia y China, existen montones de cuevas y grietas llenas de restos de animales que se cuentan por millones. Ya sea en las laderas del monte Mc Kinley en Alaska con inmensos depósitos de restos de mamuts, mastodontes y bisontes, la cueva de Cumberland, la grieta de Chou-k’ou-tien, la cueva de San Ciro, en Palermo, con veinte toneladas de huesos de hipopótamos, la cueva de Vallonet, en Mónaco, donde encontraron restos de elefantes, rinocerontes, leones e incluso ballenas, o la isla Liakhov, en Siberia, por citar sólo los lugares más célebres, todos los osarios presentan las mismas características. Aparecen montones de cuerpos en todas las actitudes, sorprendidos por la muerte, aplastados aunque pesasen toneladas, incluso despedazados y esparcidos. Pero aún había más, ya que los geólogos encontraron en los depósitos sedimentarios restos humanos, de animales, de plantas y utensilios, todo mezclado. Llegaron a la conclusión de que, para que se produjese semejante hecho, fue necesario un medio aglutinante que lo moviese todo en la misma dirección para acabar sepultado por el aluvión. Incluso encontraron fósiles de insectos en los que no se detectaban huellas de desintegración, lo que apuntaba a una muerte súbita y un enterramiento casi instantáneo. Esto es característico en un desastre ocasionado por una gigantesca ola de agua, probablemente de más de 1 km. de altura, seguida de un asentamiento de todas las partículas en flotación. La carnicería fue tan impresionante que Charles Darwin escribió: «Nuestro espíritu nos empuja a imaginar alguna catástrofe terrible, porque para matar a tantos animales de todo tipo, no queda más remedio que sacudir todo el globo terrestre». Asimismo Platón dijo: «La Tierra basculó adelante y atrás, a derecha e izquierda, moviéndose en todos sentidos». La mayoría de las leyendas y relatos del Gran Cataclismo atribuyen el desastre a la cólera divina. Ya fuesen babilonios, aztecas o guaraníes, cuentan que los dioses estaban irritados por la malignidad del hombre. El Dios de la Biblia también reacciona con brutalidad ante la maldad, la corrupción y la violencia de la gente. Pero había otro detalle sorprendente. Todos los relatos eran unánimes al explicar que los dioses, o Dios, prometieron solemnemente que semejante castigo no se abatiría nunca más sobre la Tierra, fuera cual fuese la conducta del ser humano.

Uno de los relatos más impactantes es la Epopeya (o Poema) de Gilgamesh, que atribuía el Gran Cataclismo a un hecho planificado: «Un día, los grandes dioses decidieron hacer el Diluvio». El texto explicaba que los grandes dioses se reunieron, rodeados de sus consejeros, y deliberaron sobre la oportunidad de llevar a cabo la operación del Diluvio. Se acordó ejecutarla y así se hizo. Pero algo salió mal y los dioses acabaron moviéndose en mitad de la gran confusión, «se arrastraban como perros» aplastados por el desastre que habían provocado «sin reflexionar», como ellos mismos reconocían. Los sumerios consideraban que el Cataclismo fue el resultado de un error humano. Tal vez la palabra dios, quizás, no debía tomarla en el sentido bíblico, sino que puede que hablasen de seres bastante más humanos, capaces de cometer errores, según se desprendía de los escritos y de las tradiciones. Ello implicaría que tal vez el Diluvio Universal fue provocado por el hombre o por seres extraterrestres. Existen más de ochenta relatos conocidos, entre leyendas y tradiciones, basados en el Diluvio Universal y todos ellos hacen mención de un «salvador», cuya figura más representativa es el venerable Noé. Ya en el año 600 a.C. los historiadores egipcios trataron a los griegos de «niños que ignoran la historia y las ciencias del pasado» e ilustraron sus acusaciones con ejemplos. Así, escribieron que «existe una historia que retuvisteis: es la de Faetón. ¡Pero la convertisteis en un mito, cuando resulta que es una realidad!». Faetón es el nombre de un planeta hipotético existente entre las órbitas de Marte y Júpiter, cuya destrucción supuestamente llevó a la destrucción de Marte, la formación del cinturón de asteroides y, tal vez, la formación de la Luna, que al acercarse peligrosamente a la Tierra, produjo un Gran Cataclismo. Tal vez el agua que tenía Marte, de lo que hay claras evidencias, se traslado a la Tierra, provocando el Diluvio. El planeta hipotético toma su nombre de Faetón, el hijo del dios del Sol Helios en la mitología griega, que intentó conducir el carro solar de su padre durante un día, con resultados desastrosos, y que fue finalmente destruido por Zeus. El asteroide 3200 Faetón comparte el nombre con el planeta hipotético. 3200 Faetón es un asteroide del tipo Apolo que cruza las órbitas de Mercurio, Venus y Marte, con propiedades inusuales. En la mitología griega, Faetón o Faetonte (en griego antiguo Phaéthôn, ‘brillante’, ‘radiante’) era hijo de Helios (Febo, el ‘brillante’, un epíteto posteriormente asumido por Apolo), y de Clímene, esposa de Mérope. Alternativamente, sería el hijo que Eos dio a Céfalo y que Afrodita robaría cuando no era más que un niño, para convertirlo en un daimon, guardián nocturno de sus más sagrados santuarios. Fue padre, con Afrodita, de Astino. Los cretenses le llamaron Adymus, que para ellos significaba estrella de la mañana y de la tarde. Faetón alardeaba con sus amigos de que su padre era el dios-sol. Éstos se resistían a creerlo e incluso uno de ellos decía ser hijo de Zeus lo cual enojo a Faetón que terminó acudiendo a su padre Helios, quien juró por el río Estigia darle lo que pidiera. Faetón quiso conducir su carruaje (el sol) un día. Aunque Helios intentó disuadirle, Faetón se mantuvo inflexible. Cuando llegó el día, Faetón se dejó llevar por el pánico y perdió el control de los caballos blancos que tiraban del carro. Primero giró demasiado alto, de forma que la tierra se enfrió. Luego bajó demasiado, y la vegetación se secó y ardió.

Faetón convirtió accidentalmente en desierto la mayor parte de África, quemando la piel de los etíopes hasta volverla negra. Finalmente, Zeus fue obligado a intervenir golpeando el carro desbocado con un rayo para pararlo, y Faetón se ahogó en el río Erídano (Po). Su amigo Cicno se apenó tanto que los dioses lo convirtieron en cisne. Sus hermanas, las helíades, también se apenaron y fueron transformadas en alisos o álamos, según Ovidio, convirtiéndose sus lágrimas en ámbar. La moraleja de la historia es un añadido posterior. En las primeras referencias homéricas, Faetón es simplemente otro nombre del propio Helios. La sustitución de éste por Apolo como dios-sol sucedió más tarde que esta leyenda. Se conservan fragmentos de la tragedia de Eurípides sobre este mito, titulada Phaethon. Al reconstruir la obra perdida y discutir los fragmentos, James Diggle ha cuestionado el tratamiento del mito de Faetón. El tema de la estrella caída debe haber sido familiar en Israel, pues Isaías se refiere a él cuando amonesta al rey de Babilonia por su orgullo. La Enciclopedia Judía cuenta que «es obvio que el profeta, al atribuir al rey babilonio un exceso de orgullo, seguido de su caída, tomó la idea prestada de una leyenda popular relacionada con la estrella de la mañana». La imagen de la estrella caída reaparece sin nombre en el Apocalipsis de Juan. En el siglo IV, Jerónimo de Estridón tradujo ‘estrella de la mañana’ por «Lucifer», llevando el elemento mítico de la estrella caída a la mitología cristiana. Resulta peligroso tomar un relato al pie de la letra. Cuando nuestros antepasados hablaban de conducir el carro del Sol, posiblemente querían decir conducir el carro de la Tierra u otro planeta (o gran nave espacial) en relación al Sol, lo cual seguramente indicaría controlar su trayectoria y su velocidad. Y tomar las riendas de los caballos celestes sería ponerse a los mandos del planeta. Obtener el permiso para conducir el carro durante un día equivaldría a una rotación completa de la Tierra. Es decir: sería tanto como controlar la rotación de la Tierra. Hay una tradición de la Polinesia que explica que una mujer tenía un hijo. Cada noche, cuando lo acostaba, le contaba una leyenda hawaiana muy antigua. Tan antigua que nadie sabe de dónde salió: «La madre del semidiós Maui estaba muy enfadada porque su colada no tenía tiempo suficiente para secarse. El sol corría muy deprisa y los días eran demasiado cortos. Su amado hijo el semidiós Maui decidió atrapar al sol por las piernas y dejarlo atado a un árbol...». Entre las tribus Shoshone, establecidas en Utah, Colorado y Nevada, en América del Norte, se cuenta otro curioso relato. También es de noche y otra mujer, también arrodillada junto al jergón de su hijo, le cuenta: «Un día un conejo gigante decidió agarrar el sol y detener su carrera para que brillase más tiempo porque los días eran demasiado cortos...». En ambos relatos se hace referencia a que «los días eran demasiado cortos». Curiosamente, en ambas leyendas, nacidas en dos puntos tan alejados del planeta, el sol siempre se escapa, no sin antes prender fuego al rabo del conejo o al árbol al que fue atado. Y las llamas se propagan. Faetón también perdió el control del carro del Sol, se acercó demasiado a la Tierra y estuvo a punto de incendiarla entera. Pero, ¿qué objetivo tendría dominar la rotación de la Tierra? Según las leyendas hawaiana y shoshone, querían detener la rotación de la Tierra para que el sol brillase más tiempo sobre ella.

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Arthur Posnansky, en su Guía general ilustrada de Tiahuanaco, descubrió más inscripciones sobre las rocas de dos islas sagradas del lago Titicaca, y señaló que eran muy similares a las enigmáticas inscripciones descubiertas en la isla de Pascua, conclusión con la que, en la actualidad, suelen coincidir los expertos. Pero se sabe que la escritura de la isla de Pascua pertenece a la familia de las escrituras indoeuropeas del Valle del Indo y de los hititas. Un rasgo común a todas ellas (incluidas las inscripciones del Lago Titicaca) es su sistema «como de arado de buey». La escritura de la primera línea comienza por la izquierda y termina por la derecha; en la segunda línea es al revés, terminando por la izquierda; en la tercera es igual que en la primera, y así sucesivamente. Sin querer entrar ahora en la cuestión de cómo llegó al lago Titicaca una escritura que imita a la de los hititas, parece que queda confirmada la existencia de una o más formas de escritura en el antiguo Perú. Así pues, también a este respecto, la información proporcionada por Montesinos demuestra ser correcta. Si, a pesar de todo esto, al lector le resulta todavía difícil de aceptar la inevitable conclusión de que hubo una civilización similar a la del Viejo Mundo en los Andes, hacia el 2400 a.C, entonces aportaremos algunas evidencias más. Los expertos han ignorado por completo como pista válida la reiterada afirmación de las leyendas andinas de que hubo una terrorífica oscuridad en tiempos remotos. Nadie se ha preguntado si no sería ésta la misma oscuridad, o la no aparición del sol en el momento en que debería de haberlo hecho, de la cual hablan las leyendas mexicanas en el relato de Teotihuacán y sus pirámides. Aunque se supone que es un hecho posterior al Diluvio Universal, sirve para ilustrar que pueden suceder fenómenos similares. Pues, si de verdad sucedió este fenómeno, que el sol no salió y la noche se hizo interminable, debió de ser algo que se pudo observar en todo el continente americano. Los recuerdos colectivos mexicanos y los andinos parecen corroborarse entre sí en este punto, apoyando así la veracidad de ambos, como dos testigos ante un mismo acontecimiento. Pero, por si esto no fuera lo suficientemente convincente, podemos recurrir a la Biblia en busca de evidencias, y podemos recurrir nada menos que a Josué como testigo. Según Montesinos y otros cronistas, un acontecimiento de lo más inusual tuvo lugar durante el reinado de Titu Yupanqui Pachacuti II, decimoquinto monarca del Imperio Antiguo. Fue en el tercer año de su reinado, en que «las buenas costumbres se olvidaron y la gente se entregó a todo tipo de vicios», cuando «no hubo amanecer durante veinte horas». Es decir, la noche no terminó cuando tendría que haberlo hecho y la salida del Sol se retrasó durante veinte horas. Después de un gran lamento, de confesiones de los pecados, sacrificios y oraciones, el Sol apareció finalmente. Esto no pudo ser un eclipse: no fue que el Sol se viera oscurecido por una sombra. Además, ningún eclipse dura tanto, y los peruanos eran conocedores de estos eventos periódicos. El relato no dice que el Sol desapareciera; dice que no salió -«no hubo amanecer»-durante veinte horas. Fue como si el Sol, dondequiera que estuviera escondido, se hubiera parado de pronto.

Si los recuerdos andinos son ciertos, en algún otro lugar, en la otra parte del mundo, el día tuvo que ser igual de largo, y no debió terminar cuando debería de haber terminado, por ser un día veinte horas más largo. Increíblemente, este acontecimiento está registrado, y en ningún sitio mejor que en la misma Biblia. Fue cuando los israelitas, bajo el liderazgo de Josué, acababan de cruzar el río Jordán y de entrar en la Tierra Prometida, después de tomar las ciudades fortificadas de Jericó y Ay. Fue cuando todos los reyes amorreos formaron una alianza para crear una fuerza combinada contra los israelitas. Una gran batalla tuvo lugar en el valle de Ayyalón, cerca de la ciudad de Gabaón. Comenzó con un ataque nocturno de los israelitas, que puso a los cananeos en fuga. Al amanecer, cuando las fuerzas cananeas se reagruparon cerca de Bet Jorón, el Señor Dios «arrojó grandes piedras desde el cielo sobre ellos y murieron; hubo más de ellos que murieron por las piedras que los que murieron por la espada de los israelitas». Entonces Josué le habló a Yahveh, el día en que Yahveh entregó a los amorreos a los Hijos de Israel, diciendo: “«A la vista de los israelitas, que el Sol se detenga en Gabaón y la Luna en el valle de Ayyalón». Y el Sol se detuvo, y la Luna se paró, hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos“. Cierto es, pues todo esto está escrito en el Libro de Jashar:El Sol se detuvo en mitad de los cielos y no se apresuró en bajar en casi un día entero“. El incidente, cuya singularidad se reconoce en la Biblia («no hubo un día como aquél, ni antes ni después»), al tener lugar en el lado opuesto de la Tierra con respecto a los Andes, describiría por tanto un fenómeno que sería el inverso al sucedido en América. En Canaán, el Sol no se puso durante unas veinte horas; en los Andes, el Sol no salió durante el mismo lapso de tiempo. ¿Acaso no describen los dos relatos el mismo acontecimiento y, por provenir desde dos lados diferentes de la Tierra, atestiguan su veracidad?  Lo que pudo suceder todavía es un enigma. La única pista bíblica es la mención de las grandes piedras que cayeron del cielo. Dado que sabemos que lo que los relatos describen no es la detención del Sol (y la Luna), sino una alteración en la rotación de la Tierra sobre su eje, una explicación posible sería la de que un cometa hubiera pasado demasiado cerca de la Tierra. Y, dado que algunos cometas orbitan el Sol en dirección opuesta a las manecillas del reloj, que es la inversa a la dirección orbital de la Tierra y el resto de planetas, su fuerza cinética podría haber contrarrestado temporalmente la rotación de la Tierra, provocando una ralentización. Sea cual sea la causa exacta del fenómeno, lo que nos interesa ahora es su ubicación temporal. Eminentes arqueólogos y expertos bíblicos llegaron a la conclusión de que el Éxodo tuvo lugar alrededor del 1500 a.C. Dado que los israelitas erraron por los desiertos del Sinaí durante cuarenta años, el acontecimiento observado por Josué tuvo que ocurrir poco después.

La pregunta ahora es la siguiente: el fenómeno opuesto, la noche interminable, ¿ocurrió en los Andes al mismo tiempo? Desgraciadamente, la forma en que los escritos de Montesinos han llegado hasta los expertos actuales deja algunas lagunas en los datos relativos a la duración del reinado de cada monarca, y esto nos obligará a obtener la respuesta dando un rodeo. El acontecimiento, según nos informa Montesinos, tuvo lugar en el tercer año del reinado de Titu Yupanqui Pachacuti II. Para determinar este momento, tendremos que calcular desde ambos extremos. Se nos dice que los primeros 1.000 años desde el Punto Cero se cumplieron durante el reinado del cuarto monarca, es decir, en el 1900 a.C; y que el trigésimo segundo rey reinó 2.070 años después del Punto Cero, es decir, en el 830 a.C. ¿Cuándo reinó el decimoquinto monarca? Los datos de los que disponemos sugieren que los nueve reyes que separan al cuarto del decimoquinto monarca remaron un total de unos 500 años, colocando a Titu Yupanqui Pachacuti II en los alrededores del 1500 a.C. De ambos modos llegamos a una fecha para el acontecimiento andino que parece coincide con la fecha bíblica y la fecha del acontecimiento en Teotihuacán. Aunque los datos para calcular exactamente la fecha son imprecisos, al menos parecen estar suficientemente próximos en el tiempo, como para que asumamos que se refieren al mismo día. La impactante conclusión es evidente: “El día que el Sol se detuvo en Canaán fue la noche sin amanecer en las Américas“. El acontecimiento, así verificado, se levanta como una prueba irrefutable de la veracidad de los recuerdos andinos de un Imperio Antiguo que comenzó cuando los dioses concedieron a la humanidad la varita de oro en el lago Titicaca. Los expertos han estado pugnando durante generaciones con este relato del capítulo 10 del Libro de Josué. Algunos lo han descartado como mera ficción; otros ven en él los ecos de un mito; y otros más intentan explicarlo en términos de un eclipse de Sol inusualmente prolongado. Si fuera el eco de un mito, a lo mejor sería un relato de algo que sucedió durante el Diluvio Universal. Pero no sólo es que estos eclipses de Sol son desconocidos, sino que, además, el relato no habla de la desaparición del Sol. Al contrario, relata un acontecimiento en el cual el Sol continuó viéndose, colgado en los cielos, durante «casi un día entero» ¿digamos veinte horas?

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El programa Espacial de la NASA en los Estados Unidos recientemente comprobó la veracidad de un hecho en la Biblia que se le había considerado como un mito. El señor Harold Hill, presidente de la compañía automotora Curtis de Baltimore, Maryland, y consejero del programa espacial, relata el siguiente suceso: Una de las cosas más asombrosas sucedió recientemente con astronautas y científicos espaciales en Green Belt, Maryland. Estaban verificando la posición del Sol, la Luna y los planetas para saber donde se encontrarían dentro de cien años y en los próximos mil años. Es indispensable saber esto para poder enviar satélites al espacio y evitar que choque con algo una vez que han entrado en órbita. Se debe proyectar la órbita en términos de la vida del satélite y saber la posición de los planetas para que no destruyan los satélites. Se hizo que la computadora corriera a través de los siglos y de repente se detuvo. La computadora empezó a dar una señal roja de alerta indicando que había algún error en la información con la que había sido alimentada o con los resultados al ser comparados con las normas establecidas. Decidieron entonces llamar a la oficina de mantenimiento para revisarla. Los técnicos encontraron que la computadora estaba en perfectas condiciones. El director de operaciones de IBM pregunto cuál era el problema y para su sorpresa la respuesta fue: “Hemos encontrado que falta un día en el universo del tiempo transcurrido en la historia“. Empezaron a rascarse la cabeza… !No había respuesta! En el equipo había un cristiano que dijo, “Una vez escuche en un estudio bíblico en la iglesia que el sol se detuvo“. Ellos no le creyeron, pero como no tenían ninguna respuesta, le dijeron, “Muéstranos”. El entonces leyó en el libro de Josué. En ese pasaje Dios decía a Josué: “No tengas miedo, porque los he entregado en tus manos ninguno de ellos te podrá resistir“. Josué estaba preocupado porque el enemigo los había rodeado y si oscurecía, el enemigo podría derrotarlos. Entonces Josué pidió al Señor que detuviera al sol. Y así sucedió. “El sol se detuvo y la luna se paro y no se apresuro a ponerse casi un día entero“. Los ingenieros del Programa Espacial dijeron que este era el día que faltaba. Rápidamente verificaron en la computadora retrocediendo en el tiempo a la época descrita en la Biblia y descubrieron que se aproximaba, aunque no era el lapso de tiempo exacto. El lapso que faltaba en la época de Josué era de 23 horas y 20 minutos, no un día completo. Pero en la Biblia decía: “Casi un día entero“. Parte del problema había sido solucionado. No obstante, faltaban 40 minutos. Pero en el segundo libro de Reyes, capitulo 20, se menciona que el sol retrocedió. Se narra que Ezequias, quien estaba a punto de morir, fue visitado por el profeta Isaias, el cual le dijo que no moriría. Ezequias no le creyó y le pidió por tanto una señal diciendo: “Avanzara la sombra diez grados o retrocederá diez grados“. Y Ezequias respondió: “Fácil cosa es que la sombra decline diez grados pero no que la sombra vuelva diez grados“. Diez grados son exactamente los 40 minutos que faltaban para completar las 24 horas, 1 día.

¿Habría alguna relación entre la Luna y Faetón? ¿Sería verdad qué, en un momento dado de la historia, se hubiese detenido el movimiento de rotación de la Tierra? Detener la rotación de la Tierra implicaba dejar a oscuras una parte del mundo. Leyendo textos antiguos podemos ver que esta historia del Sol inmovilizado es frecuente en diversas tradiciones. Josué, en la Biblia, ordenó al Sol que se detuviese para poder concluir una batalla. Para los chinos, hubo un tiempo en que el día solar valía diez días enteros. En Irán, la tradición habla de un Sol congelado en su cenit durante tres largos días. En cuanto a los peruanos, dicen haber conocido cinco días enteros de pleno Sol seguidos de cinco jornadas enteras de oscuridad. En todos estos casos, semejante fenómeno, según la tradición, se produjo justo después de un Gran Cataclismo que todos mencionan. De nuevo los mitos y las tradiciones se daban la mano para crear un cinturón mundial. En el año 400 a.C., Sócrates le dijo a su querido Simmias: «Vista desde el cielo, la Tierra parece una pelota compuesta por una docena de piezas de cuero cosidas entre ellas”. En el año 1977, los geólogos Poltack y Chapman escribieron: “Según la tectónica de placas, la litosfera, la corteza exterior de la Tierra, está formada por una docena de placas rígidas que se desplazan sobre su superficie”. Teniendo en cuenta que ambos textos, el de Sócrates y el de Poltack y Chapman, están separados entre sí por veintitrés siglos, era sorprendente que el filósofo griego supiese que la Tierra es un puzzle de doce piezas. Esto es especialmente relevante hablando de placas tectónicas, ya que no pueden verse y en tiempos de Sócrates no había posibilidad de volar. Observando un atlas vemos que América del Sur se puede unir a África, que la punta de Deccan, en la India, frente a Sri Lanca, se amolda al contorno de Somalia, mientras que Groenlandia y las islas del Gran Norte forman un conjunto con Canadá. Todo ello a simple vista. Algunos científicos intentaron encajar los continentes como un puzzle, hasta que en 1915 el astrónomo alemán Alfred Wegener demostró que las piezas formaban un todo, un gigantesco continente que bautizó con el nombre de Pangea, que en griego significa “el conjunto de las tierras”, por oposición al océano, que es el conjunto de las aguas. Sin embargo, pocos le hicieron caso. Alfred Wegener dedicó toda su vida a buscar las causas de que Pangea se desgajara, pero no encontró respuestas. El calor interno de la Tierra empuja hacia la superficie enormes bolas incandescentes, como alquitrán fundido. Cuando alcanzan la corteza, el peso de las placas aplasta esas bolas y las transforma en rodillos que se expanden en todas las direcciones en busca de una grieta por donde escapar. En sus desplazamientos, los rodillos arrastran las placas que chocan entre sí y deforman el dibujo del mosaico. Por esta razón los continentes se separan lentamente, a lo largo de millones de años y muchos científicos dicen que «hubo un tiempo en que el Sahara se hallaba en el polo Sur y el océano Antártico en el ecuador».

Para los científicos, Pangea fue resultado de un momento en que se juntaron todos los continentes antes de volverse a separar. Sin embargo, otros científicos no se muestran muy de acuerdo con esa teoría y dicen que el posible gigantesco continente que Wegener bautizó con el nombre de Pangea no fue el resultado fortuito de la colisión de continentes errantes. «No reconstruimos un rompecabezas sacudiendo la mesa», argumentan y sostienen que, al contrario, la escisión de Pangea se debió a un accidente único en la historia de la Tierra, probablemente causado por una gran catástrofe. Pero que, en un principio, Pangea siempre fue un solo continente. Es curioso que una teoría científica afirme que la escisión de Pangea se debió a una gran catástrofe, mientras que, por otro lado, el papiro Harris, hallado en Egipto, dice: «Fue un Cataclismo de fuego y agua. El sur se convirtió en el norte y la Tierra volcó». Quizás nuestros antepasados tenían razón cuando hablaban del surgimiento de montañas y de volcanes. Incluso es posible que el gran cataclismo y la ruptura de Pangea fuesen un único suceso. Hay los que sostienen que ocurrió un gran cataclismo que partió Pangea y los que afirman que el ser humano no pudo ser testigo del fin de Pangea porque ésta emergió y se disgregó mucho antes de la aparición de nuestros antepasados sobre la Tierra. Según libros científicos: «Hace cerca de 125 millones de años, América del Sur se separó de África, y la península Ibérica se apartó de América del Norte». Esta estimación es el resultado del estudio de las corrientes térmicas en los fondos oceánicos. Las estimaciones más conocidas establecen un rango entre 200 millones de años y 85 millones de años, dependiendo del sistema que se utilice para las mediciones. No obstante los egipcios decían que el cataclismo que destruyó la Atlántida tuvo lugar hacia el año 9600 a.C. Si sumamos 2000 años de nuestra era, aquel suceso se habían cumplido hace 11.600 años. Es evidente que entre 11.600 años y 125 millones de años hay una gran diferencia. Como curiosidad podemos indicar que 11.600 elevado al cuadrado da como resultado 134 millones, cifra que queda situada dentro del rango de años antes indicado.  Y también es curioso que la fórmula para calcular la edad de Pangea utilice la raíz cuadrada del tiempo. Todo parece indicar que es imposible que Pangea existiese hace tan poco tiempo y se hubiese disgregado a causa de un enorme cataclismo hace solo unos doce mil años.

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Pero veamos de nuevo el caso de Tiahuanaco como antiguo puerto marítimo. ¿Debemos creer que se elevó hasta cuatro mil metros de altitud lentamente? Por otro lado, ¿existían ciudades hace 12.000 años? Resulta sorprendente ver cómo los continentes han conservado su forma original. Si hoy pudiésemos reunirlos, vemos que, por ejemplo, Groenlandia se insertaría perfectamente en las costas norte europeas y América del Sur se insertaría perfectamente en la costa africana. Pero si, según dicen los geólogos, admitimos una erosión de cinco kilómetros en seis millones de años en todos los puntos del planeta, en 125 millones de años la erosión resultaría del orden de cien kilómetros, de manera no uniforme, por lo que nada encajaría. Sin embargo, todo sigue encajando perfectamente. Entonces puede que estemos hablando de un hecho ocurrido hace unos 12.000 años y no 125 millones, ya que en 12.000 años no se produciría una erosión de kilómetros. Para juntar virtualmente todos los continentes para reconstruir Pangea hay que aplicar el teorema de Euler e introducir el movimiento rotatorio y la plasticidad de los continentes. El deslizamiento de África pondría a Somalia en línea con la península Árabe, con lo que Madagascar encajaría en el hueco de Mozambique; la punta de Deccan, que abarca el sur de la India y Sri Lanca, rodearía Somalia. Entonces, Karachi, en el sur de Pakistan, se situaría sobre el cuerno de África. Todos estos desplazamientos son la expresión del mismo movimiento observado sobre arcos de círculo concéntricos, en aplicación del teorema de Euler: «Todo desplazamiento de placas rígidas en la superficie de la Tierra de una posición a otra puede ser efectuado en una sola rotación». Australia, junto a Nueva Zelanda y Tasmania, podría recorrer el océano Antártico entero para llegar a su cita con el Cabo de Buena Esperanza.  La península de Kamchatka, al este de Siberia, seguiría un arco y llegaría, en pleno sur, hasta los confines de las tierras australes. Arrastrada en el mismo sentido, Asia se pegaría a África. Debido a la tracción, Europa pivotaría, se estiraría y se aplastaría, con lo que Italia hundiría su bota en el Adriático, mientras que Grecia y Turquía se soldarían, cerrarían el Mar Negro y se acercarían a Egipto; entonces el Mediterráneo se secaría y no sería más que la bocana de un gran puerto; España se replegaría sobre Francia, desde las Landas a Finisterre, cerrando así el golfo de Gascuña; Gran Bretaña y la península Escandinava se recostarían hacia el nordeste y el perfil de Europa prolongaría el de las costas africanas. Los bloques afro-euro-asiático y el australo-antártico reunidos proseguirían su carrera hasta que se encontrasen con el continente americano. En este caso la costa de África se recostaría sobre la costa brasileña. En el extremo sur, la Tierra del Fuego se uniría a la Antártida. América del Norte se uniría a Groenlandia y el archipiélago que la bordea para acabar juntándose con Europa. Un último movimiento, en sentido giratorio, lo acercaría un poco más al Polo Sur, dónde se detendría, con lo que habríamos reconstruido Pangea.

La reconstrucción de Pangea cuadraba perfectamente con las tradiciones más antiguas. Los babilonios describían la Tierra como un disco rodeado de agua. Parece evidente que se referían a Pangea. Pero, ¿cómo sabían los babilonios que había existido Pangea? Lo lógico era pensar que la Tierra, debido a su composición, a la rotación y al campo gravitacional, tendría que ser una pelota totalmente cubierta por una capa de agua con un espesor medio aproximado de 2,4 kilómetros. Así es, porque todos los continentes, con las montañas más altas, pueden sumergirse por completo en los océanos y desaparecer. Es un problema de volumetría. Hay mucha más agua que tierra emergente. La lógica apuntaba que el planeta Tierra, en otro tiempo tuvo que ser un planeta cubierto de agua. De los 4.600 millones de años de edad que los científicos atribuyen a la Tierra, todo indica que 4.165 millones se vivieron bajo el agua. No fue hasta el periodo Siluriano, hace 438 millones de años, que aparecieron las primeras plantas, sin hojas todavía, halladas como fósiles en Australia. Por lo tanto, teníamos que aceptar que lo que cuentan todas las tradiciones es cierto y que Pangea emergió de las aguas. El Génesis dice que “Dios separó la tierra de las aguas”. La ciencia, en este caso, confirmaba plenamente lo que decía la tradición. Todos los estudios apuntaban que hasta el periodo Ordovícico, hace 505 millones de años, la vida sólo era marina. Así lo indicaban los restos fósiles de las rocas de ese periodo. No había rastro de vida terrestre hace más de 505 millones de años. O sea que durante más de 4.000 millones de años la Tierra fue sólo el planeta acuático y luego surgió la tierra seca. Los textos antiguos explicaban que el empuje continental creó lagos y ríos que se repartieron por doquier e hicieron fluir torrentes de vida, que apareció de forma inesperada gracias al calor del Sol sobre las aguas poco profundas. Nuestra estrella producía variaciones de temperatura de forma más rápida y efectiva en el medio terrestre que en el medio marino. Las plantas fueron las primeras en adaptarse a las nuevas condiciones. Teniendo en cuenta que el reino vegetal siempre precede al animal, posteriormente la vida animal surgió de las aguas y se adaptó a un medio anfibio, pobló las ciénagas y los lugares húmedos, preparándose para el suelo seco. Durante todo el periodo Devoniano, hace 408 millones de años, la masa continental no dejó de crecer. La paleoclimatología indicaba que la Tierra estaba caliente y era semiárida, tal como cabía esperar de unos antiguos fondos marinos que de pronto se exponían al aire y al Sol y se secaban. El Continente empezó a verdecer y en el Carbonífero, hace 360 millones de años, menos de 100 millones de años después de que las primeras tierras hubiesen emergido, la vegetación era tropical y desbordante, el clima cálido y húmedo y las estaciones casi inexistentes. La vegetación, en plena efervescencia, cubrió todo el continente de bosques.

Durante el periodo de la evaporación, las tierras emergentes tuvieron forma de desiertos. El Triásico, hace 248 millones de años, lo confirmaba, ya que se registraba allí una extensión de las tierras saladas y de las zonas desérticas y, como el clima era cálido, la erosión fue producto de la desecación. Pero, tras 200 millones de años, el gran continente estuvo acabado y sobre Pangea se extendió el imperio de los reptiles que se adaptaron al suelo seco y al Sol y conquistaron la tierra. Cuatro mil millones de años de experiencia bajo el mar constituían un bagaje que había que saber aprovechar. A escala geológica, los últimos 435 millones de años respecto a los más de 4.000 millones que los científicos le conceden a la Tierra eran poco más de un mes extraordinariamente animado dentro de un año de calma absoluta, si mantenía las proporciones. Pero quedaba por resolver el gran enigma: si Pangea jamás debió de existir ni el hombre tampoco, y si somos el producto de un accidente, ¿qué hizo emerger la tierra seca de las profundidades marinas hace poco menos de 500 millones de años? Dice la Biblia:”Dios separó la tierra de las aguas“. La ciencia mostraba que todos los continentes tenían como origen una corteza oceánica muy antigua. Incluso en la cumbre del Himalaya se encuentran fósiles marinos que así lo atestiguan. Los amerindios llamaban a la Luna «nuestra abuela». La Luna es un caso único en el sistema solar. ¿Cómo se formó la Luna? Hay diversas teorías. La teoría más aceptada afirma que nuestro satélite es un pedazo de la Tierra que fue expulsado cuando todo estaba en formación. Ningún otro satélite puede comparársele, ya que su diámetro es siete veces el que le correspondería en buena lógica científica. El sistema Tierra-Luna forma un conjunto que se comporta como un planeta doble. Sin embargo, no es la talla de la Luna lo que más sorprende y lo que la convierte en un satélite completamente incongruente, sino su órbita. Los satélites que no se han visto modificados desde su formación, giran casi en el plano ecuatorial de su planeta. La gran mayoría de los satélites del Sistema Solar tienen una órbita casi ecuatorial. Únicamente les separan escasos grados de diferencia, si es que llega. Sin embargo, la Luna dista mucho de seguir las normas que serían normales. Su órbita se aparta exageradamente del plano ecuatorial de la Tierra y se acerca al plano ecuatorial del Sol. Su grado de inclinación se mueve entre los 18,5 ° y los 28,5 ° en periodos de tiempo de unos dieciocho años. Por esa razón, ciertos astrónomos creen que la Luna no nació de la misma materia en condensación que formó la Tierra, sino que se trata de un planeta independiente que fue capturado más tarde. Los científicos que hablan de que la Luna no procede de la Tierra, sustentan su razonamiento en el hecho de que la inclinación de la órbita lunar está desviada sólo cinco grados respecto a la eclíptica, que es lo que cabría esperar de un cuerpo que llegase desde el exterior. Es decir: un planeta capturado por la Tierra y convertido en satélite por accidente.

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Pero, si la Luna fue un planeta, ¿qué pudo haber sucedido para que dejase de serlo y se convirtiese en satélite? Entre Marte y Júpiter gravitan lo que los astrónomos llaman pequeños planetas o asteroides. Entre sus nombres encontramos Ceres, Palas, Juno, Vesta, Eros, Ícaro, Apolo, Adonis o Hermes. Existen allí docenas de miles que componen el cinturón de los asteroides alrededor del Sol. Se han contado cuarenta y cuatro mil cuyo diámetro sobrepasa el kilómetro, pero han sido catalogados unos seis mil y conocemos con precisión la órbita de unos dos mil de ellos. Son, quizás, los restos de un planeta que explotó y que siguen siempre idéntico camino. La explosión de aquel planeta proyectó los pedazos de su mundo en todas direcciones. Algunos de esos asteroides describen órbitas francamente excéntricas. Por ejemplo, en el perihelio, Ícaro está más cercano al Sol que el propio Mercurio; de los dieciséis satélites de Júpiter, al menos siete son unos asteroides recuperados, captados o capturados por Júpiter; Tritón y Nereida pueden haber sido captados por Neptuno; Marte, por su lado, recogió dos, según las imágenes enviadas por el Mariner 9 y por los Vikings. Las fotos y pruebas demuestran que son del mismo tipo que los asteroides y sus superficies presentan notables similitudes con la de la Luna. ¿Podría ser la Luna un satélite del planeta desaparecido, como indican los mitos sumerios? Al estallar el planeta madre, privada de su centro de gravitación, quizás se convirtió en planeta con relación al Sol, pero al describir una órbita excéntrica, posiblemente se acercó tanto a la Tierra, que terminó por convertirse en su satélite, después de producir un cataclismo. Ésta es la teoría de algunos científicos. Tras millones de años, el sistema de dos planetas halló su punto de equilibrio, aunque ambos mostrábamos los estigmas de la aventura. La Tierra había perdido su perfecta esfericidad y había adoptado forma de pera aplastada en los polos. Además, acusaba una hinchazón del hemisferio austral. Seguramente se acababa de dar a luz el supercontinente de Pangea. En cuanto a la Luna, permanecía mirando la Tierra siempre con la misma cara. Parece claro que sin la Luna, nosotros, los seres humanos, no existiríamos. Ahora podíamos comprender a los amerindios y captar el sentido que se ocultaba tras sus palabras. Si, para ellos, la Tierra es «nuestra madre», la Luna es «nuestra abuela». Ella separó la tierra de las aguas. Los babilonios estaban en lo cierto al decir que «todas las tierras emergidas del planeta, reunidas en un casquete esférico apenas cubren una cara de la Tierra». Pero para los habitantes de Pangea, el Sol brillaba más tiempo sobre el océano que sobre la tierra. «Corría demasiado deprisa sobre su isla», ya que Pangea era su isla. Lo ideal era que la Tierra, imitando a la Luna, presentase siempre la misma cara hacia el Sol. Entonces, la ambición de Faetón de detener el carro del Sol tenía sentido. Hijo del Sol, nieto de Océano, Faetón simboliza con su aventura la búsqueda de la luz eterna sobre la Tierra.

Con una órbita situada a una distancia privilegiada del astro rey, la Tierra está inmersa desde hace millones de años en un clima ideal para el nacimiento y la evolución de la vida. Durante mil millones de años el Sol calentó estas mismas aguas, sólo que en aquella época eran las del único océano que cubría por entero el planeta y que captó toda su energía para edificar una vida cada vez más rica y cada vez más compleja. Hace 435 millones de años, Pangea surgió de las aguas por influjo de la Luna. A partir de aquel instante, durante otros cien millones, la gran isla se cubrió de bosques y apareció la vida animal terrestre. Se produce una explosión gigantesca de vida cuya exuberancia salta sin cesar a lo largo de decenas y decenas de millones de años, cubriendo todos los rincones ecológicos posibles. Esta prodigiosa aventura tiene lugar gracias al Sol. El culto al Sol anima las tradiciones de todas las latitudes. El hemisferio norte gozaba de un clima tropical y los hielos eran desconocidos sobre Pangea. La distribución de las tierras no tenía nada que ver con los actuales continentes. Los rayos del Sol no alcanzan la superficie terrestre de modo uniforme. Son casi perpendiculares entre los trópicos, pero tienen una notable oblicuidad en los polos y ahí atraviesan una capa atmosférica más importante que los absorbe más. Este pequeño detalle explica que la temperatura baja conforme aumenta la latitud. Cuanto más al norte o más al sur del ecuador, más frío hace. Sin embargo, la cantidad total de calor solar que la Tierra recibe y absorbe es más que suficiente para mantener el equilibrio. Si las corrientes oceánicas procedentes de los trópicos pudieran ascender hacia el norte y descender hacia el sur y alcanzar las regiones polares, la formación de hielo resultaría de todo punto imposible. Sin embargo, hoy en día, en el norte existe un océano Ártico poco profundo rodeado por continentes que impiden la llegada de corrientes cálidas. Así que se cubre de hielo, que no absorbe, sino que reverbera la luz solar, y el círculo se cierra. El frío engendra aún más frío. El albedo, la fracción de la luz solar que es reflejada de nuevo al espacio, desempeña un papel crucial en esta escalada. Hay cálculos que demuestran que si el océano Ártico no estuviera recubierto de hielo, algo que está empezando a suceder actualmente, la temperatura de sus aguas ascendería unos cuarenta grados centígrados. En cuanto al océano Antártico, las corrientes cálidas no pueden llegar hasta el interior de la Tierra. De manera que también se enfría, aparece el hielo y la espiral del frío sigue idéntico camino que en el norte. Para que el planeta se mantuviese libre de hielo, sería necesario que las masas continentales permitiesen la libre circulación de las corrientes tropicales hasta las regiones polares. Eso es, justamente, lo que sucedía con Pangea.

El Gran Norte de Pangea no alcanzaba el paralelo 40 y hacía más calor allí del que hoy pueda hacer en el sur de Europa, situada también en esas mismas latitudes. El calor del ecuador y de los trópicos tiende a ir hacia los polos, cuyas corrientes de aire frío son devueltas hacia el centro del globo. Los vientos giran en amplios círculos y hacen que el calor de los trópicos ascienda hasta los polos. Los especialistas dicen que «este modelo teórico se aplicaría a nuestro planeta si no existiesen las irregularidades debidas a los continentes que separan las masas oceánicas ni las cordilleras que forman un obstáculo natural». Pero, el viento sobre Pangea favorecía la regulación del clima de manera casi ideal. No había cordilleras, que aparecieron tras el Gran Cataclismo, y la Tierra era un modelo perfecto de condiciones climáticas estables y cálidas. Los indios de América del Norte lo han plasmado en sus leyendas: «Al principio, el Sol era más poderoso y la Tierra gozaba de un clima más cálido y más regular». El último elemento de la vida, el agua, se halla en abundancia. Ocupa más de dos tercios de la superficie terrestre. Y, por si fuese poco, es el regulador climático por excelencia. El mar se calienta lentamente y tarda mucho más que la tierra en coger temperatura, pero la conserva durante mucho más tiempo. En las regiones costeras, las aguas en verano absorben y almacenan calor que sueltan poco a poco durante el invierno, mientras que las regiones interiores se regulan gracias a las nubes, que no son otra cosa que agua en tránsito que acaba descargando sobre el suelo. Bajo el Sol de los trópicos, el agua, al evaporarse, absorbe una gran cantidad de calor. Este calor latente no desaparece, sino que es almacenado en las nubes. Cuando el frío condensa el vapor en gotas de agua, el calor latente es liberado y calienta la atmósfera. Vapor y gotas de agua, nubes y lluvia, son el vehículo de transporte del calor de las regiones calientes hacia las zonas frías. La ausencia de cordilleras sobre Pangea facilitaba enormemente el escalonamiento regular de las lluvias y concedía al gran continente las condiciones de un modelo ideal. Extensas llanuras y redondeadas colinas se alternaban con anchos valles que albergaban ríos. Y por todas partes se extendía la alfombra de una exuberante vegetación. Probablemente era el Paraíso bíblico donde apareció el ser humano. Se supone que en Pangea había un mar interior, que era el proto-Atlántico. Era tan grande como los mares de los Sargazos y de las Antillas juntos y desembocaba en el Mediterráneo; poco más que un lago que daba al verdadero mar por un paso estrecho, tal como describieron los historiadores egipcios a Solón. Pasado el Trópico de Capricornio había un segundo mar interior que llenaba el gran cañón submarino que transcurría desde Gabón a Namibia.

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Se cuenta que Adán y Eva, nuestros supuestos primeros padres, vivían en el Paraíso, de donde los expulsaron por haber mordido una manzana. El relato del Génesis no habla en ningún momento del paraíso terrenal, sino del Jardín del Edén. Edén, en hebreo, quiere decir llanura y en esta llanura, nos dice la Biblia, se alzaba el árbol del Conocimiento. En el capítulo 32 del Libro de Enoc se dice que era «el árbol de la Ciencia, cuyos frutos iluminan la inteligencia de quien se alimenta de él». Además, Enoc, en su relato, se admira ante ese árbol: «Era semejante al tamarindo, y los frutos, de una belleza notable, parecían racimos de uvas; su perfume embalsamaba los alrededores. Y exclamé: ¡Qué bello árbol! ¡Qué espectáculo tan delicioso! Entonces el ángel Rafael, que estaba junto a mí, me respondió: éste es el árbol de la ciencia, del que comieron tu viejo padre y tu vieja madre; estos frutos les iluminaron; sus ojos se abrieron…». En relación al árbol de la Ciencia, en el Libro de Enoc no se veía ninguna prohibición respecto a sus frutos, sino que era el origen de la Fuente del Saber. Por haber comido del árbol de la llanura, Adán y Eva adquirieron la inteligencia. Nuestro cerebro, ese magnífico artilugio natural que encierra nuestra facultad de razonar, no era más que el fruto de nuestra estancia en el Jardín del Edén. He ahí el árbol de la Ciencia, del Bien y del Mal, que tanto maravilló a Enoc. Los estudios del análisis molecular comparado mostraban que nosotros compartimos con un chimpancé más de noventa y nueve por ciento del material genético. La diferencia es tan sólo un par de cromosomas. El profesor Albert Jacquard demostró que, si comparamos las cartas de los cromosomas del hombre y del chimpancé, resulta que nosotros tenemos 46 cromosomas, o 23 pares, que es lo mismo, mientras que el chimpancé tiene 48 cromosomas o 24 pares. Él tiene dos pequeños cromosomas que nosotros no tenemos, pero, nosotros tenemos uno grande que él no tiene. Pero la diferencia todavía es menor. Si se nos ocurre pegar los dos pequeños cromosomas del chimpancé, uno junto al otro, obtendremos exactamente este gran cromosoma que nosotros tenemos y él no, con las mismas bandas en idénticas posiciones. Aunque eso no significa que para crear un hombre baste con tomar un chimpancé y pegar dos de sus cromosomas. Sólo se necesitaba una variación minúscula y cromosómica en un primate para que apareciese un elemento nuevo, generador de una rama hasta entonces desconocida que, al cabo de muchas generaciones, resultase completamente distinta del tronco original. Dos cromosomas de un chimpancé unidos en uno sólo y apareció el hombre. Un brillante trabajo en Genética. Es como si se uniesen dos palabras, de significado completamente distinto, y apareciera una nueva palabra cuyo significado no tiene nada que ver con las de partida. Tal vez la nueva combinación genética fuese la portadora del carácter de movilidad y de la curiosidad, que desencadenó un proceso de nuevos descubrimientos. Pero, ¿hay alguna relación entre la aparición del ser humano sobre la Tierra y el Diluvio Universal?.

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En el Génesis, capítulo 2, se dice «el Señor tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén para cultivar la tierra». En el Paraíso el alimento era abundante y variado y estaba al alcance de la mano. Entonces, ¿para qué cultivar?. Adán y Eva podían dedicar todo su tiempo a disfrutar de la vida perezosamente, a comer cuanto se les antojase, como hacían sus antepasados los primates. Sin embargo, comieron del árbol de la Ciencia, del Bien y del Mal y ese fruto despertó en ellos la imperiosa necesidad de explorar el mundo que les rodeaba. «Sus ojos se abrieron —dice la tradición—, y lo que vieron les dejó maravillados». Dice el Génesis: «Sed fecundos y prolíficos, llenad la Tierra y dominadla. Someted a los peces del mar, a las aves del cielo y a toda bestia que se mueve sobre la Tierra». Hay tribus prehistóricas que han conservado vestigios de una forma de vida que probablemente existió en Pangea. Adán y Eva, el Homo Sapiens prehistórico, en toda lógica, llevaban una vida semejante a la que aún podemos encontrar entre los indios de la Amazonía. En aquellos lejanos días, cada vez más a menudo, los grupos se unían por afinidad, hasta que un clan acababa convirtiéndose en tribu y el estado sedentario se hacía permanente. Pero, cuando el Homo Sapiens, animal profundamente social, inventó la sociedad, añadió un acto reflexivo y mental; la evolución se convertía entonces en un hecho cultural. Más que un salto, fue toda una revolución.  En el Génesis, en el capítulo 4, se relata lo siguiente: “Abel cuidaba sus rebaños, Caín cultivaba la tierra …. Caín atacó a su hermano Abel y le mató…. Caín construyó una ciudad”. Estas frases seguían el esquema clásico de la evolución de la sociedad. A un lado los pastores nómadas (Abel), a otro lado los hombres sedentarios que cultivan la tierra (Caín). Con el tiempo, la agricultura con sus cercados domina y mata el nomadismo para construir pueblos y ciudades que desembocan en la civilización urbana. He ahí la historia de la humanidad. Tal vez aquél era el gran crimen de Caín, el primer agrónomo y el primer urbanista sedentario. Aquel paso significó la expulsión definitiva del Paraíso, porque entraron en un camino sin retorno: el camino del progreso. Dios no expulsó al hombre del Paraíso, sino que el ser humano se marchó, dio la espalda a la vida plácida porque sentía la necesidad de experimentar, de investigar y de conocer después de “comer” del árbol de la Ciencia, del Bien y del Mal. A partir de aquel instante todo se aceleró. Años y años de investigación, de paciente estudio y dieron un nuevo salto. Aparecía ante sus ojos el universo de la experimentación científica.

La Biblia seguía contando: «Entonces Caín fundó una ciudad...». Aquélla era la historia de Caín, de la creación de un concepto revolucionario. Al reunir a unas mujeres y unos hombres con afán sedentario, Caín implantaba una cultura urbana. Mediante el intercambio de ideas, de conocimientos y de experiencias de gente venida de todas partes, la comunidad se enriqueció y excitó más todavía el deseo de descubrir y de explorar nuevos caminos. La mente colectiva multiplicó por mil la capacidad individual. En muy poco tiempo la ciudad se convirtió en generadora de pensamiento y fuente de evolución. La Biblia concluía su drama: «Caín mató a Abel...». Caín fue un precursor, el creador de la sociedad urbana, y “mató” el nomadismo representado por Abel. La Biblia y otros escritos dicen que Caín fundó una ciudad, que es tanto como decir que fundó la civilización urbana. Y eso fue antes del Diluvio Universal. Si Caín fundó la primera ciudad y lo hizo antes del Diluvio, significa que existía una civilización urbana mucho antes del año 4.000 a.C, que es cuando los historiadores sitúan el nacimiento de las ciudades, en Sumeria. Los historiadores dicen que las ciudades aparecieron en Sumeria hace seis mil años, ya que no existe ningún rastro de civilización urbana antes de la aparición de Sumeria. El Génesis no hace otra cosa que relatar la creación del mundo, con los animales y el hombre, antes de hablar del Diluvio. Idéntico esquema encontramos en el Popol-Vuh maya, el Rig-Véda indio y la epopeya sumeria Enuma-Elish. En el Génesis se trazan las líneas maestras de la historia de la Tierra tal como la concebimos hoy, con todo el planeta recubierto por el océano, de donde surge el gran continente; la vegetación sale del agua y se extiende por la tierra seca; la vida animal, ya presente bajo las aguas, también invade la tierra firme y cubre los cielos; finalmente, aparece el ser humano. Luego vienen, siempre en el orden correcto, el despertar de la conciencia, la invención de la agricultura y la civilización urbana.

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En la Lista de los Reyes Sumerios podemos leer: “Había cinco ciudades, ocho reyes. Reinaron allí 241.200 años. El Diluvio las barrió”. La Lista de los Reyes Sumerios enumera las series de dinastías que conocieron las ciudades sumerias, con el nombre de los reyes, la duración de sus reinados y alguna que otra breve nota sobre sus hazañas más notables. Es un documento que tiene más de cuatro mil años de antigüedad. Cuando la lista fue reconstituida por completo, transcrita fonéticamente, traducida a diversas lenguas, analizada y comentada, llegaron a la conclusión de que no servía. Aunque fiable en su parte histórica conocida, el resto resultaba bastante inútil. El texto comienza con estas palabras: «Cuando la realeza fue otorgada por el cielo», evidenciando su fondo mitológico. Resulta obvio que la duración de los reinados y la longevidad de los reyes, ambas fabulosas, son difíciles de creer. Ocho reyes en 241.200 años, supone una longevidad de más de treinta mil años para cada rey. Según aquel texto, el más antiguo de los reinos llegó hasta 108.000 años antes del Diluvio y se dividió en tres períodos de 43.200, 28.800 y 36.000 años respectivamente. El segundo cubrió 64.800 años, dividido en dos períodos de 28.800 y 36.000 años. Y Las naciones tres, cuatro y cinco no tuvieron subdivisiones y sus duraciones respectivas fueron de 28.800, 21.000 y 18.600 años. ciento cincuenta años de arqueología demostraban que los primeros capítulos del Génesis bebieron de las fuentes de Mesopotamia. El capítulo 5 del Génesis, consagrado a la familia de Adán, está dispuesto igual que la Lista de los Reyes Sumerios. La genealogía que va desde Adán hasta Noé, conocida bajo el nombre de la Lista de Patriarcas, puede superponerse con la sumeria. 1 Adán 2 Set 3 Enós 4 Cainán 5 Mahalaleel 6 Jared 7 Enoc 8 Matusalén 9 Lamec 10 Noé. Como es natural, durante milenios, esta historia ha formado parte de la tradición oral que las tribus nómadas de Oriente Próximo se transmitían de padre a hijo. Del Homo Sapiens a la invención de la agricultura y a la civilización urbana los milenios se sucedieron. Sin embargo, la lista de patriarcas sólo contaba con diez generaciones. Si sumaba los años de cada una de las dinastías, teniendo en cuenta que era la edad atribuida a los patriarcas, el total resultaba increíble. Caín podía corresponder, perfectamente, al periodo en que surgió la cuarta nación, el cuarto estadio de la humanidad. Caín cultivaba la tierra y después fundó una nación. La Biblia subraya especialmente este hecho. La agricultura tuvo que aparecer con la tercera nación y Caín se convirtió en el puente entre la agricultura y la cultura, entre la tercera y la cuarta nación. Finalmente, desde Cainán, el cuarto de la lista, hasta Noé, el décimo, quedan cinco patriarcas más que conducen hasta el gran cataclismo. Los cien últimos años han sido tan pródigos en invenciones que vivimos convencidos de que nada de lo que ahora nos maravilla pudo haber existido jamás. Y, sin embargo, sabemos que nuestra capacidad mental, la del ser humano, existe desde hace nada menos que 120.000 años.

Sócrates y Pitágoras sabían que la Tierra es redonda. Los chinos lo decían hace más de tres mil años y Chang Heng, en el primer siglo de nuestra era, incluso cita la hinchazón austral: «La Tierra es un huevo cuyo eje despunta hacia la estrella Polar». El Surya Siddhârta le calcula un diámetro bastante preciso, el Rig Veda da su composición interna y el tercer libro, elMahabharata, eco de un saber antediluviano, nos ha revelado su edad: 4.320 millones de años. Esa cifra está muy cercana a la calculada por los hombres de ciencia actuales. La civilización urbana y floreciente contribuyó de manera decisiva a su desarrollo, al desarrollo de la raza humana. El Homo Sapiens se convirtió en doblemente Sapiens: consciente de su capacidad para pensar, consagró la mayor parte de su tiempo al ejercicio de esta facultad. Se concedió prioridad a las artes, a las ciencias, a la dialéctica y a los cambios. Las ciudades fueron el triunfo del sedentarismo. La concentración de rayos solares produce calor en cantidades increíbles. Dirigiendo los rayos de Sol hacia un espacio muy pequeño por medio de un espejo parabólico produjeron temperaturas muy altas, altísimas. Era el principio del horno solar. Los indios hopi hablaban de mega polis y de transportes aéreos. Pero en la antigua India también se aportaban datos precisos sobre la aeronáutica de la época. El Samerangana Sutrodhara consagra varios capítulos a los buques aéreos cuya cola escupe fuego y el Mahabharata se maravilla ante la maniobrabilidad de las grandes naves de despegue y aterrizaje verticales: “El secreto de la fabricación de los Vimanas no puede ser desvelado, y esto no es por ignorancia, sino porque los detalles de la construcción deben mantenerse en el mayor secreto para impedir que alguien pueda fabricar un Vimana con fines perversos. El cuerpo del Vimana debe ser fuerte y duradero pero de material liviano como un pájaro volador (…) Un solo hombre puede viajar de manera maravillosa y ascender muy alto por los cielos. Puede construirse un Vimana tan grande como el Templo de la Divinidad (…) puede desarrollarse por medio del fuego controlado una potencia equivalente al rayo. Muy pronto el Vimana asciende convirtiéndose en una perla en el cielo. Por medio de los Vimanas los hombres pueden ascender a los cielos y los seres del cielo pueden descender a la Tierra”. Parece que la aeronáutica en Pangea se desarrolló hasta extremos insospechados.

Dos libros tibetanos bautizaron estas máquinas con un nombre verdaderamente poético: perlas de cielo. La misma expresión se encuentra en los textos de la India: «Muy pronto el Vimana asciende convirtiéndose en una perla del cielo». No faltan dibujos ni pinturas ni grabados rupestres que representen astronautas. La colección más bella se encuentra en Australia con los cosmonautas de Woomera y Nimingarra, de Queensland, de Kimberley, o del río Glenelg. En Tassili des Ajjers, en el Sahara argelino, se exhibe a un astronauta cuyo dibujo ha dado la vuelta al mundo. Entre las celebridades, hay una pareja del Valle Camonica, en Italia, una figurita Dogu, de Japón, y un hombre del espacio, de oro, en Perú. Sin olvidar los grabados de China Lake, en California, o las de Fergana, en Uzbekistan. En cuanto a los cohetes espaciales, sus vuelos se hallan en los cuentos tradicionales de África central, de China, de India y de América. En Perú, en Palenque, contemplamos un bajorrelieve que ha dejado perplejos a los científicos de la NASA. Existen dieciséis coincidencias entre la representación de la cápsula de Palenque y una cápsula espacial actual. En el Génesis, en referencia a Enoc, se dice que «desapareció porque se lo llevó Dios». Y en el Libro de Enoc se relata lo siguiente: «Enoc fue sacado de la Tierra; y nadie supo adónde fue llevado ni qué fue de élY he aquí: los vigilantes me nombraron Enoc el Escriba». Enoc daba cuenta de todo ello, con todo lujo de detalles: un despegue entre un humo espeso, agujereado por vivas luces; luego, el empuje de la aceleración; después, la oscuridad del espacio sideral; finalmente, la llegada a una estación espacial donde la nave entra «en medio de las llamas». En la estación, con paredes de cristal, sus anfitriones le invitan a observar la Tierra: «Ellos, todos cuantos habitan los cielos, saben lo que sucede ahí abajo, miran la Tierra, y de repente conocen todo lo que sucede allí». Le ofrecen la oportunidad de contemplar «los tesoros de la Luna (…) tanto su parte oculta como su parte visible». Y se queda en el espacio el tiempo suficiente como para padecer el mal de los cosmonautas, que también describe. Sus huéspedes le devuelven a casa y le dicen: «Durante un año entero te dejaremos con tus hijos hasta que reencuentres tu fuerza primera». Una vez restablecido, se irá de nuevo. En total, realizará cinco viajes. Podemos leer que: “Desapareció a los 365 años”. Esto coincide con el Génesis, en donde dice que desapareció de la Tierra a la edad de 365 años. Curiosa cifra, ya que corresponde exactamente a la duración en días del año solar. Despacio, seguí hurgando en los documentos contenidos en la carpeta.

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Ciertos informes conservados en la antigua literatura histórica y religiosa, parcialmente confirmados por algunos curiosos descubrimientos arqueológicos, parecen indicar que algo parecido a armas terroríficas, similares a las bombas atómicas, se emplearon en guerras en este planeta miles de años antes de que empezara la actual historia escrita. No hemos reconocido esas detalladas referencias a la guerra nuclear en las leyendas antiguas hasta que no hemos desarrollado nosotros mismos la fuerza atómica. La mayor parte de esas referencias proceden del Mahabharata, el Ramayana, textos puránicos y védicos, el Mahavira Charita y otros textos sánscritos, que, libres de los incendios y destrucciones sufridos por tantos libros de la antigüedad mediterránea y del Medio Oriente, nos han llegado directamente desde tiempos antiguos. Las referencias “atómicas” que contenían desde la primera traducción completa del Mahabharata en 1843 ( que se escribió originalmente en sánscrito hacia 1500 a. C., sobre leyendas que databan de 5.000 años antes), parecían sólo ejemplos de férvida imaginación oriental, sobre guerras de dioses y héroes antiguos. Mahabharata significa, en sánscrito, Gran Bharata; y es el más extenso poema épico de la literatura india antigua –el segundo es el Ramayana–. Aunque ambos son básicamente obras profanas, se recitan de manera ritual y confieren supuestamente méritos religiosos a quienes los escuchan. Antes de conocerse los efectos de la bomba atómica estos poemas carecían de sentido, ahora no, al igual que el de los carros de fuego que por los aires los llevaban. Según el Mahabharata: “Era un solo proyectil cargado con toda la fuerza del Universo. Una columna incandescente de humo y llamas brillante como diez mil soles se elevó en todo su esplendor. Era un arma desconocida, un relámpago de hierro, un gigantesco mensajero de muerte, que redujo a cenizas a toda la raza de los Vrishnis y los Andhakas. Los cadáveres quedaron tan quemados que no se podían reconocer. Se les cayeron el pelo y las uñas, los cacharros se rompieron sin motivo, y los pájaros se volvieron blancos. Al cabo de pocas horas todos los alimentos estaban infectados. Para escapar de ese fuego los soldados se arrojaban a los ríos, para lavarse ellos y su equipo“. Las dimensiones de esa arma legendaria tienen cierta semejanza con los proyectiles tácticos nucleares de hoy día: “Un tallo fatal como la vara de la muerte. Medía tres codos y seis pies. Dotado de la fuerza del trueno de Indra, la de mil ojos, destruía toda criatura viva“.

Los poderosos efectos de la explosión y el calor producidos por esa arma se describen de una manera imaginativa y lírica, pero una manera que se podría aplicar (salvo por los elefantes) al lanzamiento de una bomba atómica. Según el Ramayana y otros relatos: “Entonces (esa poderosa arma) se llevó por delante multitudes de Samsaptakas con corceles y elefantes y carros y armas, como si fueran hojas secas de los árboles. Llevados por el viento, oh Rey, parecían hermosos allá arriba como aves en vuelo arrancando de los árboles“. Y más adelante dice: “Vientos de malos auspicios llegaron a soplar. El Sol pareció dar la vuelta, el Universo, abrasado de calor, parecía tener fiebre. Elefantes y otras criaturas de la tierra, abrasados por la energía del arma, huyeron corriendo. Las mismas aguas al calentarse, las criaturas que vivían en ese elemento empezaron a arder“. Y continúa con: “Hostiles guerreros caían como árboles quemados en un fuego furioso. Enormes elefantes quemados por esa arma, caían por tierra. Lanzando terribles gritos. Otros abrasados por el fuego corrían de acá para allá mientras, en medio de un incendio de bosque, los corceles y los carros también quemados por la energía de esa arma parecían como copas de árboles quemados en un incendio de bosque“. En el Ramayana se lee: “Tan poderoso que podía destruir la tierra en un momento: un gran ruido que se elevaba en humo y llamas y sobre él está sentada la Muerte“. El Mahabharata refiere la historia de un señor feudal llamado Gurkha con estas palabras: “Venía a bordo de un vimana, y sació su ira enviando un sólo y único rayo en contra de la ciudad. Una enorme columna de fuego diez mil veces más luminosa que el sol se levantó, y la ciudad quedó reducida a cenizas en el acto“. El Libro de Krisna relata: “Era capaz de moverse sobre el agua y bajo el agua. Podía volar tan alto y veloz que resultaba imposible de ver. Aunque estuviese oscuro, el piloto podía conducirlo en la oscuridad“. El Ramayana relata: “Las Vimanas tienen la forma de una esfera y navegaban por los aires a causa del mercurio (rasa) levantando un fuerte viento. Hombres a bordo de los Vimanas podían así cubrir grandes distancias en un espacio de tiempo sorprendentemente corto, pues el hombre que conducía lo hacia a su voluntad volando de abajo arriba, de arriba abajo, adelante o atrás”. En el Saramangana Suttradhara se lee: “Estaban hechos con planchas de hierro bien unidas y lisas y eran tan veloces que casi no se los podía ver desde el suelo. Los hombres de la tierra podían elevarse muy alto en los cielos y los hombres de los cielos podían bajar a la tierra“.

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En el Ramayana se nos dice: “Debe haber cuatro depósitos de mercurio (rasa) en su interior. Cuando son calentados por medio de un fuego controlado, el vimana desarrolla un poder de trueno por medio del mercurio. Si este motor de hierro, con uniones adecuadamente soldadas, es llenado de mercurio y el fuego se dirige hacia la parte superior, desarrolla una gran potencia, con el rugido de un león e inmediatamente se convierte en una perla en el cielo“. El Mahavira Charita dice: “Un proyectil, cargado con la fuerza del universo, produjo una inmensa columna de humo y llamas deslumbrantes. Tan brillantes como 10.000 soles en todo su esplendor. Era una arma desconocida un trueno de hierro, un gigantesco mensajero de la muerte, que redujo a cenizas a la totalidad de la raza enemiga. Los cuerpos quedaron irreconocibles, sus cabellos y uñas se caían, la loza se rompía espontáneamente y las aves vieron decolorados su plumaje. Después de unas cuantas horas, todos los alimentos quedaron contaminados, para poder escapar de ese fuego, los soldados se arrojaron a los ríos para lavar su equipaje y lavarse ellos mismos. El sol pareció temblar, y el universo se cubrió de calor. Las aguas hirvieron, los animales comenzaron a perecer y los guerreros hostiles cayeron derribados como briznas. Grandes proporciones de vegetación quedaron desiertos, y hasta el metal de las carrozas se fundió ante esta arma“. Se considera en la India, por parte de los entendidos, que los primeros cronistas diferenciaron en sus relatos lo real de lo ficticio. Las historias de imaginación, o cuya veracidad no había sido comprobada, entraban dentro de la categoría “Daiva“. Los hechos reales, cuya autenticidad estaba fuera de toda duda, eran conocidos como “Manusa“. El Mahabharata, Ramayana, Mahavira, y otros textos tenidos por fantasiosos, pertenecen a la categoría “Manusa“. Sólo siete años después de la primera explosión atómica en Nuevo México, el doctor Oppenheimer, que conocía bien la antigua literatura sánscrita, estaba dando una conferencia en la Universidad de Rochester. Luego, en el turno de preguntas y respuestas, un estudiante hizo una pregunta a la que el doctor Oppenheimer contestó con una extraña reserva. Estudiante: “La bomba que se hizo estallar en Alamogordo, durante el proyecto Manhattan, ¿fue la primera en hacerse explotar?”. Doctor Oppenheimer: “Bueno, sí. En tiempos modernos, sí, claro“. Quizá el doctor Oppenheimer recordaba el pasaje anterior que había leído en el Mahabharata sobre una antigua guerra en que se introdujo una nueva arma aterradora. El doctor Robert Oppenheimer, que tenía un amplio conocimiento de la literatura sánscrita y las leyendas hindúes, recordó cuando la primera explosión desgarró el cielo de Nuevo México, unos versos del antiguo Mahabharata, compuestos hace miles de años en la India pero extrañamente aplicables a la era nuclear.

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Faetón es un personaje mitológico, hijo de Helios, señor del Sol, y de Climenea, hija de Océano, que consigue que su padre le permita conducir el carro del sol durante un día y toma las riendas de los caballos celestes. Faetón, según la mitología, estuvo a punto de incendiar la Tierra. Hay que tener la humildad de aceptar que existió otra civilización, muy anterior a nosotros, que llegó hasta un nivel de conocimiento que proyectó disminuir la velocidad de rotación de la Tierra hasta conseguir que diese una sola vuelta al año y se comportase respecto al Sol como la Luna hace con la Tierra. También para poseer aparatos voladores y armas de destrucción masiva. Antes del gran cataclismo los días se alargaron. El gran cataclismo, el Diluvio Universal. Pero algo falló. Lo dice el mito de Faetón. Perdió el control del carro y el Sol estuvo a punto de incendiar la Tierra. En el Neolítico aparecieron ciudades y pueblos de Anatolia que estaban totalmente edificados sobre un molde cuyo modelo era Çatal-Huyuk, en Turquía, al sur de la península de Anatolia. Çatal-Huyuk fue una ciudad próspera y comerciante, construida hacia el año 6000 a.C. Y a juzgar por el número de figurillas, bajorrelieves y pinturas que se han encontrado adornando sus paredes, debió de ser el corazón de una cultura importante. En Çatal-Huyuk, la ciudad que tiene ocho mil años de antigüedad, la mujer jamás aparece subordinada a nadie ni a nada. A menudo hasta se la representa con los rayos de la Diosa Madre, que emanan hacia el exterior toda su energía interior. Una idea repetida por los primeros cristianos y por los Evangelios Gnósticos. Su importancia, la de la mujer, como madre de Çatal-Huyuk se expresa en el ritual funerario. En los ocho siglos de existencia de Çatal-Huyuk, no hubo el menor rastro de guerra ni de saqueo o de matanza. Ningún esqueleto presentaba signos de violencia. Una sociedad que respeta la vida por encima de todo, siente la más viva repulsión contra toda forma de brutalidad. Pero había más, Çatal-Huyuk, además fue una sociedad socialista. Erich Fromm, destacado psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista de origen judeoalemán, lo decía muy claro: «Los hechos hablan a favor de una sociedad neolítica relativamente igualitaria, sin jerarquía, explotación o violencia visibles. La distinción entre ricos y pobres es poco marcada. Si la diferencia social se traduce por la talla y la arquitectura de los edificios, jamás constituye motivo de ostentación. Nada en Çatal-Huyuk conduce a creer en la existencia de un jefe. No encontramos allí ningún indicio de organización jerárquica. Los conocimientos, la destreza y la experiencia de todos los ciudadanos fueron puestos en común; las actividades se efectuaban en grupo, siguiendo normas fijadas por la comunidad».

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Platón, en su libro De las Leyes, analizando todos los sistemas de gobierno, explicaba que la civilización griega dio un giro tras el Diluvio: «Los que fueron salvados se organizaron en grupos que tenían un régimen patriarcal». La pregunta era evidente: ¿Si dio un giro, cómo era antes del Diluvio? Çatal-Huyuk se supone que apareció tres mil años después del Gran Cataclismo, antes de la fundación de Atenas, y seguramente continuó con el sistema anterior. Un pasado tan rico que Platón ensalzó, diciendo que un Estado Ideal es aquel en que «el legislador sólo puede tender a buscar el bien común, la paz y la solidaridad mutua entre los ciudadanos»; donde el gobierno «protege el interés de todo el pueblo, único caso donde la sabiduría se alía con la libertad para obtener la concordia»; pero, al propio tiempo, el individuo «persigue el interés del Estado y no su propia satisfacción». Además, añadió, «nada será construido sobre la diferencia entre el hombre y la mujer». Igor Chafarevich, premio Lenin de Matemáticas, que estudió el fenómeno socialista en el mundo a lo largo de la historia y descubrió que «la realización efectiva de la Ciudad del Sol, Tommaso Campanella, no es una innovación de la edad industrial. La Historia, desde la ancestral Asia hasta la América precolombina, es un verdadero almacén de socialismos espontáneos, aparecidos sin la ayuda ni el soporte de ninguna ideología, sin el menor esfuerzo intelectual». En sus estudios había ejemplos de los imperios azteca e inca, de las ciudades antiguas de Mesopotamia, del Egipto faraónico, de la India y de China. Y siempre la misma idea fija: una estructura mental que conduce de forma natural a un sistema social tendente a compartir. La Ciudad del Sol, que fue escrita en 1602 pero no fue publicada hasta 1623, es una utopía en la que el autor expone su concepción de ciudad ideal. Está dispuesta en forma de diálogo entre un almirante genovés y el Gran Maestre de los Hospitalarios. El marino cuenta al caballero cómo se vio obligado a tocar tierra en la Isla de Taprobana, donde los indígenas lo conducen a la Ciudad del Sol, que está rodeada por siete murallas, dedicadas cada una a un astro. En la punta de un monte se encuentra el templo dedicado al Sol. La organización política de esta singular República es de carácter teocrático. Se mezclan los asuntos religiosos y públicos de manera inescindible. El supremo gobernante es el Sacerdote Sol, auxiliado por los Príncipes Pon, Sin y Mor, competentes respectivamente en materia de poder, sabiduría y amor. Al príncipe Pon le corresponde conocer el arte guerrero y de los ejércitos; al Príncipe Sin, la enseñanza de la ciencia y la sabiduría, y al Príncipe Mor, las labores de la procreación y la educación de los infantes.

Los Ciudadanos de esta República filosófica, conocedores de que la propiedad privada engendra el egoísmo humano e incita a los hombres a enfrascarse en crueles luchas, han convenido en que la propiedad sea comunitaria. Todos los hombres habrán de trabajar pero los funcionarios serán los que harán la distribución de la riqueza. Hasta los actos más íntimos son en común en esta ciudad. Trata de una sociedad comunista ideal en la que el poder está en manos de hombres sabios y sacerdotes. Con esto podemos ver cuán influyente fue la Iglesia sobre Tommaso Campanella. La Ciudad del Sol contribuyó a desarrollar la ideología progresista y a estimular el progreso social. En el Libro de Enoc, capítulo 59, se relata que, a bordo de una nave, un ángel… «me mostró cómo los vientos y las fuentes son clasificados según su energía y su abundancia. Luego me mostró los truenos, clasificados por su potencia, por su energía y por su fuerza». Y añade: «Contemplé la obediencia de estas plagas celestes a su divina voluntad». Los ángeles de Enoc no tuvieron nada de etéreo. Fueron los depositarios de la ciencia, los técnicos y los sabios, a quienes también llamaba custodios. En otro capítulo del Libro de Enoc, el capítulo 60, se describe que los ángeles conocían la composición exacta del suelo y sus necesidades para obtener el máximo de las cosechas, por medio de lanzaderas aparentemente equipadas con rayos láser: «Vi ángeles que tenían largas cuerdas y que, apoyados sobre sus alas ligeras, volaban hacia septentrión. Y pregunté al ángel por qué tenía entre manos estas cuerdas tan largas, y por qué habían despegado. Me respondió que habían ido a medir. Estas medidas revelarán todos los secretos de las profundidades de la Tierra». Podemos cortar una cadena de ADN, quitar o sustituir o añadir un gen. Ahí asistimos a la aparición de especies distintas, incluso nuevos árboles, frutos desconocidos o insectos nacidos del cruce con otras especies. Con las técnicas y los conocimientos adecuados, podemos seleccionar las características que más nos interesen y crear insectos que realicen las tareas que planifiquemos para ellos.  El ADN es la molécula que gobierna toda la vida —dijo—. Desde el virus hasta nosotros, los seres humanos, la famosa estructura en doble hélice es la misma. Compartimos el mismo vocabulario: A, C, G y T. Cuatro letras para designar los cuatro únicos nucleótidos de base: adenina, citosina, guanina y timina que se repiten para formar una cadena de ADN. Esta cadena es una frase muy larga compuesta por palabras de tres letras, sin ninguna puntuación. Así, la secuencia ACTGGTGGA se lee ACT, GGT, GGA. El problema es la extraordinaria longitud de las frases.

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La trascripción del código genético del cromosoma de una simple bacteria, la más pequeña de todas, ocupa unas dos mil páginas de un libro. Se necesitan más de un millón de páginas para describir el de la célula de un mamífero. Si poseemos las claves del ADN. Las posibilidades que se abren son infinitas. En la actualidad, pocos años después del gran descubrimiento de la doble hélice del ADN, la ingeniería genética ha abierto un debate que ha trascendido las aulas y ha entrado de lleno en la arena política. Nadie es capaz de determinar cuáles pueden ser las consecuencias para la sociedad. Para escapar del dilema entre la anarquía en la investigación o el control absoluto por parte de los poderes públicos, Alvin Toffler, autor de su célebre Choque del futuro, vio una solución: «La creación de una democracia que no sea tan sólo participativa, sino anticipativa». Y Toffler añadió: «Todo dólar invertido en investigación debería ser compensado con otro dólar consagrado a la integración de sus consecuencias en el contexto social. Porque tenemos la urgente necesidad de disponer de una tecnología más humana, más sensible a las necesidades locales y colectivas, y respetuosa con el medio ambiente». »En pocas palabras: necesitamos una tecnología responsable. Tal como apuntó el psicólogo americano Skinner, «el éxito de una cultura depende de su comportamiento con respecto al futuro y de las razones que la impulsan a desearlo. Las culturas acertadas son las que supieron inculcar a los hombres la voluntad de hacerse cargo de su futuro». Se trata, pues, de una obra de participación y de anticipación colectiva, debidamente planificada, donde las actividades se efectúan en grupo, siguiendo normas fijadas por la comunidad. Los seres humanos siempre han tenido el sueño de Fausto, el elixir de la eterna juventud. La Biblia conserva las trazas de que en un remoto pasado tal vez se consiguió, con Matusalén, y mucho más nítidas en el curioso versículo 3 del Génesis: «Dijo Yahvé Dios: He ahí al hombre hecho como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal; que no vaya ahora a tender su mano hacia el árbol de la vida, y comiendo de él, viva para siempre». Y hay otro personaje, Enoc, que lo dejó escrito: «Los santos y los elegidos se elevarán de la Tierra; serán revestidos de un vestido de vida. Este vestido de vida es igual al de Señor de los Espíritus; en su presencia su vestido no envejecerá en absoluto». —Sin embargo, todo tiene un límite y nada es eterno.

En el Génesis, capítulo 6, se cita claramente, justo antes del Diluvio: «Y dijo Yahvé: no permanecerá por siempre mi espíritu en el hombre, porque no es más que carne. Ciento veinte años serán sus días». Enoc vuelve a dejar constancia de su larga vida en el capítulo 58 de su libro: «Al decimocuarto día del séptimo mes del año quinientos de la vida de Enoc…». Su vida sobrepasaba los quinientos años, y su cuerpo seguía joven. Pero también dice que «es en vano que esperarán para sus hijos una vida de quinientos años». De manera que resulta claro que semejante longevidad quedaba reservada a una determinada élite. El límite de capacidad de la Tierra se calcula que es de veinte mil millones de habitantes. Beroso, el erudito-sacerdote-astrónomo babilonio, hablaba de diez soberanos que reinaron en la Tierra antes del Diluvio. Resumiendo los escritos de Beroso, Alejandro Polihistor escribió: «En el segundo libro estaba la historia de los diez reyes de los caldeos, y los períodos de cada reinado, que sumaban en total 120 shar’s, es decir, 432.000 años; para llegar a la época del Diluvio». Abideno, un discípulo de Aristóteles, citó también a Beroso al respecto de los diez soberanos antediluvianos cuyo reinado sumaba en total 120 shar’s, y aclaró que estos soberanos y sus ciudades se encontraban en la antigua Mesopotamia: Se dice que el primer rey del país fue Aloro. Éste reinó diez shar’s (Un shar se estima que son tres mil seiscientos años…). Después de él, Alapro reinó tres shar’s; a éste le sucedió Amilaro, de la ciudad de panti-Biblon, que reinó trece shar’s…Después de éste, Ammenon reinó doce shar’s; él era de la ciudad de panti-Biblon. Después, Megaluro, del mismo lugar, dieciocho shar’s. Más tarde, Daos, el Pastor, gobernó por el espacio de diez shar’s. Hubo después otros Soberanos, y el último de todos fue Sisithro; de manera que, en total, la cifra asciende a diez reyes, y el término de sus reinados asciende a ciento veinte shar’s. También Apolodoro de Atenas hablaba de las revelaciones prehistóricas de Beroso en términos similares: diez soberanos reinaron durante un total de 120 shar’s (432.000 años), y el reinado de cada uno de ellos se midió también en los 3.600 años de las unidades shar. Con la llegada de la Sumerología, los «textos de antaño» a los cuales se refería Beroso se encontraron y se descifraron. Eran las listas de reyes sumerios que, según parece, transmitieron la tradición de los diez soberanos antediluvianos que gobernaron la Tierra desde los tiempos en que «el reino fue bajado del Cielo» hasta que «el Diluvio barrió la Tierra». Una lista de reyes sumerios, conocida como el texto W-B/144, documenta los reinados divinos en cinco asentamientos o «ciudades». En la primera ciudad, Eridú, hubo dos soberanos. El texto prefija ambos nombres con el título silábico «A», que significa «progenitor»: “Cuando el reino fue bajado del Cielo, el reino estuvo primero en Eridú. En Eridú, A.LU.LIM se convirtió en rey; gobernó 28.800 años. A.LAL.GAR gobernó 36.000 años. Dos reyes la gobernaron 64.800 años“.

El reino se transfirió después a otras sedes de gobierno, donde los soberanos recibieron el nombre de «señor» (y, en un caso, el título divino de dirigir): “Dejo Eridú; su reino se llevó a Bad-Tibira. En Bad-Tibira, EN.MEN.LU.AN.NA gobernó 43.200 años; EN.MEN.GAL.AN.NA gobernó 28.800 años. El divino DU.MU.ZI, Pastor, gobernó 36.000 años. Tres reyes la gobernaron durante 108.000 años“. Después, la lista cita las ciudades que siguieron, Larak y Sippar, así como sus divinos soberanos; y, por último, la ciudad de Shuruppak, donde fue rey un humano de parentesco divino. Lo sorprendente del caso, en cuanto a las fantásticas duraciones de estos reinados, es que todas, curiosamente y sin excepción, son múltiplos de 3.600: “Alulim – 8 x 3.600 = 28.800 años; Alalgar -10 x 3.600 = 36.000; Enmenluanna -12 x 3.600 = 43.200; Enmengalanna – 8 x 3.600 = 28.800; Dumuzi -10 x 3.600 = 36.000; Ensipazianna – 8 x 3.600 = 28.800; Enmenduranna – 6 x 3.600 = 21.600; Ubartutu – 5 x 3.600 = 18.000“. Otro texto sumerio (W-B/62) añadió Larsa y sus dos soberanos divinos a la lista de reyes, y los períodos de reinado son también múltiplos perfectos del shar de 3.600 años. Con la ayuda de otros textos, la conclusión es que, ciertamente, hubo diez soberanos en Sumer antes del Diluvio, que todos los reinados duraron demasiados shar’s, y que, en total, duraron 120 shar’s, tal como informó Beroso. La conclusión que se sugiere es que estos shar’s de reinado estaban relacionados con el período shar (3.600 años) orbital del planeta Nibiru, el «Planeta del Reino»; que Alulim reinó durante ocho órbitas del Duodécimo Planeta, Alalgar durante diez órbitas, etc. Si estos soberanos antediluvianos eran, como sugerimos, los nefilim o anunnaki que vinieron a la Tierra desde el Duodécimo Planeta, entonces no debería de sorprendernos que sus períodos de «reinado» en la Tierra guardaran relación con el período orbital del Duodécimo Planeta. Los períodos de tales mandatos o Reinados se prolongarían desde el momento del aterrizaje hasta el momento del despegue; cuando un comandante llegaba desde el Duodécimo Planeta, el mandato del otro terminaba. Dado que los aterrizajes y despegues debían guardar relación con la aproximación a la Tierra del Duodécimo Planeta, los mandatos sólo se podían medir en estos períodos orbitales, en shar’s. Cómo no, se podría preguntar si cualquiera de los nefilim, después de llegar a la Tierra, podía permanecer al mando, aquí, durante los pretendidos 28.800 o 36.000 años. No nos sorprende que los expertos digan que la duración de estos reinados es «legendaria».

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Pero, ¿qué es un año? Nuestro «año» es, simplemente, el tiempo que le lleva a la Tierra completar una órbita alrededor del Sol. Dado que la vida se desarrolló en la Tierra cuando ya estaba orbitando al Sol, la vida en la Tierra sigue el patrón de esta duración orbital. Incluso un tiempo orbital mucho menor, como el de la Luna, o el ciclo día-noche, tiene la fuerza suficiente como para afectar a casi todas las formas de vida en la Tierra. Vivimos tal cantidad de años porque nuestros relojes biológicos están ajustados a tal cantidad de órbitas de la Tierra alrededor del Sol. Existen pocas dudas de que la vida en otro planeta se «temporizaría» en función de los ciclos de ese planeta. Si la trayectoria del Duodécimo Planeta alrededor del Sol tuviera tal extensión que una órbita suya se llevara a cabo en el mismo tiempo que a la Tierra le lleva hacer 100 órbitas, un año de los nefilim equivaldría a 100 años nuestros. Si su órbita fuera 1.000 veces más larga que la nuestra, 1.000 años de la Tierra equivaldrían a sólo un año de los nefilim. ¿Y qué ocurre si, como sugerimos, su órbita alrededor del Sol durara 3.600 años? Entonces 3600 de nuestros años serían sólo uno en su calendario, y también un solo año en su vida. El tiempo de mandato (reinado) del que hablan los sumerios y Beroso, no sería, de este modo, ni «legendario» ni fantástico: sólo habría durado cinco, ocho o diez años de los nefilim.  Muchos estudiosos (por ejemplo, Heinrich Zimmer en The Babylonian and Hebrew Génesis) han indicado que el Antiguo Testamento transmitía también las tradiciones de los jefes antediluvianos o antepasados, y que, en la línea de Adán a Noé (el héroe del Diluvio), se enumeraba a diez soberanos. Viendo en perspectiva la situación previa al Diluvio, el Libro del Génesis (Capítulo 6) describe el desencanto divino con la Humanidad. «Le pesó al Señor haber hecho al Hombre en la Tierra. Y el Señor dijo: Destruiré al Hombre, al que he creado». Y volviendo al Génesis, capítulo 6, vemos que se cita claramente, justo antes del Diluvio: «Y dijo Yahvé: no permanecerá por siempre mi espíritu en el hombre, porque no es más que carne. Ciento veinte años serán sus días».  Generaciones de eruditos han leído este versículo, «Que sus días sean ciento veinte años», como la concesión de Dios al hombre de un lapso vital de 120 años. Pero esto no tiene sentido. Si el texto trata de la pretensión de Dios de destruir a la Humanidad, ¿por qué, en la misma frase, le iba a ofrecer al Hombre una larga vida? Y nos encontramos con que, tan pronto pasó el Diluvio, Noé vivió bastante más del supuesto límite de 120 años, al igual que sus descendientes, Sem (600 años), Arpaksad (438 años), Sélaj (433 años), etc. Intentando aplicar el lapso de 120 años al Hombre, los eruditos ignoran el hecho de que el lenguaje bíblico no emplea un tiempo verbal futuro -«Sus días serán»- sino pasado -«Y sus días eran ciento veinte años». La pregunta obvia, por tanto, es la siguiente: ¿a quién se refieren?

La conclusión más evidente es que la cantidad de 120 años se entendía que se aplicaba a los “dioses” extraterrestres. El fijar un acontecimiento trascendental en su adecuada perspectiva temporal es un rasgo común de los textos épicos sumerios y babilonios. «La Epopeya de la Creación» comienza con las palabras Enuma elish («cuando en las alturas»). El relato del encuentro del dios Enlil y la diosa Ninlil se sitúa en el tiempo «cuando el hombre aún no había sido creado», etc. El lenguaje y el propósito del Capítulo 6 del Génesis tenían el mismo objetivo: situar los acontecimientos trascendentes de la Gran Inundación en su correcta perspectiva temporal. La primera palabra del primer versículo del Capítulo 6 es cuando: “Cuando los terrestres comenzaron a crecer en número sobre la faz de la Tierra, y les nacieron hijas“. Este, prosigue la narración, fue el momento en que: “Los hijos de los dioses vieron que las hijas de los terrestres eran compatibles; y tomaron para sí por esposas a las que eligieron“. En el Génesis, capítulo 6, se cita claramente, justo antes del Diluvio: «Y dijo Yahvé: no permanecerá por siempre mi espíritu en el hombre, porque no es más que carne. Ciento veinte años serán sus días». Momento en el cual: “Los nefilim estaban en el país en aquellos días, y también después; cuando los hijos de los dioses cohabitaron con las hijas de los terrestres y concibieron“. Ellos fueron los Poderosos que eran de Olam, el Pueblo del Shem. Fue entonces, en aquellos días, cuando el Hombre estaba a punto de ser barrido de la faz de la Tierra por el Diluvio. ¿Cuándo fue exactamente eso? El versículo 3 nos dice, inequívocamente: cuando su edad, la de la Deidad era de 120 años. Ciento veinte «años», no del Hombre ni de la Tierra, sino de los poderosos, el «Pueblo de los Cohetes», los nefilim. Y su año era el shar -3.600 años terrestres. Esta interpretación no sólo aclara los desconcertantes versículos del Génesis 6, sino que también demuestra de qué modo se ajusta a la información sumeria: 120 shar 432.000 años terrestres, habían pasado entre la llegada a la Tierra de los nefilim y el Diluvio. Enoc deja constancia en su libro, en el capítulo 96: «La mujer no ha sido creada en absoluto estéril, sino que ella, con sus propias manos, se ha privado de tener hijos». En el capítulo 2 del Génesis leemos: «Hizo Yahvé Dios brotar en él toda clase de árboles hermosos a la vista y sabrosos al paladar, y en medio del jardín plantó el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal». Vemos que eran dos árboles, no uno.  Y en el mismo capítulo del Génesis encontramos: «Y les dio este mandato: De todos los árboles del paraíso podéis comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comáis porque ciertamente moriréis». Sin embargo, el capítulo 3 del Génesis aporta luz sobre las intenciones de Eva: «De los frutos de los árboles del paraíso comemos, pero del fruto del que está en medio del paraíso nos ha dicho Dios: No comáis de él ni lo toquéis siquiera, no vayáis a morir».

Immanuel Velikovski escribió: «Descubrimos que hubo un tiempo en el que, en cualquier parte del mundo, existía el mismo calendario de 360 días. Es en el siglo VII antes de nuestra era que añadieron cinco días (…) Los eruditos que estudiaban el calendario de los Incas de Perú y los Mayas del Yucatán se sorprendieron ante un calendario de 360 días; lo mismo que sus colegas que estudiaron los calendarios egipcios, hindúes, caldeos, asirios, hebreos, chinos, griegos o romanos». La astronomía formaba parte de las enseñanzas de las escuelas superiores de los sumerios, la geometría estaba muy desarrollada, y el álgebra, hasta el extremo de que las tablas cuneiformes hacen referencia a ecuaciones de cuarto grado. Me quedé perplejo. Sumerios y babilonios fueron pioneros de las matemáticas puras y se les atribuyen métodos numéricos capaces de infinitos desarrollos. ¿Unos astrónomos tan precisos, para los que la medida del tiempo era de vital importancia, utilizaban un absurdo calendario civil de 360 días? Los Mayas del antiguo México también calculaban utilizando el sistema sexagesimal y sus conocimientos de astronomía no tenían nada que envidiar a los de la actualidad. Hemos fijado la duración del año en 365,2422 días y los mayas lo fijaron en 365,2425 días. Es decir: sólo veintiséis segundos más. En la actualidad hemos fijado el mes lunar en 29,53059 días; Palenque lo fijó en 29,53086 días y Copán en 29,53020. Una desviación de entre menos veintitrés y más treinta y tres segundos. A pesar de ello, su calendario civil también era de 360 días. En la India, los textos sánscritos describen la subdivisión de día, en tiempos lejanos, sobre una base sexagesimal. El día está dividido en 60 kala de 24 minutos, a su vez divididos en 60 vikala de 24 segundos. Siguen entonces una serie de 60 subdivisiones hasta llegar al kashta que vale la trescientos millonésima parte del segundo. Y, sin embargo, todos los textos Vedas, sin excepción, mencionan únicamente el año de 360 días. Los pasajes donde se menciona de manera específica esta duración del año se hallan en todos los Brahmanas. No obstante, lo más asombroso no es la existencia de un calendario de 360 días, sino la persistencia a lo largo de toda la geografía mundial y de los tiempos pasados. Los Purana, imponente enciclopedia de la ciencia anónima hindú escrita entre los siglos VI y XI de la era actual, aún hablan de un Sol inmóvil que se desplazaba hacia el norte durante seis meses o 180 días, y hacia el sur durante otros seis meses o 180 días. Total: 360 días. Una descripción muy acertada, porque el dios sumerio Enlil había calculado que la equivalencia entre la velocidad de rotación y la velocidad de traslación de la Tierra, en la que una vuelta alrededor del Sol equivale a una rotación sobre sí misma, dejaría éste permanentemente en el cielo, pero no fijo.

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Debido al cambio de inclinación del eje de la Tierra, durante la mitad del tiempo, 180 días, el Sol se desplazaría con enorme lentitud de sur hacia el norte, y durante los siguientes 180 días, al revés, de norte hacia sur. Semejante obstinación demuestra que el hombre, durante milenios, tuvo una enorme e indefectible esperanza en un futuro prometido, el paraíso sobre la Tierra. Samyaza, a quién Enlil había otorgado toda su confianza, había revelado el secreto. Samyaza aparece en el libro de Enoc. Es el cabecilla de los rebeldes. También se le conoce como Lucifer o Satán. Los científicos que se le sumaron son los Ángeles de las Tinieblas. Muchos siglos después del gran cataclismo tres hombres se acercaron a Abraham, «sentando a la entrada de su tienda cuando el calor del Sol era más fuerte». Él les invitó a comer y ordenó servirles requesón, leche y carne de ternera a la sombra de una encina. Evidentemente, esos tres personajes que aparecen en la Biblia fueron tan humanos como nosotros y no tenían nada de etéreo. Sus cuerpos se cansaban, sentían el calor y tenían hambre y sed. El cronista dice que eran tres hombres, el Señor y dos ángeles, que iban camino de Sodoma. Cuando llegaron a su destino se repitió idéntica escena de hospitalidad. Esta vez el anfitrión fue Lot, que los retuvo y les dio de comer y, negándose a dejarles dormir al raso, como tenían previsto hacer, los alojó bajo su techo. Una vez más, estos dos ángeles eran cualquier cosa menos etéreos: necesitaban, como Lot, comer, beber y dormir. Eran tan carnales que incluso fueron objeto de un curioso intento de abuso sexual. «Llamaban a Lot y le decían: ¿Dónde están los hombres que han entrado en tu casa esta noche? Hazles salir. Queremos abusar de ellos. Lot salió a la entrada, cerró la puerta tras él y les dijo: Hermanos, os lo ruego, no cometáis esta maldad. Tengo dos hijas aún vírgenes; os las entregaré para que hagáis lo que queráis con ellas. Pero no hagáis nada a estos hombres: son huéspedes que he acogido bajo mi techo». Eso es, textualmente, lo que podemos leer en el Génesis, capítulo 19. Un pasaje demasiado explícito, como para imaginar que eran seres etéreos y espirituales. Más todavía cuando leemos el relato de la lucha entre los de fuera y los de dentro, cuando los dos recién llegados agarraron a Lot, lo metieron en casa, rescatándolo de los que pretendían entrar y cerraron la puerta. Los ángeles de que habla la Biblia y que se mencionan profusamente en el Libro de Enoc fueron científicos y astronautas. Los ángeles rebeldes, con Samyaza al frente, decidieron informar de los peligros que conllevaba un proyecto de semejantes dimensiones. Esta decisión los convirtió en los Ángeles de las Tinieblas y a Samyaza, el primero de ellos, se le llamó Lucifer y Satán.

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«Difícilmente cumplís los mandatos de vuestro Señor; transgredís sus órdenes, calumniáis su persona; ¡Y vuestra boca impía pronuncia blasfemias contra su majestad!», leemos en el Libro de Enoc, capítulo 6. Estas duras palabras son el reflejo de la gravedad del acto cometido, porque se trataba, ni más ni menos, de doscientos rebeldes que pertenecían a la élite de la ciencia y su palabra tenía un enorme peso específico. «Consultaron las lunas, y conocieron que la Tierra debía perecer con todos sus habitantes. Descubrieron secretos que no debían en absoluto conocer», explica el Libro de Enoc en el capítulo 64. En el primer versículo del capítulo 63, nos narra: «He aquí que los ángeles que descendieron del cielo sobre la tierra revelaron los secretos a los hijos de los hombres». Ocho capítulos después afirma: «Tras todo ello, se llenarán de estupor y de pavor por causa del juicio que caerá sobre ellos, en castigo por las revelaciones que han hecho a los habitantes de la tierra». Y el veredicto aparece en el capítulo 68: «Perecen sólo por su ciencia demasiado grande». Fueron juzgados y aniquilados. La tradición china ha dejado constancia y memoria de los hechos, que hoy podemos leer: «En tiempos antediluvianos, un grupo en conflicto con su Señor, fue desterrado y perdió el don de volar; un divino monarca, con atributos de semidiós, les privó para siempre jamás de todo viaje entre el cielo y la tierra». Enoc lo confirmó en sus escritos, aunque su mensaje a los rebeldes fue mucho más allá, según leemos en el capítulo 14: «El juicio ha sido pronunciado contra vosotros; todos vuestros ruegos son inútiles. Así, en lo sucesivo, vosotros no subiréis nunca más al cielo; y seréis encadenados aquí abajo durante todo el tiempo que exista la tierra. Pero antes, seréis testigos de la destrucción y de la miseria de todo cuanto os es agradable; no lo poseeréis nunca más. Caerán por la espada bajo vuestros propios ojos. ¡Y no elevéis oraciones ni por ellos ni por vosotros!». El Libro de Enoc también dice que «la misericordia del Señor de los Espíritus es grande, grande es su paciencia». Sin embargo, Enoc confiesa su constante temor ante el Señor de los Espíritus. «Me acerqué tanto como pude, cubriéndome el rostro, y lleno de pavor». Y añade: «Y él me tomó y me condujo hasta la puerta. Y yo mantenía mis ojos fijos en el suelo». En realidad no hablamos de Dios, sino de un déspota para el que la venganza fue justicia y que, cuando no le seguían ciegamente, prorrumpía en un estallido de anatemas: «Vuestros días serán malditos, y los años de vuestra vida serán borrados del libro de los vivientes (…) nunca obtendréis la misericordia …. Diles pues: ¡Jamás obtendréis gracia, ni jamás recibiréis la paz! … Jamás obtendréis misericordia, dice el Señor de los Espíritus … El castigo celeste no se hará esperar: todos perecerán ….No tendrá en absoluto piedad de vuestra suerte; sino que, al contrario, se regocijará en vuestra pérdida».

Según todos los textos, Anu y Enlil vivieron en la Ciudad del Sol, probablemente una gran nave espacial. Anu jamás la abandonó y Enlil sólo descendió a la Tierra en contadas ocasiones. De nada sirvió que los rebeldes, con Azaziel al frente, entregasen una humilde carta a Enoc, que vino a verles a la Tierra por mandato de Anu. Creyeron que contando con sus buenos oficios, podían exponer libremente sus temores y suplicar al Señor que recapacitase sobre su decisión. Eso es lo que se cuenta en el capítulo 13 del Libro de Enoc: «Una humilde súplica con el fin de obtener para ellos el descanso y la misericordia por todo lo que han hecho». Pero cuando Enoc habló con el Señor de los Espíritus, la respuesta fue contundente. Enoc no había viajado a la Tierra para entregar un mensaje, un ultimátum, sino una sentencia sin apelación posible. «La sentencia ha sido pronunciada contra vosotros: Todos vuestros ruegos son inútiles». La brutalidad de la respuesta fue tan grande que incluso los más fieles se conmovieron. Éste fue el caso de arcángel Miguel que en el capítulo 67confiesa al arcángel Rafael: «Mi espíritu se subleva y se irrita por la severidad del juicio secreto contra los ángeles; ¿quién puede soportar un juicio tan terrible, que jamás será modificado, que les condena por toda la eternidad?». Pero acto seguido añade: «La sentencia ha sido pronunciada contra ellos por los que les han obligado a reaccionar de ese modo». Semejante acusación le valió comparecer frente al Señor de los Espíritus, que le pidió explicaciones. Entonces, Miguel, consciente del peligro y del desastre que se avecinaba, atribuyó sus palabras a la emoción del momento: «¿Qué corazón no se sentiría tocado? ¿Qué espíritu no tendría compasión?». Luego se desmarcó: «No los defenderé en absoluto en presencia del Señor, porque han ofendido al Señor de los Espíritus, al conducirse como dioses». Miguel, un arcángel, en mitad de un motín en el que lo arrastraban sus sentimientos, de pronto se endureció y capituló ante su Señor. La consigna no admitía réplica: tenía que aplastar al traidor, que osó poner en tela de juicio la voluntad del Ser Supremo. A cambio, Miguel obtuvo la vacante dejada por Samyaza, el gran Lucifer, ahora Señor de las Tinieblas, y fue nombrado jefe de los ángeles del cielo. Ahí empezó el gran combate. Samyaza, que había sido colocado por el Señor «por encima de todos sus compañeros» se convirtió en el jefe de los rebeldes, «el primero de todos ellos». Sin embargo, el Señor culpó a Azaziel de ser el principal instigador: «Él es quien debe ser responsable de todos los crímenes» seguimos leyendo en el Libro de Enoc, capítulo 10. Sin embargo, no deja de ser curioso que a Azaziel le asignaran el puesto décimo entre los declarados culpables. No fue el primero, pero había cometido un gran pecado: «reveló al mundo todo lo que pasa en los cielos», según leemos en el capítulo 9. Enlil fue consciente de que podía perder el control de la situación en provecho de los rebeldes, a los que reconoció que «se convirtieron en seductores de los que había sobre la tierra». En realidad el Señor no era un ser todopoderoso, no era Dios. Tuvo que luchar para conservar lo que consideraba suyo.

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Enlil y Anu sabían que los rebeldes, más que seductores, fueron maestros de los hombres, porque se dedicaron a enseñarles. De ahí nació el gran temor del Señor, que a la vista de lo que estaba sucediendo, tenía motivos más que sobrados para inquietarse, tal y como recoge el Libro de Enoc a lo largo del capítulo 8. Azaziel enseñó a la gente de la Tierra cómo fabricar armas y cómo defenderse; Amarazak les explicó las propiedades de las raíces y los encantamientos, es decir: la medicina; Barkayal, les mostró cómo observar las estrellas; Akibeel les reveló los signos; Tamiel, la astronomía; y Asaradel les describió los movimientos de la Luna. Y, lo que ya resultaba inconcebible e intolerable para el Señor: «Les enseñan la escritura y les muestran cómo usar la tinta y el papel». Fue entonces cuando buena parte de la gente tomó conciencia del desastre que se avecinaba y protestaron con vehemencia. «Y los hombres en peligro de morir elevaron su voz, y su voz llegó hasta el cielo», según el Libro de Enoc, capítulo 8. Algunas regiones ya estaban tan infectadas de rebeldes que el Señor de los Espíritus envió a Gabriel con la misión de sembrar cizaña: «Empújales, excítales unos contra otros. Que perezcan por sus propias manos», dice Enoc. Una prueba más de la desesperación y de la vehemencia del Señor que, evidentemente, no era Dios. Pero Gabriel fracasó en su misión. Tampoco era un ángel, tal como lo concibo en la actualidad, sino un ser de carne y hueso, capaz de equivocarse. —Y ante el fracaso, Enlil ordenó la guerra. «El mal ya corrompe el corazón de muchos hombres» informó Gabriel a su regreso. «Cada vez son más las voces que te critican». Entonces Enlil gritó: «¡Hay que acabar con todo este desbarajuste!». Y, por primera vez en milenios, estalló una guerra. El recuerdo de aquella guerra figura en las tradiciones de la China y de la India, en las leyendas de los pigmeos de África y en los relatos de los historiadores del antiguo Egipto, que también recuerdan a Solón la locura de la aventura de Faetón. Enoc la mencionó en veinticuatro ocasiones. La Ciudad del Sol disponía de ingenios tecnológicos que convirtieron en armas destructoras. Dominaban el cielo, poseían naves; desencadenaron fenómenos naturales de una dimensión inimaginable, con afán destructivo; utilizaron las energías extraídas del núcleo de los átomos para provocar reacciones en cadena. Así destruyeron Sodoma y Gomorra. Las milicias civiles se enfrentaron, impotentes, a una oleada de tecnología mortal que los sorprendió y los sobrepasó. Un ataque unilateral, de castigo, un ejército de ángeles, las cohortes celestiales que descendieron de los cielos, arrasaron, quemaron, mataron y eliminaron a todos los que se atrevían a desafiar al Señor. Sin un ápice de piedad. Ésos son los ángeles que nos presentan como seres luminosos y radiantes. Pero su luz era la luz mortal que emitían sus armas y sus radiaciones eran las que emanaban de las bombas lanzadas sobre los reductos rebeldes. Las huestes del cielo vencieron a un enemigo desarmado. Una victoria difícil de justificar, que, no obstante, había que explicar. Por eso todo se convirtió en impiedad. «La impiedad se acrecentó; la fornicación se multiplicó, las criaturas transgredieron y corrompieron todas sus órdenes» dice Enoc en el capítulo 8. Los ángeles caídos o de las tinieblas exigieron que detuviesen el proyecto e informaron a la gente de que habían sido engañados. «¡Pretenden ser como dioses!», gritó el Señor de los Espíritus.

Aquellos rebeldes querían destronarlo para detener el proyecto y el engaño. Samyaza, tocado por el título de Lucifer, Príncipe de la Luz, denunció un proyecto que era una insensatez que amenazaba la vida de todo el planeta. Fue juzgado en secreto y, junto con sus colaboradores, se le condenó a un castigo ejemplar. La historia la escriben los vencedores. Enoc dejó una puerta entornada para que el futuro la abriese y descubriese la realidad. El primer ejemplo es un desliz histórico que afecta al término Señor-Dios. El Libro de Enoc, tal como ha llegado a nuestros días, no fue escrito por la mano de quien da nombre a todo el trabajo, sino por otros escribas que vivieron mucho más tarde. Su redacción sufrió las mismas transformaciones que cualquier relato oral antediluviano, antes de ser trascrito por un copista que tuvo muchos escrúpulos de conciencia para ejecutar al pie de la letra la orden de quien mandaba y que le marcaba el sentido que tenía que dar al conjunto de la obra. Por esta razón el texto está plagado de equívocos y de aproximaciones, que también son características de la Biblia. Los escribas de Enoc jugaron con las palabras y expresaron lo que ellos sentían y no lo que otros les ordenaban sentir y pensar. En el texto los ángeles a veces son vigilantes, a veces hijos de los hombres, pero también habitantes de los cielos. Incluso les llamaban hombres blancos. Su vocabulario no es menos prolífico cuando se refieren a la autoridad suprema. En la cumbre, sitúan a Dios. Luego lo adornan con multitud de adjetivos calificativos y lo envuelven en atributos. Esta profusión de calificativos, para quien sabe leer, es una guía que evita toda posible confusión. Así, en el capítulo 9 descubrimos que eligieron unos términos que distinguen sutilmente al dueño del proyecto, que aparece como el Señor de los Espíritus. Se trata de un ser irascible y peligroso, que se cree Dios. Una situación que, por desgracia, no es única ni representa un caso excepcional en la Historia. El segundo ejemplo también es un desliz histórico y se refiere a Samyaza-Satán-Lucifer. El año 363, en el Concilio no ecuménico de Laodicea, en los primeros siglos de la Iglesia, establecieron las jerarquías de los ángeles. Resulta que Lucifer se opuso a su rey. Fue acusado de felonía y de pecado de orgullo, repudiado y vilipendiado, se le excluyó de la sociedad. Pero, entre tanto, su rey fue deificado y se convirtió en dios. A partir de este instante, tacharon su inteligencia de maldad, su crítica de rebelión y su coraje se tomó por soberbia. Samyaza fue envilecido hasta extremos increíbles, hasta donde nadie jamás ha sido calificado: «Habiéndose rebelado contra Dios, ha sido expulsado y ha sido precipitado en el infierno, donde él se ha hecho el jefe de los demonios, o Satanás, sinónimo del Mal». Pero estamos hablando del año 363 de nuestra era. Y es ahí donde el escriba cometió un pequeño desliz semántico, ya que llamó Lucifer al rebelde, que significa el «portador de la luz», que se supone era el ángel de las tinieblas. Los gnósticos dijeron que la rebelión de Samyaza representaba la búsqueda del conocimiento total que el Demiurgo quería esconder a los hombres. Y los gnósticos también fueron condenados. Un tercer desliz lo constituyen las hijas de los hombres. El Génesis apenas dedica cuatro versículos a este hecho, pero Enoc trata este episodio nada menos que en cuarenta ocasiones a lo largo de nueve capítulos. Si tomamos lo escrito y lo simplificamos, el Diluvio fue la consecuencia de la fornicación de seres celestes con hermosas mujeres de la Tierra que dieron a luz a gigantes. ¿Tan grande es su falta que merece ser ahogado en un Diluvio Universal? Por una parte atribuyen el desastre del Diluvio al hecho de que los seres del cielo se unieron con mujeres de la Tierra. Por otra parte les acusan de abandonar el cielo y, finalmente, los culpan de haber dado a luz una raza impía.

Probablemente algunos de los ángeles eran biólogos especialistas en genética, que crearon al Homo Sapiens a partir de una evolución de los simios. Por un lado, Enoc consagra todo el capítulo 15 a los lamentos del Señor de los Espíritus porque los ángeles prefirieron la Tierra y abandonaron el cielo. Por otro lado, en el capítulo 15 del Libro de los secretos de Juan, apócrifo de San Juan, leemos: «El primer gobernante formuló un plan con sus poderes. Envió sus ángeles a las hijas de la humanidad, para que tomasen mujeres y criaran una familia para su placer». Este texto, nítido y sin ambigüedades, confirma la misión genética de los enviados, y precisa el sentido: que tuviesen descendencia para su placer. Vinieron a la tierra por orden de su jefe, no por iniciativa propia. Lo cierto es que la creación de una mano de obra simiesca liberó a la humanidad de los trabajos pesados y de las cargas más desagradables y les permitió gozar plenamente del placer. Esos genetistas enviados por el Señor, encargados de proporcionar el mayor bienestar sobre la Tierra se pusieron a trabajar. Pero la tarea era larga y delicada, y los primeros ensayos constituyeron un rotundo fracaso. Los ángeles carecían de poderes sobrenaturales y se equivocaban como cualquier otro mortal. La solución llegó en el curso de una sesión de reflexión. El relato aparece en el apócrifo de Juan: «Los ángeles tomaron mujeres, y de las tinieblas produjeron hijos parecidos a su espíritu». Ahí está el secreto. El cerebro del simio es parecido al humano, pero no igual. Y si seguimos investigando, descubrimos que, por lo que atañe a la reproducción, el Libro de los secretos de Juan dice en el versículo 19 que «los ángeles cambiaron entonces su apariencia para parecerse a los compañeros de estas mujeres, y llenaron a las mujeres del espíritu de las tinieblas que ellos habían confeccionado». Mediante la inseminación artificial los ángeles fueron los autores de la fecundación de una raza, compuesta por entero por hembras, que no podría perpetuarse sin ellos. La caída de los ángeles es un mito, un equívoco que Enoc contribuyó a crear y a alentar. Tras una farsa monstruosa, los responsabilizaron del Gran Cataclismo. «Transgredieron las órdenes, y vivían con las mujeres de los hombres, y engendraban con ellas una descendencia infame. Por este crimen, caerá una gran catástrofe sobre la Tierra; un diluvio la inundará y la devastará durante un año», dice Enoc en el capítulo 105. Y el colmo de los colmos aparece cuando en el capítulo 64 afirma: «El Señor ha decidido en su justicia que todos los habitantes de la Tierra perecerían, porque conocían todos los secretos de los ángeles». Aniquilaron a la Humanidad porque conocían los secretos de los ángeles.

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En el Libro de los secretos de Juan el Señor es el Demiurgo, producto del mundo de la Luz, y cuya actividad se opone a la del Dios supremo. La acusación es terrible, porque establece, de manera incuestionable, la responsabilidad del llamado Señor de los Espíritus en el Gran Cataclismo. Los ángeles rebeldes jugaron la carta del saber y lo perdieron todo. Las regiones que se sumaron a la causa de los rebeldes, las futuras África ecuatorial, China, India y Grecia, padecieron una brutal represión. Todos los cabecillas, y muchos más, murieron bajo los ataques de las máquinas volantes y su mensaje se perdió. El 16 de julio de 1945 la emisora de radio la Voz de América retransmitió en directo, desde el desierto de Alamogordo, la explosión de la primera bomba atómica. Sin embargo, Enrico Fermi, Premio Nobel de física 1938, ya había alertado en París sobre el peligro que representaba: «A pesar de todos los cálculos, queda todavía un pequeño riesgo no evaluable de que la primera bomba atómica sea también la última, ya que podría prender fuego a la atmósfera». No obstante, el experimento siguió adelante. Justo unas semanas después se abrieron todas las puertas del horror en Hiroshima. Un hombre, Leo Szilard, especialista nuclear en 1939 habló en contra de las armas atómicas. Fue apartado de todas sus funciones y desapareció en el anonimato. Otros, en la posguerra, quisieron cerrar la caja de Pandora, pero su gesto, aunque valiente, llegó demasiado tarde. Herman Kahn se planteó si cincuenta millones de muertos era una cifra aceptable. Erich Fromm lo calificó de raciocinio estratégico, brillantemente parafraseado en una conferencia de prensa concedida por el doctor Mitchell, de Rand Corporation: «Puedo escribirle cualquier guión cinematográfico sobre una guerra nuclear imaginable. Pero, por muy dura que sea esta guerra, el hombre sobrevivirá. Incluso con mil millones de muertos, siempre quedarán un par de miles de millones». En la antigua Ciudad del Sol disponían de bancos de semillas, de toda la información sobre el ADN, de esperma, de óvulos, tanto humanos como de todo tipo de mamíferos. Si la humanidad desaparecía de la faz de la Tierra, ellos la repoblarían desde la Ciudad del Sol, reconstruirían todo lo destruido y crearían nuevos espacios con toda la experiencia y el saber acumulado durante milenios. Incluso podían repetir una creación sin los errores de la primera y estabilizarla para siempre.

Los científicos de la Ciudad del Sol predecían que la corteza terrestre se desmembraría y la vida sobre la Tierra desaparecería. El agua del mar herviría y toda la vida marina también perecería. No quedaría nada. Pero algunos querían preservar la vida y para ello, en la Ciudad del Sol, había bancos de esperma de todos los mamíferos y semillas de todo tipo de plantas. El magnetismo de la Tierra cambiaría, así como su posición. La Luna sufriría convulsiones y todo objeto en el espacio cercano sufriría. En la India, Manu y los siete hermanos Rishi depositaron toda su confianza en un sumergible; en Persia, en aquellos días demasiado alejada del mar, Yima, su Noé particular, imaginó un refugio subterráneo, una verdadera fortaleza excavada en la arcilla, enorme como un hipódromo, con tres pisos de altura, lleno a rebosar de alimentos y agua potable para una población de mil parejas; otras fuentes señalan una capacidad para ocho mil personas. Es así como ha llegado hasta nuestros días el rastro de ese gigantesco proyecto, en las leyendas y las tradiciones. Cada región tiene su salvador particular: Noé, Nata, Ouassou, Montezuma, Manu, Bergelmir, Yima, Nan-Choung y otro muchos repartidos por toda la geografía mundial. Hasta un total de ochenta y tres. Fue la astucia de Ea (Enki), asociada a la discreción de Noé, lo que les permitió sortear todas las dificultades y extraer de la Ciudad del Sol todo cuanto necesitaban para sobrevivir. Si hay vida, todas las posibilidades de evolución son posibles. El relato sumerio es más convincente que la Biblia. En el Libro de Enoc, Noé es un personaje ambiguo y misterioso. La historia está llena de contradicciones: su lenguaje es una mezcla de términos cotidianos y herméticos. No hay más que ver las diferentes versiones de un personaje como Noé, que ha pasado a la historia como el biznieto de Enoc. En la primera versión, Noé se aprovecha de una información privilegiada extraída clandestinamente de las altas esferas: Arsayalalyur contacta con él para advertirle del peligro. Así se explica en el capítulo 10: «Háblale en mi nombre, pero escóndete a sus ojos», seguramente utilizando una suerte de teléfono.  Arsayalalyur le dice: «Y toda criatura será destruida». Y de inmediato aparece la primera contradicción: no todos perecerán. Él, Noé, sobrevivirá: «Pero enséñale la manera de escapar; explícale cómo su raza se perpetuará sobre la tierra». Y prosigue: «Los hijos de los hombres no perecerán todos a causa de los secretos que los vigilantes les han revelado y que han enseñado a sus descendientes». Noé descubre mediante la razón que la «Tierra se inclina y amenaza ruina», según se narra en el capítulo 64. Sobrecogido y lleno de pánico, porque sabe que él también morirá, consulta con su bisabuelo Enoc. Intenta establecer contacto con él en tres ocasiones y finalmente lo logra. «Entonces mi bisabuelo Enoc vino y se presentó delante de mí». Y le cuenta la verdad: «El Señor ha decidido en su Justicia que todos los habitantes de la tierra perecerán».

Todos los habitantes de la Tierra, excepto Noé, el discreto, que censura la revelación de los secretos de los cielos: «El Señor, el Santo por excelencia ha conservado tu nombre entre los de los santos», afirma. Esta versión es claramente contradictoria con la anterior. Hay una tercera versión en que no se cita a Noé. En las versiones precedentes, Noé sabe que será salvado y que su descendencia repoblará la Tierra. No hay ninguna mención a ninguna arca. En la tercera versión, en cambio, la situación es totalmente distinta: «Y un hombre nació, y construyó una gran embarcación. Habitaba en esta embarcación, y con él tres toros, y una cubierta se hizo por encima de ellos». Sigue un resumen del Diluvio, la embarcación se detiene sobre la tierra… «Entonces, el buey blanco que había sido hecho hombre, salió del arca y con él tres toros». Evidentemente, esta versión del Libro de Enoc no tiene nada que ver con las anteriores. Es más, hace un resumen que proporciona la verdadera imagen de Noé. Probablemente se trata de un especialista en clonación y manipulación genética, que entra en el arca con tres toros, probablemente semillas de vida vegetal, animal y humana. Pero, y ahí es donde Enoc se sumerge en la esencia de las manipulaciones genéticas, a la salida del arca, aparecen los tres toros acompañados «del buey blanco que ha sido hecho hombre». El buey blanco es la clave que utiliza para la clonación. Y aquí va mucho más lejos: Noé vive con tres toros en una embarcación cerrada: «Una cubierta se hizo por encima de ellos». A la salida, tendría que haber lo mismo: sólo tres toros. Sin embargo, sorprendentemente aparece un buey blanco hecho hombre. El último capítulo del Libro de Enoc, el 105, dice que Lamec acude, enloquecido, a casa de su padre Matusalén. Lo que le cuenta es tan impresionante que Matusalén echa a correr y va en busca de Enoc, que consulta con los ángeles para que le expliquen lo que de veras está sucediendo. La esposa de Lamec dio a luz a un niño, Noé, que no se parecía a él en absoluto. Pero el hecho es que ese niño no se parecía a ningún otro niño. «Tiene la carne blanca como la nieve y roja como una rosa; su cabello es blanco y largo como la lana; y sus ojos de una belleza espléndida», explica en al inicio de dicho capítulo. Y, por si fuese poco, el bebé hablaba. «Apenas fue recibido por las manos de la comadrona, abrió la boca contando las maravillas del Señor». Concluye la escena con estas palabras: «Y cuando Matusalén hubo escuchado las palabras de Enoc, que le había revelado todos los misterios, regresó a casa confiado y puso al niño por nombre Noé».

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Tras el Diluvio, sin los medios indispensables, los descendientes de Noé «parirán sobre la tierra de los gigantes, no nacidos del espíritu, sino de la carne». En la Ciudad del Sol, la clonación de seres humanos estuvo reservada a especímenes seleccionados. El libro de Enoc es más que una anticipación literaria de lo que sus hombres de ciencia consiguieron. Se cedió a la tentación de crear clones de seres humanos y de manipular sus genes para obtener determinados caracteres. Noé no fue un caso aislado. Lo importante es que se hizo, pero no salió perfecto. O quizás sus creadores decidieron distinguirlos de los demás. El primer pensamiento de Lamec al ver a su hijo es que era un ángel del cielo, según aparece en el último capítulo. La palabra aparece tres veces en diez versículos, con idéntica insistencia sobre el aspecto físico del bebé: «Es más blanco que la nieve, más sonrosado que una rosa; sus cabellos son más blancos que la lana». Clínicamente es la descripción de un albino, y ligada al pensamiento inmediato de Lamec, y de Matusalén, queda claro que el albinismo fue uno de los rasgos de los seres del cielo. Sin embargo, ese trazo tan particular sólo pertenecía a los más recientes, porque es en vísperas del Gran Cataclismo que Enoc ve a esas criaturas por primera vez y relata que su aspecto difiere de manera notable del de los vigilantes a los que estaba acostumbrado, que eran hombres sensibles, habladores y netamente humanos. Por el contrario, los ángeles albinos sólo pronuncian frases lacónicas y le recuerdan a seres robotizados, que cumplen a rajatabla una orden sin cuestionársela ni discutirla, aunque la consecuencia sea un acto cruel y despiadado. Entonces, Noé no fue hijo de Lamec. Enoc, en el mismo capítulo final dice que no hubo fraude. Es más: para convencer a Matusalén le cuentan el secreto. Noé formó parte de la nueva generación de genios obtenidos, en el momento de la clonación, por modificación del genotipo. Y desde el momento del nacimiento, poseyó todos los conocimientos de Lamec, de Matusalén y de otros muchos. Noé fue un cerebro más que notable. Sin necesidad de que se le advierta del peligro que corre el planeta, él estableció un plan para preservar la vida en un futuro. La embarcación que describe la Biblia, traducida a datos técnicos, sería: ciento cincuenta metros de eslora, veinte mil toneladas de registro bruto, tres puentes de cinco metros de entrepuente y sin ninguna superestructura. Datos más que precisos. Sin embargo, hicieron falta unos cuantos Noé para corregir el error que estaba a punto de producirse y conseguir que la vida subsistiese. Los escritos que han aparecido después del Diluvio han falsificado la historia hasta el punto que hemos maldecido a los rebeldes y hemos bendecido a los que nos han tratado de destruir. El profesor Hubert Reeves, doctor en astrofísica nuclear, era un hombre de ciencia, pero también un escritor prolífico. El doctor Reeves citó, entre otros avances de la ciencia actual, la posibilidad de disminuir, e incluso detener, la rotación terrestre. Todos los cálculos coincidían y la operación podía emprenderse, dijo, porque ya se disponía de los medios y de los conocimientos técnicos para llevarla a cabo.

Y tal vez en el Jardín del Edén pusieron en práctica esta idea. En la historia de Faetón había un rastro demasiado evidente. Ahí explicaban que todo se produjo cuando hubo «un cambio en la trayectoria de los cuerpos celestes». Los brahmanes hablaban de pseudoestrellas, mientras que los chinos, y en particular los tibetanos, llamaban perlas del cielo a los cuerpos celestes artificiales que en la actualidad hemos bautizado con el nombre de satélites. En la Epopeya de Gilgamesh, cuando se relata el episodio del Diluvio, hay una escena asombrosa mientras el Cataclismo asola el planeta. La gran diosa Ishtar, llorando por la destrucción de las criaturas que engendró, «levantó el collar de piedras preciosas que el dios Anu había hecho según sus deseos y dijo: vosotros, los dioses que estáis presentes, no olvidaréis este collar de lapislázuli que tengo alrededor de mi cuello, y los recordaréis siempre...». Ishtar con el rostro bañado en lágrimas, sigue contando el relato, gritó en su desesperación y se maldijo a sí misma por haber escuchado a Enlil. Alrededor de su cuello lucía el collar que Anu, dios del espacio, había confeccionado tomando perlas del cielo, tal vez satélites. Ella simbolizaba la madre Tierra, que quedó para siempre marcada por el Cataclismo. Para Cicerón, Faetón era la estrella de fuego. Hesiodo iba más lejos. Para él, tras el desastre, Faetón se convirtió en la Estrella de la Mañana. Es decir: en Venus. Pero Hesiodo no era el único en apuntar semejante desenlace. Un buen número de tradiciones siguen idéntico camino e Ishtar a menudo forma parte integrante de la aventura. La transformación de un ser legendario, se llame Ishtar, Faeton o Quetzalcoalt, en Venus es un tema muy presente en los pueblos de oriente y de occidente. Se decía que la rebelión de los ángeles provocó el Diluvio. Pero era justo al revés: la posibilidad del Diluvio hizo que los ángeles se rebelasen. «¿Y qué tiene que ver Venus en toda esta historia?» Disminuir en un poco más de 365 veces la rotación terrestre significaba enviar la Luna a otra órbita y centraron su mirada en Venus. La satelización por Venus abría unas perspectivas futuras muy interesantes. El choque quizás produciría sobre el planeta quemado efectos parecidos a los que produjo sobre la Tierra y crearía unas condiciones más propicias para la vida. Sería el futuro hogar en una posible expansión. Y la Luna se convertiría en una perfecta plataforma de colonización.  Muchos tratados astronómicos de tiempos lejanos dicen que Venus forma parte de una tríada con la Luna y el Sol. Ishtar también es la Luna y a menudo se confunde en las tradiciones, unas veces con la Tierra, y otras con Venus. Con la Tierra, por tenerla por satélite. Y con Venus por haber aspirado a tenerla.

Faetón tenía la intención de descolgar la Luna de la Tierra para colgársela a Venus. En el Libro de Enoc leemos. «Éste es el número de Kesbel, el principal secreto que el todopoderoso reveló a los santos», dice en el capítulo 68. Confiado al arcángel Miguel, este número no es otro que el ansiado Grial que persiguen los físicos actuales, la fórmula que unificaría las cuatro fuerzas de la naturaleza: la nuclear, la electromagnética, la débil y la de la gravedad. Las cuatro no son más que distintas manifestaciones de una misma energía. La teoría de cuerdas o de membranas que persigue dar con la base elemental constitutiva de todo tipo de materia. Ésa es la famosa piedra filosofal de los alquimistas.  El Libro de Enoc, en el capítulo 70, dice que Miguel le mostró «todos los secretos de los límites del cielo». El ángel Uriel le dijo: «Y ahora, hijo mío, ya te lo he mostrado todo»,. Incluso Enoc escribió, veinte capítulos más tarde: «Y yo, Enoc, sólo yo, vi el fin de todas las cosas, y a nadie más le ha sido permitido verlo». Porque era huésped de la Ciudad del Sol, que bullía de actividad. En el incesante ir y venir de ángeles, reconoció a más de uno: Miguel, Rafael, Gabriel… «Pero aquel día el cielo de los cielos fue puesto en movimiento, miles de miles y miríadas de miríadas de ángeles se movían en constante agitación» cita en el primer versículo del capítulo 58. ¿Qué hacían esos ángeles? Daban el último retoque a un gran complejo que albergaría dos monstruos, uno macho y otro hembra: Leviatán y Behemoth. Dos monstruos con una fuerza imposible de medir. «Entonces le pedí a otro ángel que me mostrase la fuerza de estos monstruos y cómo habían sido separados en el mismo día para ser precipitados el uno en el fondo del mar y el otro en el fondo de un desierto», dice en el mismo capítulo. Prosigue: «Y él me dijo: Oh, hijo del hombre, quieres conocer las cosas misteriosas y escondidas». Y no le respondió. Lo que Enoc vio le impresionó tanto que casi se desmaya. Éste es el gran secreto de los dioses. Por eso el ángel no respondió. En la leyenda de Gilgamesh, el sabio y dios sumerio Ea se defiende de haberlo revelado a Outa-Napishtim, el Noé sumerio. Nadie podía ni tan siquiera mencionar aquel conocimiento único, que estaba reservado sólo para los iniciados. Aun así, en la actualidad existe un texto que nos recuerda cuál es la potencia de ese par de monstruos, que exigían unas medidas de protección jamás igualadas y que aún hoy en día causan admiración. El enciclopedista más grande del siglo X, un árabe llamado Ali al-Husayn al-Mas’Udi, afirma en sus escritos que Keops y Kefrén, las dos grandes pirámides de Egipto, fueron edificadas por el rey Saurid antes del Diluvio. Es más: la Estela del Inventario, descubierta por Auguste Mariette, fundador del museo del Cairo, dice que la Gran Pirámide ya existía desde mucho antes de que Keops accediera al trono. Este faraón, que dio nombre a la pirámide, según el mismo documento, la restauró, pero no la construyó. No pudo, porque no disponía de la tecnología necesaria. No hay más que hacer un pequeño cálculo para demostrarlo. La Gran Pirámide tiene unos dos millones trescientos mil bloques de piedra, cada uno de los cuales pesa de promedio unas dos toneladas y media.

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La historia actual dice que se tardó veinte años en construirla. Eso significaría que en jornadas de diez horas diarias, contando que los obreros trabajaban nueve días y descansaban uno, tal como indican los escritos, tenía que colocar un bloque cada minuto y cuarenta segundos. Colocar un bloque cada minuto y cuarenta segundos significa que en ese tiempo lo tallaron, lo subieron a muchos metros de altura, lo encajaron matemáticamente sobre y junto a los demás y lo recubrieron de alabastro. Aunque la historia dice que trabajaron cien mil obreros, los cálculos no salen por ninguna parte. Keops, durante veinte años y con cien mil obreros, sólo la restauró. La versión expuesta por al-Mas’Udi no está en contradicción con las teorías de los egiptólogos: Saurid fue un rey mítico y en cuanto a la fecha de construcción de ambas pirámides, también están de acuerdo: son muy antiguas. Tienen, cuando menos, unos cuantos miles de años. Nadie es capaz de precisar cuántos. Rechazar sin más una de las enciclopedias esenciales de la Edad Media musulmana, elaborada por un espíritu inspirado y serio, que nos ha legado lo que en aquella época era el bagaje cultural del hombre en materia de cosmografía, geografía de la Tierra, tradiciones diversas y sobre todo la historia general desde la creación del mundo es, como poco, presuntuoso. ¿Para qué se edificaron las pirámides? Al-Mas’Udi dice que Saurid edificó estas pirámides en previsión del Diluvio. Ésa era la idea que se tenía en aquellos días. Pero la rebelión de los ángeles fue para evitar el Cataclismo que se avecinaba. Las pirámides fueron construidas antes del Diluvio, pero no para protegerse de él. Sin embargo, existe una estrecha relación entre éste y las pirámides, que no eran ni nunca fueron construidas para ser monumentos funerarios. He ahí un dogma que hay que romper. En mayo de 1954, un miembro de un equipo de trabajo entró en la pirámide de Sekhemjet. Dio con un sarcófago, cuyo diseño no era el habitual. Se trataba de un bloque simple de alabastro, sin tapa, en un extremo, en donde había una puerta corredera, también de alabastro, y sellada por un cemento todavía intacto. Casi en una ceremonia ritual, rompió el cemento y descorrió la puerta corredera. Pero el sarcófago estaba vacío. El físico alemán Kurt Mendelssohn reconoce que “aunque la función funeraria de las pirámides no ofrece duda alguna, es más que difícil probar que los faraones fueron enterrados allí”. Pero nunca se ha encontrado la momia de ningún faraón dentro de ninguna pirámide. Dentro de la pirámide de Sekhemjet, que había permanecido intacta, en el interior del sarcófago no había nada. Los sarcófagos estaban vacíos, porque los ladrones los saquearon, gritan indignados los egiptólogos. Pero, los análisis químicos efectuados revelaron que no existía el menor indicio de restos orgánicos.

Sin embargo, en el Valle de los Reyes, verdadera necrópolis de los faraones, nos hemos hartado de encontrar momias. Tantas, que hemos sido capaces de llenar museos enteros. Y eso que muchas de sus tumbas fueron saqueadas. —¿Para qué se construyeron, entonces, las pirámides? —El mismo Mendelssohn sugiere: «Puede que alguna pirámide algún día haya albergado el cuerpo de un faraón, pero existe también, por desgracia, un número muy elevado de hechos que apuntan lo contrario». Desde que en el siglo XVII Jean Greaves, profesor de astronomía e inventor de las pirámides-tumbas, las dotó de una finalidad y de un significado, nadie se ha atrevido a dudar de ello y se considera un sacrílego el simple hecho de imaginar otra posible explicación. Y ahí es cuando caemos en el dogma. Únicamente alguno de ellos tiene una ráfaga de inspiración y se atreve a decir que: «Todas estas tumbas sin cadáveres inducen a pensar que algo diferente de un cuerpo humano debió de ser sepultado ritualmente». Mendelssohn reconoce la evidencia, y con ello abre una pista interesante. Si las pirámides no fueron destinadas a recibir un cuerpo humano, su papel funerario desaparece y, por consiguiente, esos enormes monumentos pierden todo su carácter religioso. Si queremos conocer la verdad, tengo que contemplar Gizeh con crítico. Las dos pirámides más antiguas son la de Keops y la de Kefrén. Y esta afirmación cuadra con lo dicho por al-Mas’Udi, en el siglo X de nuestra era. Keops ha sido y es el gran atractivo. Kefrén es la segunda. Si las contemplamos bajo ese prisma, la conclusión es inmediata: Keops fue el más grande de todos los faraones. Además, resulta que el interior de Keops es el más complejo, con pasadizos y cámaras, mientras que las demás constan de un pasillo y una cámara. Kefrén plantea un problema interesante, ya que casi dos millones de metros cúbicos de piedra sirven sólo para encerrar un minúsculo espacio de apenas una decena de metros cúbicos, que es la cámara. La relación entre el espacio vacío para albergar la cámara y la masa de piedra sólida que la cubre es de uno a doscientos mil. ¿Qué es lo que pudo guardarse en su interior, tan protegido? Por si sus cuatro millones seiscientas mil toneladas de piedra no bastasen, Kefrén se halla cercado por una muralla sobre la que hay un foso de más de sesenta metros. Las paredes del edificio que la flanquea constituyen un bloque sólido de dos metros y medio de espesor que alcanza más de cuatro metros en su cara este. Si fuese un castillo medieval, se comprendería, pero en una supuesta tumba parece raro.

El ingeniero Jomard, el arqueólogo de la expedición napoleónica, anotó en su informe: «Nos preguntamos por qué construir tales enormidades cuando con la mitad se habría conseguido idéntica resistencia. Imposible resolver este enigma». La respuesta al enigma es que no era el contenido lo que querían proteger. Es del contenido de lo que querían protegerse ellos. Por eso necesitaban semejante blindaje. A ciento veinte metros de Kefrén y en el eje de su diagonal de sudoeste a noroeste, se alza la enorme mole de más de cinco millones de toneladas de Keops. La precisión y la meticulosidad con que fue construida son apabullantes. Su perímetro, que ocupa más de cinco hectáreas, ha sido nivelado con una desviación máxima de un centímetro y cuarto. El hecho de que Keops sea más voluminosa confirma la tesis del blindaje. Mientras que Kefrén es una masa compacta, en Keops existe una estructura interna compleja. Su exceso de volumen exterior compensa ampliamente los huecos indispensables para su función. O mejor dicho: su funcionamiento. Porque no se trataba de un objeto con una función, sino de un artilugio que tenía que funcionar. De todas las pirámides de Egipto, Keops es la única que presenta una estructura interna. En otras pirámides, en efecto, encontramos una galería simple horizontal o descendente, al cabo de la cual se halla la llamada cámara funeraria. Aun siendo mucho más sofisticada, la pirámide de Keops presenta una curiosa similitud con la de Kefrén, ya que dispone de una especie de cueva tallada en la profundidad de la roca, que ejerció el papel de pequeño búnker. ¿Qué podría albergar un búnker de semejantes características, uno en cada pirámide? Ni más ni menos que los dos monstruos que reunidos desencadenarían una fuerza de tales dimensiones que el ángel no se atrevió a revelar a Enoc: Leviatán y Behemoth. Leviatán es la encarnación de la violencia del agua en su aspecto más terrible. Y no deja de ser curioso que la de Keops hacia el nordeste, o la de Kefrén hacia el sudeste, tengan frente a sí dos caminos de piedra que conducen hacia el Nilo y hacia el Valle, y fuera de su vertical hay dos edificios de base cuadrada, de los que sólo el de Kefrén ha sobrevivido. Se le llama Templo del Valle, pero no es un templo. Es un bloque cuadrado de cuarenta y cinco metros de lado, con una altura de trece metros, recubierto con granito rojo pulido. El vestíbulo central tiene forma de T, el suelo es de alabastro y el techo se halla soportado por dieciséis pilares. No hay el menor vestigio de decoración.

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El mal llamado Templo del Valle no es otra cosa que una estación de bombeo de agua. En aquellos tiempos las aguas del río bañaban esos lugares. Los fosos frente a Keops son los vestigios que aún quedan. Aquella remota sociedad antediluviana descubrió la forma de explotar una descomunal energía cuya base la forman dos componentes, dos monstruos. «El monstruo hembra se llama Leviatán; habita en las entrañas del mar, sobre las fuentes del agua», afirma Enoc en el capítulo 58. «El monstruo macho se llama Behemoth: mueve por el desierto invisible sus repliegues tortuosos», dice en el siguiente. De la suma de ambos apareció una energía imposible de explicar, porque Miguel fue, además, el poseedor del número de Kesbel, la clave de unión de las cuatro fuerzas de la naturaleza. Pero la pirámide de Keops es un proyecto inacabado. Y no hay nada peor que una obra inacabada, porque no se sabe cuál era la intención del autor ni para qué servía. El Gran Cataclismo interrumpió los trabajos justo cuando realizaban las pruebas de impermeabilidad. Tres sólidos tapones de granito, de dos metros cada uno, aún bloquean herméticamente la base del conducto ascendente. El ajuste milimétrico de los enormes bloques de piedra pulida responde sólo a un deseo de absoluta estanqueidad. La estética no es más que un accidente, a pesar de la gran admiración que suscita la vista y el tacto de las paredes de la Gran Galería y de la cámara llamada del Rey. La unión de los sillares es tan perfecta que no entraría ni la más delgada punta de una aguja. La gran aventura del espacio tenía que acabar de forma única e impresionante con la Operación Venus. Con la fusión nuclear pusieron la energía del Sol sobre la Tierra. Entre la pirámide de Keops y la de Kefrén, tenía que formarse un cóctel detonante de X partes de Leviatán mezcladas con Y partes de Behemoth. Y la esfinge permanecía muda y expectante, señalando dónde se hallaba el gran secreto: en el interior de la pirámide de Kefrén, porque es ahí, a sus pies, donde reposaba. Enoc escondió la verdad tras sus palabras y disfrazó los componentes calificándolos como monstruos. En el apartado de los monstruos insertó lo siguiente: «En estos días mis ojos descubrieron los secretos de los relámpagos y de los rayos. Brillan tanto para bendecir como para maldecir, siguiendo la voluntad del Señor. En cuanto al trueno, si a veces resuena para anunciar la paz y para bendecir, a menudo resuena para maldecir, siguiendo la voluntad del Señor». Luego habla de Leviatán y de Behemoth, para, inmediatamente después referirse a las tormentas. «Me mostró cómo la fuerza de los vientos es medida, cómo los vientos y las fuentes son clasificados, según su energía y su abundancia…. Me mostró además los truenos diferenciados los unos de los otros por su peso, su energía y su potencia…. He ahí por qué hay unos límites para la lluvia y los ángeles que proceden la reparten en su justa medida».

No es por casualidad que Enlil, ya dueño de la atmósfera, se convirtiera en el Señor de las Tormentas. La energía liberada por una tormenta media corresponde a la que se libera con una bomba atómica de un megatón. Las dos pirámides, Keops y Kefrén, fueron edificadas justo en el punto central del Gran Continente, porque es ese punto el que tenía que mirar hacia el Sol. Es ahí donde estaba situado el meridiano cero. Los relámpagos producidos que cayesen sobre Gizeh serían absorbidos por la pirámide de Keops y desaparecerían en su interior, sin dejar que retornasen al exterior. La energía liberada desencadenaría el proceso alquímico, uniendo Leviatán y Behemoth, el contenido de Keops y el contenido de Kefrén. Mil millones de arcos voltaicos, cada uno portador de cien mil millones de electrón-voltios, crearían un chorro continuo hacia la pirámide anexa para ser domesticados en forma de hiperenergía. Quizás descubriremos que puede que los obeliscos no sean otra cosa que el recuerdo del cohete que tenían que haber disparado para desencadenar la tormenta final. Y la Esfinge de Gizeh es el gran monumento, el memorial a la puerta de entrada de la Era Solar. La Era Solar exigió una refundición de todo el sistema de cálculos astronómicos. Enlil, Señor de las Tormentas, dueño de la atmósfera y diseñador de la nueva era, estaba íntimamente ligado al equinoccio de primavera. Este equinoccio señala, en astronomía, el momento en que el Sol atraviesa el ecuador celeste para pasar del hemisferio sur al hemisferio norte. Este punto de referencia, llamado equinoccio de primavera o punto vernal, se sitúa en la actualidad alrededor del 21 de marzo. Pero no es fijo, debido al efecto de peonza que presenta el eje terrestre y que lo desplaza casi insensiblemente sobre la esfera celeste. El movimiento es tan leve que tarda poco más o menos veintiséis mil años en dar una vuelta completa y el efecto que produce es que el amanecer, en cada equinoccio de primavera, hace que el Sol aparezca como si se paseara por las constelaciones. En la actualidad entra en la constelación de acuario. El equinoccio de primavera es también el momento en que el día y la noche tienen idéntica duración. Según el testimonio de Saïte reportado por Solón, el Gran Cataclismo tuvo lugar alrededor del año 9600 a.C. y la astronomía nos informa de que, en aquella época, el punto vernal se hallaba entre las constelaciones de Virgo y de Leo. Al-Mas’Udi, por su parte, precisa que Saurid edificó sus pirámides cuando el Sol estaba en Leo.

La esfinge, con cabeza de mujer y cuerpo de león, mira hacia el Este, como perenne recuerdo del lugar por donde creían que verían por última vez salir el Sol. Para conseguir todo eso antes tenían que situar al milímetro la pirámide de Keops, en el emplazamiento exacto y con la orientación precisa. Para ello buscaron puntos de referencia en el único lugar donde podían encontrarlos: en el cielo. Es normal que, en la actualidad, Robert Bauval y Adrian Gilbert hayan descubierto que la posición de las tres pirámides de Keops, Kefrén y Mikerinos forman la misma figura que el Cinturón de Orión y que la pirámide de Keops dispone de cuatro conductos, dos en la cámara del Rey que apunta a Orión y a Alfa Draconis, y dos en la de la Reina, que apuntan hacia las estrellas de Sirio y Beta Osa Menor, tal como explican en su obra El misterio de Orión. Gizeh era un proyecto grandioso y magnífico que pretendió situar la Tierra en las coordenadas correctas y precisas. Cuatro estrellas, cuatro puntos del firmamento y un único objetivo: detener el movimiento de la Tierra en un instante preciso, a una hora concreta de un día concreto y con una exactitud milimétrica, y dejar la pirámide de Keops orientada perfectamente para recibir toda la potencia que Leviatán y Behemoth desatarían en su interior. Después, una vez la pirámide hubiese servido para detener la Tierra perfectamente orientada, ya podían acabarla y convertirla en la máquina que tenía que ser, en la productora de la mayor energía que el ser humano jamás ha imaginado. Los mismos Bauval y Gilbert apuntaron en su libro: «Uno de los problemas comunes en el estudio de texto antiguos es que los supuestos expertos muy a menudo no dejan que los textos hablen por sí mismos». Parece que el Diluvio Universal lo provocaron los dioses anunnaki Anu y Enlil. Un extravagante piramidólogo inglés del siglo XIX, el honorable Charles Piazzi Smyth, murió persuadido de que la Gran Pirámide era el centro del mundo. No iba desencaminado. Gizeh se encontraba a media distancia entre las costas oriental y occidental en esta latitud. No estaba muy lejos de ser el ombligo del mundo, que se hallaba más al sur, a unos doscientos kilómetros de la actual Nairobi. La posición de las pirámides no tiene nada de simbólico ni de extraordinario. Responde tan sólo a un criterio práctico, impuesto por la Era Solar.

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En el antiguo supercontinente de Pangea, el meridiano del lugar geográfico donde se ubicaría el actual Egipto cortaba el disco rodeado de agua más o menos en dos mitades sensiblemente iguales. Y había otra curiosa coincidencia. Si el meridiano cero, en aquella época, correspondía a la línea que contenía el punto álgido del Sol cuando detuviesen la rotación de la Tierra, el meridiano de Gizeh era, por supuesto, mucho menos arbitrario que el actual meridiano de Greenwich. Hoy en día sabemos o creemos saber, según los cálculos llevados a cabo, que el centro de la Tierra tiene que ser sólido, con una densidad altísima. Por encima de ese centro, hay una capa, a la que llamamos núcleo externo, que es fluida. Cubriendo el núcleo, se extiende el manto, dividido en dos: el inferior y el superior. Este último también es fluido. Finalmente, aparece la corteza, encima de la cual vivimos. El núcleo central gira más lentamente que el exterior gracias a las dos capas fluidas sobre las que patina la corteza. El conjunto es un gigantesco motor que genera una energía electromagnética terrible. «Los seres humanos fueron obligados a beber agua del olvido por el primer gobernante para que no supieran de dónde habían venido», dice el Libro secreto de Juan, en el capítulo 13. Noé implantó en sus almas una alianza con Dios, un pacto eterno. Él no enviaría otro diluvio sobre la Tierra, porque ningún ser humano volvería a intentar una locura como la de la Era Solar. Ésta es la alianza que Noé fabricó con Dios. Así lo encontramos en el Génesis, capítulo 9: «Hago con vosotros pacto de no volver a exterminar a todo viviente por las aguas de un diluvio y de que no habrá más un diluvio que destruya la Tierra».

Fuentes:

 

  • Albert Salvadó – El informe Phaeton (el diario secreto de Noe)
  • Biblia – Génesis
  • Libro de Enoc
  • Poema de Gilgamesh
  • Zecharia Sitchin – El 12º Planeta
  • Robert Bauval y Adrian Gilbert – El misterio de Orión
  • Mahabharata
  • Ramayana
  • Andy Lloyd – Dark Star – The Planet X Evidence

¿Qué misterios se esconden tras el concepto de Diluvio Universal?

2 comentarios en “¿Qué misterios se esconden tras el concepto de Diluvio Universal?

  1. Fantástico y muy denso artículo como todos los de oldcivilizations. Quién sabe lo que nos depara el porvenir pero es natural que tal cataclismo levante muchas polémicas. Gracias Maestroviejo.

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