La producción de carne y otros productos de origen animal es responsable de aproximadamente 18 a 20 por ciento de todas las emisiones de gases de efecto invernadero antropogénicos, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Si el cálculo de la FAO es correcto, los residuos animales y el uso de fertilizantes a base de nitrógeno para el cultivo de forrajes generan anualmente cerca de seis millones de toneladas de nitrógeno óxido, o entre 65 y 70 por ciento de las emisiones totales.
El impacto de esto para la temperatura mundial equivale aproximadamente a 2.000 millones de toneladas de dióxido de carbono por año. Además de óxido nitroso, la industria ganadera produce más de 100 millones de toneladas de metano al año, lo que calienta al planeta tanto como 3.500 millones de toneladas de dióxido de carbono.
Esta situación se ve agravada por el desmonte de grandes extensiones de selvas tropicales para pasturas y la producción de forrajes, lo que libera anualmente 2.700 millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera.
El total de nuestras emisiones de dióxido de carbono actualmente asciende a poco más de 35.000 millones de toneladas, además de que también producimos al menos 350 millones de toneladas de metano y nueve millones de toneladas de óxido nitroso.
Muchos gobiernos, municipios y empresas privadas ya comenzaron a aplicar programas destinados a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a una fracción de sus niveles actuales en las próximas décadas. En 2015, más de 90 por ciento de las nuevas inversiones en energía se desplazaron a las fuentes renovables, mientras que los combustibles fósiles y la energía nuclear atraen a duras penas el 10 por ciento restante.
Del mismo modo, las nuevas soluciones tecnológicas para reducir las emisiones de los vehículos, así como de la producción industrial, la construcción, la iluminación y la calefacción y refrigeración de edificios o bien están en proceso o ya se implementaron.
Incluso las compañías aéreas y navieras aceptaron el reto. Algunos sectores lo hicieron con más entusiasmo que otros, pero parece existir el consenso general de que se necesitan cambios considerables para evitar una catástrofe ambiental absoluta.
La excepción al desplazamiento general hacia la sostenibilidad ambiental parece ser la producción de alimentos. Los gobiernos y las organizaciones intergubernamentales como la FAO siguen analizando la manera de elevar la producción mundial de carne de 200 millones a 470 millones de toneladas en 2050.
Esto sería motivo de gran preocupación aun si la carne, los productos lácteos y demás productos de origen animal fueran responsables únicamente por 20 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero combinados. Incluso entonces, si se duplicara la contribución de la industria probablemente haría imposible limitar el calentamiento global a 1,5 o 2 grados Celsius, según lo acordado en París.
Es posible que el papel de la industria ganadera se haya subestimado seriamente. De acuerdo con los cálculos actuales, los lagos y estanques naturales probablemente produzcan cerca de 85 millones de toneladas de metano por año, mientras que los embalses artificiales generarían entre 20 y 100 millones de toneladas.
Aunque el metano de los embalses se considera un subproducto de la industria de la energía, las emisiones de los lagos, estanques y ríos se clasifican como “emisiones naturales”.
Las investigaciones demuestran que existen variaciones significativas en los niveles de metano producido por los cuerpos de agua dulce. Los lagos heterótrofos, cuya agua y sedimentos solo contienen pequeñas cantidades de nutrientes y materia orgánica, producen muy poco metano. Las menores emisiones anuales por hectárea medidas en estos lagos llegaron a apenas 0,78 kilogramos.
En el otro extremo del espectro, lagos sumamente eutróficos o ricos en nutrientes, con grandes cantidades de plantas acuáticas y algas muertas, pueden liberar hasta 190 toneladas de metano por hectárea por año. En otras palabras, hay una diferencia de 243.590 veces entre la mayor y menor emisión medida por hectárea, un espectro que abarca casi seis órdenes de magnitud.
¿Podemos, por lo tanto, realmente suponer que la escorrentía de los fertilizantes y el ganado no tiene nada que ver con estas emisiones? La mayor parte del metano que se libera en el aire de lagos y embalses eutróficos no puede en verdad considerarse emisiones naturales, y no debe contarse como tal.
Del mismo modo, la mayor parte del óxido nitroso que se define actualmente como emisiones naturales de los océanos o de los suelos naturales debería volver a clasificarse como un derivado de la ganadería.
Además, hay muchas prácticas agrícolas capaces de reducir la cantidad de carbono orgánico almacenado en los árboles y los suelos, así como la deforestación tropical, que históricamente ha sido el centro de atención. De acuerdo con estudios realizados en Argentina, Brasil, China, Estados Unidos, Gran Bretaña, Kazajistán y Mongolia, grandes extensiones de pasturas que solían ser praderas naturales siguen perdiendo cantidades significativas de carbono orgánico debido al pastoreo excesivo.
De acuerdo con un análisis, los seres humanos queman cada año 4.300 millones de toneladas de biomasa, clasificada como carbono. De esa cantidad, la madera para el combustible y el uso de otras formas de biocombustible representan 1.300 millones de toneladas, mientras que el resto está vinculado a la industria ganadera.
Esto significa que podríamos, al menos en teoría, reducir nuestras emisiones de carbono en casi 3.000 millones de toneladas al eliminar la quema de biomasa que no está relacionada con la producción de energía y mediante el uso de la biomasa que se ahorró para remplazar los combustibles fósiles.
Las prácticas de quema de biomasa actuales también producen grandes cantidades de hollín, que repercute con fuerza en el aumento de las temperaturas en el mundo, y también generan entre 40 y 50 millones de toneladas adicionales de metano y 1.300 millones de toneladas de óxido nitroso.
Actualmente, 3.500 millones de hectáreas de tierras de pastoreo permanentes y cientos de millones de hectáreas de tierras de cultivo son explotadas para el cultivo de alimentos destinados a animales utilizados por las industrias de la carne y los lácteos.
Si reducimos el consumo de productos de origen animal y los remplazamos con alternativas a base de proteínas de soja, trigo, avena u hongos, o mediante el cultivo de células madre de animales, podríamos convertir grandes extensiones de terreno en bosques protegidos.
Estos bosques recuperados a su vez pueden absorber grandes cantidades de carbono de la atmósfera. Alternativamente, se podría utilizar la misma tierra para el cultivo de biocombustibles.
Esto significa que deberíamos concentrarnos en la degradación ambiental causada por la industria ganadera, que a su vez recibe la presión de una demanda cada vez mayor de carne y productos lácteos. Gran parte de lo que se ha mencionado merece una atención urgente y amplia y una mayor investigación en todo el mundo.
Quizá sea imposible detener el calentamiento global sin reducir el consumo de carne. Sin embargo, si somos capaces de remplazar una porción sustancial de carne con otras alternativas, alcanzar las metas adoptadas en París en realidad podría llegar a ser mucho más fácil de lo que cualquiera se hubiera imaginado.
Risto Isomäki es un novelista y militante ecologista finlandés cuyo último libro, “La carne, la leche y el clima”, analiza el impacto ambiental de la industria ganadera.
Traducido por Álvaro Queiruga / Editado por Pablo Piacentini