Antonio Capilla Vega
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La Segunda Guerra Mundial es, con casi toda seguridad, uno de los conflictos más estudiados y documentados de la historia. En los miles de libros, documentales y películas que existen al respecto se ha retratado de uno u otro modo el día a día de los soldados de ambos bandos. Físicamente y psicológicamente, éstos se enfrentaban a jornadas agotadoras, con cargas que podían durar días o marchas en condiciones extremas, siempre con la amenaza constante de perecer bajo un bombardeo o tiroteo enemigo. ¿Cómo era posible sobrevivir a ello? Parece que sólo se podía salir vivo de ese infierno con una mezcla de valor, suerte y, en algunos casos, drogas estimulantes cuyo uso por los soldados fue mucho mayor de lo que hasta hace unos años se creía.
El uso de sustancias como alcohol, tabaco o café ha sido una constante a lo largo de la historia. Sin embargo, fue en la edad contemporánea, concretamente en la Alemania Hitleriana previa a la Gran Guerra donde se decidió dar un paso más allá y se comenzó a hacer uso de metanfetaminas con el fin de avanzar posiciones lo más rápido posible.
Descubrimiento de la sustancia
Todo comenzó en 1938, cuando la empresa farmacéutica Temmler empieza a comercializar un compuesto llamado Pervitin, un producto similar al speed que fue rápidamente aceptado por la población civil. La poca percepción de riesgo entre los ciudadanos llevó a equipararlo a un producto algo más fuerte que el café, considerándolo casi inocuo, y éste era incluso mezclado con chocolate, disparándose su consumo en el curso de unos meses. Los efectos que provocaba, tales como aumento de la concentración y euforia o reducción de la sensibilidad al dolor, hambre y sed llamaron inmediatamente la atención de los altos mandos militares. Entre ellos estaba el médico Otto Ranke, un miembro de la Wehrmacht que realizó un estudio en el cual suministró dicha droga a un grupo de estudiantes universitarios y concluyó que su uso podría ser determinante para que Alemania ganara la guerra.
El Pervitin casaba perfectamente con la estrategia de la “guerra relámpago” que los alemanes prepararon: bombardeos continuos seguidos de ataques rápidos por tierra. Las maniobras requerían esfuerzos físicos muy intensos, sin la posibilidad de pararse a hacer pausas para comer o beber, y actuando en muchas ocasiones más allá de lo que recomendaba el sentido común. Esa dosis extra de resistencia que sirvió para decantar la balanza del lado alemán fue, en parte, obtenida gracias al uso masivo de dicha sustancia, y se ha llegado a constatar que sólo entre abril y julio de 1940 se llegaron a usar cerca de 35 millones de comprimidos, una cantidad que hasta el final de la guerra pudo haber sido de más de 200 millones.
Si el estimulante fue utilizado en mayor o menor medida por las tropas del III Reich, parece que su uso fue masivo entre los soldados que combatían en el frente oriental. Si cualquier guerra es dura, aquella que se libraba en batallas como la del Dniéper, Moscú y sobretodo el cerco a Leningrado era brutal. Allí el Pervitin pasó a formar parte del kit básico de cualquier soldado alemán, y fue donde su abuso y consecuencias se hicieron más visibles.
A partir de 1941 los médicos militares comenzaron a advertir los efectos secundarios del uso y abuso del estimulante. Entre los soldados comienzan a ser cada vez más visibles trastornos como ansiedad, paranoia o conductas suicidas, además de daños físicos graves a nivel hepático, con lo cual se prohibió su suministro. En la práctica, el veto a la venta y distribución fue relativo, ya que siguió existiendo un mercado negro de dicho estupefaciente que los altos cargos no se esforzaron en detener. De hecho, su uso aumentó al final del conflicto, cuando el desgaste entre los supervivientes era más notorio, y las tropas del Eje tuvieron que recurrir a adolescentes y ancianos para alargar el conflicto, personas que tuvieron que hacer uso de estupefacientes para reunir el valor de enfrentarse a las tropas enemigas.
Uso por otros ejércitos
Si las tropas alemanas fueron las primeras en usar estimulantes y las que lo hicieron con mayor intensidad, no fueron ni mucho menos las únicas. Los norteamericanos que se incorporaron al conflicto lo hicieron bajo los efectos de la benzedrina, de la cual se llegaron a dispensar medio millón de píldoras entre los estadounidenses por orden directa del propio Eisenhower. Es notorio que los kamikazes japoneses actuaban bajo los efectos de metanfetaminas, y que su uso a gran escala entre la población al acabar el conflicto llegó incluso a poner en jaque al gobierno del país nipón. Pero fue entre los soldados del Reino Unido donde, al margen de Alemania, el abuso de estimulantes se hizo a mayor escala.
Los estimulantes fueron utilizados por los británicos para decantar la guerra a su favor desde 1941, y paradójicamente, su uso fue aumentando entre éstos al tiempo que se reducía entre los alemanes. El uso de Metedrina se extendió entre los soldados del Reino Unido, especialmente entre las tropas que combatían en el norte de África y sobre todo entre los pilotos de la Royal Air Force. La sustancia servía para mantener a éstos bajo un nivel de máxima atención por más tiempo en los vuelos nocturnos y prolongados. Llegó a ser su uso tan intenso (e incluso socialmente aceptado y promovido) que medios de la época no tuvieron dudas en atribuirle casi propiedades mágicas, llegando a titular al final del conflicto que “La metedrina ha ganado la batalla de Inglaterra”.