Los dioses olímpicos de la antigua Grecia son los principales dioses del panteón griego, que se supone moraban en la cima del monte Olimpo, el más alto de Grecia. Hubo, en diferentes épocas, catorce dioses diferentes reconocidos como olímpicos, aunque nunca más de doce a la vez. De ahí que a veces se haga referencia a ellos como los doce olímpicos, también conocidos como Dodekatheon. Los doce olímpicos ganaron su supremacía en el mundo de los dioses después de que Zeus llevara a sus hermanos a la victoria en la guerra contra los Titanes. Se sabe que Zeus, Hera, Poseidón, Deméter, Hestia y Hades eran hermanos. Por otro lado, Ares, Hermes, Hefesto, Atenea, Apolo, Artemisa, las Cárites, Heracles, Dioniso, Hebe, Perseo y Perséfone eran hijos de Zeus. Algunas versiones de los mitos declaran que Hefesto nació solo de Hera, sin que Zeus fuera su padre. La primera referencia antigua de sus ceremonias religiosas se encuentra en el Himno homérico a Hermes. El culto griego de los doce olímpicos se remonta al siglo VI a. C., en Atenas, y probablemente no tiene precedentes en la época micénica. El altar de los doce olímpicos en Atenas se fecha generalmente en el arcontado de Pisístrato el Joven, aproximadamente en el 522 a. C. El concepto de “doce dioses” es más antiguo que cualquiera de las fuentes griegas o romanas y es probable que su origen sea la península de Anatolia, actual Turquía. Zeus, Hera, Poseidón, Ares, Hermes, Hefesto, Afrodita, Atenea, Apolo y Artemisa son considerados como dioses olímpicos fijos, mientras que Hestia, Deméter, Dioniso y Hades son dioses variables que completaban la docena. Perséfone pasaba la tercera parte del año en el inframundo y se le permitía volver al Olimpo durante los restantes ocho meses , para que pudiera estar con su madre, Deméter. Y, aunque Hades, Plutón en la mitología romana, siempre fue uno de los principales dioses griegos, su morada en el inframundo de los muertos hacía su relación con los olímpicos más complicada. Por esta razón, generalmente no está incluido en esta lista de los doce dioses olímpicos. No tenía un asiento en el panteón, ya que pasaba casi todo su tiempo en el inframundo, en el que era el rey.
Herodoro de Heraclea, quién poseía amplios conocimientos geográficos, científicos y filosóficos, nos ofrece buenos ejemplos de crítica racionalista, con fines didácticos y moralistas, en su obra Historia de Hércules, donde postula que el mito que narra el momento en que Hércules descarga a Atlas del peso de la bóveda celeste, significa que Atlas, que era un extranjero frigio, enseñó la ciencia astronómica a Hércules. También interpreta Herodoro el mito de Prometeo indicando que se trataba de un rey escita, que había sido encadenado por sus súbditos por no haber sabido combatir una epidemia de hambre padecida tras una inundación. Además, interpreta el sitio de Troya, entendiendo el episodio de la construcción de las murallas por Poseidón y Apolo, como una inversión de Laomedonte, rey de Troya, quien sufragó la construcción de las murallas con el dinero inicialmente destinado a los cultos y celebraciones consagradas a estos dioses. Heródoto, en sus Historias, prolonga esta línea interpretativa, no sin errores ni contradicciones. Él mismo habla de países lejanos y de sus extraordinarios habitantes, tales como cinocéfalos u hombres con hocico de perro, hombres sin cabeza, cíclopes, hombres con pies de cabra y hombres que pueden dormir seis meses. Y, sin embargo, desconfía de lo que cuentan los mitos y reacciona ante ellos con escepticismo e ironía, insistiendo en el carácter humano de los héroes y los dioses. También se niega a admitir que Helena fuera la verdadera causa de la guerra de Troya, porque eso sería equivalente a admitir que todos los troyanos, con Príamo al frente, eran estúpidos. Pero, sin embargo, ubica a Helena en Esparta y la identifica con la divinidad, esto es, la considera una diosa espartana. Herodoro de Heraclea incluyó, en su obraDodekatheon, las deidades siguientes: Zeus, Hera, Poseidón, Hermes, Atenea, Apolo, Alfeo, Crono, Rea y las Cárites. Heródoto también incluye a Heracles como uno de los doce. Luciano de Samosata, en Diálogos de los dioses, también incluye a Heracles y Asclepio como miembros de los doce, sin detallar qué dos tuvieron que ceder su sitio. Sin embargo, para Píndaro, Apolodoro y Herodoro de Heraclea, Heracles no es uno de los doce dioses, sino el que estableció su propio culto.
Hebe, Helios, Eros, Selene y Perséfone son otros importantes dioses y diosas que a veces se incluyen en el grupo de los doce dioses. Eros se representa a menudo junto a los otros doce, especialmente junto a su madre Afrodita, pero rara vez es considerado como uno de los olímpicos. Pero es muy difícil establecer con precisión un árbol genealógico de los dioses olímpicos. Platón relacionó los doce olímpicos con los doce meses del año y propuso que el último mes se dedicara a los ritos en honor de Hades y los espíritus de los muertos, lo que implica que consideraba a Hades como uno de los doce. Hades es eliminado más tarde de las relaciones de los dioses olímpico debido a sus relaciones ctónicas, o de los dioses o espíritus del inframundo. En su obra Fedro, Platón alinea a los doce dioses con el zodiaco y excluye a Hestia. En la cultura de la antigua Grecia los “dioses del Olimpo” y los “cultos a los doce dioses” eran a menudo conceptos relativamente distintos. En tres oleadas, producidas alrededor del 11000, 7400 y el 3800 a. C., los primitivos cazadores y recolectores nómadas se transformaran en agricultores, constructores de ciudades, matemáticos, astrónomos, metalúrgicos, etc. Los sumerios, el pueblo a través del que se produjo esta civilización tan repentina, tenían una respuesta preparada. La resumieron en unas tablillas: «Todo lo que se ve hermoso, lo hicimos por la gracia de los dioses». Nos podríamos preguntar si los dioses sumerios eran como los dioses griegos, que vivían en una gran corte, en el Gran Salón de Zeus en el Olimpo, cuyo equivalente terrestre era el monte más alto de Grecia, el Monte Olimpo. Los griegos ofrecían una imagen antropomórfica de sus dioses, con un aspecto físico similar al de los hombres y las mujeres mortales, y con unos rasgos de carácter eminentemente humano. Podían mostrarse alegres, enfadados o celosos, practicaban las relaciones sexuales y procreaban como los seres humanos, teniendo descendencia a través de la relación entre ellos o con seres humanos. Eran inmortales e invencibles, pero siempre se estaban mezclando en los asuntos humanos. Podían ir de un lugar a otro a gran velocidad, y eran capaces de aparecer y desaparecer repentinamente. Poseían armas sofisticadas y dotadas de un inmenso poder destructor. Cualquier actividad humana podía beneficiarse o no de la actitud del dios encargado de una actividad en particular. Por ello, los rituales de culto y las ofrendas a los dioses estaban destinados a ganarse su favor.
La principal deidad de los griegos durante la civilización helénica fue Zeus, «Padre, de Dioses y Hombres», y «Señor del Fuego Celestial». Su principal arma y símbolo era el rayo. Era un rey en la tierra que había descendido de los cielos. Era alguien que tomaba decisiones y dispensaba el bien y mal entre los mortales, pero cuya ubicación estaba en los cielos. Pero Zeus no fue ni el primer dios sobre la Tierra, ni tampoco el primero en haber estado en los cielos. Mezclando teología con cosmología para crear lo que los estudiosos llaman mitología, los griegos creían que en un principio fue el Caos. Después aparecieron Gea (la Tierra) y su consorte Urano (los cielos). Gea y Urano tuvieron doce hijos, conocidos como los Titanes, seis varones y seis hembras. Aunque sus legendarias hazañas tuvieron lugar en la Tierra, se creía que tenían una contraparte astral. Crono, el más joven de los titanes varones, emergió como figura principal en la mitología olímpica. Alcanzó la supremacía entre los titanes a través de la usurpación, después de castrar a su padre, Urano. Temiendo a los otros titanes, Crono los hizo prisioneros y los desterró. Por todo ello, su madre Gea lo maldijo y lo condenó a sufrir el mismo destino que su padre, esto es, a ser destronado por uno de sus propios hijos, Zeus. Crono se casó con su hermana Rea, con la que tuvo tres hijos, Hades, Poseidón y Zeus, y tres hijas, Hestia, Deméter y Hera. Una vez más, el destino había marcado que el hijo más joven sería el que depondría a su padre, y la maldición de Gea se convirtió en realidad cuando Zeus derrocó a Crono, su padre. Pero parece ser que este golpe de estado no estuvo exento de problemas. Durante muchos años hubo batallas entre los dioses, y se originó toda una hueste de seres monstruosos. La batalla decisiva fue entre Zeus y Tifón, una deidad con forma de serpiente. El combate alcanzó extensas zonas, tanto de la Tierra como de los cielos. La batalla final tuvo lugar en el Monte Casio, en los límites entre Egipto y Arabia, aparentemente en algún lugar de la Península del Sinaí.
A este respecto debemos decir que uno de los mejores candidatos como evidencia de una supuesta guerra nuclear es precisamente, según Zecharia Sitchin, autor de Las Crónicas de la Tierra, lo que ocurrió en el Oriente Medio en el tercer milenio antes de Cristo. En apoyo a esta conclusión utiliza fotografías de la península del Sinaí, tomadas desde el espacio. Supuestamente muestran una inmensa cavidad y grieta en su superficie, mostrándonos que tal vez tuvo lugar una gran explosión nuclear. Añade Sitchin que la zona está sembrada de rocas trituradas, quemadas y ennegrecidas, que contienen una proporción muy inusual de isótopos de uranio-235, indicando, en opinión de expertos, que estuvieron expuestas a un repentino e inmenso calor, tal vez de origen nuclear. Sitchin también argumenta que un inusual cambio climático ocurrió en las zonas limítrofes del Mar Muerto, dando lugar a tormentas de polvo. Y que el polvo, un inusual “polvo mineral atmosférico“,- fue llevado por los vientos predominantes sobre el Golfo Pérsico. Según Sitchin, esto se debió a un “dramático suceso poco común que se produjo cerca de 4025 años antes del presente“, o aproximadamente 2025 años antes de Cristo. Añade que el nivel del Mar Muerto cayó abruptamente 100 metros en ese tiempo, subrayando que ocurrió algo verdaderamente catastrófico. Pero, a pesar de décadas de búsqueda, Sitchin parece haber sido incapaz de encontrar evidencias que corroboren que la península del Sinaí está, en efecto, sembrada de restos nucleares. Esto no invalida su teoría como tal, pero le ha impedido avanzar. Considerando que la historia del Mahábhárata es una cierta evidencia, los descubrimientos arqueológicos en la India plantean serios problemas para aquellos que tratan de negar la posibilidad de una antigua guerra atómica. Creer en la existencia de la Atlántida o en una civilización muy avanzada, que podría no haber dejado ningún rastro, es una cosa, pero sugerir que nuestros antepasados pudieran haber utilizado armas nucleares es mucho más difícil de asimilar.
Tras su victoria, Zeus fue reconocido como dios supremo. Sin embargo, tenía que compartir el control con sus hermanos. A Zeus se le dio el control de los cielos; al hermano mayor, Hades, se le dio el control del Mundo Inferior; y al mediano, Poseidón, se le dio el dominio de los mares. Aunque, con el tiempo, Hades y su territorio se convirtieron en sinónimo del Infierno, su ubicación original era algún lugar «por allí abajo», que abarcaba tierras pantanosas, áreas desoladas y tierras regadas por enormes ríos. A Hades se le describía como «el invisible», ya que era impasible ante la oración o los sacrificios. A Poseidón, por otra parte, se le veía con frecuencia aferrando el tridente, su símbolo. Aunque soberano de los mares, se le tenía también por señor de las artes metalúrgicas y escultóricas, así como por un habilidoso mago. Mientras que en la tradición griega y en la leyenda a Zeus se le representaba como a alguien muy estricto con la Humanidad, hasta el punto de planear, en cierta ocasión, la aniquilación del género humano, a Poseidón se le tenía por un amigo de la Humanidad. Los tres hermanos y sus tres hermanas, todos ellos hijos de Crono y de su hermana Rea, conformaron la facción más antigua del Círculo Olímpico, el grupo de los Doce Grandes Dioses. Los otros seis fueron todos descendientes de Zeus, pero no de Rea, y los relatos griegos trataban en gran medida de sus genealogías y relaciones. Las deidades de ambos sexos que tenían por padre a Zeus tuvieron por madre a diferentes diosas. Casándose inicialmente con una diosa llamada Metis, Zeus tuvo una hija, la gran diosa Atenea. Ella era la diosa de la guerra, la civilización, la sabiduría, la estrategia, las artes, la justicia y de la habilidad, de ahí que fuera la Diosa de la Sabiduría. Pero, además, al ser la única deidad principal que permaneció junto a Zeus durante su combate con Tifón, ya que el resto de los dioses habían huido, Atenea adquirió también cualidades marciales y se convirtió en Diosa de la Guerra. Era la «perfecta doncella», y no se convirtió en esposa de nadie; pero algunas leyendas la relacionan frecuentemente con su tío Poseidón, y, aunque la consorte oficial de Poseidón era Anfítrite, una ninfa y antigua diosa del mar, su sobrina Atenea fue su amante.
Zeus se casó después con otras diosas, pero sus hijos no se cualificaron para entrar en el Círculo Olímpico. Cuando Zeus se planteó tener un heredero varón, se empezó a fijar en sus hermanas. La mayor era Hestia. Según todos los relatos, era demasiado vieja o demasiado enferma para ser objeto de actividades matrimoniales, por lo que Zeus no necesitó demasiadas excusas para dirigir su atención sobre Déméter, la mediana, Diosa de la Fertilidad. Pero, en vez de un hijo, Deméter le dio una hija, Perséfone, que acabaría convirtiéndose en esposa de su tío Hades, compartiendo con él su dominio sobre el Inframundo. Decepcionado por no tener un hijo varón, Zeus se volvió hacia otras diosas en busca de consuelo y de amor. Con Armonía tuvo nueve hijas. Después, Leto le dio una hija y un hijo, Ártemis y Apolo, que entraron inmediatamente en el grupo de las deidades principales. Apolo, como primogénito de Zeus, era uno de los dioses más grandes del panteón helénico, temido tanto por los hombres como por los dioses. Era el intérprete de la voluntad de su padre Zeus ante los mortales y, de ahí, la máxima autoridad en materia de ley religiosa y de culto en el templo. Siendo el representante de la moral y de las leyes divinas, propugnaba la purificación y la perfección, tanto espiritual como física. El segundo hijo varón de Zeus, nacido de la diosa Maya, fue Hermes, patrón de los pastores, guardián de rebaños y manadas. Menos importante y poderoso que su hermano Apolo, Hermes estaba más cerca de los asuntos humanos, ya que cualquier golpe de buena suerte se le atribuía a él. Era el que se encargaba del comercio, patrón de mercaderes y viajeros. Pero su principal papel en el mito y en la épica fue el de heraldo de Zeus, como Mensajero de los Dioses.
Impulsado por determinadas tradiciones dinásticas, Zeus todavía precisaba tener un hijo de una de sus hermanas, por lo que se fijó en la más joven, Hera. Al casarse con ella, Zeus la proclamó Reina de los Dioses, es decir, Diosa Madre. Pero el matrimonio, bendecido con un hijo, Ares, y dos hijas, se vio zarandeado constantemente por las infidelidades de Zeus, así como por los rumores de infidelidad por parte de Hera, que arrojó algunas dudas acerca del verdadero parentesco de otro hijo, Hefesto. Ares fue introducido inmediatamente en el Círculo Olímpico de los doce dioses principales, y se convirtió en un Dios de la Guerra. Aunque estaba lejos de ser invencible, ya que combatiendo del lado de los troyanos en la Guerra de Troya, sufrió una herida que sólo Zeus pudo curar. Hefesto tuvo que esforzarse en su camino hasta la cima olímpica. Era el Dios de la Creatividad y a él se le atribuían el fuego de la forja y el arte de la metalurgia. Era el divino artífice, creador de objetos, tanto prácticos como mágicos, para hombres y dioses. Las leyendas dicen que nació cojo, y que, por esto, su madre, Hera, lo rechazó enfurecida. Otra versión más creíble dice que fue Zeus el que desterró a Hefesto, por las dudas sobre su parentesco, pero que Hefesto utilizó sus poderes creativos mágicos para obligar a Zeus a darle un asiento entre los Grandes Dioses. Las leyendas dicen también que, en cierta ocasión, Hefesto hizo una red invisible para que cayera sobre el lecho de su esposa en caso de que calentara sus sábanas un amante intruso. Quizás necesitaba esta protección, dado que su esposa y consorte era Afrodita, Diosa del Amor y la Belleza. Era de lo más natural que muchos relatos de amor se construyeran en torno a ella; y, en muchos de estos cuentos, el seductor era Ares, hermano de Hefesto. Uno de los hijos de este amor ilícito fue Eros, Dios del Amor. Afrodita también fue incluida en el Círculo Olímpico de los Doce. Pero Afrodita no era hermana de Zeus, ni tampoco su hija, y, sin embargo no se le pudo ignorar. Según el poeta griego Hesiodo, Afrodita había venido de las costas asiáticas del Mediterráneo, a través de Chipre. Afrodita reivindicaba su gran antigüedad, por lo que se le atribuyó su origen en los genitales de Urano. De este modo, y genealógicamente, iba una generación por delante de Zeus, siendo hermana de su padre, además de la personificación del castrado Progenitor de los Dioses, Urano.
Por tanto, Afrodita tenía que ser incluida entre los dioses olímpicos. Pero su número total, doce dioses, parece ser que no se podía sobrepasar. La solución fue añadir un dios dejando caer a otro. Dado que a Hades se le había dado potestad sobre el Inframundo y no permanecía entre los Grandes Dioses del Monte Olimpo, se creó una plaza que permitió a Afrodita sentarse en el exclusivo Círculo de los Doce. Parece también que no podía haber más de doce olímpicos, pero tampoco menos de doce. Esto queda patente en las circunstancias que llevaron a la admisión de Dioniso en el Círculo Olímpico. Éste era hijo de Zeus, nacido de la fecundación de su propia hija, Sémele. Con el fin de ocultarlo a Hera, Dioniso fue enviado a tierras muy lejanas, llegando incluso a la India, introduciendo el cultivo de la vid y la elaboración del vino allá donde iba. Mientras tanto, en el Olimpo quedó una plaza libre. Hestia, la hermana mayor de Zeus, débil y vieja, fue totalmente excluida del Círculo de los Doce. Fue entonces cuando Dioniso volvió a Grecia y se le permitió ocupar una plaza en el Círculo de los Doce. Una vez más, había doce dioses olímpicos. Aunque la mitología griega no es muy clara en cuanto a los orígenes de la humanidad, las leyendas y las tradiciones proclamaban la ascendencia divina de héroes y reyes. Estos semidioses conformaban el lazo entre el destino humano y un pasado dorado en el que sólo los dioses vagaban por la Tierra. Y, aunque muchos de los dioses habían nacido en la Tierra, el selecto Círculo de los Doce Olímpicos representaba el aspecto celestial de los dioses. En la Odisea, se decía que el Olimpo original se hallaba en el «puro aire superior». Los Doce Grandes Dioses originales eran Dioses del Cielo que habían bajado a la Tierra y representaban a los doce cuerpos celestes de la «bóveda del Cielo». Cuando los romanos adoptaron el panteón griego, dieron nombres latinos a los Grandes Dioses: Gea era la Tierra; Hermes, Mercurio; Afrodita, Venus; Ares, Marte; Crono, Saturno; y Zeus, Júpiter. Siguiendo la tradición griega, los romanos vieron a Júpiter como un dios del trueno y cuya arma era el rayo. Al igual que los griegos, los romanos asociaron a Júpiter con el toro.
Todo parece indicar que los cimientos de la civilización griega se pusieron en la isla de Creta, donde floreció la cultura minoica desde alrededor del 2700 a.C. hasta el 1400 a.C. Entre los mitos y las leyendas minoicos, destaca el mito del Minotauro. Este ser era un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro. Su nombre significa “Toro de Minos“, y era hijo de Pasífae, hija de Helios y la ninfa Creta, y el Toro de Creta. El Minotauro fue encerrado en un laberinto diseñado por el artesano Dédalo, hecho expresamente para retenerlo, y que estaba ubicado en la ciudad de Cnosos, en la isla de Creta. Por muchos años, siete hombres y otras siete mujeres eran llevados al laberinto como sacrificio para ser el alimento de la bestia, hasta que la vida de ésta terminó a manos del héroe Teseo. Los catorce jóvenes eran internados en el laberinto, donde vagaban perdidos durante días hasta encontrarse con la bestia, sirviéndole de alimento. El mito tiene su versión más completa en la Biblioteca mitológica de Apolodoro. Existían varias versiones acerca de la afrenta que ocasionó que la esposa de Minos, Pasífae, tuviese la necesidad de unirse al Toro de Creta, sintiendo por él una pasión insensata. La versión más extendida dice que Minos, hijo de Zeus y de Europa, pidió apoyo al dios Poseidón para que su gente lo aclamara como un rey, ya que su padre, Asterión, hijo de Téctamo, era el antiguo rey ya difunto de Creta. Poseidón lo escuchó e hizo salir de los mares un hermoso toro blanco, al cual Minos prometió sacrificar en su nombre. Sin embargo, al quedar Minos maravillado por las cualidades del hermoso toro blanco, lo ocultó entre su rebaño y sacrificó a otro toro en su lugar, esperando que Poseidón, el dios del océano, no se diera cuenta del cambio. Al saber esto, Poseidón se llenó de ira y para vengarse inspiró en Pasífae un deseo tan insólito como incontenible por el hermoso toro blanco que Minos guardó para sí. Para consumar su unión con el toro, Pasífae requirió la ayuda de Dédalo, que construyó una vaca de madera recubierta con piel de vaca auténtica para que Pasífae se metiera dentro. El toro yació con ella creyendo que era una vaca de verdad. De esta unión nació el Minotauro, llamado también Asterión. El castigo de Poseidón se prolongó en el tiempo. El Minotauro sólo comía carne humana y conforme crecía se volvía más salvaje. Cuando la criatura se hizo incontrolable, Dédalo construyó el laberinto de Creta, una estructura gigantesca compuesta por cantidades incontables de pasillos que iban en distintas direcciones, entrecruzándose entre sí, de los cuales sólo uno conducía al centro de la estructura, donde fue abandonado el Minotauro.
Al mismo tiempo que el laberinto encerraba al Minotauro, uno de los hijos de Minos, Androgeo, fue asesinado en Atenas después de una competición olímpica donde quedó campeón. El rey de Creta declaró la guerra a los atenienses y Minos atacó el territorio ateniense. Ayudado por la peste que azotó a los asediados, conquistó Megara e hizo rendir a Atenas. La victoria de Minos imponía varias condiciones por la rendición, y se dice que el oráculo de Delfos fue quien aconsejó a los atenienses ofrecer un tributo a Creta. Así, una de las condiciones era entregar siete jóvenes y siete doncellas como sacrificio para el Minotauro. Existen varias versiones conocidas acerca de la frecuencia de este tributo, que iba desde cada año a cada nueve años. Los catorce jóvenes eran internados en el laberinto, donde vagaban perdidos durante días hasta encontrarse con la bestia, sirviéndole de alimento. Años después de impuesto el castigo a los atenienses, Teseo, hijo de Egeo, se dispuso a matar al Minotauro y así liberar a su patria de Minos y su condena. Se cuentan dos versiones acerca de cómo llegó Teseo a introducirse en el laberinto de Creta. Una dice que después de ayudar a Egeo contra los Palántidas, Teseo se enteró del sacrificio de los jóvenes y decidió él mismo ser parte de la ofrenda para enfrentarse a la bestia. Otra versión dice que era el propio Minos quien elegía a los jóvenes que servirían de alimento al Minotauro. Enterado del aprecio que sentía Egeo por Teseo, quiso que éste fuera devorado en el laberinto. Era la tercera vez que catorce jóvenes atenienses, siete muchachos y siete muchachas, iban a ser sacrificados en favor del Minotauro. Al llegar a Creta, los jóvenes fueron presentados a Minos. Teseo conoció entonces a Ariadna, hija del rey, quien se enamoró de él. La princesa rogó a Teseo que se abstuviera de luchar contra el Minotauro, pues eso le llevaría a una muerte segura, pero Teseo la convenció de que él podía vencerlo. Ariadna, viendo la valentía del joven, se dispuso a ayudarlo, e ideó un plan que ayudaría a Teseo a encontrar la salida del laberinto en caso de que derrotara a la bestia. En realidad ese plan fue solicitado por parte de Ariadna a Dédalo, quien se las había ingeniado para construir el laberinto de tal manera que la única salida fuera usar un ovillo de hilo, que Ariadna entregó a Teseo para que, una vez que hubiera ingresado en el laberinto, atara un cabo del ovillo a la entrada. Así, a medida que penetrara en el laberinto el hilo recordaría el camino y, una vez que hubiera matado al Minotauro, lo enrollaría y encontraría la salida.
Teseo recorrió el laberinto hasta que se encontró con el Minotauro. Entonces lo mató y para salir siguió de vuelta el hilo que Ariadna le había dado. Pero las distintas versiones de la historia no concuerdan siempre. No es claro, por ejemplo, qué relación había entre Teseo y Ariadna, aunque lo cierto es que ambos confabularon contra Minos para terminar con la vida del monstruo que tenía encerrado en el laberinto y así escapar de Creta. Pudo haber sido sólo el amor que se tenían, o el que ella sentía por Teseo, o simplemente que el héroe le había prometido a Ariadna sacarla de Creta y llevarla consigo. Del mismo modo hay diversas versiones que explican que Teseo dio muerte al Minotauro no usando sus manos desnudas, sino con ayuda de una espada que le proporcionó secretamente Ariadna junto con el ovillo antes de entrar al laberinto. Según esto, Ariadna había sido aconsejada por Dédalo, el constructor del laberinto. Sin embargo, otras fuentes indican que Teseo mató al monstruo a puñetazos. No hay unanimidad siquiera sobre cómo Teseo logró salir del laberinto. La forma más generalizada es por medio del hilo de Ariadna, pero otras historias dicen que Teseo logró escapar gracias a la luz de la corona de oro que obtuvo de Anfitrite en una aventura en el mar, la cual lo guió en el laberinto. Teseo se vanagloriaba de ser hijo de Poseidón y quería a todo trance que se le reconociera esta alcurnia. Se cuenta que al presentarse ante el rey Minos de Creta manifestó que quería ser tratado como verdadero hijo de Poseidón y, como Minos cuestionaba tal ascendencia, Teseo aceptó realizar cualquier prueba que aseverara su afirmación. El cretense lanzó su anillo al mar. Si el héroe era hijo del dios de las aguas, recuperar la preciada joya dorada le sería fácil. Teseo se zambulló sin dudar un instante y «a caballo» de un delfín alcanzó el palacio subterráneo de la diosa Anfítrite, esposa de Poseidón. Tras un tenso período de espera, los cretenses y su soberano vieron surgir a Teseo hacia la superficie con aspecto triunfante, pues llevaba el anillo en una mano y una magnífica corona sobre su cabeza, regalo de la diosa. Los descubrimientos arqueológicos han confirmado el extenso culto minoico al toro, y en algunos sellos cilíndricos se representa a éste como a un ser divino, acompañado por una cruz que, para algunos, sería una estrella o un planeta no identificados. De ahí que se haya conjeturado que el toro al que daban culto los minoicos no fuera una criatura terrestre común, sino un Toro Celestial, tal vez procedente de la constelación de Tauro, o quizás en conmemoración de algunos sucesos ocurridos cuando, durante el equinoccio de primavera, el Sol apareció por esa constelación, alrededor del 4000 a.C.
Según la tradición griega, Zeus llegó a la Grecia continental desde Creta, adonde había llegado en su huida tras el rapto de Europa, la hermosa hija del rey de la ciudad fenicia de Tiro. Europa era una mujer fenicia de Tiro, que terminaría dando su nombre al continente europeo. Hay dos versiones diferentes sobre cómo llegó el mito de Europa al mundo griego. En una versión fue seducida por el dios Zeus transformado en toro, quien la llevó a Creta sobre sus lomos. Pero en otra versión Heródoto cuenta que fue secuestrada por los cretenses, quienes la llevaron igualmente a Creta. Europa no puede ser separada de la mitología del toro sagrado, que había sido adorado en el Levante. Prendado de Europa, Zeus se transformó en un toro blanco y se mezcló con las reses que tenía el padre de la muchacha. Mientras Europa y su séquito recogían flores cerca de la playa, ella vio al toro y acarició sus costados y, al notar que era manso, se montó en él. Zeus aprovechó esa oportunidad, corrió al mar y nadó hasta la isla de Creta llevando a Europa en el lomo. Ya en Creta, Zeus reveló su auténtica identidad, y Europa se convirtió en la primera reina de la isla. Zeus dio a Europa un collar hecho por Hefesto y otros tres regalos. Se trataba de Talos, un autómata de bronce, Lélape, un perro que siempre atrapaba a su presa cuando cazaba, y una jabalina que nunca erraba. Talos era un gigante de bronce que protegía a la Creta minoica de posibles invasores. Existen varias versiones sobre su genealogía. A veces era considerado hijo de Cres, personificación de Creta y padre de Hefesto, mientras que en otras ocasiones era considerado un autómata forjado por el propio Hefesto con la ayuda de los cíclopes. Pero también, otras veces, se consideraba que era el último de una malvada raza de gigantes de bronce. En algunas versiones del mito, Talos es forjado por el inventor Dédalo. En cualquier caso, se le presentaba como el infatigable guardián de Creta, dado por Zeus a Europa o, en otras versiones, por Hefesto al rey Minos. Cada día daba tres vueltas a la isla, impidiendo entrar en ella a los extranjeros y salir a los habitantes que no tenían el permiso del rey. Se decía que cuando Talos sorprendía a algún extranjero, se metía en el fuego hasta calentarse al rojo vivo y abrazaba entonces a sus víctimas hasta calcinarlas.
El invulnerable cuerpo de bronce de Talos era irrigado por una única vena diminuta que lo recorría desde el cuello al tobillo, donde estaba rematada por un clavo que le impedía desangrarse, siendo su único punto débil. Cuando Jasón y los argonautas llegaron a Creta tras obtener el vellocino de oro, Talos les impidió desembarcar del barco Argo arrojándoles grandes rocas. Apolonio de Rodas, en Las Argonáuticas, nos cuenta: “Pero el broncíneo Talos, desgajando peñascos del recio acantilado, les impedía amarrar sus cables a tierra. Él, entre los semidioses había quedado de la estirpe de los hombres que nacieron de los fresnos; el Crónida se lo donó a Europa para que fuese guardián de su isla, y él por tres veces daba a Creta la vuelta con sus broncíneos pies. Pero si bien estaba formado de bronce y sin fractura posible, por debajo del tendón, en el tobillo, tenía una vena llena de sangre, y la membrana sutil que la encerraba era su límite entre la vida y la muerte”. Según Apolodoro, la hechicera Medea volvió loco a Talos con sus pócimas, haciéndole creer que podía hacerle inmortal quitándole el clavo de su tobillo. Otra versión dice que Peante, padre de Filoctetes, atravesó la vena con una de sus flechas. En las Argonáuticas, Medea le hipnotizaba desde el barco Argo, volviéndole loco y haciendo que se arrancase el clavo. En cualquier caso, al quitar el clavo de su tobillo se derramaba el licor de Talos, desangrándose y muriendo, algo similar al famoso talón de Aquiles. Tras la muerte de Talos, el Argo pudo arribar sin peligro. En dialecto cretense, Talos era el equivalente griego de Helios, el Sol. Hesiquio de Alejandría señala simplemente que “Talos es el Sol”. En Creta, Zeus era adorado como Zeus Tallaios, (Zeus Solar), que absorbe el dios anterior como un epíteto en el orden familiar. El dios fue identificado con el Tallaia, una estribación del monte Ida, en Creta. Más tarde Zeus recreó la forma del toro blanco en las estrellas que actualmente se conocen como la constelación de Tauro. Algunas leyendas cuentan que este toro es el mismo con el que se topó Heracles y s el que engendró al Minotauro.
Las fuentes difieren en los detalles acerca de la familia de Europa, pero coinciden en que era fenicia, y de un linaje que descendía de Ío, la mítica princesa que fue transformada en una ternera. Más comúnmente se dice que era la hija del rey fenicio Agénor y la reina Telefasa, de Tiro. Otras fuentes, como la Ilíada, afirman que era la hija del hijo de Agénor, Fénix. Se suele estar de acuerdo en que Europa tenía dos hermanos. Uno era Cadmo, quien llevó el alfabeto al continente griego, y otro era Cílix, quien dio nombre a la región de Cilicia, actual Armenia. Tras llegar a Creta, Europa tuvo tres hijos engendrados por Zeus: Minos, Radamantis y Sarpedón. Asterión, rey de Creta, se casó con ella y adoptó a sus hijos.Cuando la inscripción minoica más antigua fue descifrada por Cyrus H. Gordon, experto en culturas y lenguas del Próximo Oriente, resultó ser «un dialecto semita de las costas orientales del Mediterráneo». De hecho, los griegos nunca afirmaron que sus dioses olímpicos llegaran directamente a Grecia desde los cielos. Zeus llegó a través del Mediterráneo, vía Creta. Se decía que Afrodita había llegado por mar desde Oriente Próximo, vía Chipre. Poseidón, o Neptuno para los romanos, trajo con él el caballo desde Asia Menor. Atenea trajo «el fértil olivo» a Grecia desde las tierras de la Biblia. Probablemente la religión y las tradiciones griegas llegaron a tierra griega desde Oriente Próximo, vía Asia Menor y las islas del Mediterráneo. Es ahí donde inserta las raíces el panteón griego. Es ahí donde debemos buscar los orígenes de los dioses griegos, y su relación astral con el número doce.
La Cosmología, denominada también filosofía de la naturaleza, estudia todo lo relacionado con los cosmos o universos. La palabra «cosmología» fue utilizada por primera vez en 1731 en la Cosmología generalis, del filósofo alemán Christian Wolff. El estudio científico del universo tiene una larga historia, que involucra a la física, la astronomía, la filosofía, el esoterismo y la religión. El nacimiento de la cosmología moderna puede situarse en 1700 con la hipótesis de que las estrellas de la Vía Láctea pertenecen a un sistema estelar de forma discoidal, del cual el propio Sol forma parte; y que otros cuerpos nebulosos visibles con el telescopio son sistemas estelares similares a la Vía Láctea, pero muy lejanos. La cosmología en la edad antigua era expresada por los primeros pensadores que consideraban los cuatro elementos, tales como fuego, agua, aire, tierra. Consideraban el mundo como un principio fundamental. Entre los cosmólogos mas importantes podemos citar a Anaxagoras, Pitágoras, Tales de Mileto, o Parmenides. Para la comprensión de la Cosmología antigua es necesario el estudio y el análisis comparativo de todas las grandes religiones de la antigüedad, pues sólo con este método puede ponerse en claro las ideas básicas. Mientras que los Poderes inteligentes de la Naturaleza eran objeto, en algunos países, de honores divinos que difícilmente les correspondían, en otros, como en Europa y en las naciones civilizadas, la sola idea de que tales Poderes estén dotadas de inteligencia parece absurda y es declarada anticientífica. En nuestra vida cotidiana estamos afectados por diversos poderes físicos, tales como la electricidad, el magnetismo, la gravedad, el sonido, el calor y luz, que forman parte del mecanismo que mantiene en funcionamiento la vida. Todos esos poderes o fuerzas se pueden manifestar de varias maneras, como la luz del Sol, el embate de las olas marinas, el movimiento de las estrellas en una noche sin nubes, o la caída de un meteorito. Todos ellos se deben a estas fuerzas o poderes. Estos poderes de la naturaleza, desde nuestras limitaciones humanas, tienen un alcance y fuerza prácticamente ilimitada. Sin embargo, todos ellos son poderes invisibles al ojo humano. Observamos solamente sus efectos.
El universo, así como todo lo que existe y se mueve, está afectado por estas fuerzas invisibles, tal y como nos confirman las observaciones científicas. W. S. W. Anson, en su obraAsgard y los Dioses – Cuentos y tradiciones de nuestros Antepasados Septentrionales, dice lo siguiente: “Si bien en el Asia Central o a orillas del Indo, en el país de las Pirámides, en las penínsulas griega e italiana, y hasta en el Norte, donde los celtas, teutones y eslavos vivieron errantes, los conceptos religiosos del pueblo asumieron distintas formas. Sin embargo, su origen común puede todavía notarse. Señalamos esta relación entre las historias de los Dioses y el pensamiento profundo encerrado en ellas, y su importancia, para que vea el lector que no es un mundo mágico de fantasía divagadora el que se le presenta, sino que la Vida y la Naturaleza formaban la base de la existencia y de la acción de esas divinidades”. En la mitología nórdica, Asgard es el mundo de los Æsir, los principales dioses del panteón nórdico. Está gobernado por Odín y su esposa Frigg, y rodeado por una muralla incompleta, atribuida a un anónimo miembro de la raza de los hrimthurs, o jotun, que eran considerados los gigantes de la escarcha. Este jotun era el dueño del caballo semental Svaðilfari, de acuerdo a la Edda prosaica Gylfaginning. Dentro de Asgard, se encuentra el Valhalla, el salón de los caídos. Asgard forma parte de uno de los Nueve Reinos de Yggdrasil, un fresno perenne también llamado el árbol de la vida o fresno del universo, según la mitología nórdica. De las raíces y ramas del árbol, se mantienen unidos los mundos de Asgard, Midgard, Helheim, Niflheim, Muspellheim, Svartalfheim, Alfheim, Vanaheim y Jötunheim. Tras la guerra con los Vanir, sus murallas se vieron destruidas, quedando vulnerable al ataque de los gigantes. Para reconstruirlas, los Æsir contrataron los servicios de un gigante que acordó reparar las murallas en un tiempo muy corto, y los dioses aceptaron, influidos por Loki, que si esto era así, le cederían, en pago por su trabajo, el Sol, la Luna y la diosa Freyja. Ahora bien, el arquitecto gigante poseía un caballo maravilloso, llamado Svaðilfari, capaz de transportar en un instante masas increíbles de roca. Actuó tan bien que, pocos días antes del plazo fijado, el palacio se aproximaba a su perfección. Los dioses, que habían establecido un pacto porque creían que el gigante no era capaz de cumplirlo, sintieron miedo, y se les ocurrió crear una yegua maravillosa, que era, de hecho, el dios Loki disfrazado, a la que pusieron en el camino del caballo. Éste abandonó su trabajo para perseguirla, y el gigante fue incapaz de terminar el trabajo como había prometido. Furioso por su derrota, el gigante quiso lanzarse contra los dioses, pero Thor lo derribó.
Los conceptos religiosos de los pueblos más importantes de la antigüedad están relacionados con los inicios de la civilización entre las razas germánicas. Asimismo, los cuentos de hadas no son historias sin sentido, sino que reflejan la profunda religión de nuestros antepasados. Un mito, en griego, significa una tradición oral, transmitida de una generación a otra. Y en la etimología moderna el mito envuelve la idea de alguna afirmación fabulosa que contiene una verdad importante. Con el transcurso del tiempo, la doctrina arcaica se fue velando, y los pueblos perdieron de vista el Principio Superior y Único de todas las cosas, y empezaron a transferirlo a los Poderes creadores del Universo. A excepción de los últimos arios, convertidos hoy en europeos y cristianos, los demás muestran su veneración en sus cosmogonías. Como lo expresa el escritor inglés Tomás Taylor (1738-1816), traductor de fragmentos griegos: “ninguna nación ha concebido jamás al Principio Único como creador inmediato del Universo visible, porque ningún hombre en su sano juicio creería que el arquitecto que proyectó el edificio que admira, lo haya construido con sus propias manos“. Según testimonio de Damascius, último neoplatónico y escolarca de la Academia de Atenas, en su obra metafísica Dificultades y soluciones de los principios primeros, los antiguos griegos se referían al Principio Único, llamándolo la “Obscuridad Desconocida”. Hesíodo principia su Teogonía con las palabras: “De todas las cosas, el Caos fue la primera producida”. Homero, en sus poemas, presenta a Zeus reverenciándo la Noche. Según los antiguos teólogos, así como las doctrinas de Pitágoras y Platón, se considera que Zeus, Artífice inmediato del Universo, no es realmente el Dios más elevado. No sólo Homero guarda silencio respecto al Principio Primero, sino también respecto a aquellos dos Principios inmediatamente posteriores al Primero, como serían el Éter y el Caos de Orfeo y Hesíodo, o bien el Límite e Infinidad de Pitágoras y Platón. En la mitología griega, Éter es un elemento, más puro y más brillante que el aire, y a la vez la región que ocupa este elemento. También es la personificación de dicho elemento. En los poemas homéricos, el Éter es concebido como una región por encima del aire, que a su vez está bajo el firmamento y guarda una estrecha relación con él. Es la región donde habitan los dioses y es el dominio de Zeus tras el reparto del mundo. Puede contener nubes, atributo de Zeus, que surgen del Éter según su voluntad.
En los Himnos homéricos, El Sol está en el Éter. Los vientos como el Céfiro soplan desde esta región por voluntad de Zeus. En el Himno a los Dioscuros, éstos son presentados como moradores del Éter, desde donde también pueden controlar los vientos. Los Dioscuros (‘hijos de Zeus’) eran dos famosos héroes mellizos, hijos de Leda y hermanos de Helena de Troya y Clitemnestra, llamados Cástor y Pólux. Según Hesíodo, el Éter pertenece a la descendencia del Caos, ya que fue engendrado por los hijos de este. Érebo y Nix, y era hermano de Hemera. Este poeta distingue claramente al Éter, elemento más bien abstracto que simboliza la región superior, del Cielo propiamente dicho, o Urano, de carácter más personal. Se conserva fragmentos de obras de Eurípides, dónde señala que el Éter es consorte de Gea, la diosa primigenia que personifica la Tierra en la mitología griega. Para Aristófanes el Éter fue también el padre, por sí mismo, de las ninfas de las nubes, las néfeles. La tradición órfica afirmaba que Éter era hijo de Crono y Ananké, y hermano de Caos y Érebo, hermano también de Eros. Crono (o Cronos) era el principal y el más joven de la primera generación de titanes, descendientes divinos de Gea (la Tierra) y Urano, (el Cielo). Crono derrocó a su padre Urano y gobernó durante la mitológica edad dorada, hasta que fue derrocado por sus propios hijos, Zeus, Hades y Poseidón, y encerrado en el Tártaro o, según otras versiones, enviado a gobernar el paraíso de los Campos Elíseos. Se le solía representar con una hoz o guadaña, que usó como arma para castrar y destronar a su padre, Urano. En Atenas se celebraba el duodécimo día de cada mes una fiesta llamada Cronia en honor a Crono, para celebrar la cosecha, sugiriendo que, como resultado de su relación con la virtuosa edad dorada, seguía presidiéndola como patrón de la cosecha. Crono también fue identificado en la antigüedad clásica con el dios romano Saturno. Herbert Jennings Rose, filólogo y helenista canadiense, señaló que los intentos de dar a Crono una etimología griega habían fracasado.
El profesor Michael Janda, en su libro Eleusis – la herencia indoeuropea de los Misterios, ofrece un etimología auténticamente indoeuropea de ‘el cortador’, motivado por la acción característica de Crono de «cortar el cielo», o bien los genitales de un Urano antropomórfico. El reflejo indo-iraní de la raíz es kar, que generalmente significa ‘crear’, de donde vuene la palabra karma. Pero Michael Janda argumenta que el significado original de ‘cortar’, en un sentido cosmogónico, sigue preservándose en algunos versos del Rig-Veda sobre el heroico ‘corte’ de Indra, que como el de Crono, resultó en un proceso de creación: “golpeó a Vritra fatalmente, cortando [o creando] un camino despejado; cortó [o creó] la majestuosidad del cielo“. El mito de Crono castrando a Urano tiene paralelos con la Canción de Kumarbi, en el que el dios Anu es castrado por Kumarbi, que es el dios principal de los hurritas. Los hurritas fueron un pueblo que habitó en la antigüedad una región centrada en el valle del río Khabur, al norte de Mesopotamia y sus alrededores, lo que comprende los actuales sudeste de Turquía, norte de Siria e Irak y noroeste de Irán. Algunos autores consideran que los hurritas fueron los antecesores de los kurdos. Entre los numerosos estados que fundaron, destaca el de Mitani, que fue una de las grandes potencias de su época. Su distribución era similar a la de los kurdos en la actualidad. Kumarbi era el hijo de Anu, el Cielo, y padre del dios tormenta Teshub. Los sumerios lo identificaban con el Enlil sumerio y los ugaríticos con El. Kumarbi también es nombrado en varios textos mitológicos hititas, a veces recopilados bajo el término de Ciclo de Kumarbi. Estos textos incluyen El Reinado en el Cielo, también conocido como la Canción de Kumarbi, la Teogonía hitita, o la Canción de Ullikummi. La Canción de Kumarbi o el Reinado en el Cielo es el título que se le da a la versión hitita del mito hurrita de Kumarbi, datada en el siglo XIV a.C. Se conserva en tres tablillas, aunque solo es legible una pequeña porción. La canción narra que Alalu fue destronado por Anu, quien a su vez perdió su trono a manos de Kumarbi. Cuando Anu intentaba escapar volando, Kumarbi, para evitar que tuviera descendencia, le arrancó de un bocado sus genitales, escupiendo tres nuevos dioses. Anu le dice que ahora está embarazado con Teshub, Aranzah, Tašmišu y dos dioses espantosos. Al oírlo, Kumarbi escupió el semen en el suelo y se quedó embarazado con dos niños. Kumarbi es abierto para parir a Teshub, que, junto a Anu, derrocan a Kumarbi. Desde su primera publicación, los estudiosos señalaron las similitudes entre el mito de la creación hurrita y el mito griego de Urano, Crono y Zeus.
De su lucha con Anu nacieron cinco dioses, mostrándose el nacimiento de cuatro en el texto conservado. El primero lo escupe en la montaña Kanzura, que queda preñado. De su cabeza surgió otra divinidad, cuyo ideograma se ha interpretado como “rostro resplandeciente“, identificándose como Ishtar. Además, en otros textos, se establece a Ishtar como hermana de Teshub e hija de Kumarbi. Las gulses, o diosas del destino, le cosen el cráneo y lo atienden como a una parturienta. Entonces da a luz a Teshub y a Aranzah. Simultáneamente, el monte Kanzura da a luz a Tasmisu, visir de Teshub y que también llamado Suwaliya. Se ha propuesto la interpretación de que fuera Aranzah quien naciera del monte Kanzura, explicando el lugar de nacimiento del río Tigris. Esto se debe a que en el mito de Ullikummi, el monte Kanzura aparece con el nombre de Kanduma, al este de la actual Diyarbakir, donde se origina el Tigris. No obstante, el parto de Kumarbi pudo estar próximo al origen del río. El quinto hijo, que no se puede identificar en la Canción de Kumarbi, aparece en un fragmento deteriorado como hermano de Teshub. Lo llama Zababa, dios hitita de la guerra, identificado con Ninurta. al que los hurritas llamaron Astabi. En la Canción de Ullikummi, Teshub usa la «hoz con la que el cielo y la tierra fueron separados una vez» para derrotar al monstruo Ullikummi, estableciendo la «castración» de los cielos por medio de una hoz, lo que forma parte de un mito de la creación, cuyo origen sería un corte, creando una brecha entre el Cielo y la Tierra, que permitió el comienzo del tiempo y la historia humana. Crono ha sido rebautizado con el nombre de Chronos, la personificación del tiempo en la antigüedad clásica. En el Renacimiento, la combinación de Crono y Chronos dio origen a «Padre Tiempo», que blande una guadaña para cosechar. En el antiguo mito, registrado por Hesíodo en su Teogonía, Crono envidiaba el poder de su padre y gobernante del universo, Urano. Éste se había ganado la enemistad de Gea, madre de Crono y los demás Titanes, cuando escondió a sus hijos gigantes menores, los Cíclopes de un solo ojo y los Hecatónquiros de cien brazos en el Tártaro, para que no vieran la luz. Gea creó una gran hoz de pedernal y reunió a Crono y sus hermanos para convencerlos de que matasen a Urano. Solo Crono estuvo dispuesto a cumplir su voluntad, así que Gea le dio la hoz y le hizo tender una emboscada.
Cuando Urano se encontró con Gea, Crono lo atacó con la hoz y lo castró. De la sangre, o del semen, que salpicó en la Tierra, surgieron los Gigantes, las Erinias y las Melias. Crono arrojó al mar la hoz, que dio origen a la isla de Corfú, y también los genitales amputados de Urano. A su alrededor surgió una espuma de la que emergió Afrodita. Urano juró venganza y llamó a sus hijos titanes, por exceder sus límites y osar cometer tal acto. En una versión alternativa de este mito, un Crono más benévolo derrocó al malvado Titán serpiente Ofión. Al hacerlo liberó al mundo de su esclavitud y por un tiempo gobernó justamente. Ofión (‘serpiente’) era un Titán que gobernó el mundo con su esposa Eurínome antes del reinado de Crono y Rea, quiénes les derrocaron y arrojaron al Tártaro, o al mar. La primera mención de Ofión se hace en la Heptamychia del filósofo Ferécides de Siros, en el siglo VI a. C. En algunos fragmentos se narra un mito o leyenda en el que los poderes, conocidos como Chronos (‘Tiempo’) y Ctonio (‘de la Tierra’), ya existían desde el principio, siendo Chronos el creador del universo. También menciona el nacimiento de Ofioneo, así como una batalla entre dioses, en que Crono y sus partidarios estaban en un bando y Ofioneo y sus hijos en el otro bando. Al final se llegaba a un acuerdo que, sin embargo, empujaba a este segundo bando al Ogenos, u océano, y otorgaba al bando de Crono el cielo. En susPraeparatio, Eusebio de Cesarea cita a Filón de Biblos al afirma que Ferécides tomó el concepto de Ofión de los fenicios. La historia era aparentemente popular en la poesía órfica, de la que sólo se conservan fragmentos. En sus Argonáuticas, Apolonio de Rodas resume una canción de Orfeo: “Cantaba cómo la tierra, el cielo y el mar, una vez mezclados en una única forma, fueron separados unos de otros tras una disputa mortal, y cómo las estrellas y la luna y los caminos del sol no mantuvieron su lugar fijo en el cielo, y cómo las montañas se elevaron, y cómo los estrepitosos ríos con sus ninfas fueron creados, con todos los seres vivos. Y cantaba cómo en primer lugar Ofión y Eurínome, hija de Océano, tuvieron el dominio del nevado Olimpo, cómo por la fuerza cedieron su lugar a Crono y a Rea, y cómo cayeron a las olas de Océano; pero los otros dos gobernaban entonces sobre los benditos titanes, mientras Zeus, todavía niño y con los pensamientos de un niño, moraba en la cueva Dictea, y los Cíclopes nacidos de la tierra aún no le había armado con el rayo, el trueno y el relámpago, pues estas cosas darían fama a Zeus“.
Licofrón, poeta griego del siglo III a. C., narra que la madre de Zeus, es decir Rea, era diestra en la lucha y arrojó al Tártaro a la anterior reina Eurínome. En sus Dionisíacas, Nono, poeta épico en lengua griega, hace decir a Rea lo siguiente: “Iré a los mismos confines del Océano y compartiré el hogar de la primordial Tetis; de ahí pasaré a la casa de Harmonía y viviré con Ofión“. En este texto probablemente Harmonía sea, en realidad, Eurínome. Ofión es mencionado otra vez por Nono: “Junto al muro oracular vimos la primera tablilla, antigua como el infinito pasado, conteniendo todas las cosas en una: sobre ella estaba todo los que Ofión señor supremo había hecho, todo lo que el antiguo Crono logró“. En su libro Los mitos griegos, Robert Graves, escritor y erudito británico, intentó reconstruir un mito de la creación de los pelasgos, pueblos predecesores de los helenos como habitantes de Grecia, que incluía a Ofión como una serpiente creada por una diosa suprema llamada Eurínome, danzando sobre las olas. Ésta era fertilizada por la serpiente y con la forma de la Noche ponía un huevo dorado sobre las aguas, en torno al que Ofión se entrelazaba para empollarlo, hasta que finalmente el mundo salía del huevo dorado. Entonces Ofión y Eurínome moraban en el monte Olimpo, hasta que la actitud presuntuosa de Ofión llevó a Eurínome a desterrarlo a la oscuridad del inframundo. Tras derrotar a Urano, Crono volvió a encerrar en el Tártaro a los Hecatónquiros y los Cíclopes, a quienes temía, y los dejó bajo la custodia de la monstruosa carcelera Campe, que era una divinidad ctónica y un monstruo femenino. Campe murió a manos de Zeus cuando éste liberó a los prisioneros del Tártaro para que le ayudasen a luchar contra Crono. Se describe a Campe como un monstruo híbrido, con cuerpo de mujer y con su mitad inferior de dragón. Sus piernas estaban envueltas de serpientes y su cabello hecho de serpientes. En la cintura de Campe se formaban cabezas de animales peligrosos, como el león, el oso, etc. Se supone que Campe llevaba dos espadas llenas de veneno.
Entonces Crono subió al trono junto a su hermana Rea, convirtiéndose en reyes de los dioses. A esta época del reinado de Crono se la denominó la edad dorada, pues la gente de entonces no necesitaba leyes ni reglas, ya que todos hacían lo correcto y no existía la inmoralidad. Crono supo por parte de Gea que estaba destinado a ser derrocado por uno de sus propios hijos, de la misma manera como él había derrotado a su padre. Por ello, aunque fue padre, con Rea, de los dioses Deméter, Hera, Hades, Hestia y Poseidón, se los tragaba tan pronto como nacían. Cuando iba a nacer su sexto hijo, Zeus, Rea pidió a Gea que pensara un plan para salvarlos y que así, finalmente, Crono tuviese el justo castigo a sus actos contra su padre y sus propios hijos. Rea dio a luz en secreto a Zeus en la isla de Creta y entregó a Crono una piedra envuelta en pañales, también conocida como Ónfalos, que éste se tragó enseguida sin desconfiar, creyendo que era su nuevo hijo. Rea mantuvo oculto a Zeus en una cueva del monte Ida, en Creta. Según algunas versiones de la historia, Zeus fue criado por una cabra llamada Amaltea, mientras una compañía de Curetes, bailarines armados, gritaban y daban palmadas para hacer ruido y, de este modo, Crono no oyese los llantos del niño. En otras versiones, Zeus era criado por una ninfa llamada Adamantea, que lo escondía colgándolo con una cuerda de un árbol, de forma que quedara suspendido entre la tierra, el mar y el cielo, sobre los que gobernaba su padre, Crono. Incluso en otras versiones, Zeus era criado por su abuela Gea. En otras versiones fue criado por una ninfa llamada Cinosura, a quien, en agradecimiento, Zeus subió entre las estrellas tras su muerte. Asimismo, también se cuenta que fue criado por Melisa, hija de Meliseo, rey de Creta, que junto a sus hermanas Ida y Amaltea escondieron al pequeño Zeus en una caverna del monte Ida, en la Isla de Creta, y lo alimentaron con miel y la leche de Amaltea. Cuando hubo crecido, Zeus usó un veneno que le dio Gea para obligar a Crono a regurgitar el contenido de su estómago en orden inverso. Primero la piedra Ónfalos, que se la dejó a Pitón bajo las cañadas del Parnaso, como señal para los hombres mortales, y después regurgitó al resto de sus hermanos. En algunas versiones, Metis le daba a Crono un emético, o vomitivo, para obligarlo a vomitar los niños. En otras versiones Zeus abría el estómago de Crono.
Tras liberar a sus hermanos, Zeus liberó del Tártaro a los Hecatónquiros y los Cíclopes, quienes forjaron para él sus rayos, el tridente para Poseidón y el casco de invisibilidad para Hades. En una gran guerra llamada la Titanomaquia, Zeus y sus hermanos y hermanas derrocaron a Crono y a los otros Titanes con la ayuda de los Hecatónquiros y los Cíclopes. Tras esto, muchos de ellos fueron encerrados en el Tártaro, si bien otros no, como Rea, Metis, Epimeteo, Menecio, Hécate, Océano y Prometeo entre otros cuantos. Gea engendró al monstruo Tifón para vengar a los encarcelados Titanes, pero Zeus terminaría venciéndolo. Los relatos sobre el destino de Crono tras la Titanomaquia difieren. En la tradición de Homero y Hesíodo se dice que fue encarcelado con los demás Titanes en el Tártaro. Pero en los poemas órficos, fue encerrado por toda la eternidad en la cueva de Nix, la diosa primordial de la noche. En los Trabajos y los días Hesíodo indica que Crono fue luego liberado por voluntad de Zeus, y que desde entonces fue rey de las islas de los Bienaventurados. Píndaro muestra la influencia de esta versión en algunos versos. También describe su liberación del Tártaro, siendo entonces coronado rey del Elíseo por Zeus. En una versión libia relatada por Diodoro Sículo, en el siglo I a. C., se dice que Crono, o Saturno, reinó sobre Italia, Sicilia y el Norte de África. Diodoro cita como evidencia los picos de Sicilia que su época eran llamados Cronia. Cuando los helenos se encontraron con los fenicios y luego con los hebreos, identificaron al dios El semítico con Crono. La asociación fue registrada por Filón de Biblos en su Historia fenicia, tal como cuenta Eusebio en su Praeparatio. La versión de Filón señala que Crono fue originalmente un gobernante cananita, de Canaán, que fundó la ciudad fenicia de Biblos, en el actual Líbano, y que posteriormente fue deificado. Esta versión afirma que en el año 32 de su reinado, asesinó y deificó a su padre Epigeo o Autoctón «a quien más tarde llamaron Urano». También afirma que tras la invención de los barcos, Crono, visitando el «mundo inhabitable», legó Ática a su propia hija Atenea y legó Egipto a Tot, dios de la sabiduría e inventor de la escritura.
Mientras los griegos consideraban a Crono una fuerza cruel y tempestuosa, representación del caos y del desorden, mientras que los dioses olímpicos habían traído una época de paz y orden, al arrebatar el poder a los malignos Titanes. No obstante, los romanos adoptaron una visión más positiva e inocua de esta deidad, al refundirla con su propio dios Saturno. Consecuentemente, mientras los griegos consideraban a Crono como una mera etapa intermedia entre Urano y Zeus, para la mitología y religión romanas fue algo mucho más importante. Esto se demostraba con la Saturnalia, que fue una fiesta celebrada en su honor, y existió al menos un templo dedicado a él en la antigua monarquía romana. La asociación de Crono con la edad dorada terminó haciendo que se convirtiera en el dios del «tiempo humano», es decir, los calendarios, las estaciones y las cosechas. De todos modos no debe ser confundido con Chronos. Como resultado de la importancia de Crono para los romanos, su variante romana, Saturno, ha tenido una gran influencia en la cultura occidental. El séptimo día de la semana judeocristiana se llamaba en latín Dies Saturni (‘Día de Saturno’), en lo que supone la fuente del nombre de este día en idiomas como el inglés (Saturday). En astronomía, el planeta Saturno recibe su nombre del dios romano, siendo el más externo de los objetos celestes visibles sin ayuda de telescopio. El V Himno órfico está dedicado al Éter, y lo nombra como un elemento divino que lo domina todo. La versión trasmitida por Higino, en el prólogo de sus Fábulas, presenta al Éter como hijo del Caos y de la Oscuridad, y junto con Hemera engendra a Gea, a Urano y a Ponto. Unido a Gea engendra a la personificación de una serie de abstracciones, tales como el Dolor, la Astucia, la Ira, la Pesadumbre, la Mentira, el Juramento, la Venganza, el Exceso, la Disputa, el Olvido, la Cobardía, el Miedo, la Soberbia, el Incesto, la Lucha, así como a los Titanes y los Hecatonquiros, gigantes con 100 brazos y 50 cabezas, hijos de Gea y Urano. En realidad, este Éter de Higino es equiparable al Urano de Hesíodo, sin que su cosmogonía tenga un equivalente claro con el Éter de Hesíodo. El uso más general del vocablo Éter lo identifica con “cielo” y “aire“, o con un elemento más puro y brillante, por encima del aire. Es el aire superior. En algunos relatos cosmogónicos griegos, el Caos es aquello que había antes de que existieran el resto de los dioses y fuerzas elementales. Es decir, sería el estado primigenio del cosmos. En el siglo V a. C. se le identificó con el aire, adquiriendo solo tardíamente el sentido de «confusión elemental», con Ovidio, en su obra Metamorfosis.
Según la Teogonía de Hesíodo, Caos fue lo primero que existió, y luego enumera otras figuras cosmogónicas elementales como Gea (la Tierra), Tártaro y Eros. Pero Caos no engendró estas deidades elementales, sino que es cabeza de una genealogía de seres divinos que son una especie de abstracciones simbólicas, como Nix (la Noche) y Érebo, que son sus hijos, mientras que Éter y Hemera (el Día) son sus nietos. Una importante tradición filológica considera que Caos es una hendidura situado entre el Cielo y la Tierra. Hesíodo relata en su obra, la Titanomaquia, que Zeus, al lanzar su rayo a los Titanes, hizo estremecer a Caos. Y compara este hecho con el acercamiento entre Urano (el Cielo) y Gea (la Tierra). Según la interpretación de Francis Macdonald Cornford, filólogo clásico y poeta inglés, el verdadero significado sería: ‘surgió el resquicio entre la tierra y el cielo’. Geoffrey Stephen Kirk, estudioso de origen británico, especializado en filología clásica, y John Earle Raven, filólogo clásico inglés, refuerzan esta interpretación. Tienen en cuenta la dificultad de que Urano nazca de Gea en un estadio posterior de la cosmogonía. Por ello piensan que lo que Hesíodo quiso decir es que, al principio, había un todo informe, que el Cielo y la Tierra formaban una masa indiferenciada, pero que en el principio se separaron. Lo primero es esta separación, que luego se confirma figurativamente en el nacimiento de Urano a partir de Gea, así como desde el punto de vista mítico y ético en el relato de la castración de Urano por parte de Crono. Una variante de esta interpretación se debe a Olof Gigon, filólogo e historiador de la filosofía, que fue autor de numerosos ensayos sobre historia de la filosofía griega. Gigon indica que Hesíodo parte de la imagen del cosmos como cavidad formada por la bóveda del Cielo y la Tierra como suelo. Pero luego los suprime a ambos para llegar a un concepto como el Caos. Para Gigon, bajo la faz de una divinidad cosmogónica semejante se esconde el concepto filosófico de un principio anterior a todo. La tradición órfica presenta un huevo primordial, equiparado al Caos de Hesíodo. Este Huevo no es lo primero que surge, sino que proviene de Crono. Un huevo cósmico o huevo del mundo es un tema mitológico y cosmogónico usado en los mitos de creación de muchas culturas y civilizaciones. Típicamente el huevo cósmico representa simbólicamente un comienzo de algún tipo. La imagen del huevo cósmico se conoce en muchas mitologías, ya que aparece en la mitología griega órfica, en la egipcia, en la finlandesa, en la budista, en la japonesa, en las mitologías de América y en todas las regiones del mundo donde los hombres se han preguntado acerca del origen de la vida. El huevo simboliza el sol naciente y el comienzo de la vida.
Las primeras ideas de un Cosmos naciente en forma de huevo proviene de algunos antiguos escritos en sánscrito. El universo emanó de un huevo cósmico llamado Hiranyagarbha(‘útero de oro’). Del huevo nació Prayapati, que más tarde, en la época puránica, fue identificado como el demiurgo Brahmá. El término sánscrito es Brahmanda, en que Brahmsignifica ‘Cosmos’ o ‘expansión’, y Anda significa “huevo”. Al principio, este mundo era un puro no ser, según podemos leer en uno de los libros sagrados de los hindúes. Luego existió, se desarrolló, y se convirtió en un huevo. Así estuvo por un periodo de un año. Después se rompió en dos partes. Una de las dos partes del cascarón se volvió de plata y la otra de oro. La que era de plata es la Tierra, mientras que la que era de oro es el Cielo. Lo que era la membrana exterior son las montañas. Lo que eran las venas son los ríos. Lo que era el fluido interior es el océano. Y lo que nació de allí es el Sol. La compleja mitología del antiguo Egipto tiene varias historias sobre la creación, pero todas tienen el mismo tema principal: El orden contra el caos y la creación contra la destrucción. Cuenta el mito que, en el primer océano, antes de que empezara el tiempo, el creador descansaba en la forma de una serpiente cósmica denominada ouroboros, símbolo de eternidad y de la renovación sin fin del tiempo. El dios egipcio Ptah surgió de un huevo y salió de la boca de Amon-Kneph, la verdadera y perfecta serpiente. La serpiente tenía escamas amarillas y era un símbolo de poder solar. En el antiguo Egipto hay un mito original relativa a la Ogdóada, que es el nombre de un conjunto de ocho deidades primordiales, también llamadas “las almas de Thot“, que constituían una entidad indisoluble y que actuaban juntas. La Ogdóada consta de cuatro parejas de dioses, encarnando cuatro conceptos en sus aspectos masculino-femenino, que juntos personifican la esencia del caos líquido primigenio existente antes de la creación del Mundo. La primera pareja de dioses la formaban Nun y Naunet, “las aguas primordiales“, “el océano primordial” o “el caos“; la segunda pareja, Heh y Heket, formaban “el espacio infinito” o “lo ilimitado“, simbolizada por el agua que se estanca y busca su camino; la tercera pareja, Kuk y Kauket, formaban “las tinieblas” o “la oscuridad“; y la cuarta pareja, Nia y Niat, formaba “la vida“, “la indeterminación espacial” o “la que se separa“, a veces sustituidos por la pareja de Tenemu y Tenemet, que formaban “lo oculto” o, más tarde, por Amón y Amonet, que formaban “el principio de lo misterioso” o “el oculto“.
Juntos, los cuatro conceptos representan el estado primordial, lo que no se ve ni se toca, la antítesis de la vida. Pero por su concepción de parejas de ambos sexos, representan al tiempo lo que puede ser, el estado fundamental del comienzo. En el mito, sin embargo, su interacción resultó ser tan desequilibrada, que produjo un cataclismo y dio como resultado el surgimiento de un montículo primigenio, en cuyo interior había un huevo cósmico. La teología de Hermópolis Magna, la ciudad del Alto Egipto, atribuía el suceso a Tot, dios protector de Hermópolis. El montículo se convirtió en una “isla de fuego” y el huevo se fue incubando, hasta que salió del mismo el dios del Sol, Ra, que ascendió hasta el cielo. Después de un largo descanso, Ra, junto con las otras deidades, crearon todas las demás cosas del mundo. Las omnipresencias masculinas de la Ogdóada son representadas como ranas, o personajes con cabeza de rana, mientras que las diosas son simbolizadas en forma de serpiente, o como mujeres con cabeza de sierpe. También podían representarse como parejas de babuinos, que representaban al dios Tot, por estar asociados al dios Sol, puesto que anunciaban el amanecer con sus aullidos. Más tarde, fueron incluso representados como cuatro toros y cuatro vacas. Las deidades fueron especialmente veneradas en Hermópolis Magna, la ciudad del Alto Egipto, que en idioma egipcio se denominaba Jemenu, “la octava ciudad“. Existe una leyenda que dice que parte de la cáscara del huevo cósmico está enterrada en su templo. También tenían un santuario en Medinet Habu, al oeste de Tebas. Una versión del mito dice que una entidad surge de las aguas como un montículo de tierra, la Vía Láctea, que fue deificada como Hathor. Entonces un pájaro celestial deja un huevo sobre este montículo. El huevo contenía a Ra. En la versión original de esta variante, el huevo es puesto por un ganso cósmico. Sin embargo, después del incremento del culto a Tot, se dijo que había sido un regalo de este mismo dios y que lo había puesto un ibis, el pájaro con el que se le asoció. Posteriormente, cuando Atum se había asimilado a Ra como Atum-Ra, fue adoptada en la cosmogonía de la Enéada, en la creencia de que Atum surgió de una flor de loto azul egipcio y unido a Ra. El loto habría surgido de las aguas, después del cataclismo, como un capullo que flotaba en la superficie, y poco a poco abrió sus pétalos del que salió de su interior el escarabajo Jepri. Este dios, un aspecto de Ra que representa al sol naciente, se convierte en un niño llorando, Nefertum (el joven Atum), cuyas lágrimas formaron a las criaturas de la Tierra.
Más adelante, cuando el dios-escarabajo Jepri fue absorbido totalmente por Ra, se dijo que Ra había salido del loto, de niño, en lugar de que Ra fuese Jepri temporalmente. A veces el niño era identificado como Horus, aunque esto se debía a la fusión de los mitos de Horus y Ra en el dios Ra-Horajti, que es un dios mezcla de Ra y Horajti. El nombre de Horajti realzaba el poder de Ra. Representaba el Sol en su cenit y simboliza la majestad del sol. Es también patrono de la clase gobernante y de la monarquía. Es la forma más común de Ra, en que su morada es el Campo de los Juncos. En los primeros años de Amenhotep IV, este rey se tituló “primer profeta de Ra-Horajti regocijándose en el Horizonte en su nombre de luz solar que es Atón“, lo que indica la nueva concepción del dios solar, aunque aún se le representaba con forma humana. Pero pronto desapareció su nombre, reemplazándolo por “Gobernante del Horizonte“. Con Sethy I volvió a ser adorado como Ra-Horajti en Heliópolis. Su madre era Mehet-Urt. Aparecía con cabeza de halcón, además del disco solar con la serpiente. Era adorado en Abydos. En Abu Simbel, Ramsés le dedicó el gran hipogeo siguiendo la planta típica de los templos del Reino Nuevo. En muchos de los mitos de la Edad del Bronce, el huevo cósmico del universo fue puesto por la madre-pájaro cósmica. Cuando se abrió, comenzaron a existir el tiempo y el espacio. El cascarón del huevo cósmico es el marco del mundo en el espacio, mientras que el fértil poder seminal interior tipifica el dinamismo inagotable de la vida de la naturaleza. “El espacio no tiene límites porque su forma se cierra sobre sí misma, no por su gran extensión. Aquello que es un cascarón que flota en la infinitud de aquello que no es”. Esta formulación de un físico moderno ilustra la imagen del mundo y da precisamente el sentido del huevo cósmico mitológico. Además, la evolución de la vida, descrita en nuestra ciencia moderna de la biología es el tema de las primeras etapas del ciclo cosmogónico. Finalmente, la destrucción del mundo, que los físicos nos dicen debe venir cuando nuestro Sol esté extinto y se registre una última decadencia de todo el cosmos, se presagia en la cicatriz dejada por el fuego de Tangaroa, uno de los grandes dioses en la mitología maorí. Los efectos destructivos del mundo del creador-destructor aumentarán gradualmente hasta que, al fin, en el segundo curso del ciclo cosmogónico, todo retorne al mar de bienaventuranza.
La cultura egipcia lo concibe como el “Huevo del Mundo”, o “Huevo Cósmico” , representando la expansión cósmica naciendo desde su Inicio del Universo; por eso está también relacionado con el Sol, fuente de energía y “corazón del mundo”. De modo que siendo un símbolo de intenso dinamismo, es el hogar de donde parte el movimiento de lo uno hacia lo múltiple, de lo interior hacia lo exterior, de lo no manifestado a lo manifestado. En la mitología yoruba, grupo etnolingüístico del oeste africano, Olorum, el dios del cielo, pidió a sus hijos que crearan un nuevo reino en el que se extendieran sus descendientes, otorgándole el nombre de Ile-Ife. Olurum lanzó una gran cadena desde el universo donde vivió, siendo las primeras aguas su objetivo. Por dicha cadena bajó Oduduwa, portando un puñado de tierra en sus bolsillos, una gallina de cinco dedos y una semilla-huevo. Cuando estuvo preparado, Oduduwa arrojó el puñado de tierra sobre las aguas, formándose así su nuevo reino, Ife. Allí la gallina rasgó el suelo y enterró el huevo, de la que creció un gran árbol de dieciséis ramas, que son los dieciséis hijos de Oduduwa, de los que descienden las dieciséis tribus yoruba. En la mitología griega al principio de había nada, sólo un vacío que se arremolinaba, llamado Caos. Al final, de la nada surgió una fuerza creadora. Algunos mitos cuentan que era Gea, la Madre Tierra; otros, que era una diosa llamada Eurínome, que adoptó la forma de una paloma. En cualquier caso, Gea o Eurínome puso un gran huevo del que salieron Urano, el cielo, Ourea, las montañas, Ponto, el mar, y muchas otras partes del cosmos. Fanes (‘luz’) es un dios nacido del huevo cósmico. Con frecuencia se le equipara al más antiguo Eros y también a Mitra, que servía la misma función en la Teogonía de Hesíodo. También recibía los nombres de Ericapeo, Metis y Protogono. Fanes era la deidad de la procreación y la generación de nueva vida. Como gobernante de los dioses, cedió el cetro de su reinado a Nix, su única hija, que a su vez lo dio a su hijo Urano. El cetro le fue arrebatado por su hijo Saturno, quien a su vez lo perdió a favor de Júpiter, el gobernante final del universo. Se dice que Júpiter devoró a Fanes para apoderarse de su poder primigenio sobre toda la creación y repartirlo entre una nueva generación de dioses: los Olímpicos.
Fanes aparecía como una hermosa deidad de alas doradas, pero era incorpórea por naturaleza e invisible incluso entre los dioses. Se ha equiparado a Fanes con el nacimiento de la luz cósmica, y a veces con la propia consciencia primordial surgiendo del amanecer de los tiempos. En el huevo primordial Órfico, es la división la que pone en movimiento la creación. Como resultado de la separación se da la polaridad, como la noche y el día, blanco y negro, etc. El huevo, de hecho, contenía tanto el potencial masculino como el femenino. La serpiente, otro símbolo íntimamente conectado con el huevo, por ejemplo, en la figura de la serpiente Ouroboros, la serpiente que se muerde su propia cola. El Ouroboros, como el huevo, crea una esfera o forma circular: el símbolo de la perfección original; esto es, antes de la división o separación de la creación. La serpiente y la espiral son símbolos del crecimiento psicológico; Fanes, el producto del huevo cósmico, sería la síntesis y esencia del proceso evolutivo que la serpiente lleva desde lo más primario a lo más elevado. El Ouroboros es el huevo filosófico, la “serpens mercurialis” de los latinos. Para los alquimistas, el huevo filosófico era la materia primigenia, esencial para acometer la Gran Obra. En la imaginería del cristianismo medieval, podemos ver la figura del huevo cósmico visualizado por la abadesa y mística alemana Hildegard de Bingen (1098 -1179). Desde muy niña tuvo visiones, que más tarde la propia Iglesia confirmaría como inspiradas por Dios. Estos episodios los vivía en forma totalmente consciente, es decir, sin perder los sentidos ni sufrir éxtasis. Ella los describía como una gran luz en la que se presentaban imágenes, formas y colores que, además, iban acompañados de una voz que le explicaba lo que veía y, en algunos casos, de música. En su obra Scivias, Hildegard pinta al mundo como un huevo cósmico, subrayando la idea de una totalidad como algo orgánico, vivo, en crecimiento, con un dinamismo opuesto al universo estático de Platón. “Dios concibió al mundo como un único ser viviente”, dice Hildegard, “una totalidad en la que el todo penetra cada una de sus partes”. En las culturas precolombinas el circulo con un punto central es un símbolo fundamental, que aparece a menudo en glifos, como representación de dioses y muchos otros elementos visuales de dichas culturas. Lo llaman “símbolo del jade”.
Numerosas figuras se refieren al Centro como “principio” o “nacimiento”. Este círculo está alrededor de un centro, en correspondencia con los llamados “puntos de desarrollo de la conciencia”, o chakras en la cultura hindú, situados en varias partes del cuerpo, como, por ejemplo, en la frente, entre los ojos, como se evidencia en esculturas mayas. En el antiguo México se conocían estos centros de conciencia cósmica y las técnicas para despertarlos, como mediante las posiciones del cuerpo, la meditación, la respiración, o las vocalizaciones sagradas. También con la representación de estas partes del cuerpo humano con el mismo símbolo de “centro creador del universo”, que es lo que nos habla de una identificación del hombre prehispánico con los fenómenos cósmicos, y con conocimientos muy avanzados de la Ciencia Sagrada y esotérica. Este sentido de “germen de vida” se puede encontrar en muchos códices prehispánicos, especialmente cuando se relaciona con símbolos sobre el cosmos, la Tierra, etc. Muy similar es el concepto que este simbolismo tiene en la cultura tibetana, donde ese centro significa la manifestación de la vida. Un mito chino, que se explica en el libro de Xu Zheng (220 – 265 d.C.), cuenta que al principio de los tiempos todo era caos, que luego tomó forma de huevo. Éste contenía el Yin y el Yang, las fuerzas contrapuestas del universo. Yang y Yin son, respectivamente, la luz y la oscuridad, lo masculino y lo femenino, el calor y el frío. Una vez las energías del interior del huevo lo hicieron explotar. Los elementos más pesados se hundieron, formando los continentes, y los más ligeros flotaron, formando los cielos. Entre el cielo y la tierra quedó P’an-ku, el primer ser. Durante dieciocho mil años cielo y tierra se fueron separando gradualmente, haciendo crecer a P’an-ku a la misma velocidad, de modo que llenaba siempre el espacio entre los dos elementos; hasta que no lo pudo resistir mas y pereció, de forma que su cuerpo dio nacimiento a todo lo que existe en el mundo. En la cultura china este mito está muy arraigado e incluso hay una frase al respecto: «desde que P’An-Ku creó el cielo y la tierra», que significa «desde hace mucho tiempo». Los distintas versiones que existen del mismo mito coinciden en la presentación de una misma idea, que es un caos preexistente, un universo original sin definir, que está representado por el huevo cósmico, donde reside un ser superior, P’An-Ku, de cuya acción y sacrificio procede nuestro universo.
El taoísmo es un sistema de filosofía de Vida basado primordialmente en el Tao Te King, que la tradición atribuye al filósofo chino Lao Tsé. Sus enseñanzas parten del concepto de unidad absoluta y al mismo tiempo mutable denominado Tao, que conforma la realidad suprema y el principio cosmológico y ontológico de todas las cosas. En el taoísmo, esta imagen del círculo con un centro es entendida como ”germen” u “origen” y es concebida como el “Padre de todas las cosas”. Se trata de esta energía primordial que cae en el “valle del mundo” que es el caos, el espacio “vacío”, lo indiferenciado, y que da origen a la vida. Este germen es “la suprema verdad”, y en esta verdad está el “nombre de todas las cosas”. Si lo relacionamos con nuestra experiencia interna, el punto y su irradiación conformando el círculo indica el Verbo Divino como Principio, La Palabra como comienzo de la inteligibilidad del mundo. Este “Centro” es el lugar de unión del individuo con el Universo. En las Upanishad de la India se dice que el Principio está en el centro del Ser, y que es más pequeño que un grano de arroz, pero al mismo tiempo más grande que la Tierra y el cosmos. Los «mitos de creación» representan un intento por hacer comprensible el universo en términos humanos y explicar el origen del mundo. El mito chino del huevo cósmico se adelantó al concepto del Big Bang, ya que el huevo contenía el Yin y el Yang, las dos fuerzas contrapuestas de las que está hecho el Universo, las dos energías en disputa que un día le hicieron estallar, separando el cielo de la tierra. Albert Einstein, el famoso físico, autor de la teoría de la relatividad a principios de este siglo XX, concibió en su mente genial un universo curvo, finito, y cerrado como un huevo. El huevo cósmico es así también un concepto cosmológico desarrollado en los años 1930 y explorado por los teóricos durante las dos décadas siguientes. Entre 1927 y 1930, el astrónomo y profesor de física belga Georges Lemaître propuso, sobre la base de la recesión de las nebulosas espirales, que el Universo se inició con la explosión de un átomo primigenio, lo que más tarde se denominó Big Bang. La idea viene de la aparente necesidad de reconciliar las observaciones de Edwin Hubble de un universo en expansión, también predicho por las ecuaciones de la relatividad general de Einstein, con la noción de que el universo debiera ser eternamente viejo. Así esta teoría afirma que un átomo, también llamado “huevo cósmico”, comenzó a absorber el hidrógeno, helio y distintos gases. Pero no soportó la gran cantidad de materia y, a causa de ello, explotó con gran fuerza creando un caos de los fragmentos, dando origen al universo.
La teoría científica del Big Bang, o teoría de la gran explosión, sostiene que el universo se creó por una gran explosión a partir de masa concentrada en un punto pequeño a muy alta temperatura, llamada Huevo Cósmico. Esta teoría afirma que hace muchos miles de millones de años toda la masa del universo estaba comprimida en un volumen unas treinta veces el tamaño de nuestro sol, y desde este estado se expandió hasta su estado actual. Otra teoría relacionada también afirma que la gravedad está ralentizando gradualmente la expansión cósmica y que, en algún momento del futuro, el universo volverá a contraerse hasta formar una nueva singularidad espacio-temporal, equivalente a un nuevo huevo cósmico. Este proceso es conocido como Big Crunch. Entonces el universo “rebotará” a otra fase de expansión, y el proceso se repetirá indefinidamente. Esta teoría es conocida como teoría del Universo oscilante. En un sentido similar, el físico cuántico A. S. Eddington escribía en 1928: “El espacio no tiene límites porque su forma se cierra sobre sí misma, no por su gran extensión. ‘Aquello que es’ en realidad es un cascarón que flota en la infinitud de ‘aquello que no es’.”. Existe un gran número de interpretaciones sobre la teoría del Big Bang que son especulativas. Tal es el caso de aquellas personas que creen que la teoría del Big Bang es mentira porque no acepta la idea de una creación que no sea divina. Algún tiempo antes del nacimiento de estas teorías del Big Bang en la ciencia occidental, Paiore, un gran jefe de la isla polinesia de Anaa, atolón situado en el archipiélago de Tuamotu, de la Polinesia Francesa, hizo, a mediados del siglo XIX, un dibujo del principio de la creación. El primer detalle de esta ilustración era un pequeño círculo que contenía dos elementos: Te Tumu, “Fundamento” (un macho), y Te Papa, “Roca Estrato” (una hembra). Según Paiore: “El Universo era un huevo que contenía a Te Tumu y a Te Papa. Finalmente estalló y produjo tres capas superpuestas, la de abajo sostenía a las dos de arriba. En la capa más baja permanecieron Te Tumu y Te Papa, quienes crearon a los hombres, a los animales y a las plantas. El cascarón del huevo cósmico es el marco del mundo en el espacio, mientras que el fértil poder seminal interior tipifica el dinamismo inagotable de la vida de la naturaleza”.
Joseph Campbell, mitólogo, escritor y profesor estadounidense, conocido por sus trabajos sobre mitología y religión comparada, dice que el primer efecto de las emanaciones cosmogónicas es el de limitar el escenario del mundo en el espacio; el segundo es la producción de vida dentro de ese marco. No es raro que el huevo cósmico se rompa para descubrir, ensanchándose desde adentro, una pavorosa figura en forma humana. Ésta es la personificación antropomórfica de la fuerza de generación. “El Poderoso Ser Vivo“, como se le llama en la cábala. Según Joseph Campbell, en su libro El héroe de las mil caras: “El Poderoso Ta’aroa cuya maldición fue la muerte, es el creador del mundo”. Ta’aroa es el dios creador del politeísmo tahitiano. Otra variante importante presenta Cayo Julio Higino (64 a.C. – 17 d.C.), célebre escritor hispano-latino, en sus Fábulas. En el prólogo de dicha obra presenta una cosmogonía, donde pone a Caos como descendiente de la Oscuridad. Caos y la Oscuridad conciben luego a la Noche, el Día, el Érebo y el Éter. En su obra Las metamorfosis, Ovidio describió al Caos como «una masa bastante cruda e indigesta, un bulto sin vida, informe y sin bordes, de semillas discordantes y justamente llamada Caos», descripción que se aparta del más antiguo significado del elemento mítico, equivalente a ‘resquicio’, pero que ha determinado la orientación de las interpretaciones desde entonces, hasta llegar al actual concepción familiar de ‘completo desorden’. Para los pitagóricos, el cosmos limitado, o mundo, está rodeado por el inmenso o ilimitado cosmos (el aire), que aquél “inhala”. Los objetos del cosmos limitado, no son, pues, pura limitación, sino que tienen relación con lo ilimitado. Los pitagóricos, al considerar geométricamente los números, los concebían también como productos de lo limitado y lo ilimitado, por estar compuestos de lo par y lo impar. Identificándose el par con lo ilimitado y lo impar con lo limitado. Para los Pitagóricos, no sólo la Tierra era esférica, sino que no ocupaba el centro del universo. La Tierra y los planetas giraban a la vez que el Sol en torno al fuego central o “corazón del Cosmos”, identificado con el número uno. Para ellos la esencia de las cosas era la Armonía de los contrarios, lo cual constituía el límite que determina el ser preciso de las cosas, en tanto que todo ser lo es dentro de determinados acontecimientos. La forma, progresión, armonía corporal no son caprichosos, sino que son reglas que se ajustan a determinadas medidas proporcionales (armonía), pues el límite es control ante los desmanes, y la cordura frente a las pretensiones desmedidas. Así, de esta manera, el límite constituía el equilibrio y la armonía, la fuerza que unía los contrarios.
Según Proclo, filósofo neoplatónico griego, este Principio Superior es. “la Unidad de Unidades, más allá del primer Adyta, más inefable que todo Silencio, y más oculto que toda Esencia,secreto entre los Dioses inteligibles”. En las religiones de la India, los Aditiás son un grupo de deidades solares, hijos de Áditi y el sabio Kashiapa. En el Rig-veda, los Aditiás son siete deidades de los cielos: Amsha, Ariaman, Bhaga, Daksha, Mitra, y Váruna, el más importante. El nombre Āditiá (‘hijos de Áditi’) y sus avatares como Aditiá, Vikrama Aditiá, Suria Aditiá, etc, son también nombres comunes en la India, como una forma de respeto al dios Sol. En otro pasaje del mencionado Rig-veda dice que son siete, pero no menciona al séptimo. Algunos autores creen que sería Suria, Savitrí o Ravi, tres nombre del dios del Sol. En otro pasaje se dice que son ocho Aditiás, pero que el octavo, llamado Martanda se quedó fuera del mundo. Ese Principio Primero o Único era llamado el “Círculo del Cielo”, simbolizado por un Punto dentro de un Círculo o Triángulo Equilátero, en que el Punto representa al Logos. Heráclito utiliza la palabra Logos en su teoría del ser, diciendo: “No a mí, sino habiendo escuchado al logos, es sabio decir junto a él que todo es uno“. Tomando al logos como la gran unidad de la realidad, acaso Lo real, Heráclito pide que la escuchemos, es decir, que esperemos que ella se manifieste sola en lugar de presionar. El ser de Heráclito, entendido como logos, es la Inteligencia que dirige, ordena y da armonía al devenir de los cambios que se producen en la guerra que es la existencia misma. Se trata de una inteligencia sustancial, presente en todas las cosas. Cuando un ente pierde el sentido de su existencia se aparta del Logos. En el Rig Veda, donde ni siquiera se nombra a Brahmâ, comienza la Cosmogonía con el Hiranyagarbha, el “Huevo Áureo”, y Prajâpati (o Prayāpati), nombre genérico de varias deidades que presiden sobre la procreación y son protectores de la vida, de quién emanan todas las Jerarquías de “Creadores”. El símbolo universal, el Punto dentro del Círculo, no era aún el Arquitecto del Universo, sino la Causa de aquel Arquitecto. En el Rig-veda y en los textos bráhmana, Prajâpati aparece como un dios creador o dios supremo sobre las deidades védicas. Los comentadores de los Vedás lo identifican como el creador mencionado en el Nasadíia-sukta. El Rig-veda y el Átharva-veda lo identifican con: Savitṛi (dios del Sol), Soma (dios de la Luna y de la droga psicotrópica soma), Agní (dios del fuego), e Indra (rey de los semidioses). Posteriormente, en la época puránica, fue identificado con: Brahmá (el dios creador, de cuatro cabezas), con los dioses Visnú y Shivá, y con personificaciones de Kāla (el tiempo), Agní (el dios del fuego) y Suria (el dios del Sol). El nombre de Prayā[n]-pati (‘progenie-dueño’) es etimológica y fonéticamente equivalente a Protógonos, el dios oracular en Kolofón, según Makrobios el Longevo. Según Damascio, Prōtogono, también conocido como Fanes, tenía cuatro cabezas, «de serpiente (drakōn) […] de toro, de hombre y de dios». Al señor Brahmá como Prayāpati se le atribuyen cuatro cabezas, cada una de las cuales produjo devas (dioses), rishís (sabios), pitrís (ancestros) y naras (humanos), según el Brahmanda-purana.
Pitágoras hablaba sobre la Mónada que, después de dar lugar a la Dúada, se retira al silencio y la oscuridad y crea la Tríada. Porfirio, filósofo neoplatónico griego, discípulo de Plotino, considera que la Mónada y la Dúada de Pitágoras son idénticas al Infinito y Finito de Platón. La Dúada, o Mûlaprakriti, el Velo de Parabrahman, es la Madre del Logos y, al mismo tiempo, su Hija. Esto es, el objeto de su percepción, el productor producido y la causa secundaria del mismo. Según Pitágoras, la Mónada vuelve al Silencio y a la Obscuridad en cuanto ha desplegado la Tríada, de la que emanan los 7 números restantes, de los 10 números que son la base del Universo Manifestado. En la Cosmogonía Escandinava se expone lo mismo: “Al principio había un gran Abismo (Caos); ni el Día ni la Noche existían; el Abismo era Ginnungagap, la vorágine siempre abierta, sin principio ni fin. El Todo-Padre, el Increado, el No Visto, moraba en las profundidades del “Abismo” (Espacio) y quiso, y lo que quiso vino a la existencia“. El hinduismo, la antigua religión de la India, considera los Vedas como escrituras sagradas, «de origen no humano». Los mismos dioses los escribieron, según la tradición hindú, en la era que precedió a la presente. Pero, con el paso del tiempo, un número cada vez mayor de los 100.000 versos originales, que se iban transfiriendo por transmisión oral de generación en generación, se fueron perdiendo y confundiendo. Al final, un sabio escribió los versos que quedaban, dividiéndolos en cuatro libros y confiándoselos a cuatro de sus discípulos principales, para que cada uno preservara un Veda. El sabio era Viasa, un escritor legendario de la antigüedad hinduista, cuyo nombre verdadero era Krishna-Dwaipayana. Cuando, durante el siglo XIX, se empezaron a descifrar y a comprender las lenguas muertas y a establecer conexiones entre ellas, los estudiosos se dieron cuenta de que los Vedas estaban escritos en un antiquísimo idioma indoeuropeo, predecesor de la lengua raíz india, el sánscrito, pero también del griego, el latín y otras lenguas europeas. Cuando al fin pudieron leer y analizar los Vedas, se sorprendieron al ver la extraña similitud que había entre los relatos de los dioses védicos y los de la antigua Grecia que, a su vez, se parecen a los dioses de la antigua Sumeria, etc… Los dioses, contaban los Vedas, eran todos miembros de una gran, pero no necesariamente pacífica, familia. En medio de relatos de ascensos a los cielos y descensos a la Tierra, de batallas aéreas, de portentosas armas, de amistades y rivalidades, matrimonios e infidelidades, parecía existir una preocupación básica por guardar un registro genealógico sobre quién era el padre de quién y quién era el primogénito de quién. Los dioses de la Tierra tenían su origen en los cielos; y las principales deidades, incluso en la Tierra, seguían representando a los cuerpos celestes.
En épocas primitivas, los Rishis, algunos de los grandes sabios de la antigüedad védica, como Kasiapa, Vishuámitra o Vásista, se dice que «fluyeron» celestialmente, poseídos de unos poderes irresistibles. De ellos, siete fueron los Grandes Progenitores. Los dioses Rahu (o Rajú) y Ketu formaron una vez un único cuerpo celestial que intentaba unirse a los demás dioses sin permiso. Pero el Dios de la Tormentas lanzó su arma flamígera contra este único cuerpo celestial, partiéndolo en dos trozos. Uno de ellos fue Rahu, que atraviesa sin cesar los cielos en busca de venganza, y el otro fue Ketu. En el hinduismo, Rajú (‘atacante’, en sánscrito) es el demonio que provoca cada eclipse lunar y solar. En la mitología budista es un dios iracundo de muchas cabezas. Este daitia (demonio ‘descendiente de Diti’) era el horrendo hijo de Vipra Chitti y de Siṃhikā, y tenía cola de dragón. En los Purana se explica el conflicto entre los daitia (demonios) y los Aditiá (dioses), y su búsqueda del amrita (néctar de la inmortalidad). Llegó un momento en que los demonios robaron el néctar (amrita) a los dioses. Para rescatarlo y entregárselo a sus amigos los semidioses, el dios Visnú adoptó la forma de Mohinī, una mujer ‘enloquecedora’ y se acercó a los demonios. Cuando los demonios vieron la encantadora belleza de Mohinī, perdieron toda compostura. Mientras los demonios estaban encantados con la belleza divina, Mohinī se apoderó del néctar y lo distribuyó entre los dioses. El asura Rajú sospechó el juego sucio y se unió a la fila de los dioses, para recibir el néctar. Soma se dio cuenta de que Rajú estaba por beber el néctar y avisó a Mohinī, quien extrajo de entre sus ropas el Sudarsaná chakrá (un disco parecido a un disco ninja) y decapitó al demonio. Sin embargo, Rajú logró tomar una gota del néctar de inmortalidad, por lo que no murió: su cabeza y su cuerpo separados flotaron en el espacio como dos astros invisibles a los ojos humanos: Rajú (la cabeza) y Ketu (el cadáver, con forma de dragón). En venganza contra la Luna, cada cierto tiempo la devora con su inmensa boca, pero no por mucho tiempo. La Luna sale victoriosa por el cuello abierto del demonio. Marishi-Ten, considerada por los budistas como reina del Cielo y residente en una de las estrellas de la Osa Mayor, pertenece asimismo a la Dinastía Solar. Dio a luz a Kashiapa (o Kash-Yapa – «aquel que es el trono»). En el marco del hinduismo, Kashiapa fue un antiguo rishi (sabio), que se convirtió en uno de los Saptarshis (Siete Sabios). Según la mitología hindú, fue el padre de los devas, asuras, nagas, y de toda la humanidad. Está casado con Áditi, con quien fue padre de Agní, los Aditias, y lo más importante: del propio dios Vishnú, que nació con el nombre de Vamaná (‘el avatar enano’), como hijo de Aditi, en el séptimo manu antara. Con su segunda esposa, Diti, tuvo a los daitias (demonios). Diti y Aditi eran hijas del rey Daksha Prayapati y hermanas de Dakshaiani, esposa del poderoso asceta Shivá. Kashiapa recibió el mundo de manos de Parashurama, quien lo había conquistado al matar al rey Kartaviria Áryuna y, desde ese momento, a la Tierra se la llama Kashiapi. Generalmente se supone que hubo varios Kashiapas y que el nombre indica el estatus y no a un individuo.
Como cabeza de la dinastía, Kashiapa era también el jefe de los devas («los brillantes») y llevaba el título de Dyaus-Pita («padre brillante»). Junto con su consorte y sus diez hijos, la familia divina componía los doce Adityas, dioses que estaban asignados a un signo del zodiaco y a un cuerpo celeste cada uno. Volvemos a encontrarnos con el famoso número doce. El cuerpo celeste de Kashiapa era «la estrella brillante», mientras que Pritiví (o Prithuí) representaba a la Tierra. Después, estaban los dioses cuyos homólogos celestes eran el Sol, la Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno. Según una tradición, Pritiví es la personificación del planeta Tierra, y según otra es su madre, siendo prithuí tattua, la esencia del elemento tierra. Pritiví es también llamada Dhra, Dharti, Dhrithri, que significa ‘que sostiene todo’. Como Prithuí Deví, ella es una de las dos esposas del dios Visnú, siendo la otra Laksmí. Incluso Prithwí sería otra forma de Laksmí. Otro nombre para ella es Bhumi, Bhudevi, o Devī Bhuma. Como Mata Prithuí es la ‘Madre Tierra’, que se contrapone a Dyaus Pita‘padre cielo’. En el Rig vedá se nombra con frecuencia a la Tierra y al Cielo como lo dual, lo que indica posiblemente la idea de dos mitades complementarias. Ella es la esposa deDyaus Pita. La creencia generalizada de que estos dos personajes eran originalmente una deidad única parece ser errónea. Ella es la madre de Indra y Agní. Según una tradición, cuando Indra mató a Dyaus Pita, ella aplaudió y se casó con él. También está asociada a la vaca. El rey Prithu, una encarnación del dios Visnú, ordeñó a Prithuí en forma de vaca para conseguir alimentos para todo el mundo. Con el tiempo, el liderazgo del panteón de doce pasó a Varuna, el Dios de las Extensiones Celestiales. Varuna era omnipresente y omnisciente. Uno de los himnos que se le dedicaban dice: “Él es el que hace brillar al sol en los cielos, y los vientos que soplan son su aliento. Él ha ahuecado las cuencas de los ríos; éstos fluyen por su mandato. Él ha hecho las profundidades de los mares“.
El reinado de Varuna también llegó a su fin. Indra, el dios que mató al «Dragón» celestial, reclamó el trono después de matar a su padre. Él era el nuevo Señor de los Cielos y Dios de las Tormentas. El rayo y el trueno eran sus armas, y tenía como epíteto el de Señor de los Ejércitos. Sin embargo, tuvo que compartir su dominio con sus dos hermanos. Uno era Vivashvat, que fue el progenitor de Manu, el primer hombre. El otro era Agni («encendedor»), que trajo el fuego a la Tierra desde los cielos, para que la Humanidad pudiera usarlo. En la mitología hinduista, Manu es el nombre del primer ser humano, el primer rey que reinó sobre la Tierra, y que fue salvado del diluvio universal. Es llamado Vaivasuata, porque su padre fue Vivasuat, el dios del Sol Vivasuán o Suria. Su madre fue Saraniu. También es llamado Satiavrata. En sánscrito, manu proviene de manas, ‘mente’, y significaría ‘pensante, sabio, inteligente’. También se cree que proviene de un vocablo indoeuropeo que habría dado lugar al término inglés man (hombre varón) y a los términos «humano» y «humanidad». En el Majabhárata leemos: “Y Manu fue dotado con una gran sabiduría, y dedicado a la virtud. Y fue progenitor de una dinastía. Todos los de la raza de Manu son llamados humanos (manavá). De él nacieron los bráhmanas, chatrías, y otros, que por lo tanto son llamados humanos (manavás). Los diez hijos de Manu fueron: Vena [el malvado rey], Dhrishnú, Narishian, Nabhaga, Iksuakú, Karusha, Sariati, Ila [la octava, una hija], Prishadhru [el noveno] y Nabhagarishta. Todos se dedicaron a las prácticas de los chatrías [políticos-militares]. Aparte de estos, Manu tuvo otros cincuenta hijos. Pero hemos oído que todos perecieron, peleando unos contra otros“. Manu tuvo otro hijo llamado Príia Vrata, que fue un rey muy famoso. A partir de su hijo Iksuakú se inició la tribu de los iksuakús, una rama de la Dinastía Solar, descendiente del dios del Sol. Manu vive durante un eón de 4320 millones de años, llamado manu-antara. La suma de 14 manuantaras forman un kalpa, el periodo que corresponde a un día de la vida del dios Brahmá. Cada manuantara es regido por un Manu diferente. Las similitudes entre los panteones védico y griego son obvias. Los cuentos relativos a las principales deidades, así como los versos que tratan de multitud de otras deidades menores, incluyendo hijos, esposas, hijas, o amantes, son réplicas de los mitos griegos. No cabe duda de que Dyaus acabó significando Zeus; Dyaus-Pitar, Júpiter; Varuna, Urano; y así sucesivamente. Y, en ambos casos, el Círculo de los Grandes Dioses era siempre de doce, no importa los cambios que tuvieran lugar en la sucesión divina.
Los investigadores creen que, en algún momento durante el segundo milenio a.C., un pueblo que hablaba una lengua indoeuropea y que debía de estar centrado en el norte de Irán o en la zona del Cáucaso, se embarcó en grandes migraciones. Un grupo de ellos fue hacia la India. Los hindúes les llamaron arios («hombres nobles»). Trajeron con ellos los Vedascomo relatos orales, alrededor del 1500 a.C. Otra oleada de esta migración indoeuropea fue hacia el oeste, hacia Europa. Algunos dieron la vuelta al Mar Negro y entraron en Europa a través de las estepas rusas. Pero la ruta principal que siguió este pueblo para llegar a Grecia fue a través de Asia Menor. De hecho, algunas de las más antiguas ciudades griegas no se encuentran precisamente en la Grecia continental, sino en el extremo occidental de Asia Menor. en la península Anatolia, hoy en día perteneciente a Turquía. Pero poco sabemos sobre estos indoeuropeos que eligieron Anatolia como hogar. Una de las pocas fuentes disponibles es el Antiguo Testamento. Ahí se encuentran varias referencias a los Hititas como el pueblo que habitaba en las montañas de Anatolia. A diferencia de la enemistad que refleja el Antiguo Testamento por los cananeos y otros vecinos, cuyas costumbres eran consideradas como una abominación, a los hititas se les veía como amigos y aliados de Israel. Betsabé, deseada por el rey David, era la esposa de Urías, el hitita, uno de los oficiales del ejército del rey David. El rey Salomón, que forjó alianzas casándose con las hijas de reyes extranjeros, tomó como esposas a las hijas de un faraón egipcio y de un rey hitita. En otro momento, un ejército sirio invasor emprende la huida al oír el rumor de que «el rey de Israel ha tomado a sueldo contra nosotros a los reyes de los hititas y a los reyes de los egipcios». Estas breves alusiones a los hititas revelan la alta estima en la que se tenían las habilidades militares de aquellos. Cuando se descifraron los jeroglíficos egipcios y, más tarde, las inscripciones mesopotámicas, los expertos se encontraron con numerosas referencias a una «Tierra de Hatti», que era un reino grande y poderoso de Anatolia. Basándose en las claves proporcionadas por los textos egipcios y mesopotámicos, los estudiosos se embarcaron en una serie de excavaciones en antiguos lugares de las regiones montañosas de Anatolia. Y sus esfuerzos tuvieron recompensa, ya que encontraron ciudades, palacios, tesoros reales, tumbas reales, templos, objetos religiosos, herramientas, armas y objetos artísticos de los hititas. Pero, por encima de todo, se encontraron con muchas inscripciones, tanto en escritura pictográfica como en cuneiforme.
En el exterior de la antigua capital hitita, que en la actualidad se llama Yazilikaya, que en turco significa «roca inscrita», se halló una talla en roca. Después de pasar a través de pórticos y santuarios, el antiguo devoto entraba en una galería abierta al aire libre, una abertura en medio de un semicírculo de rocas, sobre las que estaban representados, en procesión, todos los dioses de los hititas. Hay un largo desfile de deidades, principalmente masculinas, organizado claramente en grupos de doce. En el extremo izquierdo, es decir, al final de este asombroso desfile, hay doce deidades que parecen idénticas y que portan todas la misma arma. En el grupo de doce que hay en la mitad, algunas deidades parecen más viejas, otras llevan diversas armas y hay dos que están señaladas por un símbolo divino. El tercer grupo de doce, el de delante, está claramente constituido por las deidades masculinas y femeninas más importantes. Sus armas y emblemas son más variados; cuatro tienen el divino símbolo celestial por encima de ellos, mientras que dos tienen alas. En este grupo también hay participantes no divinos, como dos toros que sostienen un globo, y el rey de los hititas, que lleva un casquete y que está de pie debajo del emblema del disco alado. Una cantidad de culturas ancestrales nos hablan de sus “dioses alados”, dioses del Sol los cuales representaban con el símbolo de un “disco alado”. Este símbolo del “disco alado” fue venerado por los soberanos de Sumer y Acad, de Babilonia y Asiría, de Elam y Urartu, de Mari y Nuzi, de Mitanni y Canaán durante miles de años. Con las variaciones propias de sus respectivas mitologías, reyes babilonios e hititas, faraones egipcios, shas persas, entre otros soberanos, se postraban ante este símbolo. Volviendo a los monumentos hititas, desfilando desde la derecha había dos grupos de deidades femeninas. Sin embargo, las tallas están demasiado mutiladas para poder estar seguros de su número original. Lo más probable es que también formaban dos grupos de doce. Ambas procesiones, la de la izquierda y la de la derecha, se encontraban en un panel central que representaba, con toda claridad, a los Grandes Dioses, pues a todos estos se les mostraba elevados, de pie encima de las montañas, de los animales, de los pájaros o, incluso, sobre los hombros de sus divinos asistentes. Muchos esfuerzos invirtieron los expertos para determinar los símbolos jeroglíficos de las representaciones, así como, de los textos parcialmente legibles y de los nombres de dioses que estaban tallados en las rocas, los nombres, títulos y papeles de las deidades que aparecían en la procesión. Pero está claro que el panteón hitita, también, estaba gobernado por los doce «olímpicos». Los dioses menores estaban organizados en grupos de doce, y los Grandes Dioses sobre la Tierra estaban asociados con doce cuerpos celestes.
Pero, que el panteón hitita estuviera gobernado por el «número sagrado» doce, queda confirmado por un santuario de piedra encontrado cerca de la actual Beit-Zehir. En él, se representa a una pareja de dioses rodeada por otros diez dioses, sumando doce en total. Los descubrimientos arqueológicos demuestran que los hititas adoraban a los grandes dioses de antaño, que provenían originariamente de los cielos. Su símbolo, que en la escritura pictográfica hitita significaba «dios celestial», solía aparecer sobre sellos redondos. Pero también había otros dioses actuando como soberanos supremos de la Tierra, nombrando a los reyes humanos e instruyéndolos en distintas cuestiones. Encabezando a los dioses hititas había una deidad llamada Teshub. nombre dado al Dios del Cielo y de la Tormenta en la mitología hitita, que previamente lo había tomado de los hurritas, que era su dios principal, el rey de los dioses. Su nombre hitita y luvita fue Tarhun. El lugar principal de culto era en Kumme, en el Kurdistán, pero también era venerado en los templos consagrados al Dios de la Tormenta, como en Alepo, Arrafa, Kumani y en el santuario rupestre hitita de Yazilikaya. Los hititas lo representaban usualmente como un guerrero y dios que sostiene un rayo triple, casco y armas, generalmente un hacha doble y espada. También viajaba en el carro que llevaban los toros de las mitologías hurrita e hitita, Seri y Hurri (‘Día’ y ‘Noche’). Teshub es descrito en la cultura hitita como el esposo de Arinna, con la cual tuvo muchos hijos. Igualmente se le describe como el dios que mató al dragón Illuyanka, pero que previamente había sido derrotado por él. Se le apodaba también Taru («toro»). Al igual que los griegos, los hititas representaban también algún tipo de culto al toro. Y al igual que Júpiter más tarde, Teshub era representado como Dios del Trueno y del Rayo, montado sobre un toro. Los textos hititas, como las posteriores leyendas griegas, relatan la batalla que tuvo que afrontar su deidad jefe con un monstruo para consolidar su supremacía. Un texto, llamado por los expertos «El Mito de la Muerte del Dragón», identifica al adversario de Teshub como el dios Yanka. No pudiendo derrotarle en la batalla, Teshub recurre a los otros dioses en busca de ayuda, pero sólo una diosa viene, le presta asistencia, y se deshace de Yanka emborrachándolo en una fiesta.
Parece que estos mitos serían el origen de la leyenda de San Jorge y el Dragón, en que se refieren al adversario herido por el dios bueno como «el dragón». Pero Yanka significa «serpiente», y que los pueblos de la antigüedad representaban al dios «malo» de este modo. Zeus también combatió con un dios-serpiente, equivalente al dragón. A estas antiguas tradiciones sobre la lucha entre un dios y una deidad serpentina se les atribuía un profundo significado. Un relato épico hitita, titulado «La Realeza del Cielo», trata del origen celeste de los dioses. El narrador de aquellos sucesos, anteriores a los seres mortales, invoca en primer lugar a los doce «poderosos dioses de antaño», para que escuchen su relato y sean testigos de su veracidad: “¡Que escuchen los dioses que están en el Cielo, y aquellos que están sobre la oscura Tierra! Que escuchen los poderosos dioses de antaño“. Siendo los dioses de antaño tanto del Cielo como de la Tierra, la epopeya hace una lista de los doce «poderosos dioses de antaño», los antepasados de los dioses más modernos. El narrador procede a relatar los sucesos que llevaron a que el dios que era «rey del Cielo» viniera a «la oscura Tierra»: “Antes, en los días antiguos, Alalu era rey del Cielo; Él, Alalu, estaba sentado en el trono. El poderoso Anu, el primero entre los dioses, de pie ante él, se inclinaba ante sus pies, y ponía la copa en su mano. Durante un total de nueve períodos, Alalu fue rey en el Cielo. En el noveno período, Anu le dio batalla a Alalu. Alalu fue derrotado, huyó ante Anu. Descendió a la oscura Tierra. Abajo, a la oscura Tierra fue; en el trono se sentó Anu“. Así pues, la epopeya atribuye a la usurpación del trono la llegada de un «rey del Cielo» a la Tierra. Un dios llamado Alalu fue obligado a abandonar su trono y a huir para salvar su vida, por lo que «descendió a la oscura Tierra». Pero ése no fue el final. El texto sigue relatando cómo Anu, a su vez, fue destronado por un dios llamado Kumarbi, hermano de Anu, según algunas interpretaciones. No cabe duda de que esta epopeya, escrita mil años antes de que se generaran las leyendas griegas, fue la precursora del relato del destronamiento de Urano a manos de Crono, y del destronamiento de Crono a manos de Zeus. Incluso el detalle de la castración de Crono por parte de Zeus se encuentra en el texto hitita, pues eso es exactamente lo que Kumarbi le hizo a Anu: “Durante un total de nueve períodos, Anu fue rey en el Cielo; En el noveno período, Anu tuvo que hacer batalla con Kumarbi. Anu consiguió soltarse de Kumarbi y huyó. Huyó Anu, elevándose hacia el cielo. Kumarbi salió tras él, y lo agarró por los pies; tiró de él hacia abajo desde los cielos. Le mordió los genitales, y la «Virilidad» de Anu, al combinarse con las tripas de Kumarbi, se fundió como el bronce“.
Según este antiguo relato, la batalla no terminó con una victoria total. Aunque castrado, Anu se las apañó para huir hasta su Morada Celestial, dejando a Kumarbi con el control de la Tierra. Mientras tanto, la «Virilidad» de Anu produjo varias deidades en las tripas de Kumarbi, deidades que, como Crono en las leyendas griegas, se vio obligado a liberar. Uno de estos dioses fue Teshub, el dios supremo de los hititas. Sin embargo, iba a haber una batalla épica más antes de que Teshub pudiera reinar en paz. Al conocer la aparición de un heredero de Anu en Kummiya («morada celestial»), Kumarbi preparó un plan para «crear un rival para el Dios de las Tormentas». «Tomó el báculo con la mano y se puso en los pies un calzado que le hacía rápido como los vientos», y fue desde su ciudad Ur-Kish hasta la morada de la Dama de la Gran Montaña. Cuando llegó: “Se le despertó el deseo; durmió con la Dama de la Montaña; su virilidad fluyó dentro de ella. Cinco veces la tomó. Diez veces la tomó“. Se supone que las leyes sucesorias de los dioses eran de tal tipo que un hijo de Kumarbi y la Dama de la Gran Montaña se hubiera podido reivindicar como heredero legítimo al Trono Celestial. Ello explicaría que Kumarbi «tomara» a la diosa cinco y diez veces, con el fin de asegurar la concepción; como, de hecho así fue, pues tuvo un hijo al que Kumarbi llamó simbólicamente Ulli-Kummi («supresor de Kummiya», la morada de Teshub). Kumarbi preveía que la batalla por la sucesión se entablaría en los cielos. Al haber destinado a su hijo para eliminar a los de Kummiya (la «morada celestial»), Kumarbi diría de su hijo: “¡Que ascienda hasta el Cielo por su realeza! ¡Que venza a Kummiya, la hermosa ciudad! ¡Que ataque al Dios de las Tormentas y lo haga pedazos, como a un mortal! Que derribe a todos los dioses del cielo“. Tal vez estas batallas de Teshub tanto en la Tierra como en los cielos tuvieron lugar cuando comenzaba la Era de Tauro, alrededor del 4000 a.C. Quizás fue la razón por la cual al vencedor se le asoció con el toro. Todo parece indicar que el panteón y los relatos de los dioses hititas tienen sus raíces en Sumer. La historia del desafío de Ulli-Kummial Trono Divino prosigue con el relato de batallas que, sin embargo, no resultan decisivas. Al final se hace una llamada a las deidades para que medien en la disputa, y se convoca unaAsamblea de Dioses, encabezada por un dios llamado Enlil, y otro dios llamado Ea, para ayudar a zanjar la disputa sobre la sucesión divina.
Pero no consiguen resolver el conflicto y Enlil aconseja entonces otra batalla con el aspirante, si bien con la ayuda de algunas armas. «Escuchad, dioses de antaño, vosotros que conocéis las palabras de antaño», dice Enlil a sus seguidores: “¡Abrid los antiguos almacenes de los padres y los abuelos! Sacad la lanza de Cobre Viejo con la que se separó el Cielo de la Tierra; y que corten los pies de Ulli-Kummi“. Los investigadores cayeron en la cuenta de que los hititas adoraban, de hecho, un panteón de origen sumerio, y de que donde se desarrollaban los relatos de los «dioses de antaño» era Sumer. Sin embargo, no sólo resultaba que la lengua hitita estaba basada en diversos dialectos indoeuropeos, sino que también estaba sujeta a una sustancial influencia acadia, tanto en la manera de hablarla como de escribirla. Dado que el acadio, basado en el idioma sumerio, era el idioma del mundo antiguo en el segundo milenio a.C., su influencia sobre el hitita parece evidente. El sumerio, en palabras de O. R. Gurney autor de Los Hititas: «se estudiaba intensivamente en Hattu-Shash (la capital), donde se han encontrado diccionarios sumerio-hitita. Muchas de las sílabas asociadas con los signos cuneiformes en el período hitita son en realidad palabras sumerias de las que (los hititas) habían olvidado el significado. En los textos hititas, los escribas solían cambiar palabras comunes hititas por sus correspondientes sumerias o babilonias». Pero cuando los hititas llegaron a Babilonia, en algún momento antes del 1600 a.C., hacía ya mucho que los sumerios habían desaparecido de la escena de Oriente Próximo. El puente entre los sumerios y los hititas, según se ha descubierto recientemente, lo estableció otro pueblo, los hurritas. Citados en el Antiguo Testamento como horitas o joritas («pueblo libre»), dominaron los extensos territorios entre Sumer y Acad, en Mesopotamia, y en el reino de los hititas, en Anatolia. Pero las sedes de su poder, los principales centros de las antiguas rutas comerciales y sus más venerados santuarios, se encontraban en la zona que había «entre los dos ríos», en la bíblica Naharayim. Su capital más antigua estaba en algún lugar a orillas del río Khabur. Su principal centro comercial, junto al río Balikh, era la bíblica Jarán, la ciudad en la que la familia del patriarca Abraham se estableció en su camino desde Ur, en el sur de Mesopotamia, hasta la Tierra de Canaán. Documentos reales egipcios y mesopotámicos se referían al reino hurrita como Mitanni, y lo trataban en pie de igualdad, como una potencia cuya influencia iba más allá de sus fronteras. Los hititas llamaban a sus vecinos hurritas «Hurri». Sin embargo, algunos expertos han sugerido la posibilidad de que fuese el origen del nombre de arios.
Parece evidente que los hurritas eran de origen ario o indoeuropeo. En sus inscripciones invocaban a varias de sus deidades por sus nombres védicos «arios», sus reyes llevaban nombres indoeuropeos, y su terminología militar derivaba del indoeuropeo. Bedřich Hrozný, orientalista y lingüista checo, descifró el antiguo idioma hitita, lo identificó como una lengua indoeuropea y sentó las bases para el desarrollo de la hititología. En la década de 1920 dirigió un trabajo para desentrañar los registros hititas y hurritas, llegando a llamar a los hurritas «los más antiguos de los hindúes». Los hurritas dominaron cultural y religiosamente a los hititas. Los textos mitológicos hititas han resultado ser de procedencia hurrita, e incluso los relatos épicos de los héroes prehistóricos semidivinos eran de origen hurrita. Queda claro que los hititas adquirieron de los hurritas su cosmología, sus «mitos», sus dioses y su panteón de doce. Esta conexión entre los orígenes arios, el culto hitita y las fuentes hurritas de estas creencias, está e bien documentada en la oración hitita de una mujer rogando por la vida de su marido enfermo. Dirigiendo sus súplicas a la diosa Hebat, esposa de Teshub, la mujer rezaba: “Oh, diosa del Disco Naciente de Arynna, mi Señora, Dueña de las Tierras de Hatti, Reina del Cielo y de la Tierra. En el país de Hatti, tu nombre es «Diosa del Disco Naciente de Arynna»; pero en la tierra que tú hiciste, en la Tierra del Cedro, portas el nombre de «Hebat»”.Pero la cultura y la religión adoptada y transmitida por los hurritas no era indoeuropea. Ni siquiera su lengua era, realmente, indoeuropea. Indudablemente, había elementos acadios en la lengua, la cultura y las tradiciones hurritas. Pero, dado que la cultura y la religión acadias no eran más que una evolución de las tradiciones y creencias originales sumerias, lo que los hurritas absorbieron y transmitieron, de hecho, fue la religión de Sumer. Ello se hace evidente por el uso frecuente de nombres divinos, epítetos y signos escritos sumerios. Los relatos épicos eran los relatos de Sumer; los lugares donde moraban los dioses de antaño eran ciudades sumerias; la «lengua de antaño» era la lengua de Sumer. Incluso el arte hurrita era un duplicado del arte sumerio, tanto en formas como en temas y símbolos.
Las evidencias sugieren que los hurritas, que eran los vecinos septentrionales de Sumer y Acad en el segundo milenio a.C., se mezclaron en realidad con los sumerios durante el milenio anterior. Es un hecho demostrado que los hurritas estaban presentes y activos en Sumer en el tercer milenio a.C., y que tenían posiciones importantes en Sumer durante su último período de gloria, es decir, durante la tercera dinastía de Ur. Existen evidencias que indican que los hurritas dirigían y manejaban la industria del tejido por la cual Sumer era famosa en la antigüedad. Los renombrados mercaderes de Ur debieron ser hurritas en su mayoría. Durante el siglo XIII a.C., debido a la presión de grandes migraciones e invasiones, los hurritas se retiraron a la zona septentrional de su reino, establecieron su nueva capital cerca del lago Van y le pusieron a su reino el nombre de Urartu («Ararat»), nombre asirio de una zona montañosa ubicada entre el sureste del mar Negro y el suroeste del mar Caspio, actualmente compartida por la República Armenia, Irán y Turquía, formada luego de la caída del Imperio hitita. Incluye los grandes lagos de Van en Turquía, donde se encuentra la antigua capital Tushpa, Urmia (en Irán) y lago Seván (en Armenia).. Allí adoraron a un panteón encabezado por Tesheba (Teshub), representándolo como a un dios vigoroso, con un casquete con cuernos, de pie sobre el símbolo de su culto, el toro. Su principal santuario tuvo por nombre Bitanu («casa de Anu») y se consagraron a construir su reino, «la fortaleza del valle de Anu». Pero Anu era el Padre de los dioses sumerios. Pero hay otra vía por la cual llegaron a Grecia los relatos y el culto de los dioses. Se trata de la que llegó desde las costas orientales del Mediterráneo, vía Creta y Chipre. Las tierras que forman hoy Israel, Líbano y el sur de Siria, estaban habitadas por pueblos que podríamos agrupar bajo el nombre de cananeos. Todo lo que se sabía de ellos hasta hace poco aparecía en referencias del Antiguo Testamento, que normalmente eran negativas, y de inscripciones fenicias. Los arqueólogos estaban empezando a conocer a los cananeos cuando, de pronto, dos descubrimientos salieron a la luz. Se trataba de unos textos egipcios de Luxor y Saqqara, así como unos textos históricos, literarios y religiosos desenterrados en un importante centro cananeo. El lugar, llamado en la actualidad Ras Shamra, en la costa siria, era la antigua ciudad de Ugarit, que fue una antigua ciudad portuaria, situada en la costa mediterránea al norte de Siria, a pocos kilómetros de la moderna ciudad de Latakia, en la región asiática conocida como Levante.
Ugarit fue fundamental en la historia de las grandes civilizaciones del Cercano Oriente, especialmente durante el período de esplendor, en el cual Egipto tuvo estados vasallos en el Levante, período que quedó registrado con precisión en la correspondencia de Tell el-Amarna entre funcionarios egipcios, ugaríticos, y de otras nacionalidades. El pueblo ugarítico, además, hizo importantes contribuciones a la escritura y a la religión, tanto semítica como en las fases iniciales del judaísmo, como el hermetismo, entre otras corrientes religiosas y filosóficas, que sirvieron de base tanto en el cristianismo como en el mismo islamismo. Por estas contribuciones se puede identificar al pueblo que habitó Ugarit en su etapa histórica, que fue su período de esplendor y al que le dio su nombre, como un pueblo semita nororiental, emparentado lingüística y religiosamente con los cananeos ubicados más al sur. Las fuentes históricas destacaban que esta ciudad-estado, de alrededor de 2.000 Km² de superficie con sus áreas rurales, envió tributos al faraón de Egipto durante ciertos períodos, y que mantuvo importantes relaciones políticas y comerciales con el Reino de Alasiya, estado que posiblemente comprendía la isla de Chipre. Su período de esplendor se extendió entre el 1450 y el 1180 a. C., aunque la ciudad surgió en el Neolítico, como todo asentamiento de importancia en el Levante, dado su temprano desarrollo. La correspondencia egipcia ya la menciona. La lengua de las inscripciones de Ugarit, el cananeo, era lo que los expertos llaman el semita occidental, una rama del grupo de lenguas entre las que se incluyen el primitivo acadio y el actual hebreo. De hecho, cualquiera que conozca el hebreo puede leer las inscripciones cananeas con relativa facilidad. El lenguaje, el estilo literario y la terminología muestran reminiscencias del Antiguo Testamento, y la escritura es la misma que la del hebreo israelita.
El panteón de dioses que se revela en los textos cananeos tiene muchas similitudes con el posterior panteón griego. A la cabeza del panteón cananeo hay un dios supremo llamado El, una palabra que era, al mismo tiempo, el nombre del dios y el término genérico de «alta deidad». El era la autoridad última en todo tipo de asuntos, tanto humanos como divinos. Ab Adam («padre del hombre») era su título, mientras que el Bondadoso y Misericordioso eran sus epítetos. Era el «creador de todo lo creado, y el único que podía conceder la realeza». Los textos mitológicos cananeos representaban a El como a un sabio, un dios anciano que se mantenía al margen de los asuntos cotidianos. Su morada estaba en la «cabecera de los dos ríos», el Tigris y el Eufrates. Allí debía de estar, sentado en su trono, recibiendo emisarios y contemplando los problemas y las disputas que le presentaban los otros dioses. En todo el Levante mediterráneo era denominado El, o IL, al dios supremo, padre de la raza humana y de todas las criaturas, incluso para el pueblo de Israel, pero con interpretaciones distintas a los cananeos. Los sumerios tenían un dios equivalente al de la mitología cananea, llamado Anu. Este dios todopoderoso llamado El, se denomina en hebreo Elohim, una forma de plural mayestático o superlativo, como ocurre, por ejemplo, en el Génesis, en donde se emplea dicho término, pero la conjugación verbal empleada es en tercera persona singular. En otros contextos, en cambio, cuando no es usado para denominar a la deidad, se utiliza en plural y significa “dioses“. En el uso semítico, El era el nombre especial o título de un dios particular que era distinguido de otros dioses como «el dios», lo que en el sentido monoteísta sería Dios. En las tablas de Ugarit, ese dios primigenio figura también como el esposo de la diosa Asera; Ishtar entre los babilonios, que en la Biblia recibe el nombre de Astoret. La forma griega es Astarté, la cual es la madre de todos los dioses, la esposa celestial, y la reina del cielo. Representaciones del dios El se ha encontrado en las ruinas de la Biblioteca Real de la civilización Ebla, en el yacimiento arqueológico de Tell Mardikh (Siria), que data del 2300 a. C. En algún momento de la historia pudo haber sido un dios del desierto, pues un mito dice que tuvo dos esposas y que con ellas y sus hijos construyó un santuario en el desierto. El ha sido el padre de muchos dioses, entre los que contamos Baal Raman (Hadad), He, Yam y Mot, los cuales tienen atributos similares a los dioses Zeus, Poseidón o Ofión, Hades o Tánatos respectivamente, los antiguos mitógrafos griegos identificaron a El con Crono, el rey de los titanes. Por lo general, El se representa como un toro, con o sin alas. También lo llamaban Eloáh, Eláh, que en árabe se convirtió en Allah.
Una estela encontrada en Palestina representa a un dios anciano sentado en un trono al que una deidad más joven le sirve una bebida. El dios que está sentado lleva un tocado cónico adornado con cuernos, una marca de los dioses desde tiempos prehistóricos, y la escena está dominada por una figura simbólica, una estrella alada, un emblema omnipresente. En términos generales, los expertos aceptan que este relieve escultórico representa a El, el dios supremo cananeo. Sin embargo, El no fue siempre un señor de antaño. Uno de sus epítetos era Tor (que significa «toro»), que, según creen los estudiosos, vendría a hablarnos de sus proezas sexuales y de su papel como Padre de los Dioses. Un poema cananeo titulado «El Nacimiento de los Dioses Benévolos» nos representa a El en la costa, probablemente desnudo, mientras dos mujeres están totalmente hechizadas por el tamaño de su pene. Después, mientras un ave es asada en la playa, El mantiene relaciones sexuales con las dos mujeres. De este episodio nacen dos dioses, Shahar («amanecer») y Shalem («crepúsculo»). Pero estos no fueron sus únicos hijos, ni siquiera los más importantes. Su hijo principal fue Baal, el nombre de la deidad, además de término general que significa «señor». Al igual que hacían los griegos en sus relatos, los cananeos hablaban de los desafíos que solía plantear el hijo a la autoridad y la soberanía de su padre. Al igual que El, su padre, Baal era lo que los estudiosos llaman un Dios de las Tormentas, un Dios del Trueno y del Rayo. El sobrenombre de Baal era Hadad («el agudo»). Sus armas eran el hacha de guerra y la lanza-rayo, mientras que su animal de culto, al igual que el de El, era el toro, y, también como a El, se le representaba con un tocado cónico adornado con un par de cuernos. A Baal también se le llamaba Elyon («supremo»), es decir, el príncipe heredero. Pero no había conseguido este título sin luchar. En primer lugar con su hermano Yam («príncipe del mar»), y después con su hermano Mot. Un largo y conmovedor poema, recompuesto a partir de numerosos fragmentos de tablillas, comienza con la llamada al «Maestro Artesano» ante la morada de El«en las fuentes de las aguas, en medio de las cabeceras de los dos ríos»: “A través de los campos de El llega, entra en el pabellón del Padre de los Años. Ante los pies de El se inclina, cae, se postra, rindiendo homenaje“.
Se ordena al Maestro Artesano que erija un palacio para Yam como señal de su ascenso al poder. Envalentonado con esto, Yam envía sus mensajeros a la asamblea de los dioses, para pedir que Baal se postre ante él. Yam da instrucciones a sus emisarios para que se muestren desafiantes y los dioses de la asamblea claudiquen. Hasta El acepta la nueva alineación entre sus hijos. «Ba’al es tu esclavo, Oh Yam», declara. Sin embargo, la supremacía de Yam no iba a durar demasiado. Armado con dos «armas divinas», Baal lucha con él y lo derrota, para, inmediatamente, ser retado por Mot («el que hiere»). En este combate, Baal resulta vencido; pero su hermana Anat se niega a aceptar la muerte de Baal como final. «Ella agarró a Mot, el hijo de El, y con una espada lo hendió». La destrucción de Mot lleva, según el relato cananeo, a la milagrosa resurrección de Baal. Los estudiosos han intentado racionalizar el hecho sugiriendo que el relato era sólo alegórico. Pero no hay duda de que el relato cananeo no estaba pensado como una alegoría, ya que narraba lo que, por aquel entonces, se tenía por hechos ciertos. Explicaba de qué modo habían luchado entre ellos los hijos de la deidad suprema, y cómo uno de ellos, desafiando a la derrota, se convirtió en el heredero aceptado, provocando la alegría de El: “El, el bondadoso, el misericordioso, se alegra. Pone los pies en el escabel. Abre la garganta y ríe; levanta la voz y grita: «¡Me sentaré y me pondré cómodo, reposará el alma en mi pecho; pues Ba’al el poderoso está vivo, pues el Príncipe de la Tierra existe!»”. Así pues, Anat, según las tradiciones cananeas, se pone del lado de su hermano Baal en su combate a vida o muerte con el malvado Mot. No deja de ser obvio el paralelismo entre este relato y el de la tradición griega de la diosa Atenea, al lado del dios supremo Zeus en su lucha a vida o muerte con Tifón. A Atenea se le llamó «la doncella perfecta», a pesar de haber tenido multitud de amoríos ilícitos. Del mismo modo, las tradiciones cananeas, que precedieron a las griegas, empleaban el epíteto de «la Doncella Anat», y, a pesar de esto, también hablaban de sus diversos amoríos, en especial, el que mantenía con su propio hermano Baal. Uno de estos textos describe la llegada de Anat a la morada de Baal en el Monte Zafón, y cuenta cómo Baal se apresura en despedir a sus esposas para, después, echarse a los pies de su hermana; ambos se miran a los ojos, y se ungen mutuamente los «cuernos»: “Él coge y se aferra a su matriz. Ella coge y se aferra a sus «piedras». La doncella Anat está hecha para concebir y dar a luz“. No resulta extraño, por tanto, que a Anat se la representara tan a menudo completamente desnuda, para remarcar sus atributos sexuales, como en la impresión de un sello, en el que puede verse a Baal, con casco, combatiendo con otro dios.
Como en el caso de la religión griega y de sus precursoras directas, el panteón cananeo tiene también una Diosa Madre, consorte oficial del dios supremo. En este caso, se llamaba Ashera, en un evidente paralelismo con la griega Hera. Astarté (la bíblica Ashtoreth) era la homologa de Afrodita. Su consorte frecuentemente era Athtar (o Attar), el dios del lucero del alba (Venus) en la mitología semítica occidental, y que, probablemente, tenía su homólogo en Ares, el hermano de Afrodita. Una leyenda cananea dice que Athtar intentó usurpar el trono del dios de la tormenta Baal, pero no lo consiguió. Había otras deidades jóvenes, masculinas y femeninas, cuyos paralelismos astrales o griegos son fácilmente conjeturables. Pero, junto a estas deidades jóvenes, estaban los «dioses de antaño», alejados de los asuntos mundanos, pero accesibles cuando los mismos dioses se metían en problemas serios. Algunas de sus esculturas, aun estando parcialmente dañadas, los muestran con rasgos autoritarios, reconocibles como dioses por su tocado de cuernos. El Antiguo Testamento considera a los cananeos parte de la familia de naciones camitas, con raíces en las tierras cálidas, que es lo que significa cam, de África, hermanos de los egipcios. Los objetos y los registros escritos desenterrados por los arqueólogos confirman la estrecha afinidad entre ambos, así como las muchas similitudes entre las deidades cananeas y egipcias. Si nos atenemos a la multitud de dioses nacionales y locales, al ingente número de nombres y epítetos, y a la gran diversidad de sus roles, emblemas y mascotas animales, los dioses de Egipto dan la sensación de ser algo incomprensible. Pero, si miramos más detenidamente, nos daremos cuenta de que, en esencia, no se diferenciaban de los dioses de otras tierras del mundo antiguo. Los egipcios creían en Grandes Dioses que se distinguían fácilmente de las multitudes de deidades menores. G. A. Wainwright, egiptólogo británico y antiguo ayudante del famoso egiptólogo Flinders Petrie, en su obra The Sky-Religion in Egypt resumió las evidencias al demostrar que la creencia de los egipcios en Dioses del Cielo que habían descendido a la Tierra era «sumamente antigua». Algunos de los epítetos de estos Grandes Dioses, como el Más Grande de los Dioses, resultan familiares.
Aunque los egipcios utilizaban el sistema decimal en sus cálculos, sus temas religiosos estaban gobernados por el sistema sexagesimal sumerio, y los temas celestiales estaban sujetos al divino número doce. Los cielos fueron divididos en tres partes, con doce cuerpos celestiales en cada una de ellas. El más allá se dividió en doce partes. El día y la noche se dividieron en doce horas. Y todas estas divisiones se equipararon con grupos de chacales que, a su vez, constaban de chacales perros cada una. A la cabeza del panteón egipcio estaba Ra («creador»), que presidía una Asamblea de Dioses que ascendía a doce. Él había llevado a cabo sus increíbles obras de creación en tiempos primitivos, creando a Geb («Tierra») y Nut («cielo»). Después, hizo que crecieran plantas en la Tierra, así como las criaturas que se arrastran; y, finalmente, hizo al Hombre. Ra era un dios celestial invisible que sólo se manifestaba de vez en cuando. Su manifestación era el Aten, el Disco Celestial, representado como un Globo Alado. Según la tradición egipcia, la aparición y las actividades de Ra en la Tierra estaban directamente relacionadas con el trono. Según esta tradición, los primeros soberanos de Egipto no fueron hombres sino chacales, y el primer dios que reinó en Egipto fue Ra. Después, Ra dividió el reino, dándole el Bajo Egipto a su hijo Osiris y el Alto Egipto a su hijo Set. Pero Set trazó un plan para derrocar a Osiris y, al final, consiguió darle muerte. Isis, hermana y esposa de Osiris, recuperó el cuerpo mutilado de éste y lo resucitó. Después, Osiris atravesó «las puertas secretas» y se unió a Ra en su sendero celestial. Su lugar en el trono de Egipto lo ocupó su hijo Horus, al que, en ocasiones, se le representaba como un dios con alas y cuernos. Aunque Ra era el dios más elevado en los cielos, en la Tierra lo era el hijo del dios Ptah («el que desarrolla»). Los egipcios creían que Ptah había elevado la tierra de Egipto desde debajo de las aguas, poniendo diques en el punto donde el Nilo asciende. Decían que este Gran Dios había llegado a Egipto desde algún otro lugar, y que no sólo se estableció en Egipto, sino también en «la tierra montañosa y en la lejana tierra extranjera». De hecho, los egipcios tenían por cierto que todos sus «dioses de antaño» habían venido en barco desde el sur, ya que se han encontrado muchos dibujos prehistóricos en rocas que muestran a estos dioses de antaño, a los que se les distingue por su tocado con cuernos, llegando a Egipto en un barco. La única ruta marítima que llega a Egipto desde el sur es la que viene por el Mar Rojo, y resulta significativo que el nombre egipcio de este mar fuera el de Mar de Ur. En su expresión jeroglífica, el signo de Ur significa «la lejana tierra extranjera en el este», por lo que no se puede descartar que, en realidad, también se estuvieran refiriendo a la ciudad sumeria de Ur, que se encontraba en esa misma dirección.
Actualmente hay muchas evidencias que indican que la organizada sociedad y civilización egipcia, que comenzó medio milenio o más después de la sumeria, extrajo su cultura, su arquitectura, su tecnología, su escritura y otros muchos aspectos de la civilización de Sumer. Y las evidencias demuestran también que los dioses de Egipto se originaron en Sumer. Los cananeos, parientes de los egipcios, compartieron con ellos los mismos dioses. Pero, situados en la franja de tierra que sirvió de puente entre Asia y África desde tiempos inmemoriales, los cananeos también se vieron sometidos a fuertes influencias semitas o mesopotámicas. Como los hititas en el norte, los hurritas en el nordeste y los egipcios en el sur, los cananeos no podían hacer alarde de un panteón original. Ellos también adquirieron su cosmogonía, sus dioses y sus leyendas en otra parte. Sus contactos directos con la fuente sumeria fueron a través de los amoritas, o amorreos. Los amoritas fueron un pueblo de origen semita constituido por tribus nómadas muy belicosas que ocuparon Siria, Canaán y la región al oeste del río Éufrates, desde la segunda mitad del tercer milenio antes de nuestra era. En el curso de sus correrías llegaron a conquistar en dos ocasiones la ciudad de Babilonia. Se cree que el rey Hammurabi era descendiente de amorreos. Su nombre deriva de la acadia amurru y de la sumeria martu («occidentales»), y no se les trataba como a extraños, sino como a parientes que vivían en las provincias occidentales de Sumer y Acad. En las listas de funcionarios de los templos en Sumer han aparecido nombres de origen amorita, y cuando Ur cayó ante los invasores elamitas hacia el 2000 a.C., un amorita llamado IshbiIrra reinstauró la monarquía sumeria en Larsa y se propuso, como primer objetivo, recuperar Ur y restaurar allí el gran santuario al dios Sin. Jefes amoritas establecieron la primera dinastía independiente en Asiría alrededor del 1900 a.C., y Hammurabi, que le dio grandeza a Babilonia hacia el 1800 a.C., fue el sexto sucesor de la primera dinastía de Babilonia, que era amorita. La antigua capital de los amoritas, conocida como Mari, fue descubierta en 1933 al este del flanco sirio, cerca del límite de Irak. Una tribu beduina estaba excavando un montículo para construir una tumba donde enterrar un difunto recientemente fallecido cuando encontraron la cabeza de una estatua. Después de que esta noticia llegase a las autoridades francesas, que en ese momento tenían el control de Siria, el informe fue estudiado comenzando las excavaciones en el lugar poco después, el 14 de diciembre de 1933 por los arqueólogos del Louvre de París.
En un meandro del Eufrates, donde la frontera de Siria corta el río en la actualidad, las excavadoras sacaron a la luz una importante ciudad, cuyos edificios se habían construido y reconstruido entre el 3000 y el 2000 a.C., sobre cimientos que datan de siglos atrás. Entre las ruinas más antiguas había una pirámide escalonada y templos dedicados a las deidades sumerias Inanna, Ninhursag y Enlil. El palacio de Mari ocupaba más dos hectáreas, y disponía de una sala del trono pintada con los más sorprendentes murales, de trescientas habitaciones diferentes, con cámaras para escribas y más de veinte mil tablillas en escritura cuneiforme, con asuntos que van desde la economía, el comercio, la política y la vida social de aquellos tiempos, hasta asuntos militares y de estado, así como de su religión. Una de las pinturas murales del gran palacio de Mari representa la investidura del rey Zimri-Lim a manos de la diosa Inanna, a la que los amoritas llamaban Ishtar, que era la diosa babilónica del amor y la guerra, de la vida, de la fertilidad, y patrona de otros temas menores. Se asociaba principalmente con la sexualidad. Su culto implicaba la prostitución sagrada. Por ello la ciudad sagrada Uruk se llamaba la “ciudad de las cortesanas sagradas“, y ella misma fue la “cortesana de los dioses“. Ištar tenía muchos amantes; sin embargo, como señala Felix Guirand, autor de Assyro-Babylonian Mythology: “¡Ay de aquel a quien había honrado Ištar, la diosa caprichosa trataba cruelmente a sus amantes de paso, y los infelices desgraciados suelen pagar un alto precio por los favores amontonados en ellos. Los animales, esclavizados por el amor, perdían su vigor nativo: cayeron en las trampas colocadas por los hombres o fueron domesticados por ellos. ‘¡Tú has amado al león, poderoso en fortaleza’, dice el héroe Gilgameš a Ištar, ‘y has cavado pozos para él siete y siete! Has amado al corcel, orgulloso en la batalla, y le has destinado el cabestro, el aguijón y el látigo’“. Incluso para los dioses el amor de Ištar fue fatal. En su juventud la diosa había amado a Tammuz, dios de la cosecha. Y de acuerdo con la epopeya de Gilgamesh, este amor causó la muerte de Tammuz. Se le asocia en otras regiones con diosas como Inanna en Sumeria, Anahit en la antigua Armenia (Urartu), Astarté (Asera) en Canaán, Fenicia y en las religiones abrahámicas.
Ištar, Inanna y estas diosas representan el arquetipo de la diosa madre. En Sumeria era conocida como Inanna y posteriormente, en Babilonia y en su zona de influencia cultural en todo Oriente Medio, recibe los títulos honoríficos de Reina del Cielo y Señora de la Tierra. Para Joseph Campbell, Ištar/Inanna, que amamanta al dios Tammuz, es la misma diosa que Afrodita y que la egipcia Isis, que alimenta a Horus. Como en el resto de panteones, la deidad suprema entre los amoritas era un dios del clima o de las tormentas al que llamaban Adad, equivalente al cananeo Baal, y apodaban Hadad. Su símbolo, como era de esperar, era el rayo. En los textos cananeos a Baal se le suele llamar el «Hijo del Dragón». Los textos de Mari hablan también de una deidad aún más antigua llamada Dagan, un «Señor de la Abundancia» que, al igual que El, se le tenía por un dios retirado, que se quejaba ocasionalmente de que no se le había consultado cómo había que conducirse en determinada guerra. Entre otros miembros del panteón estaban también el Dios Luna, al que los cananeos llamaban Yerah, los acadios Sin y los sumerios Nannar; el Dios Sol, comúnmente llamado Shamash; y otras deidades cuyas identidades no dejan lugar a dudas de que Mari fue un puente que conectó las tierras y los pueblos del Mediterráneo oriental con las fuentes mesopotámicas. Entre los descubrimientos hechos en Mari, como en cualquier otra parte de las tierras de Sumer, había docenas de estatuas de reyes, nobles, sacerdotes, y cantantes. Se les representaba invariablemente con las manos entrelazadas en oración y con la mirada dirigida hacia sus dioses. Es todo un enigma saber quiénes fueron esos Dioses del Cielo y de la Tierra, divinos y, sin embargo, humanos, encabezados siempre por un panteón de doce deidades. Pero las mitologías de los griegos y los arios, de los hititas y los hurritas, de los cananeos, de los egipcios y de los amoritas, nos llevan hasta una única fuente: Sumer
Al igual que en la cosmogonía de la antigua India, la evolución del Universo está dividida en dos partes, que son las llamadas en la India las creaciones Prâkrita y Pâdma. Antes de que los cálidos rayos emanados de la Mansión del Resplandor despierten la vida en las Grandes Aguas del Espacio, aparecen los Elementos de la primera creación, y de ello es formado el Gigante Ymir, que representa la Materia Primordial diferenciada del Caos. Ymir, también llamado Aurgelmir entre los gigantes, fue el fundador de la raza de los gigantes de la escarcha y una importante figura en la cosmología nórdica. El historiador y escritor islandés Snorri Sturluson, autor de Edda prosaica, combinó varias fuentes junto con algunas de sus propias conclusiones para explicar el rol de Ymir en el mito nórdico de la creación. Las principales fuentes disponibles son el poema édico Völuspá y los poemas de preguntas y respuestas Grímnismál y Vafþrúðnismál. De acuerdo a estos poemas Ginnungagap existió antes que el cielo o la tierra. La región norte de Ginnungagap se llenó de hielo y esta dura tierra se conocía como Niflheim. Opuesto al Niflheim estaba la región más meridional, conocida como Muspelheim, con brillantes chispas y ardientes brasas. Ymir fue concebido en el Ginnungagap cuando el hielo del Niflheim se encontró con el calor del Muspelheim y se derritió. Con gotas de eitr se formó el gigante de la escarcha entre los dos mundos, y las chispas de Muspelheim le dieron vida. Eitr es una sustancia líquida presente en la Mitología nórdica. Esta sustancia es el origen de todas las cosas vivas, e incluso el primer gigante Ymir fue concebido del eitr. Se supone que tal sustancia es muy venenosa en estado puro y también la produce Jörmungandr y otras serpientes. Mientras Ymir dormía, comenzó a sudar y así concibió la raza de los gigantes. Bajo su axila izquierda crecieron un hombre y una mujer, y sus piernas crearon a su hijo de seis cabezas, Þrúðgelmir. Ymir se alimentó de los cuatro ríos de leche de la vaca primigenia Auðumbla, la cual se alimentaba lamiendo bloques de hielo salados. De lamer el hielo surgió el cuerpo de un hombre llamado Buri. Este fue el padre de Bor, y este y su mujer Bestla tuvieron tres hijos, Odín, Vili y Ve. Los hijos de Bor mataron a Ymir, y cuando cayó, la sangre derramada por sus heridas ahogó la raza de los gigantes de la escarcha. Solo dos gigantes sobrevivieron a la inundación provocada por la sangre de Ymir. Estos fueron el nieto de Ymir, Bergelmir (hijo de Þrúðgelmir) y su esposa. Ambos fundaron una nueva raza de gigantes de la escarcha.
Odín y sus hermanos usaron el cuerpo de Ymir para crear Midgard en el centro de Ginnungagap. Con su carne se hizo la tierra. Con su sangre se formaron los mares y los lagos. Con sus huesos se erigieron las montañas. Con sus dientes y fragmentos de huesos se hicieron las piedras. De su pelo crecieron árboles y los gusanos de su carne formaron la raza de los enanos. Los dioses pusieron su cráneo sobre el Ginnungagap y crearon el cielo, sostenido por cuatro enanos llamados Norðri, Suðri, Austri y Vestri. A estos enanos les fueron dados los nombres de Este, Oeste, Norte y Sur. Odín luego creó los vientos colocando a uno de los hijos de Bergelmir bajo la forma de un águila, al final de la tierra. Luego arrojó el cerebro de Ymir al viento y este se convirtió en las nubes. Luego los hijos de Bor tomaron chispas del Muspelheim y las dispersaron a través del Ginnungagap, creando así las estrellas y la luz. Con trozos de madera devueltos por el mar, los hijos de Bor hicieron a los hombres. Crearon un hombre llamado Ask y una mujer llamada Embla. Con las cejas de Ymir, crearon una fortaleza para proteger la raza de los hombres de los gigantes. Otros dos nombres asociados con Ymir son Brimir y Bláin de acuerdo a la Völuspá, donde los dioses discuten la creación de la raza de los enanos de la “sangre de Brimir y los miembros de Bláin“. Luego Brimir es mencionado por tener una cervecería en Ókólnir. En Gylfaginning “Brimir” es el nombre de la cervecería, destinada a sobrevivir la destrucción del Ragnarök y proveer de “abundante buena bebida” a las almas de los virtuosos. Esto era cuando aún reinaba la Obscuridad a través del espacio; cuando los Ases, los Poderes Creadores o Dhyân Chohans, aún no se habían desplegado, y cuando el Yggdrasil, el Árbol del Universo, del Tiempo y de la Vida, no había crecido todavía, y no existía aún ningún Walhalla o Recinto de los Héroes. Las leyendas escandinavas acerca de la Creación de nuestra Tierra y del Mundo principian con el Tiempo y la Vida humana. Todo lo que la precede es la Obscuridad, en la que el Todo-Padre, la Causa de todo, habita.
Según observa Wilhelm Wagner, autor de Asgard and the Gods, aunque esas leyes encierran la idea del Todo-Padre, causa original de todo, “apenas si se le menciona en los poemas”, no porque, como él piensa, “no fuese capaz la idea de elevarse a conceptos claros acerca de lo Eterno”, sino a causa de su carácter profundamente esotérico. Por consiguiente, todos los Dioses Creadores principian en el período secundario de la Evolución Cósmica. Zeus nace de Crono, de igual modo que Brahmâ es el producto de emanación de Kâla, “la Eternidad y el Tiempo”, siendo Kâla uno de los nombres de Vishnu. De aquí que veamos a Odín como Padre de los Dioses y de los Ases, así como Brahmâ es el Padre de los Dioses y de los Asuras. Y aquí tenemos el carácter andrógino de todos los principales Dioses Creadores, desde la segunda mónada de los griegos hasta el Sephira Adam Kadmon, el Brahmâ o Prajâpati-Vâch de los Vedas, y el andrógino de Platón, que no es sino otra versión del símbolo indo. La mejor definición metafísica de la Teogonía primitiva puede hallarse en las “Notas sobre el Bhagavad-Gitâ”, por Tallapragada Subba Row, sobre lo desconocido y lo incognoscible: “No es el Ego, no es el No Yo, ni tampoco es la conciencia, no es Âtmâ siquiera. Pero aunque no es en sí un objeto de conocimiento, es, sin embargo, capaz de sostener y dar lugar a toda cosa y a toda clase de existencia, que se convierta en un objeto de conocimiento. Es la esencia una, de la cual nace a la existencia un centro de energía, al que llama el Logos“. Subba Row adoptaba como sistema filosófico espiritual la Taraka Raja Yoga, un sistema brahmán de Yoga. En palabras de Subba Row: “Taraka Raja Yoga es, como si fuese, el centro y el corazón de la filosofía Vedanta, siendo que, en sus aspectos más elevados, es decididamente la parte más importante de la antigua Religión-Sabiduría. Actualmente, se conoce muy poco de ello en la India. Lo que usualmente se ve en los libros comúnmente leídos, da solo una idea muy inadecuada de su alcance o de su importancia. En verdad, entretanto, es una de las siete principales ramas en las cuales toda la ciencia oculta está dividida, y de donde derivan, de acuerdo con todas las narraciones, los “hijos de la llama” de la misteriosa tierra de Shamballa”.
Los kabalistas hebreos enseñaban que Ain-Soph, aunque es la Causa sin Causa de todo, no puede ser comprendido, localizado, ni nombrado. Por esto, su nombre, Ain-Soph, es un término de negación, “lo Inescrutable, lo Incognoscible y lo Innominable”. Por consiguiente, lo representaron por medio de un Círculo Ilimitado, una Esfera, de la cual la inteligencia humana sólo podría percibir la bóveda. Alguien que ha descifrado gran parte del sistema kabalístico, en su esoterismo numérico y geométrico, escribe: “Cerrad los ojos, y con vuestra conciencia de percepción esforzaos en pensar exteriormente hasta los límites extremos en todas direcciones. Veréis que líneas o rayos iguales de percepción se extienden de la misma manera en todas las direcciones, de tal modo, que vuestro supremo esfuerzo para percibir terminará en la bóveda de una esfera . La limitación de esta esfera será, por fuerza, un Círculo máximo, y los rayos directos del pensamiento en cualquiera y en todas direcciones deben ser líneas rectas, radios del círculo. Éste debe ser, humanamente hablando, el concepto extremo que abarque el Ain-Soph manifiesto , el cual se formula como una figura geométrica, es decir, un círculo, con sus elementos de circunferencia, curva, y diámetro, línea recta, dividido en radios. Por lo tanto, una forma geométrica es el primer medio cognoscible de relación entre el Ain Soph y la inteligencia del hombre“. Este Círculo Máximo, que el Esoterismo Oriental reduce al Punto en el Círculo Ilimitado, es el Avalokiteshvara, el Logos o Verbum, del que habla Subba Row. Al principio de cada ciclo de 4.320.000, los Siete Grandes Dioses descendieron para establecer el nuevo orden de cosas y dar impulso al nuevo ciclo. Los Poderosos, cada vez que penetran dentro de nuestra atmósfera, ejecutan sus grandes obras y dejan tras de sí monumentos imperecederos para conmemorar su visita. Así, nos enseñan que las grandes pirámides fueron edificadas bajo su inspección directa, “cuando Dhruva (la entonces Estrella polar) se hallaba en su culminación inferior, y las Krittikâs (Pléyades) la contemplaban de lo alto (se encontraban en el mismo meridiano, pero encima) para vigilar la obra de los Gigantes”. Así pues, como las primeras pirámides fueron construidas al principio de un Año Sideral, bajo Dhruva (Alpha Polaris), esto debe de haber acaecido hace unos 31.000 años. C. K. J. Bunsen daba a Egipto una antigüedad superior a 21.000 años.
Según dice el egiptólogo inglés Thomas Gerald Massey: “Las historias referidas por los sacerdotes egipcios y otros, acerca del cómputo del tiempo en Egipto, empiezan ahora a parecer menos falsas, en opinión de todos los que han escapado a la esclavitud bíblica. Se han encontrado últimamente en Sakkarah inscripciones que mencionan dos ciclos sotiacos… registrados en aquella época, hace ahora unos 6.000 años. Así es que cuando Herodoto estuvo en Egipto, los egipcios habían observado -como es sabido ahora-, por lo menos, cinco diferentes ciclos sotiacos de 1.461 años. Los sacerdotes manifestaron al investigador griego que ellos computaban el tiempo desde una época tan remota, que el Sol había salido dos veces donde entonces se ponía, y se había puesto dos veces donde salía entonces. Esto… sólo puede comprenderse como una verdad en la Naturaleza, por efecto de dos ciclos de precesión, o un período de 51.736 años“. El nombre secreto verdadero y que no puede pronunciarse debe buscarse en los siete nombres de las Siete primerras Emanaciones, o los “Hijos del Fuego”, en las Escrituras secretas de todas las grandes naciones, y hasta en el Zohar, la doctrina kabalística de la más pequeña de todas ellas, la judía. Esa palabra, compuesta de siete letras en todas las lenguas, se encuentra envuelta en los restos arquitectónicos de todos los grandes edificios sagrados del mundo; desde los restos ciclópeos en la Isla de Pascua, parte de un continente sumergido en los mares, hace más bien cerca de 4.000.000 de años que de 20.000, hasta las primeras pirámides egipcias. Ninguna Cosmogonía en todo el mundo, con la excepción única de la cristiana, ha atribuido jamás a la Causa Más Elevada y Única la creación inmediata de nuestra Tierra, del hombre o de algo relacionado con estos. Lo mismo se aplica esta afirmación a la Kabalah hebrea o caldea que al Génesis, si este último hubiese sido correctamente traducido. En todas partes, o bien existe un Logos, una “Luz que brilla en la Obscuridad”, o el Arquitecto de los Mundos. La Iglesia católica aplica sólo a Jehovah el epíteto de Creador. Se ha supuesto a menudo que China, país casi tan antiguo como la India, no tenía Cosmogonía. Según dicen, era desconocida para Confucio, y se lamentan de que los buddhistas extendieron su Cosmogonía sin introducir en ella un Dios Personal. Sin embargo, existe una, y muy clara.
Sólo que como Confucio no admitía una vida futura, y los buddhistas chinos rechazan la idea de un Creador, aceptando una Causa única y sus innumerables efectos, han sido mal comprendidos por los creyentes en un Dios Personal. Confucio, uno de los más grandes sabios del mundo antiguo, creía en la antigua magia y la practicaba él mismo. Sin embargo, aun en su época, es decir, 600 años a. C., Confucio y su escuela enseñaban la esfericidad de la tierra y hasta el sistema heliocéntrico. En las primeras cosmogonías exotéricas indas, no es siquiera el Demiurgo quien crea. Pues en uno de los Purânas se dice: “El gran Arquitecto del Mundo imprime el primer impulso al movimiento rotatorio de nuestro sistema planetario, pasando por turno por cada planeta y cuerpo“. Numéricamente, Jehovah, Adam, Noé, son uno en la Kabalah . A lo sumo, pues, es la Deidad descendiendo sobre el Ararat, y más tarde sobre el Sinaí, para encarnarse en el hombre, su imagen, por medio del procedimiento natural, la matriz de la madre, cuyos símbolos son el Arca, el Monte (Sinaí), etc., en el Génesis. La alegoría judía es astronómica y fisiológica, más bien que antropomórfica. Y aquí es donde radica el abismo entre los sistemas ario y semítico, aunque fundados ambos en la misma base. Según lo ha demostrado un expositor de la Kabalah: “La idea fundamental en que está cimentada la filosofía de los hebreos era la de que Dios contenía todas las cosas en sí mismo, y que el hombre era su imagen ; el hombre, incluyendo a la mujer (como Andróginos) la geometría (y los números y medidas aplicables a la astronomía) están contenidos en los términos hombre y mujer; y la incongruencia aparente de semejante modo desaparecía, mostrando la relación del hombre y de la mujer con un sistema particular de números, medidas y geometría, por los períodos parturientos, que proporcionaban el lazo de unión entre los términos usados y los hechos mostrados, y perfeccionaban el modo empleado“. Según el Vishnu Purâna: “No existía día ni noche, ni cielo ni tierra, ni oscuridad ni luz, ni ninguna otra cosa excepto sólo Una, incomprensible para la inteligencia, o Aquello, que es Brahma y Pums (Espíritu) y Pradhâna (Materia grosera)“.
En el Vishnu Purâna, dice Parâshara a Maitreya, su discípulo: “Os he explicado así, excelente Muni, seis creaciones, la creación de los seres Arvâksrota fue la séptima, y fue la del hombre“. Luego prosigue hablando de dos creaciones adicionales muy misteriosas, interpretadas de varios modos por los comentadores. Orígenes, comentando acerca de los libros escritos por Celso, su adversario gnóstico, contesta a las objeciones de su contradictor, y revela su sistema, que era claramente septenario. Pero la teogonía de Celso, la génesis de las estrellas o planetas y el del sonido y el color, tuvieron una contestación satírica y nada más. Celso habla de una escala de la creación con siete puertas, y por encima la octava, siempre cerrada. Los misterios del Mithras persa son explicados con las siete notas de la escala, los Siete Espíritus de las Estrellas, etc. Tanto esotérica como exotéricamente, todas las Creaciones representan los siete períodos de la Evolución, sea después de una Edad o de un Día de Brahmâ. Ésta es la doctrina de la Filosofía Oculta, la cual, sin embargo, jamás emplea el término “Creación”. En la Biblia , los siete períodos son empequeñecidos en los seis Días de la Creación y el séptimo Día de Descanso, y los occidentales se atienen a la letra. En la filosofía inda, cuando el Creador activo ha producido al Mundo de los Dioses, el Universo permanece inalterado durante un día de Brahmâ, un período de 4.320.000.000 de años. Este es el “Sabbath” de la Filosofía Oriental, que sucede a los seis períodos de evolución activa. En la Satapatha Brâhmana, Brahma, la Causa Absoluta de todas las causas, irradia a los Dioses. En el Primer Libro de Manu se dice: “A la expiración de cada noche (Pralaya), Brahma, habiendo dormido, despiértase, y por la energía sola del movimiento hace emanar de sí mismo al Espíritu (o mente), que en su esencia es, y sin embargo, no es“. En el Sepher Yetzirab, el “Libro de la Creación” kabalístico, el autor repitió las palabras de Manu. La Substancia Divina está representada en él, como habiendo existido sola desde la eternidad, ilimitada y absoluta, y como habiendo emitido al Espíritu de sí misma.
Fuentes:
- H.P. Blavatsky – La Doctrina Secreta
- H.P. Blavatsky – Isis sin velo
- Robert Graves – Los Mitos Griegos
- René Martin – Diccionario de Mitología Clásica
- Pierre Grimal – Diccionario de mitología griega y romana
- Károly Kerényi – La mitología de los griegos
- Walter F. Otto – Los dioses de Grecia
- Antonio Ruiz de Elvira Prieto – Mitología clásica
- Heinrich Niedner – Mitología Nórdica
- Patxi Lanceros – El destino de los dioses
- Claude Lecouteux – Pequeño Diccionario de Mitología Germánica
- Snorri Sturluson – Textos Mitológicos de las Eddas
- Daniel Marín Arcones – Introducción a la Mitología Mesopotámica
- Zecharia Sitchin – El 12º Planeta
- Zecharia Sitchin – La Escalera al Cielo
- Zecharia Sitchin – La Guerra de los Dioses y los Hombres
- Zecharia Sitchin – Los Reinos Perdidos
- Zecharia Sitchin – Al Principio de los Tiempos
- Zecharia Sitchin – El Código Cósmico
- Zecharia Sitchin – El Final de los Tiempos
- Trevor Bryce – El reino de los hititas
- Oliver Robert Gurney – Los hititas
- W. Ceram – El misterio de los hititas
- Amelie Kuhrt – El Oriente próximo en la antigüedad
- A. Wallis Budge – El libro egipcio de los muertos
- Erik Hornung – El uno y los múltiples. Concepciones egipcias de la divinidad
- Jeremy Naydler – El templo del cosmos
- Wendy Doniger – Mitos hindúes
- Samuel G. F. Brandon – Diccionario de religiones comparadas