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En budismo usamos las palabras “ser” y “no-ser”, y por eso es importante entender de qué se trata este “no-ser,” anatta, aun si al principio es sólo una idea, porque la esencia de la enseñanza del Buddha depende de este concepto. Y en esta enseñanza el Buddha es único. Nadie, ningún otro maestro espiritual, ha formulado el no-ser de esta manera. Y porque ha sido formulado por él de esta forma, también está la posibilidad de hablar acerca de esto. Mucho se ha escrito acerca del no-ser, pero para poder conocerlo, uno tiene que experimentarlo. Y esto es hacia lo que esta enseñanza apunta, la experiencia del no-ser.
Sin embargo, para poder experimentar el no-ser, uno primero tiene que conocer totalmente el ser – en efecto conocerlo. Pero a menos que sepamos lo que este ser es, este ser llamado “yo”, es imposible saber lo que se quiere decir por “ahí no hay un ser.” Para poder deshacernos de algo, primero tenemos que tenerlo completamente en la mano.
Nosotros estamos constantemente tratando de reafirmar el ser. Lo que ya nos muestra que este “ser” es un frágil y más bien menudo asunto, porque si no lo fuera, ¿ porqué tendríamos que estar constantemente reafirmándolo? ¿Porqué estamos constantemente temerosos de que el “ser” sea amenazado de su insegura existencia, o de no conseguir lo que necesita para sobrevivir? Si fuera una entidad tan sólida como pensamos que es, no nos sentiríamos amenazados tan a menudo.
Afirmamos nuestro “ser” una y otra vez a través de la identificación. Nos identificamos con un cierto nombre, una edad, un sexo, una habilidad, una ocupación. “Yo soy un abogado, yo soy un doctor, yo soy un contador, yo soy un estudiante.” Y nos identificamos con la gente a la que estamos apegados. “Yo soy un esposo, yo soy una esposa, yo soy una madre, yo soy una hija, yo soy un hijo.” Ahora, en la manera de hablar, tenemos que usar “yo” en ese sentido–pero no es solamente en el lenguaje. Nosotros realmente pensamos que ese “yo” es quien nosotros somos. Nosotros realmente lo creemos. No hay duda en nuestra mente que ese “ser” es quien nosotros somos. Cuando cualquiera de esos factores es amenazado, si ser una esposa es amenazado, si ser una madres es amenazado, si ser un abogado es amenazado, si ser maestro es amenazado–ó si perdemos a las personas que nos permiten retener ese “ser”–qué tragedia!
La auto-identificación se vuelve insegura, y el “yo” encuentra difícil decir “mírenme”, “ese soy yo”.” La alabanza y la culpa están incluidas. La alabanza reafirma el “yo.” La culpa amenaza el “yo.” Por eso, nos gusta la alabanza y nos disgusta la culpa. El ego es amenazado. Fama e infamia–la misma cosa. Pérdida y ganancia. Si ganamos, el ego se hace más grande, si perdemos, se vuelve un poco más pequeño. Por lo tanto, estamos constantemente en un dilema, y en constante miedo. El ego puede perder un poco su grandeza – se puede hacer un poco más pequeño. Y eso nos sucede a todos nosotros. Sin duda, alguien eventualmente nos va a culpar por algo. Aun el Buddha fue culpado.
Ahora, la culpa que nos fue impuesta no es el problema. El problema es nuestra reacción. El problema es que nos sentimos pequeños. El ego tiene dificultades en reafirmarse a sí mismo. Así que lo que usualmente hacemos es culpar al otro, haciendo pequeño también el ego del otro.
Identificarnos con cualquier cosa que hacemos y cualquier cosa que tenemos, ya sean posesiones o gentes, es, así creemos, necesario para nuestra supervivencia, para la auto- supervivencia. Si no nos identificamos con esto o aquello, sentimos como que estamos en el limbo. Ésa es la razón por la que es difícil parar de pensar en la meditación. Porque sin pensar, no habría identificación. Si yo no pienso, ¿con qué me identifico? Es difícil llegar a un estado en la meditación en el que realmente no haya nada más con qué identificarnos.
La felicidad, también, puede ser una identificación. “Yo estoy feliz.” “Yo estoy infeliz.” Porque somos tan agudos en la supervivencia tenemos que mantenernos identificándonos. Cuando esta identificación se convierte en un asunto de vida o muerte del ego, que normalmente es, entonces el temor de pérdida se convierte tan grande, que podemos estar en un constante estado de miedo. Constantemente temerosos a perder ya sean las posesiones que nos hacen ser lo que somos, ó la gente que nos hace ser lo que somos. Si no tenemos hijos, ó si mueren todos ellos, ya no somos más una madre. Por eso el miedo es supremo. Lo mismo va es para todas las otras identificaciones. No es una manera muy tranquila de vivir, ¿y a qué se debe eso? Solamente a una cosa: ego, el anhelar a ser.
Esta identificación resulta, por supuesto, en anhelar a poseer. Y este poseer resulta en apego. Lo que tenemos, con lo que nos identificamos, a eso estamos apegados. Ese apego, ese aferrarse, hace extremadamente difícil tener un punto de vista libre y abierto. Este tipo de adherencia, cualquier cosa que sea a lo que nos aferremos–puede ser que no nos aferremos a automóviles y casas, puede ser ni siquiera el apego a la gente–pero ciertamente nos aferramos a puntos de vista y opiniones. Nos aferramos a nuestro punto de vista del mundo. Nos aferramos al punto de vista de cómo vamos a ser felices. Tal vez nos aferramos a la opinión de quién creó este universo. Sea lo que sea a lo que nos aferremos, hasta cómo el gobierno debería manejar el país, todo eso hace extremadamente difícil ver las cosas como realmente son. Ser abiertos. Y es solamente una mente abierta la que puede tomar nuevas ideas y entendimiento.
El Buddha comparó a los oyentes con cuatro clases diferentes de vasijas de barro. La primera vasija de barro es una que tiene hoyos en el fondo. Si tu viertes agua dentro de ella, se vacía de inmediato. En otras palabras, cualquier cosa que le enseñes a esa persona, es inútil. La segunda vasija de barro, él la comparó con una que tiene grietas en ella. Si tu viertes agua dentro de ella, el agua se filtra. Estas personas no pueden recordar. No pueden colocar dos más dos juntos. Grietas en el entendimiento. El tercer oyente, él lo comparó con una vasija que estaba completamente llena. No se puede verter agua en ella porque está llena hasta el tope. Una persona así, tan llena de opiniones que no puede aprender nada nuevo! Pero afortunadamente, nosotros somos la cuarta clase. Las vasijas vacías, sin ningún hoyo o grietas – completamente vacías.
Texto extraído del libro “Meditando en el No-Ser” de Ayya Khema