Comprender que no hay seguridad es mucho más que estar de acuerdo con la teoría de que todas las cosas cambian, más incluso que observar la transitoriedad de la vida. La noción de seguridad se basa en la sensación de que hay en nosotros algo que es permanente, algo que se mantiene inmutable a través de los años y los cambios de la vida. Nos esforzamos para asegurar la permanencia, la continuidad y la seguridad de ese núcleo duradero, ese centro y alma de nuestro ser que llamamos «Yo», pues creemos que eso constituye el hombre auténtico, el que piensa nuestros pensamientos, el que siente nuestros sentimientos y el que conoce nuestro conocimiento. No comprenderemos realmente que la seguridad es una quimera hasta que nos demos cuenta de que ese «Yo» no existe.
La comprensión tiene lugar a través de la conciencia. ¿Podemos entonces abordar nuestra experiencia, nuestras sensaciones, sentimientos y pensamientos, con toda sencillez, como si nunca los hubiéramos conocido hasta ahora, y, sin prejuicios, observar lo que sucede? Quizá se pregunte usted: «¿Qué experiencias, sensaciones y sentimientos debemos observar?» Y yo responderé: «¿Cuáles puede usted observar?» La
respuesta es que debe observar aquellos que tiene ahora.
Sin duda esto es bastante evidente, pero con frecuencia las cosas muy evidentes se pasan por alto. Si un sentimiento no está presente, no somos conscientes de él. No hay más experiencia que la presente. Lo que sabemos, aquello de lo que tenemos realmente conciencia, es sólo lo que está sucediendo en este momento, y nada más.
Pero, ¿y los recuerdos? ¿No es evidente que, mediante el recuerdo, puedo conocer lo que ya pertenece al pasado? Muy bien, recuerde algo, por ejemplo, el incidente de ver a un amigo paseando por la calle. ¿De qué tiene usted conciencia? No está viendo el hecho verdadero del amigo que camina por la calle. No puede acercarse a él y estrecharle la mano, u obtener una respuesta a una pregunta que se olvidó de formularle en el pasado que usted recuerda. En otras palabras, usted no observa en absoluto el pasado real, sino un rastro del pasado que está en el presente.
Es como ver las huellas de un ave en la arena. Veo las huellas presentes, pero no veo al mismo tiempo al ave que imprimió esas huellas una hora antes. El ave ha volado y no tengo conciencia de ella. Infiero de las huellas que ahí hubo un ave. Inferimos de los recuerdos que ha habido acontecimientos pasados, pero no somos conscientes de ningún acontecimiento pasado. Sólo conocemos el pasado en el presente y como parte del presente.
Vemos, pues, que nuestra experiencia es por completo momentánea. Desde un punto de vista, cada momento es tan elusivo y tan breve que ni siquiera podemos pensar en él antes de que haya pasado. Desde otro punto de vista, este momento está siempre aquí, ya que el único momento que conocemos es el momento presente, que siempre agoniza, siempre se convierte en pasado con más rapidez de lo que puede concebir la imaginación. No obstante, al mismo tiempo está siempre naciendo, es siempre nuevo, emerge rápidamente de este desconocido absoluto que llamamos el futuro. Pensar en ello casi nos quita la respiración.
Decir que la experiencia es momentánea es tanto como decir que la experiencia y el momento presente son lo mismo. Decir que este momento siempre agoniza o se convierte en pasado, y siempre está naciendo o saliendo de lo desconocido, es decir lo mismo de la experiencia. La experiencia que uno ha tenido se ha desvanecido de un modo irrecuperable, y todo lo que queda de ella es una especie de estela o huella en el presente, que es lo que llamamos memoria. Si bien puede suponerse qué experiencia vendrá a continuación, la verdad es que no lo sabemos. Podría suceder cualquier cosa. Pero la experiencia que tiene lugar ahora es, por así decirlo, un niño recién nacido que se desvanece incluso antes de que pueda empezar a crecer.
Mientras está usted observando esta experiencia presente, ¿es consciente de que alguien la observa? ¿Puede descubrir, además de la experiencia en sí misma, un experimentador? ¿Puede, al mismo tiempo, leer esta frase y pensar en usted mismo mientras la lee? Observará que, para pensar en usted mismo leyendo la frase, debe interrumpir la lectura por un breve instante. La primera experiencia es la lectura y la segunda el pensamiento «estoy leyendo». ¿Puede descubrir algún pensador que tenga el pensamiento «estoy leyendo»? En otras palabras, cuando la experiencia presente es el pensamiento «estoy leyendo», ¿puede pensar en sí mismo teniendo este pensamiento?
Una vez más, debe usted dejar de pensar «estoy leyendo». Entonces pasa a una tercera experiencia, que es el pensamiento: «Estoy pensando que estoy leyendo». No permita que le engañe la rapidez con que pueden cambiar estos pensamientos, haciéndole creer que los piensa todos a la vez.
Pero, ¿qué ha sucedido? Nunca, en ningún momento, ha podido usted separarse de su pensamiento presente o de su experiencia presente. La primera experiencia presente era leer. Cuando trató de pensar en usted mismo leyendo, la experiencia cambió, y la siguiente experiencia presente fue el pensamiento «estoy leyendo». No pudo separarse de esta experiencia sin pasar a otra. Cuando pensaba «estoy leyendo esta frase» no la leía. En otras palabras, en cada experiencia presente sólo era consciente de esa experiencia, y nunca era consciente de ser consciente. Nunca podía separar el pensador del pensamiento, el conocedor de lo conocido. Todo lo que encontraba era un nuevo pensamiento, una nueva experiencia.
Ser consciente, pues, es tener conciencia de pensamientos, sentimientos, sensaciones, deseos y todas las demás formas de experiencia. Jamás, en ningún momento, somos conscientes de algo que no sea experiencia, no un pensamiento o una sensación, sino alguien que experimenta, piensa o siente. Si esto es así, ¿qué nos hace creer que existe tal cosa?
Podríamos decir, por ejemplo, que el «Yo» que piensa es este cuerpo y cerebro físicos. Pero este cuerpo no está en modo alguno separado de sus pensamientos y sensaciones. Cuando tenemos una sensación, por ejemplo, de tacto, esa sensación forma parte de nuestro cuerpo. Mientras la sensación continúa, no podemos separar el cuerpo de ella, de la misma manera que no podemos alejarnos de un dolor de cabeza o de nuestros propios pies. Mientras esté presente, esa sensación es nuestro cuerpo, está en nosotros. Podemos apartar el cuerpo de una silla incómoda, pero no podemos separarlo de la sensación de una silla.
La noción de un pensador separado, de un «Yo» distinto de la experiencia, procede de la memoria y la rapidez con que cambia el pensamiento. Es como hacer girar una tea encendida para producir la ilusión de un círculo de fuego continuo. Si imaginamos que la memoria es un conocimiento directo del pasado más que una experiencia presente, tenemos la ilusión de conocer el pasado y el presente al mismo tiempo. Esto sugiere que hay algo en nosotros que difiere de las experiencias tanto pasadas como presentes. Razonamos: «Conozco esta experiencia y es diferente de la experiencia pasada. Si puedo comparar las dos, y observar que la experiencia ha cambiado, debe ser algo constante y separado».
Pero, de hecho, no podemos comparar esta experiencia presente con una experiencia pasada. Sólo podemos compararla con un recuerdo del pasado, que es una parte de la experiencia presente. Cuando vemos claramente que la memoria es una forma de experiencia presente, es evidente que tratar de separarnos de esta experiencia es tan imposible como tratar de hacer que los dientes se muerdan a sí mismos. Hay simplemente experiencia. ¡No hay algo o alguien que experimente la experiencia! No sentimos los sentimientos, pensamos los pensamientos o percibimos las sensaciones más de lo que oímos el oído, vemos la vista u olemos el olfato. «Me encuentro bien» significa que está presente una sensación de bienestar, no que exista algo llamado «Yo» y una entidad separada llamada sensación, de modo que cuando las unimos este «Yo» siente la sensación de bienestar. No hay más sensaciones que las presentes, y toda sensación presente es «Yo». Nadie puede encontrar un «Yo» separado de alguna experiencia presente, o alguna experiencia separada de un «Yo», lo cual significa que ambas cosas son lo mismo.
Como mero argumento filosófico, esto es una pérdida de tiempo. No tratamos de tener una «discusión intelectual», sino que somos conscientes del hecho de que cualquier «Yo» independiente que tiene pensamientos y experiencias es una ilusión. Comprender esto es darse cuenta de que la vida es por entero momentánea, que no hay permanencia ni seguridad y no existe ningún «Yo» que pueda protegerse.
Hay un relato chino sobre alguien que se presentó ante un gran sabio y le dijo: «No tengo paz de espíritu; por favor, pacifícamelo». El sabio le respondió: «Tráeme tu mente (tu “Yo”) y lo pacificaré». El hombre replicó: «Durante todos estos años he buscado mi espíritu, pero no puedo encontrarlo». «Entonces está pacificado!», respondió el sabio.
El verdadero motivo por el que la vida humana puede ser tan exasperante y frustrante no es la existencia de hechos llamados muerte, dolor, temor o hambre. Lo absurdo del asunto es que cuando tales hechos están presentes, damos vueltas, nos movemos inquietos, nos contorsionamos y arremolinamos, tratando de extraer el «Yo» de la experiencia. Actuamos como si fuéramos amebas y tratamos de protegernos de la vida dividiéndonos en dos. La cordura, la entereza y la integración radican en la percepción de que no estamos divididos, de que el hombre y su experiencia presente son la misma cosa y que no puede encontrarse ningún «Yo» o mente separados.
Mientras permanece la noción de que estoy separado de mi experiencia, hay confusión y tumulto. Esta es la causa de que no exista conciencia ni comprensión de la experiencia y, por ello, ninguna posibilidad real de asimilarla. Para comprender este momento no debo tratar de separarme de él, sino que he de ser consciente de él con todo mi ser. Esto, como no retener el aliento durante diez minutos, no es algo que debería hacer. En realidad, es lo único que puedo hacer. Todo lo demás es la locura de intentar lo imposible.
Para comprender la música, hay que escucharla, pero mientras pensamos «[Yo] estoy escuchando esta música», no la escuchamos. Para comprender la alegría o el miedo, hay que ser conscientes de ello de un modo total, sin divisiones. Mientras lo llamemos de un modo u otro y digamos «soy feliz» o «tengo miedo», no somos conscientes de ello. El temor, el dolor, el pesar y el hastío seguirán siendo problemas si no los comprendemos, pero comprenderlos requiere una mente única y no dividida.
Este es, sin duda, el significado de este extraño dicho: «Si tus ojos son únicos, tu cuerpo entero está lleno de luz».
La diferencia que divide o separa la consciencia y la inconsciencia, es tan solo un instante de total atención, imbuida en la experiencia misma … y el haber dejado escapar ese instante experiencial, en donde solo queda el residuo PASADO, a ser RECORDADO por el ego, con sus pretéritos pensamientos.
… y así, nos disolvemos de instante en instante, entre la NADA y el TODO.
Alex… In lak´ech.
Siento y creo que el yo es el viajero incansable, que adopta una experiencia humana, para experimentar, y regresar a casa con la información de la totalidad, después de haberse sumergido un rato en la ilusión.
Cual de los dos «yo»??