Las emociones están ligadas al cuerpo y, por tanto, sus manifestaciones son visibles (gestos, tono de la voz, ritmo cardiaco…).
Preceden a los sentimientos y se dieron antes en nuestro proceso evolutivo. Ocurren de forma automática, sin necesidad de pensar.
Su objetivo es regular el proceso vital y promover la supervivencia y el bienestar (homeostasis). En un principio (aunque hay algunas emociones que hoy en día no resultan adaptativas, como las que están detrás del racismo), las emociones apuntan directamente a la regulación vital a fin de evitar los peligros o ayudar al organismo a sacar partido de una oportunidad.
“Desde los procesos químicos homeostáticos hasta las emociones propiamente dichas, los fenómenos de regulación vital, sin excepción, tienen que ver, directa o indirectamente, con la integridad y la salud del organismo”. (A. Damasio)
Las emociones proporcionan un medio natural para que el cerebro y la mente evalúen el ambiente interior y el que rodea al organismo, y para que respondan en consecuencia y de manera adaptativa.
Esta evaluación se puede hacer de manera inconsciente y de manera consciente. Aprender a responder de manera consciente y no automática ante los acontecimientos, nos habla de desarrollo de la inteligencia emocional.
Las emociones provocan pensamientos y los pensamientos provocan emociones.
Nuestro aprendizaje asociativo conecta emociones con pensamientos en una rica red de dos direcciones. Determinados pensamientos evocan determinadas emociones, y viceversa.
El síntoma y las emociones
Es bien sabido que nuestras emociones y sentimientos afectan a nuestro estado físico y nos produce diversas alteraciones en función de cómo vivimos los acontecimientos diarios.
Muchas veces nos quedamos aquí, creyendo que lo podemos hacer es muy poco o nada. Buscamos soluciones más o menos efectivas, desde la toma de un remedio a la práctica de diversas técnicas manuales, de relajación, etc.
Reprimimos nuestras auténticas emociones y sentimientos por tabúes, por educación, por conveniencia social, por creencias familiares o por educación religiosa.
Esto lo hacemos la mayoría de las veces de una forma automática, inconsciente. Luego, unas horas o días más tarde, nos encontramos mal, tenemos acidez, nos duele la cabeza o la espalda.
Pensamos que eso es debido a una mala postura, a una comida que no está en condiciones o simplemente al estrés cotidiano.
No solemos ir más allá, nos quedamos en la explicación mental, en la explicación que justifica nuestro estado.
Por carecer de educación emocional, tendemos a reprimir las emociones, no las arreglamos para no escucharlas de alguna de las siguientes maneras:
- No expresándolas, ni reconociéndolas, negándolas
- Me digo que ya pasará, que no es nada.
- Me agoto haciendo deporte para desahogarme, para no pensar en otras cosas.
- Me aturdo con la televisión
- Me entrego en cuerpo y alma al trabajo.
- Evito de ir a ciertos lugares que me recuerdan algún drama.
- Intento distraerme para huir de una emoción negativa: cine, internet, juegos…
- Duermo más que la media normal.
- Como demasiado, bebo demasiado, tomo drogas, alcohol.
- Corto relaciones con la familia, mis raíces. Etc.
Si la situación, el malestar, el dolor que vivimos se repite una y otra vez, entonces nuestros síntomas se cronifican y nos vemos abocados a tomar un medicamento/remedio de una forma continua.
Nos metemos en una rueda de emoción, dolor moral, dolor físico y sufrimientos.
No encontramos la salida, buscamos encontrarnos bien lo más pronto posible, pero no hacemos algo fundamental, que es cambiar nuestros hábitos, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, descodificar nuestras emociones atrapadas y censuradas por nosotros mismos.
No escuchamos a nuestro interior que nos envía un mensaje a través del síntoma físico. Nos sentimos bloqueados, no sabemos qué dirección tomar, qué camino seguir, nos sentimos vacíos, desorientados, perdidos.
Mientras, nuestro inconsciente biológico sigue actuando y mandando el mensaje sin ser escuchado. Y no va a parar, va a seguir y va a aumentar en intensidad ese síntoma para que prestemos atención y si seguimos intentando apagarlo o silenciarlo, al final el síntoma será de tal índole que tendremos que pararnos ya que nos resultará imposible seguir nuestra vida cotidiana.
Es el momento de reflexión, de cuestionarnos nuestra forma de vida, de hacer un alto en el camino, de preguntarnos qué me ha llevado hasta aquí? qué siento? como lo siento? donde lo siento?
Es el momento de buscar otras soluciones. Pensar que quizás la respuesta está en MI. Para ello es necesario aprender a interpretar que me está diciendo mi Inconsciente Biológico.