Ocurre algo muy extraño en la religión. Ha habido recientemente actos terroristas atroces, presuntamente llevados a cabo en nombre de la religión. Estos ataques enfatizan los hallazgos recientes del índice global del terrorismo, en que la religión se ha convertido en el motivo principal de los actos terroristas. Los informes han mostrado que el número de muertes por terrorismo ha aumentado en un 60 por ciento el año pasado (2013), hasta 18.000. Además, se ha constatado que el número de muertes anuales debidas a actos terroristas ha aumentado cinco veces desde 2003.
Sin embargo, también sabemos que algunos de los actos humanos más virtuosos y nobles se llevan a cabo en nombre de la religión. Muchos de los más grandes reformadores morales y activistas de la historia se inspiraron en los principios de sus religiones, como Martin Luther King, Mahatma Gandhi y William Wilberforce (que luchó por la abolición de la esclavitud británica en 1807). Aunque yo no soy religioso, una de las figuras contemporáneas que más admiro es el Arzobispo Desmond Tutu, quien ha pasado su vida incansablemente haciendo campaña por la justicia y contra la opresión, y encarna los principios cristianos de compasión y perdón al más alto grado.
¿Cómo puede la religión generar tanto el salvajismo como la nobleza? ¿Cómo pueden usarse los principios de la fe religiosa para justificar el terrorismo y, en otras ocasiones, alentar actos de gran altruismo y justicia?
Dos tipos de religión
Para dar sentido a esto, necesitamos distinguir entre dos tipos de religión fundamentalmente diferentes: la religión dogmática y la religión espiritual.
Las personas dogmáticamente religiosas son aquellas que piensan que tienen razón y que todos los demás están equivocados. Para ellos, la religión no se trata de autodesarrollo o de experimentar lo trascendente, sino de adherirse a un conjunto de creencias rígidas y seguir las reglas establecidas por las autoridades religiosas. Se trata de defender sus creencias contra cualquiera que las cuestione, afirmar su «verdad» sobre las de otras personas y difundir esas creencias a los demás. Para ellos, el hecho de que otras personas tengan creencias diferentes es una afrenta, ya que implica la posibilidad de que sus propias creencias no sean ciertas. Necesitan convencer a otras personas de que están equivocados para probarse a sí mismos que tienen razón.
La religión dogmática se deriva de una necesidad psicológica de identidad y pertenencia grupal, junto con una necesidad de certeza y significado. Hay un fuerte impulso en los seres humanos de definirnos, ya sea como cristiano, musulmán, socialista, estadounidense, republicano o como fanático de un club deportivo. Este impulso está estrechamente relacionado con el impulso de ser parte de un grupo, sentir que perteneces, y compartes las mismas creencias y principios que los demás. Y estos impulsos funcionan junto con la necesidad de certeza: el sentimiento de que «sabes», que posees la verdad, que tienes razón y que otros están equivocados.
La raíz de estos impulsos es una ansiedad fundamental y una sensación de carencia, causada por nuestra sensación de ser individuos distintos, que existen separados de otras personas y de un mundo «ahí afuera». Esto genera una sensación de estar «aislado», como fragmentos que alguna vez fueron parte de un todo. También hay una sensación de vulnerabilidad e inseguridad, causada por nuestra insignificancia frente al mundo. Como resultado, necesitamos «reforzar» nuestro sentido del yo, para fortalecer nuestra identidad. Y la religión y otros sistemas de creencias nos ayudan a hacer esto.
La religión dogmática es peligrosa porque crea una mentalidad grupal interna y externa. Alienta a las personas a no sentir empatía ni moralidad por otros grupos, viéndolos como inferiores e ignorantes. Otros grupos pueden verse como entidades generales, más que como un conjunto de diferentes individuos. Y cuando dos grupos se encuentran, con sus diferentes creencias enfrentadas ―diferentes creencias que son una afrenta porque sugieren que sus propias creencias pueden estar equivocadas― el conflicto y la guerra siempre están al alcance de la mano.
Pero la religión espiritual es diferente. La religión «espiritual» promueve los atributos superiores de la naturaleza humana, como el altruismo y la compasión, y fomenta un sentido de lo sagrado y lo sublime. Las personas «espiritualmente religiosas» no sienten ninguna animosidad hacia otros grupos religiosos; de hecho, están felices de investigar otras creencias e incluso pueden ir a los templos y servicios de otros grupos. Generalmente no son evangélicos; su actitud es que diferentes religiones se adaptan a diferentes personas, y que todas las religiones son diferentes manifestaciones o expresiones de las mismas verdades esenciales.
En otras palabras, mientras que el propósito de la religión dogmática es fortalecer el ego, a través de creencias, etiquetas e identidad grupal, el propósito de la religión espiritual es todo lo contrario: trascender el ego, a través de la compasión, el altruismo y la práctica espiritual.
Es por eso que las personas religiosas son capaces de realizar los actos más atroces, pero también algunos de los más nobles. Es por eso que la religión produce tanto el bien como el mal, tanto Osama Bin Laden como el arzobispo Desmond Tutu. Los actos de salvajismo llevados a cabo en nombre de la religión dogmática dominan los titulares, pero podemos consolarnos al saber que, al mismo tiempo, más silenciosamente, algunas personas espiritualmente religiosas expresan algunos de los aspectos más elevados de la naturaleza humana.