«Con frecuencia me pregunto cómo se siente una madre cuando su sociedad la acompaña». Así cerraba la poeta María Ramos su introducción a Siamesa, un libro de su autoría en el que narra el embarazo y los primeros meses junto a su hija, a la que tuvo con 21 años. La soledad y el rechazo social que Ramos siente durante su gestación y crianza viene acompañada de una constante infantilización de su cuerpo, de sus deseos y de sus aspiraciones tanto laborales como vitales, que ella refleja de manera fantástica en otro verso: «niña con una niña dentro».
Pero no hace falta tener 21 años y estar a punto de parir para que la sociedad te mire como a una niña que no ha sabido tomar buenas decisiones. A sus 44 años, Sonia V. también recuerda cómo nada más cumplir los 40 comunicó a su ginecólogo que estaba embarazada y que este le preguntó «¿a tu edad? ¿estás segura de lo que haces?», haciéndole sentir, literalmente, «como si fuera una púber inconsciente».
No hace falta tener 21 años. No hace falta tener 40
Precisamente fue la poeta María Ramos quien tradujo por primera vez al castellano los poemas de Tres mujeres, de Sylvia Plath —había versiones anteriores, sí, pero ninguna había sido concebida con voluntad de formar un libro completo sobre poesía y materinidad—. En Tres mujeres, la poeta estadounidense escribe tres voces muy distintas que también abordan estas problemáticas: la de una feliz parturienta que habla con vocablos dulces, chiquititos, infantiles; la de una mujer que es madre sin desearlo, y a la que se le mira raro, como si fuera una adolescente egoísta; y la de otra que no puede serlo, y que ante su infertilidad se siente observada con paternalismo por parte de los médicos.
No hace falta tener 21 años. No hace falta tener 40. No hace falta tampoco tener una edad indeterminada y querer ser madre, ni serlo ya, ni haber perdido a un hijo en el camino. La soledad que la autora de Siamesa anunciaba al comienzo del poemario traspasa todos los estratos, realidades y clases sociales: «Con frecuencia me pregunto cómo se siente una madre cuando su sociedad la acompaña».
El vientre vacío
Pero a qué madre acompaña nuestra sociedad. Y a qué mujer, en general. Esa ausencia de cuidados y de esperanzas es también uno de los pilares de otro libro, El vientre vacío, que acaba de publicarse en Capitán Swing. Su autora, la periodista Noemí López Trujillo, ha hecho un viaje de nueve meses al corazón de las frustraciones y las desesperanzas de una generación precaria, la millennial, a través de un coro de voces de mujeres de entre 25 y 35 años que han asumido que sus condiciones laborales nunca les permitirán cumplir con el deseo de ser madres.
Noemí López Trujillo ahondó en este problema en un reportaje previo publicado en eldiario.es: todo empezó cuando a los 25 años quiso «asegurar» la posibilidad de reproducirse y congelar sus óvulos, hasta que se dio cuenta de que tal vez ni siquiera con ese gesto —caro, frío, difícil, solitario, impreciso— podría llegar a cumplir con sus deseos.
El vientre vacío es un reportaje de periodismo generoso: en su texto la mezcla de memoria, crónica y antología de voces de su generación nos invita a pensar que la autora podría estar inventando un género periodístico prácticamente nuevo. En su pasión por dar voz a otras mujeres a través de su propia experiencia o lectura de las mismas, López Trujillo convierte un vacío estadístico —el de los vientres de las mujeres que no podrán ser madres aunque lo quieran— en una esperanza colectiva. «Pregunto a mis amigas cómo se ven dentro de diez años», escribe, «sabemos qué haremos la semana que viene, pero no dentro de tres meses. ¿Tendré trabajo? ¿Me echarán de casa? ¿Habré conocido a alguien? La capacidad de precariedad ha dinamitado la posibilidad de visualizar nuestro futuro. Las dinámicas se han configurado para que todo dure poco: compra lo que vas a cenar hoy, ya veremos qué comes mañana; quizá en un mes no tengas trabajo; recuerda que en un año acaba el alquiler de tu piso».
En adelante López Trujillo combina la conversación directa con fuentes que han sido víctimas de esas precariedades, con la conversación indirecta con escritoras, pensadoras u otras periodistas que desde distintas posiciones han abordado su miedo a no poder formar una familia. Aquí el rastro de los versos de María Sánchez, extraídos de Cuaderno de campo, es constante: «yo soy un vientre vacío, mamá». Pero como López Trujillo precisa, la mezcla de voces y experiencias no pretende ser «un conjuro para que nuestros vientres se llenen de vida —no así, no por ahora—, sino para proponer una resistencia conjunta al vacío».
Porque igual que hay que reinventar la escritura periodística desde el feminismo, tal vez haya llegado el momento de que reinventemos los conceptos de familia, maternidad o cuidados desde esa óptica. Como reflexiona cuando le preguntamos al respecto: «¿Qué significa familia? ¿Son familia los tíos y primos a los que hace diez años que no veo o es familia el conjunto de mis amigas que sé que si algún día me pasa algo cuidarán de mí? ¿Es maternidad solo el crío que amamanto o al que duermo por las noches, o es maternidad secundaria esos cuidados que ejercemos para paliar los daños que produce la pobreza, la crisis, la precariedad?»
Maneras de llenar el hueco
El periodismo generoso de Noemí López Trujillo no es sólo palpable en su técnica, sino también en las lecturas que provoca. Aunque su ensayo lleva pocos días en la calle, son muchas las mujeres que sí son madres las que lo han leído y las que han entendido que el retrato de la periodista tampoco las excluye. Al igual que ocurre con la infantilización de los sujetos dotados de vientre, la incertidumbre y la precariedad es un rayo que atraviesa a todas las mujeres de su generación.
Preguntada por algunas de las tesis que El vientre vació arroja, Elsa M., mujer de 24 años, embarazada de 5 meses y actualmente en paro, nos cuenta que aunque ella tenga el «vientre a medio florecer», se siente representada por las mismas etiquetas que López Trujillo otorga a compañeras de su generación con el «vientre vacío». Elsa, de hecho, es la única de su grupo de amigas que tiene los planes o el simple interés de ser madre, «la barrera no es sólo la pareja, también es económica». Aunque todas sus amigas trabajen, no ven el momento de dar el paso, o bien porque no tienen pareja o bien porque en su tiempo libre se tienen que dedicar a otro tipo de cuidados: padres, abuelos, etcétera.
En el caso de Elsa, su mayor red de apoyo es la familia. La inestabilidad laboral la ve como algo transitorio. Algo que puede ir y venir. Ella quiere sacarse las oposiciones para trabajar en la enseñanza primaria y confía en que, hasta conseguirlo, también contará con el apoyo económico de su pareja. «En el fondo estoy tranquila porque la edad para ser madre no importa. El número no es determinante. Se trata de las ganas que tú tengas. De tu capacidad. Yo estoy preparada para ello».
Elsa M. cree que para ser madre hay que ser un poco valiente, porque es un proceso complejo, que te cambia por completo «y que te acompañará toda la vida». No piensa lo mismo Sonia V., para quien la espera ha merecido la pena, aunque también se pregunta «qué habría pasado si hubiera decidido ser madre diez años antes. Probablemente nada. Me las habría arreglado como me las arreglo ahora, o como me las estaría arreglando si al final nunca hubiera tenido un hijo. Lo valiente no es dar el paso o no darlo. Lo valiente es tener el aguante para justificar una y otra vez tus decisiones frente a los demás».
De nuevo, se iluminan los versos de María Ramos: ¿cómo se sentirá una madre cuando su sociedad la acompaña? De nuevo, se iluminan los deseos de Noemí López Trujillo: «No es este un conjuro para que nuestros vientres se llenen de vida. Conjuramos una resistencia conjunta al vacío». Valientes o no, el hueco sólo se llena si empezamos a hablar.
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