Para desarrollar una visión penetrante de la verdadera naturaleza de todo lo que existe ―nosotros, los demás y las cosas―, es preciso estudiar primero detenidamente las enseñanzas espirituales y pensar en ellas una y otra vez. Esto es fundamental, ya que es imposible generar un estado que nos permita penetrar en la realidad si no corregimos antes nuestras ideas erróneas sobre la existencia.
Reconocer la ignorancia
Para poder desarrollar una visión penetrante primero hay que reconocer la ignorancia. La ignorancia, en este contexto, no es solo la falta de conocimiento, sino la percepción equivocada de la naturaleza de las cosas. Dicha percepción da por hecho, erróneamente, que las personas y las cosas existen en sí mismas y por sí mismas, por su propia naturaleza. No es un concepto fácil de asimilar, pero es sumamente importante reconocer lo erróneo de esta percepción, pues es la fuente de emociones destructivas como el deseo y el odio. En el budismo se suele hablar de la vacuidad, pero es imposible comprender esta sin ver primero que la existencia intrínseca que atribuimos a las cosas es errónea. Es preciso reconocer ―al menos de forma aproximada― qué es lo que atribuimos equivocadamente a los fenómenos, antes de poder comprender la vacuidad que hay en su lugar. Ese es el principal tema de este libro: comprender cómo existimos realmente, cómo somos realmente sin el revestimiento de la falsa imaginación.
Las muchas enseñanzas de Buda tienen como objetivo la liberación de la existencia cíclica ―con su incesante paso de una vida a otra― y la consecución de la omnisciencia. La ignorancia es la causa de cuanto se interpone en el camino hacia esos logros. La ignorancia nos ata al sufrimiento, de modo que es preciso reconocerla claramente. Para ello debemos considerar cómo aparece en la mente esta falsa cualidad de existencia intrínseca, cómo la mente la acepta y cómo basa tantas de sus ideas en este error fundamental.
La ignorancia no es solo diferente del conocimiento, sino lo opuesto al conocimiento. Los científicos dicen que cuanto más de cerca examinamos las cosas, más probabilidades hay de que encontremos un espacio vacío. Al depender de las apariencias, la ignorancia atribuye a las personas y las cosas una concreción que, en realidad, no tienen. La ignorancia quiere hacernos creer que estos fenómenos existen por sí mismos, y guiados por ella nos parece que lo que vemos a nuestro alrededor existe de manera independiente, sin depender de otros factores, pero no es así. Al dar a las personas y las cosas que nos rodean esa posición exagerada, nos vemos arrastrados hacia toda clase de emociones desaforadas y, a la larga, dañinas.
Reconocer esta falsa apariencia de las cosas y reconocer nuestra tácita aceptación de esta ilusión es el primer paso para comprender que nosotros y el resto de los seres, así como los objetos, no existimos como parece, no existimos de forma tan concreta y autónoma. El proceso de llegar a evaluar con exactitud lo que somos realmente requiere que nos percatemos de la discrepancia entre cómo aparecemos en nuestra mente y cómo existimos en realidad. Y lo mismo en el caso de las demás personas y los demás fenómenos del mundo.
Nuestros sentidos contribuyen a aumentar nuestra ignorancia. Para la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto los objetos parecen existir por sí mismos. Al recibir esta información distorsionada, la mente aprueba esta categoría exagerada de las cosas. Los budistas llaman «ignorante» a esta mente por aceptar esa falsa apariencia en lugar de rechazarla. La mente ignorante no se pregunta si las apariencias son correctas o no; sencillamente acepta que las cosas son como parecen. […] No obstante, cuando se asienta la idea de que los objetos existen por sí mismos, la ignorancia fundamental ha hecho acto de presencia. Cuando la suposición errónea de la existencia intrínseca gana fuerza, surge el deseo o el odio.
El momento crucial en que pasamos de ser meramente conscientes a la percepción errónea se produce cuando la ignorancia exagera la cualidad positiva o negativa del objeto, de modo que acabamos viéndolo intrínsecamente bueno o malo, intrínsecamente atractivo o desagradable, intrínsecamente bonito o feo. Cuando, llevados por la ignorancia, aceptamos esta falsa apariencia como un hecho, abrimos el camino al deseo, el odio y muchas otras emociones contraproducentes. Estas emociones destructivas conducen, a su vez, a acciones basadas en el deseo y el odio, las cuales establecen en la mente las predisposiciones kármicas que dirigen el proceso de la existencia cíclica de una vida a otra.
[…] La ignorancia nos impide ver la realidad, el hecho de que la gente y demás fenómenos están sujetos a las leyes de causa y efecto, pero no tienen un ser esencial que existe de forma independiente.
Sino entendemos cómo somos realmente, nosotros y todas las cosas, no podremos reconocer los obstáculos que nos impiden liberarnos de la existencia cíclica ni, más importante aún, los obstáculos que nos impiden ayudar a otros, y deshacernos de ellos. Sin visión penetrante, no es posible abordar los problemas de raíz ni arrancar las semillas que podrían producir en el futuro.
Para superar la falsa idea de que las cosas y las personas existen como entidades auto-suficientes, independientes de la conciencia, es preciso observar la propia mente para descubrir cómo se genera este error y cómo esta ignorancia da origen a otras emociones destructivas. Dado que el deseo, el odio, el orgullo, la envidia y la ira resultan de exagerar la importancia de cualidades como belleza y fealdad, es muy importante comprender cómo existen en realidad las personas y las cosas, sin exageración.
La única vía para llegar a esta comprensión es interna. Es preciso abandonar las falsas creencias con que ocultamos el verdadero ser de las cosas; no existe un medio externo para eliminar el deseo y el odio. Si una espina nos perfora la piel, podemos extraerla para siempre con un alfiler, pero para deshacemos de una actitud interna hemos de ver con claridad las creencias erróneas sobre las que se asienta. Ello requiere utilizar la razón para explorar la verdadera naturaleza de los fenómenos y, seguidamente, concentrarse en lo que se ha comprendido.
Origen dependiente de las cosas
Puesto que la visión equivocada de que las personas y las cosas existen de forma independiente es la causa de todas las demás visiones y emociones contraproducentes, uno de los mejores métodos para superar esa visión errónea es reflexionar sobre el hecho de que todos los fenómenos se originan de forma dependiente. Como dice Nagarjuna:
Para que haya largo ha de haber corto.
Uno y otro no existen por su propia naturaleza.
Esta relatividad es lo que lleva a los budistas a decir que todos los fenómenos tienen un «origen dependiente», no un «origen independiente».
Reflexionando sobre el origen dependiente de las cosas, abandonaremos la creencia de que estas existen en sí mismas y por sí mismas. Nagarjuna dice:
La percepción de la existencia intrínseca es la causa de las visiones malsanas.
Las emociones dañinas no pueden producirse sin este error.
Así pues, cuando se conoce por completo la vacuidad, las visiones malsanas y las emociones dañinas se purifican.¿Cómo se llega a conocer la vacuidad?
Se la llega a conocer viendo el origen dependiente de las cosas.Buda, conocedor supremo de la realidad, dijo:
Lo que se produce de forma dependiente no se produce de forma intrínseca.
Aryadeva, discípulo de Nagarjuna, dice asimismo que para vencer la ignorancia es imprescindible comprender el origen dependiente de las cosas:
Todas las emociones dañinas se superan superando la ignorancia.
Cuando se percibe el origen dependiente de las cosas no surge la ignorancia.
El origen dependiente de las cosas hace referencia al hecho de que todos los fenómenos transitorios ―físicos, mentales y demás― nacen dependiendo de ciertas causas y condiciones. Todo lo que se origina dependiendo de ciertas causas y condiciones no funciona exclusivamente por sí mismo.
Para existir, una mesa depende de sus partes, de modo que llamamos al conjunto de sus partes la base con la que se construye. Cuando buscamos analíticamente esta mesa que para nuestra mente parece existir de forma independiente, debemos buscarla en esta base ―las patas, la tabla y demás―, pero ninguna de estas partes es una mesa. Así pues, estas cosas que no son una mesa se convierten en una mesa dependiendo del pensamiento; una mesa no existe por derecho propio.
Desde esta perspectiva, una mesa es algo que se origina, o existe, dependientemente. Depende de determinadas causas, depende de sus partes y depende del pensamiento. He aquí las tres modalidades del origen dependiente. De las tres, uno de los factores más importantes es el pensamiento que designa un objeto.
Existir con dependencia de una conceptualización es la acepción más sutil del origen dependiente. (Hoy día, los físicos están descubriendo que los fenómenos no existen objetivamente en sí mismos y por sí mismos, sino que existen en el contexto de su relación con un observador.) Por ejemplo, el «yo» del Dalai Lama tiene que estar dentro de la zona donde se halla mi cuerpo; no sería posible encontrarlo en otro lugar. Eso es evidente. No obstante, si se indaga en esa zona, no se puede encontrar un «yo» con sustancia propia. Así y todo, el Dalai Lama es un hombre, un monje, un tibetano que puede hablar, beber, comer y dormir. Eso es prueba suficiente de que existe, pese a que no es posible encontrarlo.
Así pues, es imposible encontrar algo que sea el «yo», pero eso no implica que el «yo» no exista. ¿Cómo no iba a existir? Sería absurdo. El «yo», decididamente, existe; pero, si existe y no se lo puede encontrar, tenemos que decir que se origina con dependencia del pensamiento. Es imposible postularlo de otra manera.
Vacuidad no es sinónimo de nada
No hay duda de que las personas y las cosas existen; la cuestión es cómo o de qué manera existen. Cuando contemplamos una flor, por ejemplo, y pensamos «Esta flor tiene una forma agradable, un color agradable y una textura agradable», se diría que hay algo concreto que posee esas características de forma, color y textura. Cuando examinamos esas características, así como las partes de la flor, parece que sean características o partes de la flor, como el color de la flor, la forma de la flor, el tallo de la flor y los pétalos de la flor; como si hubiera una flor que posee esas características o partes.
No obstante, si la flor existiera realmente como parece, deberíamos ser capaces de mencionar algo aparte de todas esas características y partes que son la flor. Pero no podemos. Es imposible encontrar esa flor por medio del análisis u otras herramientas científicas, pese a lo sólida, lo «encontrable» que nos parecía previamente. Dado que una flor tiene efectos, no hay duda de que existe, pero cuando intentamos encontrar una flor que exista de acuerdo con nuestras ideas sobre ella, no podemos encontrarla.
Algo que existe verdaderamente por sí mismo debería hacerse más y más evidente a medida que lo analizamos, deberíamos poder encontrarlo fácilmente. Sin embargo, ocurre todo lo contrario. Eso no significa, con todo, que no exista, pues genera efectos. El hecho de que no aparezca al analizarlo simplemente indica que no existe tal como lo perciben nuestros sentidos y nuestro pensamiento, es decir, tan concretamente establecido en sí mismo.
Si el hecho de no encontrar los objetos cuando los analizamos significara que no existen, no habría seres sensibles, no habría Bodhisattvas, ni Budas, nada puro y nada impuro. No habría necesidad de liberación, no habría razón para meditar sobre la vacuidad. No obstante, es evidente que las personas y las cosas ayudan y perjudican, que el placer y el dolor existen, que podemos liberarnos del dolor y alcanzar la felicidad. Sería absurdo negar la existencia de las personas y las cosas cuando es evidente que nos afectan. La idea de que las personas y las cosas no existen es una negación de lo obvio; es absurdo.
El yogui y erudito indio Nagarjuna demuestra que los fenómenos están vacíos o carecen de existencia intrínseca por el hecho de tener un origen dependiente. Esto en sí mismo es una señal clara de que la idea de que los fenómenos no existen de forma intrínseca no es nihilista. Nagarjuna no razona que los fenómenos, por estar vacíos, no pueden funcionar; en lugar de eso, resalta el hecho de que se originan dependiendo de causas y condiciones.
El impacto del origen dependiente de las cosas
Todos los fenómenos ―beneficiosos y perjudiciales, causa y efecto, esto y aquello― se originan y establecen con dependencia de otros factores. Como dice Nagarjuna en La guirnalda preciosa de consejos:
Cuando esto es, aquello se origina,
como lo corto cuando hay largo.
Debido a la producción de esto, se produce aquello,
como la luz por la producción de una llama.
Dentro de este contexto de dependencia, se originan el beneficio y el perjuicio, los fenómenos no permanentes pueden funcionar (en lugar de ser únicamente un producto de la imaginación) y el karma ―las acciones y sus efectos― es factible. Tú eres factible y yo soy factible; no somos meras creaciones mentales. Al comprender esto, nos liberarnos de lo que los budistas llaman «el extremo del nihilismo», que llega a la errónea conclusión de que si un fenómeno no existe de forma independiente significa que no existe en absoluto. Como dice Nagarjuna:
Habiendo visto así que de las causas
se originan efectos, uno reafirma lo que aparece
en las convenciones del mundo
y no acepta el nihilismo.
Estos dos extremos ―la idea exagerada de que los fenómenos existen por sí mismos y la negación de la ley de causa y efecto― son como abismos en los que puede caer nuestra mente, la cual crea perspectivas perjudiciales que o bien exageran la condición de los objetos por encima de su naturaleza real o niegan directamente la existencia de la ley de causa y efecto. Al caer en el abismo de la exageración, nos vemos impulsados a satisfacer una idea de nosotros mismos que está por encima de lo que en realidad somos, lo cual es una proeza imposible. Y si caemos en el abismo de la negación, perdemos de vista los valores éticos y tendemos a realizar actos dañinos que socavan nuestro propio futuro.
Para encontrar el equilibrio entre el origen dependiente y la vacuidad, tenemos que saber diferenciar la existencia intrínseca de la mera existencia. También es fundamental comprender la diferencia entre la ausencia de existencia intrínseca y la inexistencia absoluta. Por eso cuando los grandes sabios budistas de India enseñaban la doctrina de la vacuidad, no utilizaban el argumento de que los fenómenos carecen de la capacidad de realizar funciones. En lugar de eso, decían que los fenómenos están vacíos de existencia intrínseca porque tienen un origen dependiente. Cuando la vacuidad se entiende de ese modo, se evitan ambos extremos. La idea exagerada de que los fenómenos existen por sí mismos se evita tomando conciencia de la vacuidad, y la negación de la existencia de funciones se evita entendiendo que los fenómenos tienen un origen dependiente y, por tanto, no son del todo inexistentes. Como dice Chandrakirti:
Este razonamiento del origen dependiente de las cosas corta todas las redes de las percepciones erróneas.
El origen dependiente de las cosas es la vía para mantenerse alejado de los abismos de ambas visiones erróneas y del sufrimiento que comportan.
[…] Cuando decimos o escuchamos términos como vacuidad o verdad última, o pensamos en ellos, aparecen como un sujeto y un objeto separados ―la conciencia por un lado y la vacuidad por el otro―, mientras que en la meditación profunda el sujeto y el objeto son una misma cosa; la vacuidad y la conciencia que la percibe son indistingibles, como agua vertida en agua.
Reflexionar sobre el origen dependiente de un objeto ―dependiente de causas y condiciones, dependiente de sus partes y dependiente del pensamiento― ayuda enormemente a superar la impresión de que el objeto existe en sí mismo y por sí mismo. Así y todo, si no acabamos de comprender exactamente de qué están vacíos los fenómenos ―qué es lo que se niega― al final de este análisis tendremos la sensación de que el objeto no existe en absoluto.
Esta experiencia hará que los fenómenos nos parezcan efímeros, como dibujos insustanciales, próximos a la nada. Este error es el resultado de no distinguir entre la ausencia de existencia intrínseca y la inexistencia. Si no se hace esta distinción es imposible percibir el origen dependiente de los fenómenos. Por otro lado, es fundamental comprender que vacuidad significa origen dependiente, y que este significa vacuidad.
La forma es vacío, el vacío es forma
Tenemos que entender el origen dependiente de todos los agentes, acciones y objetos como la negación de su existencia intrínseca, y ver que la dinámica de causa y efecto decididamente existe. Demostramos que un objeto está vacío o carece de existencia intrínseca partiendo de que tiene un origen dependiente, de modo que la dinámica que se origina dependientemente, como la de causa y efecto, es totalmente viable. La vacuidad no es un vacío absoluto que niega la existencia de todos los fenómenos, sino la ausencia de existencia intrínseca. Los fenómenos están vacíos de esa condición, no están vacíos de sí mismos; una mesa está vacía de existencia intrínseca, no está vacía de ser una mesa. Así, como consecuencia de esta vacuidad ―como consecuencia de la ausencia de existencia intrínseca― el agente, la acción y el objeto son posibles.
Visto así, la vacuidad implica que el objeto ha de existir, pero que existe de una forma diferente de como imaginábamos. Una vez que hemos entendido la vacuidad, no basta con afirmar que los fenómenos existen; debemos poseer una percepción clara de cómo existen. Necesitamos saber, en lo más hondo de nuestro ser, que comprender el origen dependiente conduce a comprender la vacuidad, y que comprender la vacuidad conduce a comprender el origen dependiente.
[…] La vacuidad es sumamente importante porque, si la comprendemos plenamente, podremos liberarnos del ciclo de las emociones destructivas, mientras que, si no la comprendemos, nos veremos arrastrados hacia las emociones destructivas que conducen a una vida tras otra de sufrimiento dentro de la existencia cíclica. No obstante, si pensamos que nuestra vacuidad depende de nosotros o que la vacuidad de un coche depende del coche, ese sustrato del que la vacuidad es una cualidad parece casi más importante que la vacuidad misma.
Así pues, puede resultar útil centrarse a veces en la apariencia que está vacía de existencia intrínseca, y otras veces en su vacío de existencia intrínseca, pasando de una visión a otra en lugar de concentrarse exclusivamente en la vacuidad. Esta reflexión alternante ayuda a establecer tanto el origen dependiente como la vacuidad, al mostrar que la vacuidad no está sola, no está aislada, sino que es la naturaleza misma de los fenómenos. Como dice el Sutra del corazón: «La forma es vacío; el vacío es forma».
La ausencia natural de existencia intrínseca de una forma es vacuidad; la vacuidad no es un complemento, como un sombrero en la cabeza. La vacuidad es la naturaleza, el carácter último de la forma. El sabio tibetano Tsongkhapa cita un pasaje del capítulo Kasbyapa del Sutra de las joyas: «La vacuidad no vacía los fenómenos; los fenómenos están vacíos en sí mismos». Cuando estuve en Ladakh hace aproximadamente un año, encontré un pasaje similar en el Sutra de la perfección de la sabiduría de veinticinco mil estrofas: «La forma no se vuelve vacía por la vacuidad; la forma es vacuidad». Sentí el impulso de reflexionar sobre esta profunda observación, y me gustaría compartir con el lector lo que descubrí. Es algo complejo, de modo que ruego al lector un poco de paciencia.
En primer lugar, es innegable que los objetos parecen existir por sí mismos, e incluso dentro del budismo la mayoría de las escuelas aceptan esta apariencia de las cosas diciendo que si los objetos, como mesas, sillas y cuerpos, no existieran por sí mismos, sería imposible postular que existen. Dicen que una conciencia visual que percibe una mesa, por ejemplo, es válida en cuanto a que parece estar objetivamente establecida; de acuerdo con esos sistemas, pues, es imposible que una conciencia pueda ser válida y errónea al mismo tiempo. No obstante, según el sistema de la Escuela del Camino Medio o Escuela de la Consecuencia, seguidora de Chandrakirti, sistema que consideramos la descripción más profunda de cómo existen los fenómenos y cómo son percibidos, los fenómenos como mesas, sillas y cuerpos no existen por derecho propio; la conciencia visual es errónea en cuanto a que percibe los objetos como si se establecieran por sí mismos, pero esa misma conciencia es válida con respecto a la presencia de los objetos. Así pues, una conciencia puede ser válida y errónea al mismo tiempo: válida con respecto a la presencia del objeto y su existencia, y errónea en cuanto a que el objeto parece tener una condición independiente propia.
Chandrakirti plantea que los objetos parecen existir por sí mismos debido a un marco de percepción ordinaria equivocado. De hecho, nada se establece por sí mismo. Así pues, la forma en sí está vacía; no la vuelve vacía la vacuidad. ¿Qué es lo que está vacío? La propia forma. La propia mesa. El propio cuerpo. Asimismo, los demás fenómenos están vacíos de existencia intrínseca. La vacuidad no es un invento de la mente; así han sido las cosas desde el principio. Apariencia y vacuidad son una entidad y no pueden percibirse como entidades separadas.
Excelente !!!!!