Veo, arrobado, a mi alrededor, un continuo fluir rebosante de maravillosa vida, que se desborda por laderas de montañas, solo en apariencia inertes, y por los cuerpos de plantas, animales y personas.
No puedo hacer otra cosa que rendirme asombrado ante esta vida tan plena que a sí misma se vive y se respira. Una vida que da su vida a la misma vida y, a su vez, de ella misma se la toma. Una vida tan autosuficiente que hasta la sensación de insuficiencia queda contenida en ella.
Paladeo, vida, tus mil sabores íntimamente fundidos en uno solo. Un sabor que sabe a él y a ella, que sabe a mí y a nosotros y a todo lo que existe, sin ninguna distinción.
Me columpio alegremente en tus brazos juguetones, oscilando entre la complejidad del todo, que te da forma, y la sencillez de la nada que es tu esencia. Co-creamos este incesante juego cósmico que filtrado por la mente parece separarnos, pero que, simultáneamente aunado en la conciencia, nos expande sin atender a diferencias.
Quiero entregarte mis oídos y mis ojos, así como todo mi cuerpo y mi identidad, que, por sus prejuicios (y no hay prejuicios más espirituales que otros), no pueden verte ni escucharte. ¡Para solo SER en ti, quiero convertirme en el divino sordo y en el divino ciego!
Los montes y las riberas de los ríos están colmados de templos sagrados dedicados a buscarte y conocerte. Liderados por falsos o verdaderos gurús, qué mas da, todos se orientan a buscar la felicidad verdadera, que, algún día descubren, solo en la unión de la actividad ordinaria contigo se encuentra. A veces te buscan entre pequeñas y grandes guerras, pues todos te pretenden, pero desde distintos caminos en apariencia. No se dan cuenta de que tú, amorosamente, te estás ofreciendo desde dentro y desde fuera (que para ti es lo mismo) de todos los templos y todos los caminos.
No tengo camino por el que buscarte, tú marcas los caminos y me mueves, sin incertidumbre, sin esfuerzo, sin buscar soluciones donde no hay problemas. Donde los problemas no precisan solución sino simple disolución en ti. Donde el camino espiritual no es una historia imaginada, sino la realidad que íntimamente nos empapa. Solo lo que aquí y ahora estoy caminando es mi camino. Me entrego, vida, a tu loco plan, sin objetivos, sin métodos y sin resultados, sin otra voluntad o deseo que lo que, simplemente, ocurre ¡Que nadie te reivindique, entonces, divina vida, porque no sigues los planes de nadie que no quiera seguirte!
No quiero conseguirte porque tú no puedes someterte a alguien, ni siquiera a todos, (que, simplemente, son muchos unos) pero puedo pertenecerte yo a ti, si, amándote, dejo de exigirte que me correspondas ¡No puedo amarte sin amar a todo, incluso amar el hecho de que no me pertenezcas! ¡Solo quiero sentir el amor de amarte y también el de no amarte antes que fingirlo!
Sediento de ti, te busco y te busco hasta que caigo en la cuenta de que tú eres la propia sed. Te busco a lo lejos, pero veo que tú eres, precisamente, la lejanía, aquí mismo, presente. La perfecta imperfección. Estás tan cerca de mí, que no es posible amar-te, ¡solo amar!
¡Te amo hasta el punto de no poder esperar a mañana para amarte! ¡Te amo desde este mismo instante! Y, puesto que la muerte también te pertenece (aunque se esconda silenciosamente detrás de tu cambio permanente) comprendo, sin necesidad de entender, enamorado, pero en paz, que este amor arde sin comienzo ni fin.