Kant y el yo. A la pregunta del título, el filósofo respondería que no, pero que del pensamiento pueden deducirse cosas. Kant es un pensador conocido por llevar la crítica por bandera. El «yo» es un problema que aparece en la Crítica de la razón pura, donde dedicó una reflexión al propio hecho de pensar: el «yo pienso». Un «yo pienso» que está inevitablemente relacionado con el propio «yo» y cuya reflexión constituirá un momento fundamental de su obra.
Por Irene Gómez-Olano
La reflexión en torno al «yo» kantiano permite atravesar algunos de los tópicos más notables de su obra, como la idea del espacio y el tiempo como formas a priori de la sensibilidad, el sujeto trascendental o la diferencia entre el noúmeno y el fenómeno (que veremos más adelante).
Representaciones e intuiciones
En primer lugar, Kant denomina «representaciones» a aquellos contenidos percibidos por los sentidos. Como no le damos la misma prioridad a todas las representaciones, porque sería imposible racionalizar hasta el final todos los estímulos que nos llegan, establecemos continuamente un filtro.
A aquello a lo que damos prioridad es a lo que Kant llamó «intuiciones». Las intuiciones ya no son representaciones, sino construcciones posteriores y más elaboradas. Podríamos decir que, en el proceso de convertir una representación en una intuición, el sujeto otorga un significado concreto. El pensamiento actúa como mediador que da sentido y configura la intuición.
El sujeto no es un mero receptor de conocimiento, sino que lo construye, poniendo parte de sí mismo en el proceso de conocimiento. En concreto, para Kant, el sujeto aporta dos variables fundamentales: el espacio y el tiempo.
Todo lo que pensamos y conocemos tiene una dimensión espaciotemporal. Espacio y tiempo son conceptos que tendrán muchísima importancia para el autor, que los llamará «formas a priori de la sensibilidad». A priori porque son previas a los sentidos y garantizan que lo que percibimos con ellos sean construcciones con significado, y «de la sensibilidad» porque es a través de los sentidos que accedemos al mundo.
El sujeto no es un mero receptor del conocimiento, sino que lo construye, poniendo parte de sí mismo en el proceso
El noúmeno y el fenómeno
El motivo por el que podemos conocer una parte del mundo es porque este se da a conocer mediante los sentidos. Puede existir todo un mundo de estímulos y representaciones que ni imaginamos porque no son perceptibles por los seres humanos. Serían cosas que no se dan para mí como ser humano que piensa, sino que se dan en sí, sin necesidad de que nadie las perciba.
De esta distinción (lo que las cosas son en sí y para mí) es de donde surge la distinción entre el noúmeno y el fenómeno: el noúmeno es aquello que solo es en sí y no podemos conocer a través de los sentidos y el fenómeno es aquello que se da a conocer.
En la Crítica de la razón pura, Kant discute sobre si el «yo» es o no un noúmeno. De serlo, no podríamos conocerlo. Lo primero que apreciamos es que no podemos tener representaciones del «yo», sino que es algo previo a las representaciones. Además, cuando pensamos el pensamiento mismo —lo que Kant llama «yo pienso»—, apreciamos una dificultad: es un pensamiento sin contenido, como mirar a una caja vacía.
Kant expresó esa dificultad mediante la fórmula siguiente: «Los pensamientos sin contenidos están vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas».
El sujeto trascendental
El «yo pienso» le sirve a Kant para aproximarse a la reflexión acerca del «yo» propiamente dicho. Kant escribe: «El ‘yo pienso’ tiene que poder acompañar a todas mis representaciones». Tiene que poder acompañarlas, porque de no hacerlo no habría fundamento posible para esas representaciones. Es decir, por lógica el pensamiento debe ir acompañado por un alguien que piense.
Por este motivo, el sujeto para Kant es trascendental. «Trascendental» es un término muy utilizado en la obra kantiana; se refiere a algo que se tiene que dar previamente para que se dé otra cosa. En este sentido, el sujeto es trascendental al conocimiento, porque no puede haber conocimiento sin sujeto.
Kant es un autor que respondería muy tajantemente al famoso dilema de qué ocurre si un árbol cae en el bosque y no hay nadie para verlo. El árbol no haría ruido porque «ruido» es la intuición generada por un sujeto sobre la representación de percibir la caída del árbol.
Kant distingue entre el fenómeno (aquello que podemos conocer porque lo experimentamos) y el noúmeno (lo que es la cosa en sí). Si el yo es un noúmeno, entonces no podremos conocerlo racionalmente
Kant y el yo
Kant se interroga sobre qué podemos conocer del pensamiento para conocer algo sobre el «yo» que piensa. Recapitulando, las representaciones forman parte de lo fenoménico. Por ese motivo, podemos conocer algo de ellas y construir intuiciones.
Del «yo pienso» no hay experiencia alguna, porque no lo percibimos por los sentidos. Pero, aún así, tenemos una cierta intuición de que pensamos. Parece una intuición «pura», sin experiencia sensible previa. No se puede tocar, ni oler ni sentir de ningún modo al «yo pienso». Es por eso por lo que podemos pensarlo, pero no podemos conocerlo: «Pensar un objeto y conocer un objeto son, pues, cosas distintas».
La posibilidad de obtener un conocimiento cierto, que no se base en una mera especulación, es el motor fundamental de la obra de Kant. Por eso, la distinción entre pensar y conocer es central en su pensamiento. Con el conocimiento cierto se puede hacer ciencia, y el objetivo de La crítica de la razón pura es establecer, precisamente, los principios por los que la filosofía puede ser una ciencia.
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El primer elemento destacable del «yo pienso» es, entonces, que es una intuición pura. Además, señala Kant, se da en forma de unidad. Es decir, nos percibimos como un solo sujeto que piensa. Por esos motivos, hablará del «yo pienso» denominándolo «unidad de apercepción»; es decir, una unidad de la que no hay percepción.
El segundo elemento es que el «yo pienso» será el encargado de unificar todas las representaciones hasta que sean mis representaciones. En este sentido, el «yo pienso» es una «unidad sintética de apercepción», porque sintetiza las representaciones para convertirlas en mías.
Si el «yo pienso» no hiciera esa labor de síntesis, nuestras representaciones adoptarían la forma de diferentes yoes, o, en palabras de Kant, «un yo tan abigarrado y diferente como las representaciones de las que fuese consciente poseyera». Además, lo que nos diferencia de otros animales, para Kant, es que el ser humano es consciente de esta operación sintética: no solo convertimos las representaciones en intuiciones nuestras, sino que somos tan conscientes de ello que podemos pensarnos a nosotros mismos como seres pensantes.
El sujeto en Kant es trascendental, es decir, es necesario para que se dé otra cosa: en este caso el conocimiento. No hay conocimiento posible sin sujeto
Esta idea recorrerá la Modernidad hasta tal punto que la definición antropológica del ser humano estará atravesada por ella: somos el Homo sapiens sapiens. El primate que sabe, pero que, sobre todo, sabe que sabe.
Pensar el propio pensamiento supone pensar algo carente de contenido. Normalmente pensamos en los contenidos del conocimiento, pero pensar el «yo pienso» es como mirar una caja vacía buscando respuestas. Es por eso, que lo que sea realmente la identidad, o el «yo» queda fuera de la discusión. Podemos conocer algunos aspectos de nuestra autoconciencia, pero no podemos acceder a la naturaleza última de nuestra identidad.
El «yo pienso» es representación de un «yo» nouménico y entonces no podemos conocerlo realmente. Recordemos que lo nouménico, o el noúmeno era aquello que las cosas son independientemente de cómo se nos presenten. Es como son en sí.
No podemos demostrar, en el esquema kantiano, la existencia del «yo», aunque intuyamos que debe haberlo. Solo podemos decir que esa identidad es trascendental (esto es, previa y necesaria) al «yo pienso» pero no podemos demostrarlo.
¿El yo es lo mismo que el «yo pienso»?
La «unidad sintética de apercepción» que hemos definido no es el «yo». El «yo» sería la garantía de que podamos pensar y pensarnos, pero no el conocimiento mismo. Kant determina que ese «yo» va más allá de las posibilidades que tenemos de definirnos en base a lo que pensamos y conocemos.
En última instancia, la naturaleza última del «yo» sí es algo que no podemos conocer. Igual que lo que sean las cosas en sí, y el ruido de los árboles que caen en el bosque. Kant no piensa que no existan, pero piensa que no podemos demostrar que existan.
El «yo pienso» realiza una labor de síntesis gracias a la cual la identidad no se fragmenta en cada una de sus representaciones
En el camino de reflexionar sobre el «yo pienso», Kant consigue hacer una crítica profunda de la propia razón que da fundamentos para el autoconocimiento, y el conocimiento de todo lo demás, incluidos los objetos de la ciencia. El límite está en que solo podemos hacer ciencia de aquello que experimentamos. De todo lo demás, piensa Kant, debemos guardar silencio o incurriremos en especulaciones sin fundamento.