F preguntó:
¿No os ha pasado que cuando os iniciasteis en el camino espiritual entrasteis en crisis
y vuestra pareja se fue a pique?
S respondió: Yo no tenía pareja, nada se fue a pique.
C: Creo que coincidió con que ya no estábamos muy bien,
por eso me metí en un camino espiritual, diferente al suyo.
Eso empeoró el conflicto, en un principio,
pero eso era porque entonces cualquier cosa era un conflicto.
Sin embargo, supimos resolverlo.
M: Yo no recuerdo «un» momento en el que iniciara el camino espiritual,
Creo que siempre he tenido tendencias, aunque me considerara atea.
Pero vivía experiencias espirituales (sin darle ese nombre)
en instantes de soledad y contemplación, a veces con la música
o el arte, puntualmente.
Dicho esto, cuando las circunstancias me llevaron a un denominado «camino espiritual»,
lejos de meterme en crisis
mis relaciones se hicieron más fáciles,
quizás porque yo pasé a ser más «fácil».
Cambió mi mirada, se hizo más comprensiva y amorosa,
se disolvieron muchos conflictos.
De hecho, en aquella época estaba separada y volvimos a reconciliarnos.
Fue una época muy intensa y muy bonita, que deja una huella muy profunda.
Las personas de mi entorno se sorprendían un poco de que una «atea» como yo,
una persona sensata y racional, se estuviera involucrando con un grupo religioso,
quién sabe si una secta.
Pero consideraban que me sentaba bien,
me veían más libre, alegre y feliz,
y con mucho más sentido del humor.
Así que no había problema.
Ya, dijo F, pero cuando entras en un camino espiritual
y por fin encuentras respuestas
que tu pareja no ve…
Ella, que escuchaba con atención el compartir, pensó que quizás ahí estaba la diferencia.
Vivir el camino espiritual desde la cabeza:
«Ahora tengo respuestas, ahora tengo la Verdad.
Yo lo veo y la gente no lo ve».
Ese sentimiento de superioridad.
O bien vivirlo desde el corazón,
cuando se transforma la mirada,
impregnada de la comprensión y el amor,
que puede ver la luz en los demás seres.
También la oscuridad, la inseguridad, el miedo.
Pero que tire la primera piedra quien esté libre de eso.
La bondad y los cuidados nos sostienen, a pesar de todo el dolor que transitamos.
Desde ese punto de vista, las realizaciones espirituales, esa comprensión,
activa el amor y la empatía,
facilita e intensifica las relaciones.
Incluidas las separaciones, cuando desde la mirada lúcida y amable
resultan convenientes.
Así que si el camino espiritual te lleva a vivir alguna crisis de superioridad conceptual,
quizás es más bien una terapia, de camino impreciso.
«Mi religión es el amor», dice el Dalai Lama
y personalmente se lo escuché decir muchas veces a Thich Nhat Hanh.
Ahí es donde se encuentran todos los caminos espirituales.
Y el amor no provoca crisis, más bien las disuelve.
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