“Todos estamos en el mismo barco” es una expresión que probablemente habrás escuchado en más de una ocasión. Generalmente se utiliza para hacer referencia a la necesidad de arrimar el hombro por un objetivo común ya que nuestras decisiones y comportamientos afectan a todos.
Y es cierto.
Pero hay un matiz importante a menudo olvidado. Y ese matiz cambia bastante las cosas.
¿Cuál es origen de la expresión “todos estamos en el mismo barco”?
La frase “estamos todos en el mismo barco” se atribuye a los antiguos griegos, quienes al parecer la usaban para referirse a los riesgos y peligros que afrontaban cuando tenían que viajar juntos en una pequeña embarcación por mares impredecibles.
Mucho antes, los chinos ya usaban una expresión bastante similar: “atravesar el río en la misma barca” (同舟共济). No obstante, su acepción era ligeramente diferente ya que recurrían a ella para hacer alusión a la necesidad de ayudarse en los tiempos difíciles.
En el siglo XVI, el poeta inglés Guillaume de Salluste Du Bartas también usó una frase parecida: “ambos estamos embarcados en el bote” (for in one bote we both imbarked be) para referirse al dolor compartido y la pérdida común ante las mareas y tempestades.
Todo parece indicar que la idea de que existe algo que nos une, sobre todo en la adversidad, traspasa culturas y sociedades. Y es probable que provenga de esa necesidad tan humana de sentirnos arropados en el dolor y el sufrimiento. Sentir que, a pesar de los pesares, algo nos acomuna, es a la vez reconfortante y esperanzador.
Sin embargo, aunque esta frase puede sonar muy poética, no capta la esencia de la realidad que vivimos, por lo que a menudo se termina usando como un comodín para no esforzarse por entender al otro o incluso para pedirle un sobreesfuerzo completamente injusto.
La trampa de pensar que estamos en el mismo barco
Frases como “entiendo por lo que estás pasando, a fin de cuentas, estamos todos en el mismo barco” pueden sonar extremadamente egoístas y frustrantes para quienes la escuchan, sobre todo cuando lo están pasando francamente mal y el otro realmente no tiene ni idea.
Aunque ser humanos nos une, cada persona es única y sus circunstancias también, de manera que es realmente difícil saber por lo que está pasando el otro. Aunque nos enfrentemos a tormentas similares, su impacto será diferente porque depende de las herramientas que cada quien tenga para lidiar con ellas.
Por ese motivo, en ocasiones pensar que estamos todos en el mismo barco se convierte en una excusa para no profundizar y seguir viendo la realidad desde nuestra perspectiva. Asumir que el dolor y el sufrimiento es igual para todos, a menudo implica ignorar la unicidad del otro y, por tanto, cerrar los ojos ante su situación.
Esa frase promueve una falsa empatía. De hecho, no es casual que también se utilice con fines motivacionales para pedirle un sobreesfuerzo a personas que ya se encuentran en situación de desventaja.
Con la excusa de que “todos estamos en el mismo barco”, muchos estados, gobiernos y empresas piden a las personas más humildes que se aprieten el cinturón en épocas de crisis para salvar la sociedad o el negocio, de manera que estas terminan soportando la mayor parte del peso mientras los estratos más altos apenas perciben cambios.
Por tanto, en algunas ocasiones la idea de que todos debemos aportar lo mismo se convierte en un mecanismo para generar culpa y preservar un sistema profundamente desigual en el que quienes más tienen y más han sido favorecidos, son precisamente quienes menos se comprometen y esfuerzan.
Todos estamos en el mismo mar
La pandemia, quizá como ninguna otra circunstancia en nuestra historia más reciente, puso de manifiesto nuestras profundas diferencias. En aquel momento, el escritor Damien Barr publicó un poema en el que decía “estamos en la misma tormenta, pero no en el mismo barco. Tu barco puede naufragar y el mío no. O viceversa”.
Durante ese mismo periodo, las cajas que contenían ayuda médica proveniente de China tenían un mensaje a modo de recordatorio: “somos olas del mismo mar”.
Lo cierto es que “no estamos en el mismo barco, estamos en el mismo mar”. Sometidos a sus inclemencias, sí, pero también en diferentes circunstancias. Hay quienes viajan en cómodos cruceros o yates mientras otros van en pequeños botes. E incluso hay quienes se aferran a un salvavidas o intentan nadar con todas sus fuerzas, como apuntara la psicóloga Alejandra Castellanos.
Quizá esta idea no sea tan inspiracional porque muestra toda la crudeza de la vida, pero sin duda es un buen punto de partida para intentar ser más empáticos.
¿Por dónde empezamos?
Un primer paso consiste en dejar de comparar nuestra situación con la de los demás. Cada persona y sus circunstancias son diferentes, por lo que pensar que reaccionará exactamente como nosotros o que está sintiendo lo mismo que nosotros es una falacia.
Algunas personas son más ágiles ajustando las velas para aprovechar los vientos propicios y a otras les cuesta más. Algunas se encuentran en un puerto seguro a buen recaudo y otras están atravesando una gran tormenta. Algunas se impulsan con la ayuda de un motor y otras tienen que remar con sus propias fuerzas. Todos estamos en el mismo mar, pero lo experimentamos de manera diferente.
Por tanto, “no subestimes el dolor de los demás si no lo has sentido. No juzgues su buena vida ni condenes su mala vida. No juzgues al que le falta, pero tampoco al que se pasa. Estamos en diferentes barcos intentando sobrevivir. Que cada uno navegue su camino con respeto, empatía y responsabilidad”, como escribiera Barr.
No estamos en el mismo barco, sino en el mismo mar – y la diferencia es importante