Se dice, no demasiado lejos de ser cierto, que los así llamados “países nórdicos” son una región de este planeta que monopoliza la felicidad. Se trata de una zona geográfica al norte de Europa y del Atlántico integrada por cinco Estados soberanos: los reinos de Dinamarca, Noruega y Suecia, y las repúblicas de Finlandia e Islandia. Incluye también la provincia autónoma finlandesa de Åland, las naciones constituyentes danesas de Groenlandia y las Islas Feroe, y los archipiélagos dependientes noruegos de Svalbard y Jan Mayen. Se trata de un territorio inmenso, pero la suma de todos sus habitantes no iguala a la mitad de la población de países como Alemania.
Sus lazos culturales fuertes hacen eco en otras características comunes, como ser economías con beneficios de mercado compartidos y que aseguran derechos materiales extensos, o grupos humanos con una elevada escolarización universitaria y entre los más ateos o irreligiosos del globo, aunque también colmados de un profundo amor por sus Iglesias nacionales. Este luteranismo puede haber modelado una inclinación por el autoexamen y un aprecio de la convivencialidad cristiana, trasformados a lo largo del siglo pasado en una búsqueda de equilibrio entre liberalismo y bienestar.
Los países nórdicos encabezan muestreos como el Informe Mundial sobre la Felicidad de la ONU y la OCDE, siendo Finlandia quien generalmente ocupa el primer lugar, a pesar de que su PIB es menor al de éxitos económicos como Singapur, Macao o Qatar. Si bien estas naciones del norte también gozan de un amplio patrimonio de recursos naturales y tecnológicos, más importante aún podría ser su buena posición en otro tipo de mediaciones, por ejemplo, el coeficiente de Gini sobre distribución de ingresos. En una escala entre 0 y 1, donde 0 se corresponde con la perfecta igualdad, y 1 con la perfecta desigualdad entre los más ricos y los más desfavorecidos, sociedades como las nórdicas serían de las más cercanas a ese 0 utópico. Pero este tipo de cuantificaciones dicen poco sobre qué es lo que puntualmente le asegura a la gente un sentido de satisfacción con su vida. Países como Cuba son también competentes en temas como el desarrollo humano en esquemas de equidistancia de ingresos, aunque no se acercan a este aparente grado de satisfacción, ya sea por la falta de recursos materiales, por el carácter autoritario de sus gobiernos o por características culturales. Las evaluaciones muestran que hay mayor satisfacción donde hay una mejor calidad institucional. Finlandia, Noruega, Suecia, Dinamarca e Islandia son lo más cercano a democracias materiales, trasparentes, ricas e igualitarias, pero ¿es verdad que son tan felices?
Según estudios locales, los países nórdicos plenos de grandes sonrisas sobre bicicletas ecológicas puede que estén disfrazando una gran tristeza, sobre todo entre una creciente minoría de jóvenes y, más aun, de mujeres jóvenes. Quienes no ven que la vida sea tan buena se reconocen estresados, en soledad o con un sentimiento de presión relacionado con su desempeño escolar, profesional y social, esto a pesar de ser ciudadanos con acceso a buenas pensiones, permisos parentales generosos, manutención por enfermedad o discapacidad, sanidad y educación gratuitas, y sólidas prestaciones por desempleo. Hay una acentuada autopercepción melancólica que flota en el aire y explica una alta tasa de suicidio histórica. En la década de los noventa, la feliz Finlandia vio aumentar este fenómeno en tal magnitud que debió implementó la primera estrategia de prevención del suicidio del mundo. De acuerdo con el profesor John Helliwell, uno de los responsables del informe de la ONU, este tipo de indicadores sobre valores de la felicidad han ido evidenciando que estos no tienen necesariamente una relación con la probabilidad de suicidio. Una tendencia desafortunada que podría explicarse por factores culturales. En sus propias palabras:
Descubrimos que el suicidio, al igual que otros tipos de comportamiento antisocial, tiene un cierto aspecto cultural… al igual que las adicciones de varios tipos se concentran en regiones debido a una especie de retroalimentación positiva local… Se trata de retroalimentación negativa, en cierto sentido, de personas que copian el comportamiento desafortunado de otras personas como mecanismo de afrontamiento.
Para el psicólogo y profesor de la Universidad Aalto de Finlandia, Frank Martela, los habitantes de su país mantienen tres tendencias culturales que pueden explicar su felicidad y, quizá, como corolario su infelicidad: primero, mantienen un fuerte vínculo con la naturaleza. Sus beneficios también pueden ser psíquicos y encausar el desarrollo personal. Segundo, también han preservado un alto grado de confianza comunitaria, de vecindad. Tercero, no cuantifican la vida desde ejercicios de comparación con los demás. En palabras de Martela:
Hay una frase famosa de un poeta finlandés: “Kell’ onni on, se onnen kätkeköön”. Traducido aproximadamente, significa: No compares ni alardees de tu felicidad. Los finlandeses se toman esto muy en serio, especialmente cuando se trata de cosas materiales y demostraciones abiertas de riqueza.
Es posible que esta misma integridad colectiva, de elevación moral y amparo en la naturaleza genere inadecuación en jóvenes nórdicos que viven escenarios como el desgaste y relativo retroceso del Estado de bienestar en sus países, la derivación de la política a extremos ideológicos a partir de temas como la inmigración, la tensión militar creciente, el desgaste de la vida digital llena de tecnopatías, el encarecimiento del empleo detrás de un desperdicio de altas capacidades profesionales, entre muchas cosas. Los valores mencionados por Martela pueden sentirse anacrónicos, evanescentes, parte de un gran fraude basado en la conformidad. Una forma de presión sutil que puede aislar a un individuo en su melancolía.
Imagen: Life in Norway.
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