Los falsificadores de noticias

Traducido para Rebelión por S. Seguí
El rumor solía tener mala reputación. En las obras de Shakespeare, se daba por sentado que los rumores eran en realidad artísticas mentiras y detallados cuentos de victorias y derrotas. Ningún periodista podría informar con credibilidad de masacres, torturas y detenciones masivas utilizando «insistentes rumores» como única prueba de su relato. Los editores de cualquier periódico, cadena de televisión o estación de radio en que trabajara un periodista así sacudirían sin duda la cabeza con incredulidad ante una fuente tan vaga y dudosa, y es casi seguro que se negarían a publicar la noticia.
Pero supongamos que nuestro periodista quita la palabra rumor y la sustituye por fuentes como YouTube o algún bloguero. Entonces, según experiencias recientes, los editores tenderían a asentir y dar su visto bueno, posiblemente elogiando a la vez a su empleado o empleada por su juicioso uso de Internet. La BBC y otras cadenas de televisión nos ofrecen felizmente cada noche imágenes del caos de Siria, sobre las que niegan abiertamente la responsabilidad de su autenticidad. Esta salvedad se entona tan a menudo que en la actualidad tiene el mismo impacto sobre los espectadores que las advertencias de que una información pueda contener imágenes de contenido pornográfico. El público considera, lógicamente, que si la BBC y otros canales no estuvieran convencidos de la verdad de las imágenes que ofrece YouTube no las utilizarían como fuente principal de información sobre Siria.
Las imágenes de YouTube pueden haber tenido un papel positivo en los levantamientos de la “primavera árabe”, pero la prensa internacional permanece muda, en gran parte, sobre lo fáciles de manipular que son dichas imágenes. Fotografiada desde un ángulo preciso, una pequeña manifestación se puede hacer aparecer como una reunión de decenas de miles de personas. Unos disparos en una calle de una ciudad puede ser utilizados para la fabricación de «pruebas» de tiroteos en una docena de ciudades. Las manifestaciones no tienen por qué ser acontecimientos captados, con suerte, por cámaras de teléfonos móviles de ciudadanos interesados: con frecuencia la única razón de la protesta es proporcionar material para YouTube. Las empresas de televisión no van a rechazar estas filmaciones, o subrayar la puesta en escena de las mismas, cuando se trata de imágenes gratuitas, llenas de dramatismo y recién producidas, que no podrían producir ellas mismas con sus corresponsales y equipos de filmación habituales aunque gastaran un montón de dinero.
En la prensa escrita, los blogueros lo tienen igualmente fácil aún en los casos en que no haya prueba alguna de que sepan lo que está pasando. De ahí la facilidad con la que un estudiante estadounidense, varón y residente en Escocia, fue capaz de hacerse pasar por una joven lesbiana perseguida en Damasco [1] . Desde la guerra de Irak, hasta los blogueros más declaradamente partidistas han sido presentados como fuentes de información objetiva. A pesar de haber perdido ya su lustre, todavía mantienen un cierto prestigio y credibilidad.
Los gobiernos que excluyen a los periodistas extranjeros en tiempos de crisis, como Irán y (hasta la última semana) Siria, crean un vacío informativo fácilmente colmado por sus enemigos. Éstos están mucho mejor equipados para ofrecer su propia versión de los acontecimientos de lo que solía estarlo antes del desarrollo de la telefonía móvil, la televisión por satélite e Internet. Los monopolios estatales de la información son ya insostenibles. Pero sólo porque la oposición a los gobiernos de Siria e Irán se haya apoderado de la agenda informativa no significa que lo que dice es verdad.
A principios del año pasado me encontré en Teherán con algunos corresponsales iraníes de publicaciones occidentales, cuyas credenciales de prensa habían sido suspendidas temporalmente por las autoridades. Les dije que la situación debía de ser frustrante para ellos, pero me contestaron que aunque pudieran presentar sus crónicas –en las que informaban que no pasaba gran cosa– sus editores no los creerían. Éstos habían sido convencidos por grupos de exiliados, por medio de blogs e imágenes de YouTube cuidadosamente seleccionadas, de que Teherán bullía visiblemente de descontento. Y si los corresponsales locales informaban de que se trataba de una exageración, sus empleadores sospecharían que habían sido intimidados o sobornados por la seguridad iraní.
No hay nada de malo o sorprendente en que los movimientos revolucionarios hagan propaganda camuflada. Siempre lo hicieron en el pasado y sería increíble que no lo hicieran hoy en día. Mi padre, Claud Cockburn, que combatió en el bando de la República en la guerra civil española, se inventó una vez la crónica de una rebelión contra el general de los partidarios de Franco en Tetuán, en el Marruecos español. Años más tarde, vio con sorpresa que se le criticaba duramente por lo que para él había sido un golpe propagandístico claro, como si la desinformación no hubiera sido un arma utilizada por todos los movimientos políticos desde Pericles.
Las maniobras de este tipo no se han vuelto obsoletas con los avances de la tecnología de la información en los últimos 20 años. Ésta se consideran por lo general como un medio totalmente benigno y democrático que inspiró los levantamientos de la “primavera árabe”. Así fue, hasta cierto punto. El puño de hierro de los estados policiales sobre los medios de comunicación y otras fuentes de información se rompió en todo Oriente Próximo. Los gobiernos descubrieron que la cruda represión del pasado podía ser contraproducente. En 1982, en Hama, en el centro de Siria, las fuerzas del presidente Hafez al-Assad mataron a unas 10.000 personas y ahogaron la rebelión suní, pero nunca se obtuvo una foto de un solo cadáver. Hoy en día las escenas de una tal masacre estarían en todas las pantallas de televisión del mundo.
Así pues, los avances técnicos han hecho que sea más difícil para los gobiernos ocultar la represión. Pero estos avances también han hecho más fácil el trabajo de los propagandistas. Por supuesto, las personas que dirigen los periódicos y emisoras de radio y televisión no son tontos. Saben de la naturaleza dudosa de la mayor parte de la información que transmiten. La elite política de Washington y Europa estaba dividida, a favor y en contra de la invasión estadounidense de Iraq, lo que facilitó la disidencia entre los periodistas. Pero hoy en día existe un consenso abrumador en los medios de comunicación extranjeros de que la razón asiste a los rebeldes y no a los gobiernos. Cuando proviene de instituciones como la BBC, la cobertura, por sesgada que sea, se convierte en aceptable.
Lamentablemente, Al Jazeera, un medio que ha hecho mucho para romper el control estatal de la información en Oriente Próximo desde su creación en 1996, se ha convertido en el acrítico brazo propagandista de los rebeldes de Libia y Siria.
La oposición siria tiene que dar la impresión de que la insurrección está más cerca del éxito de lo que realmente está. El gobierno sirio no ha logrado aplastar a los manifestantes, pero éstos, a su vez, están muy lejos de derrocarlo. Los dirigentes exiliados quieren una intervención militar occidental a su favor, como ocurrió en Libia, aunque las condiciones sean muy diferentes.
El propósito de la manipulación de los medios de comunicación es el de persuadir a Occidente y sus aliados árabes de que las condiciones en Siria se están acercando al punto en que pueden repetir su éxito en Libia. De ahí la niebla desinformativa que bombea Internet.
Nota:
Patrick Cockburn es un periodista irlandés independiente, corresponsal en Oriente Próximo del Financial Times y actualmente de The Independent. Especializado en dicha zona, y más concretamente en Iraq, ha obtenido numerosos premios periodísticos, el más reciente el prestigioso Premio Orwell británico al periodismo político, otorgado de 2009. Es autor de varias obras sobre Oriente Próximo, las más recientes The Occupation: War, resistance and daily life in Iraq y Muqtada! Muqtada al-Sadr, the Shia revival and the struggle for Iraq .
rCR

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