La disposición de la gente para castigar a los otros que mienten, engañan, roban o violan otras normas sociales, incluso cuando no hayan sido dañados o se hayan beneficiado personalmente, es un comportamiento característico del humano.
Hay muy escasa evidencia de que otros animales, incluso otros primates, comporten el «yo te castigo porque le hiciste daño». A pesar de que este comportamiento, llamado castigo de tercer-nivel, siempre ha sido institucionalizado en los sistemas jurídicos humanos, y los economistas lo hayan identificado como uno de los factores clave que pueden explicar el excepcional grado de cooperación que existe en la sociedad humana, esto es un tema nuevo para la neurociencia.
En un artículo publicado el 15 de abril por la revista Nature Neuroscience, un par de neurocientíficos de las universidades de Harvard y Vanderbilt, han propuesto el primer modelo neurobiológico de castigo a tercer-nivel. En él se esbozan un conjunto de habilidades cognitivas potenciales y los procesos cerebrales que las presiones evolutivas podrían haber re-utilizado para hacer posible este comportamiento.
«El concepto de supervivencia del más apto o el del gen egoísta que, en general, el público asocia con la evolución son incompletos», decía René Marois, profesor asociado de psicología en la Universidad de Vanderbilt, co-autor además del documento, junto con Joshua Buckholtz, profesor asistente de psicología en la Universidad de Harvard . «La prosociabilidad (la conducta voluntaria destinada a beneficiar a otras personas aun sin ser parientes), no confiere necesariamente beneficios genéticos directos sobre los individuos concretos, sino que crea una sociedad estable que mejora la supervivencia global del grupo.»
Una de las habilidades mentales subyacentes que permite a los humanos establecer una cooperación a gran escala y entre individuos no relacionados genéticamente es la capacidad de crear, transmitir y hacer cumplir las normas sociales, unos sentimientos ampliamente compartidos acerca de lo que constituye un conducta adecuada. Estas normas adoptan diversas formas, que van desde las normas culturales, específicas de la conducta (p. ej., «saludar a una conocida del sexo opuesto con un beso en cada mejilla«), a las normas universales variables en intensidad entre las distintas culturas (p. ej. «no cometerás adulterio«), y las normas universales, ampliamente codificadas en leyes (p. ej. «no matarás«).
«Los científicos han avanzado varios modelos para explicar la cooperación generalizada de lo que es característico de la sociedad humana, pero estos, generalmente, no logran explicar el surgimiento de nuestras grandes y estables sociedades», señalaba Marois.
Uno de los modelos sostiene que, los individuos podrían realizar acciones altruistas cuando benefician a sus familiares o incrementen con ello la posibilidad de transmitir sus genes compartidos con las generaciones futuras. Sin embargo, no explica por qué los individuos cooperan con las personas que no comparten sus genes.
«Tú me rascas la espalda y yo te la rasco a ti«, esa es la esencia del otro modelo llamado altruismo recíproco o reciprocidad directa. Se argumenta que cuando dos personas interactúan repetidamente significa que tienen un interés mutuo en la cooperación. Aunque esto puede explicar la cooperación entre las personas no relacionadas, los científicos han descubierto que sólo funciona en grupos relativamente pequeños.
De igual manera, las teorías de reciprocidad indirecta, aquellas que se centran en los beneficios que obtiene un individuo por mantener una buena reputación a través del comportamiento altruista, no pueden explicar el amplio surgimiento de la cooperación, porque los beneficios acumulados obtenidos a través de las interacciones altruistas de una solo vez resultan insignificantes.
Existe uno tipos de modelo, sin embargo, que han tenido éxito en la explicación del mantenimiento de la cooperación entre individuos no relacionados genéticamente. Según estos modelos de fuerte reciprocidad, los individuos premiarán a los seguidores de las normas o castigarán a los violadores de la misma, aun a costa de sí mismos (castigo altruista).
Estos modelos de fuerte reciprocidad, al igual que los otros modelos mencionados anteriormente, se han desarrollado principalmente para explicar las interacciones de segundo-nivel. Mientras que las interacciones el segundo-nivel son las que pueden prevalecer en las sociedades no humanas y en pequeñas sociedades humanas, hay evidencias que la evolución a gran escala de nuestras sociedades giran en torno a una distinta y característica forma humana de interacción, denominada el castigo de tercer-nivel («Te castigo porque le has hecho daño«).
La codificación de las normas sociales dentro de las leyes y la institucionalización del castigo a tercer-nivel «es sin duda uno de los acontecimientos más importantes de la cultura humana», declara el documento.
Según el modelo de los investigadores, basado en los datos neurocientíficos cognitivos más recientes sobre el comportamiento, el castigo de tercer-nivel surgió a partir del castigo de segundo-nivel, y es llevado a cabo por un conjunto de procesos cognitivos que han evolucionado para servir a otras funciones, y que se han asimilado para hacer posible el castigo de tercer-nivel.
En el sistema moderno de justicia penal, los jueces y miembros del jurado (autoridades imparciales de tercer-nivel) tienen la tarea de evaluar la gravedad de un acto criminal, el estado mental de un acusado y la cantidad de daño hecho, luego integran estas evaluaciones con los ordenamientos legales aplicables y seleccionan el castigo más apropiado entre las opciones disponibles. Basándose en los últimos estudios mapeados del cerebro, Buckholtz y Marois proponen una cascada de eventos cerebrales que deben materializarse para apoyar los procesos cognitivos implicados en la decisión que conlleva al castigo de tercer-nivel. En concreto, se han localizado estos procesos en cinco áreas distintas del cerebro: dos en la corteza frontal, que participan en las funciones mentales superiores, otra área en la profunda amígdala del cerebro, que está asociada con las respuestas emocionales, y dos áreas más en la parte posterior del cerebro, involucradas en la evaluación social y la selección de la respuesta.
Según el modelo de Buckholtz y Marois, las decisiones de castigo son precedidas por la evaluación de las acciones e intenciones mentales del acusado en una red de evaluación social compuesta por la corteza prefrontal media (MPFC) y la unión témporoparietal (TPJ).
Aunque a menudo se asume que la toma de decisiones jurídicas se basa puramente en el pensamiento racional, la investigación sugiere que, gran parte de la motivación para castigar es impulsada por las respuestas emocionales negativas hacia el daño. Esta señal parece ser generada en la amígdala, causando un factor causal en su estado emocional cuando se toman decisiones, en vez de emitir juicios únicamente basados en los hechos.
En consecuencia, la autoridad que toma las decisiones debe integrar su evaluación del estado mental del infractor de la norma y la cantidad de daño hecho, con el conjunto específico de opciones de castigo. Los investigadores proponen que la corteza prefrontal media, la cual tiene una localización muy céntrico y está conectada con todas las demás principales áreas, actúa como un centro que reúne toda esa información y lo transmite a la corteza prefrontal dorsolateral (DLPFC), donde se realiza la decisión final con la entrada de otra área trasera cerebral llamada surco intraparietal, que participa en la selección de la apropiada respuesta de castigo. Como tal, el DLPFC puede estar en la cúspide de la jerarquía neural e involucrada en la decisión sobre los castigos apropiados que deben ser impartidos en las violaciones específica de la norma.
El modelo actual se centra en el papel del castigo como alentador a gran escala de la cooperación humana, aunque los investigadores reconocen que la recompensa y el refuerzo positivo también son poderosas fuerzas psicológicas que animan a la cooperación, tanto a corto como a largo plazo.
Según Marois, «resulta irónico que, mientras que el castigo o la amenaza de castigo, se cree que desempeñan un papel fundamental en la evolución de nuestras sociedades a gran escala, muchas investigaciones en psicología del desarrollo demuestran el inmenso poder del refuerzo positivo para la formación de la conducta de un joven». La comprensión de cómo funcionan la recompensa y el castigo, por lo tanto, debería proporcionanos los conocimientos fundamentales sobre la naturaleza de la conducta humana cooperativa. Definitivamente, lo mejor aquí es promover un sistema de justicia penal que no sólo sea justo, pero también menos necesario», dijo Marois.
Este trabajo es la más reciente contribución de los investigadores de Vanderbilt en el campo emergente del neuro-derecho y fue apoyado por la MacArthur Foundation Research Network sobre el Derecho y la Neurociencia, dirigido por Owen Jones.
– Referencia: ScienceDaily.com, 18 de abril 2012
– Fuente: Vanderbilt University.
– Título original: “Crime and Punishment: Neurobiological Roots of Modern Justice”
– Más información: Joshua W Buckholtz, René Marois. The roots of modern justice: cognitive and neural foundations of social norms and their enforcement. Nature Neuroscience, 2012; DOI: 10.1038/nn.3087 .
– Imagen 1) balanza de justica. Imagen 2) Áreas del cerebro involucradas en la pena de terceros. (Crédito: René Marois, Deborah Brewington / Universidad de Vanderbilt)
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Los delincuentes son personas que generalmente sufren algún tipo de desarreglo físico o psicológico, he tenido contacto con bastantes cuando iba a la Modelo de Barna a examinarlos, la mayoría deseaban sinceramente reinsertarse. El castigo por sistema no es una solución, hay otros métodos más eficaces porque la vida en sí les castiga desde niños. Creo que primero hay que tratarles con respeto y amor desde su condición de seres.