La laya neolítica y la sociedad comunal

Transcribo una parte muy interesante sobre uno de los libros que leí hace poco, “La guerrilla española y la derrota de Napoleón”, del historiador John L. Tone, que es una investigación sobre todo centrada en las guerrillas navarras en la guerra de la independencia (1808-1814). En este libro el estudio se divide en dos zonas muy diferenciadas social y económicamente, la Ribera y la Montaña navarras. La Ribera es más parecido a lo que es ahora, con propiedad privada concentrada, monocultivo extensivo, alta monetización y trabajo asalariado, la Montaña mantiene el comunal, el concejo abierto, el policultivo, la silvicultura, la ayuda mutua, la propiedad no estaba concentrada (propiedades familiares) y se mantienen al margen del sistema señorial. Es en La Montaña donde se dio la guerrilla navarra, mientras que en La Ribera era más fácil el control por parte de los franceses ya que el poder estaba concentrado en manos de unas pocas personas que pactaron con ellos. Esto pasó igual en otras partes de la península ibérica, pero sobretodo en el norte, que es donde se dio más el sistema concejil.

En este fragmento del libro que transcribo se habla sobre la laya que es un tipo de arado de pie que se usaba en el País Vasco y Navarra. Es un fragmento que hace reflexionar sobre el desarrollo tecnológico y sobre el verdadero interés que puede tener una minoría en que la tecnología cada vez sea más compleja, costosa económicamente y que por tanto esté más fuera del alcance de la mayoría de la población, favoreciendo la estratificación de la sociedad y un nuevo sujeto individualista que se basta con sus herramientas sofisticadas y que ya no necesita de la colaboración de sus iguales. Espero que sea de vuestro interés:

“A pesar de la orientación de los cultivos hacia la subsistencia en la Montaña, los peculiares factores sociales y técnicos de la región habían creado una agricultura eficiente. Los campesinos poseían su tierra en pequeñas parcelas situadas en diferentes campos abiertos. Esto aseguraba a cada familia la oportunidad de plantar diversos tipos de cultivos en diferentes suelos y espacios, y prevenir que una persona monopolizase las mejores tierras o que se perdiese todo en un desastre extremadamente localizado (por ejemplo, por una invasión de ovejas o por el granizo). La división de la tierra era, en este sentido, un sistema juicioso y consagrado. Mientras que los reformadores agrícolas estaban intentando aumentar la productividad cercando la tierra e introduciendo nuevas técnicas, los campesinos en la Montaña, que conservaban una distribución de la tierra relativamente igualitaria y empleaban métodos anticuados, cultivaban con más eficacia que la mayor parte de Europa. La producción por semilla eran en las mejores tierras, de 1 : 8 o más elevada, siendo la de Echarri-Aranaz la que registraba la producción media de 1 : 6. En comparación, la producción media en Francia rondaba el 1 : 5, la de Alemania el 1 : 4 y la de la Rusia Blanca el 1 : 3.

El clima suave y la lluvia adecuada, junto a la diversidad de cultivos en rotación y la abundancia de fertilizantes del ganado, eran responsables parciales de esta elevada productividad. Estas ventajas estaban reforzadas por la organización social del trabajo. La extendida propiedad familiar de las pequeñas comunidades había dado lugar a un esforzado campesinado, notable por su devoción a la tierra y al uso de formas laborales cooperativas. Era esta ventaja social, por encima de todas las demás, la que ayudaba a producir las elevadas cosechas del norte de Navarra, y no la aplicación de capital o de avances tecnológicos. En efecto, los campesinos de la Montaña utilizaban el instrumento agrícola más antiguo de Europa, la laya neolítica, un tipo de pala, más que (o además de) el arado. Aunque ya en tiempos de los romanos la laya se consideraba como un atavismo, las ventajas que ofrecía a los pequeños campesinos para remojar el terreno aseguró la utilización de esta antigua técnica hasta bien entrado el siglo XX. Por una razón, la laya era barata. Cualquiera podía tener un juego de ellas. El acceso a los costosos arados y a los animales de tiro fue un factor que operó a favor de la estratificación de los campesinos europeos; sin embargo, en la Montaña la laya permitía que incluso los campesinos más pobres compitieran con sus vecinos más ricos, y esto reforzó la tendencia igualitaria de la sociedad en la región.

Uno de los aspectos más importantes de la laya era que requería trabajo comunal. Dos o más familias, que incluían varias generaciones de hombres, mujeres y niños, trabajaban juntas, primero en la tierra de una de ellas, luego en la de la otra. Este acuerdo comunal premiaba la cooperación interfamiliar y ayudaba a mantener juntas a las comunidades como ningún otro factor podía hacerlo. Un atributo todavía más importante de la laya era la forma en que ayudaba a dar poder a las mujeres. Desde tiempos de los romanos, los visitantes de la región vasca destacaron, a la vez con satisfacción y horror, que sus mujeres parecían tener un gran poder. Algunos antropólogos e historiadores incluso han calificado a la sociedad vasca de “matriarcal”, si bien esto supera la realidad. Sin embargo, es razonable suponer que la laya eliminaba algunos de los obstáculos que para las mujeres tenía la agricultura. Aunque el uso de la laya era extremadamente duro, no requería el mismo tipo de fuerza o el mismo dominio de los animales que el arado. El control de animales de tiro y de la labranza es, según los antropólogos, un factor importante para la dominación masculina sobre la mujer en las sociedades agrarias. Las mujeres de la Montaña no se enfrentaban a esta desventaja laboral y esto puede haber contribuido a confirmar su igualdad en otras esferas, como por ejemplo, en las costumbres hereditarias.

http://www.upaya.es/?p=1186

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