Archivo de la categoría: PSICOLOGÍA- CEREBRO

Aida. Adoro la gente que te mira con los ojos y ve con el corazón

de La Mente es Maravillosa

Adoro la gente que te mira con los ojos y ve con el corazón

Me gusta la gente sencilla y trasparente, las personas que son capaces de darte el auténtico reflejo de lo que son con corazón, y que a su vez, te permiten ser tú mismo en cada instante. Sin lugar a dudas no es pedir demasiado, y por ello, antes de preocuparnos también en encontrar personas auténticas, debemos preocuparnos también en serlo nosotros mismos. No es adecuado esperar que nos ofrezcan sin saber ofrecer primero.

Las personalidades que viven la vida desde el corazón son aquellas que no ocupan espacios, son hábiles constructores de puentes. Tampoco llenan vacíos, porque son artífices de las emociones más íntegras, de la humildad más auténtica.

Si en tu día a día conoces a alguien que enriquece la vida de la forma que sea: mediante el conocimiento, el apoyo diario, o esa complicidad que no se puede explicar con palabras, no la dejes ir.

No es fácil encontrar personas que de verdad conecten con nuestra esencia, y a su vez, nos hagan la vida más fácil sin pedir nada a cambio. Es preciso cuidarlos como el mejor de los tesoros, como el bien más preciado, porque quien vive una vida desde el corazón, solo puede ofrecer honestidad y reciprocidad.

Habitantes del corazón, artesanos de la integridad y la empatía

chica en una azotea junto a un gato (1)

Llevar una vida íntegramente desde el corazón no es fácil. Requiere en primer lugar haber recorrido un largo trayecto interior para adquirir un adecuado autoconocimiento. Solo así logramos aceptar a su vez a los demás como a nosotros mismos.

Quien no se acepta a sí mismo, carga frustraciones e inseguridades en su interior. Un alma habitada por múltiples vacíos no resueltos solo es capaz de ver en los demás sus propios defectos, sus propias carencias.

Como puedes intuir no es sencillo poder ofrecer esa apertura, esa sinceridad en la cual nos dejamos envolver recibiendo esa mirada de quien nos sabe atender, de quien entiende el lenguaje de la comprensión y de los pequeños detalles. Ahora bien ¿Qué características están implícitas en estas personalidades?

  • Hay quien piensa que las personas sinceras y auténticas “vienen de fábrica”, que nacen con esa luz propia.
  • En realidad, muchas de ellas han pasado un largo recorrido en la vida del cual, han aprendido a hilar su interior, a crecer, a madurar en emociones, prudencia y entendimiento.
  • La base de quien sabe vivir desde el corazón es aquel que sabe mostrar empatía.
  • La empatía es el mejor tributo que nos ha ofrecido nuestro cerebro social. Yo soy capaz de reconocer emociones en los demás porque a su vez, reconozco y gestiono de forma adecuada las propias.
  • Quien es capaz de ofrecer esa apertura tan íntegra, ahí donde la mirada no atiende solo un rostro sino que sabe leer más allá del envoltorio físico, es capaz también de sentir en su propia persona lo que nosotros sufrimos, lo que nosotros vivimos.

Este tipo de “conexiones” tan excepcionales aparecen muy pocas veces. Ahora bien, al igual que es posible que dispongas de una o dos personas con estas características en tu círculo social,  puede que también tú seas así: alguien que vive la vida desde el corazón.

chica con una planta en las manos

Vivir la vida desde el corazón es sentir las heridas del mundo

En ocasiones, resulta más fácil vivir una existencia con una venda en los ojos y el corazón lleno de parches, evitando que sienta, protegiéndonos a su vez de sentimientos dolorosos. De algún modo, sería como seguir esa famosa premisa de “no sentir para no sufrir“.

Ahora bien, en realidad, siempre encontrarás mayor autenticidad en la gente que sigue su camino con pies seguros y sonriéndole al mundo, con fuerza y entereza, sin importarle si tiene rotos los huesos de su espíritu.

Podríamos decir que el verdadero conocimiento recae en esas personas que han sufrido en algún momento de su vida, y han sabido actuar con resiliencia obteniendo un aprendizaje, sabiéndose ahora más fuertes. Ahora bien, pero en ocasiones, esa fortaleza interior no significa en absoluto que seamos invulnerables al dolor ajeno.

  • Quien ha vivido algún suceso doloroso, ya sea una pérdida, una decepción o cualquier hecho traumático es más sensible a las heridas del mundo, a las emociones ajenas.
  • Sus miradas son más sabias y más hábiles a la hora de intuir, de notar, de percibir en nosotros ciertas inquietudes.
  • Si es tu caso, si eres una de esas personas acostumbradas a sentir en una alta intensidad el dolor ajeno, empatizando con quien te rodea, sabrás que el día a día puede no resultar tan fácil como muchos piensan.

La vida desde el corazón es más intensa, más pura y más noble, pero en ocasiones también duele. No es tu tarea salvar al mundo entero, no es tu obligación sanar más corazones que el tuyo…

chicas cazando estrellas

Ahora bien, tampoco podemos olvidar que a veces, no hay mejor bálsamo que el sentirse escuchado, atendido y comprendido. Si como dicen, el universo empieza siempre en nosotros mismos, la mejor forma de ofrecer amor es empezando por la comprensión.Vale la pena.

 

Adriana – He dejado de dar explicaciones a quien entiende lo que quiere

Psicologia/Valeria Sabater
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No vivas dando explicaciones por cada cosa que haces: es una fuente de estrés innecesaria. No hay necesidad de justificar tu forma de ser a quienes ya te juzgan solo por ser diferente, por ser único. Quien te quiere, te respeta. Así que evita caer en la cultura del “que dirán” y protege tu intimidad, tus esencias.

Algo que caracteriza a la sociedad actual es que existen cánones para todo: desde el aspecto físico hasta lo que se considera como “biológicamente” normal, como casarnos, tener hijos, etc. La presión social e incluso hasta la familiar, nos obliga a menudo a tener que dar explicaciones por cada cosa que hacemos (o que decidimos no hacer).

Practica la libertad personal y el arte de la asertividad. Deja de dar explicaciones sobre cada todo lo que haces: quien te quiere no lo necesita y quien no te respeta entenderá lo que quiera.

Algo importante, que deberíamos empezar a hacer hoy mismo, es reflexionar sobre el número de veces en que nos justificamos ante los demás. Hacerlo en exceso es caer en incoherencias, sufrimientos y sobrecostos innecesarios. Tú eres tu propio juez y tienes derechos asertivos para decir: “no, no te voy a dar explicaciones porque no te incumbe en absoluto”.

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Dar explicaciones: una fuente de estrés
En un interesante artículo publicado en el espacio “Pshycology Today” nos explican que las personas debemos aprender a hacer frente a todas esas personas que se atreven a cuestionar nuestras “decisiones vitales”.

– ¿Cómo es que aún no te has casado?
– ¿Cuándo vas a sentar la cabeza y a encontrar un buen trabajo?
– ¿Por qué no tenéis otro niño?

Lo más complejo de estas situaciones, es que los jueces que valoran nuestras decisiones o “no acciones” son precisamente los parientes más cercanos, de ahí, que la presión y la sensación de estrés sea más elevada.

Razones que nos obligan a tener que dar explicaciones
Para comprender un poco mejor las fuentes de sufrimiento más comunes, es necesario tener en cuenta estas dimensiones en las que todos nos podemos ver identificados.

Un error muy común en el que solemos caer, es que nos condicionamos con la estresante necesidad de diseñar nuestra existencia buscando el agrado de los demás (y en especial hacia nuestras familias).
Otro aspecto a tener en cuenta es que hay quien ha hecho de su vida personal una tribuna pública, donde cada acto, elección o pensamiento debe ponerse en voz alta para encontrar aceptación. Es algo que vemos a menudo en nuestras redes sociales: “un like” es un refuerzo positivo con el cual sentirse bien tras publicar un pensamiento o una foto.

El miedo al “qué dirán” sigue muy presente en la actualidad. Hay quien se ve con la necesidad de justificar cada cosa que hace para no “romper” ese círculo del control donde actuar o no dar explicaciones es ser señalado como diferente.


Aplica en tu vida la siguiente regla: haz las cosas antes que hablar de ellas, porque las cosas, al hacerse, hablan por sí mismas y no necesitan explicaciones.

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Nuestros derechos asertivos
En un estudio llevado a cabo en la Universidad de Ohio (Estados Unidos) y publicado en la revista “Behavior modification” nos explican que el simple hecho de desarrollar y aplicar estrategias asertivas, mejora nuestra salud y la calidad de nuestras relaciones sociales.

Todos nosotros tenemos derechos asertivos, es decir, puedes y debes tener tus propias opiniones y creencias, con derecho a evaluar tus sentimientos y conductas, y a aceptarlos como válidos aunque los demás no los vean bien o no los acepten.

Aprende a ser asertivo: no siempre es útil dar explicaciones
Ahora bien… ¿Cómo interiorizar y aplicar estos pilares en nuestra realidad más próxima? Te invitamos tomar nota:

Tienes derecho a dar o a no dar explicaciones: los verdaderos responsables de lo que hacemos, sentimos o elegimos, somos nosotros mismos. Si los demás nos quieren y respetan, no necesitan nuestras justificaciones.
Establece límites de forma diplomática: cuando un familiar, por ejemplo, insiste en que le des una explicación sobre algo que no le incumbe pon límites con cortesía y usa siempre frases cortas: “es mi decisión”, “porque me gusta así, “porque estoy contento con mi vida”.

Asume que a veces dar explicaciones no sirve de nada: es algo que debemos aceptar porque hay quien entiende lo que quiere, y a menudo, la demanda de una explicación ya es de por sí una crítica o un modo de humillar. Aprende a ignorar las críticas vacías y no te estreses. Evita el sufrimiento inútil.

Antes de dar una explicación piensa si lo que vas a decir contribuirá a mejorar algo, a solucionar o a prevenir un aspecto en concreto. Si no es así, no te preocupes, sonríe y limítate a guardar silencio.

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Adriana – El miedo a sufrir es peor que el propio sufrimiento

Arantxa Alvaro Fariñas
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Emilio Duró en una de sus conferencias más conocidas llamada “Optimismo e ilusión” dice que el 99% de todo lo que nos preocupa son cosas que nunca han pasado ni pasarán. Si lo pensamos con detenimiento, es cierto, porque gran parte de nuestro sufrimiento y de sus causas están dentro de nuestro cerebro, y lo que realmente ocurre es que tenemos miedo a sufrir.

El miedo es una reacción muy humana, que forma parte de nuestro instinto de supervivencia natural, pero en ocasiones nos traiciona porque se activa ante situaciones en las que no hay un verdadero peligro. Es en esas situaciones en las que tenemos que aprender a controlar nuestros temores.

“Todo lo que siempre has querido está al otro lado del miedo”
-George Adair-

Tendemos a sufrir más ante la sola idea del sufrimiento que ante una situación que puede dar lugar a un sufrimiento real. Muchas personas temen amar o enamorarse, por miedo a sufrir después, y se esconden tras una coraza sin darse cuenta de que de esa forma no pueden ser ellas mismas, ni conocer el amor.

Cómo funciona el miedo en nuestro cerebro

Para saber cómo funciona el miedo en el cerebro, se llevó a cabo un experimento por científicos del Centro de Salud Mental de la Universidad de Texas en Dallas (EEUU). Contaron con la participación de 26 adultos (19 mujeres y 7 hombres) con edades comprendidas entre los 19 y los 30 años.

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El experimento consistió en mostrar a los participantes 224 imágenes al azar, entre las que había imágenes reales (divididas en imágenes de peligro y situaciones agradables) e imágenes irreales sin ningún indicador que diferenciara a las imágenes de las dos categorías.

Se les pidió a los participantes que apretaran un botón con el dedo índice derecho cuando vieran una foto real y que presionaran otro botón con el dedo medio derecho cuando vieran fotos irreales y se midieron los resultados mediante electroencefalografías.

“Nos envejece más la cobardía que el tiempo, los años solo arrugan la piel, pero el miedo arruga el alma”
-Facundo Cabral-

Los resultados del electroencefalograma revelaron que las imágenes amenazantes provocaban un aumento precoz de actividad de ondas theta del lóbulo occipital (el área del cerebro donde se procesa la información visual).

A continuación, se producía un aumento de actividad theta en el lóbulo frontal (donde se producen las funciones mentales superiores tales como la toma de decisiones y la planificación). De la misma forma, también se identificó un aumento en las ondas beta relacionadas con el comportamiento motor.

Por lo tanto, en base a todo lo anterior, se llegó a la conclusión de que el cerebro da prioridad a la información amenazante sobre otros procesos cognitivos y el experimento realizado nos muestra cómo sucede este proceso en el cerebro.

Elige dejar de tener miedo a sufrir

Para dejar de tener miedo a sufrir no existen fórmulas mágicas, no hay una forma en la que podamos dejar de sufrir y olvidarnos de todo, pero sí existen determinadas reflexiones que podemos hacer y que nos ayudarán a dejar de lado ese temor, tan irracional a veces.

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Elegir no tener miedo significa gestionar nuestras emociones y lograr que no nos dominen, conocernos y elegir estar bien y en paz con nosotros mismos. Para ello es importante pasar por un proceso en el que reflexionemos sobre lo que sentimos y por qué lo sentimos.

Identifica el sufrimiento
Para luchar contra el miedo a sufrir, es esencial no caer en la negación y ser conscientes de que sufrimos. En este sentido, para lograr una visión objetiva, podemos observarnos a nosotros mismos y darnos cuenta de qué pensamos, cómo lo pensamos y qué hacemos.

Pero además de esa observación interna, es necesaria una observación externa, mira tu cuerpo y observa qué te está intentando transmitir. Se trata de preguntarte: ¿qué te dice tu cuerpo? Escucha a tu cuerpo e identifica ese sufrimiento.

Elige dejar de sufrir
Una vez realizado el análisis interno y externo de nosotros mismos, es hora de elegir dejar de sufrir. Para ello, podemos comenzar con dejar de lado pensamientos negativos que solemos tener como: “No puedo superar esto”, “Me lo merezco”, “No tengo tiempo”, “No vale la pena”.

“Una gota de pura valentía vale más que un océano cobarde”
-Miguel Hernández-

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Junto con esos pensamientos negativos también es importante superar creencias limitantes que solemos tener arraigadas como que “sufrir por amor es la manera más elevada de mostrar amor verdadero.” Dejar de lado pensamientos negativos y creencias limitantes, es un paso esencial para que el sufrimiento no nos invada y elegir la felicidad.

Expresa lo que sientes
Es habitual que sintamos miedo a sufrir y que además tengamos miedo a exteriorizarlo por lo que puedan pensar otras personas, pero expresar nuestros miedos más profundos es lo que nos hace valientes y honestos, con los demás y con nosotros mismos.

Decir lo que sentimos, ponerle palabras al miedo es un acto que requiere un gran coraje pero que nos hará romper las barreras que nos limitan y descargarnos del peso de lo que nos hace sufrir y no nos permite disfrutar de todo lo bonito que hay en la vida.
Arantxa Alvaro Fariñas

Adriana – Aprende a confiar en lo que está sucediendo‏

Psicologia/Valeria Sabater
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¿Cómo confiar en lo que está sucediendo si mi realidad está llena de tensiones, de miedos e infelicidades? Tomando conciencia. No se trata sólo de saber identificar a esos enemigos exteriores que nos hacen daño, a esos tiburones que nadan en mares revueltos…

Si no de saber conectarnos con nosotros mismos para recuperar la confianza, para aferrarnos un poco menos a las preocupaciones, y permitirnos ser más libres, soltar y tomar plena conciencia del aquí y ahora, integrándonos en nuestro ser más interno.

Aprende a confiar en lo que está ocurriendo. Si hay silencio, déjalo aumentar, algo surgirá. Si hay tormenta, déjala rugir, se calmará.
El TAO

Sabemos que no siempre es fácil conseguirlo. Cuando uno tiene muchas responsabilidades y no cabe la oportunidad de poder liberarnos de todo, debemos aprender a establecer prioridades.

Lo que sucede en estos mismos momentos es por algo, en tus manos está marcar el rumbo de tu destino siempre y cuando sepas confiar en ti mismo, y en la certeza de que pueden llegar cosas maravillosas.

Cómo practicar el arte de la no resistencia

Puede que en alguna ocasión ya hayas oído hablar de la estrategia de no resistirnos. Ahora bien, es importante que definamos un poco más esta idea para no caer en equívocos.

Practicar la resistencia es aferrarnos. Es apegarnos al sufrimiento, a los focos de estrés, a las relaciones tóxicas. El arte de la no resistencia, por su parte, nos enseña a fluir, a no quedar amarrados a lo que nos hace daño.

– La “no resistencia” no supone en absoluto dejarnos llevar por donde los demás quieren o por donde la vida opte arrastrarnos sin que nosotros tengamos opción de decidir.

– Quien se resiste, muchas veces se opone al cambio y deja de confiar en sí mismo, e incluso cierra las puertas a nuevas oportunidades.

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A menudo suele decirse que las personas gastamos múltiples energías en cosas inútiles o que nos hacen daño:

Enfocar gran parte de nuestro tiempo en un trabajo que nos hace infeliz descuidando a la familia, ofrecer nuestra vida a una pareja que nos ofrece infelicidad y a quien no nos atrevemos a dejar por miedo o indecisión…

Practicamos muy poco esa escucha interna, esa comunión con nosotros mismos para atender nuestra necesidades más intimas y descubrir qué sucede de verdad en nuestro interior.

Sabes muy bien qué pasa ahora mismo a tu alrededor, así que párate un momento a reflexionar sobre estos aspectos:

¿Hay algún tipo de tormenta en tu mente? ¿Te sientes perdido, enfadado, frustrado quizá? Identifica tus necesidades
Ahora que ya has identificado esas emociones negativas, no te aferres a ellas. No pongas resistencia y permítete liberarte de ellas. Si cambias tus pensamientos, cambiará tu voluntad y con ella tu realidad. Debes confiar en ti mismo.

Cómo aprender a confiar en lo que está ocurriendo

En primer lugar debes ser consciente de que en ti mismo, existe mucha más fuerza de la que crees, y que además, dispones de muchas estrategias de afrontamiento de las que en ocasiones, no eres consciente.

Debes dejar a un lado los miedos heredados, a las cosas y personas que van a vienen. A veces, no se trata de entender sino de sentir, confiar en lo que de verdad importa: vivir el aquí y ahora.

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1. El reconocimiento

El primer paso para aprender a confiar en lo que sucede a tu alrededor es reconocer todo lo que te envuelve, tus circunstancias y las personas que te rodean.

Yo reconozco tu forma de ser, y me doy cuenta que es incompatible con la mía.
Reconozco que las circunstancias que hemos creado entre los dos son dañinas.
Reconozco que hay dolor, lo vivo, lo siento y me doy cuenta de que debo reaccionar.

2. La responsabilidad

Ser responsable supone en primer lugar tomar las riendas de la situación, y después y no menos importante: no culpar a nadie de lo que ocurre.

Si yo busco culpables lo más probable es que genere rabia, y si hay rabia vuelve a existir resistencia y quedaremos cautivos de nuestras propias emociones negativas.

– Actúa de forma responsable sin buscar culpables de lo ocurrido, ni aún menos a ti mismo. Debemos evitar pesos internos.

– Ahora que ya has reconocido la situación, sabes que debes actuar con responsabilidad. Es hora de dar una respuesta creativa, de ir a la acción.

Trasforma tu realidad para que sea mejor.

3. Avanzar sin actitudes defensivas

Volvamos una vez más a la imagen de la tormenta. Cuando lo que sucede ahora mismo es que se ha desencadenado un fuerte aguacero cargado de vientos y truenos, hemos de evitar actuar como esa rama que busca mantenerse firme y en actitud defensiva ante los elementos.

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¿La razón? Lo más probable es que acabe doblada, rota o arrancada a causa de la tormenta. ¿Qué significa esto?

– Las actitudes defensivas suelen estar muy envenenadas por el rencor y la desconfianza. Te impedirán ser libre.

Se trata de confiar en uno mismo y en el momento presente. Sin cargas a la espalda, sin resentimientos, permitiendo que la vida se suceda y nosotros con ella, en plena armonía.

Valeria Sabater

Adriana – Hay un juez llamado tiempo que pone a todos en su lugar

Psicologia/Valeria Sabater
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Todos nosotros somos libres de nuestros actos pero no de las consecuencias. Un gesto, una palabra o una mala acción ocasionan siempre un impacto más o menos perceptible, y aunque no lo creamos, el tiempo es un juez muy sabio. A pesar de no dar sentencia de inmediato, siempre suele dar la razón a quien la tiene.

El célebre psicólogo e investigador Howard Gardner, por ejemplo, nos sorprendió hace poco con uno de sus razonamientos: “una mala persona nunca llega a ser un buen profesional”. Para el “padre de las inteligencias múltiples” alguien guiado únicamente por el interés propio nunca alcanza la excelencia y esta es una realidad que también suele revelarse en el espejo del tiempo.

Cada uno cosecha lo que siembra y, aunque muchos sean libres de sus actos, no lo son de las consecuencias porque, tarde o temprano, ese juez llamado tiempo dará la razón al que la tiene.

Es importante tener en cuenta que aspectos tan comunes, como un tono de voz despectivo o el uso excesivo de burlas e ironías en el lenguaje, suelen traer serias consecuencias en el mundo afectivo y personal de las víctimas que lo reciben. El no ser capaz de asumir la responsabilidad de dichos actos responde a la falta de madurez que, tarde o temprano, trae consecuencias.

Te invitamos a reflexionar sobre ello.

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El tiempo, ese juez tan sabio
Pongamos un ejemplo: visualicemos a un padre educando con severidad y ausencia de afecto a sus hijos. Sabemos que ese estilo de crianza y educación traerá consecuencias, sin embargo, lo peor de todo, es que este padre busca con estas acciones ofrecer al mundo personas fuertes y con un determinado estilo de conducta. No obstante, lo que conseguirá probablemente es algo muy diferente de lo que pretendía: infelicidad, miedo y baja autoestima.

Con el tiempo, esos niños convertidos en adultos, dictaran sentencia: alejarse o evitar a ese padre, algo que tal vez, esta persona no llegue a entender. La razón de ello está en que muchas veces quien hace daño “no se siente responsable de sus actos”, carece de una adecuada cercanía emocional y prefiere hacer uso de la culpa (mis hijos son desagradecidos, mis hijos no me quieren).

Una forma básica y esencial de tener en cuenta que todo acto, por pequeño que sea, tiene consecuencias, es hacer uso de lo que se conoce como “responsabilidad plena”. Ser responsable no significa solo asumir la culpa de nuestras acciones, es entender que tenemos una obligada capacidad de respuesta hacia los demás, que la madurez humana empieza haciéndonos responsables de cada una de nuestras palabras, actos o pensamientos que generamos para propiciar nuestro bienestar y el de los demás.

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La responsabilidad, un acto de valentía

Entender que, por ejemplo, la soledad de ahora es consecuencia de una mala acción del pasado es sin duda un buen paso para descubrir, que todos estamos unidos por un finísimo hilo donde un movimiento negativo o disruptivo, trae un como consecuencia un nudo o la ruptura de ese hilo. De ese vínculo.

Procura que tus actos hablen más que tus palabras, que tu responsabilidad sea el reflejo de un alma; para ello, procura tener siempre buenos pensamientos. Entonces, ten por seguro que el tiempo te tratará como mereces.

Es necesario tener en cuenta que somos “propietarios” de gran parte de nuestras circunstancias vitales, y que una forma de propiciar nuestro bienestar y de aquellos que nos rodean es mediante la responsabilidad personal: todo un acto de valentía que te invitamos a poner en práctica a través de estos sencillos principio.

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Claves para tomar conciencia de nuestra responsabilidad

El primer paso para tomar conciencia de “la responsabilidad plena” es abandonar nuestras islas de recogimiento en las que focalizamos gran parte de lo que acontece en el exterior en base a nuestras necesidades. Por ello, esta serie de constructos son adecuados también para los niños. Utilizándolos con ellos podemos enseñarles que que sus actos, tienen consecuencias.

Lo que piensas, lo que expresas, lo que haces, lo que callas. Toda nuestra persona genera un tipo de lenguaje y un impacto en los demás, hasta el punto de crear una emocionalidad positiva o negativa. Hemos de ser capaces de intuir y ante todo, de empatizar ante quien tenemos delante.

Anticipa las consecuencias de tus actos: sé tu propio juez. Con esta clave no nos estamos refiriendo a caer en una especie de “autocontrol” por el cual llegaremos a ser nuestros propios verdugos antes de haber dicho o hecho nada. Se trata solo de intentar anticipar qué impacto puede tener una acción determinada en los demás y, en consecuencia, también en nosotros mismos.

Ser responsable implica comprender que no somos “libres” del todo. La persona que no ve límite alguno en sus actos, en sus deseos y sus necesidades, practica ese libertinaje que, tarde o temprano, también trae consecuencias. La recurrida frase de “mi libertad termina donde empieza la tuya” adquiere aquí su sentido. No obstante, también es interesante intentar propiciar la libertad y el crecimiento ajeno, para de este modo, alimentar un círculo de enriquecimiento mutuo.

Vale la pena ponerlo en práctica.

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Adriana – Sientes rabia y no sabes por qué

Psicologia/Edith Sánchez
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Es una especie de molestia que se manifiesta en tu estado de ánimo, pero también en tu cuerpo. Experimentas fastidio. Te da calor y puedes sentir cierta pesadez en la cabeza. También es posible que experimentes tensión en la garganta y algo de opresión en el pecho. Es la rabia, que te asedia y a veces no sabes exactamente por qué.

Cuando la ira nace a partir de un estímulo concreto, como un acto ofensivo o una situación desagradable, es mucho más sencillo trazar una conducta a seguir. Tienes la alternativa de armar una bronca, digerir lo ocurrido y dejarlo pasar o manejar civilizadamente el asunto. Pero cuando la rabia no se dirige a algo o a alguien específicamente, sino que simplemente impregna de fastidio todo tu mundo emocional, es más difícil mantenerla bajo control.

“Aferrarse a la rabia es como agarrar un carbón ardiendo con la intención de tirarlo a alguien; eres tú quien te quemas.” -Buda-

En principio, la ira es una emoción positiva, en la medida en que permite oponer resistencia a circunstancias que son frustrantes o amenazantes para ti. Se trata simplemente de una reacción de defensa o ataque, que permite reafirmar a una persona. Pero cuando esa rabia se vuelve sorda y constante, cuando se convierte en una irritabilidad permanente y te hace estallar hasta por eventos insignificantes, es necesario revisar qué pasa.

La rabia que persiste y se retroalimenta
Todos conocemos personas que parecen estar enojadas constantemente. Se les ve tensas y notablemente preocupadas cada día, sin importar si hay hechos positivos o negativos a su alrededor. Parecen ser inmunes a lo que ocurre en su entorno, porque igual permanecen enfadados. Se les dice que son como “una chispa” y que al menor estímulo desagradable, desatan un incendio de grandes proporciones.

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¿Qué pasa en esas personas que sienten rabia y no logran especificar por qué? Por lo general se trata de individuos con un aprendizaje equivocado: creen que desatar un conflicto es una vía eficaz para lograr sus propósitos. Como les cuesta tolerar y entender a quienes piensan o actúan de manera diferente a ellos mismos, se enojan y les reclaman a los demás por no hacer las cosas como ellos piensan que deberían hacerlas, con o sin razón.

Para los enfadones crónicos hay una sola forma de vivir, una sola forma de sentir y una sola forma de actuar: la que ellos llaman “correcta”. Sienten que deben reaccionar con ira cuando “pillan” a alguien haciendo algo que “no corresponde”. No soportan la sensación de caos en el mundo, porque, muy probablemente, ellos mismos experimentan un caos interior, que solo pueden mantener a raya siendo “psicorígidos”.

También suele tratarse de personas con dificultades para expresar sus emociones. Es frecuente que repriman lo que hay en su interior y que solo sean capaces de expresarlo mediante un estallido de rabia. Esa emoción les da el impulso necesario para decir lo que habían callado. Por eso mismo, sus palabras están sobrecargadas y casi siempre representan una visión exagerada o demasiado extrema de una situación.

Un monstruo que termina devorando a su creador
Hay momentos en los que el enfado es realmente un factor que ordena, que pone límites y que evita males mayores. Una buena verdad, dicha a tiempo y “sin anestesia”, permite poner “los puntos sobre las íes” y detener alguna circunstancia nociva.

Lo ideal sería que siempre tuviéramos el suficiente control para decir todo con exactitud y mesura. Pero esto no siempre es así, nuestro cerebro instintivo y emocional es mucho más antiguo que el racional y no podemos evitar que de manera excepcional tome el control. De hecho es bueno que a veces quienes nos rodean se den cuenta de que también tenemos nuestro carácter.

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Pero en el caso de esa irritabilidad constante, en lugar de propiciar una situación saludable, lo que se puede desencadenar es una dinámica que termina atentando contra el propio bienestar del “enfadon”. Lo que quiere es orden, “corrección”, o como quiera llamársele. Pero lo que obtiene con sus gritos y sus reclamos desencajados es todo lo contrario: más desorden, más errores y menos soluciones.

Este tipo de personas terminan impregnando todas sus relaciones de tensión y conflicto. Más tarde o más temprano, siempre termina uno recibiendo aquello que da. Así que es muy probable que el “enfadon” se convierta en víctima de su propio invento. Los demás se tornan más exigentes e intolerantes con él y permanecen predispuestos de manera negativa ante su presencia. Se vuelve alguien que fastidia, que constantemente es también puesto en tela de juicio, que no se soporta.

Es muy frecuente que esa irritabilidad constante esté acompañada de depresión y de ansiedad. Tristeza por la frustración que implica el sentirse impotente ante la imposibilidad de lograr que todo funcione como él desea. Ansiedad, por la misma razón y por los múltiples conflictos en los que se ve envuelta la persona.

Al final del día, este tipo de actitudes solo son una forma de desperdiciar lo mejor de la vida. Es claro que si sientes rabia constantemente, terminas sin saber por qué y esto te bloquea, necesitas algo más que un nuevo propósito. Lo que requieres es ayuda profesional.

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Edith Sánchez

No eres más porque te alaben, ni menos porque te critiquen

Rincón de la Psicología
Durante gran parte de nuestra vida hemos asociado nuestra valía como personas a lo que piensan los demás sobre nosotros. En realidad no es extraño si tenemos en cuenta que de pequeños aprendimos que para ser aceptados debíamos cumplir ciertas normas, hacerle caso a ciertas personas y adaptarnos a ciertas situaciones. Nos gustara o no. Nuestra opinión y gustos poco peso tenían en la ecuación.
Así fuimos formándonos la imagen que tenemos de nosotros mismos, una imagen que depende, en gran medida, de los otros. Por eso, los elogios nos hacen sentir tan bien y las críticas nos hacen sentir tan mal. Detrás de esas sensaciones en realidad se esconde una profunda creencia que fue sembrada en nuestra infancia: nuestro valor depende de los demás, son los otros quienes deciden.
Obviamente, se trata de una falacia que ya había descubierto Thomas de Kempis en el siglo XV cuando afirmó que no eres más porque te alaben ni menos porque te critiquen. Somos personas completas, las opiniones de los demás son solo eso, opiniones, no determinan nuestro valor.

Somos adictos a los elogios, ergo nos afectan las críticas

De cierta forma, la necesidad de aprobación sienta sus bases en el deseo de ser elogiados, un deseo que, según un estudio llevado a cabo en el University College London y la Aarhus University, se encuentra grabado en nuestro cerebro.
Estos psicólogos notaron que cuando las personas eran elogiadas por sus decisiones, se activaba el estriado ventral, un área vinculada con la recompensa. Y mientras más validación recibían de los demás, mayor era esa activación.
En otras palabras, los elogios nos hacen sentir bien y desatan un mecanismo similar al que se produce en las adicciones. De hecho, estos psicólogos apreciaron que cuando recibimos aprobación social se activa una red neural casi idéntica a la que se encuentra en la base de las adicciones. Por tanto, es como si estuviéramos “cableados” de forma natural para buscar la aceptación.

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Adriana – No eres más porque te alaben, ni menos porque te critiquen

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elogio critica

Durante gran parte de nuestra vida hemos asociado nuestra valía como personas a lo que piensan los demás sobre nosotros. En realidad no es extraño si tenemos en cuenta que de pequeños aprendimos que para ser aceptados debíamos cumplir ciertas normas, hacerle caso a ciertas personas y adaptarnos a ciertas situaciones. Nos gustara o no. Nuestra opinión y gustos poco peso tenían en la ecuación.

Así fuimos formándonos la imagen que tenemos de nosotros mismos, una imagen que depende, en gran medida, de los otros. Por eso, los elogios nos hacen sentir tan bien y las críticas nos hacen sentir tan mal. Detrás de esas sensaciones en realidad se esconde una profunda creencia que fue sembrada en nuestra infancia: nuestro valor depende de los demás, son los otros quienes deciden.

Obviamente, se trata de una falacia que ya había descubierto Thomas de Kempis en el siglo XV cuando afirmó que no eres más porque te alaben ni menos porque te critiquen. Somos personas completas, las opiniones de los demás son solo eso, opiniones, no determinan nuestro valor.

Somos adictos a los elogios, ergo nos afectan las críticas

De cierta forma, la necesidad de aprobación sienta sus bases en el deseo de ser elogiados, un deseo que, según un estudio llevado a cabo en el University College London y la Aarhus University, se encuentra grabado en nuestro cerebro.

Estos psicólogos notaron que cuando las personas eran elogiadas por sus decisiones, se activaba el estriado ventral, un área vinculada con la recompensa. Y mientras más validación recibían de los demás, mayor era esa activación.

En otras palabras, los elogios nos hacen sentir bien y desatan un mecanismo similar al que se produce en las adicciones. De hecho, estos psicólogos apreciaron que cuando recibimos aprobación social se activa una red neural casi idéntica a la que se encuentra en la base de las adicciones. Por tanto, es como si estuviéramos “cableados” de forma natural para buscar la aceptación.

Por supuesto, hay personas en las que esta conexión no es tan intensa. Es probable que en su infancia no se hayan visto “obligadas” a buscar constantemente la aprobación de los demás o que hayan hecho un gran trabajo de crecimiento personal en su adultez que les haya permitido desligarse de esa necesidad de aceptación. En esos casos, la conexión es mucho más débil y, por tanto, la sensación de bienestar cuando se recibe un elogio también lo es.

Obviamente, el hecho de que estemos “programados” para buscar la aprobación del grupo también implica que las críticas nos duelen ya que, de cierta forma, son una señal de rechazo. Y el rechazo social activa las mismas áreas en el cerebro que el dolor físico, por lo que es normal que deseemos evitarlo.

Sin embargo, debemos tener claro que tanto los elogios como las críticas son solo opiniones, no son una medida de nuestra valía como personas.

¿Podemos hacer oídos sordos?

Somos seres sociales y no podemos hacer nada para cambiarlo. De hecho, ni siquiera deberíamos intentarlo porque las relaciones con los demás nos nutren y nos permiten crecer. La clave consiste en comprender que los juicios de los demás sobre nosotros representan una visión limitada y solo expresan su idea de cómo deberíamos comportarnos o qué decisiones deberíamos tomar.

Aún así, no estamos obligados a seguir ese esquema, sobre todo si esas opiniones nos restan valor. Podemos escuchar, reflexionar y descartar una opinión si ésta nos daña o nos encumbra artificialmente.

De hecho, en muchos casos puede ser más dañino un elogio desmesurado que una crítica. Los elogios excesivos y sin sustancia pueden hacer que nos formemos una imagen errónea de nuestras capacidades, lo cual nos puede llevar a tomar decisiones precipitadas y poco objetivas de las que más tarde nos arrepentiremos.

Por eso, es importante proteger nuestra valía. Recuerda que las personas más infelices son aquellas que se preocupan demasiado por lo que piensan los demás. Imagina que eres un pintor y que a tu alrededor hay personas que elogian o critican el cuadro. Puedes escuchar sus opiniones y tenerlas en cuenta pero al final lo más importante es que hayas disfrutado del acto de pintar y que te satisfaga el resultado. Y eso solo lo lograrás si miras dentro de ti y sabes lo que deseas.

Sin duda, se necesita mucha fuerza, pero debes recordar que tu valor depende solo de ti. Solo tú conoces tus sueños, sabes lo que es verdaderamente importante para ti y puedes valorar el esfuerzo que has tenido que hacer a lo largo del camino. No dejes que las opiniones de los demás desvirtúen tu esencia o te aparten del camino que desearías recorrer.

Jennifer Delgado

«Llora, corazón, pero nunca te rompas»: Una conmovedora reflexión ilustrada sobre la pérdida

Rincón de la Psicología

«Cada día, nos levantamos ligeramente diferentes, la persona que fuimos ayer está muerta», dijo el escritor estadounidense John Updike. «¿Por qué tenerle miedo a la muerte, si esta nos visita todo el tiempo?«, se preguntó.
El político Charles de Gaulle también intentó restarle dramatismo a ese momento: «Lo que pensamos de la muerte sólo tiene importancia por lo que la muerte nos hace pensar de la vida«.
Aún así, la mortalidad nos sigue petrificando. No solo la propia sino, y sobre todo, la de nuestros seres queridos. Nos aterra la perspectiva de perder a las personas que amamos. Y si un adulto no logra lidiar bien con la idea de la muerte, ¿cómo puede enfrentar un niño una pérdida de tal magnitud?
En ese sentido, el libro “Llora, corazón, pero nunca te rompas”, es una auténtica joya que servirá para ayudarle a los más pequeños a comprender la muerte. Es del escritor danés de cuentos infantiles Glenn Ringtved, y cuenta con magníficos dibujos de la ilustradora Charlotte Pardi.
Quienes conocen a este escritor sabrán que se caracteriza por sus historias traviesas pero este cuento es muy especial porque surgió de su propia experiencia. De hecho, es el intento del escritor de explicarles a sus hijos pequeños la inevitable y cercana muerte de su abuela, debido a un cáncer inoperable. El escritor recuerda que en un momento, la anciana le dijo a los niños que el corazón llora, pero nunca se rompe, esa fue la manera que encontró para asegurarles de que después de la profunda tristeza por la pérdida, la vida continuaría.

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Aida. Carta para la niña que hay en ti

ARBOL

– Carta a la niña que hay en mí:

Hola, soy tú, pero con alguna arruga más, con algunos años más y con muchísimas cosas aprendidas y por aprender. Cada día pienso en ti e intento recuperar tu dulzura y tu ingenuidad.

La vida me ha hecho pasar por circunstancias complicadas, como la muerte de un ser querido, la enfermedad de un familiar o de un amigo, la ruptura con varias parejas, la pérdida de un trabajo… Pero nunca te olvidé.

También he vivido circunstancias muy felices, he conocido a gente maravillosa y he estado en lugares increíbles, he amado, he besado, he abrazado, he reído y, sobre todo, he aprendido cosas que no quería saber y cosas que sí quería conocer.

Lo que he aprendido:

A veces aprender ha sido doloroso, porque la vida me ha enseñado cosas que cuando era niña no sabía y ahora preferiría no saber, como que hay personas a las que quiero mucho y que pueden enfermar, que hay personas a las que amé con todo mi corazón y que por diferentes circunstancias han desaparecido de mi vida, y que hay veces en las que no he sido capaz de expresar mis sentimientos como tú lo hacías.

Sin embargo sé que sigues existiendo en algún lugar de mi corazón cuando conduzco y canto muy alto mi canción preferida, cuando bailo sola en casa, cuando me río a carcajadas con un amigo o cuando hago alguna de mis locuras. Aunque a veces, me cuesta sentirte cerca…

Voy a necesitar que de vez en cuando me recuerdes que en este mundo hay gente maravillosa, que es capaz de amar y de transmitir amor, que soy capaz de sentir ilusión de nuevo aunque a veces piense que la he perdido y que la vida es mucho más sencilla de lo que parece.

Lo que me gustaría:

Me gustaría levantarme un día y decir que no voy al cole porque estoy malita, y quedarme en casa dibujando animales imaginarios capaces de volar sin alas o de atravesar océanos de tiza. Me gustaría poder decir siempre lo que pienso, con tanta inocencia que nadie se ofenda.

Me encantaría poder llorar en cualquier lugar si así lo siento y no tener que retener mis lágrimas. Y, sobre todas las cosas, quiero recuperar la inocencia de tu mirada, esa mirada que me hacía pensar que el mundo es un lugar amable.

No sé cuál fue el momento en que nos separamos, pero fue una separación complicada, e incluso puede que llegara a olvidarte, pero la mirada de una niña en un parque un día de primavera, me recordó las tardes de juegos con mis amigos, la aventura de dormir una noche en casa de una amiga, la curiosidad ante mi primer viaje en avión, mis comentarios indiscretos en cualquier lugar con una sonrisa inocente y curiosa.

Lo que necesito que me recuerdes:

Necesito que cada día me susurres al oído lo que ya sé pero que a veces olvido sin querer, necesito que me invadas y me obligues a dejarme llevar, a no tener miedo de nada, a sentir y a vivir como una niña. Recuérdame:

  • Que soy capaz de soñar:

Los sueños están para hacerlos realidad, no para apartarlos y dejarlos que se pierdan en el olvido. No dejes que me olvide de eso jamás, alimenta mis sueños, empujame a soñar cada día, haz que mis ideas construyan sueños y que estos se transformen en algo que pueda oler, tocar y sentir.

  • Que soy capaz de ilusionarme:

A lo largo de mi vida, cada día me he alejado más de tu inocencia, porque las circunstancias que me ha tocado vivir, a veces, he perdido la ilusión y la mirada transparente de cuando era niña, por lo que necesito que me recuerdes que soy capaz de sentir emoción e ilusión por las cosas que me apasionan y por las personas que me hacen sentir bien.

  • Que soy capaz de demostrar mis sentimientos:

Tú llorabas sin importarte dónde estabas o reías sin pensar dónde o con quién, abrazabas besabas y de pronto un día yo no pude hacerlo, quizás como una forma de defenderme, quizás como una forma de no mostrar mi vulnerabilidad. Recuérdame que no pasa nada si lloro, si río, si abrazo o si beso, sin razón porque así lo siento.

  • Que debo regalar sonrisas:

El mundo a veces es un lugar poco acogedor, pero si sonrío sé que lo veré con otros ojos, con tus ojos, y que podré apreciar cada nube que se mueve en el cielo, cada hoja que cae de los árboles, cada rayo de sol que ilumine mi mirada, que es la tuya.

ARBOL

 La mente es maravillosa

6 Formas científicamente probadas para tranquilizarte y hackear Un Mal día

Las cosas pueden cambiar de un instante a otro, eso lo sabemos bien. En cierto momento nos sentimos bien, alegres quizá, contentos, satisfechos y, al siguiente, por una circunstancia inesperada, nuestro ánimo puede virar hacia el otro extremo, sentirnos enojados, frustrados, impotentes.

Pero si esto sucede así, ¿no será posible también ejercer una suerte de influencia sobre nuestra propia realidad y hackear así ese marco mental?

A continuación compartimos 6 prácticas orientadas a dicho propósito, las 6 con un denominador común: poseen un estudio científico que respaldan sus efectos como remedio contra el estrés, la tensión y, en general, contra todo aquello que puede generar la impresión de tener un mal día.

Respira profundamente

La respiración es una de las formas más efectivas pero, sobre todo, más al alcance e instantáneas de combatir el estrés. La respiración lenta y profunda reduce de inmediato el ritmo cardiaco y la presión sanguínea, lo cual trae calma inmediata a nuestro cuerpo y nuestro estado de ánimo.

Cómo hacerlo: Llena tus pulmones con tanto aire como puedas y siempre sintiéndote cómodo. Infla tu estómago hasta la cuenta de 5 y después libera lentamente el aire, de nuevo contando hasta 5.

Aprieta y libera

Por instinto, cuanto estamos estresados tensamos ciertos músculos de nuestro cuerpo. De hecho, antes de que el vocablo “estrés” se populariza en el habla hispana era usual hablar de “tensión”, pues coloquialmente pero también a un nivel de inconsciente colectivo, la preocupación, el enojo, la angustia y otros estados de ánimo negativos se han asociado con esta respuesta corporal.

Sin embargo, así como involuntariamente tensamos nuestros músculos, conscientemente podemos hackear esta reacción destensándolos, y así poder recuperar cierta tranquilidad.

Cómo hacerlo: Tensa tu cuerpo a propósito y después libera esa tensión. Repite varias veces hasta que sientas auténticamente relajado.

Escucha música clásica

En el marco de la mitología griega se cuenta que con la música que salía de su lira, Orfeo era capaz de calmar a las bestias salvajes, incluido el mismísimo Cerbero, el perro guardián del inframundo, a quien durmió con su canto.

La ciencia moderna no ha explicado esta capacidad legendaria de Orfeo, pero sí ha demostradoque la música de ritmos lentos puede reducir el estrés e incluso generar un efecto positivo en la salud cardiaca.

Cómo hacerlo: Solo elige una pieza y escúchala. A manera de comentario editorial es necesario decir que aunque, desde la generalización, se habla de “música clásica” como un género más o menos homogéneo y similar, lo cierto es que dentro de este los tipos de composición, temperamentos y efectos que ejercen sobre quien la escucha, pueden ser muy diversos. ElConcierto para violín de Alban Berg, por ejemplo, es música clásica, pero también puede crispar los nervios de una sensibilidad poco habituada a esos sonidos. O, en otro sentido, puede ser que una composición más que tranquilizarnos, nos deprima, o desate aún más nuestra ansiedad. Con la música, nos dice Slavoj Zizek, siempre hay que tener cuidado, pues es capaz de sacar a flote nuestras pasiones más profundas.

Con todo, en este asunto es difícil recomendar tal o cual compositor. Los grandes exploraron prácticamente todo el espectro de las emociones humanas, de la alegría a la tristeza, y aun alguien como Mozart, a quien músicos tan opuestos  Nikolaus Harnoncourt y Pierre Boulez califican de “jovial”, tiene sus propias composiciones que planean bajo, por las zonas oscuras del espíritu.

En este sentido quizá la única recomendación sea estar guiados por la curiosidad, gusto y respuesta propias.

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Camina

Otro recurso sumamente asequible y sencillo de poner en práctica: las caminatas breves, espontáneas y sin rumbo definido. Además de despejar nuestra mente, las caminatas son una forma de ejercicio moderado que reduce significativamente los niveles de cortisol en la sangre, una de las hormonas encargadas de provocar reacciones del estrés como el aumento del ritmo cardiaco o de los niveles de adrenalina.

Cómo hacerlo: Solo sal a caminar y ya. En la medida de lo posible, en un área donde puedas tener contacto con la naturaleza. Y también, si puedes, haz de esto un hábito.

Lee un libro

Leer es una práctica capaz de calmar los nervios más tensos. Quizá no con la inmediatez que tienen las otras que hemos indicado, pero sí de manera igual de efectiva. En buena parte, porque depende de la disposición a la que llevamos el cuerpo para realizar la acción: tomar el libro, arrellanarnos en un asiento cómodo, dejar que la mente se concentre en un tema ficticio (que en cierta forma es como llevarla a un paseo), etc. Por eso, según algunos estudios, leer relaja y tranquiliza.

Cómo hacerlo: Básicamente, como dijimos en el párrafo anterior. Elige un libro, un lugar cómodo para leerlo y suelta un poco tu mente para que salga de la tensión y se coloque más bien en el ánimo necesario para concentrarte en la lectura. En cuanto a esta, quizá lo mejor sea tomar una obra de ficción, cualquiera, pues a diferencia de la música, es muy probable que cualquier ejemplar simplemente te distraiga (que, después de todo, es un poco el propósito). Autores muy rebuscados o profundos (exigentes) –digamos Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Juan Carlos Onetti, Kafka mismo– pueden lograr o el efecto contrario o que te des cuenta que después de 10 o 15 minutos “leyendo” la verdad es que no has comprendido nada y solo estuviste recorriendo líneas de palabras sin de verdad ponerles atención.

Haz nuevos amigos

Hace poco la Universidad de Harvard publicó este estudio que, de algún modo, confirma algo que ya se intuía cultural y subjetivamente: que tener amigos, estar con amigos, fomentar vínculos amistosos también tiene efectos positivos en la salud, y no solo psicológicos y sociales. En especial, tal parece que el sistema circulatorio se beneficia claramente de los amigos, pues en una situación amistosa la presión sanguínea se mantiene en niveles óptimos, y los vasos sanguíneos se mantienen relajados.

Cómo hacerlo: En este punto la recomendación es sencilla pero quizá no muy fácil de ejecutar. Un amigo, lo sabemos bien, no se hace de un instante para otro, pero sí es cierto que ser amistoso/a depende de cada uno de nosotros. Y quién sabe, quizá en uno de esos vínculos surgirá alguien a quien podremos considerar como una nueva amistad.

 

http://pijamasurf.com/2016/05/6-formas-cientificamente-probadas-para-tranquilizarte-y-hackear-un-mal-dia/