En 2016, en las postrimerías de su segundo mandato, Barack Obama, tan sólo unos meses antes de conocer a su sucesor en la Casa Blanca, firmaba los Acuerdos de París, a los que definió como «el más ambicioso pacto contra el cambio climático de la historia». Tras estampar su rúbrica, el líder demócrata preconizó que EEUU sería el abanderado mundial en esta lucha. Es más, señaló la estela a seguir: la mayor potencia económica del planeta está en condiciones de recortar en más de un 26% sus niveles de emisiones de CO2 a la atmósfera en 2025.
En línea con el objetivo del tratado parisino. Sin embargo, la fumata blanca se ha tornado negra. En 2018, los niveles de polución volvieron a aumentar, después de que la Administración Trump echara por la borda las normas de protección medioambiental redactadas por Obama. Una vez más. Porque la promesa internacional de EEUU en esta materia nunca ha sido sólida.
Pese a que la Casa Blanca ha suscrito cuatro grandes protocolos para combatir el efecto invernadero -cumbres de Río de Janeiro, en 1992; Kyoto, en 1997, Copenhague, en 2009 y el mencionado de París, en 2015- EEUU ha fallado, como muchos otros grandes emisores de CO2, en sus intentos, mínimos, de mantener a raya sus cotas de polución. En buena medida, porque han sido incapaces de añadir a sus ordenamientos una regulación rigurosa al respecto. El resultado es paradigmático. El mayor PIB del mundo ha lanzado al espacio 20.000 millones de toneladas de dióxido de carbono más de su compromiso internacional de 1992.
Mientras las previsiones auguran que, para 2025, sobrepasará en otras 5.000 toneladas los límites previstos en la capital francesa.Este superávit contaminante podría parecer testimonial para una economía que ronda ya los 20 billones de dólares. Pero no lo es. Baste decir que estos 25.000 millones de toneladas adicionales es una cantidad que superan las emisiones totales procedentes de China, India y la UE el pasado año. Más en concreto, y según cálculos del propio gobierno federal americano de 2016, basado en una prospección matemática que contabiliza el daño causado por cada tonelada de emisión de CO2 en 42 dólares, el coste para la economía mundial del exceso contaminante de EEUU será superior al billón de dólares en los próximos años.
Donald Trump ha calificado de «irracionales» y de «exigencias económicas y financieras draconianas» para EEUU el cumplimiento de los pactos de París. Falacia. Porque Washington siempre ha logrado obtener cuotas más reducidas en todos los acuerdos ecológicos de referencia. Por ejemplo, en Kyoto, su objetivo era menos ambicioso que los del resto de países cosignatarios. E, incluso, su delegación logró incluir en el protocolo el mercado de derechos de emisión, con el que quiso asegurarse que la consecución de su meta conservacionista tuviera un coste más efectivo.
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