Por Gloria Garrido
Sólo esta hipótesis, según sus palabras, explicaría la aparente contradicción entre los diferentes evangelios –los tres sinópticos y el de Juan– sobre el día en que se celebró la Última Cena y tuvo lugar la crucifixión de Jesús. No es nada nuevo ni escandaloso. Tal posibilidad había sido barajada anteriormente por historiadores y estudiosos, pero nunca se aceptó oficialmente por las razones que explicamos a continuación.
Un asunto escabroso
La comunidad de Qumran, a quien se atribuyen los «Manuscritos del Mar Muerto» descubiertos a partir de 1947, estaba integrada por los esenios, secta disidente judía, enemiga de fariseos y saduceos. Los qumranitas tenían su calendario propio y celebraban la cena de Pascua un día antes que los judíos, pero sin cordero porque eran vegetarianos. Pues bien, desde el siglo XIX diversa literatura esotérica ha asociado a Jesús con los esenios, citados por historiadores como Filón, Josefo o Plinio. Y este vínculo nunca gustó al Vaticano, dado que la pertenecía de Jesús a una comunidad iniciática podía desvirtuar su imagen como Hijo de Dios y la originalidad de su enseñanza.
Sin embargo, pronto se comprobó que los rollos de Qumran habían sido escritos por esenios entre el siglo II a. C. y el I d. C., y que eran –además de los textos bíblicos más antiguos conocidos– la fuente histórica más próxima al Nuevo Testamento. Recordemos que el texto de Marcos 6:52, reconocido en el fragmento 7Q5 de los «rollos», significó un hito en la confirmación científica de la historicidad de los evangelios, echando por tierra las tesis de que éstos se fraguaron para construir el «mito de Jesús».
Para evitar interpretaciones ambiguas, el estudio y traducción de los manuscritos fue controlado en exclusiva por el Vaticano. Y durante más de cuatro décadas todo el contenido sacado a la luz, no más de un 25%, fue supervisado por la Escuela Bíblica de Jerusalén, organismo arqueológico dirigido por el Padre de Vaux y asociado estrechamente a la Comisión Pontificia, institución que controla la publicación de textos bíblicos y de la que el propio Ratzinger fue director muchos años antes de subir a la silla papal.
De todos modos, el celo eclesiástico no evitó que algunos filólogos implicados en el estudio de los manuscritos, como Joseph Allegro, filtraran su contenido y difundieran la posibilidad de que la doctrina esenia hubiera sido la semilla del cristianismo primitivo.
Tal publicidad desencadenó el destierro de Allegro de la comisión de estudio, numerosas controversias entre teólogos y exégetas que aún colean, amén de un sinfín de preguntas sin respuesta: ¿Fueron esenios Jesús o Juan el Bautista? ¿Vivieron en Qumran? ¿Podrían ignorar los apóstoles la existencia de dicha comunidad? ¿En qué coinciden la doctrina de Qumran y la del Nuevo Testamento? ¿Qué relación tiene la figura de Jesús con la del Maestro de Justicia que dirigió a los habitantes de Qumran?
Estamos frente a un rompecabezas gigante que ahora, sorprendentemente, Ratzinger parece dispuesto a resolver.
La cena de la nueva Alianza
Como en una clase magistral, la homilía papal del pasado Jueves Santo comenzó estableciendo los antecedentes del caso. El Papa explicó que la Última Cena celebrada por Jesús se enmarcó dentro de las fiestas de la Pascua de Israel. La ley mosaica fechaba dicha conmemoración el día 15 del mes de Nisan, en el que se iniciaba su año. Y con ella se rememoraba la liberación de los judíos de Egipto. La cena pascual, celebrada la víspera, tenía al cordero como centro de su liturgia en recuerdo de la noche egipcia, en el que un ángel salvó del exterminio a los primogénitos judíos, cuyas casas estaban marcadas con una cruz hecha con la sangre de dicho animal. El cordero pascual evocaba, tal y como señaló el Papa: «que Dios, más fuerte que el faraón, había liberado Israel con la mano alzada. De ahí que la conmemoración estuviera rodeada de palabras de alabanza y de acción de gracias tomadas de los Salmos». Este ritual de bendición, llamado en arameo berakha y en griego eulogia o eucaristía, se convertía a la vez en bendición para quienes bendicen, y durante el mismo se reiteraba el nexo de unión, la alianza, establecida entre Dios y su pueblo.
Hay que tener en cuenta, como señaló Benedicto XVI, que en aquella época aún no se había cumplido la liberación de Israel. La nación todavía sufría en medio de las tensiones entre las grandes potencias. El recuerdo agradecido de la acción de Dios en el pasado se convertía al mismo tiempo en súplica y esperanza para el futuro: ¡culmina aquello que has comenzado! ¡Danos la libertad definitiva! Esta cena con sus múltiples significados –la cual presenta un paralelismo con el ritual del «banquete mesiánico» observado por la comunidad de Qumran– fue celebrada por Jesús con los suyos antes de su Pasión. Ahora bien, ¿cuándo exactamente? ¿Y cómo cambia esta respuesta la fecha de la crucifixión?
Contradicción evangélica
Como se sabe, existen tres evangelios –Lucas, Marcos y Mateo– escritos entre los años 40 y 50 d. C. y llamados sinópticos por la similitud en sus líneas esenciales, lo cual hace pensar que bebieron de las mismas fuentes. Por otra parte, está el Evangelio de Juan, que data del año 100 d. C. y es muy distinto.
Pues bien, según los sinópticos la Última Cena tuvo lugar la víspera de la fiesta de Pascua; esto es el jueves 14 del mes de Nisán, día en el que se inmolaban y comían los corderos. A favor de este argumento está la cita (Mc 14,12-17 = Mt 26,17-20) en la que se lee que el primer día de los ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual y tenía lugar el banquete, Jesús ordenó a los discípulos disponer todo para la cena y la celebró. Como se sabe, tras la cena Jesús fue apresado en el huerto de los olivos y su crucifixión consumada al día siguiente, es decir, durante la fiesta de Pascua.
Sin embargo, en el Evangelio de Juan (Jn 18,28) se dice expresamente que, cuando se llevaron a Jesús desde casa de Caifás a ver a Pilatos, era muy de mañana y los apóstoles no entraron en la vivienda del pretorio por no contaminarse, a fin de poder comer de las víctimas de la cena pascual, un banquete que habría de celebrarse, según esta versión, en la tarde inmediatamente después de la crucifixión. Por tanto, Jesús no habría muerto durante la fiesta de Pascua, sino la víspera, el mismo día en que se inmolaban los corderos. Así es que la cena celebrada por él no habría sido una cena pascual, con cordero, ya que los animales aún no habían sido sacrificados.
«Esta contradicción aparente parecía imposible de resolver hace unos años», comentó el Papa en su homilía del Jueves Santo. La mayoría de los exégetas pensaba que Juan no había querido comunicar la verdadera fecha histórica de la muerte de Jesús, sino que había optado por una fecha simbólica para hacer evidente la verdad más profunda: «Jesús es el nuevo y verdadero cordero que derramó su sangre por todos nosotros».
Pero no, no se trataba de nada simbólico. «El descubrimiento de los escritos de Qumran –señaló el Papa– nos ha llevado a una posible solución convincente…» La versión de Juan es históricamente precisa. Jesús realmente derramó su sangre en la vigilia de Pascua a la hora de la inmolación de los corderos. Y celebró la Pascua con sus discípulos probablemente un día antes y sin cordero, según el calendario ritual de la comunidad disidente de Qumran que no reconocía el templo de Herodes y se hallaba a la espera de un nuevo templo. En lugar del cordero Jesús se entregó a sí mismo, ofreció su cuerpo y su sangre, cumpliendo con la célebre afirmación «nadie me la quita (la vida); yo la doy voluntariamente» (Juan 10, 18). Sólo de este modo la antigua Pascua alcanzaba su verdadero sentido. Él mismo era el Cordero esperado, el verdadero, como había preanunciado Juan el Bautista al inicio del ministerio público de Jesús: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1, 29).
La Iglesia ya enseña en su Catecismo que la Nueva Pascua se anticipa a la Pascua Judía y que no hay seguridad absoluta sobre la fecha de su celebración, por lo que no parece que la cosa vaya a terminar en una discusión teológica o crisis de fe. Sin embargo, la afirmación del Papa es crucial porque contribuye a fijar históricamente el acontecimiento más importante de la fe cristiana. Y sobre todo porque relaciona a Jesús con los esenios. Aunque ya se han alzado voces como la del cardenal Abert Vanhoye, antiguo rector del Instituto Bíblico Pontificio de Roma, en cuya opinión aunque Jesús se rigiera por el calendario esenio, distinto al de las autoridades de Jerusalén, no por eso se puede deducir que perteneciera a esa comunidad.
Jesús frente a El Código Da Vinci
El resto de las declaraciones del Papa son en realidad un dardo inteligente contra todas las afirmaciones sobre las «verdades secretas» que la Iglesia intenta ocultar a propósito de los Manuscritos del Mar Muerto. En realidad su sermón no fue sino un adelanto de su primer libro como Papa, titulado Jesús de Nazaret y publicado el 16 de abril, precisamente la fecha de su 80 cumpleaños. Una obra destinada, según las palabras del Pontífice, a derribar los peores libros que destruyen la figura de Jesús y desmantelan la fe, entre ellos El Código Da Vinci, así como a reivindicar la realidad histórica de Jesús
El libro, que pronto será traducido a numerosos idiomas, es un reto personal con el que el Papa trata de probar que Jesús es una figura real, sensata y convincente. Contiene un capítulo donde se demuestra la fiabilidad del Evangelio de Juan, el más problemático y considerado gnóstico y helenístico, pero que ahora se revela –bajo la luz del contenido de los textos de Qumran– más hebreo que nunca. Otro apartado está dedicado a estudiar la posible relación de Jesús, su familia y Juan Bautista con la comunidad esenia de Qumran. En espera de que el libro se traduzca al español no podemos menos que formularnos las siguientes preguntas: ¿Cuál era la probable relación de Jesús con los esenios? ¿Por qué, si mantuvo conexión con ellos, el nombre de dicha secta no aparece nunca en el Nuevo Testamento? ¿Están sus enseñanzas inspiradas en la doctrina de Qumran?
El banquete mesiánico
La comunidad de Qumran observaba una ceremonia peculiar que era el foco sacramental de su devoción, al igual que la Última Cena lo es para la Iglesia Católica. Descrito con detalle en uno de los rollos llamado «El Manual», era un rito durante la cual se bendecía el pan y el vino antes de repartir el alimento. Es probable que en algunos casos se celebrara con carne cocida o asada de oveja, cabra o ternero, tal como sugieren unos huesos, completamente mondados y encerrados en cincuenta vasijas, descubiertos donde moraban los qumranitas. Puesto que los esenios eran vegetarianos y muy frugales, puede que fueran los restos de una comida sagrada anual.
El banquete mesiánico era presidido por el sumo sacerdote o mesías sacerdotal de la secta y por toda la congregación de Israel, con sus ancianos y sabios, que eran representados idealmente por doce miembros y otros tres ancianos sentados estrictamente según sus respectivas jerarquías. Se cree que Jesús tenía conocimiento de este ritual por la forma en que celebró su última cena, pues durante ella se suscitó una querella entre los apóstoles sobre cuál debía considerarse el mayor (Lucas 22-24). Esta disputa obviamente no fue motivada por orgullo, sino porque atañía a su posición en el reino celestial. Jesús la cortó tajantemente, alterando la forma establecida del ritual.
El doble calendario
Para entender la homilía de Benedicto XVI es necesario saber que, en la época de Jesús, Jerusalén vivía un judaísmo fragmentado, una de cuyas características era el doble calendario. Dicha división se remontaba a la profanación del Templo, realizada en el año 167 a. C. por Antíoco IV, sucesor de Alejandro Magno, el cual impuso a los judíos el calendario helenístico. Los macabeos, ayudados por un personaje llamado el «Maestro de Justicia», que lideraba el grupo establecido en Qumran, se opusieron al tirano y lucharon por defender sus tradiciones y recuperarlas. Pero tras conseguirlo no restablecieron el antiguo calendario. La secta de Qumran juzgó esto como el abandono de la fe de sus antepasados, pues a sus ojos todo el ritual del Templo se regía por días equivocados, de tal manera que toda su eficacia era desaprovechada. Por ello los esenios se retiraron al desierto. Allí, en espera de que la situación cambiara, siguieron celebrando sus fiestas por el antiguo calendario hebreo, según el cual éstas caían siempre en el mismo día de la semana, además de atenerse a las revelaciones realizadas por el ángel Uriel a Enoch y a las directrices dadas por éste a su hijo Matusalén. Siguiendo esta antigua tradición, y tal como el contenido de los rollos del Mar Muerto ha permitido descifrar, se sabe que la secta tenía cierta preferencia por el miércoles como primer día de la semana. Y que para ellos la Pascua empezaba el miércoles. Es decir, que la cena pascual se celebraba en la noche del martes.